Resultados de búsqueda para la etiqueta [Georges Canguilhem ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 21 Nov 2023 22:17:06 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Medios, mediaciones y modulaciones: obras de arquitectura https://arquine.com/medios-mediaciones-y-modulaciones-obras-de-arquitectura/ Tue, 21 Nov 2023 15:35:02 +0000 https://arquine.com/?p=85399 Más que un medio, la arquitectura opera como una mediación que ayuda a constituir y organizar distintos medios. El adentro y el afuera serían los medios articulados en principio por la arquitectura como mediación, pero también lo público y lo privado, lo monumental y lo banal, lo formal y lo informal, la obra de autor y la obra colectiva, entre otros.

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Los tiempos editoriales son complejos, con velocidades diferenciadas. Más en el caso de una casa editorial como Arquine, que atiende la actualidad con relativa rapidez en un medio como éste, el sitio en la red, y que publica libros cuya preparación requiere varios meses o, a veces, incluso años. En medio se encuentra la revista, el origen de todo esto (cuyo primer número se publicó en 1997) cuando la periodicidad trimestral parecía poder tener aún cierto anclaje en la actualidad, que no se desvanecía para dar paso a una más actual al deslizar el pulgar sobre las pantallas de los entonces inexistentes teléfonos inteligentes. Hoy, mientras el número 106 ya está en imprenta —el tema será Libros— y empieza la producción del contenido del 107, aún le quedan 10 días al trimestre oficial del número 105, Mediaciones. Un número que en su contenido incluye tanto una entrevista con uno de los arqueólogos que descubrieron el plano arquitectónico a escala más antiguo hasta ahora conocido, de 9 mil años de antigüedad, como un ensayo que plantea que hoy tenemos una arquitectura disfórica —que no se siente bien en su cuerpo ni en la relación que éste tiene con el mundo— que deberá transicionar a otra cosa. Publicamos aquí la introducción a dicho número y les invitamos a buscarlo y leerlo y, mejor aún, a suscribirse, ya sea a la versión impresa o digital.

 

En 1952 Georges Canguilhem —filósofo que trabajó la historia de la biología y la medicina para entender ahí, según Michel Foucault, la “formación de conceptos”[1]— publicó su libro El conocimiento de la vida.[2] En el capítulo “Lo vivo y su medio”, explica que “la noción de medio está en tren de convertirse en un modo universal y obligatorio de aprehender la experiencia y la existencia de los seres vivos, y casi podríamos hablar de su constitución como una categoría del pensamiento contemporáneo”. El medio, que según Canguilhem aparece, aún sin ser nombrado, como el ether que permite a Newton y sus contemporáneos imaginar la acción a distancia —que la Tierra ejerza una fuerza sobre la Luna, por ejemplo—, se va formando como un concepto en las ciencias de la vida que se refiere no sólo a un espacio vacío que los seres vivos ocupan y en el que se mueven, sino como el entorno, incluidas sus condiciones y sus fuerzas, al que dichos seres vivos se adaptan —responden o resisten— y que, a fin de cuentas, resulta inseparable de la propia conformación del organismo, sea como especie o como individuo. El medio, explica Canguilhem, terminará convirtiéndose en “un instrumento universal de disolución de las síntesis orgánicas individualizadas en el anonimato de los elementos y de los movimientos universales.” Dicho de otro modo, la forma del caballo, de la vaca o del granjero que la ordeña, dependerá, pues, no del organismo en sí, sino de las interacciones variables de éste con un entorno al que se reconoce como activo y actuante. La noción de medio, poco a poco, pasará de las ciencias de la vida a la geografía, la historia y otras ciencias sociales, llegando a plantearse, parafraseando a Ortega y Gasset, que cada individuo es siempre él y su medio.

Como indica la frase completa de Ortega y Gasset,[3] en diversos campos se forjó la idea de que, transformando al medio, se podría transformar al individuo. Y no sólo la idea, sino una serie de dispositivos para ponerla en operación. Es el momento en el que, como estudió Foucault, se desarrolla la problemática “de una arquitectura que no se hace ya sólo para ser vista, o para vigilar el espacio exterior, sino para permitir un control interior, articulado y detallado.”[4] La arquitectura, afirma Foucault, se convierte en “un operador para la transformación de los individuos: actuar sobre aquellos a quienes cobija, otorgando control sobre su conducta, reconduciendo hasta ellos los efectos del poder, ofreciéndolos al conocimiento, modificándolos.” Las piedras, concluye Foucault, “pueden volver dócil y cognoscible.” Ejemplos de esos dispositivos,[5] que no sólo edificios, son para Foucault la prisión y el hospital, la escuela y la caserna. Y aunque Foucault se refiere al momento histórico en el que la arquitectura pasa de ser una representación del orden a una forma concreta de imponer un orden,[6] podemos aventurar la idea de pensar a la arquitectura entera de manera general o, como escribe McKenzie Wark en su ensayo “La arquitectura tiene disforia y quiere transicionar”: “en su forma más rudimentaria, como una estructura que crea una relación estable entre un interior y un exterior, que mantiene algo afuera y algo adentro.”[7]

En su libro Earth Moves,[8] Bernard Cache propone también una definición de arquitectura como “el arte de introducir intervalos en un territorio en orden de construir marcos de probabilidad.” La arquitectura, pues, en su modo más elemental, reparte y cualifica el territorio para que, dentro de un marco sea más probable que algo ocurra a que suceda fuera del mismo. Es más probable que los granos se conserven al interior del granero que fuera, o que leamos en la biblioteca y bailemos en la discoteca. Esa operación de la arquitectura supone para Cache al menos tres funciones: primero separar, de la manera más general, el adentro del afuera; después, restablecer conexiones entre ese adentro y ese afuera, pero de manera selectiva —abrir puertas y ventanas que regulan los vectores que pueden entrar o salir y los que no—. Finalmente, en tercer lugar, “una vez que el intervalo se ha delimitado y que se han seleccionado los vectores, el intervalo debe ser arreglado de manera tal que permita al marco de probabilidades producir sus efectos.” Quizá podríamos pensar en extender para toda la arquitectura la descripción que dio David Leatherbarrow de un edificio en particular: “no se trata de una cosa en sí, sino de la modulación o la divergencia con su medio”.[9]

La consistencia de la mediación, por llamarle así: su dureza y su duración, su permeabilidad, su forma de responder o resistir al medio en el que actúa, podría servir para definir distintos modos en los que opera la arquitectura, más allá de determinaciones históricas o geográficas de formas o estilos. Se trata, pues, de entender la arquitectura en su papel primordial de estructura de mediación entre un interior y un exterior, pero no sólo eso, también entre lo natural y lo artificial, lo formal y lo informal, lo tradicional y lo moderno, la obra de autor y la arquitectura sin arquitectos. En su propia estructura como disciplina, la arquitectura, al menos en occidente, ha operado también como una mediación al menos simbólica y cultural. Como escriben Alberto Pérez-Gómez y Louise Pelletier en su libro Architectural Representation and the Perspective Hinge: “desde los inicios de la arquitectura occidental en la Grecia clásica, el arquitecto no ha ‘hecho’ edificios; más bien, él o ella han hecho los artefactos mediadores que hacen posibles edificios significativos.”[10]

La diferencia en los modos de la mediación se puede entender, en casos extremos, como una trampa monumental de piedra de 9 mil años de antigüedad y una selva tropical donde la distinción entre naturaleza y cultura, convencional en occidente moderno, no opera.[11] Ahí la mediación arquitectónica cambia tanto en su materialidad —dureza— como en su temporalidad —duración. De algún modo hace pensar en lo que planteó otro filósofo francés, Gilbert Simondon, sobre la relación entre la energía necesaria para conformar de cierta manera la materia, comparando un ladrillo moldeado con arcilla con la modulación que efectúa un tubo electrónico o bulbo. El molde y el modulador, dice Simondon, “son casos extremos, pero la operación esencial de adquisición de forma se cumple en ellos de la misma manera: consiste en el establecimiento de un régimen energético, durable o no. Moldear es modular de manera definitiva; modular es moldear de manera continua y perpetuamente variable.”[12]

Que la modulación arquitectónica parezca menos dura no implica que necesariamente sea benigna y, por supuesto, nunca es neutral. De hecho, en su ensayo “Post-scriptum sobre las sociedades de control”, al tratar sobre lo que siguió a las sociedades disciplinarias de los siglos XVIII y XIX —las de los hospitales, las prisiones y los cuarteles que describió Foucault—, Gilles Deleuze plantea que vivimos en sociedades de control, donde se da “una crisis generalizada de todos los medios de encierro” y en las que somos controlados mediante “modulaciones que son como moldes autodeformantes que cambian continuamente, de un instante al otro.”[13] La medicación psiquiátrica sustituye al hospital, como la deuda creciente en la tarjeta de crédito sustituye a la tienda de raya. Pareciera que así, arquitecnológicamente, nos encerramos en un mundo sin afuera y, por tanto, sin escape.

En el texto ya citado, McKenzie Wark plantea que el interior y el exterior estables y estructurados gracias a la mediación estable de la arquitectura, ya no existen. En el famoso Antropoceno, el afuera planetario se nos cuela por cada poro de la piel, ya no digamos por las ventanas. Por eso, afirma, “la arquitectura tiene que reconocer su estado disfórico y su transición”. Si la arquitectura como mediación modulada puede tener “momentos de violencia duradera”, como Wark señala, “también podría tener momentos de cuidado y devenir colectivos”. Sería engañarnos decir que la decisión está en nosotrxs, sólo en nosotrxs. Pero también viviremos engañados si no intentamos pensar, de diversas maneras, cómo distintos medios que son nuestras circunstancias son articulados por mediaciones como la arquitectura, y qué papel podemos jugar al establecerlas.

 

Notas

 

1. Michel Foucault en la introducción a la traducción al inglés de Le normal et le pathologique; Canguilhem, Georges, The Normal and the Pathological, Zone Books, Nueva York, 1989.

2. Canguilhem, Georges, La connaissance de la vie, Hachette, París, 1952.

3.  “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, dice tras escribir que “la ciencia biológica más reciente estudia al organismo vivo como una unidad compuesta del cuerpo y su medio particular, de modo que el proceso vital no consiste sólo en una adaptación del cuerpo a su medio, sino también en la adaptación del medio a su cuerpo.” Ortega y Gasset, José, Meditaciones del Quijote, 1914.

4. Foucault, Michel, íbid. p. 174

5. Por dispositivo Foucault entendía “el conjunto heterogéneo de discursos, instituciones, formas arquitectónicas, decisiones regulatorias, leyes, medidas administrativas, proposiciones científicas, filosóficas, morales o filantrópicas; en resumen: lo dicho tanto como lo no dicho”. En Gordon, Colin, Power/Knowledge. Selected Interviews and Other Writings, 1972–1977, Phanteon Books, Nueva York, 1980, p. 194.

6. Véase Wallenstein, y Sven-Olov, Bio-politics and the Emergence of Modern Architecture, Princeton Architectural Press, 2009.

7. Wark, McKenzie, La arquitectura tiene disforia y quiere transicionar, publicado en el número 106 de la revista Arquine.

8. Cache, Bernard, Earth Moves. The Furnishing of Territories, MIT Press, 1995. El título original en francés es Terre meuble, que designa una tierra suave, fácil de cultivar, pero juega con el sentido de mueble o mobiliario, de ahí el subtítulo en inglés: el amueblamiento de territorios.

9. Leatherbarrow habla de la Galería Lewis Glucksman, de O’Donnell y Tuomey. Leatherbarrow, David, Architecture Oriented Otherwise, Princeton Architectural Press, Nueva York, 2009.

10. Pérez-Gómez, Alberto y Pelletier, Louise, Architectural Representation and the Perspective Hinge, MIT Press, 1997.

11. Véanse, en el número 106 de la revista Arquine, “El plano arquitectónico a escala más antiguo del mundo. Conversación con Rémy Crassard” y Tavares, Paulo, “Una botánica arquitectónica: redefiniendo la agencia (y el alcance) del archivo arquitectónico”.

12. Simondon, GIlbert, L’individuation à la lumière des notions de forme et d’information, Presses Universitaires de France, 1964.

13. Deleuze, Gilles, “Post-Scriptum sur les sociétés de contrôle”, en Pourparlers. 1972–1990, Les Éditions de Minuit, París, 1990.

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Jardín ornamental https://arquine.com/jardin-ornamental/ Mon, 28 Sep 2020 13:33:00 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/jardin-ornamental/ Jardín —dice el diccionario— es un terreno donde se cultivan plantas con fines ornamentales. Un espacio cerrado, delimitado —recordemos la etimología de jardín— y, al mismo tiempo, ornamental.

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Jardín —dice el diccionario— es un terreno donde se cultivan plantas con fines ornamentales. Un espacio cerrado, delimitado —recordemos la etimología de jardín— y, al mismo tiempo, ornamental. “Antes de ser ritmo y combinación —explicó el historiador de arte Henri Focillon en su libro La vie des formes–, el más simple tema ornamental, la flexión de una curva, una floritura, que implica todo un porvenir de simetrías, de alternancias, de desdoblamientos, de repliegues, cifra el vacío donde aparece confiriéndole una existencia inédita. Reducido a mínimo trazo sinuoso, ya es una frontera y un camino. Redondea y afila, reparte el campo árido en que se inscribe. No sólo existe en sí: configura su medio, al cual esta forma da una forma.”[1] En este sentido, el ornamento no es algo que venga a sobreponerse o insertarse en un espacio previo que sirve de fondo. No hay tal espacio ni diferencia alguna entre fondo y figura. El ornamento genera o configura su propio espacio —su medio— en tanto lo ocupa y lo ordena. Como en un tapiz o en una alfombra oriental donde se tejen los motivos ornamentales al mismo tiempo que se construye el campo físico mismo que es la alfombra, un jardín genera su espacio repartiendo el campo árido en que se inscribe y configurando así su medio. Más aún: lo más probable es que el modelo de la alfombra —no sólo en el aspecto formal, sino ante todo en el ornamental y estructural— sea el jardín y no a la inversa. De ser así, antes del mítico origen textil de la arquitectura postulado por el arquitecto alemán Gottfried Semper a fines del siglo xix —su idea de que la arquitectura empezó siendo delimitación tejida del espacio: cerca y, primero, petate o estera— habría que pensar un protoorigen: las fibras del textil aun sin secarse ni trabajarse: el jardín —la tierra una vez definida y cultivada— como medio ambiente.

“Considerada históricamente —dice Georges Canguilhem— la noción y el término medio —milieu— fueron importados de la mecánica a la biología en la segunda mitad del siglo XVIII. La idea mecánica, aunque no el término, aparece con Newton, y la palabra milieu se presenta en la Enciclopedie de d’Alambert y Diderot con su significado mecánico en el artículo del mismo nombre. Es introducido en la biología por Lamarck, quien a su vez fue inspirado por Bufón, aunque nunca usó el término sino en plural. De Blainville sella su uso. Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, en 1831, y Comte, en 1838, usan el término en singular, en un sentido abstracto. Balzac abre las puertas a la literatura en 1842, en el prefacio de la Comedia Humana,[2] y es Taine quien primero lo usa como uno de los tres principios analíticos que sirven para explicar la historia, los otros dos, como bien se sabe, son la raza y el acontecimiento.”[3] Por otro lado ambiente —palabra que en su origen quiere decir andar en torno de algo y que se relaciona con palabras como ámbito y ambición–— se dice, según el diccionario, de la materia fluida que gira en torno de una cosa —el aire, por ejemplo. Canguilhem dice que en el siglo XVIII los mecánicos franceses llamaban milieu, medio, a aquello a lo que Newton se refería cuando decía fluido, y que no era otra cosa que el éter, el inexplicable medio para explicar la posibilidad de acción entre cuerpos a distancia. Medio y ambiente, entendidas ambas como entorno fluido, son, quizás, palabras sinónimas y la expresión medio ambiente, como algunos han anotado, redundante. 

Pero la idea del jardín como medio ambiente, a partir de su condición ornamental, excede el tema de lo ecológico en su acepción más simple. Tras lo expuesto más arriba podemos entender al jardín no sólo como un medio —una forma que produce su propio espacio en tanto se genera—, sino como intermedio —nunca se dan medios sueltos, absueltos o aislados: Deleuze y Guattari dicen de lo viviente que “tiene un medio exterior que reenvía a los materiales; un medio interior, a los elementos componentes y sustancias compuestas; un medio intermediario, a las membranas y los límites; un medio anexo, a las fuentes de energía y a las percepciones-acciones.”[4]

El jardín en tanto medio la hace de intermediario entre la naturaleza —el afuera— y la civilización, la cultura y lo doméstico —el adentro. Si el jardín puede postularse como artefacto originario en el arte de introducir intervalos en el territorio, podemos especificar esa condición: “Un artefacto —según explicó Herbert Simon— puede pensarse como un punto de encuentro —una interfase en la terminología actual— entre un medio interior (inner environment), la sustancia y organización del artefacto en sí, y un medio exterior (outer environment), el entorno (surroundings) en los que dicho artefacto opera.”[5]


Notas:

1. Henri Focillon, Vie des formes, 2004 (1943, 1ª), Presses Universitaires de France, París, p.27.

2. Balzac escribe: “El creador no utilizó más que un mismo y único patrón para todos los seres organizados. El animal es un principio que toma su forma exterior o, para hablar con mayor exactitud, las diferencias de su forma, en los medios —milieux— donde es llamado a desarrollarse.”

3. Georges Canguilhem, The living and its milieu, en Grey Room 03, Primavera 2001, p.7. Originalmente aparecido como Le vivant et son milieu, en La Conaissance de la vie, Librairie Philosophique J.Vrin, Paris, 1952.

4. Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mille Plateaux, capitalisme et schizophrénie, Les Éditions de Minuit, París, 1980, p.384.

5. Herbert A. Simon, The Sciences of the Artificial, MIT Press, Cambridge, 1996 (3ª), p.6.

 

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Variación y selección: arquitectura y evolución https://arquine.com/variacion-y-seleccion-arquitectura-y-evolucion/ Mon, 28 Dec 2015 00:18:03 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/variacion-y-seleccion-arquitectura-y-evolucion/ Darwin busca la aparición de formas nuevas en la conjunción de dos mecanismos: un mecanismo de producción de diferencias, que es la variación, y un mecanismo de reducción y crítica de esas diferencias producidas, que es la lucha por la vida y la selección natural.

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Tras haber sido retrasados un par de ocasiones por fuertes ventarrones del suroeste, el barco de Su Majestad Beagle, un bergantín de diez cañones comandado por el capitán de la Armada Real FitzRoy, zarpó de Devenport el 27 de diciembre de 1831. El objetivo de la expedición era completar la exploración de la Patagonia y de la Tierra del Fuego, llevada a cabo por el capitán King entre 1826 y 1830, para explorar los puertos de Chile, Perú y algunas islas del pacífico y realizar una serie de mediciones cronométricas alrededor del mundo.

Charles Darwin, quien escribió lo anterior en El viaje del Beagle, tenía 22 años cuando FitzRoy lo invitó a sumarse a la expedición, que regresó a Inglaterra el 2 de octubre de 1836. En la introducción a El origen de las especies por medio de la selección natural de la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, publicado en 1859, Darwin escribe que al estar a bordo del H.M.S.Beagle como naturalista, le sorprendieron “ciertos hechos en la distribución de los organismos que habitaban Sudamérica y de sus relaciones geológicas entre el presente y el pasado de los habitantes de ese continente.” Pensó entonces que esos hechos podrían “arrojar alguna luz sobre el origen de las especies: el misterio de misterios. Fue así que llegó a su conocida teoría y sus dos componentes básicas: la variación en los organismos y la selección natural de los más aptos o, más bien, los mejor adaptados (fittest).

En 1946 el filósofo francés Georges Canguilhem dio una conferencia en París titulada Le vivant et son milieu. Iniciaba diciendo que “la noción de medio se está convirtiendo en un modo universal y obligatorio para entender la experiencia y la existencia de los seres vivos y se podría casi hablar de su constitución como una categoría del pensamiento contemporáneo.” Para Canguilhem dicha noción empieza a construirse a partir de Newton, en la física, quien no le llama medio sino éter: aquello que permite la comunicación de las fuerzas y sus efectos por un espacio que, por tanto, no se concibe como vacío. De la física, la noción de medio pasó a la biología y luego a la sociología, la antropología, la historia y a ser, como apuntó Canguilhem, una categoría del pensamiento contemporáneo que supone que no se puede entender a ningún organismo, biológico o social, separado de las fuerzas que lo condicionan: su medio. En arquitectura, la idea de función y la convicción de que el espacio puede tener ciertos efectos sobre el comportamiento de quienes lo ocupan, son unos de tantos efectos de plantear la imposibilidad de entender a un organismo sin entender su medio. Al explicar la noción de medio para Darwin, Canguilhem vuelve a aquellos dos componentes de su teoría de la evolución:

Darwin busca la aparición de formas nuevas en la conjunción de dos mecanismos: un mecanismo de producción de diferencias, que es la variación, y un mecanismo de reducción y crítica de esas diferencias producidas, que es la lucha por la vida y la selección natural.

En 1958, casi cien años después de la publicación de El origen de las especies de Darwin, otro filósofo francés, Gilbert Simondon, publicó una de sus dos tesis de doctorado, titulada Del modo de existencia de los objetos técnicos. Simondon empieza planteando una diferencia entre los objetos técnicos abstractos —el diagrama de un motor, por ejemplo— y los objetos técnicos concretos —la serie de diversos motores posibles que pueden construirse a partir del mismo diagrama. En el paso de lo abstracto a lo concreto, los objetos técnicos se convierten en mecanismos orgánicos cuyas partes se ajustan o adaptan en relación a las funciones del objeto técnico respondiendo a un medio. “El uso, dice Simondon, reúne estructuras y funciones heterogéneas bajo géneros y especies que sacan su significado de la relación entre esas funciones y otra: la del ser humano en acción.” Como los organismos vivos, los objetos técnicos no surgen por generación espontánea sino que evolucionan a partir de otros anteriores. A diferencia de los organismos vivos, en los objetos técnicos se pueden dar híbridos entre especies distintas con mucha facilidad. De hecho, es la forma más común de evolución técnica: un radio se cruza con un proyector de cine y surge una televisión, luego la televisión se cruza con un telégrafo y una máquina de escribir y surge una computadora personal, que combinada con un teléfono cruzado con un radio —el teléfono móvil— produce un teléfono inteligente.

A esos procesos Simondon los califica como convergentes, mientras que los objetos técnicos que así se generan resultarán funcionales si son consistentes. Para Simondon, la relación de los objetos técnicos con el medio no es meramente de adaptación sino más compleja: “la adaptación-concretización es un proceso que condiciona el nacimiento de un medio en lugar de ser condicionado por un medio dado; está condicionada por un medio que no existe más que virtualmente antes de la invención.” Por tanto, se puede decir que entre el objeto técnico y su medio se da una relación de coproducción. El que los objetos técnicos tengan una génesis, una evolución y una relación compleja con su medio, implica para Simondon que “un cambio demasiado rápido es contrario al progreso técnico, pues impide la transmisión, bajo la forma de elementos técnicos, de lo que una época ha adquirido a aquella que le sigue.” Para que realmente haya progreso técnico, agrega Simondon, “hace falta que cada época pueda darle a la que le sigue el fruto de su esfuerzo técnico.”

Pensadas desde la arquitectura —asumiendo que de algún modo también produce objetos técnicos—, la variación y la selección se pueden entender de dos maneras. Primero como un proceso “creativo”: la ya muy vista fotografía con la mesa llenas de variaciones a una propuesta o de cientos, acaso miles de diagramas e imágenes producidas mediante la computadora. En muchos de esos casos se trata más de variedad que de variaciones algo así como una revista musical en vez de una serie de estudios de Bach— y la selección está lejos de ser el mecanismo de reducción y crítica de las diferencias producidas del que habló Canguilhem. Pero hay algo más: sean organismos vivos u objetos técnicos, la evolución es algo que se da en una población o dentro de una serie y en relación a un medio, no puede haber evolución o progreso técnico si sólo se atiende un caso. Esa temporalidad del progreso o la evolución implican, también, como apuntó Simondon, un ritmo o una cadencia: demasiado rápido, el cambio rompe la serie e impide que puedan ofrecerse al futuro los frutos del esfuerzo técnico. La obsesión por lo nuevo, lo inédito, lo original y lo irreplicable, termina en el fondo no por abonar sino por estorbar al progreso o la evolución.

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