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]]>El gran eje central del nuevo polo multimodal, actualmente iniciando su desarrollo inmobiliario, concentra todos los tráficos que recorrerán el lugar y responderán a la nueva centralidad del sitio. Estos tráficos son la introducción del tranvía, el autobús, las bicicletas y los peatones. Diferentes movimientos con diferentes necesidades.
Se ha querido unificar la textura horizontal que conforman todos los pavimentos. Todos los fluidos que recorren el lugar se pavimentan con piezas de piedra natural o artificial. En los límites de estas superficies, recios bloques de piedra arenisca clara contienen las superficies y construyen los pequeños saltos que se producen, por razones de seguridad, entre ellos.
Así el pavimento es una figura pétrea continua, arrimada por las líneas que forman los bordillos y algunas diferencias de tamaño y cualidad de algunas piezas en función de sus condiciones de uso. Así, el espacio entre los raíles del tranvía está ocupado por adoquines muy rugosos (disuaden del paso a su través), las aceras peatonales son adoquines de granito lisos, los pasos de autobuses y bicicletas están formados por bloques de hormigón auto-portantes de alta resistencia. Todo ello forma un tapiz continuo, homogéneo pero variado.
El segundo argumento consiste en introducir la vegetación sobre esta base horizontal mineral: grandes árboles en las aceras, centro del eje verde, trepadoras en los muros laterales, un pequeño parque final. Ahora recién plantada, toda esta vegetación formará un tapiz protector del tránsito humano, en relación dialéctica con la base mineral sobre la que se asienta.
Bajo los adoquines, el mar…
En el marco del gran eje del polo multimodal de Niza (Francia) se ha realizado, por primera vez en Europa, una amplia zona de pavimento urbano con refrigeración incluida. Corresponde a las zonas de más presencia peatonal (paradas de autobuses, pasos, etc.) y es un intento de mejorar las condiciones térmicas del espacio urbano en un clima caloroso como el de Niza. Consiste en un sistema de irrigación subterránea controlado por sensores exteriores que refrigeran unos adoquines especiales, transpirables, fabricados experimentalmente y formados por cáscaras de moluscos.
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]]>Así, en el Castillo de Praga, se acaba de construir este pequeño espacio de acceso a los museos, en el antiguo jardín entre varios palacios reutilizados como sede de la Galería Nacional. La propuesta aúna en un solo vestíbulo la entrada principal a la Galería Nacional y a los palacios Salm y Schwarzemberg, ubicados en la plaza Hradcanske de Praga, cerca de las notables intervenciones de JožePlečnik en el Palacio Real.
Su propuesta no es más que un interior ambivalente que sigue funcionando como patio y que ve al patio. Dos superficies paralelas construyen el espacio otrora vacío, sin sobreactuarlo: una conforma el suelo y la otra la cubierta. El suelo se construye como una capa superficial de la propia tierra, se pliega sutilmente sobre sí mismo para adaptarse a los pequeños desniveles y facilitar el acceso a los edificios vecinos. Es duro, pero a la vez conserva parte de su naturaleza, que se materializa en plantas, tierra y agua. La propuesta original conservaba un árbol centenario y se expresaba con materiales y acabados orgánicos. Sin embargo, el primer acto de las autoridades checas fue la poda contumaz —sin opción a réplica— por lo que la propuesta se metalizó. Se hizo más artificial. La precisión del hierro, en manos de los artesanos locales, dio la forma final.
Y el espacio es el fluido gaseoso que se mueve entre estos dos límites. La cubierta, el límite que separa este espacio del cielo, es una lámina continua que casi no llega a tocar los edificios de su alrededor, dando lugar a grandes lucernarios y generando un enigmático juego de reflejos. Un jardín de grava cubre los retazos entre los límites de los muros pre-existentes y las nuevas membranas vidriadas. Mateo privilegia el fragmento, las capas y la ambivalencia. La lucidez y el pragmatismo radical de Mateo aceptan la realidad para convertirla en un elemento de proyecto, asumiendo los signos de los tiempos globalizados. Industrializa el proceso constructivo y rechaza asumir un lenguaje que pudiera definirse como su propio estilo. Hasta cierto punto —parafraseando a Robert Musil— su construcción es un espacio sin atributos. El espacio interior es abierto, flexible, múltiple y complejo, a la vez que luminoso. Sus límites verticales son las fachadas existentes, su única tectonicidad se expresa en la topografía del suelo. El resto son luz, reflejos y el diálogo, casi sin tocarse, entre techo y paredes.
Mateo hace lo que la realidad le pide: fragmenta o une. Su obra nunca es obvia y su actitud experimental e iconoclasta asume la artificialidad de la arquitectura y la necesidad de la invención, desde la ausencia de estilo y con voluntad didáctica. Persigue atmósferas y levanta construcciones sin que sepamos si sus edificios son pesados o ligeros, sólidos, líquidos o gaseosos, bonitos o feos. “En el fondo —reconoce Mateo— el núcleo duro de mi propuesta es algo muy vago, espectral, platónico. Me interesa el orden, la claridad, la abertura, la transparencia. Y entre este paisaje fantasmal, ingrávido, bañado con homogénea y suave luz lechosa y el mundo real, surge mi obra”.
Como sucede en buena parte de sus proyectos, Mateo acomete simultáneamente dos operaciones contrapuestas y complementarias: una abstracta, pretende estructurar el proyecto; la otra concreta, persigue materializarlo. Estructurar significa utilizar una lógica clínica, en donde los cortes de las partes y los puntos de sutura son fundamentales. Viendo la realidad con indiferencia, sin nostalgia, Josep Luís Mateo crea espacios como éste, entre el cielo y la tierra.
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