Resultados de búsqueda para la etiqueta [Futuros ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 19 May 2023 17:28:13 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Otros futuros: arquitecturas de la diferencia. Conversación con Lesley Lokko https://arquine.com/otros-futuros-arquitecturas-de-la-diferencia-conversacion-con-lesley-lokko/ Sat, 20 May 2023 07:02:50 +0000 https://arquine.com/?p=78762 "Espero que esta bienal no pueda describirse fácilmente con etiquetas", dice Lesley Lokko, directora de la 18ª Bienal de Venecia. Lokko plantea una bienal donde la decolonialidad, la descarbonización y África entera se plantean como posibilidades a otras preguntas,

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Lesley Lokko nació en Dundee, Escocia, en 1964. Su padre era un cirujano ghanés y su madre era escocesa. Antes de cumplir un año regresaron a Ghana. Su madre los dejó cuando ella tenía 7 años. A los 17, entró a un internado en Inglaterra. Estudió sociología y luego arquitectura en la Escuela de Arquitectura de Barlett del University College de Londres. En 2007 se doctoró como arquitecta en la Universidad de Londres. Tras enseñar en universidades europeas y de los Estados Unidos, Lokko fue la directora fundadora de la Escuela de Graduados de Arquitectura de la Universidad de Johannesburgo, en Sudáfrica. En junio de 2019 fue nombrada directora de la Escuela de Arquitectura del City College de Nueva York, renunciando al año siguiente para fundar, en Accra, el African Futures Institute. Lesley Lokko es la curadora en jefe de la 18ª Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia, que se inaugura hoy.

El título que ha dado Lokko a esta edición de la Bienal de Venecia es El laboratorio del futuro, donde ese futuro es pensado con visiones si no menos críticas que las que juzgan caduca la potencia de imaginar alternativas en nuestros días, sí más optimista. “Provengo de uno de los continentes más jovenes del planeta, con una población cuya edad promedio sería menor a los 20 años. Eso es un punto de partida muy potente. Si pienso cómo pensaba en el futuro cuando tenía 20, es muy diferente a cómo lo pienso ahora.” Pero no es la edad promedio de la población africana lo único que alienta esa visión optimista de otros futuros posibles, sino su propia labor como educadora: para Lokko “una de las cosas más generosas de la docencia es que tienes que ser un optimista cada vez que entras al salón de clases.”

Lokko enfocó los intereses de esta bienal en dos problemáticas contemporáneas: el pensamiento decolonial y la necesaria descarbonificación de la economía mundial, temas que, a su juicio, no son independientes. En eso también tiene un peso el haber apuntado a la bienal hacia África, con un alto porcentaje de participantes nacidos en ese continente o de ascendencia africana. Pero habla de África “de una manera muy distinta. No África como un constructo histórico fragmentado, sino como un pronóstico de cómo la identidad será en el próximo siglo, lo que es una combinación de muchas cosas.” Pero si bien la bienal habla del futuro y de África, Lokko se rechaza que se le imponga la etiqueta de afrofuturismo. “Espero que esta Bienal no pueda ser descrita tan fácilmente como “una exposición sobre afrofuturismo”, porque no creo que eso le hace justifica.  Para mí, la tentación de etiquetar algo es una indicación de que la persona que ve algo no sabe cómo describir lo que está viendo, aunque ese no es un problema únicamente de quien produce la obra sino también de las audiencias.”

Otra característica de esta bienal, es la idea de presentar una visión expandida de la arquitectura, de otro tipo de prácticas, lo que va desde oficinas de tamaño pequeño —sobre todo en comparación con aquellas con decenas o cientos de trabajadores, como son las de quienes realizan los edificios mostrados muchas veces en acontecimientos internacionales de este tipo—, hasta el trabajo de artistas, investigadores o científicos que reflexionan sobre el entorno construido. “Mi esperanza es que los visitantes a la bienal puedan acercarse a otras preguntas y planteárselas. Porque debo decir que la exhibición no es didáctica. Es un intento de decir algo, pero sin gritarlo.”

Este es un fragmento de la conversación que aparece en el número 104 de la revista Arquine, Futurismos, a la venta a partir del mes de junio.

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Años viejos https://arquine.com/anos-viejos/ Sat, 31 Dec 2022 15:25:04 +0000 https://arquine.com/?p=73643 No nos queda más que repetirnos y, en lo que decidimos cambiar de otra manera que no sea a golpes de crisis y catástrofes, pensando —también desde la arquitectura— radical y críticamente lo que nos pasa, el momento en que vivimos, quedándonos con el problema en vez de sacándole la vuelta y presentar la huida como solución, habrá que aguantarse con Años viejos vendidos como nuevos.

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En su texto Lost futures, que sirve de introducción al libro Ghosts of My Life. Writings on Depression, Hauntology and Lost Futures (2014), el crítico y teórico Mark Fisher proponía un “simple experimento mental”:

Imaginemos que un álbum que haya salido en los últimos dos años fuera teletransportado a, digamos, 1995, y se tocara en la radio. Es difícil pensar que causaría algún shock en la audiencia. Al contrario, lo que probablemente sorprendería a la audiencia de 1995 sería lo reconocibles que les resultarían los sonidos: ¿cambió tan poco la múlsica en 17 años? Contrasten esto con los rápidos cambios de estilo entre la decada de 1960 y la de los noventas: toquen un disco de jungle de 1993 a alguien en 1989 y le sonaría como algo tan nuevo que le haría repensar lo que es la música, o lo que puede ser.

Fisher, concluía ese párrafo diciendo que “mientras el siglo XX había sido tomado por un delirio recombinatorio que lo hizo sentirse como si la novedad estuviera disponible infinitamente, el siglo XXI estaba oprimido por una aplastante sensación de finitud y agotamiento.”

¿Con qué edificios se compararía algo construido en el 2022 si se pudiera enviar, aunque fueran sólo planos y fotos, de vuelta 25, 40 o 50 años atrás?

En 1997, el año en que se publicó el primer número de la revista Arquine, se inauguró el Getty Center, en Los Angeles, diseñado por Richard Meier. También se terminaron las Torres Petronas, en Kuala Lumpur, diseñadas por César Pelli y que tendrían el récord del edificio más alto del mundo hasta el 2003. Cerca de Basel, en Suiza, Renzo Piano terminó el edificio sede de la Fundación Beyeler, y en Bregenz, Austria, Peter Zumtor diseñó la Kunsthaus. Pero sin duda el edificio más popular y aclamado fue el más famoso de los últimos edificios novedosos de la historia —o al menos de esa idea de historia que supuestamente se acabó al caer el Muro de Berlín—: el Museo Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry. Hoy, leído retrospectivamente, quizá hubiera sido preferible un efecto Beyeler o un efecto Bregenz al efecto Bilbao, que supuso que un edificio formalmente rebuscado y firmado por un arquitecto de renombre internacional garantizaba beneficios amplísimos para los habitantes de la ciudad donde se construyera.

Si la comparación fuera con obras de hace 40 años, 1982, la competencia sería con el Memorial a los Veteranos de Vietnam, de Maya Lin o con el Renault Centre de Norman Foster.

Si fuera hace 50 años, en 1972 estaríamos en el momento justo en que Charles Jencks firmó el acta de defunción del Movimiento Moderno en arquitectura, cuando fue demolido el conjunto de vivienda social Pruitt-Igoe, diseñado por Minoru Yamasaki. Ese mismo año se empezó a ocupar la torre norte del World Trade Center de Nueva York, que también es un diseño de Yamasaki y que también terminó destruido tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001. 1972 fue el año en que se terminaron los conjuntos de vivienda de Robin Hood Gardens, diseñado por Alison y Peter Smithson, y la Torre Trellick, de Ernö Goldfinger. En 2017 el Robin Hood Gardens fue demolido. Ese mismo año se incendiaron los últimos pisos de la Torre Trellick, pocos meses antes de la tragedia de la Torre Grenfell, también en Londres, donde en un incendio que duró más de 60 horas murieron 72 personas. Se dice que a la Trellick la protegió del fuego el ser un edificio protegido y que su fachada de concreto no hubiera podido ser recubierta por una de aluminio, como en la Grenfell. A Robin Hood Gardens, en cambio, se dice que la dificultad de transformar la estructura de concreto, y el no haber sido declarado como edificio protegido, le costó la demolición. Aunque en todos estos casos, desde Pruitt-Igoe hasta Robin Hood Gardens, mucho tuvieron que ver los vaivenes del capitalismo tardío —a.k.a. neoliberalismo— que, como describió Reinier de Graaf en su libro Four Walls and a Roof. The Complex Natures of a Simple Profession, publicado igualmente en el 2017, absorbió y disolvió cualquier otro interés —social, estético, cultual— de la arquitectura moderna. Y no olvidemos el Museo Kimbell, de Louis Kahn, y el Estadio Olímpico de Munich, que nos mostró cómo podría ser una nueva arquitectura desde 1972.

Si en vez de edificios comparásemos libros de arquitectura, en 1972 se publicaron las traducciones al inglés y al francés del libro de Justus Dahinden Urban Structures for the future (Structures urbaines de demain) —publicado en alemán un año antes. Y, sobre todo, es el año en el que Denise Scott Brown y Robert Venturi publicaron Learning from las Vegas. Y, para hablar de revistas, tomemos sólo un par. El número de enero-febrero de 1972 de Architectural Forum llevó por título —y se trato de— The World of Buckminster Fuller. Mientras que en México el número 106 de la revista Arquitectura México, fundada por Mario Pani en 1938, publicaba en su portada una casa articulada diseñada por Sebastián. Aunque abría con la traducción al español del Eupalinos, que Paul Valery escribió en 1923. La traducción, del mismo Pani, ya había sido publicada en 1938. Hay que decir que otro lado de Pani, junto a los multifamiliares con aires corbusianos, era un anacronismo francófilo que, por ejemplo, lo llevó en 1978 a fundar, a la manera de la Academia de Arquitectura francesa —establecida en 1953 pero con raíces en la Societé Centrale des Architectes, fundada en 1840— la Academia Nacional de Arquitectura —institución que si bien nació anacrónica, ha hecho todo lo posible por conservarse de ese modo.

Comparada la producción arquitectónica —edilicia y escrita— del 2022 con la de 1972, ¿hablaríamos, como Fisher, de una sensación de finitud y agotamiento? Quizá, pero no sólo en arquitectura. En otro de sus libros, Capitalism Realism. Is there no Alternative?,  publicado en el 2009, hablaba de un momento en el que lo “alternativo” y lo “independiente” no eran otra cosa que estilos mainstream. “Ningún objeto cultural puede retener su poder cuando ya no hay nuevos ojos para verlo”, dijo Fisher. Algo que se relaciona con lo que la filósofa Marina Garcés ha calificado como nuestra condición póstuma: “Nuestro tiempo es el tiempo del todo se acaba. Vimos acabar la modernidad, la historia, las ideologías y las revoluciones. Hemos ido viendo cómo se acababa el progreso: el futuro como tiempo de la promesa, del desarrollo y del crecimiento.” Algo, pues, que pudimos comprobar en este 2022, primer año después de la pandemia que no terminó nunca. Durante la pandemia, hablamos otra vez del fin: de la historia, del capitalismo, de las ciudades y la arquitectura como las conocíamos. En infinidad de tlakshows y entrevistas y hasta congresos, muchos arquitectos hablaron de la ciudad post-covid repitiendo que terrazas y home office eran el futuro universal, pensando la arquitectura como un business, as usual, y demostrando ingenuidad e ignorancia sobre las formas de vida de la mayoría de la población mundial y en particular en México.  El eslogan, ya casi sin sentido, de la ciudad de 15 minutos se volvió un mantra repetido acríticamente por arquitectos, urbanistas y hasta funcionarios públicos. Ya muchos hablan de la ciudad de los cuidados y les tiene sin cuidado las implicaciones políticas, económicas y sociales del concepto y, sobre todo, las prácticas del cuidado.

Así, parece que a fin de cuentas las cosas no cambiaron mucho o cambiaron para parecerse mucho a lo que había, ofreciendo novedades que ya hace mucho dejaron de ser nuevas. Quizá porque lo nuevo, en nuestra condición —póstuma— ya no tiene ni cabida ni sentido. Para bien y para mal. Quizá porque, por mientras, no nos queda más que repetirnos y, en lo que decidimos cambiar de otra manera que no sea a golpes de crisis y catástrofes, pensando —también desde la arquitectura— radical y críticamente lo que nos pasa, el momento en que vivimos, quedándonos con el problema —como pide Donna Haraway— en vez de sacándole la vuelta y presentar la huida como solución, habrá que aguantarse con Años viejos vendidos como nuevos.

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Volteando las mesas: la arquitectura después de la arquitectura https://arquine.com/volteando-las-mesas-la-arquitectura-despues-de-la-arquitectura/ Wed, 28 Jul 2021 13:44:56 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/volteando-las-mesas-la-arquitectura-despues-de-la-arquitectura/ Las generaciones actuales tienen el deber de diseñar futuros alternativos y formas de existencia que no se basen en tecnologías y economías extractivas. Para la comunidad arquitectónica eso conlleva la reevaluación de las relaciones entre la arquitectura y las estructuras de poder a las que sirve, así como los espacios en los que estos enredos se materializan. Significa también la concepción de espacios para la organización colectiva y la búsqueda de espacios comunes de acción.

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En colaboración con Future Architecture Library

Ilustraciones de Janar Siniloo

 

La arquitecta y curadora Marina Otero Verzier cuestiona las mesas en las que nos sentamos, las líneas que seguimos y las vidas posteriores de las estructuras que estamos construyendo en medio de la pandemia y la emergencia climática en la que nos encontramos. Es hora, dice, de un cambio en perspectiva y posición política.

 

En febrero de 2020, fui invitada por la plataforma Future Architecture para presentar el Resumen de reflexión anual en el Creative Exchange 2020 en Ljubljana. Expresar mi opinión sobre los 433 proyectos presentados a la Convocatoria Abierta de este año fue un honor y un ejercicio fantástico para reflexionar sobre lo que realmente podría implicar el “futuro de la arquitectura”.

Mientras escribo esto, unas semanas después, el mundo ha cambiado y, con ello, cualquier futuro de la arquitectura que habíamos anticipado. Como resultado de la pandemia de COVID-19, los gobiernos de todo el mundo pidieron a sus ciudadanos que, para protegerse, deben reorganizar radicalmente sus vidas. Desde entonces, las prácticas de distanciamiento social, autoaislamiento y cuarentena han modificado profundamente las concepciones de los espacios públicos y privados, han remodelado las infraestructuras existentes y han dado lugar a nuevas plataformas de comunicación y producción. El mundo lamenta la pérdida repentina y trágica de miles de personas, pero también la pérdida de rutinas y trabajos, sensación de seguridad, conexiones sociales y estructuras familiares.

Sin embargo, incluso si la situación actual parecía inimaginable, los signos que los anunciaban eran claros y omnipresentes. Algunos de los cambios más dramáticos que la pandemia impuso y reforzó no deben considerarse excepciones, sino el resultado de condiciones estructurales más grandes. Condiciones de explotación de cuerpos individuales y planetarios; sistemas de racismo y desigualdad; formas de control, vigilancia y xenofobia, alimentadas por el creciente nacionalismo.

Sería injusto no reconocer cómo la respuesta al coronavirus también ha precipitado cambios tan esperados como la subida de impuestos a las corporaciones, el apoyo indiscutible a los sistemas de salud y cuidadores, la protección de poblaciones en riesgo de pobreza y exclusión. Transformaciones que, con suerte, no serán solo medidas temporales, sino que se convertirán en un nuevo paradigma de cómo se redistribuyen el poder y la riqueza.

En este contexto, las generaciones actuales tienen el deber de diseñar futuros alternativos y formas de existencia que no se basen en tecnologías y economías extractivas. Para la comunidad arquitectónica eso conlleva la reevaluación de las relaciones entre la arquitectura y las estructuras de poder a las que sirve, así como los espacios en los que estos enredos se materializan. Significa también la concepción de espacios para la organización colectiva y la búsqueda de espacios comunes de acción. Propongo comenzar con mesas, líneas y ruinas.

 

Mesas

A lo largo de la convocatoria, una serie de propuestas destilan nostalgia, un anhelo de tener un puesto en la mesa. Sin embargo, ¿realmente queremos sentarnos en esa mesa? Y si es así, ¿cómo nos imaginamos realmente la mesa en la que estábamos sentados anteriormente y ya no lo estamos? Cada vez que lo pienso, lo que me viene a la mente es una mesa llena de hombres blancos con tazas de café, situada junto a una ventana que da a una ciudad, una ciudad global.

Supongo que es la mesa donde se promulga y distribuye el poder, alrededor de la cual se reúnen quienes deciden cuántos apartamentos de lujo y torres delgadas, altas y vacías puede manejar una ciudad. Puede que esté exagerando, pero creo que esa es la mesa a la que decimos que ya no estamos invitados. Y, por tanto, ¿qué dice de nosotros el hecho de que queramos estar sentados allí?

Incluso si nos unimos a esa mesa con ambiciones más altas (éticas, sociales, ambientales, políticas, estéticas), ¿estamos listos para representar a todos aquellos que no están allí, que no están invitados o no se les permite estar en la mesa? ¿Estamos listos para desafiar la política de la mesa? ¿O simplemente queremos un trozo del pastel que se corta y se come encima?

No estamos sentados en esa mesa, una mesa a la que solíamos aspirar, un lugar de encuentro y un mediador entre los comensales, los comensales alrededor de la comida —el pastel— a punto de ser servido. Y sin embargo, quizás, la pregunta más urgente aquí no es por qué no estamos sentados alrededor de esa mesa, sino si, como representantes de la profesión y disciplina de la arquitectura, tenemos una mesa alrededor de la cual sentarnos juntos; un terreno común desde donde levantarse y luchar por formas de práctica éticas y no explotadoras.

Las mesas son importantes como sitios para la distribución de poder, recursos, fronteras y riqueza. La mesa a la que me he referido aquí es sólo una de muchas, muchas mesas, desde la mesa del comedor de la estructura familiar patriarcal, hasta la de la Conferencia de Berlín de 1884–1885 para el llamado Reparto de África, hasta la mesa de reuniones en la oficina más banal donde se toman decisiones a diario.

Las mesas han servido históricamente como símbolos de las relaciones sociales y económicas. Hannah Arendt reflexionó sobre una mesa en su libro La condición humana. “Lo que hace que la sociedad de masas sea tan difícil de soportar”, escribe, “no es el número de personas involucradas, o al menos no principalmente, sino el hecho de que el mundo entre ellos ha perdido su poder para reunirlos, relacionarlos y separarlos.” “La rareza de esta situación”, continúa Arendt, “se asemeja a una sesión espiritualista en la que varias personas reunidas alrededor de una mesa podrían, de repente, a través de algún truco de magia, ver la mesa desaparecer de entre ellos, de modo que dos personas sentadas una frente a la otra estaban ya no están separados, pero tampoco estarían relacionados entre sí por nada tangible.”[1]

¿Tenemos una mesa (o mesas) a las que queremos sentarnos? ¿Qué es lo que nos une?

Karl Marx también trae a cuento una mesa. Una mesa de madera extrañamente animada. En Das Kapital la figura de la mesa se moviliza como ejemplificación del fetichismo de la mercancía. Argumentando que el carácter místico de la mercancía no está ligado a su valor de uso, sino a su valor de cambio, Marx alude a una mesa de madera danzante. La mesa sirve como demostración de la naturaleza dual de las mercancías: la dislocación entre su utilidad como cosas y su poder o aura como agentes de valor abstracto.

Según Marx, la mesa, como mercancía, “parece a primera vista una cosa extremadamente obvia, trivial”. Sin embargo, “… tan pronto como emerge como una mercancía”, continúa, “… no sólo se para con los pies en el suelo, sino que, en relación con todas las demás mercancías, se para de cabeza y evoluciona fuera de su ideas grotescas de cerebro de madera, mucho más maravillosas que si comenzara a bailar por su propia voluntad.”[2]

Tanto las mesas de baile animadas y desaparecidas de Arendt como de Marx tienen una naturaleza espiritual y mágica. No por casualidad, el interés popular por el giro de la mesa espiritualista se había extendido por toda Alemania desde finales de la década de 1840. La formulación de Marx en torno a esa misteriosa vida interior de la mercancía bien podría traerse hoy aquí para hablar de la arquitectura y de sus cualidades mágicas, místicas y fantasmales como mercancía. En mi imagen mental de esos hombres sentados alrededor de una mesa, la mesa también comienza a bailar sobre sus cabezas. Lo que los une probablemente no sea otra cosa que las cualidades fantasmales de la arquitectura como mercancía. “¿Nos sentimos lo suficientemente avergonzados por esas arquitecturas que muestran aspectos vergonzosos de nuestra cultura?” pregunta una de las propuestas.[3] ¿Estamos, por ejemplo, avergonzados de cómo la arquitectura se ha convertido en un depósito monumental de capital?

En las 433 ideas enviadas para la Convocatoria Abierta 2020, extrañé más sobre vivienda. Más que un derecho de las personas, la arquitectura de la vivienda se ha convertido en una forma preferida de inversión. La casa contemporánea es un activo en el centro de operaciones de desarrollo urbano especulativas y políticas neoliberales. Su arquitectura sigue la cruel lógica de los mercados. La mayoría de los proyectos, planes maestros y políticas de vivienda contemporáneos sirven para sostener formas de precariedad y procesos de acceso desigual entre la población. Desigualdades que perpetúan formas de violencia duraderas hacia comunidades excluidas y oprimidas, y en las que la comunidad arquitectónica también es cómplice.

En este contexto, algunas de las propuestas abordan la “promesa utópica de proporcionar a cada familia soviética su propio apartamento” e intentan imaginar futuros para el acervo de máquinas-casa prefabricadas.[4] Obviamente, ahora podemos tener una visión crítica sobre la naturaleza homogeneizadora y las formas de opresión incrustadas en estas arquitecturas. Sin embargo, ¿dónde están nuestras ideas actuales para proporcionar vivienda a la mayoría? ¿Y por traer a la mayoría a la(s) mesa(s)?

Mientras que algunos proponen diseñar mesas alternativas, como plataformas que dirijan la conversación entre los agentes en los procesos de construcción y vivienda, la mayoría de los arquitectos parecen tener posiciones ambiguas cuando se sientan a la mesa: apuntando a ser críticos pero queriendo ser parte de las mismas estructuras y sistemas que critican.

Mesas. Necesitamos más mesas. Mesas que priorizan dimensiones afectivas, estructuras de solidaridad o formas alternativas de colectividad. Tablas que fomentan formas de resistencia y demandas sociales de estructuras y estrategias más horizontales para una mayor agencia cívica. En lugar de aspirar a sentarnos en las mesas a las que afirmamos que no nos invitan, los arquitectos tienen la oportunidad, y yo diría que tienen la responsabilidad de hacer que esas mesas resulten obsoletas. Y centrarse, en cambio, en crear nuevas en las que reorganizar la práctica arquitectónica y su papel en la reinvención de las estructuras sociales, económicas y políticas.

 

 

Líneas

Las mesas son algo que une las cosas o las distingue. Lo mismo ocurre con las líneas. La Convocatoria Abierta 2020 atrajo una serie de proyectos centrados en líneas, líneas rectas muy largas, líneas arbitrarias muy largas. Líneas simbólicas y geopolíticas a través de las cuales tratar al planeta como un artefacto manejable. Los territorios, el tiempo y las zonas climáticas, los productos de la libido infraestructural, las empresas coloniales e imperiales se definen mediante líneas largas y uniformes. Como resultado del pensamiento arquitectónico y logístico, estas líneas tienen como objetivo alterar la vida colectiva mediante la introducción de sistemas de orden y control.

Los arquitectos han sido entrenados históricamente para trazar líneas; líneas nítidas, abstractas y asertivas. Líneas que definen adentro, afuera, altibajos, líneas que sostienen y materializan condiciones diferenciales y, por tanto, todo el sistema de divisiones, formas históricas de exclusión y discriminación.

Estas líneas son emblemáticas de un orden visual y conceptual, que estimula los sueños modernistas de la humanidad de dominar el espacio y el tiempo, el territorio y los recursos. Las líneas se imaginan y trazan, sus espesores e imperativos chocan con los espacios y realidades materiales sobre las que se imponen. ¿Qué sucede realmente cuando estas líneas tocan el suelo? ¿Qué pasa si seguimos y miramos más de cerca estas líneas que construyen fronteras?[5] ¿Qué pasa si caminamos y examinamos estas líneas flotantes y abstractas como los paralelos y los meridianos?[6]

Las líneas intangibles y arbitrarias del paralelo y los meridianos atraviesan climas, geografías y fronteras, cuyo cruce es imposible o tiene consecuencias dramáticas para muchos cientos de miles en la actualidad. El establecimiento del primer meridiano, en 1884, por ejemplo, fue fundamental para la división internacional del trabajo y los sistemas de distribución espacial, acumulación y explotación relacionados con la historia del imperialismo y el colonialismo. Ha sido paradigmático de una idea abstracta de tiempo y espacio. La existencia de una longitud 0º convierte inevitablemente a otros territorios más allá de ella en periféricos o en perpetuo retraso y latencia. Y si la conexión con la práctica arquitectónica no es evidente, reflexionemos sobre cómo las diferencias horarias han beneficiado, entre otras, a reconocidas prácticas arquitectónicas occidentales. Al emplear los servicios de trabajadores offshore, como los de las llamadas granjas de renderizado,[7] estudios de arquitectura han asegurado una máquina de producción 24 horas al día, 7 días a la semana, capaz de responder a las demandas del mercado.

Con demasiada frecuencia, a lo largo de la historia, las propuestas arquitectónicas basadas en líneas rectas, muy largas y abstractas, representan con frecuencia sistemas hegemónicos de dominación política. Herramientas de subyugación y reconfiguración exhaustiva del territorio. Sin embargo, como estas líneas engendran imaginaciones geopolíticas y sociales, también podrían desplegarse, quizás, para la reinvención de la política colectiva. Y eso es precisamente lo que proponen algunas de las ideas de FA seleccionadas aquí. Estas ideas de FA parecen tomar las líneas que ordenan y dividen el mundo, e intentan usarlas para unir al mundo. Eso debe celebrarse y llevarse más lejos.

¿Podríamos diseñar sistemas que, en lugar de luchar por la generalización y la homogeneidad, pudieran adaptarse a la contingencia, la diversidad y la diferencia? Líneas fluidas, trans, queer y no binarias en lugar de rectas. ¿Podríamos también apuntar a difuminar ciertas líneas que dividen el mundo en “nosotros(s)” y “otros(s)”, distinciones como las que diferencian entre humanos y no humanos, permitiendo la explotación de aquellos reconocidos como estos últimos?

 

Ruinas

A medida que las líneas se rompen, se retuercen, se doblan o se borran, los espacios y estructuras que sostienen se convierten en restos huecos de la lógica cartesiana que representan y que estamos dispuestos a trascender.

“Vivimos en una era de ruinas”, afirma Urbanaarchitettura, “las ruinas del estado del bienestar en sus diversas encarnaciones ideológicas y geopolíticas”[8]. Sin embargo, es “precisamente en la ruina de una institución que se basa la perspectiva de una desinstitucionalización de la idea de colectividad.”[9]

A medida que incluso el futuro inmediato se vuelve cada vez más incierto, las prácticas arquitectónicas adoptan la exposición de sus futuras ruinas en lugar de su ocultación. Esta posición, diría yo, hace posible una forma de agencia colectiva. Uno que permita reevaluar el impacto del trabajo del arquitecto en relación con las ideas de progreso recibidas.

Quizás el apremiante deseo de hacer que la arquitectura sea duradera debe enfrentarse a un paradigma más inestable. En su proyecto An Anticipatory Theory of Ruin Ecology, Jason Rhys Parry propone estudiar la vida futura de los edificios como posibles hogares futuros para especies no humanas.[10] La práctica de la arquitectura, en este ejemplo, está enredada con incertidumbre y formas de desaparición; su ruina tiene potencial generativo tras la crisis climática y el colapso del sueño del progreso industrial.[11]

Esta condición mejora un estado productivo entre la emergencia y la descomposición. Y suscita, diría yo, la reinvención crítica de la disciplina frente a futuros abiertos e inciertos.

Sin embargo, esta comprensión de las ruinas y de la práctica arquitectónica se sitúa lejos de la vieja fascinación de los regímenes fascistas con las ruinas, generalmente ejemplificado por la “teoría del valor de la ruina” reivindicada por el arquitecto jefe de Adolf Hitler, Albert Speer. Dejar atrás ruinas estéticamente agradables que desafiarían el tiempo y el olvido, como los monumentos de antaño, no es el enfoque principal aquí. Más bien, la arquitectura de ruinas reconoce la fugacidad de las sociedades humanas y sus formas de vida. Algunos, como la académica Patricia MacCormack, lo llevan aún más lejos y defienden la extinción humana como lo mínimo que podemos ofrecer como acto de amor al planeta.[12]

No estoy abogando por la extinción humana, sino por compasión y aceptación de las ruinas de la humanidad. Ruinas que son, en muchos casos, fruto del funcionamiento de mesas y líneas. Más que nunca, estas ruinas y nuestros cuerpos destrozados son testimonio, portador de historias y acciones, y un llamado a la acción.

 

 

Mi cuerpo es una ruina. En 2015 contraje la enfermedad de Lyme por una garrapata. Mi recuperación fue larga y me dejó, como recordatorio, una tendencia a la fatiga. El agotamiento de mi cuerpo arruinado es el del planeta. Una de las enfermedades zoonóticas de más rápido crecimiento, la enfermedad de Lyme y su proliferación están intrínsecamente conectadas a los patrones de urbanización. A medida que los humanos alteran los paisajes y reemplazan los bosques con nuevos desarrollos urbanos, las enfermedades se propagan de los animales a los humanos, cruzando algunas de las líneas históricas y los bordes de compartimentos que alguna vez fueron autónomos. El desplazamiento de animales debido a la urbanización y la crisis climática tienen efectos dramáticos en la propagación de patógenos. Las enfermedades arruinan los cuerpos como los humanos arruinan el cuerpo del planeta, dejando a ambos en una posición vulnerable.

La explotación de los ecosistemas por parte de la humanidad también es responsable de la pandemia de coronavirus, cuyos efectos no tienen precedentes. Sin embargo, las medidas extraordinarias que han seguido a la pandemia aún no han debilitado ni arruinado los sistemas de extracción, explotación y discriminación. De hecho, la pandemia podría servir de coartada para reforzarlos. Algunos sentirían la urgencia por restaurar las conocidas fórmulas de liderazgo, responsabilidad y creatividad. Sin embargo, yo diría que este no es el momento para figuras arquitectónicas heroicas. O maestros. No es el momento de los deseos de dominar el paisaje. No es el momento de sostener y alentar con orgullo el exceso de trabajo y la hiperproductividad; la implacable maquinaria de la producción arquitectónica.

En cambio, es el momento de concebir y poner en práctica formas alternativas de organización y acción colectiva basadas en la solidaridad, el cuidado del otro, la empatía. Desafiar el dogma cartesiano, y con ello la distribución actual del poder, la riqueza y los recursos. Descentrar lo “humano” —y en particular la noción de Hombre como un sujeto universal y racional— del discurso y la práctica arquitectónicos y explorar, en cambio, las ideas de espacio, comodidad y propiedad que dan cuenta de humanos y no humanos, desafiando así la inevitabilidad de las relaciones desiguales entre ellos. Reconocer las ruinas de la humanidad y el colapso de los sueños del progreso tecnoindustrial y ver el potencial generativo de la arquitectura para otras vidas en común.

La adopción de la humildad, incluso la vulnerabilidad, es una posición política. Quizás sea la mejor posición desde la que desafiar las tablas y líneas convencionales que han guiado la arquitectura y el sujeto masculinista blanco que ve el mundo como su propia posesión.


Notas

1 Hannah Arendt, The Human Condition, (Chicago: University of Chicago Press, 1958, segunda edición, 1998), 52-3.
2 Karl Marx, El capital: una crítica de la economía política, vol. 1., trad. Ben Fowkes (Nueva York: Vintage, 1977), pág. 163.
3 Fabio Ciaravella, Cristina Amenta, Mimì Coviello, Clara Cibrario Assereto, “Architecture of Shame. A collective psychoanalytic session for European architecture”, Future Architecture Platform, Ideas Call 2020: futurearchitectureplatform.org/projectsw/c5b96c3a-658e-4573-82b7-587c4b6c7276/ (consultado el 30 de abril de 2020).
4 Goda Verikaite, “Recycling Utopia. Exploring (im)possible futures of Socialist mass housing”, Future Architecture Platform, Ideas Call 2020: futurearchitectureplatform.org/projects/5bdd0916-6b64-4fac-b9af-a4a04cebfca5/ (consultado el 30 de abril de 2020).
5 Matilde Igual Capdevila y Luis Hilti, “Instituto de Investigaciones Lineales. Walking around the Globe ”, Future Architecture Platform, Ideas Call 2020: futurearchitectureplatform.org/projects/eadbcd51-a83b-41a0-bd68-b50eeb242d89/ (consultado el 30 de abril de 2020).
6 Alkistis Thomidou y Gian Maria Socci, “35 Meridians of Radical Rituals. Along the 45° parallel from the Atlantic coast to the Black Sea, an itinerant survey on collective actions, heritage, and imaginaries that reinvent common space beyond identity and borders”, Future Architecture Platform, Convocatoria de Ideas 2020: futurearchitectureplatform.org/projects/6e95d226 -d227-4866-bda8-a7e67affee66/ (consultado el 30 de abril de 2020).
7 Véase Liam Young, descripción de la película para el video de Renderlands, 2017, fuente: robotlove.nl/en/liam-young/ (consultado el 30 de abril de 2020).
8 Marco Moro, Paolo Pisano, Sabrina Puddu, Francesco Zuddas (Urbanaarchitettura), “Institutes of Care. Spaces of (de)institutionalized collectivity”, Future Architecture Platform, Ideas Call 2020: futurearchitectureplatform.org/projects/879e9c28-fd01-46b3-bb18-e8c8205d28e6/ (consultado el 30 de abril de 2020).
9 Ibíd.
10 Jason Rhys Parry, “An Anticipatory Theory of Ruin Ecology. Building Future Ruins For Endangered Species to Thrive”, Future Architecture Platform, Convocatoria de ideas seleccionadas 2020: futurearchitectureplatform.org/projects/834007fc-a8e5-4081-a313-6dcaa3a34ce4/ (consultado el 30 de abril de 2020).
11 Para una reflexión sobre lo que logra prosperar en las ruinas que construimos, así como sobre cómo la destrucción capitalista podría traer nuevas formas de colaboraciones de múltiples especies, ver Anna Tsing, The Mushroom at the End of the World: On Possibility of Life in Capitalist Ruins ( Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Press, 2015).
12 Véase Patricia MacCormack, The Ahuman Manifesto: Activism for the End of the Anthropocene (Londres: Bloomsbury Academic, 2020).


Marina Otero Verzier es arquitecta con sede en Rotterdam, donde es directora de investigación en Het Nieuwe Instituut. Anteriormente, fue curadora del Pabellón Holandés en la 16a Bienal de Arquitectura de Venecia (2018), curadora en jefe de la Trienal de Arquitectura de Oslo 2016 junto con la Agencia After Belonging, y directora de Programación de Red Global en Studio-X Columbia University gsapp (Nuevo York). Es profesora de arquitectura en la RCA de Londres y, a partir de septiembre de 2020, será Jefa del Máster de Diseño Social en Design Academy Eindhoven.

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Barcelona : Bienal del pensamiento : ciudad abierta https://arquine.com/barcelona-bienal-del-pensamiento-ciudad-abierta/ Fri, 18 Dec 2020 14:47:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/barcelona-bienal-del-pensamiento-ciudad-abierta/ El pasado mes de octubre se llevó a cabo en Barcelona la segunda edición de la Bienal del Pensamiento, organizada por el Ayuntamiento de la ciudad. El evento pretendía ser un “ágora”, un espacio abierto donde se reunían un grupo de especialistas en un tema para pensar abiertamente sobre y ante la ciudad, cualquier persona podía asistir al evento y participar de diferentes maneras.

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Pensar implica “examinar mentalmente algo con atención para formar un juicio”. Tener un juicio sobre la relación entre sociedad y ciudad es lo que probablemente hoy nos cuesta más entender debido a la sobreabundancia de información, ¿qué está pasando y cómo nos afecta? ¿Cómo vivimos y qué implicación tiene sobre el planeta? ¿Dónde estamos y hacia dónde debemos ir? Parar un momento y escuchar a personas que dedican su vida a responder estas preguntas en el contexto actual es una oportunidad preciosa, sobre todo si esa oportunidad está abierta a todos, ya que además, esas preguntas deberían hacerse y responderse de manera global. 

El pasado mes de octubre se llevó a cabo en Barcelona la segunda edición de la Bienal del Pensamiento, organizada por el Ayuntamiento de la ciudad. El evento pretendía ser un “ágora”, un espacio abierto donde se reunían un grupo de especialistas en un tema para pensar abiertamente sobre y ante la ciudad, cualquier persona podía asistir al evento y participar de diferentes maneras. La Bienal se estructuró en cuatro itinerarios conformados por: Ciudad, Democracia, Futuros y Tecnología. Cada uno de ellos se desarrollaba a través de actividades que iban desde mesas redondas, recorridos por la ciudad, debates, y conferencias en el espacio público, en lugares como la antigua cárcel modelo, parques o centros culturales.

 

Mesa redonda Ciudad del Futuro”. Imagen: Carlos Lanuza.

 

El itinerario “Ciudad” comprendía siete capítulos que, según los comisarios Josep Ferrando y Núria Moliner, ponían en cuestión los atributos de la ciudad: Ciudad del Futuro, Ciudad Habitable, Ciudad Saludable, Ciudad Rural, Ciudad Inclusiva, Ciudad Resiliente y Ciudad Glocal-Ciudad Digital. Las mesas redondas reunieron a periodistas, filósofos, antropólogos, arquitectos, editores y geógrafos. A pesar de la diversidad de atributos y participantes de diferentes disciplinas presentes en el desarrollo del itinerario, muchas observaciones surgían repetidamente en las discusiones, tales como la necesidad de cambio en los hábitos de movilidad, la toma de conciencia de nuestra interdependencia en el mundo, los feminismos o el reclamo de espacios públicos, por mencionar algunos.

Esto parece arrojar una mirada común sobre las circunstancias en las que vivimos y nos llama a reflexionar sobre la influencia que ejercen una serie de aspectos que creemos ajenos. Horizontes de deseo, cooperación, activismo ciudadano y ciudad legible fueron algunos conceptos que se desprendían de las conversaciones y que apuntaban en conjunto a dar respuesta a los retos del futuro. Estamos interconectados y somos interdependientes, y hasta que no tomemos conciencia de ello de nada servirán las acciones que emprendamos para mitigar los problemas que nos afectan de manera global o local.

 

Mesa redonda Ciudad Glocal – Ciudad Digital”. Imagen: Carlos Lanuza.

 

Esta edición ha estado marcada fuertemente por la pandemia del COVID-19, que ha definido la agenda política y social a nivel mundial, acelerando procesos que ya se estaban gestando en las políticas urbanas. En Barcelona, particularmente, ha habido un gran debate sobre la forma de hacer ciudad y las medidas que están tomando las instituciones gubernamentales para atajar la incidencia del contagio. Es una ciudad que se ha convertido en pionera por las ideas implementadas a favor del espacio público -junto con Milán y su Piazze Aparte o París con la ciudad de los 15 minutos-, algo completamente necesario sobre todo al pensar en una catástrofe que estamos viviendo y que es más grande que esta pandemia: el cambio climático.

 

Entrevista a Josep Ferrando, comisario del itinerario Ciudad.

 

Carlos Lanuza: ¿Cuál era el objetivo del itinerario Ciudad dentro de la Bienal?

Josep Ferrando: Para nosotros el objetivo era básicamente hablar sobre la ciudad, pero no entendiéndola a través de modelos de ciudad, sino de atributos. Actualmente un 52% de la población vive en la ciudad, y hacia el 2050 se calcula que será el 70%. Para nosotros era muy importante hablar sobre los atributos que debería tener la ciudad como lugar de reunión, de convivencia, y sacar provecho de ello.

Creemos que estos siete atributos tienen la capacidad de no ser divergentes entre ellos, sino convergentes. Entre todos podrían complementar una ciudad que diera respuesta a retos de cambio climático, digitalización, cuidado de las personas, acceso a la vivienda, etc.

CL: Estos atributos conforman un marco conceptual a través del cual se desarrollan los temas. En cuanto a invitados, ¿cuál fue el criterio para invitar a los ponentes?

JF: Para empezar, siempre pensamos en una píldora en formato de video que partía de una entrevista previa a un experto para empezar las mesas redondas. En cuanto a los conferenciantes, había un moderador con 4 o 5 panelistas. Intentamos siempre que fueran debates multidisciplinares, no solo compuestos de gente que viene de la arquitectura o el urbanismo, sino también por personas del ámbito de la salud, la sociología, la política o la geografía. No queríamos que fuera una mirada desde el diseño, queríamos una mirada más compleja, más multifacética.

 

Mesa redonda Ciudad Inclusiva”. Imagen: Carlos Lanuza.

 

CL: Algo que pasaba en las mesas redondas es que todos los panelistas parecían estar de acuerdo cuando discutían. Si todos estos investigadores y expertos en el tema con una visión multifacética de los problemas que afectan a la ciudad están de acuerdo en la necesidad de cambio, ¿por qué no lo vemos en la ciudad?

JF: Yo creo que al reunir a gente de campos tan diversos lo que intentaban era complementar los discursos de cada uno, en lugar de contrarrestar, era más bien la idea de sumar.

CL: Sí, pero quizás lo que se echó en falta fue un verdadero debate. Por ejemplo, hablando sobre cambiar los hábitos de movilidad, probablemente todos los panelistas de la mesa redonda que correspondía hubiesen estado de acuerdo en que hay que disminuir el uso del transporte privado, pero nunca escuchamos a otra parte de la sociedad que tuviese ideas opuestas, que también podrían tomarse como válidas.

JF: Si, es verdad que sorprende mucho como puede parecer que hay una visión común de cómo se tienen que hacer las cosas, pero luego en cambio cuesta mucho ejecutarlas. Sí, efectivamente es algo que ocurría en las mesas redondas, cada uno con sus matices al final coincidía en la discusión en general. De esto también se desprenden una serie de cosas, como el hecho de que todos entendían que la ciudad era una solución al problema, porque a veces se pone en duda si la ciudad es obsoleta o no.

CL: Al final hablas con el que quiere aparcar el coche delante de casa, fácil y rápido, y como ellos muchos empresarios que piensan igual y que también mueven la sociedad e influyen en ella. Siempre se hablaba de la ciudad como un lugar de fricción, pero precisamente eso era lo que faltaba en los debates.

JF: Totalmente de acuerdo, es fácil pensar en que si todos estamos de acuerdo en que hay que cambiar las cosas, ¿por qué no cambian? Probablemente porque no están los agentes que hacen que eso cambie. También creo que faltó un último día para poder coser la idea coral de los siete atributos, para generar una fricción sana entre puntos de vista diferentes. Ha de quedar claro también por qué no ocurren esos cambios que los expertos exigen.

CL: Hablando sobre ciudad, ¿crees que hay un problema de comunicación entre la gente que la estudia y toma decisiones y la gente que solamente la vive?

JF: Yo creo que por una parte hay poca comunicación, y por otra se trabaja muy poco de forma solidaria. Quizás es muy estanca: esto es de los arquitectos, lo otro de los abogados. También creo que el mundo de las instituciones cada vez más está dominado por los abogados en el sentido de lo que es legal, dónde nos pueden denunciar, dónde hay problemas. Muchas veces en los concursos municipales quien acaba mandando es el abogado. Y no se trata de hacer cosas ilegales, pero todo está tan reglado, que los mecanismos para hacer cosas sugieren muy poco y atan demasiado. Falta más capacidad de trabajo conjunto, no sólo entre ciudadanos, sino también entre las mismas personas encargadas de marcar las reglas del juego.

 

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En la prisión del presente https://arquine.com/en-la-prision-del-presente/ Thu, 14 May 2020 06:42:32 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/en-la-prision-del-presente/ Vivimos en una época caracterizada por el colapso de la idea misma del futuro.

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en colaboración con

Una guía corta de estrategias de diseño post-futuristas

Ilustraciones de Andreas Töpfer

Según teóricos sociales como Marc Augé o Franco “Bifo” Berardi, vivimos en una época caracterizada por el colapso de la idea misma de futuro. En las últimas décadas del siglo XX, junto con las recurrentes crisis económica, los informes desalentadores al Club de Roma y el aparente colapso del proyecto socialista, nuestra creencia en el futuro quedó irreparablemente destrozada. Teniendo en cuenta que el proyecto arquitectónico, en el sentido convencional del término, siempre ha sido un proyecto de futuro, la situación ha tenido profundas consecuencias para la arquitectura como disciplina. Por lo tanto, comprender y revelar las diferentes formas en que la arquitectura contemporánea se ha ido adaptando a las condiciones sociales post-futuristas presenta una tarea importante para el discurso contemporáneo sobre arquitectura. También es un preludio necesario para el inminente debate sobre cómo reintegrar la dimensión del futuro una vez más en la imaginación arquitectónica y cultural más amplia. Los textos cortos que siguen sobre estrategias de diseño post-futurista se han desarrollado con este objetivo en mente, como parte del proyecto de investigación y curaduría de Arquitectura Después del Futuro. Es importante tener en cuenta que las estrategias esbozadas no constituyen una taxonomía última de la cultura del diseño post-futurista: se conciben como un mapeo deliberadamente provisional y abierto que, sin esforzarse por proporcionar una representación precisa y supuestamente objetiva de la realidad, se contentan con facilitar la orientación dentro de la cultura arquitectónica actual moldeada por la pérdida del futuro.

Estrategia renuente

A finales del siglo XX y principios del XXI surgió el “arquitecto-activista”, el diseñador que, abandonando el concepto de proyectos gestionados de arriba hacia abajo, a gran escala y orientados al futuro, se involucra en proyectos localizados a pequeña escala, prácticas participativas enmarcadas en una agenda política moderadamente crítica. Sin embargo, la participación apasionada de los “activistas-arquitectos” y su tendencia a conducir el proceso de construcción desde el primer borrador conceptual hasta la construcción ha sido paralela al surgimiento de diversas formas de “pasividad arquitectónica” —la retirada consciente del arquitecto del proceso de diseño. Como lo ha descrito detalladamente el teórico de la arquitectura Miloš Kosec, esta actitud reticente ha tomado múltiples formas en la arquitectura: desde la decisión de delegar ciertos aspectos del proceso de búsqueda de formas a fuerzas y agentes más allá del control del arquitecto, como la tendencia a dejar el edificio sin terminar con el fin de permitir una apropiación activa por parte de los futuros ocupantes, ante la negativa a la Bartleby a participar en un proyecto por entero o proponer cambios significativos en los entornos existentes. La última de las manifestaciones descritas de “renuencia arquitectónica” se considera la más radical y políticamente significativa: negarse a diseñar significa una interrupción tanto de un proyecto de construcción concreto (y a través de eso, la inversión de capital incrustada en él), sino también un interrupción de la ideología misma de innovación, creatividad, productividad y emprendimiento, que desde hace mucho tiempo se ha movilizado para construir la imagen pública de la profesión arquitectónica.

Sin embargo, hay algo más que se pierde cuando los arquitectos asumen la posición de Bartley: es la mismísima proyectividad (la capacidad esencial del diseño arquitectónico para construir espacios hipotéticos y vislumbrar realidades futuras) lo que también se socava y, con ello, la razón de ser de la arquitectura como disciplina. Se podría argumentar que deberíamos aceptar e incluso celebrar esta pérdida: ¿por qué ser sentimental y llorar por la desaparición de la arquitectura cuando su propósito principal (creación de mundos futuros) encarna la lógica capitalista de prever, construir y explotar futuros potenciales en aras de las ganancias? ¿Pero es realmente así? ¿El futuro siempre ha sido completamente absorbido y monopolizado por el mercado, o es más bien una anomalía de finales del siglo XX y principios del XXI? Parece que lo que une las dos estrategias aparentemente opuestas de la izquierda contemporánea, el ímpetu activista y su contrapartida renuente, es su renuncia común al futuro: la primera posición se caracteriza por actuar aquí y ahora, mientras que la segunda se niega a actuar por completo. Cada vez que los movimientos emancipatorios decidan liberarse de este encarcelamiento autoimpuesto en el momento presente, tendrán que liberar el futuro una vez más de la esclavitud de los mercados financieros, las invenciones comerciales y las empresas científico-militares. ¡En este contexto, reclamar arquitectura significa reclamar el futuro!

 

 

Estrategia reflexiva

Hasta no hace mucho tiempo, la reflexión se consideraba un privilegio de la teoría y la crítica arquitectónicas, mientras que la arquitectura misma era vista como una disciplina proyectiva inmanentemente orientada hacia el futuro. Sin embargo, una orientación tan clara de la práctica del diseño y su distinción resultante de las disciplinas teóricas se ha hecho considerablemente más suelta durante las últimas décadas. Peter Eisenman y varios otros protagonistas de la exposición de Arquitectura deconstructivista de 1988 en Nueva York ya utilizaron el proyecto arquitectónico como una herramienta para la interpretación “crítica” y la “deconstrucción” de fórmulas de diseño heredadas y no tanto para anticipar el futuro. A partir de entonces, varias generaciones de arquitectos adoptaron la estrategia reflexiva, que puede describirse como una tendencia a maximizar la dimensión analítica del diseño, al tiempo que minimiza su componente proyectivo. En lugar de prever el futuro, el proyecto reflexivo revela, interpreta, cuestiona, deconstruye, recombina, replantea, polariza, radicaliza o politiza el pasado. Esto convierte el momento presente en un sitio de construcción permanente donde el pasado se recontextualiza productivamente. Ciertamente, tales (re)construcciones reflexivas también influyen en las perspectivas futuras, pero más como un subproducto que como el objetivo principal.

Si bien el gesto interpretativo de Eisenman se dirigió a la gramática formal del diseño arquitectónico, que él concibió como un sistema semiótico autónomo, la generación posterior de arquitectos reflexivos contrarrestó su enfoque “aislacionista” al alejar sus herramientas analíticas de un enfoque estrechamente arquitectónico (formal, constructivo y tipológico) hacia una dimensión social (cultural, ecológica y política) más amplia del entorno construido. Sin embargo, como lo sugiere su título proclamativo y su ubicación simbólica (Nueva York), la exposición de Arquitectura Re-constructivista de 2016, comisariada por Jacopo Costanzo y Giovanni Cozzani, anunció una vez más el regreso de la reflexividad “formalista” de la generación de Eisenman, señalando un renovado interés en preocupaciones “genuinamente arquitectónicas” y un nuevo compromiso con el repertorio heredado de formas espaciales, tipologías, conceptos y narrativas. Este movimiento circular desde la forma de reflexividad arquitectónica introvertida a la extrovertida y de regreso a la introvertida, da lugar a una pregunta incómoda: ¿la arquitectura que ha renunciado deliberadamente a su orientación futura inherente está condenada a repetir el movimiento cíclico en el que el efecto centrífugo extrovertido de esfuerzos analíticos conscientes políticamente y transdisciplinarios de una generación siempre son seguidos por el impulso centrípeto de la próxima generación hacia formas de reflexividad más introspectivas, herméticas e interiores a la disciplina?

 

Estrategia efímera

A pesar de las considerables diferencias en el contexto de su aplicación y las ambiciones de sus protagonistas, las construcciones emergentes, el diseño táctico, las intervenciones espaciales temporales, el urbanismo informal, la planificación flexible, la arquitectura guerrillera y conceptos populares similares tienen algo en común: no son construidos para el futuro sino para el aquí y el ahora. Renuncian deliberadamente a la durabilidad y aceptan (o incluso promueven) lo efímero como la condición social incontestable. Fusionan la distancia temporal entre el desarrollo del proyecto y su materialización. El “proyecto” queda absorbido por la “práctica”. El futuro es exprimido en el presente.

La fascinación por lo efímero está enraizada en la crítica de la durabilidad, la solidez y la rigidez burocrática, todo lo cual ha sido igualmente despreciado por la derecha neoliberal y la izquierda alternativa desde que el orden económico keynesiano de la posguerra comenzó a debilitarse a fines del siglo XX. Teniendo en cuenta esta incómoda convergencia política, no debería sorprendernos que las manifestaciones arquitectónicas de moda por lo efímero lleguen desde elegantes tiendas pop-up de casas de moda corporativas y joyeros hasta fantásticas construcciones temporales de baja tecnología construidas por arquitectos activistas para servir como campamentos de protesta y festivales de arte progresivo. Sin embargo, más allá de su ubicua popularidad en la comunidad arquitectónica mundial, la condición efímera también simboliza la cruel realidad de la vida de los migrantes: la deprimente experiencia cotidiana de los millones de personas atrapadas en la permanente impermanencia de los refugios de emergencia y los campamentos de refugiados. ¿Puede ser que estos lugares, en vez de los valiosos logros del diseño temporal, personifiquen el entorno post-futurista en el sentido más radical del término: el conglomerado de asentamientos temporales de las personas sin futuro en el mundo del capital flotante, territorios cambiantes, armas invisibles y guerras por intermediarios?

 

 

Estrategia de salvación

La única forma de arquitectura verdaderamente utópica que florece en nuestra era esencialmente antiutópica se dedica a la construcción de oasis de seguridad y sostenibilidad entre las zonas de guerra en constante expansión y los páramos del capitalismo global. Los proyectos de salvación van desde refugios de emergencia de baja tecnología y microestructuras replicables para los pobres y desplazados a superestructuras de alta tecnología, autosuficientes, verdes, inteligentes y protectoras para los ricos. Algunos de estos proyectos tienen mucho en común con las utopías futuristas de la alta era moderna: la fe en el desarrollo tecnológico, la gran escala espacial de las intervenciones propuestas, los cambios radicales en los estilos de vida predominantes y sus condiciones materiales y, por último, pero no menos importante, la misma orientación futurista. Sin embargo, existe una diferencia crucial en la forma en que los arquitectos visionarios del siglo XX entendieron y se relacionaron con el futuro en comparación con sus sucesores contemporáneos. Parece que el futuro cambió su signo de positivo a negativo: si la función de las utopías modernistas era anticipar el futuro prometedor, entonces el papel de la arquitectura salvacional de nuestra era es salvarnos de los efectos de los escenarios apocalípticos, incluido el cambio climático, desastres ecológicos, agotamiento de recursos, escalada de pobreza, migración forzada, etc. Construcciones flotantes para migrantes climáticos, oasis encapsulados de alta tecnología en regiones afectadas por la desertificación, sistemas inteligentes de vigilancia para ciudades en la “era del terror” y entornos artificiales para la preservación de especies en peligro de extinción no nos promete un futuro brillante.

A veces los defensores de la estrategia de salvación afirman que las tendencias autodestructivas del capitalismo contemporáneo conducen inevitablemente a un naufragio definitivo, por lo que lo mejor que podemos hacer es construir una red dispersa de botes salvavidas autoorganizados, en lugar de intentar en vano salvar el recipiente destinado a hundirse bajo su propio peso. Sin embargo, si todos los arquitectos, urbanistas, ingenieros, activistas políticos y masas rebeldes dejaran de imaginar, desear y construir un futuro mejor para la sociedad global y en su lugar se enfocaran en promover estilos de vida alternativos y prácticas cooperativas en las balsas salvavidas autoconstruidas más allá del barco que se hunde en el orden mundial neoliberal, ¿podrían proporcionar suficientes balsas para albergar miles de millones de náufragos? Al final del día, ¿no está condenada toda estrategia de salvación a terminar como un esfuerzo elitista capaz de salvar sólo a aquellos de nosotros que ya poseemos el mínimo de recursos necesarios para sostener la vida?

 

 

Estrategia especulativa

Desde el comienzo de la era capitalista, el término especulación ha asumido una connotación profundamente negativa: especular (en el sentido estricto del término) significa anticipar escenarios futuros con el objetivo de obtener ganancias personales, independientemente del costo para otros. En lugar de permitir cambios sustanciales, las especulaciones futuras orientadas a las ganancias proyectadas de nuevo al presente, tienden a socavar todas las posibilidades de transgredir las condiciones subyacentes del orden presente: cuando las compañías de compras en línea, por ejemplo, usan las compras anteriores de sus clientes para estimar su “futuro deseos” y traducen estos cálculos en sugerencias de compra personalizadas, impiden de facto cualquier cambio significativo en los gustos, intereses y patrones de comportamiento de los clientes. Por lo tanto, al privar al futuro de su capacidad sustancial para generar cambios, las especulaciones del mercado no son signos de recuperación de la implosión cultural del futuro, sino más bien sus síntomas más preocupantes. Sin embargo, hay más especulación que el sobrio cálculo financiero.

Si se entiende en un sentido más amplio, el razonamiento especulativo resulta indispensable para la teorización filosófica, los proyectos utópicos y la imaginación proyectiva en general. Es este potencial transformador de la especulación lo que ha animado su reciente reevaluación dentro de las disciplinas teóricas y de diseño: existe la esperanza entre filósofos y arquitectos por igual de que el uso de la especulación más allá y en contra de su campo de aplicación común (con fines de lucro) puede volver el futuro una vez más en el medio del cambio emancipatorio.

En línea con el realineamiento intelectual descrito, la etiqueta “diseño especulativo” ha logrado un ascenso vertiginoso entre las palabras de moda del discurso arquitectónico contemporáneo, lo que hace cada vez más difícil definir a qué se refiere exactamente el término. Sin embargo, lo que se puede observar es que las prácticas arquitectónicas descritas como “especulativas” tienden a involucrarse en proyectos individuales de escala limitada, mientras que los movimientos sociales más amplios con un enfoque proyectivo y la capacidad de interconectar estos esfuerzos dispersos y darles una dirección común aún no han consolidado. Como resultado, al quedarse sin un marco más amplio capaz de prever y aplicar alternativas sistémicas, los “proyectos especulativos” corren el riesgo de no lograr mucho más que dar a los resultados de la hiperproducción financiera y tecnológica capitalista una apariencia más “amigable”, funciones socialmente beneficiosas y un “toque subversivo”. En otras palabras, mientras el ímpetu de la especulación no haya logrado un cambio radical de la agencia predominantemente individual, técnica, pragmática y definida por el contexto a la decididamente colectiva, política, utópica y definitoria del contexto, las prácticas especulativas separadas confinadas a la esfera del diseño difícilmente nos ayudarán a romper el horizonte de lo posible (definido por los patrones auto-reproductivos del capitalismo global) y alcanzar la posibilidad de lo imposible.


Ana Jeinić

Ana Jeinić nació en Yugoslavia en 1981. Desde entonces ha vivido, pensado, aprendido y enseñado en Graz, Venecia, Amsterdam, Berlín, Edimburgo y Zagreb. Al completar sus estudios de arquitectura en Graz, trabajó principalmente como teórica y educadora de arquitectura y aspira a convertirse en utopista en el futuro. Ella se considera una futurista que desprecia el “diseño futurista”; una progresista crítica del optimismo tecnológico; un universalista que detesta todas las formas de esencialismo; un comunista que rechaza la nostalgia post-socialista y un internacionalista que se opone a la globalización neoliberal. Gran parte de su compromiso personal y profesional proviene de la persuasión de que sólo vale la pena vivir la vida que se proyecta hacia el futuro y que sólo la sociedad que se esfuerza hacia un horizonte utópico es una sociedad verdaderamente emancipada.

 

Andreas Töpfer

Andreas Töpfer es un diseñador gráfico, ilustrador y dibujante independiente. Trabaja para la editorial berlinesa Kookbooks, que fundó en 2003 junto con la poeta y editora Daniela Seel. Ha trabajado como director de arte, diseñador e ilustrador para la publicación canadiense Adbusters bajo el nombre de Bill Texas, y actualmente es editor visual, diseñador e ilustrador para la revista noruega de literatura y cultura Vagant. Trabaja en Milchhof Atelier en Berlín. Su último libro es Speculative Drawing, junto con A. Avanessian (Sternberg Press).


Archifutures combina las posibilidades de la edición crítica, la impresión innovadora y la intervención activa del usuario. La colección hace un mapeo de la práctica arquitectónica y la planeación urbana contemporáneas, presentadas a través de las palabras y las ideas de algunos de sus actores clave y factores del cambio. Desde instituciones, activistas, pensadores, curadores y arquitectos hasta blogueros urbanos, polemistas, críticos y editores, Archifutures presenta a las personas que están dando forma a la arquitectura y las ciudades futuro y, por tanto, también a las sociedades del futuro.

Archifutures es editado por &beyond y publicado por dpr-barcelona, y presentado en español en colaboración con Arquine.

 

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Proyecto de los ojalás: para después de la peste https://arquine.com/proyecto-de-los-ojalas-para-despues-de-la-peste/ Mon, 20 Apr 2020 06:55:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/proyecto-de-los-ojalas-para-despues-de-la-peste/ La catástrofe está aquí. Esto es un modesto llamado a la insurrección. A no ser víctimas cobardes o ignorantes de un flagelo planetario. A no dejar de pensar en un futuro mejor para todos.

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La catástrofe está aquí. Esto es un modesto llamado a la insurrección. A no ser víctimas cobardes o ignorantes de un flagelo planetario, de la misma peste de que hablaba Albert Camus. A no dejar de pensar en un futuro mejor para todos. Estas reflexiones parten de que habrá un mañana. Un mañana peor si todos nos dejamos. Y un mañana que puede, no sin sacrificios, ser al final del día dolorosamente, gozosamente mejor, más justo, más solidario.

Ojalá, bien se sabe, es una expresión de origen árabe que quiere decir Quiera Dios. Es frecuentemente usada por todos. Sirva aquí para enderezar una serie de planteamientos arquitectónicos y urbanos, incluso cívicos, que pueden encontrar en esta trágica coyuntura una inédita oportunidad. Nada será mañana lo mismo que conocimos. La pregunta es si para peor o para mejor. Va esta apuesta, en colaboración con algunos colegas, de que nos espera un mejor futuro.

1. Contaminación atmosférica. Es factible medir ahora la sensible reducción de partículas suspendidas, de emisiones al aire, de descargas contaminantes en cauces y cuerpos de agua. Etcétera. Con esos datos, contrastados con los “usuales”. Se pueden focalizar los medios concretos e inmediatos con los que podamos mantener, ya, esos índices ahora corregidos. Ojalá.

2. Movilidad. Un porcentaje sensible de los vehículos de combustión está ahora parado. Y todo lo indispensable está ocurriendo. La contaminación del aire según algunos medios ha bajado a la mitad en las zonas metropolitanas. Se reinaugura el silencio, la calma, la humanización de las calles, de los parques. La fauna tan perseguida regresa. Es perfectamente factible ahora reglamentar sumariamente el uso de esos vehículos, con todas las excepciones que vengan al caso. Y migrar masivamente a los vehículos eléctricos que sean estrictamente necesarios. Por lo pronto, las casas que tienen dos autos o más, deberán de inmovilizar permanentemente los autos sobrantes. Preservar la situación actual, en cuanto a la movilidad, es un gran reto: y más grandes serán los beneficios. Ojalá.

3. Desarrollo urbano. Es el momento de poner un enérgico freno a la manera como hasta hoy se ha venido “haciendo” las ciudades. Ese sistema está en bancarrota, podrido por la usura y la codicia, por la ineptitud y la corrupción, tanto de autoridades como de ciertos promotores. Es el momento de que los arquitectos y urbanistas (que debe ser lo mismo), geógrafos, ingenieros, historiadores, sociólogos y demás gente de buena voluntad que venga al caso, aprovechen la inacción y el ocio para generar, a partir del desastre, los modelos urbano-arquitectónicos a comenzar a aplicarse YA. Ojalá.

4. Y la lista sigue. Qué triste que sea hasta que nos llegue este coronavirus, este horrendo producto de la rapacidad capitalista y del consumismo cada vez más feroz, nos pongamos a meditar con hondura y humildad, con lucidez y audacia, lo que debe llegar. Antes de. Ojalá.

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Volver a la ciudad de mañana https://arquine.com/volver-a-la-ciudad-de-manana/ Mon, 13 Apr 2020 13:37:59 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/volver-a-la-ciudad-de-manana/ Puede ser el tiempo para, tras la demolición de las certezas, proponer un mejor, más justo y sustentable futuro. ¿Cuál debiera ser el futuro de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, de nuestros territorios?

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Todas las naciones sobre la emergencia. El planeta se convulsiona, mientras todas las aparentes certezas se desvanecen en el aire. Es claro: es imperativo atender primero, y con todos los recursos disponibles, la amenaza mortal. Pero puede también ser el tiempo para, tras la demolición de las certezas, proponer un mejor, más justo y sustentable futuro.

¿Cuál debiera ser el futuro de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, de nuestros territorios?

Ciertamente no el que la inercia destructiva fue perfilando a lo largo de las décadas. A guisa de reflexión, es posible decir que el coronavirus nació de una ciudad y una civilización descompuestas. Y nosotros, desde Guadalajara, Tepatitlán o Puerto Vallarta, corríamos sobre esa ola de putrefacción e inequidad, de nula sustentabilidad, de tristeza, contaminación y fealdad.

Aprendamos del desastre, acompañemos a enfermos y moribundos, acatemos todas las precauciones. Pero ora pensemos qué hacer para no seguirnos despeñando en el desastre, cuya actual muestra es un virus que quiere comerse al mundo y que es una clarísima señal de la descomposición planetaria. Volvamos a la vida simple, frugal, que nuestra pobreza nos demanda. Erijamos nuevas ciudades, nuevas arquitecturas que sepan ser limpias, modestas y livianas. Busquemos la lógica, la simplicidad, la belleza. Todo esto es muy ajeno al actual sistema que se tambalea. El consumismo voraz, la corrupción política, la sumisión de la ciudadanía -por no decir su complicidad- la insolidaridad, muestran ahora y con claridad los esquemas erróneos y criminales que desembocaron en un estatus quo ahora en irreversible quiebra.

Afrontemos el futuro, asumamos culpas y errores, construyamos juntos, sobre estas ruinas, la ciudad venidera. Se sabe, es un asunto demasiado importante para ser dejado en las manos de los políticos. Tendrá que venir quizá una ordenada e incruenta insurrección civil. La agenda es vasta, los retos inmensos. No le hace. Como dijo Dylan, “we shall overcome”. Podremos librarla.

Pensemos, imaginemos, proyectemos. Es la hora de la esperanza y el coraje.

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Máquinas abyectas https://arquine.com/maquinas-abyectas/ Fri, 14 Feb 2020 14:24:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/maquinas-abyectas/ La destrucción del Polo Sur tuvo efectos mundiales que, pareciera, también acarrearon devastaciones urbanas. Una de las capitales afectadas fue Tokyo, sobre la que se construyó otra versión, Tokio-3, un emplazamiento que sigue la lógica de un búnker.

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La destrucción del Polo Sur tuvo efectos mundiales que, pareciera, también acarrearon devastaciones urbanas. Una de las capitales afectadas fue Tokio, sobre la que se construyó otra versión, Tokio-3, un emplazamiento que sigue la lógica de un búnker. Ante la inminencia de un ataque, todas las infraestructuras, como escuelas y vivienda, se ocultan a un nivel subterráneo para permitir que los mechas —un “transformer”, básicamente— puedan defender a los habitantes refugiados. Este es el paisaje sobre el que se narra la historia de Neon Genesis Evangelion, anime creado por Hideaki Anno y transmitido entre 1995 y 1996. Para escribir sobre esta serie, más vale mantener ciertas acotaciones temáticas; sus temas son inabarcables –y perturbadores–, y han provocado reflexiones académicas sus significantes teológicos, psicoanalíticos y semióticos. Anno partió de un género de acción, cuya fórmula es robot gigante salva al mundo, y lo deconstruyó hasta convertirlo en una exploración sobre las implicaciones psicológicas y tecnológicas del apocalipsis. Un posible equivalente a High Life (2018) de Claire Denis, Neon Genesis Evangelion es una puesta en crisis de las maneras en que la cultura audiovisual hegemónica ha celebrado los alcances tecnológicos para salvar el destino de la sociedad y del planeta. Desde el automóvil de Batman —una prótesis corporal que es armadura y arma para Bruce Wayne, un avatar del capitalismo— a las “guerras de titanes” de Guillermo del Toro, el relato cinematográfico sobre la robótica y la ingeniería que Occidente pronuncia es casi siempre apologético. La posición de NGE es más periférica, ya que se articula en el anime, un género cuyo consumo se encuentra mucho más segmentado que lo que están aquellos estrenos taquilleros del verano, aunque el temperamento de su historia es lo que genera un contraste mayor con estas producciones.

La ciudad y los mechas son, entonces, mi punto de partida. La ciudad devastada que recubre a la ciudad-búnker, y las máquinas que buscan evitar otra extinción, no son tecnologías que operan al margen de sus usuarios y habitantes. Ambos elementos son cuerpos que son organismo y son máquina, siguiendo el axioma que Donna Haraway utilizó para definir el funcionamiento y la ontología cyborg. En NGE, las máquinas pueden albergar infecciones micóticas, donar líquidos vitales para que su funcionamiento prosiga, o regenerar sus vértebras mecánicas bajo una forma más orgánica, como puede ser la de un brazo humano. Los mechas que protegen a la ciudad subterránea, llamados Evangelions o EVAs, “no son sólo máquinas, sino seres vivientes”, como señala Maya Phillips, ya que comparten un noventa y nueve por ciento de su funcionamiento corporal con el de los humanos. Dicha composición, entonces, no propone a un objeto manipulable según una serie de comandos predeterminados y finitos, sino una relación directa entre la ingeniería y la genética, lo que genera un sentimiento de deshumanización en sus pilotos, todos niños que no alcanzan la veintena de edad. Más que utilizar un arma al momento de salir al campo de batalla, lo que están utilizando son sus propios cuerpos. Si el EVA es lastimado, ellos experimentan la misma cantidad de dolor, y cualquier falla mortal en la superficie cromada del mecha equivale a su propia muerte. Phillips abunda en esta línea argumental diciendo que los EVAs, de hecho, son piel, ya que “los pilotos adolescentes se sientan en una cámara llena de una especie de líquido amniótico, y sus sistemas nerviosos están vinculados con los de los EVAs para que así sus cuerpos, a la manera de los fetos, sean alimentados mientras estén dentro del aparato.” Según la autora, esto genera una confusión entre el diseño y el cuerpo que se adapta a  su ergonomía, planteando la pregunta de si “lo humano define a las máquinas o si las máquinas definen a lo humano”. 

Por su lado, Tokyo-3 aparenta más de lo que en realidad es. Al principio, observamos una ciudad equipada para la prevención. Los sistemas de alarmas, las cámaras y los múltiples centros de albergue para los habitantes hablan de una relación que todas las ciudades mantienen con sus posibles desastres, establecida a través de espacios y sonidos que puedan proteger y alertar. Pero conforme nos adentramos al universo espacial de NGE, caemos en cuenta que Tokio-3 es un territorio que gestiona la información y los recursos, tanto energéticos como humanos, haciendo que todos los sectores de su perímetro formen parte de un organismo vivo que sólo funciona para defender. La ciudad como máquina de guerra. Además, la distinción entre aquellos sitios que están en la superficie y los que están por debajo de la misma, o bien, entre sus centros más densificados y sus periferias más campiranas, no es del todo clara, lo cual  provoca un sofocamiento laberíntico en el espectador y en los protagonistas de NGE, quienes experimentan a su ciudad como un lugar del que siempre hay que estar huyendo. De igual manera, el territorio es uno que controla los recursos y la visión misma  de sus habitantes. Cuando se decide no informar a los tokiotas-tres sobre los ataques que están ocurriendo en la superficie, los científicos que, a su vez son los responsables de la producción de EVAs, deciden cortar las transmisiones televisivas. Si uno de los EVAs está falto de potencia, toda la ciudad se apaga para que toda la fuente energética pueda mantener la vida, literal y mecánica, del piloto-mecha. Por su parte, una de las escuelas de Tokyo-3 opera más bien como un centro de reclutamiento de pilotos, lo que pone en evidencia que, en los parámetros políticos y éticos de esta ciudad, los niños son los primeros en sacrificarse. 

Pero, ¿qué es lo que combaten los EVAs? ¿Cuál es la misión que cumplen? Los monstruos que asedian a Tokio-3 son ángeles, en un sentido literal. No son mutantes a los que se les bautiza como tales, son verdaderos emisarios divinos que, al principio, no se sabe muy bien si buscan exterminar al centro de operaciones donde se manufacturan los EVAs, a la ciudad o a la humanidad en su totalidad. La presencia de los ángeles pareciera ser la consecuencia del exterminio del Polo Sur que, conforme se desarrolla la historia, se aclara que fue orquestado por los mismos humanos que crearon los organismos mecanicistas que aprisionan a los niños, los cuales también les proveen de los mismos alcances destructivos que contiene cualquier bomba atómica. “La primera explosión real y simbólica en Hiroshima abrió el espacio para experimentar el miedo cósmico”, reflexiona Paul Virilio en La administración del miedo (Semiotexte, 2012). Para el urbanista, la existencia de estas tecnologías desdibujan los límites entre lo secular y lo religioso, ya que su construcción habla de cómo la ciencia puede ponerse al servicio del apocalipsis. Virilio prosigue: “El terror no es sólo un fenómeno emocional y psicológico sino que también es uno físico, en el sentido de que es producido por la física y las leyes del movimiento, algo que se encuentra relacionado con lo que llamo la aceleración de la realidad.” Este terror se encuentra en una estrecha relación con el desarrollo de la tecnología y, de hecho, la producción misma de esta tecnología es la que administra el miedo a través de acciones que van, por ejemplo, desde la supuesta destrucción de armamentos nucleares a las pruebas públicas de los mismos. La presencia de estas máquinas no se reduce a su exposición mediática, también están sostenidas en presupuestos que destinan los gobiernos a la investigación en ingeniería y  computación, entre otras técnicas. Son aparatos ideológicos. Este desplante de tecnología tan ingente es lo que lleva a Virilio a concluir que las ciudades en guerra están ocupadas en los físico y en lo mental. El miedo es  un ambiente, es el aire que habitamos. Según Virilio, es una realidad que establece relaciones basadas en el pánico entre la tierra y el universo. La mortalidad de la ecología, la evanescencia de lo humano, la transmutación de lo corporal en lo maquinínico son algunos de los ejes que enturbian cualquier noción sobre lo que pensamos que es vida.

En el interior de los EVAs, los protagonistas comienzan a sufrir crisis mentales. Las divisiones entre su cuerpo biológico y el funcionamiento de las armas se pierden cada vez más. La ciudad, por otro lado, comienza vaciarse cada vez más, y sólo la mantienen operando los científicos a la manera de una coraza contra los ángeles, ya que persiste su empeño en sobrevivir, aunque no dejan de usar a quienes se quedan como la carne de cañón para su guerra. Sin embargo, comienza a filtrarse la verdadera causa que llevó al Polo Sur a su extinción entre los protagonistas: la obsesión tecnológica, el constante “progreso” de los científicos que logran hacer que los robots tengan consciencia. El final de NGE se concentra en tomar una decisión. Hemos llegado hasta este punto en el que ya no es posible hablar de biología, y el paso lógico es acabar con la vida humana en la tierra. Deben atreverse los científicos, los niños, los soldados y los robots a irse en una relativa paz. 

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Isaac Asimov: no lo sé, pero puedo adivinar https://arquine.com/isaac-asimov-no-lo-se-pero-puedo-adivinar/ Thu, 02 Jan 2020 18:57:46 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/isaac-asimov-no-lo-se-pero-puedo-adivinar/ En 1964, escribiendo del mundo que imaginaba para cincuenta años en el futuro, Isaac Asimov escribió: "Se me ocurre que los hombres continuarán retirándose de la naturaleza para crear ambientes que les resulten apropiados."

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El 16 de agosto de 1964, Isaac Asimov publicó un texto en el New York Times tras visitar la Feria Mundial de Nueva York. Asimov se preguntaba cómo sería la vida cincuenta años después, en el 2014. “No lo sé, pero puedo intentar adivinar,” dijo.

“Se me ocurre que los hombres continuarán retirándose de la naturaleza para crear ambientes que les resulten apropiados. En el 2014, paneles electroluminescentes serán de uso regular. Los techos y los muros brillarán sutilmente y con una variedad de colores que cambiarán con el toque de un botón. Las ventanas ya no serán más que un toque arcaico e incluso cuando existan estarán polarizadas para bloquear la fuerte luz del sol. El grado de opacidad podra incluso hacerse variar de manera automática de acuerdo a la intensidad de la luz que reciban.”

Asimov menciona una casa subterránea que se exhibía en la Feria. Según Jen Carlson, la casa subterránea había sido financiada en parte por Jerry Henderson, fundador de Avon Cosmetics, y fue construida por los hermanos Jay y Kenneth Swayze. En el folleto que la presentaba se lee que “la necesidad para una mejor vida, la voluntad de controlar la manera de vivir, ha llevado a la gente a alejarse de climas poco saludables o agradables, del aire contaminado por desechos, de las invasiones a la privacidad y de los asaltos del ruido. Ese movimiento puede ser cruzando el continente, cientos de millas, o sólo unos cuantos pies…” ¡hacia abajo! Asimov imaginó que en el 2014 habría ciudades enteras subterráneas “incluyendo jardines vegetales cultivados mediante luz forzada,” mientras que la superficie estaría “dedicada a agricultura a gran escala, prados y parques, con menos espacio desperdiciado en la ocupación humana”.

También habla de gadgets que “continuarán liberando a la humanidad de trabajos tediosos. Se diseñarán unidades de cocina que prepararán “autocomidas”, calentando agua y haciendo el café.” Según Asimov, los desayunos serían “ordenados” la noche anterior para estar listos a una hora específica a la mañana siguiente, aunque sospechaba “que incluso en 2014 aún será aconsejable tener un pequeño rincón en la unidad de la cocina donde se puedan preparar a mano las comidas individuales.” Escribió que “los robots no serán comunes ni muy buenos en 2014, pero existirán.” Y agregaba que “si las máquinas son tan inteligentes hoy, ¿qué puede no estar en proceso dentro de 50 años? Tales computadoras serán miniaturizadas y servirán como «cerebros» de los robots.”

En The Caves of Steel —novela parte de la serie Robot— publicada diez años antes, en 1954, Asimov escribió:

“No puedes dispersar 8 mil millones de personas sobre la Tierra en pequeños domos. […] La eficiencia fue forzada en la Tierra por el aumento de la población. Dos mil millones, tres mil, incluso cinco mil puede sostenerlos el planeta bajando progresivamente el nivel de vida. Pero cuando la población llega a 8 mil millones la semi-hambruna llega a ser la realidad de cada día. Hace falta un cambio radical en la cultura del hombre. […] El cambio radical ha sido la formación gradual de Ciudades a lo largo de miles de años de la historia de la Tierra. La eficiencia implicó el gran tamaño. […] Más y más pueblos, villas y «ciudades» de la Tierra terminaron devoradas por las Ciudades. La cultura de las ciudades significó óptima distribución de comida, utilizando levaduras y cultivos hidropónicos. […] Cada ciudad se volvió una unidad semi-autónoma, económicamente autosuficiente. Podía techarse, enterrarse. Se convirtió en una cueva de acero, una tremenda cueva autocontenida de acero y concreto. Se dispuso científicamente. Al centro había un enorme complejo de oficinas administrativas. Orientados cuidadosamente en relación uno al otro y al conjunto había grandes secciones residenciales conectadas por autopistas y caminos locales. A las afueras había fábricas, plantas hidropónicas, cultivos de levadura, plantas de energía. A través de todo el conjunto había ductos de agua y drenaje, escuelas, prisiones, tiendas, líneas de alimentación y rayos de comunicación.

No había duda: la Ciudad era la culminación del dominio del hombre sobre el entorno. No el viaje espacial, no los cincuenta mundos colonizados que no eran tan independientes, sino la Ciudad.”

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¿A dónde se fueron todas las flores? https://arquine.com/a-donde-se-fueron-todas-las-flores/ Thu, 12 Dec 2019 07:00:26 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/a-donde-se-fueron-todas-las-flores/ Ana Jeinić analiza cómo nuestra comprensión actual y conflictiva del futuro, atrapada en el presente o mirando hacia un nostálgico retro-futuro pasado, está comenzando a manifestarse en el pensamiento arquitectónico y señala el camino hacia transformaciones nacientes de la disciplina arquitectónica.

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En su libro elocuentemente titulado  After the Future, Franco Bifo Berardi escribió: “Quiero rebobinar la evolución pasada del futuro para comprender cuándo y por qué fue pisoteado y ahogado”.[1] Esta afirmación revela una contradicción deliberada en la relación con el futuro que caracteriza nuestra era: tendemos a hablar sobre el futuro en tiempo pasado. Como señala Berardi, la actitud genuinamente futurista de la época moderna con su firme creencia en el progreso ha sido reemplazada gradualmente por opiniones y expectativas bastante escépticas con respecto al futuro de la sociedad global. En las últimas décadas del siglo XX, con sus recurrentes crisis económicas, los informes desalentadores al Club de Roma y el colapso aparentemente definitivo del proyecto comunista de vanguardia, la imagen de un futuro brillante y abierto comenzó a descomponerse.

La reacción fue una retirada hacia el presente tangible pero altamente inseguro, cuyo carácter restrictivo ha sido oscurecido de alguna manera por las infinitas extensiones y multiplicaciones de sus tecnologías de comunicación basadas en los medios. Como lo expresó Marc Augé vívidamente: “Las innovaciones tecnológicas explotadas por el capitalismo financiero […] están promoviendo una ideología del futuro ahora, que en verdad paraliza todo pensamiento sobre el futuro”.[2] La verdadera razón detrás de un encarcelamiento tan deliberado en el presente vulnerable no es más que miedo: el miedo al acecho de escenarios futuros aparentemente inmutables y potencialmente desastrosos. Como resultado, se ignora el temido futuro.

Parece que toda la dimensión del futuro, como una constante antropológica de la existencia humana, se ha exprimido y atraído hacia el momento presente: “el futuro es ahora” se ha convertido en el eslogan de nuestra era post-futurista y, por lo tanto, como a menudo sucede, son las instituciones arquitectónicas, los teóricos y los profesionistas han estado entre los más ansiosos por discernir y acoger el espíritu de la época.[3] Pero el futuro reprimido e implosionado reaparece en formas distorsionadas, como el miedo explosivo a los futuros desarrollos apocalípticos relacionados con el cambio climático, la devastación ambiental, las catástrofes tecnológicas, las guerras globales y la migración masiva, o como el nostálgico recuerdo de “la era que tuvo futuro.”

Estas dos nociones pervertidas del futuro están en la raíz de nuestra creciente fascinación por las ruinas de la modernidad. Los desolados entornos modernistas desencadenan y alimentan la nostalgia de la era “ingenua” del progreso y la felicidad, mientras que simultáneamente prefiguran el futuro distópico de nuestras pesadillas. Por el momento, sin embargo, nos liberan del miedo asociado con tales expectativas catastróficas al convertir la distopía de la descomposición en un fenómeno estético atractivo. La contradicción, el malestar y la desesperación que caracterizan la relación de nuestra generación hacia el legado futurista han sido capturados incisivamente por el joven fotógrafo croata Bojan Mrđenović en su serie de fotos titulada Budućnost (Futuro) —la serie muestra los edificios comerciales en descomposición que solían pertenecer a la una vez exitosa compañía socialista del mismo nombre. La señalización del nombre de la compañía todavía es visible en el frente de cada edificio, plantado de manera sugestiva sobre los restos abandonados de lo que se suponía que sería nuestro futuro.

Frente a la exasperación que emana de las fotografías de Mrđenović, uno no puede sino preguntarse: ¿cómo es posible que hayamos aceptado el colapso de todas las valientes proyecciones futuras de las generaciones anteriores, al tiempo que renunciamos deliberadamente a la nuestra? ¿Cómo es posible que incluso los movimientos políticos más radicales de las últimas décadas se hayan satisfecho con subvertir, mitigar o simplemente desacelerar el curso devastador de la reestructuración neoliberal impulsada por la crisis (con todas sus trágicas consecuencias sociales y ambientales), sin trabajar? fuera entre ellos alternativas integrales de futuro? La razón del predominio del “rechazo” y la casi desaparición de las formas “proyectivas” de compromiso político debe buscarse en los efectos de la ideología neoliberal, más específicamente, en la función peculiar que el término “totalitarismo” ha asumido dentro de este marco ideológico. Como observaron con precisión Gal Kirn y Robert Burghardt, el discurso contemporáneo del totalitarismo “descarta todo lo que desafía el orden actual como una amenaza a la libertad”,[4] bloqueando de esta manera cualquier intención “de abrir el presente hacia el futuro.”[5] En ese contexto, la relación con los restos del pasado (revolucionario) tampoco puede ser productiva; en lugar de estar sujeto a análisis crítico y reevaluación, el pasado está “congelado” como el trabajo de la nostalgia pasiva.

Al mismo tiempo, privado de su papel más fundamental de “traer el cambio”, el futuro se ha vuelto sujeto a especulaciones a corto plazo y de interés propio, que carecen de cualquier aspiración de cambiar el orden actual, sino que simplemente proyectan las tendencias de desarrollo existentes en el futuro, convirtiéndolo en una fuente de ganancias. De hecho, los beneficios esperados de los operadores financieros, las compañías de seguros, las agencias inmobiliarias y las corporaciones globales dependen de la previsibilidad básica del futuro y cualquier ruptura grave en el transcurso del tiempo previsto es suficiente para reventar la burbuja de la especulación. Además, las expectativas futuras especulativas se proyectan de regreso al presente, cerrando el ciclo temporal que socava cualquier posibilidad de transgresión, cuando, por ejemplo, las compañías de compras en línea usan nuestras compras anteriores para estimar nuestros “deseos futuros” y enviárnoslos en forma de sugerencias de compra personalizadas, en realidad impiden cualquier cambio significativo en nuestros gustos, intereses y patrones de comportamiento.

Atrapado en un cuadrilátero formado por miedos distópicos fatalistas, duelo nostálgico pasivo, el discurso obstaculizador del totalitarismo y el bucle temporal circular de la especulación orientada a las ganancias, el futuro parece haber perdido su potencial transformador vital. Se puede afirmar razonablemente que la imaginación cultural compartida de la sociedad global ha entrado en la etapa post-futurista. Reconocer esta condición inquietante, al tiempo que descarta la ilusión de que la arquitectura simplemente podría permanecer intacta, presenta una tarea importante para la teoría arquitectónica contemporánea. Comprometerse con esta tarea no significa ser demasiado modesto o pesimista; de hecho, reconocer algo es el primer paso para superarlo.

Consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, muchos profesionales de la arquitectura, activistas e investigadores han iniciado el proceso mediante el cual el proyecto arquitectónico se está adaptando de diversas maneras al espíritu de la época post-futurista. Estas estrategias de adaptación complejas y múltiples están en espera de ser discernidas, entendidas y examinadas. Más aún porque los cambios resultantes se refieren a la idea misma del proyecto como la categoría central del diseño arquitectónico. En el sentido convencional del término, el proyecto arquitectónico siempre ha sido un “proyecto del futuro”. Por ejemplo, al diseñar una casa un arquitecto imagina con la ayuda de dibujos, modelos, etc., algo que aún no existe en el presente, pero que posiblemente existirá en el futuro. Teniendo esto en cuenta, es posible imaginar el impacto que la continua implosión social del futuro está ejerciendo sobre la arquitectura como disciplina. La siguiente breve consideración de las diversas estrategias de diseño post-futurista que están surgiendo debe entenderse como un primer paso hacia una evaluación analítica, aún incompleta, de las transformaciones de la disciplina arquitectónica en un contexto cultural moldeado por las crisis de el futuro.

Arquitectura temporal (el futuro ahora)

Las construcciones emergentes, el diseño táctico, las intervenciones espaciales temporales, el urbanismo informal, la planificación flexible, la arquitectura guerrillera y conceptos populares similares tienen todos, a pesar de las considerables diferencias en el contexto de su aplicación y las ambiciones de sus protagonistas, algo en común: no están construidos para el futuro, sino para aquí y ahora. Renuncian deliberadamente a la durabilidad y aceptan (o incluso promueven) lo efímero como la condición social incontestable. Fusionan la distancia temporal entre el desarrollo del proyecto y su materialización. El “proyecto” queda absorbido por la “práctica”.

Futuronostalgia (llorando la forma pura)

En la larga historia de la arquitectura, hubo períodos recurrentes en los que (después de una era de invenciones y revoluciones) se recuperaron y restablecieron viejas normas y valores. Sin embargo, hay algo bastante específico sobre la versión contemporánea del recuerdo de la arquitectura de su pasado reciente. Es exactamente el futurismo de la época anterior (con una forma radical, intransigente y pura como su expresión arquitectónica) lo que se ha convertido en un extraño objeto de nostalgia. En consecuencia, no se anhela un lenguaje formal específico, sino la forma en sí misma: forma firme, clara y absoluta, opuesta a la flexibilidad efímera de un mundo conformado por capital financiero, guerras permanentes, crisis climáticas y migraciones masivas. Por su tenaz apoteosis de la forma arquitectónica, la “arquitectura incondicional” (como la etiquetaron los editores de Arch + Magazine[7]) es en sí misma una expresión del miedo profundamente arraigado y completamente legítimo de que, en el capitalismo contemporáneo, la arquitectura se vea amenazada no sólo por la pérdida de su integridad disciplinaria sino de su misma razón de ser. De hecho, el espacio de las transacciones financieras en tiempo real no necesita arquitectura, ni futuro ni política.

El utopismo salvador (en espera del desastre)

La única forma de arquitectura verdaderamente utópica, que florece en nuestra era esencialmente anti-utópica, abarca proyectos de superestructuras del futuro de alta tecnología, autosuficientes, “inteligentes” y “verdes”. Estos proyectos tienen mucho en común con las utopías futuristas de la alta era moderna: fe en el desarrollo tecnológico, la  gran escala espacial de las intervenciones propuestas, los cambios radicales en los estilos de vida prevalecientes y sus condiciones materiales y, por último, pero no menos importante, la orientación futurista en sí. Sin embargo, existe una diferencia crucial en la forma en que los arquitectos visionarios modernistas entendieron y se relacionaron con el futuro en comparación con sus sucesores contemporáneos. Parece que el futuro cambió su signo de positivo a negativo: si la función de las utopías modernistas era anticipar el futuro prometedor, el papel de las utopías “salvadoras” de nuestra era es salvarnos (o al menos a algunos de nosotros) de los efectos de los escenarios futuros apocalípticos (cambio climático, desastre ecológico, agotamiento de recursos, escalada de pobreza, migraciones forzadas, etc.). Las construcciones flotantes para migrantes climáticos, los oasis encapsulados de alta tecnología en regiones afectadas por la desertificación, los sistemas inteligentes de vigilancia para ciudades en la “era del terror” o los entornos artificiales para la preservación de especies en peligro de extinción no nos prometen un futuro brillante.

Interpretectura (reflexionar en lugar de proyectar)

Si “hacer preguntas en lugar de proporcionar respuestas definitivas” contaba hasta hace poco como la fórmula privilegiada para el arte “puro” (no aplicado), durante las últimas décadas esto ha sido apropiado gradualmente por la arquitectura. Peter Eisenman ya utilizaba el proyecto arquitectónico como una herramienta para la interpretación “crítica” y la “deconstrucción” de fórmulas de diseño heredadas y no tanto para anticipar el futuro. Si bien el gesto interpretativo de Eisenman se dirigió a la gramática formal del diseño arquitectónico, los arquitectos reflexivos de una o más generaciones recientes se han preocupado más por la dimensión cultural, ecológica o política del entorno construido. Sin embargo, todos comparten la tendencia a maximizar la dimensión analítica de un diseño y al mismo tiempo minimizar su componente proyectiva. En lugar de prever el futuro, el proyecto analítico revela, interpreta, cuestiona, recombina, polariza, radicaliza, politiza o subvierte el presente.


Tarde o temprano, el futuro se liberará de su encarcelamiento temporal. El fatalismo neoliberal será reemplazado por el principio de esperanza; la nostalgia dará paso al recuerdo productivo; la idea del totalitarismo dejará de funcionar como un arma ideológica y se convertirá en un recordatorio crítico; la especulación no servirá al individualismo pragmático, sino al “comunismo utópico”. El futurismo modernista será reevaluado críticamente, dando paso a una nueva noción del proyecto emancipador, orientado hacia el futuro. De hecho, hay buenas razones para creer que el proceso de la resurrección del futuro como foco central de la política radical ya se ha desatado.[8]

Sin embargo, es completamente erróneo suponer que solo los arquitectos pueden revivir la idea del futuro en una condición cultural que todavía está definida por su crisis general. Si se separa de los movimientos sociales más amplios y los esfuerzos políticos, la arquitectura, presumiendo seguir siendo el último bastión del futurismo en medio de una cultura esencialmente no futurista, no puede dejar de sucumbir al ingenuo pseudo-utopismo de aquellos que aspiran a eliminar los problemas sociales a través de soluciones técnicas. La práctica de la arquitectura puede convertir las perspectivas futuras producidas socialmente en formas espaciales tangibles, pero no puede inventar nuestro futuro para nosotros.


Notas:

1 Franco Berardi, After the Future, editores Gary Genosko and Nicholas Thoburn (Edinburgo/Oakland/Baltimore, AK Press, 2011), p. 19.
2 Marc Augé, The Future (London/New York: Verso, 2014), p. 3.
3 En el 2016 la consigna “El futuro es hoy” se usó como título de distintos eventos y publicaciones —por ejemplo, el número 999 de Domus (febrero 2016), la Conferencia Nacional de Arquitectura de Australia, que tuvo lugar en Adelaide entre el 28 y el 30 de abril del 2016, y la Semana Internacional de la Arquitectura de Belgrado, del 5 al 28 de mayo.
4 Gal Kirn and Robert Burghardt, Yugoslavian Partisan Memorials. Between Memorial Genre, Revolutionary Aesthetics and Ideological Recuperation, Manifesta Journal 16, p. 74.
5 Ibid.
6 Para el concepto de tiempo asociado estas ideas ver Armen Avanessian y Suhail Malik, The Speculative Time-Complex, (visto en junio 2016).
7 Véase Arch+ 214 y 215 (primavera 2014).
8 Véase por ejemplo Pierre Rimbert, Contester sans modération, Le Monde diplomatique #746 (mayo 2016), p. 3.


Ana Jeinić es candidata a doctora en el Instituto de Teoría de la Arquitectura, Historia del Arte y Estudios Culturales en Graz, donde también enseñó de 2010 hasta 2015. Estudió arquitectura y filosofía en Graz, Venecia y Delft, y se graduó en 2009 de la Universidad Tecnológica de Graz. En 2014 fue investigadora invitada y profesora en la Universidad de Edimburgo. Es coeditora y coautora del libro Is There (Anti) Neoliberal Architecture?, y colaboradora habitual de GAM —Graz Architecture Magazine. Su proyecto curatorial, Arquitectura después del futuro, recibió la Beca Margarete Schütte-Lihotzky 2016. Su investigación se centra en la relación entre los conceptos arquitectónicos y las estrategias políticas en la era del neoliberalismo.


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