Resultados de búsqueda para la etiqueta [Medio ambiente ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 17 Oct 2022 00:24:31 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Los pájaros: muerte por arquitectura https://arquine.com/los-pajaros-muerte-por-arquitectura/ Fri, 16 Sep 2022 15:04:19 +0000 https://arquine.com/?p=69159 Si el vidrio significó una posibilidad para modular mejor la “salud” del clima y controlar los entornos de los edificios, el ideal al que se debía aspirar, ahora significa un desafortunado destino para todas las criaturas aladas que, a decir de Vitruvio, podían darles importantes lecciones a todos los interesados en buscar el sitio más idóneo para levantar una ciudad.

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En el capítulo titulado “El lugar de una ciudad”, contenido en los tratados de Vitruvio, el arquitecto reflexiona sobre el sitio idóneo para erigir urbanizaciones fortificadas. Su primer consejo tiene que ver con el clima y su “buena” o “mala salud”. Para Vitruvio, el lugar en sí mismo alberga posibles beneficios o nocividades que afectan directamente al habitante; es decir, la salud proviene de donde se construye. El tratadista apunta que “si los vientos traen consigo nieblas de los pantanos y, mezclado con la niebla, el aliento venenoso de las criaturas de los pantanos, todo esto se arrastrará a los cuerpos de los habitantes”, infringiéndoles daño. Sin embargo, para Vitruvio esta perspectiva abarca a lo vivo y a lo no-vivo, al cuerpo humano y a la superficie de los graneros donde se almacenan las cosechas. Además, si el arquitecto quiere entender por qué se debe contemplar al clima, dice Vitruvio, basta con que considere la naturaleza de, entre otros animales, los pájaros. Éstos requieren de su propia “salud” climática para desenvolverse en sus entornos. “Por tanto, si todo esto es como hemos explicado, nuestra razón muestra que los cuerpos de los animales están formados por elementos, y estos cuerpos, como creemos, terminan debilitándose como resultado de exceso o deficiencia de éste o aquel elemento, por lo que no podemos dejar de creer que debemos tener mucho cuidado para seleccionar un clima muy templado para el sitio de nuestra ciudad”. El cuerpo de los animales es un punto de partida para quien proyecta una ciudad; para poder hacer que el entorno construido sea una extensión del entorno climático. 

Pero, ¿podemos decir que, desde los tiempos de Vitruvio, la fauna tiene un sitio urbano? Recordemos las fotografías que se difundieron ampliamente a los inicios de la pandemia en las que zorros, venados e incluso cocodrilos fueron captados mientras caminaban por las calles o reposaban en parques, sitios que, en principio, no les pertenecen. Pareciera que los animales se encuentran al margen de las dinámicas urbanas, y que los arquitectos no les tienen mucho que aprender para imaginar los espacios que serán habitados por una diversidad de cuerpos humanos y no-humanos, aún cuando exista una larga historia de coexistencia espacial entre la humanidad y los animales. Como lo comenta Tom Wilkinson en su ensayo “Edificios para animales”, publicado en The Architectural Review, es posible que la estructura de los entornos domésticos pueda ser modificada para incluir la compañía animal, como el jardín de María Antonieta donde moraban sus mascotas, o la casa para los patos para el miembro del parlamento británico Peter Viggers. Pero, apunta Wilkinson, a pesar de que es posible que compartamos nuestras casas con animales (y que esto a veces puede ser un gesto de exhuberancia monárquica), vivir como animales “está visto como algo abyecto; ‘eres asqueroso como un animal’ es una burla, y si dejas las puertas abiertas es como si hubieras nacido en un granero. Con esto en mente, la arquitectura ha sido utilizada intencionalmente como una herramienta deshumanizadora con las estructuras de cautiverio animal”. Los animales sólo pueden vivir en jaulas, ya sea que éstas estén diseñadas por Cedric Price, como el caso del zoológico de Londres, o sean las que utiliza el cazador.

Con esto en mente, podemos traer a colación otro tratado: El sistema de los objetos de Jean Baudrillard, un título con una influencia importante en el diseño y la arquitectura. Mientras que Vitruvio hablaba sobre la convivencia de lo animado y lo inanimado, Baudrillard funde esta distinción con una descripción singular: “¿Puede clasificarse la inmensa vegetación de los objetos como una flora o una fauna, con sus especies tropicales, polares, sus bruscas mutaciones, sus especies que están a punto de desaparecer?” Para Baudrillard, el diseño y la industrialización de materiales y objetos es un problema de taxonomía biológica, y el “ambiente”, un aspecto que mantiene similitudes con el “clima” ya que está referido al entorno donde se desarrolla el diseño, es lo que estructura el sentido de los objetos según su colocación. El arreglo de los colores, la disposición del mobiliario y las decisiones en acabados es lo que construye una especie de intangibilidad que, paradójicamente, define las cualidades o los errores del diseño. Apunta Baudrillard: “Un material resume este concepto de ambiente, en el cual podemos descubrir una suerte de función moderna universal del entorno: el vidrio. Según la publicidad es el ‘material del porvenir’, que será ‘transparente’ como todo el mundo sabe: el vidrio es, a la vez, por consiguiente, el material y el ideal que hay que alcanzar, el fin y el medio.” A decir del filósofo, el vidrio, por su ligereza, representa la disolución definitiva entre el adentro y el afuera, por lo que los espacios interiores pueden tener una relación más directa con un afuera al que se enmarca para añadir valor al proyecto: un cuarto con vistas siempre es más atractivo. 

Jarred Goodman, miembro de la organización Gente por el Trato Ético Animal (PETA, por sus siglas en inglés) ha declarado que los arquitectos podrían “prevenir billones de muertes de pájaros provocadas por edificios de cristal o espejados”, según reporta el sitio Dezeen. El activista menciona que el choque en la superficie de los edificios es la principal causa de muerte en especies aviarias, mencionando que esto se da “por mera negligencia o simple indiferencia”, algo opuesto a lo que sucede con industrias que ejercen crueldad de manera más activa, como la producción de pieles para la moda. Para Goodman, todo podría evitarse con una simple enmienda en el diseño: películas que tengan impresos patrones que puedan ser percibidos por los pájaros y que no intervienen de manera visible sobre el vidrio. Goodman llama a todos los arquitectos a tomar responsabilidad y acción ante lo que representa un problema: los pájaros mueren de causas no-naturales. Una primera conclusión es que los arquitectos no han hecho nada y es probable que no lo hagan. Pero la cuestión no es tan aislada. Si el vidrio significó una posibilidad para modular mejor la “salud” del clima y controlar los entornos de los edificios, el ideal al que se debía aspirar, ahora significa un desafortunado destino para todas las criaturas aladas que, a decir de Vitruvio, podían darles importantes lecciones a todos los interesados en buscar el sitio más idóneo para levantar una ciudad.

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El fin del antropoceno https://arquine.com/el-fin-del-antropoceno/ Wed, 25 Sep 2019 07:00:23 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-fin-del-antropoceno/ Necesitamos desarrollar probióticos arquitectónicos, métodos para inocular las superficies del entorno construido con microecologías beneficiosas. Necesitamos crear estas superficies para mantener la vida, proporcionar temperaturas, humedad y nutrientes que puedan soportar una comunidad microbiana integrada diversa que a su vez puede destruir los patógenos que nos molestan.

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en colaboración con

revista académica publicada por SCI_Arc

Recientemente hemos descubierto un planeta, mucho más complejo que cualquiera que hayamos conocido o imaginado. Su ecología integra más de un billón de especies[1] de organismos terraformadores que dominan por completo su geología, hidrología y atmósfera.[2] Estás viviendo en él. Los terraformadores son microorganismos.[3]

Al mismo tiempo, proponemos nombrar a la época geológica actual como a nosotros mismos: parte insignia de honor, parte marca de vergüenza. Estamos convencidos de que los humanos son responsables de los cambios que hemos medido. Y, debido a que somos la especie dominante, más poderosa e inteligente, también somos capaces de guiar el futuro del planeta. Esto no tiene sentido. Pero, al menos estamos empezando a comprender que lo biológico puede ser geológico. Quizás esto nos ayudará a ver que siempre ha sido así.

El Antropoceno es un hecho menos geológico que un artefacto cultural. Es una forma de señalar los efectos que causamos en la tierra. Nos encontramos en esta posición porque siempre nos hemos visto separados del resto. No hemos podido comprender las profundas interdependencias que tenemos con todos los organismos, pero especialmente con los microorganismos. En parte porque tenemos un fuerte sesgo hacia ver un mundo de objetos. Tyler señala cómo las lenguas indoeuropeas están estructuradas para privilegiar objetos sobre acciones.[4] Esta disposición lingüística afecta la forma en que organizamos el mundo, como pensamos, nos comunicamos y operamos dentro de él. Por lo tanto, creemos que estamos en un mundo de objetos que interactúan en lugar de uno de procesos integrados. Pero con Peter Taylor, podríamos considerar lo que sucede con nuestros entendimientos cuando reconsideramos aquellas cosas que actualmente pensamos como objetos como los resultados contingentes de procesos dinámicos que se entrecruzan.[5] La transición a una orientación al proceso podría permitirnos ver más fácilmente los flujos de energía y materia que circulan repetidamente a través de límites que previamente habíamos definido.[6] Quizás los límites se conviertan en superficies de catálisis en lugar de separación y definición. Quizás desaparezcan.

En las últimas décadas nos hemos vuelto más conscientes de la extensa presencia microbiana en este planeta. Ahora los encontramos donde sea que miremos; en estratos profundos, en las profundidades del océano o la atmósfera superior. Más recientemente, se ve que un microbioma humano ocupa cada superficie, orificio y tracto. Coexisten dentro y sobre cada animal y planta y en todas las superficies del entorno construido. Los microbiomas del entorno construido finalmente también están ganando atención. Ahora entendemos que lo estéril es, a lo sumo, una condición temporal y a menudo indeseable y que la oblicuidad de la ocupación microbiana es la norma.

Nuestra conciencia de los microorganismos llegó con el microscopio. La identificación de los microbios como agentes patógenos pronto siguió y se hicieron grandes avances en la salud humana y la longevidad. Las ciudades se transformaron a medida que se conocieron los principios de saneamiento y epidemiología. Nuestra cultura está impregnada de productos que se centran en la desinfección. “Mata-gérmenes-de-contacto” vende. Estéril es bueno. Los tratamientos con antibióticos son comunes, incluso para las enfermedades más leves. Estos muestran tanto el alcance de nuestro conocimiento sobre los microbios como nuestra capacidad para eliminarlos, pero también nuestra profunda ignorancia sobre la dependencia que tenemos de ellos y nuestra incapacidad para atacar patógenos específicos sin una destrucción total. Estamos en guerra con los microbios y el daño colateral es extenso. Nos incluye a nosotros. Nos estamos dando cuenta de que muchas enfermedades no transmisibles son el resultado probable de la disbiosis microbiana: alergias, asma, enfermedad de Crohn, diabetes y obesidad, entre muchas otras. En el esfuerzo por controlar los microbios, hemos tratado de eliminarlos como si no fuéramos nosotros. Pero una definición funcional del ser humano debe incluir a los microorganismos. Existimos juntos, siempre. Margoles llama a esto el holobiont.[7] Estamos profundamente e inseparablemente unidos a los microorganismos. Debemos utilizar esta realización para establecer una nueva relación con ellos que reconozca esta integración y dependencia.

Para reformar nuestra relación con los microorganismos, no debemos adaptar la posición de adversidad que nos brinda la medicina, sino referirnos a los ejemplos mucho más antiguos y altamente cooperativos extraídos de las tradiciones culinarias del mundo. Muchos de los mejores productos culinarios son el resultado de las actividades de los microorganismos: los extensos productos de levadura, decapado, cultivo, fermentación y curado. Lo que es común a muchos de estos procesos es el fomento de ciertos microbios que transforman la materia prima, un tipo de digestión externa, y que simultáneamente impiden que se establezcan otros tipos de microorganismos. Esta es una asociación en lugar de una postura antagónica que demostrará ser un punto de partida más viable. Después de varias décadas de desarrollo de agentes antimicrobianos cada vez más potentes, encontramos que las cepas resistentes se han convertido en una seria preocupación. Nos vemos encerrados en un combate mortal con microbios mutagénicos en rápida evolución y las cosas no van a nuestro favor. ¿Seguiremos creyendo que podemos ganar con grandes esfuerzos de investigación, infusiones de capital humano y financiero, y porque somos las especies más inteligentes y poderosas? La retórica de una “carrera armamentista” biológica entre microbios y antibióticos humanos solo refuerza la postura agresiva que tenemos con respecto al resto del planeta. Pero no hay informes de anti-levadura que se apodere de la masa de pan, aunque la levadura ha estado aquí durante miles de años. Podemos y hemos trabajado juntos con microorganismos durante milenios. Ya reconocemos las funciones inmunes de las comunidades microbianas en la piel y en el tracto intestinal, ¿por qué no adoptaríamos el mismo enfoque en el cultivo y suministro de comunidades robustas de microorganismos en nuestros hogares y hospitales?

Necesitamos desarrollar probióticos arquitectónicos, métodos para inocular las superficies del entorno construido con microecologías beneficiosas. Necesitamos crear estas superficies para mantener la vida, proporcionar temperaturas, humedad y nutrientes que puedan soportar una comunidad microbiana integrada diversa que a su vez puede destruir los patógenos que nos molestan. Necesitamos desarrollar formas de hacer materiales de construcción en asociación con aquellos organismos que construyeron la tierra y solicitar su ayuda para estabilizar el medio ambiente. Fallaremos si lo hacemos solos.

Para entrar en una relación nueva y productiva con el planeta en el que vivimos, necesitamos perder la ilusión de poder y primacía que sugiere el Antropoceno y aceptar la codependencia y la cooperación como el camino viable hacia adelante. Debemos convertirnos en socios de colaboración, no en maestros y vernos a nosotros mismos como personas profundamente integradas e inmersas en lugar de como individuos separados. Esta es una tarea para la cual nuestra cultura no nos ha preparado.


Notas:

1. Locey, K. J. y Lennon, J. T. (2016). Las leyes de escala predicen la diversidad microbiana global. Actas de la Academia Nacional de Ciencias, 201521291.

2. Gould, Stephen Jay. “Planet of the bacteria.” (1996). Tyler, S. A. (1984). The vision quest in the West, or what the mind’s eye sees. Journal of Anthropological Research, 40(1), 23-40.

3. Algunos de los argumentos en este documento se desarrollan con más detalle en: Krueger, T. (2016) Micro-ecologies of the Built Environment. The Routledge Companion to Biology in Art and Architecture.

4. Taylor, P. (2000). Distributed agency within intersecting ecological, social, and scientific processes. Cycles of Contingency: Developmental Systems and Evolution, MIT Press, Cambridge, MA, 313-332.

5. Goodacre, R. (2007). Metabolomics of a superorganism. The Journal of nutrition, 137(1), 259S-266S, Margulis, L. (1991). Symbiogenesis and symbionticism. Symbiosis as a source of evolutionary innovation, 1-1.

6. Goodacre, R. (2007). Metabolomics of a superorganism. The Journal of nutrition, 137(1), 259S-266S.

7. Margulis, L. (1991). Symbiogenesis and symbionticism. Symbiosis as a source of evolutionary innovation, 1-14.


Ted Krueger es profesor asociado y director de posgrado en el Rensselaer Polytechnic Institute School of Architecture-  Tiene un doctorado en Arquitectura del Royal Melbourne Institute of Technology, y una maestría profesional en Arquitectura de la Universidad de Columbia tras un trabajo de posgrado en historia de la arquitectura en la Universidad de Chicago y una educación ecléctica de pregrado en ciencias sociales y artes en la Universidad de Wisconsin-Madison y en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago. Después de su educación profesional, Krueger pasó doce años en la práctica en la ciudad de Nueva York. El trabajo de diseño de Krueger ha sido mostrado en numerosas publicaciones, exposiciones y conferencias a nivel internacional durante los últimos treinta años. Además, su trabajo de diseño ha llevado a dos becas de la Fundación de las Artes de Nueva York, una beca del Consejo del Estado de Nueva York para el Proyecto de las Artes, una residencia en ArtPark en Lewiston, Nueva York, y su selección como una de las “Emerging voices” por La Liga de Arquitectura de Nueva York. Es miembro del consejo editorial de la revista británica de investigación de medios “Digital Creativity” y recientemente coeditó un número especial de la revista sobre Tecnologías creativas e innovación: salud y bienestar.


Publicado en colaboración con Offramp, revista académica de SCI_Arc.

 

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La insoportable relación de los chilangos con su medio ambiente https://arquine.com/relacion-chilangos-medio-ambiente/ Thu, 01 Nov 2018 15:00:14 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/relacion-chilangos-medio-ambiente/ En general, en los entornos urbanos creamos paraísos artificiales –imperfectos y, sobre todo, desiguales - de estabilidad del tiempo que conducen a una desencantamiento del clima.

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Son pocos, pero los hay por varias partes de la ciudad y su presencia es de lo más disruptiva, pues su color naranja es ineludible. El otoño es de los tulipanes africanos. El espectáculo más notable está, por supuesto, si salimos del Valle de México, hacia el sur, en Morelos, Guerrero o en el sur del Estado de México, donde los encontraremos con sus colores incendiados por todos lados. Los niños se vuelven —nos volvíamos, nos volvemos— locos cuando cae inmaduro alguno de sus brotes florales, que son estos saquitos llenos de agua y que si los apretamos con los dedos, la disparan con toda fuerza. Hacia noviembre, si los frentes fríos que llegan hasta la Ciudad de México son intensos, otro espectáculo se perfila para quien quiera verlo, sobre todo en las orillas elevadas del valle hacia el sur y el poniente: por un breve tiempo los liquidámbares tiñen sus hojas de amarillo, naranja e incluso rojo. Nunca tan intenso como lo que se consigue en otras latitudes al norte o por otras especies más vistosas, pero lo suficiente bello como para querer admirarlo por unos momentos.

Las lluvias comienzan a ceder, aunque todavía con episodios memorables. Se revuelven aquellas tormentas típicas del verano, las que nos traen los remanentes o brazos de huracanes, depresiones y ondas tropicales, con la humedad que empujan los frentes fríos que vienen desde el norte. Aparecen las primeras inversiones térmicas matutinas: cualquiera que encuentre un punto elevado notará que hay una clara frontera entre un aire más revuelto abajo y otro más claro arriba. No, no todo lo turbio de lo que está abajo son contaminantes, pero sin duda que ahí también están nuestras “partículas suspendidas”. Antes del mediodía esa frontera se disipa. La luz en el Valle de México comienza a cambiar. No es más agradable que la de un día claro de verano o la de un ventoso día de febrero, pero algunos así la prefieren. Más plateada en las mañanas, más amarillenta en las tardes, el horizonte es menos claro salvo cuando acaba de entrar un frente. Ya no encuentra la luz a su paso los densos follajes color verde intenso de los fresnos, los chopos y los zompantles, sino hojas amarillentas y deslucidas, a punto de caer. A veces creo que esto es lo que la hace una luz menos cómoda. Otoño, sobre todo hacia sus últimas semanas y en el arranque del invierno, es la temporada en la que escuchamos el crujir de las hojas secas cuando las pisamos o de los barrenderos cuando las barren con esas grandes escobas hechas de ramas.

En el Valle de México otoñal, en términos de lluvias y temperaturas, podemos tener un día bien parecido al típico de nuestro verano, seguido de uno típico de nuestro invierno. Los más sarcásticos dirán que esto puede ocurrir incluso dentro del mismo día. Yo digo que no. Que la expectativa de un día cuyas condiciones meteorológicas sean rígidamente estables es la de un clima distinto al que aquí vivimos. Las expectativas y memorias meteorológicas del chilango son de lo peor.

La Ciudad de México tiene la bendición de un clima estable que a veces creo que trae consigo su maldición. No solemos relacionarnos con un conocimiento, ni siquiera testimonial, sobre nuestro medio ambiente. Ante una permanente expectativa de normalidad, la relación de los capitalinos con su entorno llega a ser la de total indiferencia. Esta actitud tiene un primer nivel que es, desde luego, meramente anecdótico. Si llueve: nunca había llovido tanto. Si hace calor: nunca había hecho tanto calor. Si hace frío: cómo está haciendo frío este año, ¿no? Cuando aún dentro de las regularidades del clima local se presentan condiciones que incomodan la vida cotidiana, sus habitantes se fastidian tanto como su fastidio a su vez fastidia a quienes lo testifican desde climas menos cómodos. A veces creo que la desconexión de los capitalinos con su medio ambiente es tal que, cuando su expectativa no es la de unas condiciones meteorológicas inmutables en temperaturas agradables y ausencia de lluvias, sus nociones del clima están alimentadas por los prototipos de otros climas en el norte del planeta. Esperan que el verano sea caluroso y soleado y no la primavera que es cuando eso ocurre aquí. Esperan que el frío solo ocurra en invierno y se sorprenden cuando un frente frío hace helar el aire en octubre o que en enero podamos alcanzar los 26ºC un día soleado. “¡Ahí está el cambio climático!”, dicen creyendo encontrar las señales del Apocalipsis cuando, de observar con más detenimiento el entorno local, sabrían dónde sí encontrar estas señales y no en sus regularidades.

Muchos de los que logran trascender estas expectativas casi colonizadas del clima local, se quedan en un siguiente paso también incompleto. Dicen que en el Valle de México hay solo dos estaciones: la seca y la de lluvias. Casi monzónico, será. Y entonces nos hacemos bolas de cuándo deberían empezar esas lluvias y cuándo acabar. Para muchos efectos, esta simplificación es funcional y adecuada, solo me parece de una reducción utilitarista excesiva. No digamos que, en estas desconexiones, el gobierno saliente de la Ciudad de México tuvo la ocurrencia de introducir la existencia de una “temporada de contaminación”. En la Ciudad de México sí hay algo parecido a las cuatro estaciones. Conocerlas ayudaría, incluso, a entender cómo o por qué funciona tal cosa como una “temporada de contaminación”. Estas estaciones no están necesariamente marcadas por hitos solares, pero éstos pueden servir de referencia. El calor primaveral y sus fantásticas floraciones suele comenzar poco a poco hasta más de un mes antes del equinoccio. Las lluvias del verano suelen comenzar, dependiendo el año, un mes antes del solsticio. La intensidad de las lluvias y las temperaturas comienzan a bajar ya bien pasado el equinoccio de septiembre. Dependiendo las especies, los árboles suelen tirar sus hojas hacia el final del otoño y algunos ya en invierno, pero los fresnos suelen mostrar los retoños de sus hojas nuevas desde enero. Y todo eso si no hay Niño y si lo hay, a ver qué tanto y en qué afecta y…

En general, en los entornos urbanos creamos paraísos artificiales —imperfectos y, sobre todo, desiguales— de estabilidad del tiempo que conducen a una desencantamiento del clima. Los cambios extremos son los que activan el uso de unas u otras tecnologías y dispositivos y esto contribuye a un mayor conocimiento personal y testimonial del clima local. Como en el Valle de México los cambios no son extremos, el resultado parece ser de un desencantamiento total. Son las vulnerabilidades las que cachetean a los urbanitas y nos hacen volver a mirar la fragilidad de nuestros paraísos. Es entonces que vienen bizantinas exposiciones y mitologías del fenómeno ambiental en curso. Es así que nos dejamos sorprender que con el par de inundaciones desastrosas anuales todavía resulte sencillo a las autoridades recurrir a la idea de unas “lluvias atípicas”.

En todo caso, estoy convencido de que la educación en las características del entorno medioambiental, bien acompañada del desarrollo de una sensibilidad despierta a comprender, disfrutar y observar los ciclos que ocurren al margen de lo urbano pero dentro de la ciudad, contribuiría muchísimo a una mejor y más profunda discusión pública sobre las grandes infraestructuras que le añadimos a nuestro entorno. El reto clásico de la vida urbana persiste: mantener el encanto con lo que nos trasciende.

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