Resultados de búsqueda para la etiqueta [Mam ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 10 May 2024 14:43:00 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 ¿Cómo vivir, oh, corazón robado? O sálvame del olvido en el que ya me abandonaste https://arquine.com/como-vivir-oh-corazon-robado-o-salvame-del-olvido-en-el-que-ya-me-abandonaste/ Fri, 10 May 2024 14:43:00 +0000 https://arquine.com/?p=89964 Es obvio que yo no lo conocí, así que esto podría entenderse como una fábula sin sentido. Probablemente lo sea. Pero podría asegurar que Abraham Ángel (1905–1924) fue un hombre triste. No hay manera de pintar como él lo hizo sin sentir (o saber sentir) una tristeza profunda. Probablemente deprimido por la soledad que ocupaba […]

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Es obvio que yo no lo conocí, así que esto podría entenderse como una fábula sin sentido. Probablemente lo sea. Pero podría asegurar que Abraham Ángel (1905–1924) fue un hombre triste. No hay manera de pintar como él lo hizo sin sentir (o saber sentir) una tristeza profunda. Probablemente deprimido por la soledad que ocupaba todo el espacio, se suicidó a los 19 años inyectándose en el muslo derecho un gramo de cocaína, y así abandonó este mundo al que nunca llegó a pertenecer. Porque Abraham Ángel fue un hombre, o un niño, que existió en la más absoluta soledad. Que se sintió abandonado toda su vida. Por su padre, primero. Por su hermano, después. Por su amor, finalmente. A su edad no sabía cómo se sentía ser amado por nadie. Y probablemente esa sea la cosa más triste del mundo. 

“Eres el mejor pintor de México”, le dijo mil veces el maestro, genio pintor y casi profeta Manuel Rodríguez Lozano, que fue su amante aun teniendo 10 años más que el jovencito. Rodríguez Lozano sabía de pintura y hablaba con la verdad, la suya al menos, pero les decía lo mismo a otros amantes y discípulos, que quizás no lo cansaban tanto, no lo atormentaban con exigencias de cariño. O simplemente no lo aburrían. Hasta al amor lo puede alcanzar el tedio. Y quizás (digo quizás, aunque en esta fábula, podría asegurarlo) el no sentirse único a los ojos de su amor apresuró una decisión que estaba destinada a suceder desde que Abraham sufrió el primer abandono siendo apenas un niño. 

Abraham Ángel fue, en definitiva, un hombre triste que perdió la batalla con la vida. Tras su muerte, Rodríguez Lozano se convirtió en guarda absoluto de la cortísima obra del joven artista. La expuso con otros contemporáneos de miradas complejas y pinceladas duras y escribió sobre ella hermosas palabras y elegías, teorizando sobre la existencia de una profunda intelectualidad en esas obras, en apariencia simples, que Ángel pintaba. 

La sencillez de su lenguaje me parece abrumadora. Con una línea negra muy marcada y tonos ocres, azules profundos, matices de verdes, amarillos caprichosos, que se repiten en cada pieza, Abraham consiguió representar un México que ya era claramente moderno. Tanto como su pensamiento, influenciado por un Rodríguez Lozano, con quien convivió la mayor parte del tiempo en que creó arte. Obviamente el México que Ángel pintaba era sólo suyo. Le interesaba la unicidad del paisaje, de las culturas indígenas, de la identidad moderna, del ser mexicano. Hay muchos retratos en su corta producción. Pero no son sólo retratos, son también paisajes y naturalezas muertas y son cuentos que esperan en silencio a ser contados. En cada escena pasan cosas que no se dicen, que son secretos que cada espectador revisa y comprende desde su experiencia vital. Porque, al final, ¿qué otra cosa es el arte? Y en cada una de las piezas, sean grandes, medianas o chicas, hay un perceptible halo de tristeza —pero que intenta esconderse detrás de los ropajes, las joyas, los peinados y sombreros modernos—. ¿O son ideas mías? Detrás de una media sonrisa o una postura altiva está la mirada melancólica del joven artista y sus ganas de pertenecer. 

Paisaje (La mulita) (1923) fue la primera pintura de Abraham que yo conocí cuando estaba escribiendo un ensayo académico sobre Los Contemporáneos —grupo con el que Ángel compartió una esencia teórica innegable—. Descubrí esta obra en una esquina silenciosa y oscura, bellísima. Creo haberla visto otras veces en textos, notas de prensa de la época, algún libro moderno. Pero hace un par de semanas por fin me detuve frente a ella sin prisas. Y qué viaje detenerse en esa esquina de barrio. Con sus paredes descarnadas y sus árboles y el pequeño vitral amarillo y la cúpula de la iglesia entre montañas. Tan magnética como sospechaba, me entristeció verla y sentir su silencio inevitable. Comprobé que, en efecto, Abraham Ángel tuvo que haber sido un hombre triste. Quizás podría profundizar mucho más y hacer un análisis complejo de la pieza, pero no me interesa en demasía, porque creo que no existe análisis más acertado que la evocación pictórica de la tristeza. Ya sé, tengo carencia absoluta de originalidad. 

Paisaje y otras piezas pueden visitarse en la muestra Abraham Ángel: entre el asombro y la seducción en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. La exposición, hecha en colaboración con el Museo de Arte de Dallas, no parece tener otra pretensión que acortar la distancia entre Ángel y el país que lo vio nacer, y en donde es una figura prácticamente desconocida más allá del matiz escandaloso que marcó su existencia. De esas paredes cuelgan casi todas las piezas de quien produjo apenas 24 obras y algunas otras de sus contemporáneos que, la verdad, aunque bellísimas, para mí son prescindibles en esta muestra, pues Abraham Ángel no necesitaría contextos, ni visiones de otros sobre él: su obra grita verdades grandiosas que se evidenciarían en la relación de sus piezas entre ellas, sin necesidad de comparaciones con otras de la época, aunque estas haya sido pintadas por seres grandiosos que compartieron con él ideas, pinturas, cuerpo y mucho más. 

Hay una referencia constante entre los que han escrito sobre Abraham Ángel, que lo comparan de manera inevitable con Arthur Rimbaud (18541891), ese poeta “maldito” cuya vida quedó marcada por la convulsión del amor romántico y que escribió su último libro, Iluminaciones, con apenas 20 años (vivió hasta los 37). No soy una gran conocedora de la obra del poeta francés, pero me gusta pensar que Arthur y Ángel, más allá de la tragedia que marcó las vidas de ambos, compartieron la intensidad de vivir una vida para la que quizá nunca estuvieron destinados. 

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Nacer en una isla es entender el color azul https://arquine.com/nacer-en-una-isla-es-entender-el-color-azul/ Wed, 23 Aug 2023 16:29:38 +0000 https://arquine.com/?p=82168 La complejidad de las pinturas de Joy Laville está precisamente en lo que quieren decir y no dicen. En el Museo de Arte Moderno en la Ciudad de México se exhibe ahora una muestra íntima, que no pequeña, conformada por una bellísima selección de sus pinturas, una oportunidad para redescubrir su obra.

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Azul turquesa y lila. Líneas marcadas. Miro arriba y veo el avión pequeñísimo que sobrevuela la superficie. Una persona sentada en una silla a la orilla del mar. Silencio. Una mujer de pie con un vestido azul. Una silla de tonos rosas. En la esquina, los juncos. ¿Una pared o el mar? Mis ojos siempre ven el mar. Donde haya azul, hay mar. No consigo despegar la vista del cuadro. Hay algo magnético en las figuras que lo conforman. Los cuerpos sinuosos son rosas, morados y verdes; el ambiente es azul, amarillo, naranja y el mar es azul cobalto. Otra vez: ¿es el mar? ¿O es acaso una montaña? ¿O es un campo estéril? ¿Dónde están las flores de ese campo?

Hace un par de semanas fui a la exposición Joy Laville. El silencio y la eternidad en el Museo de Arte Moderno en la Ciudad de México. Una muestra íntima, que no pequeña, conformada por una bellísima selección de piezas de diversos tamaños y momentos. Hay pinturas, esculturas, cerámicas y dibujos de una artista que merecería más estudios, más espacios, más palabras y hasta un bolero, si me preguntan a mí. Joy Laville nació en una isla. Y encontró en México, una casa y un amor. Y no me refiero a Jorge Ibargüengoitia —que también—, sino a la pintura, que por azares del destino caprichoso fue su amor más largo y duradero. Llegó a estas tierras en 1956 y nunca más se fue. Se hizo artista en San Miguel de Allende. Ella misma lo decía: yo soy una pintora mexicana. Hasta sus últimos años de vida pintó en un estudio desordenado ubicado en su casa cerca de Cuernavaca. La rodeaban sus cuadros y su deliciosa cotidianidad. Su tequila de la tarde y su perra. Y el recuerdo de Jorge, arrebatado demasiado pronto. Ese la acompañó toda la vida.

Se ha escrito mucho sobre la tradición pictórica en México. Sobre la Escuela Mexicana de Pintura, el nacionalismo y la manera correcta de ser una ‘pintora mexicana’. Existen cientos de palabras escritas sobre mujeres artistas que sin haber nacido en estas tierras dejan vislumbrar la nación mexicana a través de sus obras. Y luego están las otras, las que rompieron con la tradición pictórica pero se levantaron como 
​​“pintoras mexicanas” por derecho. A Laville la han querido incluir en este segundo grupo. En una “ruptura clara con la tradición”; de manera inconsciente, dicen algunos. Y yo me pregunto: ¿cuál ruptura?, si Laville nunca quiso romper con nada. ¿Cuál inconsciencia?, si no hay nada casual en las pinturas de Joy. Las obras de Laville son paisajes y son retratos y son naturalezas muertas. Y todo en ellas está perfectamente calculado, como en una novela de Victor Hugo. No hay cabos sueltos.

Cada objeto —personaje, color, línea, espacio— está colocado en su sitio, que no es cualquier sitio. Por eso demoraba meses en terminar un cuadro. En su cabeza ordenaba la escena con exactitud matemática. Pintaba, repintaba, tapaba, y volvía a pintar. Cíclicamente, con disciplina, hasta estar conforme. Yo lo veo como un ejercicio de intelecto, de lenguaje, de búsqueda. Sus obras pareciera que no cuentan nada complejo, como si diera igual la palmera, el libro o el sillón: y sus figuras humanas, todas parecidas, con rasgos inexpresivos. Pero nada más lejos de la realidad. La complejidad de las pinturas de Joy Laville está precisamente en lo que quieren decir y no dicen. Y en lo que se percibe cuando te detienes a mirarlas de verdad, a deconstruirlas. Son obras con lecturas eternas pues cuando logras salir de la primera capa descubres que no solo hay otras, sino que son infinitas.

Cada pieza de Laville cuenta historias cotidianas. Pero ella no pinta el momento específico en que estas suceden sino que prefiere los matices, por eso sus pinturas son calmadas, como si fueran pausas temporales. Son atmósferas, porque ella pinta lo que pasa después del momento. Lo que queda. El remanente de un acto de amor, de una pelea, de una despedida, de un abrazo, de una llamada, de un grito, de una muerte. Viendo las escenas no se puede decir con exactitud qué ha pasado, porque eso está apenas sugerido. Pero se siente la ausencia, el desasosiego, incluso la esperanza de que quien se ha ido, regrese. La belleza y complejidad de sus obras radica precisamente en su apariencia sencilla. En el no decir gratuito. En el abandonar a cada quien para que en soledad las descubra y las lea.

Su marido, escritor consagrado, la llamó pintora de la melancolía. Y es cierto, porque aunque dicen que fue una mujer alegre y de risa luminosa, Joy pareciera haber pintado desde la melancolía y el silencio. Esto también se percibe con claridad en sus esculturas, robustas y delicadas, soy consciente de la paradoja. Detenidas en el tiempo de ese algo que pasó y no quedó registrado. Ese algo que solo la artista sabe y que quizá no quiso compartirnos o no supo como. O quizás lo compartió de manera tan profunda que se nos escapa en su esencia.

Yo amo mucho las obras de Joy. Creo que me encuentro en ellas de múltiples maneras. En su obsesión por el color azul. En los cuerpos alejados de la perfección socialmente aceptada y normativa. En la soledad y en el mar que ella pintaba con obsesión. Quizá es porque yo también soy de una isla. Quizá es porque me gusta el tequila o porque, como ella, jamás he perdido mi acento. Pero me fascino en su obra. No consigo dejar de mirarla. Un florero blanco y un sillón verde con flores azules. En el techo, una lámpara. Azul turquesa. La mujer de la gargantilla mira al frente con las manos cruzadas. Lleva una falda de rayas y una blusa naranja. No sonríe. Yo también sonrío poco. Aunque no me pongo gargantillas.

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Fábrica Mexicana: diseño industrial contemporáneo https://arquine.com/fabrica-mexicana-diseno-industrial-contemporaneo/ Thu, 20 Oct 2011 04:46:10 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/fabrica-mexicana-diseno-industrial-contemporaneo/ “El contenido precede al diseño. Un diseño en ausencia de contenido es ornamentación” (Jeffrey Zeldman). Esta es una de las frases que se pueden leer en las paredes del Museo de Arte Moderno como parte de la exposición “Fábrica Mexicana: diseño industrial contemporáneo”.

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“El contenido precede al diseño. Un diseño en ausencia de contenido es ornamentación” (Jeffrey Zeldman). Esta es una de las frases que se pueden leer en las paredes del Museo de Arte Moderno como parte de la exposición “Fábrica Mexicana: diseño industrial contemporáneo”. La muestra, inaugurada el 13 de octubre y hasta febrero del próximo año, reúne el trabajo de distintos despachos y diseñadores con la intención de dar a conocer un amplio panorama de los creadores contemporáneos en México.

El equipo curatorial, conformado por Graciela Kasep del MAM y Marco Coello de Design Week, presenta 125 objetos entre cerámicas, lámparas, vehículos, textiles, mobiliario urbano, muebles y propuestas derivadas de líneas de investigación, con base en un conjunto de múltiples visiones sobre los modelos disponibles e imaginarios del hábitat.

El recorrido museográfico abarca desde un acercamiento utilitario y racional de los objetos en los que la función es el eje principal de la configuración estética; hasta piezas con motivos, formas y colores de la iconografía y la tradición mexicana que se acercan mucho al arte objeto, incluyendo propuestas derivadas de la investigación cuyo objetivo es la incorporación tecnológica y el acercamiento creativo a la resolución de problemáticas sociales y medio ambientales.

Las diversas lecturas y aproximaciones al diseño presentadas en la exhibición cuestionan los modelos productivos en serie y artesanales, los tabúes, los imposibles y lo establecido. Se trata de una reflexión para entender al diseño como herramienta para imaginar escenarios distintos, más allá de ser objetos puramente estéticos, sino con una connotación histórica, cultural, filosófica y ética.

Los diseñadores son coleccionistas de conceptos, los acumulan en su imaginario para extraerlos y combinarlos al crear su obra. Los objetos que comprenden esta fábrica mexicana ejemplifican justamente esto, los contenidos de nuestro colectivo inconsciente plasmados en un inventario de objetos contemporáneos mexicanos.

La Fábrica Mexicana de diseño industrial contemporáneo exhibe trabajos de Emiliano Godoy, Mastretta, Ariel Rojo, Bamboocycles, Fernanda Canales, NEKO, PIRWI, Eduardo Harari, Jorge Diego Etienne, Carlos Acosta, Estefanía Carreto, Alejandro Castro, Ely de Ross, Ezequiel Farca, Andrea Flores, Héctor Galván, Diego Mier y Terán, Jose de la O, Ian Ortega, Martha Ruiz, Estefanía Ortega, Suhab, Karla Sotres, Christian Vivanco, BMX y Alejandra Pimentel.

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