Resultados de búsqueda para la etiqueta [libros y arquitectura ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 01 Mar 2024 17:38:36 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Un extravío nocturno por Dublín https://arquine.com/un-extravio-nocturno-por-dublin/ Fri, 01 Mar 2024 15:09:17 +0000 https://arquine.com/?p=88075 Propulsados por una lectura en grupo (y en pandemia) del 'Ulises' joyceano, dos argentinos (uno arquitecto y el otro traductor) se embarcaron en su Bloomsday particular.

El cargo Un extravío nocturno por Dublín apareció primero en Arquine.

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La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una estrecha relación con los libros: como receptáculos de su historia, sus teorías y hasta sus ficciones; pasado, presente y futuro que pueden apreciarse en las dimensiones y volúmenes de la mancha tipográfica. Presentamos ahora, como parte de la producción editorial de Arquine 106  – Libros, una lectura de Mientras Dublín dormía, el Bloomsday particular de dos argentinos, propulsado por la lectura (en grupo y en pandemia) del Ulises joyceano.

 

Un libro es, en sí mismo, un viaje. La portada y el título dan las primeras pistas; la sinopsis comienza a colocar algunas ideas en la mente. El resto es descubrimiento. La experiencia de envolverse en un nuevo libro implica visitar ciertas paradas conocidas para, después, adentrarse en lo desconocido.

Mientras Dublín dormía (Fruto de Dragón, Argentina, 2023) es un viaje a la capital irlandesa en las últimas horas del 16 de junio de 1904, al final del recorrido de Leopold Bloom y Stephen Dedalus, personajes principales del Ulises, de James Joyce. Los autores, Daniel Merro—arquitecto y escritor— y Hugo Savino —escritor y traductor—, encontraron en la literatura compartida en un taller de lectura el incentivo para hacer una relectura y traducción del recorrido en clave arquitectónica; primero, por medio del dibujo; y, después, del relato como en una bitácora de viaje: un repaso topográfico y simbólico del Dublín de principios del siglo XX.

“La ciudad es una para el que pasa sin entrar, y otra para el que está preso en ella y no sale; una es la ciudad a la que se llega por primera vez, otra la que se deja para no volver”, dice Italo Calvino en Las ciudades invisibles. [1] Cuando Joyce escribió Ulises, en el autoexilio, Dublín era para él ya un recuerdo. Y, no obstante, la describió de memoria para que sus protagonistas, Leopold y Stephen, la recorrieran como “una geografía posible de la conversación” —en palabras de los autores—, a la luz de sus propios pensamientos y las charlas que compartían. Un Dublín que es el mismo para ambos y, sin embargo, tan distinto para cada uno, dependiendo de la circunstancia específica, de la religión heredada, del lado del río en el que se ha nacido. [2]

Los autores de este libro eligieron el fragmento nocturno de Ulises para sumergirse en la ciudad taciturna, siguiendo los pasos de Bloom y Dedalus en su experiencia de recorrerla con los pies y la mirada, con los recuerdos y las expectativas. Ambos vuelven a trazar la ruta emprendida por los personajes y comparten con ellos barrios, farolas, encuentros y discusiones por medio del relato, ilustraciones de los puntos principales del recorrido, así como un plano de Dublín (que viene como añadido al libro). Así, redescubren lugares emblemáticos como el almacén, la taberna, la panadería o la iglesia; pero también las calles, chimeneas, puertas y ventanas georgianas —dependiendo del espectador, con sus respectivos encuadres de la ciudad o del interior de las casas— tan características del paisaje dublinés. En este recorrido hacen también un tránsito de escalas, que va de la experiencia urbana a la doméstica: de los escenarios típicos de la vida pública, hasta los detalles de la vida privada, cuyo centro está —como indica tanto esta crónica como la novela— en la cocina, el último punto del recorrido.

Así, Mientras Dublín dormía resulta ser un viaje de ida, un extravío por la noche profunda de la mente joyceana, un Dublín del pasado, o uno que probablemente nunca existió, traído al presente por Merro y Savino, para arquitectos y no arquitectos. El libro ofrece una perspectiva alternativa de los intrincados caminos de la literatura de Joyce para quien ya la ha leído, y una posible guía de viaje para quien está por adentrarse en ella y la ciudad que retrata. Es un relato que conjuga la literatura como itinerario; la ciudad y la arquitectura como soportes para la experiencia del recorrido, en el que los autores reivindican el valor del viaje como acto de descubrimiento: leer, caminar, observar, dibujar, escribir; repetir.

Fruto de Dragón es un proyecto editorial de Córdoba (Argentina) fundado y dirigido por Agustina Merro, que publica libros ilustrados sobre viajes, territorios y ciudades, en diversos formatos y géneros. Guiada por una mirada subjetiva del espacio, la editorial intenta captar las múltiples formas de recorrer y habitar poéticamente los lugares.

Referencias

[1] Italo Calvino, Las ciudades invisibles (Madrid: Siruela, 1998).

[2] James Joyce nació en Dublín el 2 de febrero de 1882. En 1904 dejó Irlanda para trasladarse a Zúrich (Suiza), aunque terminó dando clases en Pola (Croacia) y después en Trieste (Italia). De 1915 a 1919 vivió en Zúrich. En 1920 se trasladó a París, donde vivió los siguientes 20 años y conoció a Sylvia Beach, propietaria de la librería Shakespeare & Co., un acontecimiento decisivo para la publicación de Ulises. Huyendo de la ocupación nazi, Joyce regresó a Zúrich en 1940, donde murió un año después.

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Novísimas ciudades https://arquine.com/novisimas-ciudades/ Mon, 26 Feb 2024 19:11:01 +0000 https://arquine.com/?p=87872 La (i)lógica inmobiliaria está transformando las ciudades como si un Sulkas Perkunas (arquitecto diletante y visionario de la ciudad hecha de un solo edificio) en estado de desquiciamiento añadiera, sin ton ni son, pasajes nuevos a libros clásicos.

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La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una estrecha relación con los libros: como receptáculos de su historia, sus teorías y hasta sus ficciones; pasado, presente y futuro que pueden apreciarse en las dimensiones y volúmenes de la mancha tipográfica. Presentamos ahora, como parte de la producción editorial de Arquine 106  – Libros, este ensayo acerca de la lógica inmobiliaria que está transformando las ciudades como si un Sulkas Perkunas (personaje de Giovanni Papini caracterizado por ser un arquitecto diletante y visionario de la ciudad hecha de un solo edificio) en estado de desquiciamiento añadiera, sin ton ni son, pasajes nuevos a libros como la Ilíada, libretos de Shakespeare o las ensoñaciones de poetas como Jorge Cuesta y Salvador Novo.

Un edificio más 

Hace unos días nos invitaron a conocer un nuevo desarrollo inmobiliario sobre José María Vértiz, a media cuadra de Eugenia, en la Ciudad de México, con el fin de que invirtiéramos en las adecuaciones locativas para abrir un espacio destinado a la venta de alimentos y bebidas. Nos lo ofrecieron por “tan sólo” 30 mil pesos mensuales, más gastos de mantenimiento y, además, con la promesa de recuperar nuestra inversión desde el primer día. 

Llegamos al amanecer, antes de las ocho, y nos estacionamos sobre la avenida, que aún era un gran monstruo aletargado en ambas direcciones. Frente al local, comentamos la muerte de las palmeras por cierta plaga. En abril de 2022 desenterraron la que vivió durante un siglo en la glorieta de, precisamente, la Palma. Los viveros de Coyoacán tienen las suyas, hoy amarillas. Qué curioso: a los árboles, cuando mueren, se les desentierra. 

Local One es el nombre del desarrollo inmobiliario y antecede, por tanto, a Local Two, Three y los que sigan. La tirada de la empresa es construir conjuntos habitacionales para “personas de diferentes partes del mundo” y ser capaz de ofrecerles “la comodidad de desarrollar sus rutinas sin tener que abandonar el complejo”. ¿El tiraje de esta primera edición?: 45 departamentos “tipo estudio”, amueblados por GAIA. 

A Bobi le dolió la cabeza tras ver los murales de arte urbano, según nos confesó después en la cafetería de enfrente; María casi se desmaya sobre el mosaico indefendible de la terraza. Yo no dejaba de pensar en un cuento de Papini, mientras que el promotor nos hablaba de sinergias, de expansión, del mercado creciente en la Narvarte. ¿Por qué, habiendo tantos imperios gastronómicos —como Ojo de Agua o Delirio—, pensaron en nosotros, que ni sabemos cocinar? Más aún: ¿bajo qué criterios asociaron nuestro proyecto al suyo? 

Algo, en definitiva, hicimos mal. 

Portada de Gog de Giovanni Papini en 1931

Una ciudad en un edificio 

Sulkas Perkunas es el protagonista del cuento “Novísimas ciudades”, de Giovanni Papini. Arquitecto diletante, y acaso delirante, diseña proyectos de ciudades enteras. Su poética es inapelable: “¿Imagina usted a un poeta moderno que quiere introducir un verso suyo en medio de un canto de la Ilíada o una escena de su invención a la mitad de un acto de Shakespeare? Y, sin embargo, lo que se pide a los arquitectos modernos, y que éstos bellacamente realizan, es un absurdo de ese género.” 

Al multimillonario excéntrico Gog, protagonista de los cuentos de Papini, se le ofrecen varias opciones. Destaca una: la ciudad constituida por un solo edificio. Dice Perkunas: “Me di cuenta de que las viejas ciudades, creadas lentamente por culturas y épocas heterogéneas, eran ridículamente polítonas y, por mucho que se haga, irremediables. Ha llegado, según mi opinión, la era de la creación total y la ciudad diferenciada”. 

Imagino a Sulkas Perkunas como un Antonio Averlino o un Francesc Eiximenis de nuestros tiempos, al que se le caen los pergaminos de su maletín, los tachonea, traza nuevos planos de una ciudad mágica. Averlino describió en 25 volúmenes la imaginaria Sforzinda (Trattato d’Architettura, 1464). Eiximenis también aportó el diseño de una ciudad ideal (Dotzè del Crestià, 1392) que resonaría, décadas después, en la utopía de Tomás Moro. 

Sulkas Perkunas también podría ser el barón Haussmann, Le Corbusier, Frank Lloyd Wright. Su consigna es la misma: construir novísimas ciudades. Habría que desenterrar los cimientos, erigir la ciudad definitiva como se compone, desde cero, una sinfonía. Eso diría Perkunas. Qué curioso (parte 2): a los edificios, cuando mueren, también se les desentierra. 

Pianta di Sforzinda

Parafraseando a Percy 

“La poesía no es ningún poder que se ejerce de acuerdo con los designios de la voluntad. Ningún hombre puede decir: voy a componer una poesía”, decía Percy B. Shelley en su Defensa de la poesía. 

Entonces, tal vez, ningún hombre puede decir que va a construir una ciudad. [1] 

Otra de poetas… y campesinos 

En la república de Platón los poetas no tienen cabida; en la ciudad de Eiximenis, los campesinos tampoco. Alguna vez escribió Rimbaud: “la mano en la pluma equivale a la mano en el arado”. ¿Coincidencia? Uno de los dos filósofos dijo de ellos: “Son bestiales y rústicos y orates y sin razón, y bestias fuertes maliciosas”. 

En el centro de la Ciudad de México abundaban de esos a inicios del siglo XX: Villaurrutia, Novo, Gorostiza, Pellicer, y, antes de ellos, un tal López Velarde que, adelantado a su tiempo, trajo a cuestas su propia campiña sagrada: “Me contó el campanero esta mañana / que el año viene mal para los trigos. / Que Juan es novio de una prima hermana / rica y hermosa. Que murió Susana.” [“El campanero”] 

Después de él, comenzó a llegar al naciente espacio urbano el campesinado mexiquense, poblano, tlaxcalteca, hidalguense. El lugar propio de las relaciones dejó de ser el orbe rural, la vida agrícola de donde el hombre robó el fuego y la técnica ancestral a sus antiguos dioses. La ciudad fue sitio del naciente progreso. 

Entonces ocuparon las viviendas más accesibles: casonas, casitas, casuchas y hasta claustros transformados en vecindades. A muchos ya no les alcanzó para vivir en el centro y se asentaron en las periferias. Campesinos, maestros de historia y geografía, tahúres, pulidores de lápidas, colocadores de alfombras, electricistas: sospecho que ninguno contrató los servicios especializados de un arquitecto. 

En aquel México de los 40, cada quien desarrolló y estabilizó su casa. Tal vez los agricultores, al salir de sus provincias, llevaron consigo la simple ciencia del centeno, la rosa primitiva, su tosca poética del mundo que desde siempre les dictó en secreto las claves de la argamasa, el amasijo y los adobes. Anónimos campesinos auto construyeron colonias enteras. (Quizá por eso Eiximenis sonó la alerta para excluirlos.) 

Años después, durante la industrialización del México moderno, el antiguo campesinado trabajaba ya en las inmediaciones del ferrocarril de Cuernavaca, donde los empresarios asentaron algunas de las primeras fábricas: General Motors, Chrysler, General Tire. En tan sólo unas décadas (1940-1980), la población había crecido como en ningún otro momento de la historia nacional. En ese entonces, quizá la ciudad perteneció en uso a la clase trabajadora, que trazó, al andar, su propia geografía, su historia de clase. 

Portada “Modernidad y blanquitud” Edición de Bolsillo de Bolivar Echeverría. Ediciones Era

Ciudad en blanco 

Como pensaría Sulkas Perkunas, el crecimiento y la expansión de una ciudad ideal supone arrasar con lo existente. Los pobres primero. 

A finales de los 50, el alcalde de la ciudad, Ernesto Uruchurtu, mandó a construir la prolongación Paseo de la Reforma, casi que influido por los grandes bulevares de Haussmann en París. Ah, los árboles escuetos, las grandes vidrieras iluminadas, “la foule que se agita bajo la luz caliente de los mecheros”. [2] ¡Y la nieve, claro, la nieve que cae como arrojada por un arpa telúrica! 

El funcionario desarticuló con dicha obra una de las colonias más populares y típicas del centro, la Guerrero, que tan importante había sido para la reproducción de la identidad urbana en ciernes. Desde ese momento, algunos dicen que se acentuó un proceso de deterioro y abandono que luego se hizo evidente en otros barrios del centro. Con el paso del tiempo, la ciudad se volvió obsoleta. 

Interesante la opinión de Bolívar Echeverría: en esos mismos años 50, la Ciudad de México recibió otro agravio mayor cuando sus gobernantes decidieron extirpar al centro su nervio intelectual y cultural, para congregarlo en un lugar retirado, que fue la Ciudad Universitaria. “Esa conexión íntima”, escribió Echeverría en uno de sus ensayos de Modernidad y blanquitud: que existía entre la vida intelectual y la del conjunto de la sociedad en el centro de la ciudad de México sufre un golpe definitivo cuando, cortada como con bisturí, la primera es trasladada y concentrada en el campus de la Ciudad Universitaria mientras la segunda queda abandonada culturalmente a la manipulación televisiva. Aparece una ruptura entre la ciudad y su alta cultura, su “intelectualidad”. [“El 68 mexicano y su ciudad”, 2010] 

No sorprende que los años 70 fueran, en respuesta, un período de intensa actividad y protesta laboral, de organización de sindicatos estudiantiles, de un creciente despertar democrático tanto en áreas urbanas como en organizaciones campesinas. La Unión de Vecinos de la Colonia Guerrero tal vez reclamaba su derecho a una ciudad —una geografía, una historia de la clase obrera— que les había sido arrancada en aras del progreso. 

En las décadas siguientes, debido al alto costo del suelo y las rentas, más de un millón de habitantes emigraron hacia Chimalhuacán, Ciudad Nezahualcóyotl, Valle de Chalco, Ixtapaluca. Aumentó, por supuesto, el tráfico. La desindustrialización causada por un nuevo modelo económico trajo consigo el cierre de General Motors, Chrysler, General Tire. Y solos, como las fábricas, también los edificios de uso habitacional. 

La ciudad, de noche, quedaba vacía cuando los trabajadores regresaban a su casa GEO, o ARA, ciudad-dormitorio, Ciudad de la Igualdad Perfecta, que, dicho sea de paso, también aparece en el Gog de Papini: “Está formada por millares de casas absolutamente iguales: de la misma altura, del mismo estilo, del mismo color, con el mismo número de ventanas y cuartos.” 

En fin. Cuando se es de imaginación corta, una ciudad en blanco es ideal para los ejercicios de baldía especulación. 

 

La última de campesinos 

No dejo de pensar en la casa de López Velarde y en el grupo de campesinos que quizá la construyó. 

A Efraín Huerta un verso de Borges se la recordaba: “el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe”; y este, a su vez, lo llevaba a un verso de Discépolo: “Pobre mina que nació en un conventillo, / con los pisos de ladrillo, el aljibe y el parral”. Yo quisiera imaginarla con los ojos de Salvador Novo cuando describe la que habitó, de niño, en Jiménez (Chihuahua): 

Nuestra casa era una de las más grandes. Tan holgada, en realidad, para los tres que la habitábamos que no estaba toda amueblada, ni visitábamos todos sus amplios cuartos sino cuando, por la noche, mi padre los recorría con una luz en la mano para cerciorarse de que estuvieran cerradas todas las ventanas y todas las puertas […] El patio central de la parte principal de la casa, al que daban todas las habitaciones, tenía un brocal de pozo cerca del comedor, y un jardincillo rústico, que prosperaba sin cuidado en aquel clima agradable y fecundo. 

Sea como sea, sigue en pie. 

En los altos círculos del poder político y económico se decidió que la ciudad crecería hacia lo alto y aprovecharía los “vacíos ociosos” que dejó el terremoto de 1985. La reconstrucción de la ciudad quedó en las manos, una vez más, del campesinado que, según algunas estimaciones, ascendió a 73 mil hombres. En año y medio construyeron casi 40 mil viviendas del mismo tipo y tamaño; rehabilitaron 7 mil más. 

Imagino que uno de los campesinos dice, con la vista al cielo: “el año viene mal para los trigos”. Y otro le responde: “aguántate a las lluvias del verano”. 

 

Sulkianas 

—Equipada para albergar a pobres o ricos, la microvivienda incluye dos recámaras, sala, baño, cocina y área de servicio en tan sólo 22 metros.2 La única diferencia será la localización: unas, por supuesto, en exclusivas zonas céntricas de smart cities dotadas de infraestructura y servicios urbanos de punta; las otras, para qué decirlo. 

“O la ciudad del novísimo Renacimiento, simétrica, conciliada con la euclidiana geometría, de clásicas proporciones, sin fallas ni fisuras ni pobres: una ‘ciudad compacta’ en una línea recta que se extiende auráticamente a lo largo de 120 kilómetros en el desierto árabe. 

“O bien, si lo prefiere, una ciudad fantasma en China, para el sujeto nuevo del mañana…” 

La última de poetas 

De haber sido mexicano, seguro que a Jorge Cuesta lo hubiese incluido en la Antología de la poesía moderna mexicana (1928), que, por cierto, él y otros poetas discutieron en la calle República de Brasil número 42, en el centro histórico de la Ciudad de México. Sin embargo, nació chileno (y también así murió). Más aún, el poema que transcribo es de 1950, año en que Luis Buñuel presentó Los olvidados; tantito antes, Novo publicó Novísima grandeza mexicana (1946). Aunque no pareciera, hablaban de la misma ciudad. Sin más: 

Cuando el hombre dejó las madrigueras
de la turbina, cuando desprendió
los brazos de la hoguera y decayeron
las entrañas del horno, cuando sacó los ojos
de la rueda y la luz vertiginosa
se detuvo en su círculo invisible,
de todos los poderes poderosos,
de los círculos puros de potencia,
de la energía sobrecogedora,
quedó un montón de inútiles aceros
y en las salas sin hombre, el aire viudo
el solitario aroma del aceite.
[Pablo Neruda, Canto general] 

Qué curioso (parte 3): a un poeta, cuando muere, tal vez lo entierra un campesino.  

Cada época tiene a su poeta. ¡Ah, y el frío ardiente que hacía! 

Hace mucho tiempo 

Tuve una amiga que, al parecer, buscaba una ciudad en un hombre. 

 

Referencias

[1] Breve lista de hombres, y una mujer, que quizá se dijeron a sí mismos “voy a construir una ciudad”: Hernán Cortés, Rómulo, Antonio Averlino, Francesc Eiximenis, Rodrigo Sánchez de Arévalo, Alonso García Bravo, Georges-Eugène Haussmann, Le Corbusier, Oscar Niemeyer, Bernhard Förster y Elisabeth Förster-Nietzsche, Vitrubio, Ahmed Shah I, Josep Lluís Sert, Frank Lloyd Wright, Mohammed ben Salman, Sulkas Perkunas… 

[2] Esta referencia pertenece a una reseña publicada en 1902 en Revista Moderna, citada por José Mariano Leyva en su artículo “Terreno hostil. La ciudad de México a través de los ojos decadentes”. Compilado en Diario de campo, año 3, número 13 (2013), INAH. 

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Amoxtli in tlaquetilistli. Un libro sobre dos piedras y dos volúmenes sobre arquitectura https://arquine.com/amoxtli-in-tlaquetilistli-un-libro-sobre-dos-piedras-y-dos-volumenes-sobre-arquitectura/ Fri, 09 Feb 2024 17:37:52 +0000 https://arquine.com/?p=87430 La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una estrecha relación con los libros: como receptáculos de su historia, sus teorías y hasta sus ficciones; pasado, presente y futuro que se pueden apreciar en las dimensiones y volúmenes de la mancha tipográfica. Presentamos ahora, […]

El cargo Amoxtli in tlaquetilistli. Un libro sobre dos piedras y dos volúmenes sobre arquitectura apareció primero en Arquine.

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La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una estrecha relación con los libros: como receptáculos de su historia, sus teorías y hasta sus ficciones; pasado, presente y futuro que se pueden apreciar en las dimensiones y volúmenes de la mancha tipográfica. Presentamos ahora, como parte de la producción editorial de Arquine 106  – Libros, este ensayo sobre los amoxtli (palabra en náhuatl para los códices o libros manuscritos) que han construido, a su manera, una imagen y teoría de la arquitectura mesoamericana desde el siglo XVI hasta el medio siglo XX. 

Una mañana de agosto de 1790 el cuerpo de Coatlicue volvió a emerger de las entrañas de sí misma, la tierra. Meses más tarde, a pocos metros de ahí, Tonatiuh volvería a sentir el calor de su luz sobre su rostro de andesita. Fueron las obras de mantenimiento para el pavimento de la Plaza Mayor de México las que provocaron que los suelos de la antigua Tenochtitlan comenzaran a regurgitar, poco a poco, los monumentos que se tenían por destruidos y condenados al olvido. Este conocido acontecimiento marcaría el inicio de la recuperación de la memoria material del México antiguo desde un acercamiento científico y documental, promovido en ese momento por la Ilustración y el enciclopedismo europeos. 

Con casi tres siglos de dominio colonial, la capital de la Nueva España se había convertido en una ciudad rica y cosmopolita, a medio camino de la ruta comercial más importante de su tiempo. Esta relevancia económica se reflejaba tanto en su arquitectura monumental, como en la producción y reproducción de documentos impresos que conformaban el acervo cultural y administrativo que este virreinato requería para funcionar. Desde 1539, la primera imprenta del continente —establecida en la Ciudad de México—había iniciado su producción editorial bajo la censura del Santo Oficio. Más de 250 años después, durante la reforma cultural del gobierno borbónico, se permitiría la realización del primer libro científico sobre el hallazgo de monumentos mexicas, aún entonces considerados demoníacos: Descripción Histórica y Cronológica de las Dos Piedras (1792), de Antonio León y Gama.1 Si bien la descripción y representación de la ciudad de Tenochtitlan y su arquitectura habían sido publicadas de manera prolífica en Europa, como en las Cartas de relación escritas por Hernán Cortés en el siglo XVI, éstas habían adquirido tintes fantásticos al ser (re)interpretadas y (re)imaginadas de forma arbitraria por cartógrafos y grabadores europeos. Incluso los trabajos que se habían realizado en México eran también representaciones bastante especulativas, como lo muestra la obra de Francisco Xavier Clavijero,2 fuertemente influida por el imaginario occidental. Por tanto, la publicación del libro de León y Gama, ilustrado por Francisco Agüera, abriría el camino para que la representación arquitectónica moderna, sirviéndose de la geometría y sus proyecciones planas, tocara ya no sólo a los órdenes grecolatinos, con sus esbeltas columnas coronadas por capiteles de volutas y hojas de acanto; sino también a los taludes, discos y monolitos mesoamericanos decorados con serpientes, calaveras, flores y resplandores solares. 

Coatlicue. Francisco Agüeras

El siglo XIX traería consigo una sed de arqueología, como parte de una nueva etapa del imperialismo occidental, que cambiaba su foco de poder de la península ibérica hacia Gran Bretaña y Estados Unidos. Las noticias sobre la existencia de arquitectura monumental construida por las antiguas civilizaciones que habitaron el territorio mesoamericano atrajeron a numerosos “exploradores” y “arqueólogos” que, en nombre de la “investigación científica”, extrajeron —destruyéndolos muchas veces— innumerables artefactos; e, inclusive, llegaron a remover elementos arquitectónicos completos de los edificios con total complacencia u omisión por parte de las autoridades de esos países. No obstante, estas expediciones también dieron como resultado las primeras representaciones visuales de muchos monumentos y su reproducción dentro de materiales impresos. De esta manera, surgieron libros como Vues des cordillères et monuments des peuples indigènes de l’Amerique (1810), de Alexander Von Humboldt; los nueve volúmenes de Antiquities of Mexico (1830-1848), de Lord Kingsborough; y los célebres Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatán (1841) e Incidents of Travel in Yucatán (1843), de John Lloyd Stephens, vívidamente ilustrados por Frederick Catherwood. Estas publicaciones, entre otras, contribuyeron al establecimiento de un imaginario colectivo sobre la arquitectura de las antiguas civilizaciones de Mesoamérica, pero desde una visión exotizante, puesto que eran más bien libros de viajeros que, en todo caso, hacían uso de la ciencia como herramienta del colonialismo epistemológico.3 Resultan frecuentes las ilustraciones en grabado o acuarela de solitarios paisajes entre ruinas; en ocasiones con los exploradores como protagonistas, asistidos o llevados a cuestas por pobladores locales, todo lo cual hacía de la arquitectura poco más que el trasfondo de majestuosos escenarios para sus románticas experiencias personales. Sin embargo, cabe destacar también las intervenciones hechas con rigor técnico, que documentaron con la mayor precisión posible los edificios de la antigüedad precolonial. El caso de Luciano Castañeda, profesor novohispano de dibujo y arquitectura de la Real Academia de San Carlos, es particularmente notable: como compañero de viajes del explorador belga Guillaume Dupaix, registró en proyección arquitectónica edificios de sitios tan importantes como Mitla y Palenque, entre 1803 y 1805. A finales de este siglo y con el apoyo de la fotografía, el explorador austriaco Teobert Maler realizaría las plantas y secciones más precisas de las ruinas del área maya. 

 

Mitla. Luciano Castañeda

Palenque. Luciano Castañeda

Ya en el siglo XX, de la mano militar del gobierno porfirista, ocurriría, por una parte, la reivindicación de la antigüedad prehispánica como política cultural del Estado; mientras que, por otra, se aspiraba a europeizar el país mediante la industrialización, la aceleración de las comunicaciones y la tecnificación de la sociedad. En este contexto, el arqueólogo Leopoldo Batres estaría a cargo de los proyectos de exploración y restauración de sitios como Teotihuacan y Xochicalco.4 Pocos años después, Manuel Gamio realizaría salvamentos y estudios topográficos sobre lo que ya identificaba como el templo doble de Tláloc y Huitzilopochtli, el Templo Mayor o  Huey Teocalli de México-Tenochtitlan. Al proyecto de este notable arqueólogo se sumaría, y le daría continuidad, un joven arquitecto egresado de la Escuela Nacional de Arquitectura: Ignacio Marquina, quien, pese a su escaso reconocimiento actual, fue una figura fundamental para el estudio arquitectónico de los edificios y ciudades del México Antiguo. 

Marquina fue un investigador y escritor ávido. Publicó casi 40 libros,5 la mayoría sobre arquitectura mesoamericana, aunque también sobre la fase colonial y la arquitectura vernácula de su tiempo. Poseedor de una técnica de representación depurada, realizó planimetrías complejas y perspectivas geométricas que influyeron en la idea e imagen que persisten hasta nuestros días sobre el imaginario colectivo las civilizaciones prehispánicas.6 Supo usar las palabras para describir con precisión los sistemas constructivos y los elementos formales que conforman la arquitectura mesoamericana, pero fue su formación arquitectónica la que lo instó a transmitir, desde el dibujo, su entendimiento de la realidad construida antes y después de la ruina. Por medio de esta herramienta fue capaz no sólo de comprender de manera integral los sistemas constructivos de estructuración por superposición de capas —característica común de toda la arquitectura en Mesoamérica—, sino también de realizar estudios comparativos a escala, así como abrir nuevos horizontes referenciales para su estudio tipológico. Dentro del Estudio Arqueológico sobre la Pirámide de Tenayuca,7 presentado en 1935 por el gobierno mexicano ante el XXXVI Congreso Internacional de Americanistas en Sevilla, Marquina colaboró con el estudio arquitectónico del edificio, en el que por medio de dibujos aportó una reconstrucción de sus siete etapas constructivas, renderizando en acuarela una imagen de su etapa final. Su participación se cierra con una soberbia lámina a manera de apéndice: Estudio Comparativo de los Basamentos de los Edificios Arqueológicos de México (1932). En un solo folio dibujó, con la misma escala, los 21 perfiles arquitectónicos de los que, a su criterio, eran los edificios mesoamericanos más importantes. Dentro de una retícula sencilla, que sirve de escala gráfica constante, el espacio representado adquiere múltiples dimensiones y sus límites se difuminan. Los perfiles se acomodan al mismo tiempo en filas y columnas que se desplazan sobre los taludes del primer y segundo cuerpo de la Pirámide del Sol de Teotihuacan. Cada edificio está sobre suelo propio y, a la vez, todos están desplantados sobre uno mismo, como un cadáver exquisito de todas las arquitecturas mesoamericanas, dibujadas por una sola mano. 

Una de las láminas del Estudio Comparativo de los Basamentos de los Edificios Arqueológicos de México (1932), de Ignacio Marquina.

La participación de Marquina en la fundación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) —del que sería director—, y su presencia en varias instituciones académicas nacionales e internacionales, lo tendrían siempre al frente de la investigación arqueológica y en estrecha colaboración con sus contemporáneos más destacados. En esta coyuntura, Marquina emprendió su trabajo editorial más ambicioso, literalmente, “el libro de” Arquitectura Prehispánica (1951). La edición final (de 1964) se compone de dos volúmenes de más de 500 páginas cada uno, en los que recorre los horizontes históricos de regiones tan diversas como el centro, norte, sur y occidente de México; el área Maya y su extensión hacia Guatemala y Honduras; y alcanzó a explorar, inclusive, el sur y poniente de Estados Unidos. El libro es generoso en palabras formadas a doble columna, entre las que se intercalan fotografías en blanco y negro, con numerosas láminas que representan —en planta, sección y detalle la reconstrucción arquitectónica de los sitios incluidos, algunos complementados con perspectivas en acuarela. Para lograr los requerimientos enciclopédicos de una publicación de esta envergadura, Marquina realizó una investigación exhaustiva que se apoyó también en los trabajos gráficos de autores como el ya mencionado Teobert Maler y la arqueóloga y etnóloga rusa Tatiana Proskuriakoff. No obstante, dejó espacio para inquietudes arquitectónicas propias. Las últimas láminas de su estudio son una nueva exploración de relaciones entre escalas y condiciones específicas dentro del espacio en blanco de las páginas. Con ayuda de dibujantes a su cargo, interrelacionó las trazas de ciudades construidas en valles, así como las de las urbes construidas en montañas; el alzado y las plantas de los templos monumentales de distintas regiones y épocas; cortes de bóvedas y cresterías; perfiles de basamentos como la sección de una única estructura imaginaria; cortes de templos cilíndricos y prismáticos; o plantas de juegos de pelota que se superponen al alzado de la topografía donde fueron edificadas. Reunió y entretejió en el papel distintas tradiciones arquitectónicas que, a una misma escala, parecen pertenecer a una sola. De esta manera, Marquina realizaría el libro definitorio, más no definitivo, sobre la arquitectura del México Antiguo hasta nuestros días. 

Desde entonces, distintas investigaciones siguieron su camino. Como por ejemplo Art and Architecture of Ancient Americ (1962), de George Kubler. Pero los ejercicios editoriales más relevantes se han publicado en mayor parte desde la academia, como son los casos destacados de los Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana,8 realizados por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), bajo la edición de Paul Gendrop; o los capítulos contenidos dentro de Historia de la Arquitectura Mexicana (1995), de Enrique X. De Anda Alanís. 

Construir una teoría y tradición arquitectónica particulares requiere la conjunción de un corpus vasto de tesis y antítesis. Dicho corpus debiera ser accesible y visible en la formación de los profesionales de la arquitectura. De la misma manera, debiera conformar parte del acervo intelectual de quienes ejercen la profesión en todas sus trincheras, desde la gestión y la construcción, hasta la investigación y la crítica. Sin duda, muchas ideas contenidas en la arquitectura y el urbanismo mesoamericanos siguen siendo un campo fértil para cuestionamientos teóricos de gran relevancia. Valerio Olgiatti, por ejemplo, retoma el palacio de las columnas en Mitla para iniciar su ensayo Arquitectura no referencial (2018); mientras que Pier Vittorio Aureli contrasta la traza de la ciudad de Teotihuacan con otras grandes urbes en The City as a Project (2013). Las ideas contenidas en los libros se mueven, del mundo de lo abstracto, al mundo de lo material cuando los leemos y actuamos sobre ellas. De igual forma, los libros transportan del mundo material al de las ideas cuando son creados. En los amoxtli in tlaquetilistli, o libros de arquitectura, la palabra escrita, por sí sola, es capaz de transmitir significados, imágenes y sensaciones; pero es posible, por medio de los gráficos y, en especial, del lenguaje visual del dibujo arquitectónico, transmitir un sentido de espacialidad que está más allá de las palabras. Estos actos editoriales son capaces de restituir las antiguas arquitecturas al lugar de las ideas, trascendiendo la ruina arqueológica y devolviendo la materia, la forma y el espacio a un lugar proyectual, de vuelta a la imaginación.

 

Notas

1 Este libro tuvo una secuela inédita llamada Advertencias Anti-críticas, que registraba 21 piezas descubiertas en este periodo. Más en: López Luján, Leonardo y Fauvet-Berthelot Marie-France, “Antonio de León y Gama y los dibujos extraviados de la Descripción histórica y cronológica de las dos piedras…”en Arqueología Mexicana no. 142, noviembre-diciembre de 2016. Editorial Raíces. México.

2 Del Villar, Mónica “Ilustraciones de Historia Antigua de México y de su Conquista” de Francisco Xavier Clavijero, en Arqueología Mexicana no. 47, enero-febrero de 2001. Editorial Raíces. México.

3 Alcina Franch, José. “Historia de la arqueología en México III. La época de los viajeros (1804-1880)”, en Arqueología Mexicana no. 54, marzo-abril de 2002. Editorial Raíces. México. 

4 Bartres también se aproximaría, mediante la planimetría, a la distribución del centro ceremonial de Tenochtitlan al igual que al trazo de la ciudadisla, pero sus representaciones arquitectónicas del Huey Teocallestarían más cerca de las de Clavijero. Más en: Varios autores, 100 Años del Templo Mayor. Historia de Un Descubrimiento. INAH. México. 2014 

5 Marquina, Ignacio, Memorias, Colección Biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia. México. 1994.

6  El billete de 100 nuevos pesos —ya en saliente circulación— tiene grabado al reverso su perspectiva del recinto sagrado de Tenochtitlan.

7 Tenayuca. Estudio Arqueológico de la Pirámide de este lugar, Hecho por el departamento de monumentos de la Secretaría de educación PúblicaSecretaría de Educación Pública. México. 1936.

8 Estos materiales se encuentran disponibles de manera gratuita en línea en: https://arquitectura.unam.mx/cuadernos-de-arquitectura-mesoamericana.html 

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Sobre la inestabilidad de las mesas. Conversación con Benedetta Tagliabue https://arquine.com/sobre-la-inestabilidad-de-las-mesas-conversacion-con-benedetta-tagliabue/ Wed, 24 Jan 2024 16:08:52 +0000 https://arquine.com/?p=87153 En 1993, la galería de arte “le Magasin” en Grenoble le encargó a Enric Miralles un objeto que mostrara su poética personal. Miralles ideó un diseño doble que pudiera servir para ser expuesto, sea como objeto de exhibición o soporte de discusión, y una vez acabada la exposición, pudiera reciclarse en la casa y en […]

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En 1993, la galería de arte “le Magasin” en Grenoble le encargó a Enric Miralles un objeto que mostrara su poética personal. Miralles ideó un diseño doble que pudiera servir para ser expuesto, sea como objeto de exhibición o soporte de discusión, y una vez acabada la exposición, pudiera reciclarse en la casa y en el estudio, que en esa época estaba construyendo con Benedetta Tagliabue. El resultado fue la Mesa Ines-Table, producida en dos versiones ligeramente diferentes, una en roble, la otra en iroko; una para el estudio, la otra para el uso doméstico.

Juan Carlos Tello: Yo los conocí, primero a Enric y luego a ti, hace más de 30 años, cuando fui a estudiar a la Stadtschule de Frankfurt, y él era uno de mis profesores, junto con Peter Cook y Peter Smithson. Entonces, entre otros proyectos, Enric nos contó sobre la Mesa Ines-Table. Hace poco me di a la tarea de redibujarla, a partir de croquis, planos originales y fotografías de las que en su momento se construyeron. Tú editaste un libro sobre la mesa, me gustaría empezar por ahí.

Benedetta Tagliabue: Hemos hecho varias publicaciones. Hemos vuelto a construir la mesa y la colocamos en varios proyectos, y además se ha presentado en exposiciones. Enric estaba obsesionado con la Mesa Ines-Table. Para él era un microcosmos, una manera de expresar la arquitectura en un mundo casi imaginario. Para él era algo muy profundo. El nombre implicaba muchas cosas. A Enric le encantaba el tema de la transformación, la mutación de la mesa en diversas posiciones, por lo que no es una mesa estable, sino que siempre puede ser diferente. La mesa la hizo Pep Salló, hijo de un carpintero muy importante, que en ese entonces estudiaba arquitectura y acababa de tener una hija a la que llamó Inés. Y también le gustaban esas palabras que dicen dos o más cosas al mismo tiempo —uno de sus libros favoritos era Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll. También en los dibujos puedes ver ese juego de algo que es muchas cosas a la vez. Y, además, teníamos dos mesas: una en el estudio y otra en la casa. La del estudio era de roble, una madera seria y muy apta para lugares de trabajo. La de la casa era de iroko, madera que utilizamos allí para todos los elementos: suelos, puertas, muebles.

JCT: Hubo una tercera mesa en el Colegio de Arquitectos de Rotterdam, ¿no?

BT: Sí, nos la pidieron y les autorizamos fabricarla, pero parece que no quedó bien, porque quizá se fabricó demasiado deprisa y con maderas demasiado jóvenes, eso me dijeron.

JCT: Al dibujar los planos, y contrastar los dibujos originales con fotografías de las mesas construidas, me he dado cuenta de cosas que son difíciles de ver en las fotos: una pata es distinta, cambia, no desaparece…

BT: Las dos mesas originales son un tanto diferentes entre sí. Cuando volvimos a construir la Mesa Ines-Table para la exposición Miralles, monográfica y en homenaje a él en 2021, le dimos nuestros dibujos manuales a los carpinteros, pero casi 30 años después ellos ya estaban acostumbrados a trabajar con dibujos digitales. Había muy poco tiempo para la producción y estábamos montando cuatro exposiciones con el nombre de Miralles al mismo tiempo. Por eso le pedimos ayuda a Smiljan Radic, que acababa de construir una Mesa Ines-Table en Chile y había trasladado con mucho cuidado todos los dibujos a mano en un archivo digital. Así que se dio la paradoja de que nosotros hicimos reconstruir nuestra propia mesa en España, utilizando los archivos que venían de Chile, por parte de Smiljan Radic. La mesa construida en 2021 en la carpintería La Navarra, con motivo de la exposición Miralles, para nuestra sorpresa, tenía diferencias respecto a las dos mesas originales nuestras, pero también respecto al archivo original de Radic. Así que parece que cada edición de esta mesa tan compleja no consigue ser idéntica a ninguna de las otras, y esto le añade una individualidad muy bonita.

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