Resultados de búsqueda para la etiqueta [infancia ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:35:41 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Las infancias y la ciudad. Conversación con Susana Sosenski https://arquine.com/las-infancias-y-la-ciudad-conversacion-con-susana-sosenski/ Fri, 08 Oct 2021 14:48:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/las-infancias-y-la-ciudad-conversacion-con-susana-sosenski/ No hemos sabido construir una ciudad para las infancias. Las calles no son seguras para que las recorran solos y ni siquiera les damos el derecho a decidir cómo les gustaría que fuera un parque. "Robachicos. Historia del secuestro infantil en México (1900-1960)", escrito por Susana Sosenski, hace un corte de 60 años y disecciona los discursos buscan controlar la presencia de las infancias en ciudades en las que también viven.

El cargo Las infancias y la ciudad. Conversación con Susana Sosenski apareció primero en Arquine.

]]>
En su novela corta ¡Vendía cerillos!, el escritor Federico Gamboa cuenta la historia de dos niños que habitan la calle y que subsisten robando comida o como comerciantes ambulantes. Como autor, Gamboa se aproximaría a los efectos de la ciudad sobre las vidas personales de mujeres, pero las ideas que plasmó sobre las infancias urbanas construyen una imagen que busca causar el escándalo o la lástima. En una escena de la historia, describe cómo los niños dormían bajo los arbustos de Paseos de la Reforma, “aprovechando las sombras producidas por los pedestales de las estatuas y de las bancas de hierro, hacinados, comunicándose mutuamente el calor necesario para el sueño, en atroz contubernio de los sexos y las edades”. La narración culmina diciendo que, en ese lugar, “duerme diariamente una nube de chiquilllos simulando a lo lejos una de las verrugas de las grandes ciudades”. La ciudad se vuelve un espacio donde personas que deberían encarnar a la inocencia quedan expuestas a una serie de riesgos que no son propias de su edad. Bajo esta perspectiva, pareciera que la ciudad es un lugar de amenazas contra las infancias. 

Éste es uno de los principales planteamientos de Robachicos. Historia del secuestro infantil en México (1900-1960) de Susana Sosenski, coeditado por Grano de Sal, la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto de Investigaciones Históricas. Esta publicación ahonda en algunas de las problemáticas que convergen en cómo las infancias viven una ciudad que, desde el Porfiriato —época de la novela de Gamboa— ha crecido de manera desmesurada al borde de representar, en sí misma, un peligro para los niños y para la población en general. Para Sosenski, el miedo, la modernidad y la ciudad son aspectos con semejanzas que son muy estrechas. “La modernidad ocasiona preocupaciones por las formas de la vida que va asumiendo la sociedad”, comenta la historiadora en entrevista para Arquine. “Lo nuevo siempre causa cierto temor. Lo que me parece que infunde más miedo en la historia de México es el proceso de urbanización, que ocurre principalmente en la Ciudad de México y en otros enclaves urbanos como Guadalajara y Monterrey, pero primordialmente se realiza en la capital. El proceso ocurre de manera bastante vertiginosa. La ciudad va duplicando el número de habitantes y crece también el ámbito de la vida nocturna. La ciudad se llena de espacios que para la moralidad de la época son objeto de censura, porque albergan prácticas consideradas indecentes”. 

La vida en la ciudad, entonces, dejó de suceder únicamente durante el día, lo que tuvo como consecuencia que se descubrieran “ nuevas moralidades”, un proceso que se desarrolló a la par del crecimiento físico de la capital. Sosenski argumenta:  “La ciudad se llena de grandes avenidas, se transforma de manera rápida, crecen los mercados, las formas de comercio se ensanchan  y viene una gran cantidad de migrantes. Todo esto transforma las relaciones de la vida cotidiana, por lo que imperan nuevas ansiedades. Lo que a mí me interesa es la relación social con las infancias, para quienes la ciudad comienza a convertirse en un espacio inhóspito. Esto no sucede de manera inmediata en los años 50 y 60. Si uno hace historia oral, mucha gente todavía recordará que caminaba o jugaba en la calle con sus amigos sin mayor problema. No es que, de un día para otro, los niños se encerraran y el miedo ocasionara que las infancias se confinaran, pero lo que yo sostengo es que se va incrementando un clima de ansiedad, común al proceso de urbanización. La gente comienza a desconocerse, los rumbos cambian. Los rumbos que antes eran de conocidos se empiezan a llenar de desconocidos. Lo mismo pasa con el ámbito donde se mueven esas infancias que pueden estar todavía jugando en la calle o que pueden utilizarla para trabajar o ir a la escuela. Es un proceso que tiene múltiples aristas, muy caleidoscópico, en donde cada uno de estos hilos va jalando al otro. Por ejemplo, uno de los delitos que se asocia con el secuestro de niños es el de corrupción de menores, algo que bien puede aludir a cuestiones de violencia sexual pero muchas veces se refiere más bien a la utilización de menores como empleados en antros nocturnos, donde pueden estar cerca del alcohol, mujeres y otras cosas que se consideran fuera de toda moral”. 

La urbanización es un proceso que va a acompañando la vida de las infancias en la Ciudad de México y para el que se instauró una preconcepción de cómo debía ser la vida de los niños y niñas, asumiendo que debían estar arropados por una familia y bajo el techo de una casa. Conforme la ciudad crece, ¿la idea de la familia como célula social también va modificándose? “Es algo que depende de la clase social” puntualiza la autora. “Muchas familias de los sectores trabajadores urbanos continúan viviendo en las viejas vecindades. Hay ciertas prácticas que continúan en sectores muy pauperizados y que habitan viviendas colectivas. Hasta los años 60, muchos de los niños que terminan en el Tribunal de Menores, infractores por delitos que pueden ir desde cortar flores en Paseo de la Reforma hasta pertenecer al mundo del hampa capitalina, se les pregunta cómo viven y muchos hablan de estar en condiciones de vivienda muy precarias. Por su lado, las clases medias urbanas sí pueden ir accediendo a los nuevos multifamiliares, como el Miguel Alemán, muy representado incluso en el cine nacional. El edificio tenía poco más de 1000 departamentos, una cantidad que para ese momento era desbordante. Y ahí habitan muchas infancias de la clase media, cuyos padres trabajan para el Estado y que han podido tener cierto ascenso social. Las escuelas pueden empezar a alejarse, no como sucede en ciertos países del norte global donde se asignan escuelas que queden cerca de los hogares de los niños Eso provoca prácticas urbanas. Hay comunidades que se mueven en un espacio donde reconocen a los niños y niñas del barrio, lo que estructura una organización urbano-colectiva. También existen las infancias cuyas familias son las élites, que difícilmente se van a mover a pie en la ciudad. Por eso es importante hablar de infancias, en plural. La Ciudad de México no es habitada por algo singular. Hay muchas variaciones. Para el caso actual, Tuline Gülgönen ha hecho etnografía urbana con niños y niñas de sectores de diversos estratos sociales, en la que expone el grado de diferenciación que tienen las infancias en la representación urbana. Las infancias que siempre se trasladan en coche no tendrá la misma experiencia urbana, ya que su línea de visión es una ventana con la que casi siempre alcanzan a ver espectaculares o grandes edificios. Una configuración urbana completamente distinta a la de niños que caminan la ciudad, o que toman el transporte colectivo cuyas ventanas, probablemente, les llegan a los hombros. Gülgönen comenta que, cuando los niños dibujan planos, no tiene nada que ver el nivel de detalle entre un niño que camina o se mueve en transporte colectivo y uno que va en coche. En la ciudad, las infancias también se mueven en términos de clase, pero también en cuestión de género. Las niñas van a tener grados diferenciados de acceso a lo urbano y al espacio público que los niños. Por ejemplo, entre los años 20 y 30 son las niñas quienes, por lo general, se quedan en casa a cuidar a los hermanitos, y son los niños los que pueden salir y tener como más experiencia para vivir en la calle algunas libertades”. 

En Muerte y vida de las grandes ciudades, Jane Jacobs comenta que los habitantes de un barrio pueden cuidarse entre todos si están atentos a lo que ocurre en su calle. Para la activista, todos los vecinos tendrían que estar atentos a quiénes transitan por sus barrios para construir una red de vigilancia colectiva. Jacobs hablaba desde una ciudad como Nueva York y, probablemente, se refirió a las clases medias de esa localidad. Las vecindades, cuyos exteriores se vivieron de manera comunal —un sitio donde los habitantes miraban a sus vecinos—, ¿cómo puede matizar la idea de Jacobs? Sosenski responde: “La vecindad es ese lindero entre espacio público y espacio privado. Hay alguien que cuida en la puerta que no entren sujetos extraños, aunque el mismo sujeto extraño puede ser el casero o un policía. En la vecindad, se le puede franquear el paso al propio Estado. Por esto, termina siendo un lugar bastante colectivo donde el orden de lo privado ocurre, quizá, en el cuarto. Aunque no por esto el cuarto se vuelve más seguro. Creo que es importante no caer en la tentación de pensar el espacio privado con fronteras muy definidas. No se debe pensar que, de entrada, el espacio privado es espacio más seguro. En términos de las infancias, especialmente muy a principios del siglo XX, sí hay una vida colectiva en las vecindades en la que los niños están circulando: los niños juegan, las comadres los conocen. La gente que está en la vecindad sabe que son sus niños y niñas. Pero ellos también están siempre en ese lindero de la puerta de vecindad y la calle, entre lo público y lo privado. Sí hay una vigilancia vecinal, un cuidado y protección de esos niños y niñas que son de todos, pero que el propio proceso de urbanización termina destruyendo en algún sentido. Ya nadie sabe quiénes son los niños del barrio, ya no se distingue entre los conocidos y los desconocidos.”

El automóvil es uno de los artefactos que modificó no sólo la velocidad de los desplazamientos: implicó un nuevo temor. Hay una gran diferencia entre alguien que secuestra un niño a pie y entre una banda de criminales que lo hacen en coche. “El lado automotriz de la ciudad, que además se acelera con el proceso de urbanización, también genera esos nuevos riesgos”, señala Sosenski. Sin embargo, hay ocasiones en las que la movilidad de los niños se da por decisión propia. “Hay veces en las que ellos se deciden ir de sus casas para vivir aventuras y perderse en la gran ciudad, niños que de pronto no sabían volver a sus casas porque no reconocen los rumbos. Hay muchas problemáticas urbanas que convergen en cómo se mueven las infancias. Una escena que me encanta es la de los niños viajando ‘de mosca’ en los tranvías. Las autoridades todo el tiempo están atrapando a niños (y adultos) que viajan de ‘mosca’. Especialmente, esto lo hacen niños de sectores urbanos populares. Es una forma que tienen para transitar la ciudad sin tener que desembolsar un dinero que no tienen. Para ese entonces, hay muchísimos niños trabajadores en la Ciudad de México, niños que incluso trabajan en el espacio público. También sucede que muchos de los niños que llegan al Tribunal de Menores se les pregunta cuáles son sus gustos, a qué se dedican. Casi todos declaran que les encanta el cine y muchos han visto muchas películas. Así como se suben de ‘mosca’ a los tranvías, entran a esos espacios urbanos que son los cines, que están llenos, que son caros y para los que encuentran siempre ventanas o resquicios para entrar y echarse una película sin pagar. Muchos niños declaran en el tribunal que se fueron de sus casas, un caso usual: el de los niños que desaparecen pero porque salieron a buscar aventuras, como sus héroes de las películas.  Hay una gran circulación de los niños por la ciudad. Y es muy importante decir que la mayor parte de ellos no son secuestrados cuando ellos deciden moverse. Incluso, algunos padres y madres saben que el niño regresará eventualmente en la noche”.

Sin embargo, emerge una narrativa para controlar la movilidad urbana de las infancias para la que “el robachicos” fue fundamental. Éste monstruo urbano podía ser un personaje cualquiera que, de un momento a otro, podía secuestrar a un niño que se alejara demasiado de sus casas o de la supervisión adulta. Este peligro también tendrá sus diferenciaciones. En el libro, Sosenski delimita cómo algunos casos famosos de secuestros de niños causan revuelo en la sociedad capitalina más por la clase —o “raza”— a la que pertenecieron las víctimas que por el crímen en sí. “El proceso bajo el que el peligro del ‘robachicos’ modifica la presencia de los niños en el espacio público es muy paulatino”. Sosenski agrega: “Creo que todas estas ansiedades serán especialmente replicadas por los medios de comunicación —sobre todo los de nota roja y sensacionalismo—, una prensa que ya para los años 30 es fundamentalmente económica. Los realizadores de la prensa ya están pensando en cómo generar más ganancias, un elemento del periodismo moderno.  Además, la prensa de los grandes rotativos, la masiva, es afín al Estado mexicano —por lo menos hasta los años 60 y 70—  y que, por ende, es muy poco crítica con las instituciones. Es una prensa que no va a generar un ambiente de protección a la infancia sino que impulsará a que todos encierren a los niños. A diferencia de otros países que enseñan a los niños a vivir el espacio público, a superar los riesgos, la prensa mexicana hará todo lo posible por crear una especie de pánico social en torno al secuestro de niños. De nuevo, este proceso tendrá que ver mucho con las clases sociales. La prensa del momento no se asustará de todos los niños pobres que trabajan en las calles. Son registrados como niños trabajadores y denuncian el trabajo infantil, pero aquello no causa una alarma de que sean potenciales cuerpos de secuestro, que sí lo son y en especial las niñas, quienes serán las principales secuestradas para sumarlas a la explotación sexual”.

Robachicos. Historia del secuestro infantil en México (1900-1960) hace un corte de 60 años y disecciona los discursos buscan controlar la presencia de las infancias en ciudades en las que también viven. A pesar de los riegos al secuestro o, actualmente, al contagio de un virus, ¿por qué los niños tendrían que apropiarse de las ciudades en las que viven, sean de sectores populares o de clase media creo que es fundamental que estén en el espacio público? “Lo que vivimos en meses pasados fue la ausencia total  de niñas y niños en la calle. Aunque no necesitamos pandemia. Si están en la calle, generalmente van acompañados. No se encuentran en un ejercicio libre y autónomo del uso del espacio público que, en teoría, debería ser de todos y todas. Varios estudios demuestran lo importante que es el uso del espacio público para el desarrollo de la autonomía y de la toma de decisiones —cruzar o no cruzar, alejarse o no alejarse. Recorrer la ciudad exige un sinfín de habilidades espaciales, motoras, temporales, de relación con los otros, lo cual es muy importante en términos de su formación. ¿Por qué hemos construido una sociedad que no les enseña a estar en el espacio público y donde no defendemos que los niños tienen derecho a usarlo? Ni siquiera les damos el derecho a decidir cómo les gustaría que fuera un parque. Es posible que urbanistas y arquitectos inviten a las infancias para consultarles cómo les gustaría que fuera. Se diseñan casi todos iguales. En México, por ejemplo, predomina el plástico”. 

Para Sosenski, la experiencia urbana construye la ciudadanía de las infancias: “Poder poner en un plano o en un mapa cómo es el espacio que está alrededor de su casa es parte de sentirse un sujeto social. Además es un sitio importantísimo para el encuentro con la alteridad. Si algo se discutió en la pandemia es que los niños encerrados no estaban teniendo acceso a la alteridad. Sus padres o hermanos no lo son, lo que causa que se filtre todo discurso proveniente del exterior. La alteridad es muy importante para la construcción del sí mismo, ya que nos construimos en torno a la subjetividad. Por otro lado, intentos por eliminar a las infancias que a veces no tienen vínculos familiares, ha habido a lo largo de la historia. A finales del siglo XIX y principios del XX se llevan a cabo muchas redadas contra niños que están en las calles. Uno de los grandes planteamientos del Porfiriato es que ‘afean’ el espacio público. Son niños a los que se les llama ‘vagos’, ‘vagabundos’, ‘menesterosos’, ‘abandonados’; se dice que están sucios, que parecen enjambres de abejas. Hay muchísimos términos muy despectivos hacia esas infancias que ocupan el espacio público de manera autónoma. Las autoridades constantemente buscan sacarlos del espacio urbano y recluirlos para que la ciudad sea un espacio limpio, higiénico, donde la gente no está en harapos. Se les lleva a instituciones de beneficencia pública donde se les encierra, se les da de comer, se les trata de educar pero, cuando salen, los niños están en las mismas condiciones. Además, en la calle actúan como colectividades. A los periodistas de la época les encanta tomar fotos de niños que duermen en las calles, donde hay todo un sentido de colectividad que no encuentran en otros espacios. Porque además los lugares de reclusión tampoco han sido pensados junto a ellos o ellas. Son lugares donde tienen que obedecer, donde reciben disciplinamiento. Donde hay perspectivas casi militarizadas de cómo deben comportarse. La historia de México está llena de esos intentos para quitar a los niños de las calles que, sin embargo, son iniciativas de protección, ya que ellos tienen derecho a tener una familia, alimentación y vivienda. En resumen, como adultos no hemos sabido construir un espacio para ellos y ellas. En ese sentido, estamos quedando mucho a deber”. 

El cargo Las infancias y la ciudad. Conversación con Susana Sosenski apareció primero en Arquine.

]]>
Centro de la Primera Infancia https://arquine.com/obra/centro-de-la-primera-infancia/ Thu, 26 Aug 2021 06:00:30 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/centro-de-la-primera-infancia/ La tierra, como materia prima, se agrupa en la forma de muros, que a su vez componen los planos que conforman los espacios de vida.

El cargo Centro de la Primera Infancia apareció primero en Arquine.

]]>

El centro de la primera infancia nace de un conjunto de intenciones dirigidas al impacto de las futuras generaciones. 

 

Arquitectura como materia, espacio, luz y su integración a la naturaleza. Solamente lo esencial. 

 

La tierra, como materia prima, se agrupa en la forma de muros, que a su vez componen los planos que conforman los espacios de vida. Este material contiene información primitiva, primordial, elemental, ligada a nuestra memoria y nuestros sentidos, y que, en conjunto con la luz, nos permite experimentar texturas, colores, olores y una serie de emociones que enriquecen la percepción y el aprendizaje en la primera infancia.  

 

Se crea una construcción vertida hacia su interior, introspectiva, como incubadora de la propia vida que allí dentro se gesta. Por fuera, grandes volúmenes de tierra ocultan y protegen el interior. Por dentro, sucede lo opuesto. El lleno construye el espacio y configura el vacío. La continuidad espacial es lo que permite fusionar el exterior con el interior, construyendo una integración entre los espacios protegidos y la naturaleza.

 

La ventilación cruzada, los techos verdes, el adecuado asoleamiento, el uso de materiales de bajo impacto ambiental, son todas consideraciones que se incorporan al diseño arquitectónico para garantizar la correcta climatización y el apropiado confort térmico de los usuarios. 

 

De un solo nivel, el centro se compone de 4 espacios principales: dos aulas grandes, con la posibilidad de dividirlas en 2 cada una, el área de alimentación y un área administrativa. Cada espacio, volcado en ambos lados a patios, se comunican visualmente con el exterior, eliminando el concepto del aula como espacio cerrado. El patio central, que funciona como el área de juegos, se convierte en un punto focal del conjunto. Es un punto de encuentro de las distintas edades, un piso con varias texturas y materiales, donde se aprende jugando y se juega para aprender. 

 

 

Así, una esquina común y corriente, se transforma en el centro de conocimiento, centro de aprendizaje, sembrador de las semillas que allí un día plantaron, y que de a poco, el mundo será testigo de sus frutos. 

El cargo Centro de la Primera Infancia apareció primero en Arquine.

]]>
Un niño en un restaurante https://arquine.com/un-nino-en-un-restaurante/ Tue, 18 Feb 2020 14:03:26 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/un-nino-en-un-restaurante/ La adultez, por lo tanto, es una tragedia que nadie pide y sin embargo a todo mundo le toca. Por tal motivo, entiendo a aquellos adultos a los cuales les puede incomodar compartir restaurantes con niños: les tenemos envidia.

El cargo Un niño en un restaurante apareció primero en Arquine.

]]>

Los niños y las niñas pueden ser insoportables. Su presencia en el espacio público implica la posibilidad de que, en un arranque pasional y eufórico, estallen con el llanto que provocan las emociones humanas. Los niños no conocen la moderación racional; no ha sido inculcado en ellos el arte del estoicismo necesario para navegar la vida diaria. Con esto en cuenta, las últimas semanas han visto surgir en las redes un debate en torno a la presencia de los niños en espacios públicos como los restaurantes. Hay un grupo de personas que simpatizan con la idea de que haya restaurantes en los cuales se les restrinja el acceso a estos posibles perpetradores de disturbios contra la paz. El grupo contrario denuncia dicha postura y la adjetiva de discriminatoria. La cuestión es que el llanto o las carcajadas de un niño representan una pedrada para la civilidad que establecen los adultos en los restaurantes, en los aviones, en las salas de cine y de teatro, y en general, en la esfera pública de la ciudad. ¿Será así?

El concepto contemporáneo de niñez que refiere al estadio temprano de la vida, caracterizado por la inocencia, se define por diferenciación de la adultez. ¿Qué es la adultez? Es, sobre todo, una carencia. Como anota Peter Sloterdijk, devenir adulto implica aprender que la relación causal entre solicitar atención y recibir ayuda se va borrando con la edad. Las destrezas propias de la adultez, es decir, la racionalidad, el lenguaje, el dinero y la moderación son empleadas justamente para equilibrar esa carencia, para compensar la falta de sustento que los niños reciben de sus cuidadoras y cuidadores. Dado a su falta de racionalidad, consideramos a la niñez como inferior, sin embargo, el niño supera adulto al no sufrir su escasez. Si la infancia implica estar cobijado, la adultez significa estar a la intemperie; si la vida adulta implica una carencia, la niñez significa vivir en la plenitud. 

La adultez, por lo tanto, es una tragedia que nadie pide y sin embargo a todo mundo le toca. Por tal motivo, entiendo a aquellos adultos a los cuales les puede incomodar compartir restaurantes con niños: les tenemos envidia. Puede ser insoportable tener que sobrellevar una plática mesurada, moderando nuestro comportamiento en la mesa del restaurante y cuidando la compostura, mientras que en la mesa de al lado hay un niño expandiendo a todas sus anchas su energía emotiva, inmerso en el éxtasis de las pasiones positivas o negativas. De esta envidia surge también la ilusión de que un niño es responsabilidad de sus padres, ya que al ser la responsabilidad un invento de adultos, alguien debe rendir cuentas por el mal rato que un niño puede provocar. A pesar de que se piensa que los padres deben responder por sus hijos, la verdad es que a diferencia de un adulto, un niño no se puede controlar, sólo persuadir.  

Sin embargo, la división binaria entre niñez y adultez no es una dicotomía, sino más bien un espectro. Por muy mesurado, racional o estoico que aparente ser un adulto, este sigue siendo propenso a caer en un repentino arrebato emocional; el llanto del niño en el restaurante no es menos molesto que los gritos de un adulto comensal furioso con el mesero. De la misma forma, por muy calculador, analítico o moderado que parezca el adulto, la verdad es que todos, a cualquier edad, aunque nos convencemos de lo contrario, navegamos nuestra vida sobre la marcha, errando y actuando en contra de nuestro propio interés ulterior. La adultez no es sino una niñez moderada, pero niñez aún así.  

Querer restringir el acceso de niños y niñas a algún restaurante es un esfuerzo inútil por buscar tenerlo todo bajo control, por eliminar la contingencia y por limitar la estridencia de la vida, sin embargo, estas son ilusiones que llegan con la adultez. El hecho es que nadie, sea recién nacido o adulto mayor, tiene agencia alguna sobre el devenir. Ante esta condición, los adultos inventaron la civilidad, que como su raíz etimológica indica (civis, ciudadano en latín), surge en la ciudad; ciudad cuyas bases se derrumban ante el acontecimiento de un niño llorando en un restaurante.  

El cargo Un niño en un restaurante apareció primero en Arquine.

]]>