Resultados de búsqueda para la etiqueta [Luis Zambrano ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:36:19 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Xochimilco en el siglo XXI https://arquine.com/xochimilco-en-el-siglo-xxi/ Fri, 07 Jan 2022 15:05:05 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/xochimilco-en-el-siglo-xxi/ Una de las afirmaciones del libro "Xochimilco en el siglo XXI" (Turner, 2021), de Luis Zambrano y Rubén Rojas, es que "la ciudad no puede vivir sin Xochimilco y no lo ha podido hacer desde su fundación. Esta simbiosis de aproximadamente dos mil años, que ha sido altamente benéfica, sólo se ha roto en las últimas décadas. La ruptura es reciente, pero ha sido tan grande que está poniendo en peligro tanto a Xochimilco como a la ciudad misma."

El cargo Xochimilco en el siglo XXI apareció primero en Arquine.

]]>

Una de las afirmaciones con las que inicia el libro Xochimilco en el siglo XXI (Turner, 2021), de Luis Zambrano y Rubén Rojas, es que los habitantes de la ciudad vivimos en un lago. Este hecho es popularmente conocido, pero desde hace tiempo la ciudad se planea sin tomar en cuenta sus implicaciones. “Sobre el sedimento del lecho lacustre hemos instalado concreto, casas, edificios y calles”, dicen los autores. “[Hemos] modificado su dinámica hidráulica con tajos, bordos y calzadas; cambiado su diversidad, lo que ha ocasionado la aniquilación de algunas especies y el desplazamiento de otras; importado algunas nuevas y cultivado las que nos son útiles”. Las consecuencias de esta actividad han modificado otros aspectos que forman parte del tejido urbano, como el olor, la humedad y la calidad del aire y, sobre todo, la relación que los capitalinos mantienen con sus propios ecosistemas naturales. Son prácticas culturales las que han modificado a la naturaleza urbana. Si antes de la colonia, los habitantes de Xochimilco basaban su economía en la agricultura hídrica, los procesos de modernización vieron en el agua un elemento que debía ser entubado y utilizado meramente como drenaje. Los autores mencionan que “la urgencia y los nuevos modelos de desarrollo impulsaron a ganarle terreno a la naturaleza, así que se colocó una capa de asfalto por encima de casi [todas] las corrientes de agua para darle espacio a los automóviles”, concluyendo que “las avenidas que cubren estas corrientes siguen teniendo sus nombres originales, como ocurre con los ríos San Joaquín, Consulado, Churubusco, Mixcoac y La Piedad”. 

Xochimilco es una de las zonas más afectadas por una lógica que dicta que modernizar es sinónimo de desecar. Pero la forma en la que Zambrano y Rojas se aproximan a este hito urbano es una que no separa lo natural de lo orgánico, idea que se fundamenta en la misma historia del humedal. Xochimilco es una intervención artificial sobre el medioambiente: las chinampas (el método de agricultura mexica) son formaciones humanas. Paradójicamente, Xochimilco es una evidencia de cómo la ciudad puede aprovechar ecosistemas sin devastarlos, pero, si “la chinampería necesita primordialmente del agua y del sedimento para ser naturalmente fértil”, sucede que “con la política extractiva que prevaleció durante más de cincuenta años, las chinampas estuvieron a merced del desecamiento y la erosión”. El desarrollo moderno no sólo alteró a la ecología, sino también a la sociedad y a la economía. Los productores de Xochimilco abandonaron sus tierras para migrar hacia una vida urbana, comenzaron las disputas por la utilización del agua y de las tierras, y la Ciudad de México implementó iniciativas que transformaron al humedal en un mero recurso utilitario para la vida de quienes habitan las zonas más centrales de la ciudad, lo que mantiene casi intacto un intercambio tributario entre productores rurales y el centro.

Antes de proponer una serie de soluciones con las que se podría restaurar al ecosistema de Xochimilco, los autores reflexionan sobre los significados que la ecología tiene para los seres humanos. Es verdad que los ecosistemas pueden proveer de servicios, como sucede con las chinampas, que posibilitan la siembra de alimentos. También, mucha de la diversidad botánica de la zona captura la huella de carbono de manera orgánica, algo que la geoingeniería ha pensado mediante experimentos más complejos. Pero “quizá uno de los peores problemas sobre el concepto de servicios ecosistémicos es la visión utilitarista de un ecosistema. La palabra servicios sugiere una relación unidireccional de provisión de la naturaleza al ser humano”. Bajo esta perspectiva, “la naturaleza se vuelve un sirviente del humano, a la cual hay que maltratar mucho para que siga sirviendo bien” e, igualmente, se vuelve la “culpable de los desastres meteorológicos”. Los decretos de zonas protegidas, la reducción de peces exóticos, así como la transformación de las chinampas en refugio, la cual permitiría el incremento de especies endémicas y agua limpia, son algunos de los ejes que pueden dirigir las acciones para conservar un humedal con el que se podría obtener un futuro mucho más sostenible para la ciudad. Sin embargo, la acción más fundamental es la de resignificar las diferencias entre naturaleza y ciudad, tomando en cuenta los últimos avances de la ciencia, pero también las técnicas que no se encuentran legitimadas por los saberes institucionales. Para los autores, los seres humanos han sido los protagonistas de Xochimilco ya que, desde su formación, ha representado una posibilidad de que intervenir a la naturaleza puede hacerse de manera benéfica para una comunidad entera. En su momento, la colonización no fue de la mano del extractivismo, y esto es lo que Zambrano y Rojas piden revisar, ya que:

La ciudad no puede vivir sin Xochimilco y no lo ha podido hacer desde su fundación. Xochimilco, visto como un socioecosistema, no se puede concebir sin la interacción de los humanos a partir de sus canales de transporte y de chinampas productivas; sin ellas sería un lago más. Esta simbiosis de aproximadamente dos mil años, que ha sido altamente benéfica, sólo se ha roto en las últimas décadas. La ruptura es reciente, pero ha sido tan grande que está poniendo en peligro tanto a Xochimilco como a la ciudad misma.

El cargo Xochimilco en el siglo XXI apareció primero en Arquine.

]]>
Planeta (in)sostenible https://arquine.com/planeta-insostenible/ Mon, 12 Aug 2019 12:38:00 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/planeta-insostenible/ En su reciente libro, "Planeta (in)sostenible", Luis Zambrano explica la necesidad de cambiar el paradigma de pensamiento lineal que nos ha guiado los últimos tres siglos, por otro que atienda los sistemas complejos que regulan la ecología del mundo que habitamos.

El cargo Planeta (in)sostenible apareció primero en Arquine.

]]>
En 1965 Christopher Alexander publicó un breve texto titulado La ciudad no es un árbol. El ensayo inicia aclarando que el árbol del título no es un árbol verde con hojas sino “el nombre de una estructura abstracta” que contrastará “con otra estructura abstracta, más compleja, llamada semirretículo.” El árbol —que los filósofos llaman de Porfirio, por el filósofo del siglo III de nuestra era que lo estudió y determinó a partir de ideas de Aristóteles— es un conjunto de caminos que se bifurcan en disyunciones siempre excluyentes. En un semirretículo, en cambio, las relaciones no son disyuntivas —esto o lo otro— sino conjuntivas —esto y lo otro. Una naranja pertenece al conjunto de objetos esféricos, como una pelota de tenis, y al de elementos orgánicos, donde también están las zanahorias, que no son esféricas pero sí color naranja, y al de los frutos, donde no están las zanahorias ni las pelotas de tenis pero sí los aguacates, que no son ni esféricos ni de color naranja. Y la naranja también está en el conjunto de frutas que pintaron tanto Cezanne como Picasso, si pensamos a la manera de la enciclopedia china descrita por Borges.

Esquema de árbol, según Christopher Alexander.

 

Esquema de semirretículo, según Christopher Alexander.

 

El objetivo de Alexander era explicar que hay dos tipos de ciudades: las naturales, que crecen con el tiempo de manera más o menos espontánea, y las artificiales, planeadas de manera deliberada y de golpe. Venecia contra el Plan Voisin. Para Alexander las primeras ciudades, las naturales, se estructuran como semirretículos, mientras que las segundas son pensadas linealmente, como árboles. En las ciudades naturales las relaciones entre los distintos elementos son complejas y forman sistemas. Alexander pone de ejemplo de un sistema una farmacia en una esquina, el semáforo para cruzar la calle y un puesto de periódicos. Alguien sale de la farmacia con cambio en la mano, debe esperar para cruzar la calle, voltea al puesto de periódicos, lee un encabezado, le llama la atención y aprovecha las monedas que tiene en la mano. Todos esos elementos cooperan entre sí y forman un sistema que trabaja en conjunto. El urbanista que ve la ciudad como un árbol será incapaz de entenderlo.

La diferencia entre árboles y semirretículos no es sólo una cuestión de teoría de conjuntos sino de visiones del mundo. Más de tres siglos antes de que Alexander publicara su ensayo, Descartes publicó su Discurso del método, donde escribió que una de las primeras ideas en que se detuvo a pensar, encerrado en su habitación un invierno, fue que “no hay tanta perfección en las obras compuestas de varias piezas y hechas por las manos de diversos artesanos como en aquellas que uno solo ha trabajado.” Y sigue:

“Así, vemos que los edificios que un solo arquitecto emprende y termina acostumbran ser más bellos y estar mejor ordenados que aquellos que varios tuvieron la tarea de reacomodar, sirviéndose de viejas murallas que habían sido construidas para otros fines. Así esas antiguas ciudades que, no habiendo sido al inicio más que pequeñas poblaciones, se convirtieron con el paso del tiempo en grandes villas, están comúnmente mal compuestas, al precio de esas plazas regulares que un ingeniero traza en su fantasía en un plano, aun cuando, considerando sus edificios cada uno por su parte, encontremos muchas veces tanto o más arte en aquellos de las primeras, toda vez que al ver cómo están arreglados, aquí uno grande, allá uno pequeño, y como hacen que las calles sean curvas y desiguales, diríamos que es más la suerte que la voluntad de algunos hombres usando la razón lo que así los dispuso.”

Para Descartes, la disposición cartesiana de elementos iguale a intervalos regulares propuesta por Le Corbusier en su Plan Voisin resultaría, obviamente, superior a la variedad de edificios que bordean los enredados canales de Venecia. Esa preferencia por lo claro y lo distinto no sólo se fue imponiendo en las ciudades trazadas en la fantasía de un plano sino en la manera de concebir y tratar de solucionar los problemas urbanos, regionales y territoriales durante esos más de tres siglos. 

 

Todo lo anterior viene a cuento en relación al libro de Luis Zambrano Planeta (in)sostenible, recién publicado por la editorial Turner y el Instituto de Biología de la UNAM. Zambrano —biólogo y ecólogo, encargado de la Reserva ecológica del Pedregal de San Angel, entre otras cosas— inicia su libro afirmando que “la civilización occidental se ha establecido  a partir de grandes logros generados por la ciencia y la tecnología” y que “la mayoría de estos logros han ocurrido a partir de una visión lineal de la naturaleza. Esta visión —continúa— se basa en la disección de elementos de la naturaleza para entenderlos en partes y luego ensamblarlos de nuevo en todo el sistema.” Es el camino de Descartes. El problema con ese método lineal es que, pese a sus  grandes logros o en buena parte, quizá, precisamente gracias a ellos y sus efectos imprevistos, nos ha llevado no a una encrucijada ni a un camino sin salida sino en dirección a un abismo que para muchos se vislumbra ya demasiado cerca. Y uno de los problemas es que esos efectos negativos no sólo no fueron previstos sino que resultan imprevisibles. Desde hace tiempo, explica Zambrano, sabemos que no podemos ni predecir ni controlar todos los efectos que esa forma de actuar tiene sobre la naturaleza y, de paso, que no podemos considerarnos ajenos a esa naturaleza que afectamos. Por tanto, nos explica, hace falta pasar del pensamiento lineal dominante a uno sistémico que considere que el todo siempre es mayor y más complejo a la suma de las partes.

Entre los múltiples casos que utiliza Zambrano a lo largo de su exposición, muchos tienen, evidentemente, relación con la manera como ocupamos el territorio en general y las ciudades en particular. Por ejemplo Cancún y la manera como esa lógica de desarrollo lineal —y económico— terminó devastando el sitio que en un principio le dio sentido; o la suposición, económica pero nada ecológica, que talar un árbol y dejar espacio libre para una construcción se compensa sembrando dos árboles en otra parte, sin entender las relaciones complejas que generan un ecosistema; o la idea, derivada de ese pensamiento lineal y reductivo, que un coche totalmente eléctrico y autónomo elimina por completo los problemas causados por uno con motor de combustión interna, sin sopesar que de algún modo se deberá producir la energía para mover el auto y sin sopesar el absurdo de invertir esa energía en mover no sólo los 70 kilos que pesa el pasajero sino la tonelada del vehículo en que se transporta; o la sobre explotación de los acuíferos en la cuenca del valle de México, acompañada de inundaciones en época de lluvias, sequías cuando no llueve, y el enorme gasto en la construcción, operación y mantenimiento de la infraestructura que saca agua de la cuenca y trae agua potable de otras cuencas distantes. Zambrano también explica la diferencia entre lo que se entiende por sostenibilidad y resiliencia, y por qué esta última no implica necesariamente bienestar: “en una sociedad, una dictadura es resiliente y estable, pero no deseable, o un lago verde y contaminado también puede ser uno sistema muy estable, pero poco deseable.” Hablando de lagos, al explicar por qué algunas de las lagunas de Montebello, en Chiapas, han dejado de ser transparentes y sus aguas se han vuelto verdes y turbias, Zambrano aprovecha el ejemplo para dejar claro por qué la lógica lineal de la economía por goteo —el supuesto que enriquecer a los más ricos terminará beneficiando a los más pobres— funciona tan mal como algunos intentos para restablecer cierta estabilidad en un lago.

La relación entre consumo y producción de bienes y servicios —y también de territorio, de especies, de agua y de aire que sólo se conciben como bienes de consumo— debe entenderse no así, en singular y de manera lineal, sino en plural y como un sistema complejo. Cada vez parece que somos más conscientes de eso y, dice Zambrano, “no hay proyecto actual de infraestructura que no prometa que no sólo no afectará al ambiente, sino que lo beneficiará.” Pero al mismo tiempo, agrega, consumimos más energía:

“Aun con automóviles más eficientes; lavadoras de ropa que utilizan menos agua; regaderas con sistemas de ahorro de agua y calentadores que eficientizan la energía. Nada de eso ha logrado reducir nuestra huella ecológica. Esto se debe a que existe una dislocación entre la economía y nuestra huella ecológica. Hace unos lustros, los productos que consumíamos duraban más y la mayoría se producían de manera local. También estaban hechos de manera que podían repararse.”

La conclusión de Zambrano es la que anuncia desde la introducción a su libro: hay que cambiar de paradigma, pensar en sistemas complejos y en los efectos imprevisibles de las acciones que tomamos, incluso cuando se intenta mejorar la situación actual. Y eso, advierte, “es más complicado que sólo dejar de utilizar popotes.”

El cargo Planeta (in)sostenible apareció primero en Arquine.

]]>