Resultados de búsqueda para la etiqueta [Klaus ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Wed, 12 Feb 2025 16:11:12 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Klaus, premio de dibujo Eye Line RIBA 2024 https://arquine.com/klaus-premio-de-dibujo-eye-line-riba-2024/ Thu, 27 Jun 2024 20:03:42 +0000 https://arquine.com/?p=91293 Luis Miguel Lus Arana, mejor conocido como Klaus por los lectores de Arquine, fue anunciado como ganador del primer premio del concurso de dibujo Eye Line 2024, organizado por el Royal Institute of British Architects (RIBA). El premio le fue entregado por una obra de gran formato, Welcome to Tribuneville: An Imaginary Vision of an […]

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Luis Miguel Lus Arana, mejor conocido como Klaus por los lectores de Arquine, fue anunciado como ganador del primer premio del concurso de dibujo Eye Line 2024, organizado por el Royal Institute of British Architects (RIBA). El premio le fue entregado por una obra de gran formato, Welcome to Tribuneville: An Imaginary Vision of an Old Chicago That Could Have Been, dibujo épico y diacrónico que conmemora el centenario del concurso más emblemático de la arquitectura moderna: la competición en 1922 para la construcción de la sede central del periódico The Chicago Tribune, en Ilinois (Estados Unidos).

El dibujo fue hecho con lápices azules y de grafito (de graduaciones 2H, H y HB) y técnicas mixtas sobre papel básico de 150 mg, así como coloración digital. Tiene unas dimensiones de 312.2 cm × 65.9 cm, un tamaño adecuado para mostrar a detalle un panorama fantástico en el que los distintos proyectos presentados para el concurso, que en muchos casos nunca se construyeron, conviven gracias a la proyección y dibujo arquitectónico de Klaus. Así aparece el esta fantasmagoria arquitectónica del edificio real, diseñado por Raymond Hood y John Mead Howells, y característico por su diseño neogótico, inspirado en la Tour de beurre (Torre de mantequilla) de la catedral francesa de Notre-Dame, en Rouen

Una versión adaptada de la obra original, llamada Welcome to Tribuneville. Un relato del pasaje neumático, apareció en Arquine 105 — Mediaciones (septiembre de 2023) y acompaña a un texto escrito a cuatro manos por Klaus y Stewart Hicks: “Welcome to Tribuneville: 100 (+1) años del concurso para la Chicago Tribune Tower” (pp. 10-13). En dicha sección, los autores cuentan, casi con el mismo detalle del dibujo, la historia de este concurso que fue un acontecimiento mediático (y no sólo por tratarse de uno de los diarios más importantes de la prensa estadounidense del siglo XX), que colocó a la arquitectura como un asunto de discusión pública. Con sus 278 concursantes de 23 países, el acontecimiento se aseguró una cobertura periodística internacional que dirimió los proyectos de eminencias como Eliel Saarinen (a la postre, el segundo lugar, aunque para muchos debió ser el ganador), Walter Gropius, Bertram Goodhue, Walter Burley Griffin, Bruno Taut, o la enorme y la fantástica columna diseñada por Adolf Loos. El resultado del concurso sería tan polémico como el propio certamen, cuyos ecos siguen sintiéndose en el presente, a pesar de que el edificio de Hood y Mead Howells haya sido abandonado por el Tribune desde 2018 para convertirse en apartamentos de lujo.

Klaus se basó de manera especial en el libro y la exposición de Stanley Tigerman y Stuart E. Cohen, Chicago Tribune Tower Competition/Late Entries (1980), que sirvió para imaginar todo tipo de futuros alternativos para el proyecto original, y que reunió a menos arquitectos que la primera convocatoria:

“Abrir el libro que recoge las más de 270 propuestas enviadas al concurso supone sumergirse en un mundo alternativo, en que la torre-columna de Loos es sólo una entre varias propuestas que juegan con esta misma idea, y la propuesta ganadora de Howells y Hood se pierde entre un bosque de ensoñaciones neogóticas de formas diversas. Una multitud de torres de corte neoclásico, con sus elaboradas cúpulas, se alternan con edificios coronados por esferas, templos griegos o incluso una Santa Sofía en miniatura; así como fantásticas, elaboradas y elegantes composiciones art déco se enfrentan a indigestos pastiches medievalistas o de otras muchas y diversas índoles. Por supuesto, también hay un hueco para propuestas más ascéticas y para la(s) modernidad(es), desde el expresionismo de Taut a las varias propuestas de diferentes arquitectos holandeses.”

En la información que compartió el journal del RIBA, se mencionó que a “los jueces les encantó la escala épica, los detalles interrogables y la naturaleza obsesiva y visionaria del esfuerzo.” La diseñadora Chia-Yi Chou subrayó ‘la forma en que Klaus los reunió a todos, y más, para contar la historia de un momento de la historia de la arquitectura, todo presentado como si fuera real pero que en realidad es una obra de ficción completa”. Jan-Carlos Kucharek, editor del Riba Journal, lo llamó un “pastiche de John Soane en forma de dibujo”, a lo que Sarah Wigglesworth añadió que la pieza puede entenderse “en el contexto histórico de los esfuerzos pictóricos de J. M. Gandy por representar el panteón de las obras construidas y no construidas de Soane”.

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Arquine Digital No. 107 | Trazas https://arquine.com/product/arquine-digital-no-107-trazas/ Tue, 05 Mar 2024 20:19:18 +0000 https://arquine.com/?post_type=product&p=88202 Este número 107 reúne algunos casos de estudio de las trazas que definen el territorio: desde la extensión de una autopista en California, y sus implicaciones territoriales; la transformación de la Ciudad de México —que pasó de ser una ciudad radial, de centro y periferia, a una metrópolis ortogonal con la incorporación de los ejes […]

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Este número 107 reúne algunos casos de estudio de las trazas que definen el territorio: desde la extensión de una autopista en California, y sus implicaciones territoriales; la transformación de la Ciudad de México —que pasó de ser una ciudad radial, de centro y periferia, a una metrópolis ortogonal con la incorporación de los ejes viales—; o la cirugía sistemática del barón Haussmann sobre la morfología medieval de París; hasta algunos ejemplos de arquitectura reciente en tres ciudades hermanas, cuyos edificios son, literalmente, la extrusión de la envolvente de sus respectivas trazas.

Obras

Canales & Rivero Borrell — Sebastián Canales, Javier Rivero Borrell, Regina Kuri, Carmen Alfaro y Alejandra Álvarez | Christ & Gantenbein | Héctor Barroso | HEMAA arquitectos | LAN Architecture | LOHA (Lorcan O’ Herlihy Architects) | Meir Lobatón Corona

Conversaciones y ensayos

Alejandrina Escudero | Benoît Jallon | Eduardo Rincón Gallardo | Francisco Paillie Pérez | Franck Boutté | Julia Tcharfas | Klaus | León Villegas | Lorenzo Díaz | Pablo Goldin Marcovich | Pier Vittorio Aureli | Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Rosalba Loyde | Tim Ivison | Umberto Napolitano | Ximena Ocampo

Información completa

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Revista Digital No. 91 | Ciudad (In)Sostenible https://arquine.com/product/revista-digital-no-91-ciudad-insostenible/ Mon, 06 Nov 2023 19:39:20 +0000 https://arquine.com/?post_type=product&p=84840 Textos: Dossier Jaume Prat | Anatxu Zabalbeascoa | Philippe Rahm | Carlos Lanuz | Klaus | Hans Kabsch Vela | Alfonso Fierro | Keller Easterling | Gabriel Visconti | Marina Garcés | Marina Otero Verzier Proyectos Guillermo Hevia Garcia | CCA Centro de Colaboración Arquitectónica | RDH Architects | nav_s baerbel mueller + Juergen Strohmayer | Urko Sanchez Architects | graal | Dellekamp / Schleich + AGENdA | Atelier Uno | Rafael Pardo | Estudio Cavernas | Flores & Prats

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La sustentabilidad ya perdió sentido. Las trompetas apocalípticas ya no delatan el cambio climático sino la tragedia climática, y aparecen nuevos conceptos y disciplinas, como reciclaje, reconstrucción, regeneración de los ecosistemas o geoingenierías, como parte de la solución.
Más allá de notables propuestas de escala modesta, de futurismo verde a la Avatar, o de extravagantes diseños de Arcas de Noé contemporáneas (que ya adquirieron forma en tantas películas de ficción), tenemos el desafío de pensar cómo construir de manera responsable, reduciendo nuestra huella ambiental. La prevención nunca ha formado parte de la humanidad y quizá tampoco sea prioridad ante las alarmas evidentes, ya que las principales potencias económicas actuales no sólo no participan en las medidas paliativas sino que se salieron del tratado internacional que las obligaba a cumplir las mínimas. Cuando las urgencias de la mayor parte del planeta —seguridad, viviendas asequibles, calidad del espacio público— corren en paralelo con el apocalipsis medioambiental anunciado, parece improbable que las políticas públicas sean capaces de priorizar el futuro inminente al presente inmediato.
Sin embargo, desde la arquitectura se pueden eficientar los procesos constructivos que mejoren el aislamiento térmico, las ventilaciones cruzadas, para amortiguar el consumo masivo de aire acondicionado y calefacción. Desde la academia se debe generar conocimiento científico sobre la actual crisis climática, para especular sobre las opciones al alcance de cada economía y cultura. Y desde la planeación urbana se tiene que ser mucho más ambicioso y diseñar ciudades donde florezca la justicia ambiental, priorizando el protagonismo del agua en todos los proyectos, sean públicos o privados.
En estas páginas exponemos algunos análisis e ideas que orienten cómo lidiar con un futuro que ya no puede seguir desarrollándose con los criterios del pasado, con ejemplos de pequeña escala donde se reciclan edificios, hasta con propuestas de nuevas ciudades atendiendo la innovación tecnológica, la calidad ambiental y la autosuficiencia energética. Ante la agonía del mundo moderno, sirva este arsenal de propuestas para concientizar nuevos rumbos más esperanzadores.

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Veinticinco años, en efecto (Guggenheim) https://arquine.com/veinte-anos-en-efecto-guggenheim/ Tue, 18 Oct 2022 06:07:35 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/veinte-anos-en-efecto-guggenheim/ El museo Guggenheim fue importante para la ciudad, ayudando a poner cara al proceso de restructuración a un nivel territorial de una ciudad que se reinventaba en su etapa posindustrial: dentro del territorio español. Esto se conoce como “efecto Guggenheim” pero ¿qué significó para la propia arquitectura?

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[Este texto y el cartón que lo acompaña se publicaron originalmente en el número 80 de la revista Arquine, Veinte años.]

 

Echar la vista atrás suele ser un ejercicio un tanto frustrante, cuando uno revisa lo escrito y tiene que enfrentarse cara a cara con la realidad que se repite más a menudo de lo que se quisiera aceptar. En este caso, no es ni siquiera necesaria la revisión. Sin embargo, a veces la realidad es terca y uno se ve obligado —totalmente contra su voluntad— a retomar temas ya tratados. A finales de marzo, Iker Gil, editor de la revista MAS Context, presentaba en Bilbao el último número de la publicación: un grueso tomo de más de cuatrocientas páginas dedicadas a la ciudad y su evolución hacia el siglo XXI. En él, los diferentes colaboradores trataron —tratamos— de ofrecer una visión más poliédrica de Bilbao, que trascendiera los acontecimientos y clichés gestados en torno a su renovación. Porque, si retrocedemos dos décadas a 1997, resulta difícil encontrar un acontecimiento de impacto mayor en la escena arquitectónica que la inauguración del Guggenheim Bilbao y, seguramente, de mayores y más duraderos efectos a nivel internacional. Habría que retrotraerse otros veinte años, a la inauguración del Centre Pompidou —entonces Beaubourg— en París, para dar con otro museo cuya presencia mediática se le acercara siquiera y, desde luego, su afección al estado general de las cosas quedaría a años luz, independientemente de su calidad como obra de arquitectura.

Hasta ese momento, el apellido Guggenheim, al margen del hundimiento del Titanic, se hallaba asociado en exclusiva al edificio que Solomon, hermano más afortunado del difunto Benjamin, había encargado a Frank Lloyd Wright y construido frente a Central Park (obviemos las sucursales del SoHo y Venecia para preservar el vigor retórico). Cuatro décadas después, otro Frank, Gehry —antes Goldberg— reemplazaba la pequeña joya de Wright en el imaginario colectivo con una obra igualmente caprichosa que, por una milagrosa sinergia, conseguiría ponerse a sí misma en el ojo de la crítica internacional, y a Bilbao en el mapa. Dos meses antes de la inauguración del museo, The New York Times Magazine dedicaba al edificio su portada, mientras en interiores, Herbert Muschamp afirmaba, en un artículo significativamente titulado “The Miracle in Bilbao”, que la ciudad se había convertido en un lugar de peregrinaje: “…los milagros ocurren… el nuevo museo Guggenheim… abre el 19 de octubre, pero la gente ha estado acudiendo en manada desde hace casi dos años, simplemente para ver cómo cobra forma el esqueleto metálico del edificio. ‘¿Has estado en Bilbao?’ En círculos arquitectónicos esta pregunta ha adquirido el estatus de santo y seña. (…), ¿Has visto el futuro?”

Ciertamente, observar el Guggenheim suponía contemplar el futuro cercano, en concreto el de los diez años siguientes, hasta la llegada de la crisis. De hecho, es cierto que el museo fue importante para la ciudad, ayudando a poner cara al proceso de restructuración a un nivel territorial de una ciudad que se reinventaba en su etapa posindustrial: dentro del territorio español. Esto se conoce como “efecto Guggenheim”, pero para el mercado internacional es el ‘“Bilbao effect”. En cualquier caso, para Bilbao, el Guggenheim fue únicamente la herramienta para hacer visible un éxito “de la noche a la mañana”… en el que se había trabajado durante más de veinte años.¹ Mucho más dramático sería el efecto exterior, como puso de manifiesto el simposio “Learning from the Guggenheim”, celebrado en el Nevada Museum of Art en Reno siete años después. En él, Joseba Zulaika o Beatriz Colomina, entre otros autores, hallaban, en Bilbao, Las Vegas del nuevo milenio y analizaban la herencia del museo en el status quo global, desde la euforia en el caso de algunos participantes hasta el escepticismo ante la idoneidad del colonialismo cultural de otros.

Más elocuente aún fue, el mismo año, un texto que se volvería recurrente, con el tiempo, el artículo “Nuevas políticas del espectáculo: ‘Bilbao’ (así, entre comillas) y la imaginación global”, en el que Joan Ockman, transmutada en una Susan Sontag finisecular, parecía definir la nueva imaginación del desastre² que el ‘efecto Guggenheim’ traería para la arquitectura de fines del XX y principios del XXI. En un ejemplo paradigmático de “tomar el rábano por las hojas”, responsables políticos, animados por el mamporreo —si se me permite— entre otros, de muchos compañeros, tratarían de reproducir el éxito de Bilbao construyendo su propio Guggenheim que, por pura metonimia mediática, había pasado a ser su equivalente. Y así, las revistas especializadas verían llenar sus páginas de un sinfín de museos, auditorios y variopintas instalaciones tan espectaculares como vacías, en sentido figurado y, en muchos casos, literal. Lo de menos era el uso supuesto, un uso coartada que servía de excusa para el real: ésta era una arquitectura para el turismo. Al fin y al cabo, si algo consiguió el edificio de Gehry fue transformar el turismo arquitectónico —antes una realidad reservada a arquitectos/ as y sus sufridas parejas— en un fenómeno de masas. No es sino inevitable, por ello, que la arquitectura surgida a tal efecto (me disculpo), se haya envuelto del folclorismo carnavalístico de Disneyworld.

Los últimos veinte años han presenciado una proliferación de supuestos clímax, condenados —y nosotros con ellos— a permanecer como monumentos eternos a una euforia por otra parte bastante efímera, pese a que amenace con volver. En sentido contrario, han sido testigos de la triste desaparición de apreciables hitos de otras épocas: como señalaba unos pocos números atrás, en estas dos décadas hemos perdido un edificio de Frank Lloyd Wright (y otro está en espera de demolición), un par de docenas de edificios brutalistas (con mención especial para los proyectos de Paul Rudolph), e incluso un Goldberg —esta vez de verdad— en Chicago. Así pues, mantengamos la esperanza.•


 

1. Para aquellos interesados, me remito al número 30-31 de MAS Context: Bilbao, descargable íntegramente en la página web de la revista.
2. Me refiero, claro está, al clásico “The Imagination of Disaster”, publicado por Sontag en Commentary Magazine en octubre de 1965 (pp. 42–48).

 

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Por qué odio Blade Runner https://arquine.com/por-que-odio-blade-runner/ Mon, 25 Nov 2019 06:59:25 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/por-que-odio-blade-runner/ Noviembre de 2019 ya está aquí, y la realidad al otro lado de mi ventana es igual de ominosa que la descrita por Scott, pero mucho menos fascinante. Y lo mismo puede decirse de la situada al otro lado de la pantalla, ahora digital.

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La primera vez que vi Blade Runner fue en 1988. Lo recuerdo perfectamente porque en una época en la que aún disponíamos únicamente de dos cadenas de televisión nacionales, el estreno en televisión de cualquier película era saludado como un acontecimiento —al menos así lo hicieron las personas con las que me encontraba. Lo cierto es que a mi edad desconocía por completo el filme, pero uno de los protagonistas era el actor que interpretaba a Han Solo en La Guerra de las Galaxias (la película; nada de ‘Una Nueva Esperanza’, ni monsergas similares), así que me senté delante del televisor, unos años demasiado joven para disfrutarla. Ciertamente me impresionó, si bien no en el sentido que uno esperaría. Un par de años antes había huido de una proyección matinal de Fuga del Bronx (1983), de Enzo G. Castellari, cuya crudeza demostró ser demasiado para mi sensibilidad infantil. Algo parecido me sucedería con el film de Scott, que me estremecería en varias ocasiones. De aquella sesión recuerdo la imagen de Zhora atravesando vidrieras con un impermeable de plexiglás cada vez menos transparente por los borbotones de sangre. También recuerdo la similar mezcla de repulsión y fascinación morbosa que me produjeron el tétrico look de muñeca de porcelana de una jovencísima Sean Young, o la escena final, con Rutger Hauer recitando su semi-improvisado monólogo, rodeado del azul de una azotea lluviosa. 

Todo esto no me ocurriría algunos, pocos, años después cuando, también de noche, pero esta vez motu proprio y con un mucho mayor -aunque aún exiguo- conocimiento y madurez, viera por primera vez el filme anterior de Scott, Alien (para nosotros, en uno de los raros momentos de brillantez de la ‘traducción creativa’ al castellano de los títulos originales, Alien, el octavo pasajero). Es decir, la fascinación estaba ahí, desde luego, pero en este caso no era morbosa, sino el puro deleite estético de quien descubre por vez primera algo con la conciencia creciente de hallarse ante una obra maestra. He de decir que esto no me ocurrió con Blade Runner, ni siquiera cuando la vi, ya en unas condiciones razonables y mediados mis estudios de arquitectura, algo más tarde. Que no se me malinterprete. Blade Runner es uno de los films que más he revisitado, una de mis películas favoritas, un hito de la historia del cine -indiscutible si hablamos de ciencia ficción-, e icono de la postmodernidad que ha generado ríos de tinta, algunos de cuyos afluentes han sido alimentados por el que esto escribe. Ni confirmo ni desmiento que en su momento le dedicara un capítulo en una tesis doctoral.

Sin embargo, allí donde Alien es un film que funciona con la precisión de un mecanismo de relojería, Blade Runner resulta más irregular: si el segundo film de Scott era un prodigio de control del tempo, Blade Runner presenta un ritmo desigual, con un montaje lleno de momentos en los que el espectador sigue con dificultad la —por otra parte ridículamente simple— trama. Alien había sido un prodigio en muchos aspectos, que elevaron lo que comenzó en el fondo como una película de horror de serie B a la categoría de pequeña joya cinematográfica. Tres años más tarde, y con un presupuesto tres veces superior, Blade Runner supondría una empresa mucho más ambiciosa, en la que Ridley Scott abandonaba el megaestructural pero limitado ecosistema interior de su segundo filme, y se enfrentaba a la creación visual de un mundo completo: el continuo megalopolitano de Los Ángeles en un aún futuro 2019. Sin embargo, esto no rebajaría su nivel de exigencia. Blade Runner presentaría el mismo método de layering que The Duelists (1976) y Alien (1979), en el que cada fotograma del film se veía abarrotado con capa sobre capa de información, que apabullaba a un espectador incapaz de aprehender todo lo que se le mostraba, redundando en último término en una insoportable sensación de realidad. Los mundos filmados por Scott no parecían decorados, construidos para el ojo de la cámara, sino entornos reales cuya complejidad excede la capacidad del espectador para registrarla en su totalidad; como el mundo real.

Esta ambición excesiva tendría su efecto en el film: Si Alien, pese a su relativa variedad de escenarios, exudaba coherencia en su tratamiento visual, en Blade Runner el equipo liderado por Douglas Trumbull se vería obligado a utilizar todos los trucos del catálogo para responder a las crecientes demandas de Scott, lo que imprimiría en la realidad del film una cierta naturaleza collage. Blade Runner /Los Ángeles 2019 es un filme/ lugar conformado por momentos/ espacios yuxtapuestos sin solución de continuidad Su conexión, como en la Metrópolis de Fritz Lang, se abandona a la imaginación del espectador.

Y, sin embargo, sería esta condición múltiple, sobresaturada e inconexa, la que redundaría en la aparentemente inagotable capacidad del film para representar la realidad postmoderna, y fascinar a público y Academia por igual. Blade Runner mostró un futuro-presente (un futuro de 1980) que se ofrecía al espectador con abrumadora fisicidad; un futuro oscuro pero palpable, que daría lugar a paradojas como el curioso Síndrome de Estocolmo que haría que “[e]n febrero de 1990, en un ciclo de conferencias (…) en Los Ángeles, tres de entre cinco urbanistas estuvieran de acuerdo en que esperaban que algún día Los Ángeles fuera como el film Blade Runner.”[1] Noviembre de 2019 ya está aquí, y la realidad al otro lado de mi ventana es igual de ominosa que la descrita por Scott, pero mucho menos fascinante. Y lo mismo puede decirse de la situada al otro lado de la pantalla, ahora digital.

¿Entendéis por qué odio Blade Runner?


1. Norman M. Klein. “Building Blade Runner”. En: Social Text 1990, no. 28, pp. 147-152.

 

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McCity. De ciudades y hamburguesas arquitectónicas https://arquine.com/mccity/ Thu, 29 May 2014 17:18:16 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/mccity/ La ciudad cada vez menos un paisaje urbano y más un parque temático de la arquitectura y en un contexto en que cada edificio está en permanente lucha por atraer la atención sobre sí mismo, todo pierde interés. Las ciudades hoy son auténticas ciudades McMenu compuestas por "delicias culinarias" arquitectónicas, "tasty bits" dispuestos sin solución de continuidad por unos arquitectos obsesionados con diseñar el edificio del signo (de esta semana).

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No es la primera vez que cuento esta anécdota, e intuyo que no será la última, ya que cada vez que vuelvo a ella resulta de mayor actualidad, y descubro en ella matices y detalles que refuerzan su clarividente capacidad de síntesis de la realidad. Y así, como un Pierre Menard cualquiera, vuelvo a ella y la reescribo de vez en cuando.

Todo ocurrió en un multitudinario congreso menos digno de Borges que tuvo lugar hace ya algo más de una década, y en el que una ciudad, perenne candidata olímpica, presentaba sus adquisiciones arquitectónicas, para júbilo de los asistentes. El monumental evento era menos un foro de debate que un enorme espectáculo en el que el who’s who de la arquitectura internacional (el término “starchitecture” aún no era de uso común) eran recibidos como auténticas estrellas del rock, jaleados por un público entregado. Y así, Álvaro Siza, Jean Nouvel, Thom Mayne, David Chipperfield, Wiel Arets, una tercera parte de MVRDV, Dominique Perrault y su foulard, y tantos otros, fueron desfilando ante un aforo formado mayoritariamente por estudiantes y jóvenes profesionales que aplaudían, reían sus gracias, se sacaban fotos con ellos y les pedían autógrafos. Sutil, todo muy sutil.

Este ambiente de celebración, idolatría y hormona arquitectónica se mantuvo los varios días que duró el evento: Las conferencias y los panegíricos se sucedían una tras otro, y las mesas redondas se convertían en cortas sesiones de palmadas en la espalda; cortas porque en realidad, llegaba un momento en que los organizadores habían acabado su repertorio de elogios, y ya no sabían qué más decir. Los invitados tampoco: ellos habían ido allí a que se les hiciera la pelota. Por eso, la tarde del último día, tras tres días de fastos del mismo signo, nadie se esperaba que tuviera lugar una inesperadamente afortunada y ácida intervención. La última sesión se cerraba, como todas, con una mesa redonda en la que los ponentes de la tarde eran complacientemente interrogados (‘agasajados’ sería seguramente una descripción más fiel) por el moderador. Y fue en medio de tanto masaje y tanta lisonja cuando una voz desde el graderío dijo a través del micrófono “Mi pregunta va dirigida al señor Cobb…” Y pocos segundos después, las sonrisas y los bostezos se helaron en máscaras de incredulidad.

Cobb, Henry Cobb, miembro fundador de Pei, Cobb, Freed & Partners insigne representante, junto con su socio, de la más exitosa generación del Harvard GSD, así como de ‘corporate modernism’, había presentado un rascacielos ni mejor ni peor que otros; un diseño recibido con adormecida impasibilidad por un público que tampoco esperaba más, y presentado con la tranquilidad de quien se sabe libre de ataques. A fin de cuentas, ¿quién iba a ser tan mezquino de amargarle el disfrute de su senectud arquitectónica a un venerable anciano como el bueno de Cobb? ¿Quién? Pues nuestro amigo el de la pregunta, cuyo discurso fue rematado a través del micrófono con un “… Y al señor Cobb, lo mejor que le puedo decir es que su edificio es una hamburguesa arquitectónica, que lo mismo podría estar aquí que en Hong Kong, o en Nueva York.” La gente rió risas nerviosas, entre divertidas y espeluznadas, mientras Henry Cobb, que no salía de su asombro, declinó contestar, y el moderador decidió escapar de la situación dando zanjado el asunto y cambiando de tema.

El caso es que, mientras me revolvía en mi asiento, disfrutando del delicioso contraste entre lo incómodo de la situación -Cobb se veía como si alguien lo hubiese abofeteado- y la excitación de que por fin alguien acabara con aquel festival de autocomplacencia, también sentí que había asistido a una revelación: “Hamburguesa arquitectónica”. El término, a buen seguro, no había sido acuñado por aquel terrorista verbal, asesino de las buenas maneras, pero viniera de donde viniese, había llegado a mi vida para quedarse. A partir de aquel momento, comencé a ver la realidad de otro modo, encontrándome con hamburguesas arquitectónicas con cada vez mayor frecuencia. La primera vez que recuerdo fue al visitar el recientemente terminado centro comercial construido por Robert A.M. Stern en Bilbao, que  venía a marcar el sendero que seguiría la renovación del área tras el éxito del Guggenheim. Y poco a poco, con el avance hacia el milenio, y la internacionalización del estrellato arquitectónico patrocinada por el epónimo efecto, pude ver cómo la dieta Ronald McDonald se apoderaba de la realidad.

En 1994, Rem Koolhaas se preguntaba qué pasaría si estuviéramos siendo testigos de un movimiento de  liberación global: ‘abajo con el carácter’. La emergencia de la starchitecture, gracias al boom económico y el redescubrimiento de la capacidad de la arquitectura como elemento de marketing han venido a corroborar esto, propugnando una liberación, sí: de cualquier responsabilidad con respecto al contexto. Si la torre del pobre Cobb podría estar tanto aquí como en Hong Kong, lo cierto es que el renovado Beijing podría estar -y está- en Quatar, o en Dubai, como el propio Rem subrayaba en su collage de megaarquitecturas situadas en medio del desierto de los UAE. La última vez que miré, Hong Kong se estaba instalando en el centro de Londres. Y es que son indistinguibles; auténticas ciudades McMenu compuestas por “delicias culinarias” arquitectónicas, “tasty bits” dispuestos sin solución de continuidad por unos arquitectos obsesionados con diseñar el edificio del signo (de esta semana), y unos políticos que ven la arquitectura reducida a sus elementos más folclóricos.

Contaba William Gibson, padrino del cyberpunk, que en su primera visita a Japón su joven guía exclamó cuando se acercaban en barco a Shibuya: “You see? You see? It is Blade Runner town”.  Sin embargo, el oriente que nos encontramos en las cercanías del 2019 dista mucho del excitante diseñado por Ridley Scott. Si acaso, el emergente gigante asiático recuerda más a una Las Vegas hipervitaminada, una sucesión de arquitecturas feriales, de “climaxes” sin tejido que los sostenga. El texto de Koolhaas, La ciudad genérica, había aparecido dos años después en SMLXL. La ciudad genérica actual, la de verdad, ha sido polarizada hacia sus extremos: el XL de las grandes actuaciones encargadas a las vedettes, y el XS de las microintervenciones en el espacio público de todos los demás; un estomagante menú Supersized que hace de la ciudad cada vez menos un paisaje urbano y más un parque temático de la arquitectura. ¿‘Port Arquitectura’, quizás? ‘Arquitectura Mítica’, tal vez. Ni John Soane habría podido desayunárselas todas en su Breakfast Parlour. En su texto, Koolhaas señalaba que en la ciudad genérica hay edificios interesantes y aburridos. La realidad, sin embargo, ha probado lo contrario: que en un contexto en que cada edificio está en permanente lucha por atraer la atención sobre sí mismo, todo pierde interés.

En otro lugar escribía -yo, no Koolhaas- que una de las consecuencias de la globalización ha sido la transformación del mundo en un lugar más pequeño por menos interesante; un mundo en el que viajar comienza a resultar redundante. ¿La ciudad habla? La ciudad, la anterior, o la de la pequeña escala, aún habla -si la escuchas. Pero, ¿y La Ciudad? ¿Habla? Los arquitectos no callan, es cierto, pero da la sensación de que este nuevo paisaje no tiene nada que decir. Parapetado tras mi posición de cínico apocalíptico, podría aludir a los diferentes efectos -todos ellos nocivos- que esta burguerización de la realidad urbana trae consigo. Pero más allá de cualquier otro, lo peor, lo que resulta imperdonable, es que resulta mortalmente aburrido.*

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* Este texto es una hamburguesa dialéctica, y como tal el autor no se hace responsable de que ideas, anécdotas e incluso argucias dialécticas hayan sido utilizadas con anterioridad por él mismo en otros textos.

 

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