Resultados de búsqueda para la etiqueta [Marc Auge ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 25 Jul 2023 14:07:28 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Marc Augé (1935-2023) https://arquine.com/marc-auge-1935-2023/ Tue, 25 Jul 2023 14:07:28 +0000 https://arquine.com/?p=80991 “Hay gente que no soportaría vivir sin tener su cita diaria con el noticiero o con el reportaje del sábado. Esta relación estructura el tiempo” Marc Augé Originario de Poitiers, parte central de Francia, el antropólogo y etnólogo francés Marc Augé, Doctor en Letras y Ciencias Humanas, tuvo una larga trayectoria académica y como autor […]

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“Hay gente que no soportaría vivir sin tener su cita diaria con el noticiero o con el reportaje del sábado. Esta relación estructura el tiempo”

Marc Augé

Originario de Poitiers, parte central de Francia, el antropólogo y etnólogo francés Marc Augé, Doctor en Letras y Ciencias Humanas, tuvo una larga trayectoria académica y como autor de diversos libros y conceptos que tocaron las mentes de varios arquitectos o estudiosos del espacio.

Fue docente y director (1985-1995) en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, además de ser responsable de diferentes investigaciones. Su atinada perspectiva sobre la vida moderna lo llevó a escribir múltiples publicaciones donde expresaba una mirada peculiar de la vida cotidiana y la modernidad. Sus textos sobre la identidad,  la felicidad, la sobremodernidad nos hablaban de la relación humana con los lugares cotidianos y la presencia de la tecnología, la importancia de la información y la materia.

Marc Augé también acuñó el afamado concepto “no lugar” para referirse a los lugares de tránsito, donde los individuos no ejercen el suficiente arraigo para ser consideraros un lugar. Estos “no lugares” son espacios que pueden ser históricos o vitales para la vida contemporánea, puede ser un aeropuerto, una carretera, el centro comercial, etc. Un espacio que no aporta identidad y su comunicación es sumamente artificial.

Marc Augé falleció el 24 de julio de 2023 a los 87 años.

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Pantitlán: las puertas de la ciudad https://arquine.com/pantitlan-las-puertas-de-la-ciudad/ Mon, 19 Jun 2023 14:57:43 +0000 https://arquine.com/?p=79787 Si el Metro Pantitlán es uno de los nodos más convulsos del transporte público es porque se trata de una frontera que delimita al oriente no sólo con una zona central de la ciudad, sino con toda la ciudad. El Metro Pantitlán es una puerta de la ciudad.

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Pensar en las puertas de la ciudad es casi un sinónimo de imaginarse un monumento. El umbral que anuncia que ya te encuentras en la capital de un país tendría que lucir como un arco hecho de mármol. O bien, podría tratarse de una plaza: por ejemplo, al Zócalo llegan todas las protestas, desde el movimiento de la Revolución mexicana hasta los padres de los 43 desaparecidos en Ayotzinapa, porque es en la ciudad y en su plaza principal donde la historia del país tiene sus momentos definitivos. Pero considero que las puertas de la ciudad se encuentran mucho más alejadas de aquella planicie política. Si elaboramos una búsqueda en Google con las palabras “Metro Pantitlán”, la sección de imágenes del buscador arrojan el caos puro: un hacinamiento que desborda el espacio del andén y se apropia de las escaleras, de la estación, de la ciudad. Para el imaginario de las zonas centrales de la capital de México, Pantitlán es una zona de guerra, un colapso perpetuo: una serie de noticias que confirman lo que las periferias viven no por fallas infraestructurales, sino por el simple hecho de no encontrarse en el centro. Bien se podría jugar con la idea sobre lo civilizado y lo salvaje del Colonialismo, a la cual hasta podría delatar la simple ubicación del Metro Pantitlán: así como una buena parte del mundo fue un Oriente que fue representado en las cartografías como un sitio de criaturas mitológicas, el Oriente inasible y exótico de la ciudad es esa estación del metro, ahí donde el mármol y el nacionalismo se diluyen en una multitud que simplemente busca llegar desesperadamente a un destino; donde la ciudad no es una postal turística. 

Sin embargo, el caos existente de Pantitlán y de todas las líneas que convergen en ese punto neurálgico del Sistema de Transporte Colectivo, podría tener otra lectura. Si el Metro Pantitlán es uno de los nodos más convulsos del transporte público es porque se trata de una frontera que delimita al oriente no sólo con una zona central de la ciudad, sino con toda la ciudad. El Metro Pantitlán es un umbral entre aquella casa en la que sólo se pernocta y el espacio de trabajo en el que se llevan a cabo algunas funciones fundamentales de la vida, como comer y relacionarse con los otros. Lo que puede servir para plantear una duda: ¿dónde se encuentra realmente la ciudad? En toda la ciudad hay edificios de oficinas y de vivienda, pero, en un lado de la frontera, se encuentra un importante índice de la fuerza laboral. Tal vez, la distinción entre centro y periferia quede completamente inhabilitada por ese hecho. Acá están los monumentos, allá la otra mitad de la ciudad. Y pareciera que en esos transbordos entre Pantitlán y el norte, poniente y sur de la ciudad, se está entregando un pasaporte que nos lleva sólo a poder tener un trabajo que únicamente dará a cambio los recursos para sostener una vida que implica enfrentarse, diariamente, al exceso de una infraestructura fallida.

En la década de los 90, el antropólogo Marc Augé propuso la descripción de los “no-lugares”, espacios cuya naturaleza transitoria no podía activar significantes históricos o que pudieran tener el peso simbólico para la vida colectiva. Los aeropuertos y las autopistas ejemplifican la propuesta. Pero Augé suma a estos espacios al metro. Para el autor, las posibilidades de que un sitio como el metro signifique algo es porque los usuarios colocan sus propias historias en los andenes, vagones y transbordos. En el caso de Pantitlán, resulta un mero afrancesamiento  (una afectación estilística, vaya) hablar de los “no-lugares”. Sería más preciso seguir utilizando la figura de las puertas de la ciudad cuya condición fronteriza trae consigo historias subjetivas  , sí, pero que están estructuradas por el desgaste. Como dice Victor Burguin, la ciudad es una promesa que, como tosas las promesas, no siempre se cumplen. Todos los que atraviesan esa frontera tienen como único propósito llegar puntuales a sus destinos, pero son tantos que se vuelve imposible tan siquiera una mera cortesía como la puntualidad. Asimismo, factores ineludibles como las lluvias temporales de la capital mexicana resquebrajan toda posibilidad de que un transporte funcione como tal. Por eso mismo, quienes atraviesan esas puertas se vuelven habilidosos para ingresar a la ciudad. He visto a personas completamente confundidas por los códigos de color que orientan a los usuarios que transbordan ahí para dirigirlos a la línea del metro que necesiten utilizar. Y sé de quienes no sabrían qué hacer si los desalojan de los andenes para iniciar por cuenta propia el camino a casa. 

Pero ninguno de estos ciudadanos que debe encontrarse a las puertas de la ciudad, incluso antes de que amanezca, es un aventurero que conoce los caminos secretos de los mapas de las tierras perdidas. Aquí es donde las metáforas son, más bien, un eufemismo minúsculo. La distinción entre centro y periferia sigue funcionando porque se ha reforzado que deben existir esas diferencias. Las puertas de la ciudad no son un hito triunfal, ni ese sitio liminal que incluso es un “no-sitio”. Se tratan de un nodo con ramificaciones cada vez más agrietadas o inutilizadas. Y mientras los responsables se presentan para el cargo de la presidencia ya de todo un país, aquellos ciudadanos son expulsados de un servicio público para encontrar sus propios caminos. 

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Los no lugares https://arquine.com/los-no-lugares/ Wed, 02 Sep 2015 13:09:58 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/los-no-lugares/ Hoy, cambiar la vida es cambiar la ciudad — Marc Augé

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Hoy, cambiar la vida es cambiar la ciudad. Eso escribió Marc Augé en su Elogio de la bicicleta. Auge, que nació en Poitiers, Francia, el 2 de septiembre de 1935, decidió en algún momento dirigir su mirada de etnógrafo no a culturas lejanas en el espacio o en el tiempo, sino enfocarse en lo que tenía más cerca y le resultaba cotidiano. Etnografía de lo cercano, le llaman. Augé reflexiona sobre la ambigua posición del etnógrafo o del antropólogo que emprende esa tarea. Si uno de los obstáculos de la antropología tradicional es superar el hecho de ver desde afuera lo que sucede adentro, la etnografía de lo cercano se enfrenta con el resto inverso: debe ver lo de adentro como si estuviera afuera. Así, en su elogio a la bicicleta, esa cercanía se vuelve íntima: nadie puede hacer el elogio de la bicicleta, dice, sin hablar de sí mismo, pues “la bici forma parte de la historia de cada uno de nosotros.” Para los franceses, como Augé, está el Tour de France con sus héroes y sus conquistas, pero luego viene, dice, nuestro lado de esas historias.

El primer pedaleo constituye la adquisición de una nueva autonomía, es la escapada, la libertad palpable, el movimiento en la punta de los dedos del pie, cuando la máquina responde al deseo del cuerpo e incluso se le adelanta. En unos pocos segundos el horizonte limitado se libera, el paisajes se mueve. Estoy en otra parte, soy otro y sin embargo soy más yo mismo que nunca; soy ese nuevo yo que descubro.

Las cosas cercanas tienen para nosotros sentidos que dependen de una serie de vivencias nunca del todo personales: la mitología de la bicicleta de la que habla Augé, por ejemplo, antecede a aquella caída cuando mi abuelo me enseñaba a andar en bici dejándome libre en una pendiente que me parecía mortal y hoy resulta ridícula. Pero esas cosas, una vez usadas, vividas, desencadenan inevitablemente esa serie de recuerdos, unos personales y otros compartidos —híbridos siempre, que no hay de otros. La bici es como la magdalena de Proust sin el aroma. Y lo mismo que la bici cada cosa cercana. El metro, por ejemplo. En su libro Un etnólogo en el metro, escribe:

Es ciertamente un privilegio parisiense poder utilizar el plano del metro como un ayuda-memoria, como un desencadenador de recuerdos, espejo de bolsillo en el cual van a reflejarse y a agolparse en un instante las alondras del pasado. Pero semejante convocatoria no siempre es tan deliberada /lujo de intelectual que tiene más tiempo libre que los demás—: basta a veces el azar de un itinerario (de un nombre, de una sensación) para que el viajero distraído descubra repentinamente que su geología interior y la geografía subterránea de la capital se encuentran en ciertos puntos, descubrimiento fulgurante de una coincidencia capaz de desencadenar pequeños sismos íntimos en los sedimentos de la memoria.

Los lugares también son como esas cosas. Los leemos a partir de una mezcla entre la carga cultural y la carga afectiva que tienen, sin poder separar con precisión donde empieza una y termina la otra. Al hablar del lugar antropológico, Augé dice que tiene al menos tres rasgos comunes: construye una identidad, establece relaciones al interior y hacia afuera y, finalmente, es parte de una historia, más que de la Historia. Así como no olvidamos como andar en bicicleta o nos encontramos con nuestros recuerdos en los trayectos mil veces recorridos en el subterráneo, los lugares nos ofrecen posibilidades para que los recordemos entrelazados a nuestros recuerdos. Eso al menos el lugar que califica como antropológico. Puestos así pareciera que los lugares siempre vienen del pasado. Pero los lugares en la modernidad, le suman a aquellos una capa o varias que, dice Augé, no borran las anteriores sino las ponen en segundo plano. Los lugares de la sobremodernidad, como le llama Augé a la época que vivimos, son en cambio, digamos, antiaderentes; son, pues, no lugares. Son la versión pública de esa nueva arquitectura de acero y de vidrio donde es imposible dejar una huella, como Walter Benjamin caracterizaba a la arquitectura moderna —de hecho, sin intención negativa: el habitar burgués, que definía como “seguir las huellas fundadas por la costumbre,” podía convertirse en una condena la repetición indefinida de lo mismo. Pero en los no lugares, la capa que se sobrepone a las preexistentes no las mantiene: las oculta bajo una capa de información pura: entrada, salida, prohibido el acceso. Si los lugares pueden contarse, pues son parte de narrativas diversas, a veces divergentes, los no lugares sólo se miden: metros cuadrados, flujos, kilómetros recorridos o faltantes; también inversión y recuperación. Espacios del anonimato, es el subtítulo del libro que Augé les dedica. Los ejemplifica como espacios de paso, de puro tránsito: aeropuertos, estaciones de trenes, centrales de transferencia. Y también las autopistas que hacen del territorio un lugar de paso. Su lógica, aunque avasalladora, tampoco es absoluta:

En la realidad concreta del mundo de hoy, los lugares y los espacios, los lugares y los no lugares se interpenetran. La posibilidad del no lugar no está nunca ausente de cualquier lugar que sea. El retorno al lugar es el recurso de aquel que frecuenta los no lugares.

Lugares y no lugares se oponen, pero más allá —o más acá— del bien y del mal. No son unos buenos por naturaleza y otros lo contrario. Su relación es compleja y por momentos parece que, en la serie lugar antropológico, lugar moderno, no lugar sobremoderno, son los lugares de la modernidad los que, por algún momento, lograron articular esa diferencia entre lo local y lo genérico, lo individual y la masa, lo estable y lo efímero —de nuevo Baudelaire. Aunque, quién sabe, acaso sea otro caso de nostalgia por la modernidad y sus promesas aun por cumplir.

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De los lugares al espacio https://arquine.com/de-los-lugares-al-espacio/ Tue, 26 May 2015 15:36:37 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/de-los-lugares-al-espacio/ "El espacio espacia. Espaciar significa: desbrozar, despejar, dejar un campo libre, abrir. En la medida de que el espacio espacia, libera al campo libre con el que ofrece la posibilidad del entorno, de lo próximo y de lo lejano, de las direcciones y de las fronteras, la posibilidad de las distancias y de las dimensiones" —Martin Heidegger.

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Si Descartes concibe al espacio como pura extensión —tres ejes que se prolongan al infinito en tres direcciones y gracias a los cuales podemos localizar cualquier objeto físico—, para Heidegger el espacio es abstracción. El espacio, dice, es abstracto en el sentido literal de la palabra: se ha sacado de nuestra experiencia de los lugares. Y los lugares son otra cosa que el espacio.

Marc Auge lo explica al hablar no tanto de su contrario sino de su ausencia: los no-lugares. Los lugares —siempre en plural a diferencia del espacio, que es uno y absoluto— son aquellas porciones de la Tierra que podemos entender y, sobre todo, leer, aunque a veces lo que leamos son las marcas que van dejando en nosotros. El lugar es donde resido, a donde pertenezco, de donde soy, me identifica. Es, también, desde donde vengo y desde donde actúo: me permite relacionarme con otros lugares, con el más allá: el afuera. El lugar es, por último, lo que cuento: lo que cuento del lugar pero también lo que cuento de mí en relación a ese lugar, que es lo que cuenta. Identidad, relación, historia, son las tres características del lugar según Auge.

La idea de Auge, que es la del etnógrafo, coincide en parte con la de Heidegger, el filósofo. Pero para ninguno de los dos el lugar es algo que preexista, que simplemente ya esté ahí. Esa es una de las confusiones de quienes han supuesto una batalla entre el lugar y el espacio o, más bien, entre una arquitectura del lugar: local y, por tanto, siempre dependiente de la tradición, y otra global, que rompe con la tradición y viene siempre de otro lugar o peor, de ningun lugar: el estilo internacional es como las empresas transnacionales que llegan desde ninguna parte a apropiarse de lo que no puede pertenecerles.

Los lugares, aunque distintos al espacio, también son una construcción. De nuevo y más un tanto de mayor precisión: los lugares son construcciones concretas de las que sacamos el espacio abstracto. Con su ejemplo del puente Heidegger insiste: “no es el puente el que primero viene a estar en un lugar, sino que por el puente mismo, y sólo por él, surge un lugar.” Y de los lugares, de nuestra experiencia de eso que se construye, sacamos la idea, el concepto de espacio.

Si podemos sacar al espacio de los lugares, de nuestra experiencia de los lugares, es porque de alguna manera los lugares ya tienen espacio, es decir: no son opuestos sino complejos (sí: no complementos, sino complejos, como un complejo militar o el complejo de Edipo, algo de lo que es más difícil dar su fórmula exacta, sus medidas, sus reglas de composición y que va más allá —y está más acá— de una dialéctica de opuestos que se complementan).

En una conferencia que dictó el 3 de octubre de 1964, en la inauguración de una exposición del escultor Bernhard Heiliger en una galería de Saint Gall —la ciudad en la que estuvo el monasterio benedictino del que se dibujó, en el siglo IX, el único documento parecido a un plano que ha llegado hasta nuestra época de la edad media, más un diagrama de operaciones, una organización de espacios que a una designación o descripción de lugares—, Heidegger respondió a la filosóficamente complicada pregunta sobre lo que el espacio es en tanto espacio diciendo que “el espacio espacia. Espaciar significa: desbrozar, despejar, dejar un campo libre, abrir. En la medida de que el espacio espacia —sigue Heidegger—, libera al campo libre con el que ofrece la posibilidad del entorno, de lo próximo y de lo lejano, de las direcciones y de las fronteras, la posibilidad de las distancias y de las dimensiones.”

Y aunque traduzco de una traducción al francés del alemán de Heidegger, podemos oír en desbrozar la raíz de dibujo: «del antiguo francés, deboisser: desbrozar, limpiar.» Dibujar siempre será, también, borrar, hacer espacio para los lugares aunque, al final, los lugares, concretos, sean la matriz del espacio, abstracto.

Por cierto, Martin Heidegger nació el 26 de septiembre de 1889 y murió el 26 de mayo de 1976.

 

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