Resultados de búsqueda para la etiqueta [Jane Jacobs ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Thu, 13 Feb 2025 00:50:09 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 De fondas y gentrificación https://arquine.com/de-fondas-y-gentrificacion/ Wed, 12 Feb 2025 17:31:11 +0000 https://arquine.com/?p=96697 Introducción – Aura R. Cruz Aburto Hace tiempo, cuando colaboraba en una investigación acerca de la “Comida, Cocina y Ciudad”, leí un artículo donde se mencionaba que la cocción de alimentos había sido clave en el desarrollo evolutivo que daría lugar a nuestra especie. Cocinar no es, pues, un asunto trivial, como tampoco lo es […]

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Introducción – Aura R. Cruz Aburto

Hace tiempo, cuando colaboraba en una investigación acerca de la “Comida, Cocina y Ciudad”, leí un artículo donde se mencionaba que la cocción de alimentos había sido clave en el desarrollo evolutivo que daría lugar a nuestra especie. Cocinar no es, pues, un asunto trivial, como tampoco lo es comer. Sin lugar a duda, cuando comemos estamos resolviendo una necesidad objetiva fundamental que nos mantiene biológicamente vivos, sin embargo, de manera curiosa, no solemos hacerlo en soledad. Comer no es sólo un acto pragmático, sino también es un ritual simbólico, social y hasta político. No en balde, en su teoría del tercer espacio, Ray Oldenburg (1989) identificó que distinguir meramente entre espacios públicos y privados dejaba fuera ciertos lugares que, aunque en términos de propiedad son privados, son de especial importancia en la construcción de las comunidades. Entre tales espacios, podemos pensar en aquellos lugares en los que se come y convive: desde los thermopolia de la antigüedad, pasando por mesones, tabernas, hasta los nacientes restaurantes del siglo XVIII, estos sitios han dado lugar no sólo a la solvencia del hambre y al intercambio comercial, sino también al encuentro comunitario e incluso a la gestación de revoluciones.

En el caso de la Ciudad de México, las fondas representan una muy específica manera de atender una necesidad a bajo precio que, a su vez, va acompañada del desarrollo de relaciones sociales de confianza y de conocimiento sostenido a lo largo del tiempo. Sin embargo, hoy en día estos sitios se enfrentan al ya conocido proceso de gentrificación, entendido este no sólo como el desplazamiento de poblaciones de menores recursos por otros de mayor ingreso, sino también como la transformación de sensibilidades enteras que son reflejo de maneras de vivir que son despojadas de sus territorios. Como bien lo señalaba Pierre Bourdieu, el gusto es también un instrumento para ejercer el dominio y quien detenta el poder, impone el prestigio de una sensibilidad sobre otra. 

En búsqueda de futuros más justos y promisorios para las comunidades que suelen ser desplazadas por la especulación inmobiliaria, María José Villa, estudiante de maestría del Posgrado de Diseño Industrial de la Universidad Nacional Autónoma de México, desarrolla el proyecto Futuros Gastronómicos Gentrificados. En este, Majo nos propone reimaginar de manera colectiva en escenarios futuros como una forma de resistencia a los procesos de homogeneización que derivan de la gentrificación. Ella lo señala bien, estos procesos de desplazamiento no sólo se expresan en la cuestión objetiva de la expulsión territorial de los habitantes de un lugar, sino del despojo y aplanamiento de los paisajes sensibles que conforman nuestras vidas cotidianas.

De los no-lugares a la no comida: Explorando los efectos de la gentrificación estética

María José Villa

Existen muchas teorías sobre cómo nos convertimos en humanos. Para Jonathan Gottschall fue el acto de contar historias, la narrativa como un puente hacia la empatía y la cohesión social; mientras que Richard Wrangham sitúa el fuego y la comida cocinada en el centro. Ambos son ciertos: el cómo cocinamos nuestra comida tiene una historia, una narrativa implícita en sus sabores nos recuerdan lo más profundo de nuestra humanidad. 

Los restaurantes son el reflejo del cruce entre la necesidad y la expresión. Más allá de ser el tercer espacio, estos lugares, desde sus inicios en la cafetería Kiva Han en Constantinopla, han ofrecido un lugar en dónde se sirven y consumen alimentos que a su vez funge como centro de la vida pública fomentando, incluso, debates políticos. Los paisajes gastronómicos —mercados, cafés, restaurantes—operan como microcosmos sociales donde el gusto personal y los valores colectivos chocan, se mezclan y, a veces, se reinventan. La estética visual y gastronómica de estos espacios de consumo ha sido, y sigue siendo, un tema de deliberación política, no sólo como reflejo de los gustos individuales, sino también como una fuerza que modela y, en ocasiones, regula las dinámicas de poder, dando forma a los rituales cotidianos y exponiendo —a menudo con crudeza— las jerarquías sociales.

Bajo este lente nace Futuros Gastronómicos Gentrificados, un proyecto que busca imaginar una estética inclusiva en la comida corrida, bajo la amenaza de la gentrificación. De acuerdo con algunas fuentes, en México 70% de la población habita en viviendas propias o en proceso de pago. En este sentido, podría parecer que la gentrificación afecta a menos de la mitad de la población. No obstante, el impacto de la gentrificación estética afecta a todas las comunidades de un lugar. Este problema, como advirtió Jane Jacobs en 1961, lleva consigo la “muerte de la diversidad.” La transformación de mercados, cafés y restaurantes tradicionales en espacios homogéneos evoca un proceso de estandarización cultural que despoja al entorno de su carácter distintivo. Estos nuevos espacios, imitados de otros y vacíos de propuestas gastronómicas innovadoras, se inscriben en lo que Marc Augé denomina no-lugares. En ellos, las relaciones humanas son efímeras y provisionales, un eco de la alienación que caracteriza al sujeto moderno.

La estancia en estos espacios no genera arraigo; más bien, refuerza un sentimiento de desvinculación, como si el individuo no pudiera reconocer en ellos una extensión de sí mismo. Este desapego subraya la temporalidad como una condición inevitable, y marca una distancia que convierte al espacio en un objeto neutral, sin alma ni profundidad. En última instancia, la proliferación de estos lugares se erige como un símbolo del vaciamiento estético y emocional, que define la lógica instrumental de nuestro tiempo. Uno de los problemas de la gentrificación del siglo XXI es que estos ocurren de manera acelerada —lo que produce más lugares de este tipo, sin evaluar el impacto a largo plazo—. No es global, ni local, ni cosmopolita, es una imitación sobre lo que algún día fue auténtico. Estos no-lugares erosionan las identidades locales desalojando simbólicamente a las personas, creando espacios donde no se sienten bienvenidos por gustos ni precios. Además, la gentrificación trae consigo la turistificación, que acelera la transformación, borrando las texturas culturales en favor de un atractivo genérico, que puede ser consumido y compartido en lo virtual.

Frente a esta homogeneización, imaginar futuros gastronómicos —utópicos y distópicos— se convierte en un acto de resistencia. Futuros Gastronómicos Gentrificados, busca generar conversación sobre la gentrificación estética e imaginar de manera colectiva, con vecinos y población flotante, el paisaje gastronómico del futuro, en específico el de la comida corrida. Se eligió la comida corrida como lienzo para proyectar las inquietudes de la comunidad, ya que las fondas son un espacio cotidiano que a la vez que está cambiando, en algunos cuadrantes incluso está desapareciendo. Por eso, dentro de este proyecto, la comida corrida se convierte en un medio sobre el cual observar los cambios sociales de la estética y la gentrificación, y así imaginar nuestras ideas sobre el futuro deseable y no deseable.

A través de una metodología adaptada de los Ethnographic Experiential Futures (EXF), se propuso visibilizar las tensiones entre lo local, global y gentrificado, mediante cartografías colectivas y narrativas especulativas. El proceso inició con la creación de un catálogo de señales sobre los cambios en la estética global, conversaciones sobre gentrificación y tursitificación. Seleccionamos las más relevantes, y en conjunto con Subgráfica, se ilustraron aquellas que despertaron mayor resonancia y debate. Estas señales fueron contextualizadas con entrevistas a expertos en estética, gastronomía o gentrificación, cuyos conocimientos ofrecieron un lente crítico. Los resultados culminaron en dos talleres, celebrados en el Museo Experimental El Eco y en Proyectos Públicos, en los que vecinos y población flotante trazaron mapas del presente y proyectaron futuros posibles. 

La investigación mostró que no existe un conflicto directo entre los lugares nuevos y los originales; más bien, existe una apreciación por aquellos espacios nuevos que ofrecen propuestas culinarias originales y buena sazón. Los vecinos y expertos ven estos nuevos espacios como una extensión de su entorno y buscan apropiárselos, siempre que enriquezcan la experiencia comunitaria y gastronómica del barrio. En general, aceptan precios más altos, pero exigen autenticidad y excelencia en la propuesta. Esta búsqueda por el buen comer es primordial, por eso la mayoría de los expertos están dispuestos a tolerar una estética descuidada si la comida es única. Aquí encontramos el mayor problema con la comida corrida, en general hay pocos establecimientos que ofrecen una buena sazón. Los entrevistados ven estos espacios como aquellos que resuelven el problema para comer a precio asequible, sin embargo, rara vez es algo que anhelan. En el raro caso de que una comida tenga una buena sazón y propuesta, se convierten en espacios míticos que se convierten en un ancla en el paisaje gastronómico.

Los talleres revelaron un consenso: el futuro utópico radica en consumir alimentos locales, naturales y orgánicos, arraigados en una comunidad vibrante, con una mesa grande y llena de sonidos únicos: las cumbias, el camotero y lo pregones. Hay una apreciación por todos los diferentes lugares que crean el paisaje gastronómico único de la zona, como son los puestos callejeros, ambulantes, restaurantes de “viernes” o festividad, los restaurantes de diario, y los que siempre han estado. En contraste, la distopía es blanca, uniforme, repetitiva e hiperindividualista. En el mejor de los casos, el individualismo se puede convertir en comida personalizada a las preferencias y necesidades, pero es solitaria, no hay mesas grandes, comunidad ni ruido. Se refleja en espacios más pequeños y comida para llevar. Esta distopia viene acompañada de sonidos mecánicos y una estética culinaria de texturas y sabores similares. El mayor temor de los participantes es la proliferación de ingredientes falsos y el exceso de glutamato monosódico resuelve —que la comida sea como hoy en día los expertos percibieron la comida corrida—, pero no es una experiencia placentera. Similar a los no-lugares, la distopía gastronómica gentrificada podría transformar la comida en no-comida, desprovista sabor nutrición e identidad. Esta no-comida se convierte en una simulación de lo que alguna vez fue real, representando la amenaza más profunda de la gentrificación: una falta de narrativa sobre lo que comemos, una narrativa esencial para definir y sobrellevar nuestra humanidad.

Los hallazgos de esta investigación buscan materializarse en objetos que actúen como vehículos de conversación, capaces de provocar reflexiones colectivas. Estos objetos, diseñados para vincularse tanto con el presente como con el espacio específico de la alcaldía Cuauhtémoc, aspiran a crear conexiones significativas entre las personas y su entorno inmediato, revalorizando la experiencia local y fomentando un sentido de pertenencia en el contexto contemporáneo. Estos objetos, que materializan las narrativas colectivas, son esenciales para resistir esta homogeneización. Imaginar futuros gastronómicos permite construir puentes entre el pasado y el presente, rescatando las texturas culturales que nos hacen únicos. Este ejercicio no solo denuncia la pérdida, sino que propone posibilidades: una comida que trascienda el sustento para convertirse en un medio de expresión y pertenencia. En este sentido, las narrativas sobre lo que comemos y cómo lo hacemos son la herramienta más poderosa para devolverle identidad y significado a los paisajes gastronómicos del futuro.

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Todo lo sólido se desvanece en el aire https://arquine.com/todo-lo-solido-se-desvanece-en-el-aire/ Fri, 08 Apr 2022 15:48:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/todo-lo-solido-se-desvanece-en-el-aire/ En 1982 Marshal Berman publicó su libro, hoy famoso, "Todo lo sólido se desvanece en el aire". Partió de una definición del modernismo como el intento de los hombres y las mujeres modernas para ser a la vez sujetos y objetos de la modernidad, para tomar al mundo moderno y habitarlo. En su relato, ciudades como San Petersburgo, París o Nueva York, son los escenarios centrales de eso que, por momentos, fue más batalla que mero intento.

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“Hay muchas imágenes donde vemos un vecindario gris, pero pasan los vagones del tren y es como si naciera un arcoíris, algo de verdad emociónate”, declaró Marshall Berman para una entrevista que fue recogida en el documental de Ric Burns New York: A documentary film (1999). “Es una muestra de que una ciudad que está en ruinas, que ha sido destruida, dice que puede renacer de nuevo; su gente vive en las ruinas, pero no son ruinas”. El entrevistado está hablando, específicamente, sobre los grafitis que algunos habitantes del Bronx dejaban sobre los vagones del tren. Filósofo marxista de origen judío, profesor de Ciencias Políticas en The College University de Nueva York, Marsahll Berman pertenece a una estirpe de escritores y periodistas que asumieron como parte de su identidad al “new yorker” que celebra y critica la ciudad en la que habita. Al igual que Jane Jacobs o Fran Lebowitz, Berman obtenía sus ideas de la calle misma. En muchos retratos suyos, lo vemos recorriendo Times Square, caminando por un parque o de pie frente a una cabina telefónica, usando una camisa y playera holgadas y luciendo una melena desaliñada. 

En 1982, hace 40, años fue publicado su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, un libro de critica literaria que tuvo una profunda repercusión en los estudios urbanos tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. En el posfacio que fue añadido al libro en 2010, Berman apuntaba que, gracias a la recepción que tuvo su texto, nunca dejó de impartir charlas en escuelas “sin reparar en géneros (lo que en las escuelas quiere decir sin reparar en los departamentos)”. Su intención fue “mostrarles a los que se ocupan de literatura cuán profundamente se inserta la literatura moderna, o por lo menos mucha de ella, en la realidad urbana, y mostrarles a los arquitectos o a los planificadores de qué manera sus proyectos y paradigmas emanan de discursos y mitos culturales ya desarrollados”. Ahí mismo afirma que las ciudades resisten los embates de la modernidad más destructiva. Generalmente, el desarrollo urbano se concentra en zonas de clases altas, lo que significa la marginalización de otros vecindarios. Pero si él, a finales de los 50 e inicios de los 60, recorría “obsesivamente” las ruinas del Bronx, a inicios del 2000, felizmente corroboró que “¡YA NO ESTABAN LAS RUINAS! En lugar de ellas, mientras el tren se dirigía al norte, vi edificios de departamentos, camiones que descargaban, chicos en bicicleta, gente mayor en sillas plegadizas…”

París, San Petersburgo y Nueva York son las ciudades comentadas en Todo lo sólido se desvanece en el aire. Para Berman, el mito de estas ciudades puede experimentarse de manera física en sus calles. El “paisaje de máquinas de vapor, fábricas automáticas, vías férreas, nuevas y vastas zonas industriales; de ciudades rebosantes que han crecido de la noche a la mañana, frecuentemente con consecuencias humanas pavorosas”: crea subjetividades contradictorias o fragmentadas que atraviesan con “vértigo y embriaguez” un espacio que abre las posibilidades y difumina las fronteras morales. Como reza el título, valores estables que llegaron a ordenar la vida preindustrial, quedan desvanecidos en el aire de la experiencia urbana. Para Berman, esta tensión entre “una expansión que lo abarca todo, capaz del crecimiento más espectacular, capaz de un despilfarro y una devastación espantosos” y “los movimientos sociales de masas que luchan contra esa modernización desde arriba con sus propias formas de modernización desde abajo” proponía una dialéctica entre modernidad y modernismo. Mientras que “la modernidad es aceptada con un entusiasmo ciego y acrítico”, el modernismo ataca “apasionadamente este entorno, tratando de destrozarlo o hacerlo añicos desde dentro.” Sin embargo el modernismo “se encuentra muy ‘cómodo’ dentro de la modernidad,” ya que se mantiene “sensible a sus posibilidades, afirmativo incluso en sus negaciones radicales”. La modernidad es el monolito: la imposición de un plan de ciudad, de políticas públicas que no toman en cuenta puntos de vista divergentes a los poderes del Estado, de una ecología cada vez más antropogénica. El modernismo busca la ambigüedad asumiendo que en la calle se construye un dinamismo inasible, el “intrincado ballet de las aceras” del que hablaba Jane Jacobs y en el que se encontraban los comerciantes, las infancias, el público de un espacio público inevitablemente diverso. 

De hecho, en el capítulo “En la selva de los símbolos: algunas observaciones sobre el modernismo en Nueva York”, el autor encuentra que la modernidad y el modernismo fueron encarnados por el desarrollador Robert Moses y la activista y periodista Jane Jacobs. El mismo Berman, habitante del Bronx, fue testigo de las consecuencias de una autopista que dividió físicamente a su barrio cercenando su vida cotidiana. Asimismo, se mantuvo al tanto de la respuesta que fue emitida desde esa vida cotidiana. El proyecto de autopista, planeado por Moses, formaba parte de un discurso generalizado en el que las autopistas eran presentadsa por “los desarrollistas y devotos como el único mundo moderno posible”, por lo que “oponerse a sus obras era oponerse a la modernidad misma”. Las intervenciones de Moses sobre Nueva York fueron celebradas por voces como Sigfried Giedon, quien decretó que “ya no queda lugar para la calle de la ciudad; no se puede permitir que persista”, repitiendo la ambición de Le Corbusier para exterminar la calle. Para el historiador, las autopistas de Moses “miran hacia adelante en el tiempo, cuando, una vez realizada la necesaria cirugía, la ciudad hinchada artificialmente se verá reducida a su tamaño natural”. 

Ante esto, Berman se pregunta cuál es el tamaño natural de una ciudad. La respuesta es que “lo natural” implica reducir su traza para desplazar a la población afroamericana, a las comunidades judías y a los pequeños comercios para instalar una continuidad entre sus calles. Mientras tanto, Jane Jacobs miraba a la calle en registros más modernistas. “Bajo el desorden aparente de la vieja ciudad hay un orden maravilloso capaz de mantener la seguridad de las calles y la libertad de la ciudad”, escribió la periodista en su Vida y muerte de las grandes ciudades. Para ella, la multiplicidad de miradas que podían existir en un solo barrio volvía inútiles a las tecnologías de la modernidad, como la vigilancia. El simple hecho de que los vecinos miraran por su ventana podía establecer controles que tenían el potencial de sustituir a los aparatos policiales. Jacobs señalaba que la esencia de la ciudad “es el intrincado uso de las calles, que entraña una constante sucesión de ojos. Este orden se compone de cambio y movimiento, y aunque es vida y no arte, imaginativamente podríamos llamarlo la forma artística de la ciudad”. Según narra Berman, gracias a los “artífices del movimiento moderno” y a su impulso desarrollista, “las calles fueron abandonadas pasivamente” ya que “el dinero y las energías fueron encauzadas hacia las nuevas autopistas y la vasta red de parques industriales, centros comerciales y ciudades dormitorio”. Voces como la de Jacobs ponían en vigencia los preceptos modernistas del arte que fue creado en Nueva York durante la segunda mitad del siglo XX: la calle es la protagonista en muchas piezas de Bob Dylan, del poema Aullido de Allen Ginserg, de la novela El hombre invisible de Ralph Ellison. Siguiendo a Jacobs, Berman establece que, en Nueva York, la dialéctica entre modernidad y modernismo tuvo como resultado la batalla entre la izquierda y la derecha política de la ciudad: 

La calle y la familia de Jacobs son microcosmos de la diversidad y plenitud del mundo moderno en su conjunto.  Pero para algunos que a primera vista parecen hablar el lenguaje de la modernidad, la familia y la localidad resultan ser símbolos de un antimodernismo radical: por el bien de la integridad del barrio, todas las minorías raciales, las desviaciones sexuales e ideológicas, los libros y las películas polémicas, las modas de música y de vestir minoritarias, deben ser mantenidas a distancia. 

Sin embargo, Berman creía que las ruinas habían sanado si la gente vivía en departamentos y contaban con servicios de transporte dignos. Y, aunque sabía que las minorías estaban siendo atacadas, su idea de infraestructura no dejaba de ser normativa. Para Berman, la calle era un lugar de encuentro, pero una calle que funcionaba como circulación para la gran familia urbana, una visión que negaba otras formas de tejer redes de apoyo y de vivir la experiencia urbana. Por ejemplo, el escritor Samuel R. Delany se opuso a la “recuperación” de Times Square, ya que desplazó a las comunidades de trabajadores y trabajadoras sexuales. En un número de la revista Dissent publicado en el otoño de 1997, Berman acusó a Delany de tener una nostalgia por “la era de oro, pre-epidemia del SIDA de la prostitución masculina”. En su libro Times Square Red, Times Square Blue, Delany responde que, si hubo tal cosa como una edad dorada, a él nunca le tocó vivirla: “Lo único que puedo ver detrás del malentendido de Berman es que asume, erróneamente, que la única forma de encuentro entre hombres homosexuales en Times Square era meramente comercial; esto es, que sólo involucraba a prostitutos o a otros trabajadores sexuales. Aunque es verdad que la presencia de prostitutos colocaba actividad sexual en la zona, un buen 80 u 85 por ciento de los contactos sexuales entre hombres no eran comerciales”. Delany aclara que no pretende demonizar el trabajo sexual, sólo dar un retrato más fiel de esa diversidad de encuentros que vivió en la avenida neoyorkina. En Times Square existía la intimidad, no sólo el intercambio económico. 

En diversos textos, Richard Sennett critica la apología al desorden de Jacobs, idea que podría trasladarse al modernismo de Berman. Para el sociólogo, la diversidad no es meramente la formación de multitudes puntos de vista y reconocer que las subjetividades son diversas. Esta perspectiva, de alguna manera, “tematiza” que en la ciudad habitan muchas personas. Esas personas, pareciera, se unen cuando se trata de oponerse a una autopista o cuando se debe hablar de conceptos tan abstractos (tales como “minorías raciales”) que terminan negando los cuerpos de quienes recorren la ciudad. Sennett denuncia que Jacobs olvida que esa diversidad también contenía los campamentos de drogadictos en los parques de Nueva York, o que la epidemia del SIDA mermó la experiencia urbana de los hombres homosexuales, tal y como la describe Delany. La diversidad no es una simple circulación de muchas voces que se ven reflejadas en la expresión artística. Se debe reconocer la existencia de personas que ni siquiera pueden ser asimiladas ni por la modernidad ni por el modernismo.

Por estas razones, Todo lo sólido se desvanece en el aire es un libro que debe leerse tomando en cuenta algunos matices. Sin embargo, a 40 años de su publicación, la funcionalidad que el mismo autor señaló permanece vigente: la crítica literaria debe saber que la ciudad existe y que la literatura no trabaja en abstracto, y los arquitectos o urbanistas deben saber que muchas de sus ideas surgen de prácticas artísticas como la literatura. 

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Educación, ciudad y covid https://arquine.com/educacion-ciudad-y-covid/ Tue, 13 Jul 2021 02:32:29 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/educacion-ciudad-y-covid/ El problema no radica de manera limitada en posibilidades imaginativas de diseño. Se trata de asumir posturas políticas, sociales y económicas comprometidas, encaminadas sobre todo al bien común. Con el tiempo hemos aprendido bien qué tenemos que hacer, sabemos cómo hacerlo. Necesitamos ser comunidades educadas y responsables, para enfocar nuestros esfuerzos en conseguirlo.

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Al inicio del año 2020 nos tomó desprevenidos la aparición y proliferación desbordada del llamado Covid 19 y nos costó meses entender de qué se trataba y cómo debíamos de actuar para enfrentar racionalmente los terribles embates de esta enfermedad. La vida cotidiana de casi todos los habitantes del planeta se vio trastocada, obligando a un severo y temporal confinamiento en los hogares y cambios sustanciales, dramáticos, en nuestras rutinas de convivencia, trabajo, educación, recreación y movilidad, sobre todo en el ámbito de las ciudades, donde mayoritariamente vive el grueso de la actual población mundial y donde ha tenido mayor presencia la enfermedad.  Ha pasado poco mas de año y medio y, de manera notable, la ciencia contemporánea ha hecho esfuerzos importantes por  encontrar explicaciones y aplicaciones de salud que comienzan a controlar de alguna manera, a través de vacunas, su proliferación comunitaria y las lamentables muertes asociadas a la enfermedad. Si bien los avances anti Covid son notables, no son suficientes todavía y estamos lejos del control de este último por múltiples razones, entre las cuales podemos anotar:  limitaciones de producción de las vacunas y su desigual distribución entre los países desarrollados y el resto de la comunidad mundial, lo que aleja de manera incierta la frontera de contención de la situación. Pero, sobre todo, la salida de este tortuoso camino no estará cerca si no asumimos correctamente nuestras responsabilidades conocidas de conducta sanitaria colectiva para enfrentar lo anterior.

En este sentido, en los meses recientes hemos aprendido que en buena medida el control de la enfermedad tiene que ver directamente con nuestras actitudes cotidianas, siendo necesario el uso de mascarillas, higiene constante en el lavado de nuestras manos, evitar tocar nuestro rostro y procurar una sana distancia de convivencia. Se trata además, en la medida de lo posible, de habitar en lugares ventilados, asoleados, bien iluminados, contando también con medidas razonables cotidianas de higiene. Estas rutinas necesarias de conducta, que parecen sencillas en su aplicación,  nos ha costado muchos esfuerzos el implementarlas razonablemente, en buena medida por las condiciones adversas imperantes en muchos de los ámbitos que habitamos, pero sobre todo su incorrecta aplicación tiene que ver con una limitada educación y compromiso social, que nos ha llevado a ignorar o desdeñar las recomendaciones que se hacen constantemente al respecto. Hablamos entonces de la necesidad de contar con una educación que debe implicar conocimiento, respeto y consideración por la salud de uno mismo, de la familia, la sociedad con la cual convivimos y que tiene que ver con el conjunto de la humanidad. Hay que insistir una y otra vez, que en buena medida el control y superación de la enfermedad están referidas fundamentalmente a nuestras conductas sociales, independientemente que la ciencia pueda lograr  su contención y cura.

Recientemente se han realizado una buena cantidad de encuentros, conferencias y seminarios de distinta naturaleza, en los cuales se ha discutido ampliamente sobre la significación y control de la enfermedad, pero además tratando de visualizar como podría ser la vida, la calidad espacial y material necesaria en las ciudades una vez pasada la emergencia de salud. En estos encuentros los estudiosos de la arquitectura y las ciudades han reflexionado y sugerido distintos escenarios y condiciones que, según ellos, deberían imperar en la habitabilidad de las viviendas, lugares de trabajo, educación, recreación, transporte y convivencia comunitaria, para lograr  relativamente mejores condiciones de vida en un presente y futuro cercanos, existiendo entre las propuestas presentadas denominadores comunes que, si los pensamos con detenimiento, forman parte de las ideas que han acompañado el desarrollo de la arquitectura y las ciudades desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta nuestros días. En este sentido, tenemos que recordar que, como consecuencia de la Revolución Industrial, se generaron malas condiciones de habitabilidad en las ciudades y desde aquellos años y sobre todo a lo largo de los siglos XIX y XX, se propusieron cambios en las realidades materiales de las viviendas, lugares de trabajo y en las infraestructuras de las ciudades, pensando en mejorar las negativas condiciones de higiene y habitabilidad en las mismas, que se identificaron como  causantes directas de enfermedades y epidemias de carácter colectivo.

Mas allá de posturas compositivas y formales, que se asociaron con distintos movimientos arquitectónicos y urbanos en lo particular, se planteó que los lugares habitables en las diversas arquitecturas y ciudades debían ser limpios, ordenados y contar con buena iluminación, ventilación, asoleamiento, disponibilidad de agua potable y redes de drenaje. Desde aquellos años, además, se discutió la necesidad de contar con espacios abiertos eficientes y suficientes, ya fueran calles, plazas o jardines, para propiciar la sana convivencia social y el intercambio de experiencias de vida. La valoración de la naturaleza también estuvo presente en estas ideas conceptuales y proyectuales, identificándose lo anterior desde lo que tiene que ver con las propuestas urbanas de los llamados socialistas utópicos, como Ebenezer Howard (1850-1928), pasando por los criterios e ideas asentados en la llamada Carta de Atenas (1933) con sus ideas de zonificación, que forman parte del movimiento racionalista, identificado con los trabajos de Ludwig Karl Hilberseimer (1885-1967) y Le Corbusier (1887-1965), hasta la conceptualización de las ciudades jardín, asociadas particularmente con el pensamiento y las propuestas de Frank Lloyd Wright (1867-1959) y Bruno Zevi (1918-2000). Los resultados del conjunto de las ideas del movimiento moderno son muy diversos, con aciertos y errores, dependiendo de su aplicación en las distintas culturas, sociedades, economías  y la realidad tecnológica, material, geográfica y ambiental de las ciudades donde fueron aplicadas.

Además, desde hace por lo menos cincuenta años, los estudiosos de las ciudades —entre los que destacan la pensadora y activista social Jane Butzner Jacobs (1916-2006), el sociólogo y urbanista Lewis Mumford (1895-1990),  el arquitecto y urbanista danés Jan Gehl (1936) y Ken Yeang (1946), arquitecto malasio— han valorado las realidades de las ciudades modernas, llegando a proponer una serie de ideas proyectuales que tienen que ver sobre todo con la calidad de los lugares privados habitables hasta los ámbitos de espacios abiertos de convivencia en las ciudades, con particular énfasis en lo que tiene que ver con la movilidad urbana. Estos estudiosos han insistido en lo que tiene que ver con la arquitectura, en su espacialidad flexible, correcta iluminación, asoleamiento, ventilación, aprovechamiento de las aguas de lluvia y residuales, regulación del ruido e incorporación de componentes verdes, que pueden ser solamente de carácter paisajístico y ambiental o llegar a constituir pequeños o grandes huertos urbanos. En lo que se refiere a las ciudades, estos mismos expertos y conocedores de la materia, han planteado transformar en la medida de lo posible, importantes zonas urbanas a una condición caminable, contar con plazas y espacios jardinados, cotidianamente  alcanzables  peatonalmente y en lo que tiene que con la movilidad, utilizar preferentemente la bicicleta y los transportes públicos no contaminantes. Se ha insistido en utilizar energías renovables, amables lo mas posible con la naturaleza, como la eólica, solar o la del hidrógeno y considerar la basura no como un desperdicio, sino como un bien reciclable, que contribuye además a la economía de las propias ciudades. Las propuestas han incluido el contar en las grandes ciudades, con subcentros urbanos, que puedan alojar viviendas, lugares de trabajo, administración y recreo, de tal manera que se puedan regular, optimizar  y minimizar los recorridos cotidianos necesarios de los habitantes  en las ciudades.

En las ya comentadas platicas y conferencias mas recientes sobre el tema del Covid 19 y sus consecuencias en el futuro inmediato de las ciudades, desarrolladas  por diversos especialistas, la mayoría de las conclusiones a las que se ha llegado no difieren sustancialmente, en términos generales de ideas, en relación a lo que se ha expresado líneas arriba. Sin embargo algunos en estas platicas, han propuesto que se incentive la vida semirural, alojando viviendas  en las periferias disponibles alrededor de las ciudades, aplicando criterios de densidades construidas bajas, tratando de regular las poblaciones urbanas, pensando que con ello se puede contribuir al control de las enfermedades epidémicas y mejorar al mismo tiempo la calidad de vida de algunos grupos sociales. En este sentido, vale la pena decir, que en lo que tiene que ver con el desplazamiento territorial hacia las periferias con viviendas nuevas, hay que considerar que el crecimiento horizontal ocupando espacios naturales verdes, ha demostrado históricamente que resulta finalmente contraproducente desde el punto de vista ambiental, además de caro, ya que requeriría mucha área para alojar las extensiones urbanas, teniendo que sumar a ello los costos de construcción y operación de las infraestructuras necesarias, como lo que tiene que ver con las redes de agua potable, drenaje, electricidad, gas y las vialidades necesarias para permitir la movilidad particular y lo que tiene que ver con el transporte público. A lo anterior habría que sumar todavía los costos de los equipamientos en materia de comercios, educación, recreación y salud, para que estas nuevas áreas urbanas pudieran funcionar integralmente y no solo operar como lugares dormitorio, con las consecuencias negativas que lo anterior implica y que también ya se han experimentado previamente  con malos resultados.

Sumado a lo anterior, los expertos han propuesto que en las viviendas disponibles en las ciudades se pudiera contar con terrazas abiertas al exterior en los frentes de sus fachadas, para permitir aunque sea de manera limitada, una vida exterior al aire libre y mejores condiciones de iluminación y ventilación al interior de los espacios habitables, al contar con ventanas mas amplias. En lo referente a estas terrazas en las viviendas, el tema fundamental a resolver es su costo, si pensamos en las limitaciones y dificultades de adquisición de viviendas de interés social, por parte de los mayoritarios grupos sociales menos favorecidos económicamente, toda vez que las viviendas que se ofrecen y pueden adquirir en la actualidad, rondan entre 45 y 60 metros cuadrados útiles de construcción. Si pensamos en terrazas adicionales, habría que considerar de menos otros 5 o 6 metros cuadrados de construcción, con los consecuentes costos que ello implica. Pero en el mismo sentido, se podría pensar también en otra alternativa para contar con espacios exteriores habitables en los edificios de viviendas, que podría ser  la implementación de terrazas en azotea, que pueden llegar inclusive a constituir pequeños huertos urbanos, con las ventajas ambientales y económicas que lo anterior implica.

Pero al final de cuentas, en buena medida lo que tiene que ver con la transición entre la presencia actual del Covid 19 y la vida posterior al mismo, la mejor postura para enfrentarlo tiene que pasar necesariamente por el tamiz de la educación y la reflexión crítica. Educación para entender y enfrentar de manera inteligente su realidad, asumiendo y respetando las conductas y medidas necesarias para limitar su presencia, proliferación y mortalidad. Cada uno debe ser corresponsable para que lo anterior suceda, pensando en el bien propio y en el bienestar social. Educación a todos los niveles, desde el preescolar hasta los universitarios para seguir impulsando el desarrollo de la ciencia, para descubrir nuevas y distintas modalidades médicas para enfrentar esta y otras enfermedades, que tienen que ver con la vida en las ciudades. Educación para entender que necesitamos mejorar hábitos alimenticios, para mejorar y reforzar nuestras condiciones naturales de salud e inmunidad y evitar enfermedades que combinadas unas con otras, nos vuelvan vulnerables, como sucede actualmente. Educación para incluir en nuestra salud, hábitos y rutinas cotidianas relacionadas con el  ejercicio físico de nuestro cuerpo.

Educación para comprender que vivimos necesariamente vinculados con la naturaleza, a la cual debemos respetar y restituir los equilibrios necesarios, que hagan viable y mas amable la vida en las ciudades. Consideraciones  a la naturaleza que deben implicar conocimiento y respeto por las múltiples y variadas especies que nos acompañan formando parte de los ecosistemas de vida en la tierra. Está claro que si violentamos nuestra relación con los otros seres vivos que nos acompañan, pueden suceder desequilibrios y enfermedades como la que ahora enfrentamos. Educación para regular nuestros crecimientos poblacionales y su razonable distribución en los territorios aptos para el desarrollo, pensando que los recursos naturales disponibles para la vida son limitados y finitos. Educación enfocada en los distintos grupos sociales, con especial atención en aquellos menos favorecidos, para que a partir de estudiar puedan conseguir trabajos razonablemente remunerados y a partir de lo anterior puedan contar con recursos y ser sujetos de crédito, con lo cual puedan acceder a viviendas saludables, confortables y servicios dignos. Hablamos de que mejorar el conjunto de  la economía con un carácter social y humanista, puede hacer viable las transformaciones urbanas y arquitectónicas que se visualizan para una mejor vida urbana. Sin economías sólidas todas las propuestas urbanas y arquitectónicas de mejoramiento y saneamiento, quedan simplemente en ideas o utopías difícilmente alcanzables o lejanas de realización en el tiempo.

El problema no radica de manera limitada en posibilidades imaginativas de diseño. Se trata de asumir posturas políticas, sociales y económicas comprometidas, encaminadas sobre todo al bien común. Con el tiempo hemos aprendido bien qué tenemos que hacer, sabemos cómo hacerlo. Sabemos que necesitamos ciudades con sus arquitecturas, que combinen razonablemente distintas densidades construidas, privilegiando las densidades medias. Sabemos de la importancia de contar con espacios públicos variados y suficientes, incluyendo calles, plazas y jardines. Sabemos de la importancia de las mezclas históricas, respetando preexistencias de patrimonios construidos, de las mezclas de usos del suelo y actividades distintas y complementarias. Necesitamos entonces con educación igualmente comprometida, compartir generosamente las distintas experiencias en el mundo, para tratar de vivir mejor colectivamente, como una sola comunidad planetaria. Todo lo anterior lo sabemos, así como de las características arquitectónicas de los espacios habitables que requerimos. Necesitamos ser comunidades educadas y responsables, para enfocar nuestros esfuerzos en conseguir lo anterior. Con educación que se traduce en economías y conductas adecuadas,  podemos enfrentar y superar el Covid 19 y visualizar con antelación otras posibles enfermedades que nos depare el futuro. Primero educación y reflexión critica para imaginar el mundo que queremos, después educación y finalmente otra vez educación con visión inteligente, creativa, incluyente, diversa y humanista. Si nos fijamos como propósito cumplir y realizar el conjunto de ideas científicas, culturales, políticas, económicas, arquitectónicas y urbanas que hemos estudiado y valorado a lo largo de los últimos cuarenta o cincuenta años, el futuro de la vida en nuestras ciudades puede ser promisorio. Pero si nos dejamos arrollar como se ha comentado por la ignorancia, la apatía, el egoísmo y la arrogancia, estamos condenados necesariamente al fracaso y a una vida llena de penalidades.

 

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Una nueva práctica de la arquitectura: del director de orquesta a facilitador de trabajo horizontal https://arquine.com/una-nueva-practica-de-la-arquitectura-del-director-de-orquesta-a-facilitador-de-trabajo-horizontal/ Mon, 05 Apr 2021 03:12:23 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/una-nueva-practica-de-la-arquitectura-del-director-de-orquesta-a-facilitador-de-trabajo-horizontal/ El arquitecto es un actor más en un proceso multitudinario donde su voz debe pesar igual que la del usuario de la intervención del espacio construido. El arquitecto contribuye con sus conocimientos técnicos y de coherencia espacial y distributiva, pero no debe eclipsar los saberes de las personas que han adaptado un espacio sumamente valioso, donde la habilidad y el ritmo de la comunidad están representados.

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Ve con la gente.

Vive entre ellos. 

Ámalos.

Trabaja con ellos.

Aprende de ellos.

Comienza desde donde están ellos.

Construye sobre lo que ya tienen.

Cuando el trabajo esté hecho,

La gente dirá:

“Lo hemos hecho por nosotros mismos”

Lao-Tse, Siglo V, A.C. 

 

 

Cuando Ayn Rand en la novela El Manantial, tenía que personificar la figura del individualismo, el ego del hombre y el culto a la originalidad a ultranza, no dudó en utilizar a un arquitecto como la figura central que encarnizaba esas características. Al mismo tiempo, la autora señalaba como símbolo de estancamiento a todo lo colectivo y la tradición, considerados elementos contrarios a las cualidades de Howard Roark. 

Esta figura del arquitecto ha marcado generaciones enteras que aspiran al starchitectismo como eje rector de la profesión. Sin duda ha habido aportaciones geniales desde esa perspectiva. Edificios que admiramos y estudiamos por la manera en que se viven y se sienten, o que incluso llegan a sintetizar experiencias, técnicas y modos de vida particulares de una región. Estas construcciones dejan registro no sólo del talento del arquitecto o arquitecta en cuestión, sino de la cultura que las envuelve. 

Sin embargo, el rol del genio creador se queda corto ante la exigencia del tiempo actual, donde queda claro que es insuficiente en algunos contextos en donde pretende ser adaptado. Tal es el caso de los espacios de precariedad. Esta crítica no es nueva. Jane Jacobs, en la década de los sesenta, observó cómo la ciudad y la arquitectura moderna son incompatibles con las actividades humanas. Jacobs ponía especial atención en cómo el entorno construido beneficiaba o deterioraba las relaciones humanas. Otro antecedente importante es John Turner, quien en su clásico estudio sobre el valor de la autoconstrucción, Vivienda por la gente, de 1974, menciona que los habitantes de los asentamientos autoconstruidos (informales) en el Sur Global son los mejores jueces de sus propias necesidades y por ende más capaces que nadie para abordarlos. Turner argumenta que mientras estos asentamientos parezcan desorganizados e inadecuados en sus años tempranos de desarrollo, en ellos están expresados su propia lógica y voluntad de mejorar según lo vaya permitiendo la economía familiar. 

El valor de los procesos comunitarios que suceden en la ‘informalidad,’ ocurre porque los miembros de la comunidad trabajan en lo que Faranak Miraftab llama ‘espacios inventados de ciudadanía’, definidos como las acciones colectivas de la población en pobreza que confrontan a las autoridades y desafían al status quo. Por otro lado, según Vanesa Watson, los planes y proyectos de revitalización urbana hechos por los gobiernos en el Sur Global en áreas informales, caen en un ‘choque de racionalidades’, entre las lógicas de las comunidades y la de los ideales políticos. 

Actualmente, vemos una sobrada confianza del trabajo del arquitecto o urbanista en los espacios de informalidad, en donde se confía que sabrán dirigir las necesidades de la población. En la mayor parte de estas intervenciones, la participación de las comunidades es meramente de trámite, donde la relación de expertos académicos y expertos locales es vertical y moldeada por la figura de autoridad. Pocas veces el arquitecto o urbanista se asume como un actor más. La mayoría de las veces, los gobiernos terminan fomentando este rol, para legitimar un proceso de construcción o ‘embellecimiento’ barrial que ya ha sido echado a andar desde las mismas oficinas de gobierno. En otras palabras, no existe una verdadera voluntad de aprender de la comunidad y de aprovechar sus fortalezas, sino de justificar un proyecto urbano-arquitectónico.

Hay una muy nutrida crítica acerca de este enfoque de la arquitectura y el urbanismo. Según Katherine Rankin, la planeación urbana es instrumental a la lógica de acumulación capitalista en la medida que proporciona la tecnología para futuras inversiones en las periferias urbanas. Por lo tanto, el rol del planeador es reproducir la globalización utilizando etiquetas como ciudades ‘creativas’ o ‘verdes’. Al hacerlo, la planeación está también legitimando el silencio y la violencia a través de la que las poblaciones con grados de marginación son rutinariamente desplazadas de los espacios urbanos considerados deseables para la acumulación capitalista. 

Esta incompatibilidad entre la precariedad y los arquitectos afecta porque es precisamente en los espacios de falta de recursos, donde los residentes han reaccionado echando mano de la colaboración, la inventiva y la originalidad. Estos elementos funcionan si se mantiene el delicado balance del entorno que fomentó esa riqueza colaborativa en un principio, del cual forma parte el entorno natural y construido. Cuando un arquitecto o urbanista es introducido a esta delicada ecuación, si no entiende los ritmos comunitarios, puede amenazar o diluir la fuerza y agencia que las comunidades han generado como método de defensa a lo largo de su historia. 

Ya se han visto algunas incursiones de la arquitectura en la búsqueda de una participación más activa en el diseño. Alejandro Aravena y el equipo de Elemental, mostraron como la transversalidad contribuyó de manera significativa en los proyectos arquitectónicos de vivienda en el contexto de un asentamiento irregular, cuyos miembros aportaron propuestas y sugerencias. Sin embargo, al mismo tiempo hemos visto las limitaciones de este acercamiento; mientras que en la Quinta Monroy, en Chile, el proyecto funcionó en mayor o menor medida, cuando se quiso exportar el modelo a Santa Catarina, Nuevo León, México, las virtudes del modelo chileno fallaron en una comunidad donde la gente llegaba a habitar el espacio sin conocerse previamente. En Santa Catarina, los vecinos no generaron el nivel de amalgamamiento entre ellos ni en el contexto inmediato. En Las Anacuas puede observarse que no se generó apropiación del espacio y que incluso los vecinos optaron por separarse del entorno a través de portones para controlar el acceso al área verde al interior del complejo que se suponía debía ser pública.

Las Anacuas. Proyecto de Elemental en Santa Catarina, México. Se puede observar los portones agregados por los vecinos. Fuente: Google Street View.

 

Es común ver como en la arquitectura y urbanismo, se suele trabajar con modelos preconcebidos que se intentan imponer en contextos distintos de donde fueron implantados. Muy rara vez estos resultados son igual de positivos que en el lugar donde fueron concebidos, en algunos otros casos, los resultados son adversos, generando más problemas que enraízan desconfianza y obstaculizan futuras colaboraciones con dicha comunidad.

El problema radica en que se exportan y copian los resultados, en lugar de los procesos. Confiriéndole a la arquitectura de una condición casi sobrenatural, se asume que sus bondades son intrínsecas del trabajo arquitectónico y que la nobleza del diseño es tal que cualquier entorno deberá ser capaz de recibir los beneficios de la arquitectura culta realizada en un estudio, más si este es de renombre. 

 

La propuesta

En 2007, Matthew Frederick publicó 101 cosas que aprendí en la escuela de Arquitectura. El punto 21 compara al arquitecto con un director de orquesta, alguien que tiene que coordinar al equipo de múltiples profesionistas en un proyecto arquitectónico. En algunos contextos esto puede que funcione, pero en otros, aquellos donde la gente ha suplido no solo a los arquitectos, sino a muchos otros profesionistas, la arquitectura está obligada a construir —literal y metafóricamente—, sobre la compleja red de relaciones sociales prexistentes.

 

En este contexto, las escuelas de Arquitectura deben buscar la creación de una nueva cepa de arquitectos con cualidades para entender el valor que existe en contextos no tradicionales. Hemos sido testigos de la fragilidad de la idea del arquitecto como ser con cualidades sobrenaturales. Cuando se ha cuestionado la profesión arquitectónica, el gremio ha lanzado patéticos desplegados defendiendo la nobleza de la profesión desde una postura positivista, y sin siquiera sugerir alguna autocrítica de la responsabilidad de la arquitectura y de los arquitectos en el resultado de la —muchas veces deficiente— ciudad “planeada” que tenemos. 

Una lectura clave para enmarcar el sentido emancipador que puede tener la arquitectura es La pedagogía del oprimido de Paulo Freire, cuya tesis central es que las poblaciones oprimidas deben diseñar sus propios instrumentos de liberación. El trabajo de Freire opera bajo el marco de horizontalidad alejada de los enfoques positivistas. Para Freire, es muy importante que la población ‘oprimida’ diseñe sus propios instrumentos de liberación, es decir, la pedagogía del oprimido, debe ser forjada con y no para los oprimidos. La teoría freiriana puede relacionarse con el trabajo arquitectónico en los contextos de informalidad y de comunidades sub-representadas. Los arquitectos y urbanistas perdemos una oportunidad inmejorable para contribuir a enaltecer y darle aún más fuerza al trabajo cooperativo que las comunidades ya están realizando. Por ello es necesario esta cepa de arquitectos que facilite procesos articuladores de la agencia, las capacidades locales, los recursos de la comunidad y las técnicas sus habitantes, que potencien las redes de apoyo que ya existen.

Un punto de arranque sería democratizar los procesos y socializar los éxitos en las comunidades. Que la ‘mano’ de obra se extienda a las cabezas e intelecto que den rienda a posibilidades distintas, originales y adaptadas a contextos y realidades específicas. Esto no es un trabajo menor, ya que los y las arquitectas tendrán que adoptar nuevos conocimientos de mediación y organización, que ahora, es un enfoque poco explorado en las escuelas de arquitectura. Y es que esto va más allá de llegar con la idea extractivista tan recurridos en la interacción arquitecto/sitio, en donde armados de cuestionarios, pretendemos medir cuantitativamente algo que solo se puede experimentar a través de procesos deliberativos largos.

Esta aproximación no es completamente nueva a la profesión de la arquitectura, de hecho, la que identificamos como buena arquitectura es aquella que mejor responde a los estímulos del entorno. Ahora habría que agregar la no sencilla tarea de integrar dentro de estos estímulos, las aportaciones de las comunidades locales, mientras se facilita un proceso de mediación para equilibrar los diferenciales de poder que existen en las relaciones sociales dentro de una comunidad y la relación de esta con los gobiernos locales. Incluso en el ámbito académico, con la propuesta terapia de lugar, Marysol Uribe propone un ejercicio de arquitectura alejado de la idea de intervención del espacio abogando por su transformación, para dar paso al trabajo colectivo y a los valores prexistentes e inconscientes de las diversas formas de habitar.

Por supuesto, habrá espacios donde esta arquitectura deliberativa será más apropiada que en otros. En la elaboración de una casa campestre para una familia de clase alta, probablemente no sea el mejor curso de acción. Pero en la arquitectura de carácter civil, elaborada por el Estado en espacios donde las comunidades han tenido que hacer frente a la carencia por medio de la organización social, esta práctica de la arquitectura se vuelve relevante, sobre todo si se quiere garantizar las grandes inversiones de recursos públicos, el éxito y longevidad de un proyecto dentro de una comunidad.

La propuesta en este texto, no busca una arquitectura sin arquitectos (Rudofsky, 1964), tampoco poner al arquitecto en el centro de la búsqueda de una respuesta única a un problema multisistémico, como lo hizo Hannes Meyer en El arquitecto en la lucha de clases, quien habla de la responsabilidad del arquitecto en aportar una arquitectura coherente con una sociedad socialista. El presente texto propone una práctica donde el arquitecto sea un actor más en un proceso multitudinario donde su voz pese igual que la del usuario de la intervención del espacio construido. Una respuesta en la que el arquitecto contribuya con sus conocimientos técnicos, y de coherencia espacial y distributiva, pero que estos no eclipsen los saberes de las personas que han adaptado un espacio sumamente valioso, donde la habilidad y el ritmo de la comunidad están representados.

Celebro la premiación de Lacaton y Vassal en el Pritzker, porque se premia la economía, sobriedad y funcionalidad por encima del culto al genio y a su arquitectura, pero no dejan de ser una respuesta generada desde el intelecto de una persona (en este caso dos) y no como el resultado de un proceso deliberativo de una comunidad. 

 


Referencias: 

Frederick, M. (2007). 101 things I learned in architecture school. Mit Press.

Freire, P. (1968). Pedagogía del oprimido. 

Jacobs, J. (1961). The death and life of great American cities.

Meyer, H. (1981). El arquitecto en la lucha de clases. 

Miraftab, F. (2009). Insurgent planning: Situating radical planning in the global south. Planning Theory, 8(1), 32-50.

Rand, Ayn (2004). El manantial.

Rankin, K. (2009): Critical development studies and the praxis of planning. City: analysis of urban trends, culture, theory, policy, action, 13:2-3, 219-229

Rudofsky, B. (1987). Architecture without architects: a short introduction to non-pedigreed architecture. UNM Press.

Turner, J. F. (1976). Housing by people towards autonomy in building environments (No. 728 T8).

Uribe, Marysol (2020). El lugar como la configuración de las funcionalidades del espacio. Tesis Doctoral, Facultad de Arquitectura. Universidad Autónoma de Nuevo León.

 

 

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Ciudad diversa https://arquine.com/ciudad-diversa/ Fri, 10 Apr 2020 13:09:43 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ciudad-diversa/ Completando la visión de Jane Jacobs de la diversidad urbana, obras como "Times Square Red, Times Square Blue", de Samuel R. Delany, o "Paris is Burning", de Jenni Livingston. nos hablan de otras formas de diversidad en la ciudad.

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La “diversidad” de usos que tendrían que tener las ciudades es una de las ideas más defendidas por Jane Jacobs en su libro La muerte y la vida de las grandes ciudades americanas. Para la autora los barrios, las calles y los parques no pueden reducirse a una sola forma de tránsito, deben ser espacios permanentemente abiertos a todas las clases de ciudadanía. En las páginas del libro, las zonas de oficinas y los suburbios son constantes ejemplos que demuestran cómo, si se coloca en un amplio terreno una sola forma de vida —las casas donde la gente se aísla del exterior, o los edificios que mantienen en movimiento a las calles únicamente en horas laborales—, éste degenerará en una gran área gris que no construye ningún tipo de productividad ni social ni económica. Jacobs declara que la diversidad es un factor obligado para considerar a una ciudad como tal, pero el espectro de lo que ella considera diverso se rige por los usos mixtos, y nada más.

Una ciudad enriquecida podrá albergar lavanderías, escuelas, oficinas y centros de esparcimiento de manera simultánea. Así, el ciudadano tendrá a la mano herramientas para satisfacer todas sus necesidades, y la economía urbana se mantiene en un constante flujo. Jacobs escribió La muerte y la vida de las grandes ciudades americanas en 1969. Por supuesto, no se podía predecir que este ensamble de usos comerciales y de vivienda sería lo que ahora conocemos como gentrificación. En la Ciudad de México, es un dato obvio que las colonias que cuentan con servicios y amenidades de todo tipo son las que tienen las rentas más encarecidas. Además, la diversidad planteada por la periodista contempla aspectos que sus propios lectores adoptaron a sus propias necesidades, las cuales podrían tomarse por reprobables por lo que se pensaría que es una ciudad comercialmente diversa.

 

Samuel R. Delany es un académico y escritor estadounidense, especializado en ciencia ficción –o lo que se denomina en estudios literarios como ficción especulativa– que expresó su total acuerdo con las perspectivas de Jacobs en su libro Times Square Red, Times Square Blue, que en 2019 cumplió 20 años de publicación. Para Delany, la ciudad permite establecer relaciones con otros ciudadanos que están dirigidas por el consenso, el respeto a la privacidad pero también el cuidado mutuo y que pueden cultivarse cuando, si seguimos a Jacobs, los urbanitas transitan entre tiendas pero que, según Delany, ocurren en los cines pornográficos. Times Square Red, Times Square Blue es una memoria de la célebre avenida de Nueva York antes de su regeneración, con la que se construyeron restaurantes y oficinas pero que provocó la clausura o demolición de los cines que proyectaban material pornográfico, y que desplazó hacia las periferias bares concurridos por la clase trabajadora, drag queens y hombres homosexuales. Delany, cámara en mano, camina por una Times Square totalmente destruida y retrata algunos de los sobrevivientes de la especulación inmobiliaria, como prostitutos y taxistas, además de las fachadas de aquellos cines donde entabló relaciones fugaces y significativas no sólo con otros hombres, sino también con otras clases sociales.

Para el autor, los cines fueron espacios públicos ya que funcionaron como refugios para las poblaciones más precarizadas –conformadas por hispanos, hombres racializados, judíos e incluso sujetos con enfermedades mentales–, en los que se cuidaban de la intrusión policiaca, tomaban siestas o se masturbaban. La concurrencia a los cines no sólo planteó posibilidades afectivas para hombres heterosexuales con gustos homosexuales, o para homosexuales que buscaban contacto físico en tiempos de persecución médica y policiaca, sino que permitió encuentros interraciales y entre clases con una facilidad mucho más contundente. Delany describe a los cines como instituciones que permitieron aperturas urbanas hacia los otros –hacia la otredad– y subvirtieron al interior doméstico ocupado por las familias monógamas, ya que las redes de apoyo podían expandirse no hacia una sola persona sino a una sala de cine entera. También Delany no deja de mencionar que la regeneración de Times Square y la subsecuente destrucción de los cines pornográficos fue por un interés doble: la economía inmobiliaria y el pánico moral. Darle a ciudad la faz de los restaurantes y de las oficinas, de cierta manera, también ayudó a “controlar” una crisis de salud pública como lo fue la epidemia del SIDA: «La amenaza del SIDA produjo una ordenanza de salud de 1985 que comenzó el cierre de los medios sexuales específicamente gay en el vecindario: las casas de películas gay y los teatros porno heterosexuales que permitían la masturbación abierta y la felación entre la audiencia. Por un dólar cuarenta y nueve en los setenta, y por cinco dólares en el año antes de su cierre desde la mañana hasta la medianoche podías entrar y, en los asientos caídos, ver una proyección de dos o tres videos porno hard-core

 

Es probable que Delany haya vivido la misma Nueva York que la documentalista Jenni Livingston retrató en la cinta Paris is Burning, que actualmente celebra 30 años desde su estreno. Livingston transita el barrio Harlem para adentrarse en la escena subterránea del ball, encuentros de baile pero también de escenificaciones que reunieron al mismo sector que Delany pudo conocer en los cines: hispanos y hombres racializados, además de mujeres trans. En salones, todos ellos podían expresar glamour, poder político y económico, a través de una parodia cercana a la fiesta de disfraces. Ya sea mediante una pasarela en la que hombres competían para decidir quién se parece más a una mujer, con el montaje de un desfile militar conformado por hombres racializados, o por una “sesión de fotos” con personas hispanas vestidas con los códigos de aquellos que juegan al tenis o son dueños de yates, Paris is Burning pone en la superficie las diferencias raciales y de clase que existen entre quienes habitan lo que era considerado un gueto y la ciudadanía mayoritariamente blanca que pueden entrar a las tiendas departamentales sin ser calificadas como criminales. El punto de vista de Livingston también contempla cómo en la calle o en los balls fueron conformándose las mismas relaciones que consigna Delany, aunque con un grado de mayor compromiso. Si para Delany el cine era un espacio hecho para lo provisional, los testimonios que recoge la cámara de Livingston narran cómo las prostitutas drag y los hispanos homosexuales organizaron casas que los retiraban, momentáneamente, de una indigencia a las que fueron orillados incluso por sus propias familias. Delany llega a mencionar que personajes como Marshall Berman o Rem Koolhaas lo acusaron, burlonamente, de tener una nostalgia por el distrito rojo de Nueva York, cuando el desarrollo inmobiliario era más bien un rescate de una zona poco higiénica y poco segura. Pero Delany y Livingston dejan abierta una pregunta crítica: ¿cómo es posible que las remodelaciones inmobiliarias ataquen supuestos problemas de salud pública, pero sin ofrecer garantías de vivienda y de encuentro a las poblaciones vulneradas por ese desplazamiento? 

Hace 40 años se publicó en México El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata. Primer premio en el concurso de novela Juan Grijalbo, el libro de Zapata provocó un escándalo de censura en el medio literario de ese  entonces. A decir de José Joaquín Blanco, la novela de Zapata levantó las opiniones reprobatorias de las plumas ilustres de Juan Rulfo y Sergio Magaña. Además del puritanismo estético, los setenta también fue una década que terminó de clausurar la posibilidad de la protesta pública tras la Matanza del Jueves de Corpus, evento no muy posterior a lo ocurrido el 2 de octubre en Tlatelolco. Para la construcción de Adonis García, personaje principal de El vampiro, Zapata retoma la tradición de la picaresca, cuya constante es la de permitirle el habla en primera persona a criminales de poca monta, indigentes y jugadores, todos ellos personajes que encarnan prohibiciones de lo que las leyes del siglo XVII llegó a considera como vicios de la vía pública. Zapata coloca en el mismo nivel a un “chichifo”, un prostituto masculino que recorre calles y establecimientos de la colonia Juárez y de la Zona Rosa para “talonearle”, es decir, agarrar clientes en la vía pública o en espacios tan sanitizados como son la cadena de restaurantes y tiendas departamentales Sanborns, cuya atmósfera es más bien familiar y que, se dicen, fueron un punto importante para el ligue gay antes de que en la ciudad existiera mayor abundancia de bares que pudieran recibir a cierta concurrencia en particular. Si el Lazarillo de Tormes robaba comida para una aristocracia putrefacta que se negaba a aceptar su ruina, Adonis García vende su cuerpo a hombres heterosexuales y políticos que no pueden aceptar abiertamente su orientación sexual. Para Adonis García la domesticidad es algo imposible de habitar. El espacio mínimo de un cuarto en la colonia Roma es el sitio donde llega a sentirse más precario por su situación económica y subjetiva, y donde sus intentos de relaciones monógamas terminan en la estridencia de la promiscuidad y lo celos, polos equivalentes en su historia. Las calles –Reforma, la Alameda– calman la claustrofobia que le pueden llegar a provocar los interiores, ya sean los de una vecindad de la vieja Roma o los de la mansión suntuosa del político que llega a adoptarlo.

Susan Stryker en Transgender History. The roots of today’s revolution cuenta cómo la ciudadanía periférica de distintos centros urbanos de Estados Unidos habitó los márgenes de la ciudad, los cuales fueron entregados a las instituciones inmobiliarias y familiares. Una vez que se desarrollaba vivienda proyectada para una familia que estuviera conformada por padre, madre y tres hijos, y que los servicios por los que tanto abogaba Jacobs aumentaran el costo de la renta, las mujeres trans, los hombres negros, los migrantes y la diversidad sexual se trasladaba a lo que los detractores de Delany nombraban como distrito rojo. Según Stryker, fue en esos márgenes donde se construyó la contracultura que devendría en el movimiento por los Derechos de la Comunidad LGBT, cuya principal punto de articulación fueron las calles. El cine, el baile, el espacio público: aquí se han expuesto tres ejemplos del siglo XX, anclados en lo documental y en lo ficcional, que demuestran la oportunidad política de los espacios que fueron construidos por cuerpos no legitimados por la narrativa hegemónica de las ciudades, oportunidad  historiada por Stryker y también, desde sus propias preocupaciones, por Guillermo Osorno y Carlos Monsiváis en textos dedicados a la ciudad, pero también a las actividades festivas y sexuales que aportaron lo propio para modificar, de alguna manera, los usos de lo urbano. Para estas comunidades, la calle y algunos interiores ajenos a la domesticidad de la clase media heterosexual fueron espacios para construir lo colectivo, más allá de lo que se puede mediar  en el espacio público en cuestiones tránsito ciudadano y de flujos comerciales. El cine y el ball permitieron la formación de apoyos comunitarios que abarcaban aspectos provisionales, como comprarle una comida a un prostituto en el cine, siguiendo a Delany, o albergar bajo un techo a los desposeídos, como retrata Livingston. «Esta ciudad es muy cachonda», dice Adonis García en el capítulo final de El vampiro de la colonia Roma, donde pronuncia una reflexión de cómo espacios que son adaptados a los encuentros sexuales, como los baños de vapor, «las esquinas mágicas» o las tiendas departamentales son también sitios donde, al menos en lo que respecta al personaje de Zapata, forjó su identidad individual y comunitaria. Sin embargo, la tecnología urbana vuelve a acercarse a parámetros que segmentan las clases socioeconómicas, evitando de alguna manera la diversidad política. La geolocalización de aplicaciones como Grindr parecen evitar el encuentro entre clases sociales que antes permitían otros sitios. La solución no está en romantizar las posibilidades comunitarias del siglo XX, pero los años recientes del XXI han estado marcados por la protesta, por un cuestionamiento de cómo habitamos la calle y la casa, algo que ha sido señalado activamente por las organizaciones feministas alrededor del mundo. La diversidad urbana vuelve a adquirir matices sociales. ¿De qué manera la comunidad LGBT se suma a esta discusión? Si la romantización no es útil, tal vez la memoria sí. En Tengo que morir todas las noches, Guillermo Osorno recoge el testimonio de cómo, tras el terremoto de 1985, los trabajadores y los clientes de El 9 —drags, hombres homosexuales—, el primer bar gay de la Zona Rosa, organizaron una colecta por los damnificados.

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Ventanas https://arquine.com/ventanas/ Fri, 21 Feb 2020 07:30:02 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ventanas/ Las ventanas encuadran la visión, así como la fotografía. Se decide, de alguna manera, qué se quiere ver y qué no. Un proyecto de vivienda puede pensar en la luz solar, y también en cómo se le puede evitar al inquilino un padecimiento cuando decida apreciar la vista.

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No es propio de personas bien educadas dirigir desde su casa miradas escudriñadoras a las casas inmediatas.

Del Manual de urbanidad y de buenas maneras de Manuel Antonio Carreño.

Sobre la Torre Cervantes, del despacho FR-EE, pareciera que cae un gran telón blanco cubriendo su fachada de vidrio. Las cortinas de las ventanas, nunca del todo abiertas, ofrecen atisbos de máquinas elípticas, de floreros o de televisiones gigantescas. Lo que alcanzamos a ver de los interiores puede llegarse a confundir como la escenificación de un departamento-muestra. Algo similar ocurre si estamos ante el Conjunto Urbano Presidente Alemán, una obra muy anterior a Torre Cervantes y en la que se colocaron otros ideales en lo que respecta a la vivienda. Las ventanas son casi igual de herméticas, pero la ropa tendida interviene la retícula de su fachada de ladrillo. Conocemos un poco más de los habitantes de CUPA, no tanto porque podemos encontrar sus calzones flotando sobre la obra de Pani, sino porque esa costumbre de tender la ropa afuera es un signo de clase; de la supuesta falta de privacidad que puede surgir cuando los habitantes no han sido disciplinados por la arquitectura que habitan.

Para fatiga de quienes creen que los estratos sociales son un sueño paranoico de los resentidos, sí, hasta las ventanas pueden ser leídas y observadas de esa manera. ¿Qué es lo que miramos o lo que no miramos cuando, desde la calle, dirigimos nuestros ojos hacia arriba, ahí donde las ventanas reflejan el cielo, o cuando desde nuestros departamentos (si es que vivimos en uno) abrimos las cortinas? ¿Los espacios median la privacidad de sus inquilinos? ¿Las diferencias entre lo que se ve y lo que no se ve tienen repercusiones urbanas? El urbanismo del siglo XIX mexicano, por ejemplo, dijo que las vecindades eran espacios de promiscuidad, y su comentario no se refería tanto a lo sexual como a que todo era un gran exterior falto de privacidad: las personas se bañaban comunalmente en los patios; los patios eran transitados por las multitudes que, a su vez, vivían todas juntas en el hacinamiento total de los cuartos. Para higienistas como José Tomás de Cuéllar, las vecindades eran una extensión de la calle donde la gente que no conocía los placeres de lo doméstico decidía vivir. Para este anticuado costumbrista, cuyo discurso no ha terminado de extinguirse a pesar de los doscientos años que lo separan de nuestra actualidad, la pobreza era una cuestión personal. Igualmente, personajes como Manuel Antonio Carreño, quien vigiló y castigó la vida burguesa venezolana decimonónica, las ventanas invitaban al chisme y a la perversión. Para él, mirar al otro era sinónimo de mala higiene. Pero, ¿en qué consistían los placeres a los que se refería Cuéllar? En las cortinas, fundas y estuches, en los recubrimientos que Walter Benjamin nombró como expresiones de la burguesía, estrato que historiadores como Jesús Cruz Valenciano en su libro El surgimiento de la cultura burguesa (Siglo XXI, 2014), donde atiende el caso de Barcelona, señala como el creador de una idea de privacidad. La discreción fue el eje con el que los nuevos trabajadores, que ni eran campesinos pero tampoco aristócratas, dirigieron su vida, y fue un fenómeno global.

Las ciudades fueron volviéndose no sólo centros industriales, sino también capitales de cultura, y pareciera modificarse cómo se habla sobre lo público y lo privado conforme nos adentramos a la primera mitad del siglo XX. De nuevo Benjamin, junto a Asja Lācis, en un breve texto dedicado a Nápoles, hablan sobre una ciudad porosa que difumina el adentro y el afuera porque es una región de fiestas constantes, así como de hacinamiento habitacional. Para los autores, el borramiento de esas fronteras es emancipatorio:  “De la misma manera en que el cuarto aparece en la calle, con sus sillas de corazón, y su altar, entre otros objetos, de manera más estridente la calle migra al cuarto.” Los autores agregan que en esas habitaciones duermen docenas de ocupantes, lo que hace que los niños vayan por la calle “muy tarde en la noche”, porque la calle no se distingue del interior; porque en los cuartos “se interpenetran el día y la noche, el ruido y la paz, la luz exterior y la oscuridad interior, la calle y la casa.” Jane Jacobs declaró lo mismo años más adelante en su clásico libro Vida y muerte de las grandes ciudades americanas (Vintage Books, 1992), con una confianza más apologética que fundamentada. Para Jacobs, las ciudades son el espacio en el que la privacidad, de hecho, debe perderse. Los recubrimientos burgueses son un gesto suburbano, ahí donde la gente no interactúa ni se cuida, y en lugares como Nueva York, desde donde ella escribe, la privacidad no es una cuestión de ventanas o cortinas: “Los escritos sobre arquitectura y planeación urbana lidian con la privacidad en términos de ventanas, visiones dominantes o líneas de visión. La idea es que nadie de afuera puede mirar a donde vives —al interior, la privacidad. La privacidad de tus ventanas es una de las comodidades que más fácilmente se pueden obtener. Sólo corres tus cortinas o ajustas las persianas. La privacidad que implica mantener los asuntos personales para uno mismo o para aquellos a quienes uno escoja, y la privacidad por tener un control razonable sobre quiénes se involucran con tu tiempo y cuándo, son  comodidades raras en este mundo, y nada tienen que ver con la orientación de las ventanas.”

En el intrincado ballet de las calles que describió la periodista, ahí donde los trabajadores, los niños, los ancianos y los comerciantes se unen en una coreografía permanente, se puede activar un panóptico colectivo en el que los vecinos se cuiden unos a otros sin perder su propio espacio personal. ¿Cómo es que se resuelve esa distinción entre una vigilancia amable y la permanencia del anonimato? Jane responde que la misma ciudad lo resuelve, por el simple hecho de ser multitudinaria. Es verdad (o tal vez simple lógica) que las calles que no son transitadas son mucho más inseguras que las que lo son. Jacobs más bien está asumiendo que todos los ciudadanos cuentan con ventanas y cortinas con las cuales protegerse.

Las ventanas encuadran la visión, así como la fotografía. Se decide, de alguna manera, qué se quiere ver y qué no. Un proyecto de vivienda puede pensar en la luz solar, y también en cómo se le puede evitar al inquilino un padecimiento cuando decida apreciar la vista. Algunos tropos de la cultura audiovisual defienden, de alguna manera, la privacidad burguesa. En la pornografía, los vecinos que encuentran sus cuerpos desnudos se puede leer, de hecho, como un comentario de que una ventana te expone, como decía Carreño, a la lascivia. El fotógrafo L.B. Jefferies, personaje de La ventana indiscreta (1954), descubre un crimen cuando empieza a observar a sus vecinos. La película reflexiona sobre el cine (así como en las pantallas de una sala de proyecciones, las ventanas de la ciudad reflejan historias) pero también sobre la ciudad. Mirar al otro no tendrá nunca buen destino. Tal vez las tensiones entre la calle y la privacidad de una casa (llámese departamento, loft o cuarto de azotea), o las que puedan establecerse entre dos viviendas que encuentren sus interiores dependiendo de la ubicación de sus ventanas, sigan pensándose a través de los ideales de domesticidad decimonónicos, y que las consignas de Benjamin o Jacobs son, en realidad, una mera teoría sobre cómo tendrían que vivirse las ciudades.

¿Cuáles son nuestros marcos de visión? Torre Cervantes, tan controvertida como es, no ha sido documentada en el sentido de cómo sus inquilinos “manchan” el programa arquitectónico, aislados como están. La ropa colgada de CUPA ha sido una curiosidad exótica para los enterados de cómo se tiene que habitar una obra emblemática: la privacidad tendría que impedir que la fachada se use como tendedero

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Redensificación https://arquine.com/redensificacion/ Wed, 08 Jan 2020 07:24:31 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/redensificacion/ La Redensificación nos desafía a reinventar el sistema de financiamiento de vivienda social a nivel de las colonias, desde abajo hacia arriba: generando y luego difundiendo innovaciones de una ciudad a otra, convenciendo a los actores políticos para crear nuevas instituciones a nivel de colonia y alcaldía que creen un ciclo virtuoso de creación y captura de valor.

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La innovación en la vivienda social colectiva, revisada por el INFONAVIT a través de un proyecto del Centro de Investigación para el Desarrollo Sostenible (CIDS) y reseñado en estas mismas páginas por Miquel Adriá, dejó en evidencia uno de los mayores desafíos que padecen las ciudades en México: ¿cómo buscar resultados más cualitativos que cuantitativos para satisfacer la demanda de poco mas de 1 millón de viviendas al año en todo México? El programa de Redensificación Urbana elaborado por el CIDIS, si bien arroja resultados formales interesantes, deja del lado dos factores coyunturales para evitar la paradoja de actual modelo de vivienda social en este país: cómo recuperar suelo urbano sin incidir en su elevado valor de mercado para crear “bolsas” de vivienda social protegida y qué tipologías y densidad pueden tener mejor resultado para las mismas.

Una de las grandes lecciones de Jane Jacobs tiene relación con esto. En uno de los capítulos de su obra seminal Vida y muerte de las grandes ciudades americanas, toca el tema del financiamiento a escala urbana y, en particular, cómo generar zonas de oportunidad dentro de las ciudades. Su pulcro e incisivo análisis nos describe cómo en la década de los 50, la aportación de capital público y privado fue medular para la destrucción de innumerables barrios en aras de favorecer el desarrollo suburbano mediante subsidios para “barrer” con asentamientos informales en los centros de las ciudades, para dar entrada a proyectos de infraestructura como calles y avenidas.

La “muerte de las ciudades” reflejó la ausencia de capital público, privado y cívico que financiara los “cambios graduales, constantes y específicos” que, según Jacobs, son la esencia de diversas economías, comunidades mixtas y crecimiento inclusivo. Esta ausencia fue clara en comunidades de todo Estados Unidos, desde su nativa Scranton, Pennsylvania, hasta su hogar en la ciudad de Nueva York. La reflexión de Jacobs devela pautas sobre el tema de la redensificación para vivienda social en México.

Primero, los efectos devastadores de los programas INFONAVIT de las décadas de 1970 y 80 todavía están con nosotros. Muchas Zonas INFONAVIT (por llamar de alguna manera a toda esa masa de vivienda social de casitas asentadas en la periferia urbana), ya sea en la Ciudad de México, Puebla, Hermosillo, Merida o Querétaro, son producto de esfuerzos cuantitativos para satisfacer demanda de vivienda en bruto; se creó un mercado de suelo en la periferia de las ciudades, surgieron “comunidades” sin acceso a transporte público y fuentes de empleo, se creo una tipología de bajísima densidad y costo, se idealizó el uso del automóvil y abrieron el camino para vaciar zonas céntricas de las ciudades y dejar camino a desarrollos inmobiliarios con otros usos. Una visita rápida a nororiente de la Ciudad de México, Pachuca y Guadalajara, muestra el efecto de las decisiones tomadas hace 30 o 40 años.

En segundo lugar, los programas de crédito del INFONAVIT para vivienda suburbana han sido, finalmente, declarados inviables. El programa de Redensificación ciertamente busca encontrar alternativas. Pero falta, antes de hacer arquitectura, analizar la salud de nuestro sistema de financiamiento para el desarrollo de la vivienda social, especialmente la intraurbana. Nos obliga a entender que el problema mayor radica en el costo de la tierra y la disponibilidad de la misma para estar cerca de las fuentes de trabajo y sistemas de transporte. Nos obliga a evaluar la demanda y la viabilidad del mercado de la vivienda social, o su falta, en lugares desfavorecidos dentro de nuestras ciudades.

Hasta donde se ha mostrado, en el estudio de Redensificación del CIDIS falta la evidencia que justifique donde dar cabida a estos diseños. Dentro las alcaldías de la Ciudad de México por ejemplo, hay muchas comunidades con lotes vacíos, fábricas cerradas, corredores sin inversión y bloques de viviendas en mal estado, que necesitan desesperadamente un nuevo modelo de financiamiento y que, en consecuencia, puedan explorar la redensificación. En estos lugares, es fácil encontrar un sin número de experimentos inmobiliarios del sector privado —fallidos algunos y exitosos otros. Muchas colonias parecen ser nada más que la manifestación física de décadas de programas de desarrollo urbano o planes parciales totalmente dispares. Sin embargo, en estas mismas colonias es difícil encontrar transacciones de mercado en las que las instituciones financieras convencionales —como el INFONAVIT— se arriesgaran seriamente a hacer negocios. Es difícil encontrar empresas de desarrollo inmobiliario con el interés y la capacidad para mover los mercados hacia los esquemas de vivienda social. 

Por ello es que el programa de Redensificación sólo puede tener cabida si se reformula el sistema de financiamiento para el desarrollo de vivienda social intraurbana. Actualmente, no existen los mecanismos para mover las grandes sumas de dinero público o privado hacia este mercado. Hoy en día, una cantidad limitada de subsidios públicos respalda un sistema de arriba hacia abajo centrado en la deuda convencional, la burocracia en capas y, a menudo, tecnicismos enloquecedores. La Ciudad de México podría catalizar la creación de un nuevo sistema financiero que satisfaga a los inversionistas, mueva inversiones y trabaje para personas y lugares desfavorecidos, todo esto al cambiar la estructura subyacente de la toma de decisiones económicas para crear zonas de desarrollo orientadas a la redensificación con cierto componente de vivienda social-protegida.

Eso nos obliga desde el principio a revisar la definición de Jacobs de la inversión que está fluyendo hacia nuestras colonias. ¿El capital es extractivo o generativo? ¿Es absurdo o inteligente? ¿Es un riesgo altamente adverso o un riesgo apropiado de aceptar? ¿Está restringido (enfocado en proyectos específicamente etiquetados) en lugar de  tener una mirada holística (enfocado en el valor sinérgico que proviene de la mezcla de usos y habitantes)? ¿Es administrado por instituciones que crean valor y luego capturan valor para los residentes locales en lugar de inversores distantes?

La Redensificación nos desafía a reinventar el sistema de financiamiento de vivienda social a nivel de las colonias, desde abajo hacia arriba: generando y luego difundiendo innovaciones de una ciudad a otra, convenciendo a los actores políticos para crear nuevas instituciones a nivel de colonia y alcaldía que creen un ciclo virtuoso de creación y captura de valor. La perspectiva de Jane Jacobs sobre el capital, como sus observaciones sobre todas las cosas urbanas, es más relevante que nunca.

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Cruising: una ética de lo público https://arquine.com/cruising-una-etica-de-lo-publico/ Wed, 31 Aug 2016 16:04:16 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/cruising-una-etica-de-lo-publico/ La muerte de las grandes ciudades que Jane Jacobs comienza a trazar en la década de 1960 ha encontrado su apogeo en las grandes urbes actuales, donde se invita a todos a pensar que cada individuo, cada persona con la que uno se encuentra puede ser un terrorista, un asaltante, un violador, un secuestrador. En las grandes urbes el riesgo del encuentro con el otro ha sufrido una transformación ideológica que lo convierte en un peligro y justifica así una transformación que busca desaparecer todos los espacios públicos, con la excusa de la seguridad y en favor del mercado.

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Ciudades Paralelas es el inicio de una serie de entrevistas y reflexiones en torno a las formas marginalizadas de habitar la ciudad, formas que existen a pesar de los discursos unificadores que buscan volverla para una clase única de urbanita: la ciudad de las mujeres, la ciudad de los peatones, la ciudad de los que no tienen un techo y la ciudad de los afectos distintos serán algunos de los segmentos que buscamos abordar. Iniciamos con esta pregunta: ¿se puede hablar de que las políticas públicas de la ciudad son incluyentes o representativas de una comunidad que rebasa los límites de la marcha LGBTTTI anual y de las demandas que esta misma plantea?; ¿a quiénes dejan de discriminar las legislaciones que combaten la discriminación?; ¿quiénes no están en ese “público” que presuponen las políticas públicas incluyentes? Pensando la relación unívoca que las políticas públicas pretendieron establecer entre la ciudad y la comunidad gay, en Arquine publicaremos textos que nos permitirán diluir, desde todas las aristas que nos sean posibles, parte de su andamiaje. El diálogo se establecerá a partir de las diferencias, de las múltiples maneras de vivir lo gay en la ciudad. Esperamos que esta primera exploración nos permita fragmentar la visión construida en torno a lo urbano por parte de quienes toman decisiones y de quienes se conforman como una oligarquía.

 


 

Sexo en parques, sexo en la calle, sexo en vapores, sexo en el metro, sexo en cines. Sexo público, sexo semiprivado, sexo privado. Miradas de reconocimiento, arrimones, mamadas: intimidad pública. Las sexualidades divergentes —no sólo la homosexual— han creado varios lenguajes urbanos para satisfacer sus necesidades físicas y comunitarias, se han apropiado de lugares públicos para tener encuentros, para generar comunidad con todas las implicaciones de esta palabra: intimidad, transmisión de conocimiento, creación —y rechazo— de identidades, reconocimiento en el otro y perpetuación de la alteridad. De todas éstas, el cruising —que pareciera tener a su pariente cercano en el honorable flâneur parisino por su apertura a la ciudad— es probablemente la más afamada.

La ciudad, como espacio urbano distinto, se sustenta en los encuentros con la alteridad. Las ciudades no son grandes pueblos. Por el contrario, son espacios en los que se está en continua comunión con el otro y que, por consiguiente, generan lenguajes de vida e interacción con el espacio que serían impensables en comunidades más pequeñas. En los espacios públicos, cada individuo convive con otros sin que haya una función específica que determine esa interacción. Desde finales del siglo XX y en lo que va de éste, el discurso de segurización —ese intento por vigilar todos los espacios, por eliminar cualquier riesgo posible a costa de la comunidad misma y las libertades— ha llegado a catalogar el contacto indefinido con los otros como algo riesgoso. Abrirse al otro, del que nunca se sabe lo que desea (el famoso che vuoi? lacaniano), es abrirse al riesgo de lo desconocido, de la destrucción de la seguridad y las normas. La ciudad —en particular los espacios públicos— nos enfrentan continuamente a este che vuoi? Desde el encuentro con un extraño en el metro hasta la interacción momentánea con los vecinos o con otro comensal en un puesto de gorditas, todo encuentro en la ciudad está determinado por esa pregunta continua. Sin embargo, este riesgo continuo del yo, este enfrentamiento urbano a la otredad, no debería ser sinónimo de peligro.

De hecho, en The Death and Life of Great American Cities, Jane Jacobs caracteriza este encuentro riesgoso con el otro como una disminución factual del peligro. Jacobs festeja el flujo de personas en su calle, a los muchos visitantes a un bar cercano, visitantes de diversas clases, desde obreros hasta turistas y literatos, porque es justamente este encuentro continuo con el otro, este desafío continuo de la homogeneidad, lo que mantiene segura su calle por las noches: lo que le permite deambular por la ciudad a oscuras.

La muerte de las grandes ciudades que Jane Jacobs comienza a trazar en la década de 1960 ha encontrado su apogeo en las grandes urbes actuales, donde se invita a todos a pensar que cada individuo, cada persona con la que uno se encuentra puede ser un terrorista, un asaltante, un violador, un secuestrador. En las grandes urbes el riesgo del encuentro con el otro ha sufrido una transformación ideológica que lo convierte en un peligro y justifica así una transformación que busca desaparecer todos los espacios públicos, con la excusa de la seguridad y en favor del mercado. (Tan sólo pensemos en el discurso que fundamentaba al Corredor Cultural Chapultepec: la calle es un espacio peligroso, por lo que su privatización, convertirla en un gran centro comercial, nos salvaría de los peligros que la acechan.)

La Ciudad de México, como buena metrópoli occidental, solía contar con muchos espacios públicos que habían sido reclamados por sus habitantes para el cruising, sin que por ello fueran espacios donde sólo existía este tipo de encuentros. Parques (la Alameda, el Parque Hundido y el “Caminito Verde” en la UNAM), cines porno (el cine Teresa), baños (el Finisterre) y barrios (Zona Rosa) se cuentan entre los más públicos. Existen, además, espacios más privados, los famosos lugares de encuentro y clubes de sexo, de los que su razón de existir es únicamente el cruising. Los más públicos de estos espacios, como ha ocurrido en todo el mundo, han desaparecido —o están en proceso de desaparición— gracias a proyectos económicos de “rescate” que en realidad buscan privatizar los espacios y reducir a las mercantiles el tipo de interacciones que ocurre en ellos.

La protección del Espacio Escultórico de la UNAM, provocada en parte por un incendio, hizo que desapareciera el Caminito Verde. La remodelación de la Alameda, que buscaba convertirla en un espacio turístico y familiar, algo que en realidad ya era, acabó con el cruising nocturno en sus pasillos y entre sus árboles. La conversión del cine Teresa en un pequeño centro comercial acabó con un espacio de interacción y esparcimiento (sexual) para convertirlo en un lugar regido sólo por el consumo, lo que sin duda siguió el modelo de rehabilitación de Times Square que terminó por completo con sus diversos cines porno para transformarla en un espacio destinado al turismo, uno que incluso rehúyen los habitantes de la ciudad. Un espacio público se convirtió en un espacio exclusivamente comercial, donde cualquier tipo de interacción —no sólo la sexual— está determinada por las necesidades del mercado.

Las intenciones para Zona Rosa parecieran ser las mismas. Esta subsección de la colonia Juárez, que podría considerarse un barrio en sí misma, ha estado inmersa en proyectos fallidos de recuperación desde hace varias décadas. Zona Rosa es un lugar particularmente importante para la “comunidad” gay, a pesar de no contar con la carga histórica de otros barrios de este tipo como Castro en San Francisco o Chueca en Madrid. En él se concentran bares, sex shops con sus respectivas cabinas, varias ONG y cruising callejero. En Zona Rosa conviven las diversas “comunidades” gay, sin importar que sea preeminentemente juvenil, y sirve como un punto de encuentro entre subculturas y como espacio libre para ejercer y buscar una identidad sexual. Zona Rosa, como barrio, funge como un espacio público para sexualidades divergentes, como un espacio de interacción entre clases y entre generaciones. Además, como bien menciona José Ignacio Lanzagorta, es un lugar que siempre ha mantenido una actividad económica importante. Por lo tanto, el rescate de Zona Rosa tiene menos que ver con un rescate económico que con un proceso de privatización de los espacios públicos —y de la intimidad— que forma parte constitutiva de la construcción de nuevos mercados que dicta el sistema neoliberal y su idea de ciudad.

¿Por qué es tan importante la privatización de la intimidad que conlleva la privatización de este tipo de espacios de cruising? Las sexualidades divergentes funcionan afuera de una lógica normalizadora o en respuesta a ella, simplemente porque son ajenas a ésta. Lo anterior no implica que sean revolucionarias, simplemente sugiere que tienen la posibilidad de serlo. Cuando se habla de heteronormatividad, a lo que se hace mención es a un conjunto de aparatos —en ocasiones contradictorios— que establecen un tipo específico de sexualidad imaginada como algo natural. Existen sexualidades no heteronormadas dentro los encuentros entre hombres y mujeres, y existen sexualidades entre personas del mismo sexo que buscan conformarse con un modelo de normalidad. La heteronormatividad actual surge en el siglo xix, y se corresponde con una estratificación específica de lo privado y lo público. Como mencionan Michael Warner y Lauren Berlant en su ensayo “Sex in Public”, es un aparato ideológico que da a la separación entre familia y trabajo un aspecto de normalidad: en vez de presentarse como una consecuencia de las divisiones económicas imperantes se convierte en el sustento natural que pareciera justificarlas.

Este tipo de división oculta una más: al separar la esfera pública de la privada, también se determina el tipo de actividades que es permisible ejercer en el exterior, en público, y por consiguiente se despolitiza una sección particular de la vida humana. De acuerdo con Foucault, la biopolítica es uno de los sustentos ideológicos esenciales del liberalismo. La biopolítica es el dominio ideológico de los cuerpos, la separación entre aquello que merece vivir y aquello que no, pero también es la división entre aquello que merece ser objeto de lo político y aquello que no. Por lo tanto, la heteronormatividad es un ejemplo de biopolítica en funcionamiento.

En este sentido, la expresión pública de la intimidad —y es importante no confundir intimidad con privacidad— implica una repolitización de categorías excluidas, al mismo tiempo que desafía las normas de aquello de lo que es permitido hablar y cuestiona la idea misma de normalidad que sustenta al sistema ideológico reinante. La desaparición de espacios públicos en favor de espacios de mercado desaparece las posibilidades políticas latentes en estos espacios y es antidemocrática —en el sentido más noble de esta palabra. Según menciona Wendy Brown en Undoing the Demos, la subsunción de todos los espacios —físicos, mentales y emocionales— en el mercado forma parte del proyecto neoliberal de despolitización: el abatimiento del homo politicus en manos del homo oeconomicus.

El cruising, como forma de vivir la ciudad, se establece precisamente en este punto de encuentro con la otredad, una forma particularmente ética de encuentro con el otro que genera la ciudad en lo público. Al final de Unlimited Intimacy. Reflections on the Subculture of Barebacking, Tim Dean propone el cruising como modelo ético de encuentro con el otro, un modelo que va más allá de los encuentros sexuales. El cruiser deambula por la ciudad abierto a los encuentros con el otro, no vive la ciudad buscando encontrar objetos que satisfagan su deseo. Por el contrario, simplemente tiene una actitud de apertura a la otredad en la que el deseo insondable del otro puede encontrarse con el suyo, sin que por ello busque integrarlo a su universo, sin que por ello destruya su alteridad.

Según Samuel Delaney, existen dos tipos de cruising, aquel que deambula por la ciudad sin buscar nada específico y que está abierto al contacto con los otros: con el otro. Esta variante reniega de separaciones de clase y sociales, se abre a la posible pareja sexual sin buscar cualificaciones previas que se conformen con un estándar de lo aceptable. La otra variante suele suceder en espacios menos públicos y busca el encuentro con aquellos que son iguales a ti, que pertenecen a un mismo grupo o con los que hay un cierto grado de reconocimiento. Delaney llama a esta variante networking, y, ante la privatización rampante de espacios, pareciera ser la única que actualmente tiene capacidades de supervivencia.

Una de las críticas comunes al cruising es que nace de la soledad y la inadecuación. Es el deseo de un individuo solitario por satisfacer sus necesidades sexuales de modo fugaz y no íntimo. Sin embargo, esta crítica se fundamenta en una idea de intimidad que es profundamente artificial, aquella que tiene como punto álgido el hogar familiar. Negar la profunda intimidad que se puede encontrar en un encuentro casual, en una plática momentánea o en la observación deseosa porque no se corresponde con un modelo específico y normativo de los encuentros niega la vastedad de interacciones posibles entre individuos; niega la posibilidad de individuación que existe en el encuentro con el otro y oculta los juegos de poder y la objetivación profunda que se puede encontrar en las relaciones íntimas socialmente sancionadas.

Por otro lado, estas críticas encubren una función social importante que no se ha resuelto en la nueva “aceptación” de las sexualidades divergentes. Estos encuentros íntimos y fugaces no sólo satisfacen el deseo, también generan comunidad. Pongamos un ejemplo claro y poco conocido: fue la comunidad homosexual que se reunía en parques y baños quienes inventaron el sexo seguro. La alienación del sexo reproductivo —y de sus funciones económicas— enseñó a muchos hombres que el placer no se encontraba solamente en la penetración, las prácticas sexuales de homosexuales y lesbianas son, por mucho, más amplias que aquellas que se enseñan y comunican a los heterosexuales como prácticas naturales. (Una vez más, esto no quiere decir que la sexualidad heterosexual sólo sea penetrativa, lo que implica es que la sexualidad que se enseña sí lo es.) Estas formas no penetrativas de sexualidad se han enseñado de generación a generación en este tipo de lugares, y durante los puntos más crueles de la epidemia del SIDA en la década de 1980, cuando nadie hacia nada por los miles de homosexuales que morían, fueron estas prácticas y un sentido comunitario lo que permitió su contención, no las políticas públicas.

Paradójicamente, estos lugares fueron designados en todo el mundo como “focos de infección”, como lugares de riesgo y, también durante los peores momentos de dicha epidemia, se inició una campaña por sanitizar los espacios, una campaña que estaba totalmente ligada con la privatización de todo lo público.

https://vimeo.com/154686262

En el documental Chemsex, producido por VICE en 2015, se habla de una nueva epidemia que azota a los homosexuales londinenses, en específico, pero que también afecta a la mayoría de las urbes en mayor o menor medida. Chemsex son encuentros sexuales fortuitos auxiliados por drogas —principalmente crystal meth, GHB/GBL, ketamina y mefedrona— y ha sido un factor determinante en el aumento de los contagios de VIH en todo el mundo. Las fiestas en las que ocurre este tipo de encuentros suelen organizarse a través de internet, particularmente de aplicaciones como Grindr o Scruff y se pueden categorizar dentro del segundo tipo de cruising: networking. Se trata de encuentros entre iguales desconocidos. Durante el documental un tema resurge una y otra vez, aunque su exploración, en el mejor de los casos, resulta liminar: se trata de jóvenes que carecen de una comunidad, que llegaron a Londres y se encontraron con la ausencia o la desaparición de los bares gays y los lugares públicos de encuentro, por lo que su forma de buscar intimidad es precisamente en privado, donde la sociedad dicta que debe mantenerse la intimidad.

El uso de drogas en el sexo no es algo nuevo. Sin embargo, los diversos sistemas comunitarios que se habían establecido en los espacios públicos solían mantenerlo, con algunas excepciones, como un mero sucedáneo del placer. La desaparición de espacios públicos en los que se pueda dar la intimidad convierte el chemsex en el único tipo de comunidad al que estos jóvenes parecieran poder acceder. No olvidemos que Londres es una de las ciudades más gay friendly del mundo. Esta categoría, a la que ahora pertenece la Ciudad de México, es simplemente turística y, como tal, comercial. La ciudad anuncia que está abierta a hacer negocios con un tipo específico de turistas, anuncia la existencia de negocios específicos y normas de tolerancia, no la celebración, presencia o construcción de una comunidad.

La destrucción de los espacios públicos y la reducción del cruising a networking genera profundos problemas en individuos que pertenecen a comunidades alienadas. La heteronormatividad es una utopía normativa y, como todas las de este tipo, genera profundas ansiedades en todos los individuos que son sus sujetos debido a la imposibilidad de adecuarse a ella. Sin embargo, la existencia de espacios públicos en los que estas normas se transgreden a la vez que se generan comunidades y encuentros con la otredad resulta profundamente útil para contrarrestar estas frustraciones y sus dañinos efectos. La desaparición de los espacios públicos de cruising no es una cruzada del conservadurismo, por el contrario, está profundamente arraigada en el (neo)liberalismo y en su construcción de mercados. No olvidemos que no son sólo los lugares de encuentro los que desaparecen del espacio público, sino los espacios públicos en general: lo que se busca es integrar todo al mercado y eliminar sus tintes políticos.

Ante la segurización y mercadización de todas las áreas de lo humano, el cruising como actitud de contacto y apertura hacia el otro, como generador de comunidades y contrapúblicos, se revela, efectivamente, como una actitud ética: como una respuesta a la exigencia de consumir, de objetivar perpetuamente al otro.

 

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Tiempo de observar a Jane Jacobs y a nuestras ciudades https://arquine.com/tiempo-de-observar-a-jane-jacobs-y-a-nuestras-ciudades/ Tue, 19 Jul 2016 18:14:16 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/tiempo-de-observar-a-jane-jacobs-y-a-nuestras-ciudades/ ¿Qué podemos aprender y aprehender de Jane Jacobs a 10 años de su muerte? "Sugiero abrir los ojos hacia la ciudad. En búsqueda de banquetas para caminar, árboles que den sombra, bancas para sentarse, pasos peatonales y parques de esquina de encuentro social. Observar y contar cómo se ocupan estos espacios, qué efectos tienen en la vida social de la ciudad para entender estas arquitecturas en su capacidad de transformación : cada pieza y su conjunto dentro de una dinámica que tiene efectos en la inclusión o exclusión, en la diversificación o segregación, en la tipificación o en la innovación."

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Jane Jacobs (1916-2006) es quizá una de las personas que más ha contribuido en la forma en que pensamos acerca de las ciudades como espacios de colectividad, de diversidad, de valor barrial, de vida pública.

Gran observadora, activista de su barrio (Greenwich Village, Nueva York) y reportera, publicó en 1958 en el periódico Fortune sus primeros textos que relatan lo que, a través de sus deambulares, anotaciones y entrevistas, identificó como el fracaso del modelo de urbanización tan cimentado en la década de los 50 y promovido principalmente por Robert Moses en las ciudades norteamericanas: obras de transformación urbana con el propósito de “limpiar” y “abrir” espacio para nuevos desarrollos y modelos habitacionales de mayor control institucional.

Ese artículo y posteriormente su libro Death and Life of Great American Cities (1961) fueron clave para legitimar, organizar y estructurar un movimiento ciudadano que no sólo cuestionó la devastación y ruptura del tejido urbano de barrios populares sino que logró frenar uno de los proyectos más grandes de “renovación urbana”  —el Lower Manhattan Expressway— que hubiera dejado a la ciudad de Manhattan con una herida parecida a la que los habitantes de la ciudad de México vivimos con el Viaducto Miguel Alemán, el segundo piso y algunos de los ejes viajes, entre otros: una ciudad dividida, herida, arrepentida.

Como opción paralela, ella planteaba principios que hoy, después de más de 4 décadas, ya son parte del discurso evangelizador de muchos de quienes estamos en los temas de ciudad: densidad, diversidad, plantas bajas activas, usos mixtos, ojos en la calle, espacios humanos.

Su visión hacia un proceso de revitalización a partir de la riqueza y la diversidad en todos los sentidos merece mucha atención, especialmente recordando que no fue arquitecta ni urbanista. Pero los aplausos no terminan ahí. Uno de los grandes legados que se deja interpretar detrás de su discurso es una manera natural de hablar y entender el proceso de desarrollo urbano en relación con el tiempo, siendo éste un factor estructural para el entendimiento de toda transformación, evaluación, análisis y experiencia personal y colectiva.

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Ella hablaba del tiempo como una variable intrínseca en la consolidación de identidad y valores urbanos diciendo que los barrios requieren de años, muchos años, para que se establezcan códigos de confianza, lazos sociales entre diferentes clases sociales y generaciones y sinergias entre economías locales y regionales, por lo que el procurar, revalorizar y reiventar es más importante que borrar e ignorar.

El tiempo de evolución es necesario y necesariamente flexible para que las ciudades y sus espacios empiecen a hablar de historias, identidades y costumbres que requiere para pulir y sacarse brillo donde la densidad no sólo es densidad sino un conjunto de comercios de barrio, donde el uso mixto no sólo es uso mixto sino un sistema barrial de diversidad racial, económica y cultural, y donde los espacios abiertos no sólo son parques con bancas sino lugares donde se crean sentimientos de colectividad, de orgullo, de solidaridad.

Ella también demandaba el tiempo de la planeación urbana activa, sensible y responsable. Prácticamente todos los principios urbanos que puso a discusión no tendrían la relevancia si ella no hubiera dedicado tiempo a ejemplificar, a experimentar, a vivir con conciencia cómo se usaban los espacios urbanos. La sensibilidad y agudeza de sus observaciones hizo de sus palabras y sus textos una guía lógica no sólo de conceptos urbanos sino una metodología de análisis urbano que requiere estar y vivir con la ciudad, práctica que ella no veía reflejada en el ejercicio de arquitectos o urbanistas.

jacobs

En su última publicación, Dark Age Ahead (2004), Jane Jacobs, evidentemente preocupada por el porvenir urbano a nivel global, apuntó la diferencia entre desarrollo y expansión. El primer término describe el tiempo como la diferencia de transformación en los parámetros humanos, económicos y formales, mientras la seguna condición describe al tiempo como simple factor para evidenciar la producción en serie. El primero es efectivo, el segundo sólo es tiempo y lamentablemente es lo que prácticamente describe nuestro México contemporáneo, como la suma desarticulada de fraccionamientos que han ido dejando territorios habitacionales llenos de deudas crediticias y vacíos de ideales y de gente. Aquí el tiempo ha hecho su trabajo: demostrar que estos metros cuadrados de construcción en serie o bajo procesos de autoconstrucción o especulación parecen ser incapaces de absorber o crear vida urbana, colectiva, dejando un crecimiento urbano expansivo, monótono, sin servicios, inaccesible, uniforme y genérico.

Ahora, si tuviéramos tiempo para meternos en y con la ciudad, ¿qué podemos aprender y aprehender de Jane Jacobs a 10 años de su muerte?

Como arquitectos, sugiero abrir los ojos hacia la ciudad. En búsqueda de banquetas para caminar, árboles que den sombra, bancas para sentarse, pasos peatonales y parques de esquina de encuentro social. Observar y contar cómo se ocupan estos espacios, qué efectos tienen en la vida social de la ciudad para entender estas arquitecturas en su capacidad de transformación: cada pieza y su conjunto dentro de una dinámica que tiene efectos en la inclusión o exclusión, en la diversificación o segregación, en la tipificación o en la innovación.

Como ciudadanos, tenemos más de 4 décadas de retraso en los sistemas de planeación y visiones de ciudad incluyente, diversa, creativa. Urge seguir saliendo a la calle a demandar políticas claras y flexibles que promuevan mejores gobiernos, mejores procesos de planeación, que comuniquen, que eduquen, que nos haga mejores ciudadanos. No es imposible pensar en instrumentos que entiendan el mercado inmobiliario y promuevan procesos que a lo largo del tiempo induzcan una transformación cultural donde se encuentren ricos y pobres, morenos y güeros, bajos y altos y gordos y flacos, haciendo hogares cercanos al metro y al metrobús o empleos cercanos a las viviendas.

Como instituciones, tenemos que ser mejores observadores, cómplices de nuestras ciudades desde el territorio donde el tiempo se experimenta a escala peatonal y se desenvuelve a escala regional. Necesitamos gobiernos, observadores ciudadanos, academia, organizaciones comprometidas con la manera de vivirse la ciudad en su cotidianeidad con estrategias hacia el futuro desde la realidad social, ambiental, política y cultural.

Y como Jane Jacobs escribió en la introducción de Death and Life of Great American Cities (1961): “para ilustraciones, favor de mirar de cerca las ciudades reales.”

 

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Activismo https://arquine.com/activismo/ Wed, 21 Oct 2015 23:19:10 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/activismo/ La crítica de la señora Jacobs la ha establecido como una persona a la que hay que tomar en cuenta. Aquí hay un nuevo tipo de “experto”, muy refrescante en relación a los círculos actuales de la planificación en los que las mentes, fascinadas con las computadoras, se limitan cuidadosamente a preguntar sólo el tipo de preguntas que las computadoras pueden responder e ignoran el contenido humano o los resultados humanos —Lewis Mumford

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El sábado 21 de octubre de 1967 miles de personas marcharon en Washington. Era la primera gran marcha de protesta contra la guerra en Vietnam. Algunos contaron 50 mil, otros 70 y algunos afirman que fueron 100 mil. Salieron del Memorial a Lincoln. El Dr. Spock —Benjamin Spock, famoso pediatra que en los años cuarenta había escrito un exitoso libro sobre el cuidado de los niños— dijo sentirse traicionado por el presidente Lindon B. Johnson, a quien había apoyado durante su campaña. A las 3 de la tarde algunos ya se empezaban a retirar mientras otros siguieron la protesta hacia el Pentágono. Algunos pasaron ahí la noche y todo el domingo. La madrugada del lunes, las personas que se encontraban aun ahí fueron arrestadas. En total, durante las protestas de aquel fin de semana se arrestaron a 681 personas; cien fueron atendidos por diversas heridas. Entre los manifestantes estaba Jane Jacobs.

Jane-Jacobs

Jacobs, que en 1961 había publicado La vida y muerte de las grandes ciudades americanas, tenía ya un historial como activista. Ese mismo año, en una audiencia de la Comisión para la Planeación de la Ciudad, en Nueva York, fue retirada junto con otros participantes que tomaron la tribuna. En 1968 fue arrestada de nuevo y acusada de motín en segundo grado tras irrumpir en una junta en la que se discutía la construcción de la autopista de Lower Manhattan, uno de los proyectos de infraestructura vial de Robert Moses, su mayor adversario. Tras ese arresto, Jacobs y su familia se mudarán a Toronto, un cambio que también tenía el objetivo de proteger a sus dos hijos, en edad de hacer el servicio militar, de ser llamados a combatir en Vietnam.

Jacobs nació el 4 de mayo de 1916 en Scranton, Pensilvania, pero desde 1935 se mudó a Nueva York con su hermana. Estudió en Columbia durante dos años —geología, zoología, leyes, ciencias políticas y economía— y, tras escribir en varias revistas, empezó a colaborar en Architectural Forum a principios de los años cincuenta. En esos mismos años empezó su activismo para contener en Greenwich Village las transformaciones impulsadas por desarrolladores inmobiliarios y el crecimiento de la Universidad de Nueva York. También, por supuesto, contra los planes urbanos de Robert Moses. En 1962, Lewis Mumford escribió en su columna del New Yorker un artículo titulado Los remedios caseros de mamá Jacobs:

La crítica de la señora Jacobs la ha establecido como una persona a la que hay que tomar en cuenta. Aquí hay un nuevo tipo de “experto”, muy refrescante en relación a los círculos actuales de la planificación en los que las mentes, fascinadas con las computadoras, se limitan cuidadosamente a preguntar sólo el tipo de preguntas que las computadoras pueden responder e ignoran el contenido humano o los resultados humanos.

La visión casera y femenina de Jacobs presentaba la cara oculta del urbanismo. Por su parte David Harvey escribió:

Para finales de los años 60 una nueva crisis se había desarrollado; Moses, como Haussmann, cayó en desgracia y sus soluciones empezaron a verse como inapropiadas o inaceptables. Los tradicionalistas se agruparon en torno a Jane Jacobs y buscaron contener el brutal modernismo de los proyectos de Moses con una estética localizada en el barrio. Pero los suburbios ya se habían construido y el cambio radical en la forma de vida que implicaban tuvo muchas consecuencias sociales, llevando a las feministas, por ejemplo, a proclamar al suburbio como su territorio principal de batalla.

Jacobs vivió en Toronto desde 1968 hasta su muerte, a los 89 años, el 25 de abril del 2006. Herbert Muschamp, antiguo crítico de arquitectura del New York Times, calificó su libro, Vida y muerte de las grandes ciudades, como uno de los eventos “más traumáticos de la arquitectura del siglo XX.”

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