Resultados de búsqueda para la etiqueta [Jorge Campuzano ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:26:38 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Jorge Campuzano Fernández (1931-2018) https://arquine.com/jorge-campuzano-fernandez-1931-2018/ Sat, 15 Dec 2018 21:51:17 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/jorge-campuzano-fernandez-1931-2018/ Jorge Campuzano (1931-2018) fue un arquitecto conocido sobre todo por sus colaboraciones con Pedro Ramírez Vázquez en proyectos como el Museo Nacional de Antropología, la Basílica de Guadalupe y el sistema del aula rural prefabricada.

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Murió el arquitecto Jorge Campuzano (1931-2018) a los ochenta y siete años. Egresado de la Universidad Nacional en 1957 trabajó en algunos de los proyectos más destacados del país de la segunda mitad del siglo pasado. En buena medida se le ubica a la sombra de su cuñado, Pedro Ramírez Vázquez, que fue el gran estratega de la arquitectura institucional mexicana. Proyectos como el Museo Nacional de Antropología, la Basílica de Guadalupe o el Congreso de la Unión, son fruto de esa colaboración. Y si bien las grandes decisiones arquitectónicas de esos íconos del desarrollismo nacional tienen que ver con la escala más que con el diseño y por tanto de las líneas que trazaba Pedro Ramírez Vázquez —el gran demiurgo de la arquitectura mexicana de los años triunfales del priismo hegemónico— también es cierto que el acierto de sus edificios dependía del arquitecto asociado al proyecto. Ahí el crédito de Jorge Campuzano emerge como autor de las obras ya mencionadas, como lo haría Rafael Mijares, coautor de la Torre de Relaciones Exteriores en Tlatelolco y el Museo de Arte Moderno. Fue Mijares quien atribuía un 60% de autoría del Museo de Antropología a Jorge Campuzano, un 30% a Pedro Ramírez Vázquez y sólo un poco a él mismo.(1)

La basílica de Guadalupe, proyectada por Pedro Ramírez Vázquez, José Luís Benlliure, Gabriel Chávez de la Mora y Jorge Campuzano, se llevó a cabo en 1975, convirtiéndose en el edificio más visitado de México. El nuevo templo incorporó la monumentalidad arcaica basada en la forma y la escala, junto con la tecnología moderna de los pasillos deslizantes de ferias y aeropuertos. La basílica de Guadalupe original estaba en peligro debido a los desplazamientos del subsuelo que afectaban la estabilidad del edificio. Se habría requerido aumentar la sección de las columnas reduciendo la capacidad espacial del edificio, por lo que se decidió construir una nueva sede acorde con las necesidades de los peregrinos que crecían exponencialmente. Lejos de las soluciones canónicas de planta en cruz, la propuesta es un enorme espacio circular de 100 metros de diámetro soportado por una esbelta pared desplazada del centro, que funge de respaldo del altar y da cobijo a escaleras e instalaciones. De ella cuelga la cubierta hacia el perímetro. 

En 1981 —de nuevo con Ramírez Vázquez— Jorge Campuzano construyó el Congreso de la Unión, donde estaban los patios de maniobra de la antigua estación de ferrocarriles de San Lázaro, reactivando, en parte, el oriente de la ciudad de México. Se trata ya de una arquitectura que expresa la grandilocuencia del poder, desde fuera y desde dentro: la fachada representa la bandera mexicana con el rojo del texontle, las franjas de mármol blanco y el verde con el escudo nacional en bronce. En su interior una planta baja diáfana es el soporte escenográfico y espectacular de la coreografía parlamentaria de los años ochenta. 

A su vez, el arquitecto Campuzano trabajó en el Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (CAPFCE), desarrollando los prototipos de escuelas modelo que se reprodujeron por toda la república y se exportaron a otros países, permaneciendo hasta el día de hoy. Con su muerte desaparece un arquitecto esencial del pasado siglo y el último bastión de aquella arquitectura institucional que definió la imagen de México.


(1) Entrevista a Rafael Mijares (Puerto Vallarta, 2 febrero 2013)

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Rebecca West en el Museo de Antropología https://arquine.com/rebecca-west-en-el-museo-de-antropologia/ Tue, 10 Nov 2015 23:27:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/rebecca-west-en-el-museo-de-antropologia/ En 1966 la escritora inglesa Rebecca West viajó a ciudad de México. De esa experiencia queda el libro 'Survivors in Mexico'. El libro es un relato de la historia de México y de la cultura posrevolucionaria en la época del desarrollismo, escrito en su mayor parte antes de los fatídicos eventos de 1968. Resalta en él la descripción que hace de Chapultepec, “una de las mayores glorias de la ciudad de México”, y en especial del recién terminado Museo Nacional de Antropología, su “gloria suprema”, y realizado por los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez, Jorge Campuzano y el recien fallecido Rafael Mijares.

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En 1966 Rebecca West viajó a ciudad de México con el propósito de entrevistar al nieto de León Trotsky. West era entonces una de las más afamadas escritoras inglesas, una veterana y versátil novelista, periodista y crítica literaria. Al llegar a México, un país que desconocía pero que deseaba visitar, la escritora cambió sus planes –o más bien amplió su proyecto– y se dedicó por entero a escribir un libro sobre México y los mexicanos. Concebido como una continuación de su libro clásico Black Lamb and Grey Falcon, su libro sobre México quedó finalmente inconcluso y fue solo hasta 2003 que su borrador fue editado y publicado de manera póstuma bajo el título Survivors in Mexico.[1] El libro es un relato de la historia de México y de la cultura posrevolucionaria en la época del desarrollismo, escrito en su mayor parte antes de los fatídicos eventos de 1968. Resalta en él la descripción que hace de Chapultepec, “una de las mayores glorias de la ciudad de México”, y en especial del recién terminado Museo Nacional de Antropología, su “gloria suprema”.

La descripción de West del museo proyectado por Pedro Ramírez Vázquez, Rafael Mijares y Jorge Campuzano contrasta con aquella otra escrita pocos años después por Octavio Paz (y con muchas otras posteriores) en su optimismo sobre el significado de su arquitectura.[2] West, como Paz, describe aspectos del edificio pero se enfoca más en sus espacios, proporciones, materiales y calidades lumínicas, sin pasar por alto la columna central del patio (aquella que según el poeta mexicano “sería prodigiosa si no estuviera cubierta por relieves con los motivos de la retórica oficial”).[3] La parte más interesante del texto sin embargo es su descripción de la experiencia de los visitantes del museo ante los objetos expuestos y los estados anímicos a los que ellos -y ella misma- son transportados al recorrer sus espacios. Traduzco a continuación aquellas líneas que serían el orgullo de los arquitectos del museo:

Que no les quede la menor duda, cualquier cosa que tengamos en Londres o Nueva York ellos la tienen aquí [en Chapultepec], en esta ciudad, la capital de un país pobre, y de forma más amena: por lo menos dos galerías de arte -algo seguramente único en un parque público-, dos campos de batalla de significación nacional y el Museo de Antropología que es su gloria suprema […] Existen muchos museos –como el Louvre o el Museo de Arte Oriental de Zúrich- que son bellos porque sus sedes fueron alguna vez palacios o residencias para ricos. Pero este debe ser por mucho el museo más bello construido como museo. Su materia es exquisita. Los muros están hechos de ladrillos de piedras de colores sutiles: gris pálido, gris tormenta, gris-violeta, violeta, azul grisáceo, azul, gris rosáceo y rosa, y brillan como si vivieran y respiraran. Sus proporciones moldean el espacio como si se tratara de un delicioso elixir y como si el arquitecto lo sirviera para un universo de invitados. Entrar al vestíbulo, mirar la fuente -que es como un árbol enorme-, cruzar el patio con sus estanques, es como vaciar una copa, una copa de algo mejor que el vino. Luego viene el shock, la revelación […] las expresiones del genio indígena en su pureza, sin haber sido afectadas por Europa […]

Las salas de este museo en el Cerro del Chapulín están iluminadas con tal oficio que la luz en ellas es una constante ebullición de espacio, pero las obras de arte expuestas tienen su propia dimensión de obscuridad debido a la gravidez de sus formas […] Moviéndose entre ellas, en un éxtasis de respeto, estaban los mexicanos vivos con sus complexiones moldeadas y sus pies y manos refinados por su herencia de sangre indígena, pero todos ellos convertidos del pesimismo al optimismo debido a su cepa europea, tan valiente o tan incapaz de aprender. Están como si estuvieran en una iglesia; uno puede identificar a los turistas porque se comportan como si estuvieran en un museo […]

En la mañana de aquel día me había llegado una carta de la Oficina de Hacienda en un típico sobre de color café. Me preguntaban algo que según ellos ya me habían preguntado dos veces con anterioridad. Querían saber como era que una tal señora Clarkinson, una secretaria temporal que había contratado unos años atrás pero que no podía recordar en ese momento, había recibido un cheque de cien libras como parte de su salario que no aparecía ni en su declaración de impuestos ni en la mía. La carta era una especie de basurilla en mi ojo. Una vez que la recordé ya no pude ver el museo ni la madurez levemente ácida, adorable y sutil de aquel día de otoño mexicanizado. No era justo que una investigación sobre la señora Clarkinson se interpusiera entre mí y mi experiencia de ese mundo delicioso, tan ajeno que me daba el placer que uno tendría al serle dado un color nuevo, tan bello como cualquier color pero muy, muy distinto. Hasta el momento en que las campanas doblaron me encontraba plácidamente en el patio del Museo de Antropología que encerraba, entre sus resplandecientes muros de piedras grises, rosas y violetas, un día de noviembre como los que ofrece la ciudad de México, la suavidad otoñal adelgazada por la altitud y el brillo del sol como un vino blanco dulce pero ligero. En el amplio patio se formaba un segundo cielo de nubes y un firmamento azul salpicado de juncos y lirios acuáticos. A mi alrededor había puertas que se abrían a un nuevo firmamento y a un nuevo infierno y a una nueva tierra. Les di la espalda y pasé al lado del largo estanque del patio por debajo de un muro con la inscripción del poema de un rey azteca:

¿Solo así he de irme?
¿Como las flores que perecieron?
¿Nada quedará en mi nombre?
¿Nada de mi fama aquí en la tierra?
¡Al menos flores, al menos cantos!
¿Qué podrá hacer mi corazón?
En vano hemos llegado.[4]


 

[1] Rebecca West, Survivors in Mexico, editado por Bernard Schweizer (New Haven y Londres: Yale University Press, 2003).

[2] Octavio Paz, “Postdata” [1970], en El Laberinto de la Soledad-Postdata-Vuelta al laberinto de la soledad (ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1969), 314-318.

[3] Ibid., 315.

[4] Survivors in Mexico op. cit., 53-54, 75-77. [La traducción al español del fragmento de poesía náhuatl fue tomado de Miguel León Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1961), 150-151.

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