Resultados de búsqueda para la etiqueta [Lenguaje ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 07 Nov 2023 23:08:46 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Las palabras y las normas https://arquine.com/las-palabras-y-las-normas/ Tue, 07 Nov 2023 05:57:19 +0000 https://arquine.com/?p=84847 ¿Qué decimos cuando hablamos de gentrificación? La ambigüedad de este término y su uso en la legislación podrían ser el primer obstáculo para conseguir una vivienda digna para la población en general.

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Con frecuencia asumimos, cuando hablamos, que nuestros interlocutores atienden a las mismas referencias, aun cuando no estemos seguras de que sea así. Esto, de cierta manera, es natural en tanto permite que nos comuniquemos y evita titubeos a cada palabra que sea susceptible de interpretaciones. 

Esta interacción implica cierta pérdida de información o especificidad en algunos conceptos, disminución que estamos dispuestos a dejar pasar con tal de que el diálogo ocurra de manera satisfactoria, diría John L. Austin: la pérdida de complejidad da paso a lo cotidiano. Pero esto también implica una constante negociación con las palabras que usamos para representar al mundo, es decir, no sólo dejamos que se pierda la complejidad, sino que jugamos con ella. 

Y no todas las personas juegan con las mismas reglas, sino que lo hacen desde diferentes posiciones. Usar las palabras dentro del juego del lenguaje también implica juegos de poder, en especial cuando estas tienen una fuerza pública para describir la realidad. 

Si un arquitecto de renombre dice, frente a una multitud sedienta de conceptos para enmarcar sus proyectos, que la gentrificación en sí misma es positiva, el argumento tiene su atractivo, porque activa un mecanismo de defensa frente a la complejidad. Ya no es necesario argumentar contra un proyecto que alienta la gentrificación, sobre todo si se dice que esta es positiva: aquí se gentrifica. 

Y es que esta palabra, gentrificación, tiene un factor importante de conflicto, lo que ha motivado a que las críticas al concepto se manifiesten como una postura atractiva. Por un lado, están quienes afirman —entre los que me incluyo— que la gentrificación es negativa en tanto que se trata de expulsar a población de menores ingresos por una de mayor poder adquisitivo en una zona con procesos de intervención reciente, o bien, ubicada dentro de la ciudad. 

Esta postura surge de la propuesta de quien acuñó el término: Ruth Glass, socióloga británica que describió en la década de los 60 el desplazamiento de las clases trabajadoras por parte de las clases medias en los barrios obreros de Londres: 

Las casas victorianas más grandes, degradadas en un periodo anterior o reciente —que se utilizaban como casas de hospedaje u ocupadas por múltiples habitantes—, se han vuelto a revalorizar. Hoy en día, muchas de estas casas se están subdividiendo en costosos pisos o houselets (en términos de la nueva jerga snob inmobiliaria). El estatus social y el valor actuales de estas viviendas suelen estar en relación inversa con su tamaño y, en cualquier caso, enormemente inflados en comparación con los niveles anteriores de sus vecindarios. Una vez que este proceso de “gentrificación” se inicia en un barrio, avanza rápidamente hasta desplazar a todos o a la mayoría de los ocupantes originales de clase trabajadora. (Glass, 1964, xviii). 

La claridad de Glass resurgió, y con fuerza, en los procesos de intensificación de la ciudad neoliberal pues explica, en cierta medida, las intervenciones urbanas en enclaves habitados por clases medias y bajas, lo que ha provocado (muy posiblemente de manera premeditada), el encarecimiento del suelo y el fomento de la expulsión de los habitantes originales. 

Por otro lado, están quienes argumentan que se trata de un proceso natural en el desarrollo de las ciudades. Básicamente que casi todo proceso de urbanización conlleva un desplazamientos. Esta postura argumenta, también, que existe una diversidad en los procesos de expulsión y que no todos pueden clasificarse como negativos: 

Es distinto que la expulsión sea efecto de la desocupación y remodelación de antiguas viviendas que ahora se entregan a personas de condición social superior, que cuando es efecto de la presión de los precios en alza de los inmuebles. (Sabatini, Sarella y Vázquez, p. 24).

El argumento también se sostiene en la dificultad para medir e interpretar la gentrificación como fenómeno en las zonas donde sucede. ¿Cómo medir los procesos de desplazamiento si no es en el momento en el que se llevan a cabo?, ¿cómo interpretar los cambios en los perfiles sociodemográficos ascendentes?, ¿este movimiento es resultado de desplazamientos o de la mejora en las condiciones de los residentes originales?

Este debate, con varios años ya —al menos en la literatura latinoamericana—, ha sido prolífico en términos de producción académica, pero poco eficiente para el debate público. Mientras la disputa por la apropiación del concepto continúa, el desarrollo inmobiliario e incluso las autoridades reproducen la palabra con la misma ambigüedad de trasfondo que permite el juego del lenguaje.

¿Cómo hacer leyes o normas que tomen en cuenta el fenómeno de la gentrificación? ¿Qué es lo que estaría en juego? ¿Qué se prohibe, qué se regula, qué se impone? Si esta ambigüedad continúa, sobre todo en el plano normativo, estamos condenadas a reproducirla y permitir que en el juego de las palabras gane el que tenga más poder para imponer la definición que mejor se adecue a sus necesidades e intereses. Quizá si buscamos otras definiciones con menos espacio a la interpretación encontremos mejores formas de representar la realidad y, en la medida de lo posible, cambiarla. 

 

Referencias:

  • Glass, Ruth (1964). London: Aspects of change. London: Centre for Urban Studies- Mac Gibbon & Kee. 
  • Sabatini, Francisco; María Sarella y Héctor Vázquez (2009). Gentrificación sin expulsión, o la ciudad latinoamericana en una encrucijada histórica en Revista 180, no. 24, Universidad Diego Portales, Chile. 

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Arquitectura, lenguaje y silencio https://arquine.com/arquitectura-lenguaje-y-silencio/ Tue, 07 May 2019 13:00:10 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-lenguaje-y-silencio/ La relevancia de Wittgenstein para la arquitectura surge del hecho de que su filosofía nos proporciona un marco a través del cual discernir entre aquello que se puede decir de nuestra experiencia en ella, y aquello que no.

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«El mundo es todo lo que acontece»(1), un todo que incluye el devenir de una mente brillante, de la cual surgió esta y tantas otras proposiciones fulminantes. Hablamos de la mente del filósofo vienés, Ludwig Wittgenstein, de quien conmemoramos el 130º aniversario de su nacimiento, el 26 de abril de 1889. Al recordarlo, nos preguntamos, ¿es relevante Wittgenstein para la arquitectura? La respuesta corta: sí, pues de alguna forma esclareció los límites de nuestra interpretación de ella. Una respuesta más elaborada está en los siguientes párrafos, precedida por un insolente y breve recuento de su primera etapa filosófica. 

Desde la adversidad de las trincheras en la Primera Guerra Mundial, las inquietudes filosóficas de Wittgenstein fraguaban en el razonamiento de su juventud. No buscaba postular construcción filosófica alguna, sino presentarse ante él mismo los límites de cualquier planteamiento filosófico posible. Estas reflexiones se consumaron en los aforismos de su única obra publicada en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus. Dentro del hilo de aforismos que conforma este libro se encuentran —no sin un grado de resistencia a ser comprendidos— los fundamentos de la relación íntima entre el mundo, el pensamiento y el lenguaje. Si Immanuel Kant en el siglo XVIII había delimitado de alguna forma las posibilidades de la razón, de manera análoga, Wittgenstein, en la primera mitad del siglo XX, bosquejó una línea alrededor de los límites del lenguaje.     

Unos años después de la publicación de su Tractatus, y satisfechamente retirado del quehacer filosófico, incurrió de forma noble —o tal vez inocente— en el oficio de la arquitectura; un arte fascinante para Wittgenstein, al igual que la música. En 1926 se involucró en el diseño y la construcción de una casa en Viena para la familia de su hermana Margarethe, con el mismo arrebato y entusiasmo que le imprimía a todas las demás tareas que llevaba a cabo. Al inicio, el arquitecto Paul Engelmann fue responsable del encargo de esta casa, sin embargo, él fue paulatinamente relegado por el involucramiento de Wittgenstein en el proyecto; la dedicación compulsiva del hermano anuló la necesidad de colaboradores. A finales de la obra, en un arranque de obsesión, Wittgenstein ordenó que se derrumbara una losa y se volviera a colar dado que se había colocado tres centímetros por debajo de la altura que él había proyectado.(2) Una vez corregida la losa, la casa fue habitada por la familia de Margarethe desde 1928 hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial. 

La casa es, sí, objeto arquitectónico, pero tambíen estructura conceptual. Representa un motivo fundamental en el devenir filosófico de Wittgenstein, no meramente una etapa anecdótica de su vida fugaz. Los aforismos dentro del Tractatus Logico-Philosophicus, con los cuales Wittgenstein buscaba esclarecer toda confusión filosófica, conforman una parte de sus postulaciones; la parte que se puede decir. La otra parte, está más allá del lenguaje y, por lo tanto, debe ser expresada mediante el acto artístico, es decir, el momento creativo que colma todo lenguaje, en este caso, la arquitectura: la casa, el Tractatus hecho Domus.

¿Dónde subyace, entonces, la relación entre la casa construida por Wittgenstein y su filosofía escrita? Entre otras cosas, en la ausencia de ornamentación superficial, sin embargo, para responder con más profundidad esta pregunta anotaremos de manera burda algunas de las pautas del Tractatus. En tal obra, Wittgenstein apunta con agudeza analítica que todo uso de nuestro lenguaje deberá necesariamente estar referido a hechos, es decir, a un estado de cosas en el mundo. Todo lo que se expresa, deberá poder estar contenido dentro de proposiciones causales. De no ser así, se está transgrediendo el límite del lenguaje y, por lo tanto, cayendo en un sinsentido, una confusión lingüística. Siguiendo estos criterios, Wittgenstein le designa a todo aspecto metafísico —particularmente la ética y la estética— un lugar dentro de la mística, es decir, dentro del conjunto de sinsentidos que son imposibles de aprehender firmemente con nuestro lenguaje. Sin embargo, el hecho de que a algo no se pueda acceder claramente con el lenguaje, no significa que no se pueda experimentar o que esté más allá del mundo. Por lo tanto, la casa construida por Wittgenstein sirve como un puente entre lo que se puede decir —los hechos del mundo— y lo que rebasa las posibilidades de cualquier proposición —lo que está por fuera del lenguaje. Esta es la razón de la casa: hacer alarde de aquello que es inexpresable.    

La relevancia de Wittgenstein para la arquitectura —más allá de la casa— surge del hecho de que su filosofía nos proporciona un marco a través del cual discernir entre aquello que se puede decir de nuestra experiencia en ella, y aquello que no. Es decir, la interpretación de la arquitectura no siempre le corresponde a nuestro lenguaje; hay experiencias que lo desbordan. Intentar comunicar alguna vivencia mística sería arremeter contra los límites del lenguaje y, por lo tanto, una confusión lingüística que articularía un sinsentido. Para ponerlo en otros términos, aprender de Wittgenstein implicaría dejar de pretender aproximarnos con el lenguaje a la sensación elevada que nos provocan los interiores de las construcciones góticas, el silencio de las construcciones de Luis Barragán o las atmósferas de los diseños de Peter Zumthor, por mencionar solo unos ejemplos. Por más arduo que sea el esfuerzo al transmitir estas experiencias, será imposible —no vale la pena intentarlo—, puesto que no les conciernen a las proposiciones. El silencio es en sí otro lenguaje, por lo tanto, «De lo que no se puede hablar, mejor es callarse».(3)


Notas

 1. L. Wittgenstein. (2012). Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid: Alianza, p.9, aforismo 1.

2. Esto también es evidente en un intercambio epistolar que mantuvieron Wittgenstein y Engelmann desde 1916 hasta 1937. L. Wittgenstein, P. Engelmann. (2009). Cartas, encuentros, recuerdos. Valencia: Pre-textos. pp. 27-110.

3. Aforismo 7 y último del Tractatus Logico-Philosophicus.

     

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