Resultados de búsqueda para la etiqueta [Keller Easterling ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Wed, 13 Dec 2023 14:38:55 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Diseñar el planeta entero https://arquine.com/disenar-el-planeta-entero/ Mon, 30 Nov 2020 15:35:09 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/disenar-el-planeta-entero/ “Hacer mundos es algo que empieza siempre de mundos que ya están a la mano. Hacer es rehacer”, escribió el filósofo Nelson Goodman en su libro Ways of Worldmaking. Con su Masterplanet, Bjarke Ingels parece intentar rehacer un mundo sin detenerse demasiado en cuestionar qué ha producido las condiciones que pretende mejorar en el que tenemos a la mano.

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Era un tiempo cuando un arquitecto aun le daba forma al mundo.

McKenzie Wark

Un mundo no es anterior a sus imágenes. Son ellas las que le dan forma.

Sarkis, Salgueiro Barrio y Kozlowsky

El plan es para una artificialidad alternativa, planetaria, que es geográfica porque es geopolítica y geoeconómica porque es geotecnológica.

Benjamin Bratton

 

La primera de las frases citadas es del más reciente libro de McKenzie Wark, Sensoria: Thinkers for the Twenty-first Century. Está al inicio del capítulo en el que comenta el libro de Keller Easterling Extrastatecraft. The Power of Infrastructure Space, libro en el que —citando la presentación editorial— Easterling “revela los nexos entre fuerzas gubernamentales y corporativas emergentes dentro del concreto y la fibra óptica en nuestro hábitat moderno.” Wark escribe aquella frase al recordar su infancia en Australia, fascinada por el trabajo de su padre como arquitecto en los años sesenta. Esos tiempos cuando un arquitecto le daba forma al mundo, dice, “ya terminaron. El arquitecto hoy ya no es un «manantial». Es mas bien triste ver a los starquitectos de nuestros días diseñando sus edificios de firma con formas alocadas. Parece que hoy todos esos edificios son o museos o condominios para billonarios. El arquitecto-marca hoy sólo construye inútil vivienda de lujo y adornitos para el 1%. El diseño real del mundo hoy está en manos de otras personas.”

La segunda frase es con la que abre el libro The World as an Architectural Project, editado por Hashim Sarkis —director de la Muestra internacional de arquitectura para la Bienal de Venecia que se pospuso de este año al próximo—, junto con Roi Salgueiro Barrio y Gabriel Kozlowski. El libro reúne y analiza 150 proyectos de o para el mundo, desde La ciudad lineal que Arturo Soria y Mata, “urbanista, constructor, geómetra y periodista español” —Wikipedia dixit—, diseñó entre 1882 y 1913, o la Torre observatorio que el escocés Patrick Geddes propuso por los mismos años, hasta Satellights, diseñada por el brasileño Angelo Bucci en el 2017 y la Ciudad para 7 mil millones, propuesta de Plan B que visualiza al mundo entero como una sola ciudad, pasando por propuestas de Taut, Le Corbusier, Doxiadis, Archigram, Hadid, Hejduk y más. En la introducción al libro se plantea que, “las respuestas de la arquitectura a los retos globales han favorecido principalmente las soluciones técnicas” y que “hoy necesitamos atender un plantea que ha sido intensamente configurado por las lógicas espaciales de la modernidad y que continúa siendo producido mediante sistemas de control geoespacial y racionalidad técnica que son una continuación directa de aquellas.”

La tercera frase es del libro The Terraforming, escrito por Benjamin H. Bratton —quien dirige el programa de posgrado del Instituto Strelka que lleva el mismo título y al que el libro sirve de manifiesto y programa. Terraforming es “el proyecto para transformar desde sus fundamentos las ciudades, tecnologías y ecosistemas de la tierra para asegurar que el planeta sea capaz de seguir sosteniendo vida terrestre” —y habría que aclarar: vidas humanas y formas de vida que las vidas humanas consideran necesarias para su propia subsistencia. El programa propone “un urbanismo que es pro-planeación, pro-artificialidad, anti-colapso, pro-universalismo, anti-anti-totalidad, pro-materialista, anti-anti-leviathan, anti-mitología y pro-distribución igualitaria.” Bratton afirma que “tenemos los medios (financiero, logísticos, etc.) para atacar significativamente la crisis climática, pero hacen falta los mecanismos de gobierno funcionales para poner en aplicación dichos medios.” El prospecto es el de un mundo dividido en dos: mitad parque —una reserva natural por eso mismo totalmente artificial— y “una densa amalgama automatizada de complejos humano-mecánicos”, igualmente artificial.

 

 

“El clima se está desmoronando. El arquitecto Bjarke Ingels tiene un plan maestro para eso”. Ese es el título de un artículo de Ciara Nugent publicado a finales de octubre en la revista Time. Incluso en inglés el título podría ser ambiguo: a master plan for that podría ser un plan para que el clima termine de desmoronarse y no para evitarlo. Tras presentar a Ingels como alguien que “a veces suena como un científico loco” pero de quien la “extravagante escala de su pensamiento no sorprendería a nadie que haya seguido su carrera”, Nugent escribe:

“El siguiente proyecto de Ingels es un plan para salvar al mundo. Cuando los arquitectos disponen la forma de una cuadra o de un barrio, comúnmente crean un plan maestro: un documento que identifica los problemas que deben atenderse, proponiendo soluciones y creando una imagen del futuro en la que todas las partes involucradas pueden ponerse a trabajar. En su Masterplanet, BIG emplea esa manera de pensar al planeta entero, delineando cómo podemos rediseñar al planeta para reducir las emisiones de gases con efecto de invernadero, proteger recursos y adaptarse al cambio climático.”

La propuesta la había presentado Ingels en Columbia al final de una conferencia a principios de año. Siguiendo el esquema koolhaasiano, inicia con un proyecto de pequeña escala —el restaurante Noma, en Copenhague— y va subiendo de escala hasta llegar con la propuesta de una ciudad en Marte. Pero falta aun algo más grande que una ciudad: un planeta. Ingels dice que parece que la humanidad es incapaz de lidiar con la crisis climática, mientras que sí ha podido lidiar con esfuerzos que requieren muchos recursos durante varias generaciones, como construir catedrales. ¿Cómo pudieron hacerlo?, se pregunta retóricamente Ingels. ¡Porque había un plan maestro!, responde, y los arquitectos trabajan sobre los dibujos de sus predecesores. Mucho se ha escrito sobre el tipo de dibujos que utilizaban los constructores medievales y el papel que jugaban en la obra, pero es difícil suponer que el cuaderno de Villard de Honnecourt o el plano del monasterio de San Galo sean comparables a lo que hoy llamamos plan maestro. Ingels continúa presentando acaso la caricatura de tres personajes: el científico, que tiene conocimiento pero no es bueno para emprender, para la acción; el político, que no piensa a largo plazo porque no le interesa; y el arquitecto, aquél que será capaz de definir líneas de acción de largo alcance, que eso es un plan maestro, el masterplanet.

Usando algunas imágenes más ilustrativas que analíticas, Ingels explica que la Tierra ha atravesado desde el inicio de su historia por cambios climáticos catastróficos, pero que desde hace 150 años las partículas de C02 atmosférico han aumentado a niveles que no se habían alcanzado hace más de 20 o 30 millones de años y esto provocado por actividades humanas. “Es una situación sin precedentes”, afirma Ingels, sin preguntarse demasiado qué tipo de actividades humanas han causado el aumento de gases con efecto de invernadero y, mucho menos, qué otras implicaciones sociales, económicas o políticas han tenido tales actividades. No es lo mismo, como ha señalado entre otros Jason Moore, hablar de antropoceno que de capitaloceno, por ejemplo. En The Terraforming Bratton escribe:

Importa si la era contemporánea la llamamos “antropoceno”, “capitaloceno”, “petroceno”, “chthuluceno” o cualquier otra cosa, porque los diferentes nombres capturan diferentes diagnósticos, y cada uno implica diferentes cursos de acción. Importa qué tanto de la era contemporánea se entienda como parte de una medida de 200 años de expansión industrial, de diez mil años de sociedades agrícolas o el arco de cientos de miles de años de migraciones humanas y transformaciones del ecosistema.

A las medidas que menciona Bratton habría que agregar la de poco más de 500 años de capitalismo, global, colonial y extractivista, que se inició en 1492 y a la que Ingels parece particularmente ciego, como cuando, al presentar su propuesta para una ciudad marciana, compara los tres meses que a Magallanes le llevó en 1522 viajar de Europa a Sudamérica con los tres meses que llevaría un viaje de la Tierra a Marte, haciendo de este segundo planeta un territorio más a ser colonizado y explotado e imaginando a América, quizá inconscientemente, como un territorio vacío, sin habitantes, a ser civilizado por los europeos. O cuando propone, como una manera de producir energía de manera limpia y eficiente, que ciudades como Londres y Ciudad del Cabo, con ciclos de intensidad solar inversos y complementarios, se interconecten, sin reparar, más allá de las implicaciones técnicas de la propuesta, en la relación colonial entre las dos ciudades. Tampoco hay en su discurso ningún cuestionamiento a los modos y relaciones de producción actuales o a los niveles de consumo, que asume sin problematizar.

Al final de la conferencia, Amale Andraos, decana de la Escuela de arquitectura, planeación y preservación de la Universidad de Columbia, quien había presentado con cierto entusiasmo a Ingels en un principio, visiblemente contrariada con el supuesto Masterplanet, tras cuestionar las condiciones distópicas, la exclusión y segregación, y las estructuras de poder que implican un plan maestro, señala la posición, supuestamente acontextual y apolítica de Ingels, y afirma que le parece difícil actuar hoy, en tanto arquitecto o arquitecta, como si se hiciera desde un vacío político. Ingels se excusa afirmando que su posición política es al “centro” —socio-liberal, dice, atendiendo por igual al individuo que a la colectividad, buscando “la mayor libertad posible”, pero también el mayor “cuidado”. Un “centro” que muchas veces es el cómodo lugar donde se colocan quienes no tienen gran interés por cambiar las cosas. Cuando otra asistente señala que todos los proyectos que presentó antes del Masterplanet son en ciudades del norte global y le pregunta sobre si tomó en cuenta distintas formas de gobierno y otras formas de vivir en otras ciudades, Ingels responde, con pretendida ironía: “Gracias por casi culparme por trabajar tanto en el norte global, pues recientemente aprendí en un viaje a Sudamérica que se supone que no debes trabajar ahí o, específicamente, en Brasil”, aludiendo, con torpeza o cinismo, al pequeño escándalo que suscitaron las fotografías donde aparece al lado de Bolsonaro.

“Hacer mundos es algo que empieza siempre de mundos que ya están a la mano. Hacer es rehacer”, escribió el filósofo Nelson Goodman en su libro Ways of Worldmaking. Con su Masterplanet, Ingels parece intentar rehacer un mundo sin detenerse demasiado en cuestionar qué ha producido las condiciones que pretende mejorar en el que tenemos a la mano. Su posición sin posición es fruto o bien de cierta ingenuidad o de cierto cinismo —o una mezcla, que no son excluyentes. Y acaso también de cierta ignorancia, aquella que Charles Mills definió como ignorancia blanca: “Imaginen una ignorancia militante, agresiva, que no se intimida, una ignorancia que es activa, dinámica, que se niega a estar en silencio y para nada exclusiva de los iletrados y no educados sino propagada en los más altos niveles, que de hecho se presenta descaradamente como conocimiento.”

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Urbanismo y destrucción https://arquine.com/urbanismo-y-destruccion/ Tue, 15 Dec 2015 04:54:51 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/urbanismo-y-destruccion/ W.G. Sebald dice que, durante la Segunda Guerra, el objetivo de la destrucción total era “la creación de una nueva realidad sin historia. Keller Esterlina dice que ”si se les da la oportunidad, los arquitectos comúnmente eligen demoler el trabajo de otros arquitectos.” Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, el urbanismo y la arquitectura tal vez sean la continuación de la guerra por otros medios.

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Area bombing, dice Wikipedia, “es un tipo de bombardeo aéreo dirigido indiscriminadamente a un área vasta, tal como una manzana de una ciudad o una ciudad entera.” Se equipara también al carpet bombing: bombardeo alfombra, “también conocido como bombardeo por saturación: un tipo de bombardeo aéreo amplio hecho de manera progresiva para causar daño en cada parte de un área seleccionada del territorio.” Se opone al bombardeo de precisión o estratégico. En términos urbanos, el bombardeo estratégico podría ser tirar uno o varios edificios para ensanchar una serie de calles; el bombardeo de área sería arrasar con la ciudad para empezar desde cero. Haussmann versus Le Corbusier. Paul Virilio dice que en 1831, “veinte años antes del barón de Haussmann, Victor Hugo escribió: «quieren demoler Saint-Germain-l’Auxerrois por el alineamiento de una plaza o de una calle; algún día destruirán Notre-Dame para agrandar el atrio; algún día arrasarán París para agrandar la planicie de Les Sablons.»”

En 1997 W.G. Sebald —nacido el 18 de mayo de 1944 en Alemania y que murió el 14 de diciembre del 2001 en Norfolk, Inglaterra—, dictó una serie de conferencias en Zurich, con el título Guerra aérea y literatura, publicadas después como Sobre la historia natural de la destrucción:

¿Por dónde habría habido que comenzar una historia natural de la destrucción? ¿Por una visión general de los requisitos técnicos, de organización y políticos para realizar ataques a gran escala desde el aire, por una descripción científica del fenómeno hasta entonces desconocido de las tormentas de fuego, por un registro patográfico de las formas de muerte características o por estudios psicológicos del comportamiento sobre el instinto de huida y de retorno al hogar?

Desde principios de febrero de 1942, la Fuerza Aérea británica había iniciado un programa de bombardeo de área cuyo principal objetivo era “la destrucción y dislocación progresivas de los sistemas militares, industriales y económicos de Alemania” y, sobre todo, de “minar la moral del pueblo alemán hasta el punto en que su capacidad de resistir con las fuerzas armadas se aniquilara totalmente.” Sebald dice que sólo la Fuerza Aérea británica arrojó más de un millón de toneladas de bombas sobre el territorio enemigo, destruyendo 131 ciudades, algunas totalmente. También dice que tres millones y medio de viviendas fueron destruidas y que siete millones y medio quedaron sin hogar. A Sebald le sorprende la escasa literatura sobre ese tema en alemán. Como si el bombardeo contra las ciudades alemanas se concibiera “como un castigo merecido o incluso como un acto de revancha de una instancia más alta con la que no había discusión posible.”

Por otro lado, si para Paul Virilio la Blitzkrieg, la guerra relámpago en la que a un bombardeo aéreo sorpresivo sigue la acción rápida y precisa de las fuerzas terrestres, “es un fenómeno militar y tecnológico de ocupación en un parpadeo,” el bombardeo por saturación lo que hace es precisamente lo contrario: desocupa o desatura el territorio en un parpadeo. Aunque, al mismo tiempo, como apunta Sebald, “la destrucción total no parece el horroroso final de una aberración colectiva sino, por decirlo así, el primer peldaño de una eficaz reconstrucción.” Reconstrucción que, de nuevo según Sebald, “equivale a una segunda liquidación, en fases sucesivas, de la propia historia anterior, impidiendo de antemano todo recuerdo.” El objetivo de la destrucción total, agrega, es “la creación de una nueva realidad sin historia.”

¿No es ese el mismo objetivo de la tabula rasa corbusiana, inicio necesario de su Plan Voisin? Keller Easterling dice que “la tabula rasa es el arma del paciente magistrado urbano o planificador que proclama limpiar y purificar un tejido enfermo.” Y agrega que, “si se les da la oportunidad, los arquitectos comúnmente eligen demoler el trabajo de otros arquitectos.”

Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, el urbanismo tal vez sea la continuación de la guerra por otros medios.

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Zonas y superbloques https://arquine.com/zonas-y-superbloques/ Mon, 14 Dec 2015 01:50:23 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/zonas-y-superbloques/ Si vemos cualquier ciudad moderna, no podemos evitar sorprendernos por el hecho de que mucho de ella consiste en grandes piezas de desarrollo inmobiliario cada una de ellas financiada y organizada como una entidad singular. El tamaño de cada superbloque no está determinado por ningún factor físico aislado. Todos estos casos tienen un denominador común: las enormes reservas de capital que existen en la economía moderna que permiten a agencias ya sean públicas o privadas, o una combinación de ambas, ganar control y sacar provecho de áreas cada vez mayores de suelo urbano —Alan Colquhoun, 1971

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En el libro Formless, a User’s Guide, escrito junto con Rosalind Krauss, Yves Alain Bois dedica la última entrada de esa especie de glosario a la palabra zona. Bois compara ahí el trabajo de Gordon Matta-Clark Reality Properties : Fake Estates, de 1973, con la fotografía de Man Ray Elevage de Pussiere, de 1920. En el primer caso, Matta-Clark compró 30 terrenos pequeños —15 en Manhattan, 14 en Queens y 1 en Staten Island—, cuyo valor iba de los 25 a los 75 dólares, y los catalogó mediante el título de propiedad, un plano de localiza en la manzana y una fotografía. Esos pequeños terrenos, por su localización y, sobre todo, por sus dimensiones, estaban condenados a permanecer vacíos: tierra de nadie, waste land. La fotografía de Man Ray registraba la acumulación de polvo mediante la cual Marcel Duchamp iba produciendo los distintos tonos de su Gran Vidrio. Bois dice que “a escala urbana, la zona es lo que en la escala de una habitación es el polvo: es el desperdicio que inevitablemente acompaña a la producción.” Las zonas que registró Matta Clark eran espacios improductivos que habían escapado a la zonificación productiva de la ciudad.

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El primer capítulo del libro de Keller Easterling Extrastatecraft : the Power of infrastructure space, también está dedicado a la zona, aunque ahora la escala ya cambió. Siguen siendo espacios extraurbanos aunque ya no son residuales, sino todo lo contrario: el espacio dominante. “Lo que queda después de que la modernización ha seguido su curso o, más concretamente, lo que se coagula mientras la modernización está en marcha: su secuela” —que es una de las definiciones que da Rem Koolhaas del espacio basura. Las zonas, dice Easterling, son “herederas del encanto de los puertos libres” y, podríamos añadir, del duty free, entendido no sólo como una zona libre de impuestos sino de obligaciones y deberes. Ahí anything goes, pero no en el sentido de la epistemología científica según Paul Feyerabend, sino del más extremo liberalismo económico. En su siguiente encarnación, dice Easterling, “la zona empieza a llamarse a sí misma ciudad.” Ciudades instantáneas que no obedecen otra regla más que la de garantizar el libre flujo que impone el mercado. Al final, por metástasis, las zonas empiezan a crecer ya no fuera sino desde dentro de las ciudades: ZEDECS, ZODES, etc. “Mientras desvanecen algunas de las fricciones circunstanciales de la urbanidad, la zona se transforma a así misma en un modelo para la metrópolis que acoge cualquier programa concebible: residencial, de negocios o cultural.”

Alan Colquhoun nació el 27 de junio de 1921 en Escher, y murió el 13 de diciembre del 2012 en Londres. Estudió primero en el Colegio de Arte de Edimburgo y luego en la Architectural Association, de la que se recibió en 1949. Además de proyectos en sociedad con John Miller, Colquhoun publicó a lo largo de su vida muchos ensayos que lo convirtieron en uno de los principales teóricos y críticos del Movimiento Moderno en la posguerra. En 1971 Colquhoun escribió un ensayo titulado The Superblock:

Si vemos cualquier ciudad moderna, no podemos evitar sorprendernos por el hecho de que mucho de ella consiste en grandes piezas de desarrollo inmobiliario [real estate], cada una de ellas financiada y organizada como una entidad singular. El tamaño de cada unidad —o superbloque, como he elegido llamarlas— no está determinado por ningún factor físico aislado. Puede estar limitado por el trazo existente de las calles; puede invadir una o más manzanas adyacentes al cerrar alguna vía; puede consistir en un edificio único o en un grupo. Pero de cualquier manera como difieran, existe siempre un denominador común: las enormes reservas de capital que existen en la economía moderna que permiten a agencias ya sean públicas o privadas, o una combinación de ambas, ganar control y sacar provecho de áreas cada vez mayores de suelo urbano.

Los superbloques, esos edificios o conjuntos de edificios de los que habla Colquhoun, son las consecuencias tridimensionales de las zonas, y si bien lo urbano ha respondido, desde siempre, a fuerzas sociales, políticas, culturales, demográficas y, por supuesto, económicas, entre otras, en este caso no se trata más que de un efecto colateral del sistema de producción imperante. Colquhoun añade que en estos superbloques “se refuerza la tendencia a romper el tejido urbano en grandes bultos discretos, cada uno de los cuales está unificado por el control financiero” —hay que apuntar que aquí “discretos”  se usa en el sentido matemático de aislados y separados. Para Colquhoun esto marca una ruptura con la manera como las ciudades se habían construido a partir de la diferencia entre el ámbito de lo público, donde lo construido tenía un sentido simbólico y representativo —o, más brevemente: político— y el ámbito privado, territorio de la economía. Esa diferencia entre lo público y lo privado y, en consecuencia, entre lo político y lo económico, se borra progresivamente en la modernidad y termina tal vez invirtiéndose en la época del capitalismo avanzado postindustrial: la cara de la ciudad ya no es construida por espacio público sino delineada por el skyline que es, casi literalmente, la traducción volumétrica de una gráfica de crecimiento económico. Al contrario de la arquitectura y la ciudad tradicionales —término que aquí parece resumir unos cuantos milenios–, el superbloque y la zona no trascienden el uso sino que dependen totalmente del mismo: si éste cambia, desaparece o es limitado por un edificio, la arquitectura y la ciudad deben cambiar. “Nosotros no dejamos pirámides,” dice Koolhaas. No dejamos nada, de hecho. El superbloque, aclara Colquhoun, “es más (y menos) que un edificio. Tiene implicaciones de tamaño y complejidad pero también reduce el voltaje arquitectónico, pues, a diferencia de los edificios del pasado, es incapaz de adquirir el estatus de una metáfora.” La mercadotecnia y la publicidad son lógica de esta nueva “arquitectura” —y las comillas puede que no sean más que signo de nostalgia o, para citar de nuevo a Koolhaas, la constatación de que “la arquitectura desapareció en el siglo XX y hemos estado leyendo una nota a pie de página con microscopio, esperando que se convirtiese en una novela.”

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