Resultados de búsqueda para la etiqueta [Josep María Esquirol ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 17 Jan 2023 15:51:43 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 Otra escuela.  Divagaciones de un origen https://arquine.com/otra-escuela-divagaciones-de-un-origen/ Tue, 17 Jan 2023 15:51:43 +0000 https://arquine.com/?p=74181 ¿Qué es una escuela? ¿Es un espacio, una institución o una forma de habitar este mundo? ¿Se parecen aún las escuelas a las primeras formas de abordar el saber? ¿Podemos hablar aún de la validez de su existencia? O nos encontramos ya frente a una presencia parásita que ya no da, sino que quita; que ya no pregunta, sino que distribuye respuestas.

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Las escuelas comenzaron con alguien, que no sabía que era un maestro, discutiendo bajo un árbol sus experiencias con unos pocos que ignoraban, a su vez, que eran estudiantes.

Es bueno para la mente volver a los comienzos, porque el comienzo de toda actividad estable [del ser humano] es su momento más maravilloso. En él se encuentra todo su espíritu y toda su riqueza, y es en él donde debemos buscar constantemente inspiración para resolver nuestras necesidades actuales.

Forma y Diseño, Louis Kahn 1

 

¿Qué es una escuela? ¿Es un espacio, una institución o una forma de habitar este mundo? ¿Se parecen aún las escuelas a las primeras formas de abordar el saber? ¿Podemos hablar aún de la validez de su existencia? O nos encontramos ya frente a una presencia parásita que ya no da, sino que quita; que ya no pregunta, sino que distribuye respuestas, que ya no resiste a algo ni a alguien, sino que insiste en no claudicar, en no otorgar lo ganado. 

Una escuela puede entenderse, en la forma más común, como un sustantivo concreto: un espacio delimitado y destinado a la enseñanza. Posee ubicación, programa y dimensión. Mas a mayor profundidad, una escuela es también un verbo, un movimiento, no descansa en la materia, sino en el hacer comprometido de los seres humanos que la sostienen, su lugar es nuestra carne y vive de las ideas.

En su origen: ni muros, ni pantallas, ni ideas sistematizadas y cronometradas, sino, como esboza Kahn: dialogo y sombra. Y más importante aún para que estas dos cosas sean posibles y coexistan: un tiempo libre. ¿Tiene la escuela de hoy un tiempo en libertad?

La palabra escuela, proviene del griego scholé, que significa llanamente: ocio, usado para definir al tiempo libre, de escucha, de paz. 

Tener tiempo libre, por tanto, significa abrir tiempo que salga de las normas productivistas, de obligación. Para Jacques Rancière, la noción de scholé refiere no tanto a una preparación, sino más bien y fundamentalmente a una separación.2 Separación del mundo productivo, del mundo de lo igual.

En esto estaría de acuerdo Jacques Derrida, que defiende que la universidad debería seguir siendo un “último lugar de resistencia, frente a todos los poderes de apropiación dogmáticos e injustos”. Oponiéndose a los poderes políticos del estado-nación, a los poderes económicos, a los mediáticos, ideológicos, religiosos y culturales, y que, por lo tanto, deberá ser el lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado.3

Nada más alejado a lo que las instituciones comandan en las escuelas. Sirva de ejemplo la arquitectura: obsesión por cronometrar al tiempo (apresarlo en lugar de hacerlo libre), instructivos para alcanzar objetivos, proyectos, ¡PRODUCTOS! Sancionar si el fin no llega a un nivel deseado. Controlar la libertad con la competitividad y valor a través de los números, a través de cumplir deseos verticalizados, no consensuados.  

La presión de un sistema dominante ha arrastrado a las escuelas a ser lugares de simulación, no de otra realidad posible —que sería la verdadera inclinación de una escuela—, sino la de una realidad existente, adiestrando y entrenando a los jóvenes a una explotación prematura. Por ello, como profesor, desconfío profundamente de los colegas y estudiantes absurdamente enorgullecidos de las noches sin dormir, de una repentina renuncia a su vida, con conceptos rancios o palabras prostituidas: colegiadas, talleres, concursos, entregas, todos espejos de proyectos que están por llevarse a cabo en “la realidad”.  Abríamos de preguntarnos: ¿a esa realidad queremos contribuir? ¿Es la universidad, una escuela, el lugar donde debemos apoyar y sostener el sistema del afuera? O es que este sistema está muy dentro donde debería estar fuera: en los espacios, en el pensamiento, en el lenguaje, en nuestro actuar. 

 No por casualidad el filósofo Josep María Esquirol defiende la necesidad de que las escuelas posean su propio vocabulario, palabras que protejan su diferencia:  

(…) en la escuela no hay que hablar de competitividad, en la escuela no hay que hablar en términos de clientelismo. ¿Por qué?, porque la competitividad y el clientelismo son propias del mercado. Tiene que haber un vocabulario propio, porque si no, la escuela deja de tener su diferencia.

Si la escuela se asemeja a lo que le rodea, pierde su sentido, es teniendo su especificidad donde mayormente puede contribuir a servir. 4

 

¿Existen, en estas condiciones de alienación, escuelas reales, un tiempo libre donde posibilitar otra realidad?

Ahora bien, este tiempo libre, ha necesitado históricamente y como forma de resistencia, de un espacio, un lugar donde conquistar su posibilidad: de sombras arbóreas a techos, de troncos a pupitres, un espacio donde construir otro tiempo. Por ello, la pandemia nos ha demostrado que, llevando la escuela a casa y deshaciendo el ritual de ir a otro sitio, se pierde parte del sentido mismo de una escuela: “Al suspender las clases como se conocen, hemos suspendido la suspensión que genera la escuela”, argumenta Esquirol.  

Al reducir la posibilidad de que la escuela sea otro espacio, más allá de la casa, del trabajo, del computador, se difumina y confunde con el mundo de lo igual. Sin espacio, tiempo y vocabulario propio, la escuela es símil de la fuerza económica, del tiempo apresado, asfixiado, de la vida perdida. 

Hablé al comienzo de este texto de que la etimología de una escuela era el tiempo libre, de paz: ¿se construye hoy paz desde las escuelas? O como ocurrió con las religiones al institucionalizarse —argumenta el pensador colombiano Pablo Montoya— siendo espacios configurados inicialmente para instalar la paz, el amor y el dialogo en el corazón de los seres humanos, “se han convertido a lo largo de la historia en estandartes del furor y la dominación del otro”.5

Habitantes de otro lugar

“El buen maestro es también un buen médico, primero porque cuida de sus discípulos, y después porque bajo su cobijo los efectos son beneficiosos. En cambio, la retórica siempre es fría e indistinta”

La resistencia íntima, Josep María Esquirol6

Ser profesor es dar afecto: afectar al otro con tu decir y pedir, con su profesar.  Con palabras más severas, un buen maestro, asevera George Steiner, “invade, irrumpe, puede arrastrar con el fin de limpiar o reconstruir. (…) La mala enseñanza —en cambio— es casi literalmente, asesina y, metafóricamente, un pecado.”7

Esquirol pone a la par a un buen maestro con un médico: cuida y cura, mientras que un mal maestro reproduce al des-cuido que lleva a la enfermedad y la muerte.  Muerte de un otro posible. 

Para curar, el profesor debe tocar las fibras dormidas o dañadas, debe inducir a la imaginación, al intelecto, a las “entrañas mismas del oyente”, el resultado no puede ser cuando menos un respirar distinto, un sentir otro cuerpo, un lugar donde deseas volver. Un bien; no solo material, sino espiritual, psíquico.

En el mismo sentido, el alumno cura al profesor de su realidad productiva, lo abre nuevamente a las posibilidades más allá de sí mismo, el profesor es también estudiante: se alimenta, se entrega a las aguas horizontales del saber, se vuelve uno más entre los otros, puede que dirija ocasionalmente el transcurrir de un cauce, pero es para perderse en él con los otros.   

La palabra estudiante proviene del latín, studium: cuidado. Al igual que el doctor y el profesor, el estudiante cuida; cuida lo que se le entrega y lo que está haciendo crecer dentro; su propio ser. 

El cuidado, se sabe en la resistencia feminista como en ningún otro lugar, es un valor anticapitalista. Se cuida desde el afecto, no desde el interés. Se cuida a un mundo que se ama y se conoce, no que se explota y exprime. 

Por ello insiste Alberto Pérez-Gómez que, en la educación “debe entenderse de forma más generosa y profunda los problemas de nuestras culturas, y no simplemente aceptar las presiones (del exterior).”8 Puesto que, en ese exterior, no hay cabida para otro espacio, otro tiempo, otra escuela. 

Contra la escuela des-escolarizada, contra la con-fusión de un mundo que quiere a todo en lo igual, es necesario desajustar nuestros tiempos, perder la prisa, los cronómetros, marcar otros espacios, abrir otras palabras, vocabularios propios, ser radicales, que no significa otra cosa que ir hacia la raíz; allí, donde el dialogo y la sombra se encontraron, donde paramos: no para hacer, sino para ser.  Ser lo que la vida misma es: posibilidad y libertad.


Este breve texto fue escrito en mi tiempo libre, gracias al espacio que abre la amistad de mis alumnos: Eduardo, Leonardo, Sofía, Israel, Ulises y tantos otros que de forma directa o indirecta me comparten algo de su vida, sus pasiones, sus inquietudes y problemas, y a mis compañeros: Sergio; quien me ha permitido entrar al maravilloso mundo de la enseñanza, y a Paloma y su amigo Andrés, quienes desempolvaron en mí el interés por escribir sobre la educación. Todos ustedes son otro espacio. 

Notas:

1. Kahn, L. (1965). Forma y Espacio. Ediciones Nueva Visión.

2. Cantarelli, M. (2014). La escuela democrática en el pensamiento de Jacques Rancière. http://eventosacademicos.filo.uba.ar/index.php/ensenanzafilosofia/XXI2014/paper/viewFile/35/17

3. Derrdia J.  (2010). Universidad sin condición. MINIMA TROTTA

4. Esquirol J. (2020, 7 de octubre) ¿Cuál es el sentido de la escuela? | Josep Maria Esquirol y Carlos Magro. [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=dv2f5v49fuY

5. Montoya, P. (2022). Una patria universal. Universidad de Antioquia.

6. Esquirol J. (2018). La resistencia intima. Ensayo de una filosofía de la proximidad. Acantilado. 

7. Steiner G. (2003). Lecciones de los maestros. Tezontle. 

8. Pérez-Gómez, A. (2014) De la Educación en la Arquitectura. Universidad Iberoamericana. 

 

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Un mundo que se curva: geometría de la proximidad afectiva https://arquine.com/un-mundo-que-se-curva-geometria-de-la-proximidad-afectiva/ Tue, 10 Aug 2021 13:34:30 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/un-mundo-que-se-curva-geometria-de-la-proximidad-afectiva/ Mientras que la línea recta contiene una fuerza única que desplaza al punto de forma continua e indiferente, la línea curva ha sido desviada de su camino a través de una presión lateral constante. La arquitectura debe curvarse hacia la sensibilidad y lo común, y no solo llenar de nuevos discursos el quehacer acostumbrado. La geometría que se utiliza debe curvar ante todo los conceptos, no los objetos; y usar esa línea para el ayuntamiento, es decir, para unir lo que es de todos.

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Tercer artículo definitivo de la paz perpetua:

El derecho de ciudadanía mundial debe limitarse a las condiciones de una universal hospitalidad:

Fúndase este derecho en la común posesión de la superficie de la tierra; los hombres no pueden diseminarse hasta el infinito por el globo, cuya superficie sea limitada, y, por tanto, deben aceptarse mutuamente su presencia, ya que originalmente nadie tiene mejor derecho que otro a estar en determinado lugar del planeta.

Hacia la paz perpetua, Immanuel Kant 1

 

Breve introducción a las líneas:

En su análisis a los elementos básicos compositivos, Wassily Kandinsky define la línea geométrica como la traza que deja un punto al moverse. Es su clasificación, diferencia entre la línea recta y la curva a través de la cantidad tensiones que definen su trayectoria:

 

Mientras que la línea recta contiene una fuerza única que desplaza al punto de forma continua e indiferente, la línea curva ha sido desviada de su camino a través de una presión lateral constante. Y aunque ambas son definidas como líneas básicas, es el propio Kandinsky quien las cataloga como antagónicas: la primera es un elemento básico con una sola dirección; la segunda, con su tensión lateral, tiene la oportunidad de generar concavidades, espacios y formas que contienen y protegen.2

Esta definición básica, me sirve para describir el principio de lo que llamaré: una geometría básica de la proximidad, llamaré tensiones: a los agentes y valores que tuercen y generan formas afectivas. Es decir, que tiene el don de generar entrega, cuidado, atención y protección.

Mientras que la línea recta es indiferente y prosigue su propia y única lógica, la curvatura se tuerce para generar huecos o estructuras que posibilitan. 

Las manos, que siempre han sido símbolo y distinción de lo humano, son un gran ejemplo de esta geometría afectiva, suelen curvarse al dar, al recibir, al cubrir y al proteger, como lo describe de forma inigualable el filósofo Josep María Esquirol en su libro La resistencia Intima:

“El tejado que protege se parece a la figura de las manos juntas mirando hacia abajo; las palmas serian el techo. El cuenco se hace con las manos juntas hacia arriba. Con el cuenco se da y se ofrece: con el techo se guarda y se ampara.” 3

 

Primeros trazos afectivos:

Físicamente, vivimos en una perpetúa línea que se curva, hasta su cierre. Habitarla, seria entender que toda proyección se inclina, que todo arrojar tiene un declive, que nada avanza hacia el infinito, sino hacia el centro por gravedad; de donde todo surge y hacia donde todo va. 

El mundo que nos toca soportar, en cambio, es el que Kant advierte que no puede existir en un mundo que busque paz: un lugar donde los hombres se diseminan y expanden sin límites; línea recta que ignora las leyes establecidas por lo viviente, como la representación de la muerte en una máquina de signos vitales.

El llamado progreso ha sido una línea recta que atraviesa sin sensibilidad los tiempos y espacios naturales: montañas y andes se perforan para “acortar distancias” (aunque cada vez crezca más la del entendimiento y la comprensión), líneas que atraviesan bosques y selvas con indiferencia y que  hieren de muerte con la urbanización que surge a sus alrededores. Especulación inmobiliaria y acaparamiento de tierras son los nombres de algunos de estos fenómenos contemporáneos. La misma línea recta direcciona y oculta ríos y causes en tubos, y los llena de desechos hasta su negrura. Cicatrices sin atención que pudre de a poco al planeta. 

Una cicatriz suele ser una línea recta porque su causa es cuando menos la distracción o la indiferencia de lo existente. Es la expresión gráfica de la fuerza que sobrepasa nuestra resistencia, que nos abre sin reparo ni consideración, porque ignora la unidad existente con la que se encuentra. 

Lo contrario a ese golpe que nos abre, sería recibir una caricia: curva y línea informe que dialoga indefinidamente la superficie que toca, sin por qué ni para qué definido. Ocioso vagar. Hace sentir no invadido, sino atendido y contemplado.

La línea recta es la de las balas en lugar de la escucha: atraviesan pechos e ideas, estudiantes y comunidades enteras. La escucha en cambio, comprende y protege, rodea y sabe retirarse.

Cómo lo dice Esquirol en su más reciente libro Humano, más humano:

“(Lo) que se curva se hace cercano, de modo que la curvatura es, también, proximidad y cercanía.

No es casual que los símbolos fascistas suelan ser rectos y rígidos. La curvatura que cuida —o el cuidado que se curva— no es ni invasiva ni evasiva. No pretende aplastar, ni alejarse en la indiferencia. Se aplasta de arriba abajo. Se mantiene la indiferencia yendo recto, sin mirar atrás. En cambio, el gesto más básico suele flexionarse enseguida. (…)

También el abrazo es curvo. Todo abrigo es una curva. La mejor respuesta nunca es la más directa: es franca, si, pero con tacto. El tacto flexiona la respuesta y no deja que sea ni directa ni indirecta. El tacto es la suave curvatura de la franqueza.” 4

La curva tiene tacto porque vincula; sus tensiones extremas se atan a la tierra (oscuridad fecunda de donde todo brota y a donde todo regresa), y se alza al centro hacia el cielo para crear espacio. Fuerza que se asemeja a la del árbol: crece, no para conquistar, sino para abarcar y generar; sea sombra, alimento o casa; a humanos, animales, insectos, plantas, hongos o a diminutos organismos. 

 

Una arquitectura que se curva

Es consensuado el origen de la arquitectura en dos formas básicas: la curva de la cueva que protege piel y fuego,  o rudimentarias estructuras de madera con ejes perpendiculares. Sea cual fuere el primer trazo, ambos provenían de una geometría afectiva del mundo: generar para dar. En cambio, la arquitectura que impera se ha alejado de esta geometría, y se sirve de la línea del progreso para continuar la herida y la separación. 

A menudo, las y los arquitectxs ponderan en sus discursos contemporáneos palabras cálidas, conceptos curvados del afecto; agregando a sus descripciones e intenciones palabras como: atención, calma, escucha, lentitud, fraternidad, dignidad, hospitalidad, contemplación, conexión, resistencia y resiliencia, pero su tensión afectiva sigue sirviendo al esquema lineal desarrollista, productivo, extractivista, explotador y burgués. Se curvan los techos y los muros en grandes arquitecturas para resguardar la acumulación de bienes privados, mientras la intemperie impera en los desposeídos. Se rodean árboles y se albergan animales para algo que nombran como autosuficiencia; pero es desde el privilegio que se vive el glamur de la ruralidad: invadiendo territorios y paisajes a través del despojo y, en nombre del empleo, acaparar la vida de otros para cuidar al huerto o las vacas. Personas que no inclinan su espalda para ordeñar la vaca, y consumen el tomate fresco sin cuidar su madurez ni mirar e hidratar la tierra de donde brota. 

Que la arquitectura comience a utilizar a las palabras de forma profunda es imperante. A la par, que las escuelas (entendidas como instituciones y como ejemplos morales) despojen a las palabras de su linaje superfluo: que se alejen de entender el cuidado desde el ensamble y deslumbre de los materiales, y cuidar en cambio, a quien amparamos con un techo y a quien excluimos con un muro.

Que la dignidad no sea una cuestión medible y cuantificable; absurda formula que se reduce a la expansión de metros cuadrados o el aumento del tamaño de una ventana para las empleadas domésticas, conservado el sistema de explotación con salarios mínimos y horarios esclavistas. Que se ponga en cambio a la escucha real de lo que es digno para los otros, que se haga hincapié en la etimología de la palabra dignus: merecedor de respeto. 

Que no se hable de fraternidad y hospitalidad en un mundo donde el gremio reproduce con sus líneas fronteras, parcelas y propiedad individual. Donde las líneas rectas hieren, dividen, atraviesan. Como lo escribe oportunamente Marina Otero Verzier en un reciente artículo para este medio:

“Los arquitectos han sido entrenados históricamente para trazar líneas; líneas nítidas, abstractas y asertivas. Líneas que definen adentro, afuera, altibajos, líneas que sostienen y materializan condiciones diferenciales y, por tanto, todo el sistema de divisiones, formas históricas de exclusión y discriminación.” 5

La arquitectura debe curvarse hacia la sensibilidad y lo común, y no solo llenar de nuevos discursos el quehacer acostumbrado. La geometría que se utiliza debe curvar ante todo los conceptos, no los objetos; y usar esa línea para el ayuntamiento, es decir, para unir lo que es de todos. Contrario al esquema separatista del progreso lineal, llega el tiempo de pensar nuevas envolturas para un mundo común. Cómo se lo pregunta Peter Sloterdijk:

¿Quién va a ser capaz todavía de crear envolturas protésicas en torno a los que han quedado a la intemperie? 6

Mi respuesta, ingenua y balbuceante, recae en todos, en la capacidad de cada uno de nosotros de atender el mundo para curvarlo de a poco. Ni grandes proyectos ni a través de sistemas partidistas o totalitarios. Y como argumentó Bauman hace casi más de una década:

“Tarde o temprano, ante la evidencia diaria de nuestra dependencia mutua tendremos que darnos cuenta de que nadie puede reclamar su propiedad indivisible sobre el planeta.” 7

Que nos envuelva nuevamente la conciencia de nuestra fragilidad y temporalidad sobre esta esfera amplia y aún fecunda, que seamos capaces de ver, reconocer y repetir la curvatura que nos con-forma, que no permitamos más el oscurecimiento del cielo: que se borre para siempre la línea gris que nos impide ver la curva que es de todos.


Notas:

  1. Kant, Immanuel (2018). Hacia la paz perpetua. Fondo de Cultura Económica 
  2. Kandinsky, Wassily (1993). Punto y línea sobre el plano. Quinto Centenario Colombia
  3. Esquirol, Josep María (2018). La resistencia intima. Acantilado  
  4. Esquirol, Josep María (2021). Humano, más humano. Acantilado  
  5. Otero Verzier, Marina (2021). Volteando las mesas: la arquitectura después de la arquitectura, Rescatado de: https://www.arquine.com/volteando-las-mesas-la-arquitectura-despues-de-la-arquitectura/
  6. Sloterdijk, Peter (2004). Esferas III, Espumas. Siruela 
  7. Bauman, Zygmunt (2008). La sociedad sitiada. Fondo de Cultura Económica

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Un afuera inagotable https://arquine.com/un-afuera-inagotable/ Thu, 03 Jun 2021 13:00:48 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/un-afuera-inagotable/ Sólo afuera es inagotable porque solo ahí soy más que yo mismo, porque afuera está el otro; quitando limites, borrando fronteras. Viajar es precisamente ir al otro, intentando comprenderlo. Sólo ahí, en la comunicación real, habrá una comunidad “más universal que las que trazan fronteras contra otro.”

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A Marcela García

 

No hay centros, solo afueras.

Las afueras son el territorio de lo humano.

Josep María Esquirol 1

 

Sobre el margen del lago más profundo de Centroamérica, compuesto por 3 volcanes, incontables cerros y once pueblos nombrados como santos, comencé estas líneas. El lago lleva por nombre Atitlán, que proviene del náhuatl y significa: entre las aguas. Al transitar entre sus pueblos, hurgué también entre mi geografía mental y el centro que alberga mis pensamientos para preguntarme:

¿Por qué la necesidad de viajar aún en medio de una pandemia? Aunque adquirí el virus hace más de 6 meses, todos conocemos cuales siguen siendo los riesgos. Sea por necesidad de justificar o por encontrar la cualidad ética de mi desplazamiento, encontré en mis aguas los siguientes pensamientos:

Entre algunas de las diferencias de ser turista y viajero —dice Byung-Chul Han—, es que el turista no está estrictamente “en camino”, porque el camino para el turista es meramente un trámite que no requiere atención ni narración: el turista “despoja a los espacios intermedios de cualquier semántica” 2. Además, su llegada es un falso encuentro hacia lo otro, puesto que viajan con todo lo que son para reproducirlo a donde vayan, mientras que el viajero salta de su cerco para ser más que el mismo.

Comencé justificando mi viaje desde ese otro espacio: el camino que es también un lugar posibilitado de nuevos sentidos; un espacio no sólo físico, sino inteligible. Ir en camino a otro lugar, es también saber trasladarse a un nuevo pensamiento, habitar su recorrido y unir lo separado. 

A medida que las redes y la virtualidad absorben el mundo construido, este parece perder su cualidad hasta agotarse. Quienes viajamos y hacemos partícipes a la atención, es innegable la continua y creciente similitud de los lugares: a mayor “desarrollo”, mayor estandarización del espacio: mismas políticas, palabras, estrategias urbanas. Mismas arquitecturas. A mayor tecnología, mayor relatividad de las distancias y por ende, la disolución de la aventura y la diferencia. Todo es posible en un clic, todo se reduce, todo cabe en algoritmos.

Ya a escala inmediata, la pandemia ha transformado también nuestro amor hacia el afuera. Ya no se considera ni se piensa igual la inmediatez de exponernos más allá de “nuestras” casas. Sustituida nuestra posición, se habla incansablemente de un reinventar y coexistir en el adentro, pero ¿dentro de qué? puesto que no está volcada la atención y la consideración propiamente a un espacio y su re-significación existencial, sino a la extensión de la virtualidad que se hace en él.  Estamos de pronto en un mundo en que la espera y a la distancia se anulan, acaso existen en la lentitud de la infraestructura y en la espera que pone todo en blanco tras la caída de una señal. Cuando la señal vuelve; traga la sala, la recamara o la barra de la cocina, se hace presente en aparatos que yacen en el muro, en el escritorio, en el cajón o sobre la cama, vuelve todo tiempo productivo y a todo lo expone a un mundo sin interior.

La mediación tecnológica hoy penetra y organiza también a eso que llamamos bienes esenciales, y que habitan en otros interiores: organiza la salud, la educación, la distribución de los vienen y alimentos; de pronto nada parece estar fuera del margen digital. 

Aunado a ello, nuestros territorios se quedan sin agua y se incendian sus bosques sin control, mueren los animales y se secan los cultivos; menos los que pertenecen a empresas extranjeras como la producción de berries y aguacates, que tienen un verdor inigualable en medio de un desierto por sequías. Pueblos sin agua para que empresas extranjeras puedan producir agroindustria que se exporta a otros lugares, refresqueras y embotelladoras que deciden donde se distribuye la vida, extractivismo y neo-colonialismo creciente, sin límites ni fronteras. 

Como en la Matrix de las hermanas Wachowski: el afuera se vuelve de a poco tuberías y electricidad, mugre y aceite, amenaza y oscuridad. A donde vayas, el mismo peligro. El afuera se vuelve el patio necesario para las piezas de otro mundo que se está construyendo sobre el nuestro. Estamos frente a un régimen de la indeterminación virtual. 

Al tiempo le hace falta de pronto su asidero donde transformarse, un espacio donde se demore, donde mutar, el tiempo se ve obligado a ser de pronto un flujo interminable. Comenzamos a habitar como turistas la propia vida: sin atención ni narración que nos salve. 

Este pequeño texto, tiene por intención hacer ver el afuera que existe más allá de las narrativas dominantes apocalípticas. Se trata, no solo de com-probar que ese afuera aún existe, sino también, cuáles son sus valores y fundamentos para asegurarnos que tengan cabida en nuestras vidas.

 

 

El desierto que ampara

En un desierto contigo,

mis días fluirían apacibles;

yo dormiría sin temores

sobre las rocas escarpadas

Antoine de Bertín 3

 

En su libro La resistencia Intima, Josep María Esquirol dedica un breve capítulo a hablar del desierto como lugar de sentido, pero ¿por qué hablar de fecundidad en un lugar que parece vacío?

Nos dice: “El amparo, solo tiene sentido en el desierto. (…) es precisamente en medio de la planicie desértica donde el rostro del otro aparece como tal pidiendo acogida. (…) Sobre una planicie, imploran cobijo y suplican palabra. En el desierto la palabra es una tienda.” 4

El desierto de Josep, es la posibilidad de sentirnos entre nosotros sin límites, sin propiedad, sin pertenencia, desnudos de posesiones, precarios. Humanos. Sin cercos, sin interrupciones, queda el otro como tienda y su tienda no tiene puertas.

Un viaje, una huida, un trasladarse a lo que no soy, ni tengo —a lo que no poseo—, me descubre en el otro, frágil y necesitado, real. 

En la película Nomadland, Fern, una mujer que vive en una furgoneta, visita una comunidad en el desierto para aprender su forma de vivir; sin trabajos fijos ni lugar establecido, un lugar sin cercos donde todos son bienvenidos a formar parte de una comunidad que no se establece, que se reúne solo temporalmente. Los gestos de Fern son evidentes: reparte su poca comida y regala sus pertenencias a los desconocidos, y en su diminuta entrega, se abre en palabra y gesto a esos otros que se convertirán de a poco en relaciones afectivas.

Como escribió Edmond Jabès en, El libro de la hospitalidad: “Aquel que carece de lugar —decía un sabio— hace, de su deseo de tener uno, su verdadero lugar”

Es el deseo de pertenecer y no la pertenecía, el que hace sentirnos acompañados. Vivir el desierto, el desamparo, es necesario para entendernos necesitados de los otros, y poder, también, aprender a entregar todo lo que tenemos más allá de nuestra propia precariedad.

En mi viaje a Guatelama, conocí a Rudy Bamaca, un joven mexicano de Chiapas cuyas dificultades y desigualdades en nuestro país le orillaron a emigrar al país vecino en busca de trabajo. Desamparado de su tierra, de su hogar y de parte de su familia, Rody me abrió su vida por el simple gesto de ser un ser descolado; me ofreció su morada para no gastar en hospedaje y me invitó a mostrarme la capital con sus ojos y experiencia. Al caminar por sus calles, me señaló su lugar favorito de comida al que va cuando le alcanza el dinero. Antes de despedirme, le dejé lo suficiente para que pudiera comer en el lugar. Hoy, estoy a la espera de un pequeño paquete que, con mucha dificultad y orgullo, me ha enviado como sorpresa. El desierto y el desamparo son lugares donde engendrar otra familia, allí donde vamos desnudos o a desnudarnos de lo que creemos que es nuestro. 

Rudy sabe que nuestras palabras compartidas fueron tiendas que nos salvan en lugares desconocidos, allí donde no podemos dominar y conquistar, sino apenas extendernos brevemente.

“En el desierto uno se vuelve otro: aquel que conoce el peso del cielo y la sed de la tierra; aquel que ha aprendido a cantar con su propia soledad (y con la de los otros)” —Edmond Jabès 5

 

 

La palabra que (me) salva

 

El turista consume su vida, el viajero la escribe. Todo viaje es relato.

Marc Augé 6

 

Al principio de este texto, mencioné que para Han la diferencia de un viajero y un turista es su capacidad narrativa y semántica. El Poeta colombiano Santiago Gamboa, es un eco a este pensamiento: “En el fondo todo es escritura. La diferencia entre un viajero y un turista es sólo lo que escribe.”

Pero además de aquello que se escribe, es lo que se dice, es lo que el teórico Michel Onfray, nombra como verbo: cristalizar una versión. En su libro: Teoría del viaje, nos dice:

“Para que cobre sentido, el viaje gana con su paso por un trabajo de fijación, de comprensión. Lo que no entra dentro de una forma nítida y precisa se diluye, se va, se esparce. (Como la memoria) se ejerce, se solicita, ella procura ser, si no, perece, muere, se seca.” 7

Aunque fijar significa también dejar afuera lo que no cabe en un sentido, aceptarnos como humanos es también ser conscientes de lo poco que podemos abarcar, y que sin un hilo conductor, la vida se escapa sin cauce y sentido.

Sin la narración, todo quedaría en la indefinición y en el ruido de la vida. Puede que en cambio, lo que quede fuera, algún día se hable en otro lugar, enlace otro tema, brote en otro texto. Viaje la palabra y la vivencia como el cuerpo en un autobús. 

Decir es importante porque el decir es ya un camino del viaje. Y el regreso, también nos lleva a nuevos lugares, brotan ríos y se escurren entre nuestra geografía mental, llenan el lago y reverdece sus límites.

Sólo afuera es inagotable porque solo ahí soy más que yo mismo, porque afuera está el otro; quitando limites, borrando fronteras. Viajar es precisamente ir al otro, intentando comprenderlo. Sólo ahí, en la comunicación real, habrá una comunidad “más universal que las que trazan fronteras contra otro.”

Cada frontera, nos dice Chantal Maillard, es un combate, es violencia, “y sin embargo, las dos partes del muro son el mismo muro”. Si miráramos el muro más que los lados que genera, quizás entenderíamos que sin añadiduras, sin cercos, somos lo mismo. 

Tal vez narrar se tenga que hacer mirando cada muro del mundo, y como decía Derridá: descubrir que solo tengo una lengua, (y) no es la mía. 

 

 

Más allá de la hospitalidad, la muerte que viene:

A vivir hay que aprender toda la vida y, cosa que quizá te extrañará más, toda la vida hay que aprender a morir.

Anneo Séneca 8

 

A través de un habitar el desierto común, del salir afuera, brota el amparo y la resistencia, que lucha contra lo más radical y verdaderamente inevitable de nuestras vidas: la muerte.

Salir afuera definitivamente es perder la diferencia y reconocernos en lo único que compartimos sin escapatoria.

El viaje nos acerca a la muerte, no como resignación, sino como sentido, ¿para qué he de imponerme en un lugar donde yo he de perecer?, y más aún ¿Por qué querría ser yo  un mundo vacio, donde me puedo llenar de otros, ser otros, pensarme otros, amar otros?, el viaje enseña a morir de a poco y a transformarnos en lo que realmente somos: parte de la vida que se vive en nosotros.

Terminando mi viaje por Guatemala, escribí buscando dar sentido a lo que no ha de volver, las palabras fueron tienda ante la desnudes de mi sentido:

Mirando hacia atrás,

la niebla desciende desde los volcanes

hasta borrar la carretera. 

Des-aparecido el camino recorrido,

me despido.

Adiós vida. 

Sé, que sobre tus más bellos caminos

—como el de hoy—

también irá cayendo,

ligero,

el blanco que todo lo anuda.

Sólo irán quedando los espasmos

de haber recorrido lo impensable;

y estas palabras,

que confirman que algo se ha ido ya.

Viajo,

porque asido a la ventana,

—donde todo se mueve—

entiendo que la vida debe ser tomada como un paisaje:

Nada nos ata,

todo es infinitamente nuevo,

todo está llegando, 

todo yéndose,

todo respira;

hasta llegar la niebla,

hasta borrar los límites.

 

Siempre afuera:

Si todo lo reconociéramos como afuera y nada como centro, podríamos tejer una red de afueras, de tiendas, de refugios, que serían amplios espacios de convivencia. Puede que la anarquía no coincida con el caos, sino más bien con el ayuntamiento.

Josep María Esquirol

 

Si como, dice Josep, la anarquía coincide con el ayuntamiento, con la unión, es necesario juntar, juntarlo todo, no en datos ni en estadísticas, no en transporte ni en control, no en economías ni en productividad, sino en cuerpo, mundo y palabra, en gesto y sentimiento de vulnerabilidad compartida. No vivir en la acumulación, derogar los partidos que nos parten en cada elección, dejar de elegir, unirnos en bondad y generosidad, dar todo lo que creemos nuestro, para que nada quede en cercos, para que todo sea un afuera inagotable.

 


  1. Esquirol, Josep María (2018). La penúltima bondad. Acantilado
  2. Han, Byung-Chul (2017). El aroma del tiempo. Herder.
  3. Pau, Antonio (2019). Manuel de Escatología. Trotta.
  4. Esquirol, Josep María (2015). La resistencia intima. Acantilado.
  5. Jabès, Edmond (2014), El libro de la hospitalidad. Trotta.
  6. Augé, Marc (2003), El tiempo en ruinas, Gedisa.
  7. Onfray, Michel (2016). La teoría del viaje. Poética de la geografía. Taurus.
  8. Séneca, Anneo (1986). Cartas a Lucilio. Gredos.

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