Resultados de búsqueda para la etiqueta [Ida Rodriguez Prampolini ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 12 Mar 2024 17:32:07 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Regreso a Fifípolis: sobre Pedro Friedeberg https://arquine.com/regreso-a-fifipolis-sobre-pedro-friedeberg/ Mon, 13 Nov 2023 15:05:10 +0000 https://arquine.com/?p=85040 Una silla dorada con forma de mano diestra mira el costado oriental de la Ciudad de México. Lo más raro, si uno sabe del caso, es que la mano tiene, exactamente cinco dedos que sirven como respaldo, toda una anomalía en el catálogo de su creador: Pedro Friedeberg.

El cargo Regreso a Fifípolis: sobre Pedro Friedeberg apareció primero en Arquine.

]]>
Una silla dorada con forma de mano diestra mira el costado oriental de la Ciudad de México. Sita (esto es una broma etimológica) en el techo de un edificio de la calle Veracruz número 40, en la colonia Condesa, puede verse como un monumento efímero o algo desencajado en un paisaje por lo demás anodino, con todo y su glorieta. La silla no intenta activar el espacio. Tampoco está claro si se manufacturó (otra broma) ex profeso para ocupar ese lugar. Lo más raro, si uno sabe del caso, es que la mano tiene, exactamente cinco dedos que sirven como respaldo, toda una anomalía en el catálogo de su creador: Pedro Friedeberg (Florencia Italia, 11 de enero de 1936), escultor, relojero y edificador de construcciones inútiles con decenas de dedos; y quien de seguro odiará que un enésimo texto a propósito de él empiece con ese mueble infame.

La imagen de la Mano-Silla (y la alusión al odio-amor que por ella siente su creador) aparece sólo unos segundos en el documental que Liora Spilk Bialostozky le dedicó al artista y que se llama, con mucha coloquialidad e igualación —la misma que algunos le reprochan a los seguidores de Gabriel García Márquez cuando le dicen Gabo, así nomás—: Pedro (2023, México, 76 minutos). Más que una retrospectiva o apología, el largometraje (también estilizado como PEDЯO) cuenta dos historias. La menos importante, la del artista prolífico cuya obra se ha extendido por disciplinas como el diseño gráfico e industrial, la pintura y escultura, por no hablar de “minucias” como la hechura de sellos, calcomanías, collages, ceniceros, vitrales, naipes de Tarot, pisos y toda clase de artefactos que conforman un estilo de inmediato reconocible con sus superficies ajedrezadas y un juego constante con el desarrollo fractal de figuras geométricas, animales y antropoides.

 

La otra historia, el corazón del filme, cuenta la caza incesante de Liora Spilik por su personaje: filmatriz o reggista en ciernes (y quizá conocida por familia o amigos), Liora se esforzó por ganarse la confianza e intimidad de Friedeberg durante 15 años en los que le llamó una y otra vez por teléfono y dejó cartas en su buzón postal (el artista, a la fecha, no usa celulares ni computadoras) para conseguir el permiso de filmar un documental sobre su vida. El proyecto —que se alargó a través de tres décadas— no es, ni mucho menos, el retrato definitivo de Friedeberg, tampoco una reinterpretación o balance crítico de su obra. Por ejemplo, el documental se ahorra la inútil labor de definir si lo que ha hecho (y hace) es surrealismo, dadaísmo o psicodelia, o de discutir la propia consideración del autor, que se refería a sí mismo como neobarroco-kitsch; basta, si acaso, saber que en toda su obra el sentido del humor, antes que algún discurso o manierismo técnico, es la articulación imprescindible. 

En cambio, el espectador recibe imágenes poco o nada coreografiadas del artista en su entorno natural: Friedeberg le da de comer a sus gatos (llamados “Wikipedia o “Netflix”) que se pasean por litografías que han de ser numeradas y firmadas; Friedeberg como invitado estelar en la presentación de la serie de boletos de lotería dedicada a su trayectoria  (llamada, cómo no, De vacaciones por la vida) y feliz de oír cómo un coro de niños uniformados como soldaditos de la ludopatía saluda su entrada a los sorteos del Premio Mayor; Friedeberg en la Bienal de Venecia, a la que va con un entusiasmo encubierto por el sarcasmo de que el arte, sobre todo en forma de exposición colectiva, es “superficial, redundante y feo”; o Friedeberg frente a la tumba de Ígor Stravinski, el artista más grande de “los siglos 19, 20, 21 y 22” (lo pronuncia de tal forma, entre serio y risueño, que uno se imagina esas centurias escritas con números arábigos y no romanos). 

En contraste con esa labor más tradicional del documental, Spilik, como si fuera un ensayo personal, toma su propia añoranza por entrar al mundo de Friedeberg como perspectiva e incluso como fuente de tensión narrativa: pues, como lo muestra el documental, el cariño y humor de Friedeberg, aunque sinceros, siempre tienen una dimensión abrasiva e irónica que no pasa en vano. En el punto climático de la película, Pedro se cansa del documental y se niega a ser filmado en su intimidad. Esa perspectiva se convierte en un contrapunto doble para la solemnidad que depara a quienes ven, todavía, documentales sobre “grandes creadores”: el humor de Friedeberg, en conjunto con la emotividad de la cineasta, que no oculta su fanatismo, crean una cinta sobre la amistad y el arte. 

Eso también se ve en las entrevistas, casi todas ellas a mujeres (a excepción de un José Luis Cuevas que todavía se dejaba “chamaquear” por Friedeberg). Antes que surtidoras de minisemblanzas o frases para poner en la cuarta de forros de alguno de sus libros, las entrevistadas dan la oportunidad de vivir encuentros significativos, como sucede con Déborah Holtz (editora, en Trilce, de uno de los libros más importantes sobre Pedro) o Elena Poniatowska. El más memorable, sin duda, ocurre en una de las últimas apariciones audiovisuales (si no es que la final) de la crítica de arte Ida Rodríguez Prampolini (1925-2017), quien recibió en su casa de Veracruz a un Friedeberg que condujo su coche desde la capital mexicana para celebrar su cumpleaños en la mayor soledad posible. Con la cámara y Liora de testigos, ambos recuerdan frente a un pastel sus correrías junto a personajes como Mathias Goeritz, Leonora Carrington, Remedios Varo, Diego Matthai Springer o Antonio Souza. 

Ahora bien, aunque muchos de sus dibujos tienen una clara inspiración, o reminiscencia, del dibujo arquitectónico, en cada ocasión propicia que se le presenta Friedeberg ha remarcado que, aunque estudió arquitectura durante tres años en la Universidad Iberoamericana, esta carrera le aburrió pronto: “porque todos los arquitectos eran como Mies van der Rohe, todos eran Enrique Carral y Augusto Álvarez” (diría en una entrevista con Poniatowska). Sin embargo, la tarea de crear espacios con perspectiva, estructuras (más que edificios) y el rigor en las proporciones (que viene de sus amados Tintoretto y Paolo Veronese) le dan a la arquitectura un lugar, liminal, eso sí, pero indiscutible en su arte. 

Pedro Friedeberg en la presentación de “Fifípolis” en la galería MAIA Contemporary, 2019. Foto: mxcity.com

 

En pocas de sus obras se ha visto esa propensión como en Fifípolis (2019): serie de pinturas, esculturas y gráficas que componían una ciudad-maqueta hecha de edificios inútiles. En el cruce diacrónico e inesperado de las artes, Pedro Friedeberg fue, con esta obra, precursor a la vez que heredero de los espacios fractaloides y aleatorios del vaporwave: por acá la cabeza de un maniquí partida a la mitad; del otro lado, traseros de natacionistas y de caballos usados como columnas; escaleras que sirven sólo como muros de carga; piedras burdas para coronar capiteles; parodias del peristilo romano; pirámides “planas”; croquis de una ciudad que no serviría ni de juguete. Si hubiera que rastrear todas las referencias, tanto históricas como artísticas, uno terminaría por recurrir a una erudición que, sin embargo, no alcanzaría a amalgamarse tan bien como lo hace Friedeberg: grecas y mosaicos extendidos como laberintos sin final, como aquellos protectores de pantalla de las primeras computadoras personales; símbolos hinduistas, mesoamericanos y judeocristianos; trompos y obeliscos de madera con acabados de juguetería mexicana tradicional; letreros que indican que ese edificio albergaba tal o cual oficina burocrática inútil e inutilizante. 

Expuesta en su momento en la galería MAIA de la colonia Roma, Fifípolis terminó de exhibirse el 19 de enero de 2020. Pasó casi desapercibida y, a decir verdad, nunca fue muy claro qué estaba parodiando: podía ser tanto a los proyectos modernistas del priato en el siglo XX que, según cierta lectura, habrían desembocado en el gobierno de AMLO, bautista fífico; o a la Ciudad de México y su caos, aunque ni siquiera es seguro que el modelo de esta ciudad demasiado visible sea Cedemequis, cosa extraordinaria si se toma en cuenta que la capital mexicana suele ser el blanco fácil de las burlas del arte nacional, sea o no fifipolitano. Como fuere, cuando la serie hizo su aparición en esa algo discreta galería, el mundo todavía no había cambiado, pero pronto empezarían a correr los rumores de un virus, el covid-19, que terminaría por cerrar muchas urbes alrededor del mundo. Hoy parece una reliquia anticipatoria de las ciudades del metaverso y la plasticidad de los modelos arquitectónicos creados por inteligencia artificial que pulularon durante esa pandemia algo menos ascéptica que las ciudades vacías de Fifípolis. 

Parte de la exposición “Emociones arquitectónicas” que inauguró el Espacio Güzel Art en la Casa Gilardi, de Luis Barragán, Ciudad de México, 2022.

 

Viene todo esto a cuento por una de las secuencias más interesantes de Pedro: cuando la directora acompaña a su protagonista a la Casa Gilardi, lugar en el que se presentó en 2022 Emociones arquitectónicas, exposición que reunió obras de Mathias Goeritz, Luis Barragán y Friedeberg, en el llamado Espacio Güzel Art, una galería dentro de la misma casa. Entre esos pasillos y salas, donde expuso algunos de los edificios inútiles de Fifípolis, Friedeberg hablaba de Barragán, “papá y Papa” de una obra “hipócrita y sencilla”, que se combinaba a la perfección con la suya, también hipócrita, pero “complicada”. Sin chistes de por medio, así como las casas del arquitecto tapatío, la obra de Friedeberg está ahí, como un pasaje a otros mundos. En el caso de Pedro, incluso la entrada a Fifípolis está siempre abierta, sólo con una pequeña cuota de ironía a la entrada que, una vez traspasada, revela una ternura que corre como un dédalo infinito.

El cargo Regreso a Fifípolis: sobre Pedro Friedeberg apareció primero en Arquine.

]]>
El legado de Ida https://arquine.com/el-legado-de-ida/ Thu, 27 Jul 2017 20:20:52 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-legado-de-ida/ Mientras los hombres no aprendamos que es imposible construir a base de vandalismo, no podremos salir del subdesarrollo, aunque queramos tapar el sol con la frase: “estamos en vías de desarrollo”.

El cargo El legado de Ida apareció primero en Arquine.

]]>
 

La crítica e historiadora de arte Ida Rodríguez Prampolini, nacida en Veracruz en 1925, murió el 26 de julio a los 91 años. Con autorización de su autora, Bettina Cetto, publicamos este texto aparecido en el Blog de Artes e Historia de México el pasado 15 de mayo.

 

El tema del destinatario, la conservación, el manejo, su libre acceso, las dificultades que se enfrentan debido a la escasez de recursos y de personal en las instancias públicas para su escaneo y cuidado —o de su lamentable abandono en muchos casos— y la difusión de los legados de notables en nuestro país, afortunadamente ha sido puesto sobre la mesa de discusión, gracias a Jill Magid y al Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC-UNAM). Si bien el foco ha sido el Archivo Barragán de Suiza, lo que nos deja este debate es aplicable a los legados en general y, en particular, a los de arquitectos mexicanos1. Pero eso no quita que el tema también lo sean los archivos de notables en otras disciplinas. Por ejemplo, hoy me pregunto, ¿cuál será la instancia que adquiera el archivo de Ida Rodríguez Prampolini? ¿O ya tiene destinatario?

Un acontecimiento que celebro es la publicación, bajo el sello editorial de la UNAM, del libro Ida Rodríguez Prampolini: La crítica de arte en el siglo XX, culminación de una larga, ardua y amorosa actividad de Cristóbal Andrés Jácome. Me puedo bien imaginar a Ida, al ver su trabajo compilado, llena de vida a pesar de su frágil estado de salud. Ojalá le permitiera su condición viajar a la Ciudad y estar ahí para la presentación2 del libro, mismo que incluye también ensayos preliminares de Rita Eder, James Oles, Jennifer Josten, y del propio Cristóbal. ¿Será que sí?

Le tengo un cariño y admiración enormes a Ida. El cariño me nació desde bien pequeña, cuando la conocí en la casa de Temixco en visita con mis papás. Y la admiración data del momento en que fue la única voz autorizada que denunció con vehemencia la destrucción de la casa orgánica, polícroma y fantástica de mi Tío Tlacuache, Juan O´Gorman. A partir de entonces, siempre seguí con atención sus escritos, busqué sus libros, en fin, me volví fan de la doctora Ida Rodríguez Prampolini.

 

Pero todavía es ese capítulo de la vida de Ida uno de los que más me gustan. Su defensa de la casa O’Gorman fue muy valiente y coincido con Cristóbal Andrés, quien en algún intercambio epistolar me dijo:  “creo que su noción de ‘subdesarollo cultural’ sigue en pie dadas las condiciones que vive nuestro país y sus supuestos arquitectos que no hacen más que destruir el propio legado constructivo. El ejemplo que citas de la casa Friedeberg me da muchísima pena, no pensé que eso hubiera pasado tan pronto como haya salido a la venta.” Esto, en respuesta a un comentario mío en el sentido de que “la casa Friedeberg en el Pedregal —catalogada como ‘bien artístico’ por el INBA— tardó nada en cambiar de manos cuando apareció el letrero ‘en venta’. Y menos todavía en ser destruida. Su suerte fue muy a tono con el destino de buena parte de las casas emblemáticas de la arquitectura original del Pedregal. Ya tengo bien detectado al dúo de arquitectos (padre e hijo) que se dedican a destruirlas para construir condominios horizontales.”

Para levantarme el ánimo, Cristóbal Andrés procedió a compartirme ese texto de Ida que marcó el inicio de mi gran admiración hacia ella y que no se encuentra al zambullirse en la web. Ahora seguramente podrá leerse en el libro de reciente publicación.

 

Crimen en la casa de Juan O’Gorman, prueba del subdesarrollo cultural3

Ida Rodríguez Prampolini

Cuando se habla de México como un país en vías de desarrollo, se asocia esta idea generalmente al estado económico-social ya que, del desarrollo cultural, por lo menos de ciertas esferas privilegiadas, estamos más convencidos. Sin embargo, justo en esos círculos supuestamente superados, se producen con frecuencia ciertos actos de barbarie que nos imponen la duda: ¿llegará el día en que los mexicanos no tengamos que avergonzarnos también, de nuestro subdesarrollo cultural?

Hace menos de un mes, el grupo de historiadores reunido en Oaxtepec fue ridículamente calumniado por la prensa y un nacionalismo mal comprendido produjo la grave descortesía contra los intelectuales (muchos de ellos extranjeros) de cerrarles en las narices las rejas del Castillo de Chapultepec, al cual se les había invitado a cenar.

Así como ésta, podrían enumerarse otras hazañas en el terreno cultural, pero si alguien lo hace, el público entra en sospecha: ¿Qué busca esta persona con sus declaraciones amargas? ¿Cuáles son los verdaderos propósitos de este recuento de ignominias? ¿Aspira un puesto?, y arriesga uno que le digan el estribillo: ¡No eres buena mexicana! Nadie aceptará que se trata, exclusivamente, de un desbordamiento de indignación, dolor o vergüenza. Estamos, como ciudadanos, tan acostumbrados a callar estos sentimientos que han dejado ya de funcionar positivamente en nuestra sociedad. No los hacemos públicos por comodidad, por miedo o porque sabemos, de antemano que es inútil exteriorizarlos. Somos conscientes de que, después de nuestras lamentaciones, nada sucederá, todo continuará igual hasta la próxima vez en que nos enteremos, con escalofrío, de otra torpeza más y sufriendo resignadamente volvemos a callar.

Hace unos días supe de uno de esos casos que hacen descarrilar el tren en que se supone que el país camina hacia delante y vuela hacia arriba. Como el accidente sucedió en el campo que ocupa mi actividad intelectual, ni quiero ni debo callar mi indignación aunque vaya a ser mal interpretado o caiga en el vacío. Como catedrático de Historia del Arte y como mexicana, siento la obligación de denunciar el crimen cometido contra la casa del arquitecto Juan O’Gorman, obra que debería haber sido respetada por su valor artístico universal.

Cuando hace años la UNAM “acondicionó”, por no decir destruyó, el edificio El Eco en las calles de Sullivan, para instalar un Teatro de la Universidad (por supuesto, sin pedir la asesoría de su autor que, siendo profesor universitario desde hacía muchos años, podría haberlo arreglado y salvado al mismo tiempo) no me atreví a protestar por la obvia razón de ser la esposa del diseñador. Ignoro quiénes fueron las autoridades universitarias que ordenaron el desmantelamiento, pero sí me consta por las “condolencias” que recibió mi marido, que la opinión de muchos críticos, artistas o arquitectos de distintas partes del mundo consideraron este acto innecesario como una muestra de falta de respeto e incultura. México tenía en el edificio de El Eco el ejemplo clásico de la Arquitectura Emocional; y la escultura La Serpiente que se encontraba en el patio, fue considerada uno de los primeros antecedentes de la estructura primaria del arte contemporáneo. Un mural, el único diseñado en el mundo por Henry Moore, también desapareció de este lugar. La ignorancia y el afán de destrucción prevaleció sobre el respeto al valor artístico y nadie levantó la voz para impedir el acto de vandalismo.

Ahora bien, el crimen que me siento obligada a denunciar en este artículo ha sido cometido contra la obra de uno de nuestros arquitectos de mayor renombre internacional, que ha dado al país el edificio que simboliza para el mundo entero toda una fase del México moderno: la Biblioteca de la Ciudad Universitaria. La casa de Juan O’Gorman, situada en la Avenida San Jerónimo (Pedregal) fue adquirida por el matrimonio Kirsebom que, acto continuo, la destruyó. Se pregunta uno ¿fue para destruirla que la compró?

Desde el punto de vista histórico, la construcción de O’Gorman continuaba la línea de los visionarios de la Arquitectura-Fantástica. Estaba emparentada con ciertas realizaciones internacionalmente admiradas, que aparecen de vez en cuando como testimonio de extrañas iluminaciones.

O’Gorman, después de haber invernado en el funcionalismo arquitectónico, del cual es uno de los precursores en nuestro país, rompió con la sequedad de la pura razón y dio salida a un mundo personal de rica fantasía. Las construcciones de Gaudí en Barcelona, los Torres de Simón Rodia en Los Ángeles y el famoso Palacio del Facteur Cheval, en Francia (al cual O’Gorman dedicó la casa) eran algunos de sus antecedentes. Cuando en Los Ángeles, por razones de seguridad pública, las autoridades intentaban destruir las Torres de Rodia, una ola de indignación se levantó en el mundo entero (también de México se enviaron telegramas de protesta) y, a la postre, la obra quedó intacta. La cultura se impuso y las “Torres de Watts” se convirtieron en un lugar de peregrinación de gente procedente de muchos países.

En el caso de la destrucción de la obra de O’Gorman, nadie parece haberse enterado. Sin saber lo que iba a encontrar, acompañé a un historiador extranjero que vino a México ilusionado por escribir sobre este increíble y fascinante malabarismo arquitectónico. Me quedé atónita ante los hechos. A golpe de piqueta estaban destruyendo los mosaicos que íntegramente la cubrían. Las esculturas, despedazadas en su mayor parte, eran sacadas en camiones, como escombro. Un día más tarde, hablé del asunto con un conocido historiador del arte moderno mexicano, la respuesta que obtuve fue “¡Qué importa! ¡A mí no me gustaba! ¿Para qué te metes?”

Algunos artistas de nuestro medio ambiente saben defender la conservación de sus obras a través de una hábil publicidad. Cuando alguien las toca, se levanta una ola de protesta y un llamado a la conciencia nacional. David Alfaro Siqueiros es, seguramente, el más experto en la organización de su propia defensa.

En este caso, el silencio del famoso artista-constructor, me sorprende y me desconcierta. O’Gorman probablemente no previó que su casa-fantástica sería demolida de esa manera (ya que debió haber pensado que los compradores eran personas cultas). Pero, en última instancia, aunque por razones desconocidas para mí, el propio O’Gorman hubiera dado el permiso para destruir su obra, persiste el hecho de que se trata de un salvaje atentado contra el arte de México.

Cuando existen razones poderosas y no enajenadas, de interés colectivo, de bienestar o progreso, la destrucción puede tener una justificación; pero destruir un monumento histórico y artístico por el puro interés personal, no tiene otra explicación que la patológica.

La señora Helen Escobedo de Kirsebom corresponsable de tan sorprendente “acierto de independencia cultural” tiene en su contra dos agravantes: por un lado es escultora, o sea, presume de artista y ya esto debía haber sido suficiente para que respetara la obra de su ilustre colega; pero, y esto agrava el asunto, es también la Directora del Museo Universitario de Ciencias y Arte. ¿Cómo puede una persona sensible y teniendo semejante cargo público, cometer consciente o inconscientemente un atentado semejante? ¿No son los directores de museos los encargados de conservar el arte? ¿Es concebible que miembros de la máxima casa de estudios del país sean los que se dediquen a destruir los valores de la cultura? Si es cierto que la señora Escobedo quiere construir su propia “casa-escultórica” ¿no pudo comprar otro terreno o una casa sin interés artístico? Si le gustó tanto esa propiedad ¿por qué no construyó su casa al lado de la de O’Gorman o en otro rincón del terreno? ¿Qué móviles la llevaron a comprar, justamente, una obra de arte para luego hacerla pedazos? Son todas preguntas que no puede uno dejar de formularse.

No me siento autorizada para analizar el lado psicológico del caso, pero un olfato elemental me hace estar segura que la nueva construcción, levantada sobre los cimientos de la casa de Juan O’Gorman, no estará –ni de lejos– a la altura de la que fue destruida.

Cuando en otros tiempos se lanzaba un “yo acuso” se esperaba una respuesta, una resonancia y hasta quizá, una enmienda. Con mi denuncia no espero nada positivo. La humanidad vive hoy en una sociedad endurecida, en la cual casi nadie quiere hacer frente, con conciencia, a los factores poderosamente destructivos que ella misma fomenta.

El subdesarrollo moral y cultural de nuestra civilización arremete contra las vidas de hombres, animales, árboles; contra los ideales, los sentimientos ¿por qué se iban a salvar el arte y la belleza?

¿A quién dirigirse en el caso de la casa de O’Gorman? ¿Al presidente de la República? ¿Al Rector de la Universidad? ¿A los críticos de arte? ¿A los arquitectos y artistas? Ante la indiferencia general, lo único que queda, como ciudadano, es buscar alivio en la protesta pública, aunque el grito rebote en el vacío y sólo produzca enemigos.

Mientras los hombres no aprendamos que es imposible construir a base de vandalismo, no podremos salir del subdesarrollo, aunque queramos tapar el sol con la frase: “estamos en vías de desarrollo”.

 

 

Notas:

1) En mi entrega anterior, omití mencionar el Archivo de Arquitectos Mexicanos, importantísimo espacio de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, creado en el año 2002 por Felipe Leal, y que a la fecha cuenta con los archivos de 22 arquitectos.

2) Presentación del libro y jornada “Historia y crítica de arte en Ida Rodríguez Prampolini”. Sala de conferencias, Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC-UNAM). Jueves 18 de mayo, 2017. Participaron: Rita Eder, Elia Espinoza y Cuauhtémoc Medina. Moderador: Cristóbal Andrés Jácome. Relacionado con el trabajo pedagógico y experimental de la Dra. Rodríguez Prampolini durante los años setenta, se proyectó el documental “Tlayacapan” (1976) de Sergio García, director e integrante del Taller Experimental de Cine Independiente.

3) Fragmentos de este texto fueron publicados en la nota “O’Gorman, Ida Rodríguez, Helen Escobedo, una ‘casa fantástica’ y la cultura mexicana”, Excélsior, miércoles 17 de diciembre de 1969. Publicado completo en Ida Rodríguez Prampolini, Una década de crítica de arte, SEP/SETENTAS, México, 1974.

El cargo El legado de Ida apareció primero en Arquine.

]]>