Resultados de búsqueda para la etiqueta [Leopold Lambert ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Thu, 20 Jul 2023 03:12:10 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 La Comuna de París https://arquine.com/la-comuna-de-paris/ Fri, 19 Mar 2021 02:03:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-comuna-de-paris/ Desde su inicio, el 18 de marzo de 1871, la Comuna de París ha alimentado en el imaginario de muchos la posibilidad de un auténtico gobierno de la gente, horizontal y democrático, pero también ha hecho que otros, como Haussmann en su momento, preparen las maneras de evitarlo, contenerlo y acabarlo.

El cargo La Comuna de París apareció primero en Arquine.

]]>
Sábado 18 de marzo. Esta mañana, la mujer que trae el pan anuncia que se baten en Montmartre. Así empieza a contar ese día del año 1871 Edmond de Goncourt en su diario, escrito junto con su hermano Jules hasta la muerte de éste, en 1870. Salgo y no encuentro más que una indiferencia singular por lo que ocurre allá. La población ha visto tanto en los últimos seis meses que ya nada parece conmoverla. En julio de 1870 Napoleón III había declarado la guerra a Prusia. En septiembre del mismo año fue derrotado y hecho prisionero, lo que dio lugar al surgimiento de la Tercera República francesa, que firmó la rendición ante los prusianos en marzo de 1871. Alphonse Thiers, presidente de la Tercera República, ordenó desarmar a la Guardia Nacional, formada por todos los hombres en edad de combatir, la mayoría trabajadores. La artillería de la Guardia Nacional había sido financiada, por suscripción, por los mismos habitantes de París.

“La toma de la artillería era evidente —escribió Karl Marx— pero para servir como paso preliminar para el desarme general de París,” y así aplastar la revolución popular que había surgido desde septiembre de 1870. En su libro The Paris Commune. A Revolution in Democracy, Donny Gluckstein dice que el levantamiento fue iniciado por los más explotados y oprimidos de París. Multitudes como esta son a veces la vanguardia del océano de la humanidad, escribió la educadora y poeta Louise Michel, quien entonces presidía el Comité de Vigilancia del distrito XVIII, a cargo de impedir que las fuerzas del estado tomaran los cañones emplazados en Montmartre. Entre nosotros y el ejército había mujeres que se lanzaban sobre los cañones y las ametralladoras mientras los soldados estaban de pie, inmóviles, agrega. Gluckstein escribe que ese fue un momento en el que el descontento popular se transformó en poder popular. Para Marx, la comuna fue “un cuerpo actuante, no parlamentario, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo.” El mismo Marx explica que “la clase trabajadora no esperaba milagros de la Comuna. No tenían utopías prefabricadas para introducir por decreto popular. […] No tenían ideales que realizar sino liberar los elementos de una nueva sociedad con la que la vieja sociedad burguesa ya en colapso está preñada.”

Con el gobierno instalado en Versalles, la ciudad parecía haber quedado abandonada por quienes la manejaban. Pero la ciudad no colapsó. Durante setenta y dos días los trabajadores se hicieron cargo de trabajar y gestionar los servicios que requería la ciudad. En la presentación del más reciente número de The Funambulist, dedicado a la Comuna de París, Leopold Lambert escribe: “Entre las decisiones inmediatas de la Comuna estuvieron la separación de la iglesia y del estado, la implementación de la educación obligatoria, secular y gratuita para niños y niñas, la transformación de las fábricas abandonadas por sus dueños en compañías propiedad de los trabajadores, etc. […] La Comuna transformó la misma forma de la soberanía al crear formas hiperlocales de gobierno (a la escala del barrio, del distrito) que tomaron el lugar de la forma de poder centralizado.”

Como explica Lambert, la Comuna tuvo antecedentes y consecuencias urbanas y arquitectónicas. Las intervenciones urbanas que Georges Eugène Haussmann había realizado bajo las órdenes de Napoleón III, buscaban otros fines que sólo el supuesto embellecimiento de París. En París, capital del siglo XIX, Walter Benjamin escribió: “La actividad de Haussmann se incorpora al imperialismo napoleónico, que favorece el capitalismo financiero. En París, la especulación está en su apogeo. Las expropiaciones de Haussmann suscitan una especulación que roza la estafa. […] (Pero) el verdadero objetivo de los trabajos de Haussmann era asegurarse contra la eventualidad de una guerra civil. Quería hacer imposible para siempre la construcción de barricadas en las calles de París.” La ciudad se reforzaba así como mecanismo de control y vigilancia de su propia población o, como lo califica Lambert, en un urbanismo armado (weaponized urbanism).

Tras setenta y dos días, la Comuna fue aplastada violentamente. Se calcula que la Semana sangrienta le costó la vida a más de 20 mil parisinos, aunque hay quien afirma que fueron ejecutados hasta 50 mil, además de quienes fueron hechos prisioneros y miles deportados, como Louise Michel. En su libro Communal luxury. The Political Imagingary of the Paris Commune, Kristin Ross apunta dos “transformaciones políticas de largo alcance” planteadas por la Comuna: la propiedad colectiva de la tierra y un énfasis en la autosuficiencia regional: “un mundo de pequeñas unidades productivas regionales y un uso intensivo de la tierra pero que la preserve.” Desde su inicio, el 18 de marzo de 1871, la Comuna de París ha alimentado en el imaginario de muchos la posibilidad de un auténtico gobierno de la gente, horizontal y democrático, pero también ha hecho que otros, como Haussmann en su momento, preparen las maneras de evitarlo, contenerlo y acabarlo.

El cargo La Comuna de París apareció primero en Arquine.

]]>
Arquitectura como arma https://arquine.com/arquitectura-como-arma/ Thu, 16 Jul 2020 01:08:09 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-como-arma/ De paradas de autobús a las fronteras, las consecuencias espaciales de agendas políticas son imposibles de evitar. Léopold Lambert desmenuza la violencia inherente en nuestro entorno construido e invita a la profesión a un reconocimiento y una resistencia activas en este campo.

El cargo Arquitectura como arma apareció primero en Arquine.

]]>
en colaboración con

Deconstruyendo la lógica de la violencia arquitectónica

¿Qué quiere decir que la arquitectura es un arma política? Para responder esta pregunta, necesitamos ver cómo la arquitectura es, en principio, un arma (es decir, cómo la arquitectura tiende a la violencia) y, segundo, como esa tendencia es necesariamente instrumentalizara por una o varias agendas políticas.

Empecemos por algunas consideraciones no-antropocéntricas. El ensamblaje material que llamamos muro y el ensamblaje material que llamamos cuerpo se situándoselas ambos espacialmente en el mundo en un momento particular. Dadas sus propiedades materiales, ninguno de estos dos ensamblajes (o ningún otro, para el caso) puede ocupar las mismas coordenadas espaciales en el mismo momento. Lo que esto significa que para que un cuerpo ocupe las mismas coordenadas espaciales que un muro —un requerimiento si el cuerpo quiere cruzar el muro— deberá ocurrir un choque, en detrimento de ambos ensamblajes. Este choque es lo que llamamos violencia.

La primera dimensión política mediante la cual pensamos este encuentro entre el muro y el cuerpo se basa en el hecho que los muros son casi siempre construidos de manera tal que la pura energía del cuerpo —esto es, sin herramientas— sea incapaz de afectar su integridad estructural. Lo anterior determina las condiciones del encuentro: aunque la violencia sea recíproca, el grado de violencia no será simétrico. En otras palabras, la violencia desplegada por el muro sobre el cuerpo será mucho mayor que la que despliegue el cuerpo sobre el muro.

La consecuencia de dicha distribución asimétrica de poder es la habilidad de la arquitectura para organizar cuerpos en el espacio, tanto por la violencia entes descrita como por su potencialidad, usualmente internalizada por los cuerpos —nosotros, en tanto cuerpos, no necesitamos encontrarnos con un muro para saber que tendremos problemas para cruzarlo. Podemos ver de entrada cómo esa función esencial de organización y, por extensión, de control de la arquitectura resulta atractiva para fines políticos. Rodear un cuerpo con muros obliga a encarcelar ese cuerpo. Por supuesto, la invención del muro se siguió de la invención de un mecanismo para mitigar la violencia potencial descrita más arriba: la puerta, que permite moderar la porosidad de un muro haciendo que una parte del mismo gire a voluntad. Pero, de nuevo, la puerta no se inventó sola; vino con la cerradura y su llave, que permiten que sólo ciertos cuerpos transformen el muro impenetrable en uno poroso.

Cualquier persona que tenga la llave es un agente que se beneficia de la legislación de la propiedad privada, el guardia de una prisión, o un estado apartheid, la determinación de quien diseña/construye arquitectura y se beneficia del control de su violencia sobre los cuerpos, tiene necesariamente consecuencias políticas drásticas. Incluso el refugio o la parada de autobuses bajo la lluvia, en apariencia inocentes, ilustran las relaciones de poder que se crean mediante la arquitectura. Si ese refugio se llena de cuerpos que buscan la protección de la arquitectura de la lluvia, la nieve o cualquier otra cosa, otros cuerpos quedarán excluidos de dicha protección. Si la regla de “a quien llega primero se le atiende primero” es legítima éticamente o no, no es (aún) el problema aquí. Lo importante es observar que la arquitectura crea procesos de inclusión y exclusión de cuerpos que o bien refuerzan o crean condiciones sociales desiguales.

Dados estos efectos políticos intrínsecos, y reconociendo la necesidad de involucrarse con la arquitectura en vez de abandonarla, necesitamos examinar a qué están dirigidlos estos efectos en una sociedad dada. Casi siempre, en parte porque las drásticas consecuencias políticas de la arquitectura son ignoradas o negadas, estos efectos se dirigen de tal manera que refuerzan las relaciones de poder entre cuerpos impuestas o normadas por el estado. Los proyectos arquitectónicos motivados explícitamente con esos programas políticos son, por supuesto, los más fácil de describir en esta materia. Los aparatos territoriales y arquitectónicos del apartheid, diseñados y construidos por el gobierno y el ejército de Israel en Palestina, pueden ser los más trágicos ejemplos ilustrativos de dicha intenciones.

Parte del muro de frontera construido por la administración de Viktor Orbán entre Hungría y Serbia. 2015. © Léopold Lambert.

El infame muro que separa la parte principal de la Ribera Occidental del resto de Palestina, construido a inicios del siglo XXI bajo la administración de Ariel Sharon, es, por supuesto, el más claro uso de la arquitectura para implementar el estado de apartheid. Sin embargo, muchas otras formas arquitectónicas también contribuyen a ello: el bloqueo de 1.8 millones de palestinos que viven en Gaza, los 139 asentamientos civiles israelíes en la Ribera Occidental y al este de Jerusalén y las bases militares vecinas, la infraestructura segregada (caminos, agua, electricidad, internet, etc.), los muchos puestos militares, temporales o permanentes, que regulan y previenen el movimiento palestino entre ciudades, sin olvidar los muros construidos en las fronteras de la Palestina histórica, evitando el retorno de cinco millones de refugiados en Líbano, Siria y Jordania.

Contenedores en el campo de refugiados de Calais, llamado la jungla. @Léopold Lambert

La lógica de la violencia arquitectónica puesta en obra en Palestina no se confina a ese territorio. Encontramos sus avatares en la Europa contemporánea, entre estados de emergencia (en Francia y en Bélgica, por ejemplo) que transforman el espacio público de la ciudad y las medidas específicas que se toman para negar la hospitalidad a cientos de miles de cuerpos que huyen de sus países a causa de la violencia militar o económica. Muros en fronteras, campos de concentración, centros de detenimiento, estaciones de policía, rejas, garitas, los muchos dispositivos arquitectónicos que florecen en la Unión Europea y su periferia, aunque no se dirigen todos a los mismo cuerpos, tienen en común el mito de una identidad nacional homogénea cuyo epítome es el racismo estructural neocolonial.

Estación de policía en Villiers-le-Bel (banlieue norte de París). 2015. © Léopold Lambert.

Nos equivocaríamos, sin embargo, si pensáramos la violencia de estos programas políticos como excepcional o respondiendo sólo al drama particular de acontecimientos actuales. La manera como muchas ciudades se organizan territorialmente para imponer la segregación social entre poblaciones que están categorizadas social y racialmente. El ejemplo de parís es particularmente ilustrativo. Sus banlieues, suburbios, donde vive el 80 por ciento de la población, están proporcionalmente segregados del resto de la ciudad en correlación directa con el ingreso promedio de sus residentes. La población más precaria consiste en una clase trabajadora cuyos padres o abuelos fueron sometidos a la colonización en el Magreb, África occidental o el Caribe. De nuevo, el racismo estructural tiene en la arquitectura y en la organización territorial una materialización muy efectiva. Parte de estos dispositivos materializan la relación de los residentes con la policía nacional. Una mirada a las estaciones de policía construidas después de las revueltas suburbanas del 2005 y 2007 en los suburbios del norte resulta evocadora. El particular cuidad puesto en la materialidad y especialidad de estos edificios revela que son obra de oficinas de arquitectura, algunas relativamente bien conocidas. Los edificios, sin embargo, difícilmente esconden el antagonismo despertado en la policía hacia la población que los rodea: son pequeños bastiones que fantasean con una futura guerra civil contra la juventud racializada de Francia.

Qasr palestino desobedeciendo la legislación de ocupación del ejército israelí. Proyecto de Léopold Lambert (2010) para Weaponized Architecture: The Impossibility of Innocence (dpr-barcelona, 2012).

A una escala menor, podemos ver cómo la segregación entre cuerpos también es activa en la arquitectura, categorizándolos en géneros distintos a los que se atribuyen actividades específicas. Una mirada a la típica casa suburbana estadounidense de posguerra en relación a la representación de los cuerpos con géneros asignados de manera convencional, Joe y Josephine, concebidos por el diseñador Henry Dreyfuss, dice mucho acerca de esa separación normativa. Mientras los compartimentos para vehículos y el mobiliario de oficina se calibran de acuerdo a un estándar del cuerpo masculino (Joe), las tablas de planchado, las aspiradoras y las cocinas se rigen por su contraparte femenina (Josphine), completando así lo que el mismo Dreyfuss llama “ingeniería humana” al reforzar la normatividad de género tanto en términos de anatomía como de actividad.

Aunque las ideologías detrás de los programas políticos expuestos aquí no fueron inventadas pro la arquitectura, ésta es un medio necesario para implementar su violencia sobre los cuerpos. En este aspecto, la disciplina y quienes la practican son cómplices y corresponsables por sus efectos en la sociedad. Al reconocer que cierto grado de violencia resulta inevitable, como vimos anteriormente, una arquitectura consciente políticamente no se avergonzará de ello, sino más bien se peguntará hacia dónde debe orientarse. En otras palabras, ¿a qué programa político debe contribuir el arquitecto o la arquitecta mediante la construcción? No debemos estar buscando “resolver” nada, sino problematizar aún más las situaciones políticas y emplear los medios arquitectónicos de resistencia en su contra.


Léopold Lambert es el fundador y editor en jefe de The Funambulist, una publicación bimestral, impresa y digital, asociada con dos plataformas digitales de libre acceso: un blog y podcast. Su trabajo está dedicado a cuestionar las relaciones políticas entre el entorno diseñado y construido y los cuerpos. Sus campos de interés principales son Palestina y los suburbios parisinos y las “fortalezas de Europa”. Es autor de Weaponized Architecture: The Impossibility of Innocence (dpr-barcelona 2012), Topie Impitoyable: The Corporeal Politics of the Cloth, the Wall and the Street (punctum books, 2016) y La politique du bulldozer: la ruine palestinienne come project israelien (B2, 2016).


Archifutures combina las posibilidades de la edición crítica, la impresión innovadora y la intervención activa del usuario. La colección hace un mapeo de la práctica arquitectónica y la planeación urbana contemporáneas, presentadas a través de las palabras y las ideas de algunos de sus actores clave y factores del cambio. Desde instituciones, activistas, pensadores, curadores y arquitectos hasta blogueros urbanos, polemistas, críticos y editores, Archifutures presenta a las personas que están dando forma a la arquitectura y las ciudades futuro y, por tanto, también a las sociedades del futuro.

Archifutures es editado por &beyond y publicado por dpr-barcelona, y presentado en español en colaboración con Arquine.

 

El cargo Arquitectura como arma apareció primero en Arquine.

]]>
Refugio, refugiados, sin refugio: sobre la violencia excluyente de la arquitectura https://arquine.com/refugio-refugiados-sin-refugio-sobre-la-violencia-excluyente-de-la-arquitectura/ Wed, 18 Jul 2018 14:00:33 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/refugio-refugiados-sin-refugio-sobre-la-violencia-excluyente-de-la-arquitectura/ Una persona sin casa es un cuerpo sometido sistemáticamente a la violencia excluyente de la arquitectura, , un prisionero “del afuera”. Los arquitectos deben aceptar que tienen que ver con el poder cuando ejercen su disciplina y reflexionar en la manera como el peso de las relaciones de poder dominantes pueden ser desafiadas en los espacios que diseñan.

El cargo Refugio, refugiados, sin refugio: sobre la violencia excluyente de la arquitectura apareció primero en Arquine.

]]>

Llueve fuerte. La gente corre para buscar abrigo bajo el techo de la parada de autobuses más cercana. Pronto, el espacio protegido de la lluvia está lleno de cuerpos; algunos pequeños, otros grandes, pero todos ocupan una porción de ese preciado espacio. Un cuerpo más intenta colocarse bajo el techo. Otros cuerpos se aprietan entre sí tanto como pueden, pero pronto todos entienden de que ya no hay más espacio disponible: el cuerpo adicional es excluido socialmente de la protección que otorga la arquitectura y, en consecuencia, se moja. Podemos afirmar que esta exclusión es posible gracias a la (por definición limitada) acción de la arquitectura. Por supuesto, en esta historia la exclusión no puede considerarse injusta: “el que llega primero es atendido primero” es la regla común a la que se llega por consenso cuando las condiciones para “llegar ahí” son las mismas para todos.

Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, los protocolos de exclusión del valor agregado producido por la arquitectura no operan bajo esa regla. Más bien, operan bajo el concepto legal de propiedad, en alto grado político (y por lo general atribuido de manera injusta) y, por tanto, implementa la exclusión social de todos los cuerpos que no se benefician bajo tal concepto. Podríamos vivir en un mundo donde los límites de esos territorios basados en la propiedad se marcaran sólo con líneas en el suelo, como en la película de Lars von Trier Dogville (2003). Esos límites serían tácitos y fácilmente se violarían. Para impedir eso, la arquitectura se ha dado los medios para forzar esos límites mediante la materialización de muros demasiado inertes para moverse o destruirse mediante cuerpos sin herramientas. Al contrario, lo que comúnmente se percibe como arquitectura actúa a ambos lados del muro: el espacio de inclusión y el espacio de exclusión. Es particularmente chocante que en el caso de ambientes carcelarios o de confinamiento, lo que llamamos “el interior” corresponde de hecho al espacio de exclusión mientras “el exterior” corresponde al espacio de inclusión a escala de la sociedad.

Quienes en inglés son llamados homeless reciben en francés un nombre que podría traducirse como refugeless: sans abri. Una persona sin casa es un cuerpo sometido sistemáticamente a la violencia excluyente de la arquitectura, , un prisionero “del afuera”. De manera similar, no es una casualidad que el estatuto legal del “refugiado” surja de la palabra “refugio.” Refugio, tanto en un nivel legal como arquitectónico, es precisamente lo que niega la “fortaleza Europa” o la “fortaleza Reino Unido” a las personas que huyen de situaciones de precariedad existencial o económica. Sea el muro o el bloque de vivienda o los muros que surgen en las fronteras internacionales (y dentro de territorios nacionales como Palestina), la arquitectura siempre refuerza la dominación de relaciones de poder entre cuerpos: aquellos que se benefician de la protección de esos muros y aquellos que son excluidos de la misma. Los arquitectos deben aceptar que tienen que ver con el poder cuando ejercen su disciplina y reflexionar en la manera como el peso de las relaciones de poder dominantes pueden ser desafiadas en los espacios que diseñan.

El cargo Refugio, refugiados, sin refugio: sobre la violencia excluyente de la arquitectura apareció primero en Arquine.

]]>
Lo que puede un cuerpo https://arquine.com/lo-que-puede-un-cuerpo/ Wed, 25 Nov 2015 04:02:49 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/lo-que-puede-un-cuerpo/ Hay un conocimiento abstracto en el saber nadar que puede incluso teorizarse, pero saber nadar es, literalmente, un saber del cuerpo o, más precisamente, el conocimiento específico que tiene un cuerpo para componerse o relacionarse con otro, el agua. La arquitectura tampoco puede basarse en un conocimiento meramente empírico y casi circunstancial, ni puede presumir que deriva de un conocimiento abstracto, puro, ideal. La arquitectura probablemente se da en el cruce entre lo empírico y lo racional, en ese momento en el que un cuerpo revela su potencial: lo que puede un cuerpo al encontrarse con otro.

El cargo Lo que puede un cuerpo apareció primero en Arquine.

]]>
Por encargo del poderoso gremio de cirujanos de la ciudad, Rembrandt pintó La lección de anatomía del Doctor Nicolaes Tulp en 1632, en una casa de la Breesttraat en el barrio judío de Ámsterdam (al parecer, el artista optó por vivir allí para tomar de sus vecinos los modelos con los que trabajaba en sus modelos bíblicos), a pocos metros del lugar en el que ese mismo año nacía un niño al que su padre Michael d’Espinosa y su madre Hannah Deborah bautizaron como Baruch.

Así empieza Diego Tatián su libro Baruch, que cuenta la vida de Benedito de Espinosa: Benedict o Baruch Spinoza, nacido el 24 de Noviembre de 1632. Su familia era de origen español y portugués. Al morir su padre, en 1654, Baruch y su hermano se hacen cargo de sus negocios hasta que, dos años después, aquél es excomulgado por sus ideas. La excomunión judía, dice Deleuze, tenía también un sentido político y económico: literalmente el excomulgado era expulsado de la comunidad. Spinoza se convirtió en un viajero, “no por las distancias que recorre,” aclara Deleuze, sino por su relación con las cosas y los espacios que ocupan: “su capacidad para frecuentar pensiones amuebladas, su ausencia de vínculos, de posesiones y propiedades.” Su filosofía es esencialmente política: “una empresa radical de desengaño,” afirma Deleuze, que “no es independiente de su popularización: la construcción de una filosofía popular —explica Tatián— protegida por el anonimato, el seudónimo, la clandestinidad y orientada a la emancipación religiosa y política que testimonia una confianza en la potencia transformadora de las ideas.”

Para Deleuze, una de las grandes proposiciones filosóficas de Spinoza consiste en “instituir al cuerpo como modelo.” No sabemos ni siquiera lo que puede un cuerpo, dirá en su Ética. Lo que sabemos del cuerpo es mucho menos de lo que el cuerpo sabe de nosotros y de lo que sabemos desde el cuerpo. Desde ahí, según Deleuze, Spinoza remplaza una moral basada en valores inmutables —el Bien y el Mal, así, con mayúsculas— por una ética basada “en la diferencia cualitativa de los modos de existencia: bueno o malo.” Por su parte, Antonio Negri dice que Spinoza fue el fundador teórico de la democracia moderna. Como extranjero y expulsado, imagina una democracia que no es privilegio sólo de los hombres libres —como en la Grecia clásica— sino una capacidad o, más bien, una potencia de la multitud.

El primero de los Panfletos del Funambulista, editados por Leopold Lambert, está dedicado justamente a Spinoza. En uno de los textos incluidos, Lambert explica tres de los cuatro modos de la percepción según Spinoza: primero el empírico, segundo el empírico-racional y, tercero, el puramente racional. Deleuze ejemplifica los dos primeros tipos de percepción o conocimiento explicando que el primero es como lanzarse al agua, aun sin saber nadar: conozco el agua en cuanto me enfrento a ella o, más bien, en cuanto choco con ella: el choque es propiamente mi conocimiento del agua. Nadar corresponde al segundo tipo de conocimiento: “tengo un saber hacer —dice Deleuze—, un sorprendente saber hacer; tengo una especie de sentido del ritmo, de la rítmica.” No es un conocimiento abstracto o matemático. Hay, por supuesto, un conocimiento abstracto en el saber nadar que puede incluso teorizarse, pero saber nadar es, literalmente, un saber del cuerpo o, más precisamente, el conocimiento específico que tiene un cuerpo para componerse o relacionarse con otro, el agua. Nadar, y cualquier forma de conocer o percibir de este tipo, es una potencia puesta en acto. Lambert sugiere que hay ciertas formas de la arquitectura que corresponden a ese segundo tipo de conocimiento, pero podríamos incluso asumir que la arquitectura, toda, no puede escapar a esa forma de conocimiento sin perder algo. No puede basarse en un conocimiento meramente empírico y casi circunstancial, como tampoco puede presumir que deriva de un conocimiento abstracto, puro, ideal. La arquitectura probablemente se da —se debe dar— en ese cruce entre lo empírico y lo racional, en ese momento en el que un cuerpo revela su potencial: lo que puede un cuerpo al encontrarse con otro.

El cargo Lo que puede un cuerpo apareció primero en Arquine.

]]>
¿Ni vigilar ni castigar? https://arquine.com/ni-vigilar-ni-castigar/ Sat, 03 Aug 2013 17:20:30 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ni-vigilar-ni-castigar/ ¿Cuál es el papel de los arquitectos —y de la arquitectura en general? ¿debe un arquitecto aceptar cualquier proyecto? No sólo en términos de su participación en la estafa, sino en algo que va más allá. ¿Qué tal un juramento hipocrático para arquitectos?

El cargo ¿Ni vigilar ni castigar? apareció primero en Arquine.

]]>
“El Centro Federal de Reinserción Social que se construye en la costa de Chiapas se edifica en una zona inundable. Para colmo, la obra, que tiene un costo superior a los 4 mil 400 millones de pesos, lleva ya un año de retraso”. Esa nota aparece hoy en el periódico Reforma y explica que mientras “el río Vado Ancho está a una altitud de entre 57 y 73 metros sobre el nivel del mar”, el terreno donde se construye el penal está sólo a 54, lo que “obligó a rellenar esas áreas con incalculables toneladas de tierra, además de reencauzar arroyos y abrir canales para favorecer el desfogue de corrientes.

La breve nota da material para preguntarnos muchas cosas. Primero, claro, cómo se deciden ese tipo de proyectos y a qué tipo de planeación responden, si alguna. Es uno más de tantísimos ejemplos de obra pública a medio construir, con retrasos y sobre costo, y en con todas las características de un timo. La misma historia se repite tantas veces —desde la prisión a la autopista, o de la escuela a la cineteca— que hay por momentos entiendo y suscribo uno de los comentarios que un lector hizo: “México no tiene futuro, seamos objetivos”. Pero la nota también sirve para preguntarnos sobre el papel de los arquitectos —y de la arquitectura en general— en este tipo de proyectos, ¿debe un arquitecto aceptarlos? Y no lo pregunto —o no sólo— en términos de su participación en la estafa, sino en algo que va más allá.

Hace unos días Leopold Lambert publicó en su blog, The Funambulist, una entrada titulada ¿diseñar una prisión o no diseñar una prisión? ¿Qué tal un juramento hipocrático para arquitectos?

La pregunta que hace Lambert parte de su propio trabajo sobre Foucault, para quien la prisión era un complejo dispositivo cuyos efectos finalmente iban más allá de la estructura material de una cárcel y precisamente por eso puede considerarse como un dispositivo: “un conjunto heterogéneo que incluye virtualmente cualquier cosa, lingüística o no, discursos, instituciones, edificios, leyes, proposiciones filosóficas; el dispositivo es en sí la red que se establece entre esos elementos” —según explica Giorgio Agamben, también a partir de Foucault. Pero va más lejos de la prisión. “No a cualquier arquitecto —escribe Lambert— se le pedirá participar en el diseño de una prisión, pero cualquier arquitecto enfrentará el mismo dilema en una versión del dilema más o menos sutil”. El dilema, dice, está al pensar que “toda estrategia política está basada en la misma pregunta: ¿puede un conjunto de reformas mejorar esencialmente a la sociedad o son sólo un arreglo cosmético para disimular las relaciones reales de poder?” La pregunta la resume Lambert en un dilema con ecos corbusianos: ¿reforma o revolución?

Robin Evans —cuya tesis doctoral llevó el título La fabricación de la virtud: la arquitectura de las prisiones inglesas, 1750-1840— publicó en los años 70 un ensayo titulado Towards Anarchitecture —también con ecos corbusianos, jugando con la traducción al inglés de Vers une architecture. En su ensayo, Evans entiende la arquitectura como una forma de control mediante sistemas físicos que interfieren en el entorno construido. Las interferencias pueden ser de tres tipos: positivas, cuando permiten más acciones de las que antes eran posibles sin restringir las ya existentes; negativas, cuando en cambio restringen acciones posibles sin agregar ninguna nueva —la prisión es un ejemplo de este caso—; y sintéticas: impiden algunas acciones y permiten otras nuevas. Evans dice que casi toda la arquitectura está en este último tipo.

Lambert, sin hacer referencia directa al planteamiento de Evans, se pregunta si los arquitectos pueden —o deben— diseñar interferencias negativas o si, como los médicos, debiera haber algún tipo de juramento hipocrático para arquitectos que estableciera que “no deben de manera deliberada participar en la concepción de un diseño que deliberadamente dañe los cuerpos que cobijará”. A eso, que ya es mucho, se le podría sumar algo más: los arquitectos no deberán con su trabajo suscitar ideas como la apuntada más arriba —seamos objetivos: no tenemos futuro— o como el segundo comentario que acompaña a la nota del periódico: “está bueno, para que se ahoguen y así sean menos delincuentes”.

panoptico

El cargo ¿Ni vigilar ni castigar? apareció primero en Arquine.

]]>