Resultados de búsqueda para la etiqueta [Fronteras ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 08 Jul 2024 19:34:37 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La reja negra. El confort de nuestro ensimismamiento https://arquine.com/la-reja-negra-el-confort-de-nuestro-ensimismamiento/ Tue, 23 May 2023 15:37:19 +0000 https://arquine.com/?p=78880 Cuando se habla de fronteras, solemos pensar en grandes muros, o en rejas negras que separan espacios, barrios, incluso países. Pensamos los bordes como barreras (boundaries) y pocas veces lo hacemos imaginando tierras de encuentro (borderlands).

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Ya está cerrada con tres candados y remachada la puerta negra…tal cual dice la canción que cantaban los Tigres del Norte, por ahí de 1986, perteneciente al álbum “Gracias América…SIN FRONTERAS”, encontré la “reja negra” que con tres candados separa de manera rotunda a dos colonias donde predomina la vivienda unifamiliar en los suburbios de la Ciudad de México. 

Es imposible pasar al otro lado, se necesitan tres llaves, astucia y un poco de fuerza. Sólo eso para poder hacer uso y tener la oportunidad de disfrutar de un parque que, en su origen, nació público y que el día en que quise llegar hasta él, no logré el objetivo.

 

¿Qué nos divide?

Cuando se habla de fronteras, solemos pensar en grandes muros, o en rejas negras que separan espacios, barrios, incluso países. Pensamos los bordes como barreras (boundaries) y pocas veces lo hacemos imaginando tierras de encuentro (borderlands).

Pero, detengámonos un poco en cada caso. ¿Qué significa pensar en barreras? Una barrera, además de separar, atribuye identidades distintas de un lado y de otro. Entonces, aunque los que quedan dentro de la barrera se cohesionan, quienes quedan fuera son los otros, los extraños, los peligrosos: nace el miedo.

Por otro lado, las tierras fronterizas, lejos de ser una barrera se pueden considerar espacios heterotópicos si hacemos caso a Foucault. En esos lugares lo ordinario se desvanece porque ahí es donde nace lo nuevo, posibilitado por el encuentro de las diferencias. Las tierras fronterizas o borderlands son, en este sentido, espacios de recreación y emergencia de nuevas identidades en las cuales la lógica ordinaria de los “centros” territoriales ya no tiene más sentido. Y, afortunadamente, en dichos lugares lo que antes suponía una disyuntiva (o eres de aquí o eres de allá), se convierte en la aparición del tercero excluido: ni lo uno ni lo otro, sino algo más que ello.

Las barreras, como las tierras fronterizas, pueden ser pensadas como cuestiones concretas: un muro, o Tijuana y San Diego… pero también son metáforas que se afincan en las microfronteras de la escala barrial que no sólo emergen objetivamente sino también como el efecto de prejuicios, los estereotipos, las conductas y particularmente: el miedo.

Miedo por desconocimiento, por pereza, por facilidad, por costumbre, el miedo nace cuando concibo al otro como una amenaza y no una posibilidad. El miedo convierte a la potencial tierra fronteriza por nacer, en una barrera (boundaries) (Tlostanova, 2017). El miedo nace con una reja y tres candados. El miedo es tan grande como el grosor de las cadenas, la cantidad de candados, la altura de los bordes y las púas que los rematan.

Como consecuencia del miedo, se privatiza lo que por definición es público. Aquí el problema subyace en que lo público sólo funciona como definición jurídica y no como una manera de comprender cotidianamente los bienes compartidos. Lo que sí se comprende en esta lógica de las barreras es la noción de lo privado que se utiliza como táctica o estrategia defensiva ante lo que parece ser una amenaza: el otro. 

Entonces, proliferan las rejas entre colonias (que, por cierto, son ilegales), proliferan los controles de acceso a los “fraccionamientos” y, en ocasiones, la prohibición del acceso peatonal a cualquiera que no se identifique como residente. Se obstruye entonces la accesibilidad y el derecho constitucional mismo al libre tránsito.

¿Cómo combatir el miedo hacia la alteridad? Puede sonar extraño, pero en la imaginación está la respuesta ya que es ella la simiente de la empatía: ¿Cómo ponerme en el lugar de otro cuya vida me es completamente ajena? Con imaginación. Y ¿cómo estimular esa imaginación? Con el cultivo de la sensibilidad y también del conocimiento. Quienes viven atrapados en las inmediaciones de sus rejas físicas e imaginarias se niegan a la posibilidad de que otros mundos, otras personas, otras creencias, otras prácticas sean posibles. Limitan su potencial para crecer y conocerse a través de la otredad.

Si bien la naturaleza del ser humano es la búsqueda de protección, resulta conveniente analizar el significado de dicho concepto para comprender de qué debemos protegernos, por qué y sus circunstancias.

En ese sentido, ¿en qué medida el miedo es objetivo o forma parte del imaginario colectivo que se alimenta de percepciones distorsionadas? Miedo a perder bienes personales, a la irrupción de la supuesta tranquilidad que deseamos en una calle terciaria. Miedo a que “otro” ocupe un lugar que me he adjudicado como propio y cuyo uso restrinjo con macetas, botes o huacales de fruta. 

Una de las razones del sentimiento de “invasión”, “peligro” o “vulnerabilidad” que sentimos hacia la posibilidad de perder nuestra forma de vida por la llegada de personas “ajenas” a la colonia donde vivimos (por poner un ejemplo), nace del desconocimiento, la falta de entendimiento de las dinámicas urbanas o creencias forjadas en el imaginario colectivo.

Las ciudades y sus barrios cambian continuamente de acuerdo con las necesidades de sus habitantes y, de una manera u otra, se autorregulan y reconfiguran a lo largo del tiempo. Pretender que se mantengan intactas no es más que un deseo imposible. Es por ello por lo que un barrio, que en su origen se destinó a la vivienda, se suele transformar poco a poco en un espacio con usos comerciales, derivado de la necesidad de abastecimiento de sus habitantes.

Pensar que, en un lapso de cinco años, la cantidad de vehículos que transitan por una vialidad no va a cambiar, es ingenuo. Sin embargo, con base en la creencia de que todo pasado fue mejor, hay una resistencia natural al cambio y a la disposición de conocer otras formas de ser, de habitar, de convivir.

La ciudad como producción social la construimos entre todos. Somos nosotros quienes fomentamos barreras, segregación y hostilidades objetuales y territoriales que radican en cuestiones de orden socioeconómico, étnico, cultural, ideológico. Pensar y cuestionar nuestras creencias, ayudará a romper prejuicios y etiquetas que, lejos de proteger, aíslan y debilitan el tejido social.

Sobre la diferencia podemos construir lo colectivo, cambiando rejas por espacios de hibridación. No se trata de encontrar lo que se tiene en común, sino de crearlo partiendo de nuestras diferencias, sin que eso implique desdibujarlas. Esto no se da solo pues requiere apertura, trabajo y voluntad.

La manera de contemplar la otredad define la existencia de barreras o espacios de encuentro. Si la entendemos como enemigo, habrá de exterminarse (Carl Schmitt); si lo asumimos como adversario, aún manteniendo el desacuerdo, cabe la posibilidad de llegar a una negociación (Chantal Mouffe). Por lo tanto, el camino que proponemos, es romper el prejuicio para colaborar, pero ¿quién da el primer paso?, o será que ¿quizás no estamos dispuestos a renunciar al confort de nuestro ensimismamiento?

 

Fin de la anécdota

Yo miraba a través de la reja tratando de encontrar diferencias entre las colonias, aunque en nombre distintas, comparten a simple vista las mismas características.

La privatización ilegal de un espacio público o de vialidades tras el argumento de la “inseguridad” como un ente que continuamente acecha, esconde miedo y prejuicio de lo que es distinto, lejos de proteger y fomentar el tejido social, lo desgarra y erosiona…. como mis ganas de querer regresar al sitio en que no fui bienvenida.

Finalmente caminé una distancia tres veces mayor de lo originalmente estimado. Los barrotes cumplieron su función, y mientras volvía a casa bordeando una de las islas urbanas que construimos desde el prejuicio, me preguntaba si las divisiones tienen sólidas razones para desmoronar mi romance y esperanza en la construcción de una colectividad. 

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De las entretierras (que unos llaman fronteras) y de desarraigos https://arquine.com/de-las-entretierras-que-unos-llaman-fronteras-y-de-desarraigos/ Tue, 28 Feb 2023 03:12:38 +0000 https://arquine.com/?p=75943 En este texto, conversamos acerca del desarraigo como problema concreto, y como apertura también del pensamiento. La relación entre arraigos y desarraigos, tanto materiales como simbólicos, es una condición vital. Jorge Choy, chiapaneco y mexicano, es estudiante de doctorado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin. El enfoque de su investigación tiene por tema la migración internacional en México con énfasis con las poblaciones centroamericanas.

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Una conversación con Jorge Choy-Gómez

En colaboración con Diseño Detonante 

 

 

Introducción

En otros espaciosy escritos, hemos lanzado una primera provocación: pensar acerca de las tierras del entre, de esos espacios que pueden hacerse por todxs, de esos lugares de promesa de forjar mundos inéditos… Por otro lado, también sabemos que todo espacio del entre, también puede ser frontera, espacio de desencuentro y desarraigo. 

En este texto, conversamos acerca del desarraigo como problema concreto, y como apertura también del pensamiento. La relación entre arraigos y desarraigos, tanto materiales como simbólicos, es una condición vital. El desarraigo permite transformarnos y dar lugar a la recreación en múltiples niveles, es la posibilidad de desobedecer los mandatos que no permiten el despliegue vital. Sin embargo, cuando es impuesto es amenaza de muerte, y es, paradójicamente, el fin de la vida, del despliegue, es la esterilización misma de la tierra que ha sido nutrida episódicamente en la historia de cada cual. 

Sabemos que hoy en día, la migración es un problema de escala mundial, y es un problema diferenciado que no trata a todxs de la misma manera. La condición nomádica de lo humano se despliega de manera paradojal entre quienes pueden mudar-se y quienes no encuentran otra salida ante el despojo y la violencia. En medio de esa multiplicidad de manifestaciones migratorias, en México se atraviesa una crisis fronteriza que queremos profundizar en nuestra conversación.

Asimismo, ¿qué supone el “arraigo” de la asimilación cultural que no es sino la otra cara de la moneda de un desarraigo forzado de las identidades, no entendidas como una fijación inamovible, sino como el reconocimiento de la propia autobiografía? ¿Cómo lo viven quienes migran en condiciones forzadas? Por otro lado, ¿qué se observa en quienes censuran la posibilidad de ser afectados por la diferencia delx otrx, cómo se despliega ese miedo? ¿acaso algo de todo esto condiciona la política fronteriza actual? ¿qué transformaciones podríamos operar para ir del desarraigo que mata al desarraigo que abre la posibilidad de una tierra “por venir” (una “borderland”)? ¿qué papel juega el diseño (espacial, objetual, etc. en estas condiciones de entretierras?

Jorge Choy, chiapaneco y mexicano, es estudiante de doctorado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin. El enfoque de su investigación tiene por tema la migración internacional en México con énfasis con las poblaciones centroamericanas. Como tal, el problema por supuesto toca la frontera sur de México y la frontera norte con Estado Unidos.  

 

Aura

Entre uno de múltiples problemas por conversar, está el del desarraigo. Nosotras, Caro, Héctor y yo consideramos que una cosa es desarraigarse de viejas ideas que fijan identidades y que no permiten relacionarse con otras formas de ser en el mundo. Pero otra, es ser desarraigado por la fuerza, siendo oprimido y borrado. 

En este tenor, el tema migratorio nos parece esencial y muy significativo pues justo la crisis migratoria en México no es un asunto que se viva meramente en las fronteras, sino a lo largo del territorio ¿no? Por otro lado, de acuerdo con el foco de tu investigación actual me parece particularmente necesario que nos platiques acerca de las particularidades de la experiencia de los menores de edad que van recorriendo el territorio en estas situaciones…

Carolina 

De alguna manera tengo un conocimiento propio de la experiencia migratoria, pero también sé qué hace diez años no es igual que ahora, sé que las leyes se han recrudecido. Además, en mis tiempos no había esas caravanas, no había nada de eso. 

En ese entonces yo iba con mucho miedo, pero no sucedía algo que se ve mucho ahora y que es de estos niños/niñas que son enviadas solas de alguna manera ¿no? Sería interesante saber si conoces las razones, porque me interesa mucho unir las causas a los efectos: en la migración, y en muchas cosas, no hay un planteamiento relacional en el que realmente se reconozcan que los países tienen un sistema neoliberal, que su economía y todo ha sido intervenido y por esto es por lo que la gente migra allá a Estados Unidos. Hay quienes creen que uno llega porque “qué chévere estar allá” y no es esa la razón. 

Por eso, tengo la curiosidad de si has podido conversar con los papás/mamás y saber acerca de esta experiencia; además de que también los niños/niñas son seres de decisión y se pensar que no saben y que no tienen decisión, ¿cómo es ese proceso con ellos/ellas?

Jorge

Bueno yo creo que ahí hay varias cosas. Quizás el tema de los menores no acompañados es bastante complejo, no sólo en términos de la experiencia de estos niñxs, de estos menores que cruzan o que caminan, sino en la propia definición de no acompañados; podíamos empezar con eso.

En términos legislativitos, un menor no acompañado –al menos en caso de la legislación mexicana que es la que más conozco– es un menor que no viaja con sus padres, o con un tutor legalmente designado en su país: por ejemplo, si no viaja con la abuela que legalmente tiene la tutoría. En ese sentido, no es acompañado por su tutor legal, pero si puede estar viajando con otro familiar.

A lo largo de la conversación voy a estar haciendo mucho énfasis en el uso de las palabras que creo que tendemos a regularizar y normalizar; ciertas palabras que tienen un impacto formal y psíquico con el uso del mismo término para poder explicar un fenómeno. En este sentido, creo que cuando nos referimos a no acompañados estamos englobando una diversidad de experiencias que son muy diferentes entre ellas mismas, aunque todas tienen como eje el tema de que son menores de edad, lo cual implica otros problemas: menores de edad puede ser desde una persona de 17 años y 364 días hasta un niño de 6. Este es un rango de experiencias totalmente diferente y muy compleja cada una. Podríamos empezar explicando la complejidad de experiencias.

Mi experiencia con menores no acompañados tiene que ver con entrevistas, con pláticas con los padres pensando el tema en cómo muchos menores fueron dejados desde muy pequeños en los lugres de origen. Estoy hablando principalmente de Centroamérica en donde, digamos, los menores son parte de un ciclo muy desgraciado, diría yo, de abandono. Pero abandono también por desplazamiento forzado porque, al final, muchos de esos padres no eligieron ni quisieron irse de sus hijos; en realidad tenían que hacerlo porque era la única forma que tenían de que la familia pudiera seguir sobreviviendo en el lugar de origen. Los dejaron con unos parientes. Al final, muchos de esos menores empiezan el camino migratorio, o más bien lo empezaron desde que fueron dejados por sus padres, pero lo continúan cuando tratan de reunirse con ellos, sea en México, sea en Estados Unidos o donde sea. 

Creo que ahí hay algo muy interesante, porque una de las claves más importantes de este fenómeno es el tema de cómo muchos de esos padres dejan a sus hijos en su lugar de origen, lo que nos obliga a pensar que al final ese es un acto, en muchos sentidos, de cariño, de cuidado, de amor, porque muchos padres tienen que desprenderse desarraigarse al menos físicamente de sus hijos para que puedan sobrevivir. Seguramente estoy romantizando mucho, pero, en algunos casos es así, en otros seguramente no y hay muchas explicaciones para eso, seguramente el sistema patriarcal nos puede explicar muchísimo. Pero sí hay muchos casos que tienen que ver con eso. Es importante mencionarlo porque es una contranarrativa frente a la narrativa dominante de que muchos de estos padres son desalmados: “se fueron, no tuvieron consideración de los hijos”, etc. También es importante enfatizar que es un acto de cuidado, porque los cuidados no necesariamente tienen que ser presenciales o físicos, hay muchos tipos de cuidado. 

Eso es un poco lo que yo he logrado captar más allá de las narrativas de porqué salieron los padres, porqué salen los menores para reunirse con las familias. También salen por motivos económicos, no hay que olvidar que en muchas de las sociedades y pueblos, no solo en México sino en toda América Latina y en todo el mundo, trabajar desde niño no solamente es una cosa a la que te ves obligado sino que también es parte de la cultura familiar ¿no? Creo que también esas cosas se tienen que tomar en cuenta para ver lo complejo que es el tema.

También quisiera comentar otra cosa que para mí es importante y que no es algo muy comentado porque políticamente no abona a la mediatización, al impacto que genera el tema. Cuando mencionamos cualquier tema, no solamente la migración, hacemos una diferencia de experiencias: “sí, la migración tal uff, pero los niños…”. Siento que hay un choque de realidades y de narrativas cuando pensamos en los menores y es que, desde mi perspectiva por supuesto, pensamos que necesitan una atención especial porque son vulnerados; en ese sentido, merecen ser cuidados, Entonces, hay un choque de narrativas cuando se piensa en los menores porque, al mismo tiempo que pensamos y decimos que son agentes y tienen poder de decisión, creamos todo un sistema social de protección no horizontal, súper vertical, opresivo que tiene que ver con su falta de capacidad para cuidarse por ellos mismos o de sobrevivir con las herramientas que nuestro estilo de vida les da. 

Por otro lado, Este es un apunte que merece más explicación para quien lo lea o lo escuche no contextualizado; pues podría pensar que estoy diciendo que son iguales a los adultos, pero no es así, más bien se trata de pensar en porqué ponemos tanto énfasis en sistemas opresivos y en el cuidado con los menores. Se trata de cómo nosotros consideramos que debería ser la vida y el estilo de vida de esos menores, digamos que al final terminamos por reproducir la misma lógica; terminamos creando todo este sistema más opresivo alrededor de la idea de que merecen más cuidado porque son muy importantes o son más importantes que el resto de la población. En ese grado de complejidad está el tema de los menores, hay que pensar que creamos todo un sistema teórico ideal de protección, pero la realidad es que siguen siendo detenidos y creo que a esto me refiero con el uso de las palabras: estos albergues de los que yo estoy hablando, de los que hablo en mi investigación, son albergues solamente en la palabra legislativa, pero en la práctica son centros de detención como los de los adultos. 

A eso me refiero con el manejo teórico de las palabras y la realidad, la experiencia de estos lugares es un choque total, los niños enfrentan y desarticulan todo el sistema que tenemos en la cabeza de lo que es un migrante pues cuando un niño entra en el juego, desarticula todo el paradigma. Entonces, se tienen que crear albergues que no son más que centros de detención, por eso es que mucha gente no los conoce, y por eso es que –al menos de los albergues en México que son administrados por el DIF, el sistema para el Desarrollo Integral para la Familia creado en los años setenta con la apuesta en la familia tradicional–, mucha gente no conoce en la práctica cómo se ejecutan todas estas teorías de cuidado y de protección. 

Aparte, la gente que piensa en albergues piensa que son lugares bonitos; por supuesto que son lugares más bonitos que las estaciones migratorias para adultos cien por ciento, pero siguen siendo centros de detención: son lugares de los que no se pueden salir, tienen horarios para levantarse, los encierran a las ocho de la noche, los sacan hasta las ocho de la mañana… Por supuesto que en muchos lugares tienen aire acondicionado y tal, pero las jaulas de oro siguen siendo jaulas. Eso es, en términos generales, lo que yo podría decir y creo que al mismo tiempo es un tema en el que hemos puesto mucho énfasis con mucha razón, pero por las razones equivocadas. Por ello se termina creando una política de cuidado esquizofrénico ejecutado como represión. 

Por otro lado, este tema también sirve para visibilizar aún más un problema que tiene muchas décadas:  el manejo del tema de la crisis. Este tema de crisis se empezó a utilizar justo en el año 2013- 2014 cuando ocurrió la crisis de los menores no acompañados. De hecho, la naturaleza del término crisis tiene que ver con el momento en que algo se sale del control. Esto es muy interesante, porque nos dice que las crisis –tanto las crisis de los menores no acompañados en 2014 como las crisis humanitarias tales como la de las caravanas– nos señalan que hemos normalizado una serie de prácticas represivas, súper opresivas, controladoras, patriarcales, clasistas, racistas hasta que se han salido de control. 

Aquí es importante inmiscuirnos todos en el asunto ya que, por supuesto que hay gente que toma decisiones mucho más fuertes de las que podemos tomar y que afectan a mucha más gente tales como el Estado, como las personas que lo conforman, pero siento que tenemos que inmiscuirnos porque, de alguna forma, como sociedad hemos normalizado ciertas prácticas. Esto lo puedes ver mucho en cómo ha evolucionado, por ejemplo, el tema de los centros de detención: primero protestamos porque aparecieron los centros de detención masivos. Después, pasamos de la etapa de protestar frente a la instalación de centros de detención a exigir mejoramiento en sus condiciones. En el caso de México. en la frontera sobre Tapachula. hay un centro de detención que se llama siglo XXI, casualmente siglo XXI como mirando hacia el futuro, en el que oficialmente caben 1000 a 1100 personas pero que terminan habiendo 2000- 2500 en un espacio totalmente hacinado. Lo anterior ha derivado de nuevo, en los últimos años, a un reclamo acerca de porqué siguen existiendo estos centros. Entonces, ha habido un desdoblamiento de la crítica y una evolución de las peticiones de las organizaciones de la sociedad civil, que también se refleja en la sociedad en general y que señalan como hemos normalizado ciertas prácticas: en principio, durante muchos años, nos dedicamos a exigir el mejoramiento, pero no estábamos reclamando por qué se sigue deteniendo a un grupo de personas que legalmente no están cometiendo un delito desde el año 2011, cuando se promulga la ley de migración. 

Entonces, creo que los centros de detención, tanto para menores no acompañados como para personas adultas, nos señalan qué tan normalizadas tenemos ciertas prácticas que afectan a muchísima gente, a unos más que a otros y porqué el término de crisis (la palabra, la idea) es tan importante para nosotros en este momento: porque nos recuerda que está pasando algo que se está saliendo de control pero que ha pasado desde hace mucho tiempo. 

Por ello, creo que el término crisis tiene un impacto emocional muy fuerte que ha sido señalado por muchas fuentes que hablan del impacto de las fotografías que muestran los efectos de la violencia en los cuerpos a través de las muertes –por ejemplo, hay un libro buenísimo de un autor que se llama Jasón de León (profesor de la Universidad de California en Los Ángeles) que habla de todas estas muertes en el desierto de Sonora y Arizona, es un libro muy famoso porque contiene fotografías muy impactantes y hay una narración y una cronología de cómo el desierto se ha utilizado como un arma natural para poder disuadir a personas migrantes para que no crucen, pero también se utiliza como un arma de ejecución, como una herramienta violenta; muchas personas son dejadas ahí para que se mueran. Esto nos remite a lo impactante de las fotografías y de los testimonios al mismo tiempo que hacen que mucha gente se dé cuenta de lo que está pasando, pero al mismo tiempo terminan reforzando la idea de que solamente es importante porque hay una fotografía de un cuerpo sin vida pero: ¿qué pasa con todos esos cuerpos que no han sido fotografiados y que están detenidos en la frontera norte desde hace dos años porque no pueden solicitar asilo en EU y están siendo perseguidos en su lugar de origen?. De esta manera, el tema de las crisis tiene ese doble efecto, y creo que, muchas veces el efecto es más negativo de lo que se pensaría.

 

Photo Jorge Choy-Gómez

Carolina

A mí me parece muy interesante pensar en los distintos niveles de la hipocresía: esa cuestión de que es el desierto el que mata, hace que los sujetos opresores ya no maten directamente. Es lo que está pasando acá con el tapón del Darién (Colombia) y con todas las personas que están migrando para arriba: se deja que los mate la selva, claro, y no se mata directamente. Pero se trata de un acto de hipocresía porque nunca se va a los sistemas de opresión de base y a los causantes de todo esto, sino que se va a, como decías, la jaula de oro. Es decir, a hacer parecer que se dignifica; hasta se usa la dignidad de una manera “pégueme y máteme, pero de manera más digna”. Entonces hay unas capas de hipocresía en todos los niveles de la sociedad porque también los que están asentados, que están bien de alguna manera, aún sabiendo que no estaremos asentados eternamente, nos hacemos los locos frente a los otros y también surgen esas xenofobias locas donde los migrantes, sean de donde sean, cuando están en México, por ejemplo, sufren ataques de odio, pero eso sí, ya cuando pasamos, todxs somos como hermanxs.

Héctor 

También me parece interesante lo que decía de la crisis. Pienso que cuando todo esta normalizado, cuando normalizamos tanta crueldad y tanta violencia, los límites de esa crisis también se acrecientan, se van más allá. Entonces ahí la crueldad aumenta, pero luego se vuelve a normalizar, es un proceso.

Jorge

Sí, totalmente. Creo que ese es un fenómeno especialmente importante en el caso de México, en temas muy particulares con lo que pasa con la migración y otros temas. México es, por ejemplo, en lo que respecta a las ejecuciones, el número de personas desaparecidas es de cien mil desde 1980 pero, noventa mil son del 2006 para acá, lo cual es brutal… yo no sé cómo es que no nos hemos suicidado todos en México porque estamos hechos una mierda ¿no? Frente a esta cuestión sucede lo que dices: el umbral de tolerancia para la violencia en algunos lugares como en México ha subido tanto que necesitamos conceptos como el de la crisis para darnos un sacudón y decir “Ah esto está pasando”, creo que ese es el tema: pareciera que uno de los objetivos es seguir incrementando el techo de tolerancia a la violencia que vivimos a diario. 

Por ello, en México, aunque el tema migratorio es muy importante, lo cierto es que para muchísima gente no lo es tanto como otras cosas. Esto pasa porque, precisamente, todo el sistema de violencia esta tan diseminado en tantas cosas, tan bien repartido, que como el tema migratorio trata de los otros –sobretodo pobres o negros, morenos, morenas, negras o LGBT– pues no importan tanto. 

De esta manera, creo que términos como crisis nos dejan ver eso que además es muy notorio en el manejo de la palabra en los medios. Muchas veces, ni siquiera los medios más de izquierda, los más críticos pueden escapar a la tentación de utilizar términos como esos sin reflexionarlos adecuadamente, porque al final es lo que permite que mucha gente se dé cuenta que muchas cosas están pasando, aunque se termine repitiendo esta hipocresía de muchos niveles que a veces no alcanzamos a comprender y que comprenderemos en 10 años cuando otro millón de personas haya muerto. Hay un efecto a largo plazo que también es desesperanzador: muchas de las cosas que estamos reflexionando ahora son, en parte, muestra de la evolución de cómo pasamos de protestar por la aparición de los centros de detención a exigir mejores condiciones para, finalmente, a volver a la etapa en la que nos preguntamos por qué existen todavía estos centros de detención: eso pasó hace 10 años o más. Mientras nosotros teníamos la oportunidad de aprender de esas experiencias, muchísima gente se ha quedado en el camino literalmente. Creo que también eso es una trampa y un efecto del incremento de los techos de tolerancia a la violencia. 

Nos terminaremos dando cuenta de qué tanta violencia estamos viviendo a diario –unos más que otros– 10 o 20 años después y eso implica de nuevo una trampa. Yo siempre bromeo con mis amigos/amigas, cuando estamos en una borrachera, y todas terminamos en “uff es que eso es demasiado complejo, porque al final ¿qué puedes hacer?” En ese momento de la borrachera, por supuesto que nada sino terminar diciendo “bueno, pero sigamos bebiendo” o qué sé yo. Esta realidad termina abrumándote de tal forma que a muchos nos paraliza y yo creo que eso pasa mucho en la población mexicana: creo que los estímulos violentos son tantos que logran el objetivo de paralizar, o te paralizas o tienes el efecto totalmente negativo, que fue lo que paso con las caravanas en el 2018: el efecto extremo de la paralización de la sociedad ante la violencia es cuando empiezas a señalar como culpables a quienes en realidad son víctimas.

Hay muchos estudios que hablan de ciudades como Tijuana –que está en el extremo norte de México y que tiene tres mil kilómetros de frontera– que durante mucho tiempo se consideró como una ciudad muy amistosa, porque durante mucho tiempo ha sido y es de las fronteras más transitadas del mundo, no solamente en términos comerciales, sino por la cantidad de gente que cruza legal e ilegalmente hacia EU o irregularmente para México. Pero cuando vinieron las caravanas –que estaban compuestas por gente pobre, también gente negra, morena–, dejó de ser amistosa al parecer de la noche a la mañana, pero, en realidad, siempre ha habido ese sentimiento xenófobo, racista que se manifiesta aparentemente en condiciones extremas. Durante mucho tiempo Tijuana ha sido una de las ciudades más violentas del mundo; entonces, todo ese cúmulo de circunstancias termina creando una situación extrema en la que se tienen que asignar culpables. Generalmente acaban siendo los más vulnerables o los más vulnerados, en este caso, la población migrante despojada de cualquier derecho desde que entra a un territorio como el mexicano. Eso señala los efectos a largo plazo y duraderos de la violencia cotidiana que estamos viviendo y que se pueden ilustrar en estos momentos que llamamos crisis que es cuando muchos volteamos a ver un poco más allá de lo que nos pasa cotidianamente.

 

Photo Jorge Choy-Gómez

Aura 

Lo que estás diciendo es muy revelador en términos de que la crisis evidencia algo que está pasando desde antes. Esto es terrible porque, además, tiene el doble efecto del que hablas y justo, para tratar de pensar más allá de la crisis, lejos de preguntar por qué los centros de detención son tan inhumanos, quisiera saber porqué existen pues, si se supone que ya se ha descriminalizado la migración–al menos en letra–, ¿porqué siguen operando, ¿cómo operan? ¿porqué son emplazamientos dentro del territorio que van capturando literalmente a estas poblaciones? 

Desde la arquitectura, por ejemplo, habría que cuestionarnos acerca de cuál es el sustrato de esos espacios más que en hacer buenos espacios con aire acondicionado como dices. Es decir, ¿para qué son? Por lo tanto, a mí me gustaría escuchar hablar de eso porque no lo conozco bien y tiene que ver con este fenómeno del arraigo-desarraigo y creo que también propicia xenofobia. 

A mí algo que me pareció escandaloso fue cuando, en el desarrollo de un curso de proyectos de arquitectura, descubrimos que –en la zona metropolitana de la Ciudad de México, en Tlalnepantla– los vecinos de la zona firmaron y se movilizaron para que se cerrara el único albergue que había ahí so pretexto de que los migrantes eran criminales. Creo que, además habría que preguntarse los orígenes del crimen porque la gente no es que vaya y cometa crímenes porque es malvada, hay muchas injusticias que dan paso a que eso suceda. 

Entonces, a mí me gustaría tratar de pensar eso porque, pensando en quienes operamos desde el diseño (no entendido como mera fabricación de materialidades y muchísimo menos ligadas al lujo), es clave entender cómo la dimensión artefactual refuerza ciertas maneras de estar en el mundo y de relacionarnos.

Jorge 

Quisiera empezar por lo que has dicho acerca del proceso de criminalización de una persona o un grupo. Una amiga me decía “bueno es que hay que recordar que esta gente hablando de las personas migrantes todas, al final cuando sale de su país está en modo supervivencia y quién no hace lo que sea para sobrevivir, ¿no?” Creo que es muy fácil olvidar que estas personas están en ese modo y que, por lo tanto, hay una serie de circunstancias que terminarán por obligar a muchos de ellos a cometer delitos, lo cual también es innegable. Es muy difícil convencer a una persona de lo contrario cuando ha sufrido un asalto; también hay historias de como –y de nuevo volvemos a los sistemas de opresión– muchas veces entre los mismos grupos migrantes pues también hay abuso sexual etc. Pero es muy fácil olvidarnos de las circunstancias que están orillando a los migrantes a cometer crímenes.

Pero creo que, si nos vamos por ahí, terminamos llegando a una de las razones del porqué del uso de los centros de detención tanto de los adultos como para los menores es tan extendido. Creo que encuentran una justificación fuerte en el tema del control del futuro y el control de las posibilidades de que la sociedad tenga de ser atacada o de sufrir. En ese sentido, los centros de atención encuentran un terreno muy fértil en el uso del concepto de prevención en la sociedad mexicana –y creo que eso es de uso extendido en el mundo–. Encuentran este terreno fértil porque está el manejo de la prevención, está el manejo del futuro, está el manejo del control como una justificación para poder establecer lugares en donde se tiene controlada esta situación, digamos en términos prácticos. Aquí volvemos al uso de las palabras: creo que los sistemas legales son tan fuertes porque lo son simbólicamente a través del uso de las palabras. 

En este sentido, aunque los centros de detención no suponen ser sitios de alojamiento o detención de criminales, porque en la legislación mexicana migrar no es un delito (no tiene una pena, ni merece acción legal) sino una falla administrativa –lo que coño signifique eso–, al final termina siendo un delito porque se termina privando a una persona de su libertad, privándolo de una serie de derechos tales como el acceso a otros servicios, pero principalmente al movimiento. Pero, partiendo del uso formal, legal, creo que uno de los argumentos más fuertes del gobierno mexicano es que no son cárceles, sino lugares (y ojo con esto porque esto, es una cosa que no digo yo pero que lo han señalado muchas organizaciones de la sociedad civil que tienen acceso a estos centros de detención) en donde en realidad se les está protegiendo porque, al estar de manera irregular no documentada en México, se les está protegiendo de que sus derechos, entre ellos la vida, sean vulnerados. Entonces, como necesitan protección, necesitan estar en un lugar seguro y ese lugar seguro son las estaciones migratorias. 

Por lo anterior, hay que poner atención en el uso de las palabras y el uso del control a través de la prevención, así como en el manejo de la doble intención en términos como seguridad. De hecho, es muy interesante pensar que, en los términos de la legislación migratoria, no se detiene, se asegura. Pero ¿a quién se está asegurando? ¿a la persona migrante? ¿o a la seguridad nacional? Seguramente es lo último, pero el manejo de esos términos tiene que ver con esa doble intención de, por una parte, dejar entender a la población general una intención y, por otro lado, ejecutar otra. Incluso, creo que esto tiene niveles mucho más maquiavélicos cuando al final se habla con las personas que han sido detenidas y se les sigue repitiendo el mismo discurso acerca del aseguramiento, protección, seguridad etc. Ese es un discurso que no se rompe en ningún momento: es interesante ver que en la cadena de eventos en los centros de detención es un discurso prologado, consistente, al menos en teoría, de cómo la persona se está protegiendo, “te estamos protegiendo y por eso estas aquí.” 

En esto encontramos muchas resonancias en el trabajo de Foucault, Foucault decía muchas cosas de los manicomios, de las instituciones que al final terminan deteniendo los cuerpos pero que, más que los cuerpos, terminan deteniendo la mente, pero convenciendo. Digamos que hay varios objetivos: se trata de detener el cuerpo, detener la mente, pero convencer a las otras mentes de que eso es necesario. Ahí se encuentran con una justificación de porqué estos centros de detención son tan normalizados. Hablamos de estos centros de detención, pero también hablamos de puntos de verificación, hablamos de muerte, hablamos de cosas tan fuertes como el hecho de que veamos normal que –y eso es una noticia reciente en el sur–, aunque para cruzar de Guatemala a Chiapas haya puntos donde se puede pasar caminando, últimamente, personas haitianas que no conocen el terreno (como si lo conocen las personas de Guatemala) terminan ahogándose. He visto muchos comentarios que dicen “bueno, pero si eso pasa en el norte porque no pasaría en el sur ¿no?”, comentarios que justifican, que normalizan lo sucedido debido a que estamos convencidos de que eso es algo necesario, que es algo que surge como fruto de decisiones personales y no necesariamente estructurales. Finalmente, volvemos al punto de responsabilizar a otros de cosas que en realidad son estructurales y sistemáticas. Ahí encuentran un punto de justificación y así se justifica la existencia de aparatos y herramientas como los centros de detención, pero también del aparato mismo del control migratorio en México y en el mundo.

Por otro lado, es importante decir que en México ocurre algo muy interesante con el establecimiento de los centros de detención, y es que están repartidos a lo largo de todo México. Obviamente están repartidos a lo largo de las rutas migratorias más conocidas. Por ejemplo, muchos están a las orillas de las ciudades, algunos otros están dentro de las ciudades y, contrario a la creencia de que muchas sociedades rechazan el establecimiento de cárceles, manicomios (digo manicomios porque de verdad es el concepto que en general se usa), en México pasa un efecto contrario o un fenómeno bastante interesante que tiene que ver con la normalización de eso tan fuerte como el control de la migración como un potencial para dañar a la sociedad mexicana: muchos de estos centros ni siquiera son conocidos, ni siquiera se sabe que son, se sabe que son estructuras estatales probablemente pero no se sabe qué son exactamente, no se sabe que ahí dentro hay gente aunque no haya cometido un delito. Entonces la infraestructura física encuentra esta justificación a través de la visibilización del tema porque se ha normalizado, porque es completamente normal que se detenga una persona. Entonces como es completamente normal, ni siquiera nos preocupamos por preguntarnos acerca del por qué estos centros de detención existen y porque están dentro de las ciudades. 

Creo que ahí también se encuentra una justificación con el tema de los menores: muchos de estos centros de detención para menores, sí están acondicionados, en el sentido de que tienen una perspectiva infantil, es decir, hay muchos muebles diseñados para menores, hay juegos. Son espacios que, si fueran de puertas abiertas, todo el mundo querría tener ahí a sus hijos porque, de verdad, tienen todos los servicios: tienen cuatro o cinco comidas al día –todas súper balanceadas–. Y digo esto porque yo trabajé en uno de ellos, esto no viene solamente de mi experiencia de investigación, yo trabajé en uno de ellos y justo a partir de esto empieza mi deseo de conocer más detrás de la filosofía de porqué se crean y cómo se justifican. Así, muchos de estos centros están súper bien acondicionados porque eso es lo que exigen los estándares internacionales para los centros de atención: que tengan condiciones específicas para menores de edad, aunque en la práctica no se cuestione porqué existen. Es justamente volver a esto de ya no cuestionar su existencia, sino que: “si existen por lo menos que estén bien acondicionados”. De nuevo la normalización.

Sin embargo, eso ha cambiado, no es estático. Siempre ha habido organizaciones que se han opuesto, pero, aunque hay esa resistencia a la idea de que sean espacios bien acondicionados –lo que sea que eso signifique–, la verdad es que esa imposición estatal es tan fuerte que terminan por negociarse ese tipo de cosas y al final hay más de 30 albergues, y hay otros en construcción ya:  no es una cosa que se haya detenido y tampoco es una cosa que se vaya a detener. Esto ilustra cómo han sido efectivos desgraciadamente ese tipo de aparatos para los intereses de la política migratoria y es bastante triste que haya mucha gente que no los conoce y que haya mucha gente que no entiende el alcance de ellos. Estos efectos no se dan solamente en el cuerpo de la gente que ha sido detenida, sino en la familia extendida: saber que tu familiar, que tu conocido, que tu amigo, que tu papá que tu hijo está siendo detenido por algo que ni siquiera es considerado un delito, implica una serie de procesos mentales que terminan por destruir tu capacidad de exigir cualquier derecho; o sea, si el derecho más elemental no está siendo respetado con una justificación tan vana, ¿por qué los demás derechos deberían ser respetados? 

Entonces, estos aparatos de control terminan siendo muy efectivos para el terror, la violencia, la crueldad del aparato. Eso está hablando de diseño pues están súper bien diseñados. De hecho, hay un libro que se llama Undocumented: the architecture of migrant detention que justo habla de eso; es un libro acerca de cómo son diseñados los espacios de los centros de detención. Este libro es de Australia, y es curioso por que luego también pensamos en centros de detención y pensamos en México: oh pues claro, México, tercer mundo. Pero a ver: Canadá utiliza islas como centros de detención y Australia también. Esto es algo que nos remite al tema de la colonia, por eso existen las Islas Marías en México como el legado de la colonia a donde se mandaban a los presos más violentos. Canadá, Australia y muchos países ya no mandan a prisioneros, pero mandan a migrantes. Para ellos es lo mismo. 

Entonces, creo que toda esa serie de circunstancias permite que lugares como los centros de detención, que efectivamente son espacios-zonas de excepción como diría Agamben, terminen siendo lugares de muerte; a lo mejor no muerte física, pero sí una muerte del alma, una muerte psicológica y una muerte social, porque son espacios de excepción en medio de las sociedades que prefieren ignóralos. Esto habla de la política migratoria, pero también habla de quiénes estamos siendo y qué es lo que estamos permitiendo.

 

Photo Jorge Choy-Gómez

Hector

Habla también de la facilidad de adaptar un discurso a eso. O sea, puede ser un discurso que hable sobre la libertad y sobre las identidades y muchas cosas, pero cualquier discurso se puede adaptar a esas lógicas fácilmente. Si la profundidad es otra, resultan haciéndose esas islas, esos lugares donde se “almacenan los desechos de la sociedad” y pues eso se respalda mediante el discurso también ¿no? y resulta convenciendo a mucha gente de que así es como deberían ser las cosas.

Jorge 

Creo que lo que acabas de mencionar, la idea de la isla como lugar físico, como zona de excepción, es hipermetafórica porque, al final, estas islas se encuentran en medio de las ciudades. Esto es incluso más cruel, porque terminan poniéndole una capa de invisibilidad a esos lugares o quizás se podrían pensar, más bien como espacios de hipervisibilidad que terminan, justo por eso, normalizándose: porque son espacios tan visibles que terminan por ser parte del paisaje, pero que no necesariamente se consideran como crueles y violentos sino como parte de la cotidianidad. 

Es algo que me llama mucho la atención de lugares como el D.F. (la Ciudad de México). Yo soy de un pueblo de la costa de Chiapas, donde la gente es muy lenta porque no tienen ningún deseo de vivir rápido en la vida, no tiene por qué hacerlo. Cuando yo aún no viajaba a la Ciudad de México, llegaba mucha gente de allá y se quejaba y decía: “ay nosotros pasamos dos horas en el metro”. A mí siempre me ha parecido interesante por qué dos horas en el metro se les hace un buen estilo de vida, o sea, ¡eso no es vida! Menciono eso porque creo que son cosas tan normalizadas que ni siquiera las reflexionamos y, al contrario, las incorporamos y pensamos que son parte de la cotidianidad y de hecho pensamos que deberían ser así. Los centros de detención me provocan toda esa serie de pensamientos, y también emociones, ya que pasé algún tiempo dentro de ellos, trabajando y viviendo todo ese cúmulo de situaciones por las que la gente termina por explotar en algún momento.

 

Aura

Una pregunta: ¿detienen ahí a las personas indefinidamente o cómo? Eso me recuerda, también pensando en historia de la locura en Foucault, estas primeras maneras de tratar a los enfermos mentales que consistía en meterlos en un barco, echarlo a andar y de ahí, a ver qué. Cuando leí eso, no daba crédito, pero tampoco doy crédito de lo que hoy se vive en cuanto a la migración se refiere. Es importante hacer visibles esos dispositivos porque revelan lo que se ha vuelto parte del paisaje, pero ¿qué pasa? ¿cuál es el destino que el Estado tiene prefigurado y también la sociedad que se hace cómplice hasta por omisión? Nos deberíamos preguntar eso mucho más seguido: ¿cuál es el destino de estas personas?, porque lo de la muerte social que decías ahorita me parece súper fuerte, se trata de un desarraigo de la vida, es mandar a la gente a la muerte en diferentes niveles.

Jorge

Bueno, formalmente estos lugares son temporales. Por eso no son cárceles en teoría, son lugares de procesamiento administrativo; es decir, si una persona entra de manera irregular a México, se les detiene ahí mientras se resuelve su situación, lo que significa que se acredita su nacionalidad para ser deportados. Básicamente es eso, también en el caso de los menores.

Hay otras especificidades para ciertos casos, como cuando las personas solicitan refugio. Eso es muy interesante: se ha extendido el uso de la palabra de solicitar “asilo” pero porque asilo se usa en EU. En México, asilo y refugio no son lo mismo. El asilo remite a la idea de los años 60´s 70´s con el asilo político de figuras intelectuales, sobretodo de Centro y de Sudamérica que llegaron a México por motivos de persecución política intelectual. El refugio tiene que ver con una cosa más “mundana” relacionada con causales muy específicas de persecución, de violencia generalizada, de género, de preferencia sexual, de raza y varias cosas más. 

Hay una diferencia entonces, cuando alguna persona solicita refugio en algún lugar se le debe de salvaguardar. El Estado Mexicano piensa que los mejores lugares para ello son los centros de detención, aunque ciertamente hay otras alternativas que mismo Estado ha estado promoviendo hace unos años para los menores no acompañados, como unos albergues de puertas semiabiertas. Yo conozco uno que está en Villa Hermosa, en Tabasco, en el sureste de México. Se llama Albergue Colibrí, supongo que, por referencia y analogía al vuelo de las aves libre que no entiendo como por qué. Se supone que es un albergue de puertas semiabiertas, los niños salen a hacer ciertas actividades durante el día, pero hay un condicionamiento para que el albergue sea de puertas semiabiertas: siempre tienen que regresar, siempre se tiene que mantener el control de la población. De cualquier manera, estas alternativas realmente son muy pocas, los resultados de esos albergues los conocen las personas que han estado inmiscuidos en el programa, que es un programa piloto, y que no es de uso extendido en el territorio. 

Otra alternativa la conforman los albergues de la sociedad civil, hay muchos. Recién estuve en Ciudad Juárez haciendo parte de mi investigación y hay 25 albergues de la sociedad civil, sólo del tema migratorio. Es impresionante. Además, en los últimos dos años han aparecido 15, o sea, de esos 25, 15 no estaban hace dos años. Eso habla de la preocupación de las poblaciones –que están siendo directamente afectadas con el tema–, para proporcionar alternativas de cuidado, servicios que el Estado o no puede o no quiere otorgar.

Y, volviendo a tu pregunta, oficialmente es eso, los centros de detención son lugares de procesamiento administrativo mientras se resuelve la situación, es decir mientras se deporta o mientras se determina a dónde se va a enviar a los menores que están solicitando asilo, lo cual es muy interesante porque muchos de ellos no encuentran un lugar porque obviamente todos los espacios de la sociedad civil están saturados. De esta manera, terminan por quedarse atrapados en estos centros de detención por meses. Y cuando digo meses, no hablo de dos; en la legislación mexicana desde que alguien solicita refugio hasta que se determina si se le otorga o no, son 45 días hábiles, lo que equivale a tres meses por lo menos, porque hay una serie de medidas legales que dicen que si la primera vez no se te otorga refugio puedes apelar y puede haber una revisión en tu caso. Pero eso implica tres meses más, y hay una tercera que tiene que ver con la interposición de un amparo, esta figura en la legislación mexicana que protege tus derechos de una manera casi absuelta contra la detención. Entonces, si una persona llega a la tercera instancia, puede pasarse fácilmente un año en un centro de detención, hablando de los menores, porque, en el caso de los adultos, generalmente se privilegia la deportación casi inmediata ya que, también recordemos que la política está unida a la economía y todo este sistema también genera capital.

En este último sentido, en México se habla mucho de cómo todo el sistema migratorio en EU se conforma por empresas que construyen, manejan y dan los servicios. En México, aunque esto ya se empezó a hacer con las cárceles, los centros de detención han permanecido bajo la administración del Estado, pero muchos servicios asociados son subcontratados a empresas privadas tal como los autobuses que se utilizan para las deportaciones a Centroamérica o los aviones que se utilizan para deportar a alguien a Nigeria, a Irak, india etc. En México tenemos que empezar a cuestionarnos ya que todo el tiempo estamos comparándonos con EU en términos incluso de racismo, como si en México este sistema no fuera racista sistemática y estructuralmente. 

De cualquier manera, es interesante señalar que, en este sentido, los esfuerzos de la sociedad civil han sido muchos. No es fácil armar y coordinar un albergue para ninguna población, pero específicamente para esta es muy difícil: te encuentras con muchos obstáculos, tanto de la sociedad en general cuando las poblaciones migrantes llegan a una población como Tapachula que está en la frontera sur, o como Tijuana que está en la frontera norte. Se encuentran con todas estas cuestiones de xenofobia, de discriminación de racismo, pero también las personas que están ayudando están bajo un constante ataque que tiene que ver con la idea de cómo pueden ayudar “al enemigo”, pues las personas migrantes se han convertido en uno de los enemigos públicos más fuertes en México y por lo tanto también las personas que tratan de ayudarlos. 

Por lo anterior, es muy importante destacar que, así como el gremio de los periodistas está siendo atacado, también se ataca a la gente que brinda asistencia humanitaria. Ser defensor de derechos humanos en México es algo muy peligroso, si no hay que preguntarles a los 100 defensores ambientales que han sido asesinados en el último año. Eso es brutal, ser defensor de derechos humanos en México es bastante pesado, te enfrentas al Estado, por supuesto, pero el enfrentamiento con la sociedad en general es igual de fuerte. En muchos lugares se ha exigido el cierre de los albergues y eso no es algo nuevo, es algo que constantemente se ve en muchos, lugares. Muchos se han cerrado, han sido atacados, los vecinos se organizan, como no se organizan para otra cosa sí lo hacen para exigir el cierre de los albergues.  Hay un control cotidiano generalizado desde todos los frentes, estatal y no estatal, de las personas migrantes y a de quienes los ayudan. Yo creo que eso también es un correlato de que, mientras unos espacios de excepción –como los centros de detención son bastante normalizados–, otros que tienen la intención de ayudar no. Esto habla de cómo tenemos tan cruzadas nuestras prioridades, me parece.

 

Carolina

Pensaba en el símil entre el “ven y te aseguro y te detengo acá por tu bien” con la cuestión patriarcal que se maneja mucho: “yo te pego, pero te cuido que no salgas de noche por tu bien, porque tú no puedes estar sola en la calle”.  Esto pasa porque no podemos desentrañar todo este sistema patriarcal y hacer que todas nos respetemos y respeten a las mujeres, que no nos maten, que no nos violen, sino que somos las mujeres las que tenemos que estar encerradas, cuidadas con cierta ropa, porque nos puede pasar algo, porque del otro lado no se van a cuidar, ni van a cambiar ni van a hacer nada. 

Pensaba en ese paralelo y pensaba en que la normalización también llega al agradecimiento que luego uno tiene, cuando uno sale de esos centros o cuando uno cruza. Pensaba en mi experiencia, pero ahora lo pienso como una experiencia privilegiada en la que a mí no me pasó nada, menos mal, pero no me pasó nada por mi color de piel, no me pasó nada porque tuve la capacidad de pagar ciertas cosas, pero, por ejemplo, mi mamá sí estuvo detenida en EU y fue muy horrible. Pero una agradece que, aunque hayan pasado cosas horribles, por lo menos salió bien. Entonces como que llevamos no sólo la extensión de la normalización a la violencia sino a que “por lo menos no me mataron, pasé por todo eso, pero por lo menos estoy viva”. 

Pensaba también que es más sencillo diseñar dentro de estas lógicas y responder a ellas ya sea desde el diseño, la sociología, antropología etc. Es más sencillo corresponder a estas lógicas que generar herramientas que las cuestionen y que las desmonten o que sean tránsito a otras cosas. Con eso pensaba, y te quería preguntar, ¿cuál es la diferencia de los albergues de la sociedad civil con los centros de detención estatales? ¿qué caminos uno ve, como otro tipo de actuaciones de enfrentar a estos problemas desde el tránsito, desde el desmonte o sea de otras cosas fuera de estas lógicas y no desde dentro?

Jorge 

En principio los albergues de la sociedad civil son muy diferentes porque hay libertad de movimiento. Puedes entrar y salir, en cuando quieres, aunque hay reglas para la sana convivencia que toman en cuenta los sistemas de opresión patriarcal: los hombres tienen que respetar a las mujeres porque hay reglas muy específicas, hay espacios para la gente LGBT. Justo empezando por ahí, los espacios específicos para las necesidades específicas, ahí hay una diferencia muy fuerte entre los albergues y los centros de detención estatales donde no hay eso. Ahí hay una lógica de la diferencia negativa pero no una lógica del reconocimiento de la diferencia como un derecho. Desde ahí hay una diferencia total, desde el hecho que yo sepa que no hay albergues estatales para personas LGBT lo cual es una cosa muy fuerte porque hay un incremento en los últimos 10 años de personas LGBT, sobre todo de Centroamérica, que están huyendo por motivos de preferencia de orientación sexual, de su sexualidad, de su identidad. 

En ese sentido, hay una diferencia muy fuerte con el tema de los albergues de la sociedad civil, en los que tengo la impresión de que se trata de que las personas migrantes se integren a los procesos no solamente de cuidado, de autocuidado, sino también al proceso de la defensa de los derechos. Como parte de la filosofía de derechos humanos de estos lugares, muchos plantean procesos en los que se quiere integrar a las personas para que, al mismo tiempo que están siendo cuidadas, aprendan a cuidar a otras personas que están en la misma situación. Ahí hay una diferencia fundamental en el trabajo que estos albergues están realizando. 

Muchos de estos albergues de la sociedad civil son de vocación religiosa, lo que para mucha gente podría ser problemático, pero, para mí personalmente no, porque mucha gente que sale de Centroamérica es profundamente religiosa y no veo que haya nada de malo en eso. Creo que en estos espacios encuentran un refugio integral, no solamente para el cuerpo sino también para el alma. También sus diferencias son importantes: para la gente que está migrando es importante encontrar espacios donde se pueda practicar la fe ya que, incluso la práctica de ésta, en muchos lugares aparece como prohibido. Hay muchas más diferencias, hay muchos albergues que gozan de una buena salud financiera, porque hay financieras –sobretodo de Estados Unidos– que apoyan muchísimo, hay otros que no tienen una situación financiera tan fuerte, pero luchan a diario para conseguir recursos. 

En el Estado obviamente hay recursos para eso, sobre todo para los albergues para menores que están súper equipados. Por ejemplo, en un lugar como Tapachula, donde hay dos centros de detención, uno estatal y uno mundial, todos los cuartos tienen aire acondicionado. Tapachula es en un lugar donde se necesita –hay 33 grados, 95% de humedad todo el año, ahí nunca hay frío–. En un lugar como ese, las personas migrantes pueden decir “pues estoy detenido, pero no me estoy muriendo”, hay una lógica de provocar el agradecimiento. En mi investigación escribiré sobre el tema de cómo muchas personas que trabajan ahí terminan por reproducir el discurso de “estamos haciendo un favor”, ven la detención como un favor. Muchos migrantes obviamente no se la creen y, aunque después de haber pasado unos meses en la estación migratoria para adultos y llegar al centro de atención para menores, por supuesto que notan la diferencia (y, en ese sentido, lo agradecen), aunque más tarde, después de dos semanas, la gente se está enloqueciendo porque está detenida. Por eso creo que muchos migrantes no se creen ese discurso, pero las personas que trabajan ahí encuentran ese desplazamiento de la responsabilidad moral del “solamente estoy haciendo mi trabajo” al “pero mira que les estamos haciendo un favor”. 

En mi trabajo de doctorado no estoy platicando con personas migrantes específicamente, sino con las personas que trabajan en los albergues estatales porque, al final, son la fuente del poder estatal, son quienes le dan cuerpo al estado y quienes ejecutan la política migratoria con una discrecionalidad de la que no se tiene idea. Ahí hay una diferencia con los albergues de la sociedad civil en los que hay mucho más control de la actitud de las personas que trabajan ahí porque integrar a las personas migrantes en los procesos de defensa, hace que las personas migrantes también sean conscientes de las relaciones de poder que se generan en un espacio de refugio. Aunque en los espacios de la sociedad civil también haya problemas de poder, de misoginia como cualquier otro espacio de relaciones entre seres humanos, hay un poco más de vigilancia sobre ese tema; desde ahí ya hay una diferencia fundamental. 

Es importante decir que, aunque no son todos, hay unos que tienen más problemas que otros, en general, los albergues de la sociedad civil hacen una diferencia importante con los estatales. Debería haber más, por supuesto, pero también es difícil manejarlos económicamente. La gente que trabaja ahí trabaja veinticuatro horas y por eso también muchas veces es hasta un privilegio tener las condiciones para trabajar en esos albergues. Por ejemplo, el pago no es el mismo, la seguridad social que el Estado te da no siempre es proporcionada en los espacios de la sociedad civil. Incluso en esas cosas puedes encontrar diferencias de porqué es tan difícil defender derechos humanos, también hay una parte de sacrificio que no muchas veces es reconocida.

 

Aura

Pensando en el contraste entre los albergues de la sociedad civil y los centros de detención, recuerdo una plática a la que asistí donde se habló de proyectos académicos que planteaban la posibilidad de abrir los albergues para hacerlos más permeables hacia las ciudades o los contextos en donde se inscribían. En dicha plática se señaló que eso era muy problemático porque la sociedad civil solía ser muy agresiva. Por lo tanto, se concluía que quizá era mejor no abrirlos… algo parecido al “te aisló porque te cuido”. Me pareció una lógica cuestionable porque pienso que el problema está, no solo en elegir entre un centro de detención o un albergue, sino también en la necesidad de reconstituir las mentalidades de la sociedad civil en las que justamente prima la estigmatización de los migrantes. Lo anterior implica un reverso de estos dispositivos de control: no se trata tan sólo de reinventarlos o de deshacerlos para crear otras lógicas de los dispositivos, sino también de pensar en cómo se articulan los colectivos y cómo se puede tener una relación con la propia sociedad civil que, de entrada, no sea de visibilización ni hipervisibilización-invisibilizante. 

Por lo anterior, quiero saber qué piensas al respecto y, aunque yo sé que es muy complejo y no hay una respuesta clara, por algún lugar hay que empezar. Eso es algo que Diseño Detonante (Caro y Héctor) me ha enseñado: siempre se empieza por un lugar y desde ahí se explota una fuerza de agencia y transformación.

Jorge

Yo creo que ahí se puede atar muy bien el tema del desarraigo y también se puede pensar en los lugares fronterizos no solamente como espacios de desarraigo, sino de encuentro porque, en principio, diré que, aunque no tengo una respuesta concreta, creo que no hay que olvidar que el tema migratorio está vinculado con temas más grandes y estructurales de la sociedad en general. 

Las desigualdades sociales están tan interrelacionadas en todos los temas que es difícil desarticular uno sin tener que desarticular todos, como pasa con las opresiones. Muchas veces olvidamos que el tema migratorio está vinculado a la desigualdad racial, de género, en todos los sentidos, y olvidar eso inevitablemente te lleva a un callejón sin salida porque terminas dándote contra la pared y diciendo “bueno, pero si no ponemos controles migratorios se meten los terroristas”, ¿sabes? empezamos a encontrar justificaciones porque está vinculado a otras cosas, eso es inevitable y es importante no olvidarlo, sobre todo, y quizá me estoy hablando a mí mismo, creo que hay una tendencia muy fuerte en la sociedad involucrada en temas como este, a pensar que está aislado.

Creo que una de las alternativas, y aquí me remito a mi experiencia en Ciudad Juárez en Chihuahua. Allá, a partir de la entrada del “MPP” (Protocolo de protección a la migración) de EU en marzo del año pasado, se agarraba a todas las personas que en EU solicitaban asilo y se las mandaba a los estados fronterizos de México. El programa se denominó Remain in México (permanecer en México). A partir de eso, ciudades como Ciudad Juárez se convirtieron en cárceles sin una estructura como la de un centro de detención, pero si de efecto: de manera práctica, quedarse Ciudad Juárez era quedarse en una cárcel, no porque sea un lugar feo, sino porque no es el lugar donde querías estar, y un lugar donde no quieres estar es eso, una cárcel, punto. 

Entonces, en ese lugar se puede encontrar la representación física del desarraigo pero, al mismo tiempo, es un lugar de encuentro, ahí hay una posibilidad muy interesante: lugares como Ciudad Juárez, que toda su vida se han enfrentado a estas narrativas de “no son ni de aquí ni de allá porque son lugar fronterizo, están pegados a EU son más gringos que mexicanos, hablan más inglés que español”, también han generado contranarrativas tales como los textos de Gloria Anzaldúa que son súper representativos de esta lucha por la identidad política acerca de cómo no somos lo que los demás me dicen sino que somos lo que somos y punto; somos lo que queremos decir y si nosotros decimos que la frontera nos cruzó pues nos cruzó. Entonces, creo que estos lugares también implican una posibilidad de encuentro, porque son lugares que tienen experiencia de organización. Hablo de lugares que tienen una organización social fuerte en los últimos años de reivindicación de la identidad fronteriza como un lugar, no de ambigüedad ni de desarraigo, sino como lugar de encuentro, de posibilidad de decisión, de agencia de valor. Ciudad Juárez es una ciudad representativa de la migración en México, esa ciudad se industrializó porque hay muchísima gente que llegó de todos lados de México, y esa es una alternativa: lugares que se proponían como cárceles o que a priori son cárceles, también son lugares con muchas posibilidades de encuentro, de arraigo. 

Los veinticinco albergues realizados en los últimos años dicen mucho acerca de cómo la sociedad se está organizando para recibir a la gente que se está quedando, hay personas migrantes que tienen más de un año y medio desde marzo del año pasado que no pueden cruzar a EU ni siquiera para solicitar asilo. Entonces, la contranarrativa del desarraigo justo puede ser esa: la posibilidad y el encuentro en lugares tan categorizados como éste (recordemos que Ciudad Juárez durante muchísimo tiempo a principios del siglo XXI fue categorizada como la ciudad más peligrosa del mundo, especialmente para mujeres, o sea dónde se creó el concepto de feminicidio). 

Entonces, en un lugar con todo lo que nos imaginamos de Ciudad Juárez, o como Tapachula, a los que categorizamos como infiernos, lugares hiperviolentos, resulta que hay posibilidades de encuentro: cuando mi familia sabía que yo iba a hacer trabajo de campo en ciudad Juárez dijeron, “pero ¡cómo!” Y, en realidad es un lugar muy chévere, muy chingón, un lugar muy bonito. A mí me gustó. Eso habla de cómo en los lugares estigmatizados como violentos, como no deseables, como espacios de muerte, florece una organización y una vida muy fuerte y digna. Eso habla de Ciudad Juárez porque es mi experiencia, pero seguramente pasa a lo largo de toda la frontera norte y en lugares como Tapachula también. Yo tengo un blog donde están unas fotografías que tomé tratando de contrarrestar narrativas de Tapachula como lugar de infierno. Que lo es, por supuesto, es un infierno para muchísima gente. Pero ni siquiera el infierno es infierno todos los días ni a todo momento. Categorizar estos espacios como espacios de muerte también les quita la posibilidad de reconocer que la gente tiene otros momentos cotidianos en donde florece la vida, la alegría, el disfrute, el goce. En la fotografía trato de mostrar eso.

Eso es lo que puedo decir respecto a las alternativas, no solamente de las narrativas sino también de las realidades que se forman en estos espacios. Incluso en los centros de detención, a pesar de que hay muchos reportes de que no todos los latinoamericanos nos llevamos bien –hay muchas diferencias lo cual no es necesariamente malo–también nos podemos llevar muy bien. En lugares como estos suceden noticias de cómo las personas haitianas se organizan para boicotear para salirse, para escaparse; los centroamericanos todos los días tratan de escaparse, los cubanos arman una revuelta: en lugares donde hay opresión extrema, seguramente habrá una resistencia extrema también, no hay que olvidar eso. Encontrar esas otras caras de la opresión, darle la vuelta y pensar lugares de posibilidad, para mí también habla de cómo esta gente tiene un poder creativo existencial más allá de lo que hemos podido capturar. 

Todas estas experiencias en los centros de detención, en los lugares donde las personas migrantes han permanecido desde hace mucho tiempo como Ciudad Juárez, como Tijuana, como Nogales por la culpa de estos programas de EU y que México ha echado a andar, nos hablan de esas posibilidades. Es muy interesante voltear las narrativas, porque fotos y reportajes sobre lo difícil que es, hay muchísimos, es la narrativa más dominante, pero es tiempo también de voltear a ver las posibilidades.

 

Aura

Hay un poema de Hölderlin que dice que “ahí donde está el peligro, crece también lo que salva”. Eso es justo lo que acabas de decir y me parece de una belleza extraordinaria, porque depende de este poder creativo existencial de las propias comunidades migrantes que se colectivizan.

Héctor

Está la cuestión de lo mediático, porque esos ideales que tenemos de que un lugar es desértico, el infierno, todo eso, es parte de las narrativas hegemónicas, es lo que nos llega y así mismo las vamos legitimando y haciendo más fuertes. Pero es importante hacer esas contranarrativas que tengan sus propias fuerzas y posibiliten otros procesos.

Jorge 

Sería un buen título para algo “en un lugar de desierto, florecen muchas cosas” y también, porque mucha de mi experiencia tiene que ver con Chiapas y se la imaginan como un lugar de vida, verde, hermoso acogedor, pienso que las cosas que pasan a diario con este grupo tan vulnerado no te hablan de nada de eso. Por eso es muy impactante cuando te hablan de Tapachula como un lugar de cárcel e infierno, porque es contrario de lo que se piensa de un lugar tan verde, tan frondoso, tan lleno de árboles, de selva. Y, por el contrario, con el tema del desierto, en Ciudad Juárez, que está en un desierto, el tipo de organización que hay ahí me rompió muchos de mis esquemas mentales. Es interesante hacer esa analogía entre cómo se conceptualizan los lugares de muerte, los lugares de vida, los lugares desérticos o florecientes, es una buena metáfora para entender por qué estamos tan esquizofrénicos con el tema y no encontramos esas alternativas y posibilidades. 

También, hablando del tema de los medios en lugares como estos, tanto Tapachula como Ciudad Juárez, que están a los extremos del país, es interesante ver cómo se convierten, por lo menos una vez al año, en la atracción mediática. Obviamente hay un tema que cubrir, pero hay una tendencia que consiste en dar importancia a un lugar solamente importante porque está pasando algo muy malo. Y no todo el tiempo pasan cosas tan malas, igual es porque no soy periodista o porque soy de esa región, pero es incluso hasta ofensivo, porque al final señalar a los espacios implica señalar a la gente que vive ahí; porque al final, los espacios son construidos por la gente, los espacios no están dados en la naturaleza porque sí, son significados por la gente que vive ahí. 

Creo, entonces, que el tema mediático tiene esas cosas que están en proceso de reflexionarse, de cómo manejar un tema tan complejo porque implica muchas cosas. Hablar del tema migratorio no es algo abstracto, al final estás hablando de la vida de la gente, no sólo de la que cruza, sino que, citando a Anzaldúa ” de la que es cruzada también”. La gente que es de ahí, es cruzada por la frontera todos los días en los periódicos, en la radio, en la tele, todos los días están siendo cruzados por narrativas que hablan de esos espacios de esa gente, sin darles voz.

 

Héctor

Más por el espectáculo.

Jorge 

No todos, hay gente que hace un trabajo respetable. Sin señalar a alguien particular, hablo en general de esta tendencia al espectáculo. Yo publiqué en NACLA, un periódico de izquierda que circula en EU acerca de temas latinoamericanos. Escribí acerca del poder y el espectáculo en la frontera sur que tiene que ver en cómo el Estado mexicano aprovecha el espectáculo, lo impactante de situaciones como la caravana que se usa para esconder las violencias cotidianas y sistemáticas. Es a la cobertura de los medios realizan, pero sobre todo provocada por el Estado acerca de cómo se manejan las crisis. En este caso, las crisis que son aprovechadas por el Estado no son crisis realmente, son publicidades y reafirmaciones de dispositivos disciplinarios.

 

Aura

Pienso que en este uso del espectáculo operan varios procesos estratégicos, uno es la reducción: se reduce una realidad a uno de sus aspectos y se cambia el todo por la parte: “Chiapas, verde, vida, selva” y “desierto, vacío, esterilidad, muerte”, cuando, por cierto, en el desierto hay muchísima vida. Hablando del nicho ecológico, la flora desértica es impresionante y muy diversa, lo que pasa es que diferente tiene otro cariz. Ese es un mecanismo que lleva a la estigmatización, por supuesto, y que, a su vez, es magnificado. 

El otro mecanismo es espectáculo en tanto intensificación de la sensación de tal suerte que, en vez de generar mucha sensorialidad, sensibilidad, genera anestesia: es como cuando oyes algo muy ruidoso y de repente ya no oyes nada. Lo que está a bajo volumen se vuelve imperceptible. De esta manera, el espectáculo ensordece toda la violencia cotidiana por medio de esas cosas tremendas, es una estrategia de sensacionalismo que, lejos de sensibilizar, desensibiliza.

Carolina

A mí me parece muy interesante desmontar las dualidades. De hecho, se puede estar queriendo explorar ese desmonte de las dualidades, y estar cayendo en ellas, por ejemplo, hace un rato hemos preguntado y hablado de los centros de detención y de los albergues de la sociedad civil. Ahí hemos caído en eso, porque falta también preguntarse por la autonomía de esas personas, de cómo se están organizando, que están haciendo, cómo se organizan para salir, pero también cómo organizan otras cosas. El hecho de que se movilicen en caravanas es una organización propia, casi nunca se va solx, se va con alguien y se va uniendo en el camino a otras personas. Ese es otro punto y hay que dejarnos de pensar en dualidades y pensar en las otras autonomías.

Jorge 

Sí, a veces parece que solo hay una u otra opción y toca desmontarnos primero nosotros para poder pensar otras posibilidades. En ese sentido, las caravanas son muy reveladoras: antes pensábamos que la gente migra sola o acompañada pero no pensábamos que pudieran migrar en grandes grupos, porque 6000 personas es un mundo de personas. Nunca me ha tocado ver una, de hecho, justo una está pasando por mi pueblo ahorita, pero creo que fenómenos como las caravanas vino a revelar primero el desmonte de la creencia de que la gente no se puede organizar o incluso de que solamente se organizan por influencia externa.  Hay muchas narrativas que obedecen a eso, y eso viene mucho de los Estados como de la influencia extranjera. En el caso de la influencia de EU, se usa para justificar las medidas. Creo que eso es restar importancia a la organización autonómica de la gente. No digo que no haya influencia externa, obviamente la hay y por eso la gente se está moviendo en muchos lados, pero la forma de organizarse no necesariamente corresponde a que alguien más te lo dijo. 

Ahí está nuestra tarea de desmontarnos nuestras propias estructuras duales, dicotómicas, que tiene que ver con las posibilidades muy limitadas, restringidas a lo que parece que el mercado o el sistema dicta: o estás afuera del sistema o estás totalmente adentro. Pero es que no es así, hay gente que está cruzando los límites y que está siendo cruzada por los limites constantemente y eso genera una diversidad de experiencias que no estamos todavía pudiendo comprender, interpretar, y eso podría tener una buena respuesta simplemente escuchando a la gente, a los migrantes. Mucha gente critica los artículos de veinte páginas que tienen muchos testimonios, porque les falta teoría, pero, al final, la teoría de dónde sale sino del testimonio de la gente y de la experiencia. 

Creo que, al final, sigue faltando escuchar a la gente. Parece obvio, pero escuchar la vida y observar con más detenimiento la experiencia de la gente nos va a ofrecer las respuestas que tal vez necesitamos y no podemos comenzar por nosotros mismos. Es interesante escuchar a la gente en todos los sentidos, no solo por el espectáculo, sino justo en los lugares donde no hay espectáculo, ahí es donde se debe ir en este momento, porque ahí es están pasando todas las cosas que no se saben.

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Atlas Western https://arquine.com/atlas-western/ Fri, 03 Dec 2021 15:57:56 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/atlas-western/ La frontera es un espacio que delimita territorios y un lugar donde se pueden construir ficciones. La artista Chantal Peñalosa reflexiona sobre esta doble condición en Atlas Western, su más reciente videoinstalación, comisionada por el Museo Universitario de Arte Contemporáneo.

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La frontera es un espacio que delimita territorios y un lugar donde se pueden construir ficciones. La artista Chantal Peñalosa reflexiona sobre esta doble condición en Atlas Western, su más reciente videoinstalación. Comisionada por el Museo Universitario de Arte Contemporáneo y exhibida por primera vez en este recinto, la pieza se aproxima a un sitio cuya relación con la frontera alberga tanto las violencias como los ideales del género cinematográfico que le da nombre a la muestra. De hecho, los territorios fronterizos son una constante en la práctica de Peñalosa. “Más que un tema, yo veo a la frontera como un espacio donde suceden otro tipo de fenómenos que tienen que ver con el tiempo o lo desapercibido, con el cuerpo o el paisaje, todo esto pensado en determinados espacios políticos y sociales”, dijo en entrevista para Arquine. “Sucede que muchos de mis proyectos se han desarrollado en la frontera, pero yo no la veo tanto como un tema sino como algo más natural, porque es donde crecí. Crecí a dos cuadras de donde ahora está el muro, que antes era una valla, y con el paso del tiempo cambió muchísimo esta misma estructura divisoria, así como la idea de la frontera. Es un espacio que cambia cada cierto tiempo”.

Atlas Western es una aproximación a Cine Pueblo, un set para filmaciones y un lugar de proyecciones de cine. “Trabajé en la locación de un set western ubicado a las afueras de Tecate, Baja California, llamado Cine Pueblo. Éste fue construido para atraer capital norteamericano y, sobre todo, pensado por la cercanía que tenía con Hollywood. Está a unas pocas horas de ahí. Cine Pueblo se presentaba como un lugar idílico por las peculiaridades del paisaje, semidesértico, con montañas y unas piedras gigantes. Tuvo también actividades de ganadería y otras características que lo volvían atractivo para atraer a directores estadounidenses, por la proximidad con Hollywood, y también por la mano de obra, que resultaba más barata por encontrarse en la frontera”, narra Peñalosa. Sin embargo, la ficción del western afectó a la economía del lugar: “A finales de los 70, cuando se termina de construir, se dio la coincidencia que el western como género empezó su declive, por lo que ya no se filma nada a la escala que se tenía pensada. Solamente filmaron algunas escenas para películas de bajo presupuesto. Fueron ya sólo escenas, ni siquiera metrajes completos, y para películas de serie B. El set fue desapareciendo con el tiempo y actualmente sólo quedan algunos vestigios de ese lugar”.

La relación de la artista con el lugar surge desde que era pequeña, ya que creció a media hora de Cine Pueblo y recuerda que, para ella, fue muy impactante ver las construcciones del set en medio de la nada. Recientemente, volvió para realizar Atlas Western y elaboró algunas reflexiones. “Por ejemplo, que ese lugar es como si se hubiera edificado una ciudad que nunca se habitó. También pensaba en la idea del set como un espacio que se construye para simular la realidad donde suceden determinadas narrativas. Pero, ¿qué tipo de narrativas iban a darse dentro de este paisaje? Luego, me planteé una hipótesis ficticia, un lado B de la historia, sobre por qué el lugar ya no funcionó. Pensaba en los gestos que aparecían en los personajes arquetípicos del cine o del género western, y cómo ellos se integraron a la vida cotidiana en cuerpos sobre todo masculinos. Comencé a comparar fotogramas de películas con imágenes que miraba en las noticias y entre ambas aparecen, sobre todo, cuerpos masculinos. Para mí es muy curioso ver que la manera de fotografiar estas notas periodísticas era muy similar a la de las películas. Los gestos eran exactamente iguales. Por lo que surgió la hipótesis de que el western, una vez que migró de la ficción a la vida, no necesitó más un set para existir”.

En su ensayo “La ciudad sobreexpuesta”, Paul Virilio habla sobre cómo los sets cinematográficos tienen el potencial de proyectar ciudades que puedan ser asimiladas con facilidad en el plano de lo real. Menciona que, “más que Las Vegas de Venturi, es Hollywood quien detenta el saber urbanístico ya que, después de las ciudades-teatro de la Antigüedad y del Renacimiento italiano, fue Hollywood la primera Cinecittà, la ciudad del cine viviente donde los decorados y la realidad, las listas de contribuyentes y los guiones de cine, la vida y la muerte, se fundieron y mezclaron en el delirio.” El video realizado por Chantal es una recreación minuciosa de películas western emblemáticas —sin actores, sin cuerpos—, hecha en el paisaje actual de Cine Pueblo. También, se instalaron telones que pareciera que están colgados alrededor de las ruinas que, de alguna manera, “terminan ficcionalizando un lugar que se construyó para realizar ficciones”. Peñalosa apunta: “Ya era una ruina y, de alguna manera, para filmar esas escenas, tuve que regresarlo a que fuera un set”.

La doble condición de la frontera –una línea geopolítica y una escenografía– puede demostrarse por la existencia de varios sets cinematográficos. “En México hubo varios sets importantes, en Durango o en Coahuila. Existe una posibilidad que da paisaje del norte (no tanto particularmente de la frontera) de desarrollar cierto tipo de ficciones por la idea del paisaje. Para mí, era interesante pensar en la construcción de los espacios, sobre todo en los que que facilita el set, que es donde se coloca algo que no está realmente. Por otro lado creo que, tanto en este proyecto como en otros, busco siempre pretextos para explicarme otra cosa. Trabajar en la frontera o con el género del western funciona más bien como una metáfora para ilustrar la violencia en la vida cotidiana. Para entender los cuerpos que surgen de esta circunstancia y pensar por qué nos movemos como nos movemos y cuáles son los gestos que permean a una sociedad violentada como la nuestra.

¿Cómo es que las narrativas del western enmarcan al espacio de la frontera? “Si hiciéramos una revisión artística y visual sobre cómo se ha representado la frontera, obtendríamos muchas respuestas, y sobre todo si le prestamos atención a desde dónde se está mirando a este lugar. Ya sea desde el lado mexicano o de Estados Unidos, hay múltiples visiones sobre cómo se construye o cómo se debe construir. En el western, cuando aparece la frontera, es como el lugar donde la ley no existe. También se construye la imagen del enemigo y los otros: vaqueros contra indios. Narrativas que tienen que ver con la colonización, con ir a conquistar un territorio. El western perpetra un mito de que la tierra no es de nadie, por lo que puedes ir e instalarte para crear una ciudad nueva. Creo que no es en vano que el género del western sea la exportación cultural norteamericana más importante.”

Para Peñalosa, el punto de vista del western también delata mucho de lo que sucede en la frontera: “Otra arista que es importante pensar para mí es cómo este género activa una visión de que la creación de espacios —o del mundo mismo— se da a partir de la mirada masculina sobre el territorio. Si esto es uno de los productos culturales más importantes a nivel global y sugiere que la visión de inventar mundos está mediada por la mirada masculina, ¿qué nos quiere decir eso? Los espacios donde vivimos ahora, actuamos y estamos, ¿qué tanto están fundamentados por esa mirada masculina? Las representaciones sobre las cosas nunca son inocentes. Me preguntaría qué implicaciones tienen estas representaciones que se hacen desde el arte o el cine en relación con la vida”.

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Refugio y fortificación https://arquine.com/refugio-y-fortificacion/ Thu, 05 Nov 2020 02:55:40 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/refugio-y-fortificacion/ La frontera entre Estados Unidos y México está plagada de las contradicciones y crueldades del capitalismo global; es donde el comercio fluye libremente pero la gente no.

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en colaboración con Places Journal

 

La frontera entre Estados Unidos y México está plagada de las contradicciones y crueldades del capitalismo global; es donde el comercio fluye libremente pero la gente no.

Soldados estadounidenses imponen el cierre del puerto de entrada terrestre de San Ysidro, 25 de noviembre de 2018.

 

1. Tucson, Arizona, octubre de 2020

La frontera de 3,169 kilómetros entre Estados Unidos y México, que va desde el Golfo de México hasta el Océano Pacífico, es mucho más que la demarcación mutua de soberanías nacionales. Para muchos historiadores, la frontera encarna lo que Noam Chomsky ha llamado una “arquitectura de violencia” y militarización interna, arraigada en siglos de conquista y la doctrina del destino manifiesto. Para otros académicos y críticos, es una zona liminal de hibridación cultural, intercambio económico e interacción social. Hace décadas, el antropólogo Fernando Ortiz caracterizó la frontera como un “espacio transcultural”; para la teórica feminista Gloria Anzaldúa, son las “fronteras” donde se mezclan las razas, una frontera a la vez física y psicológica, donde “dos o más culturas se bordean, donde personas de diferentes razas ocupan un mismo territorio, donde bajo, bajo, las clases medias y altas se tocan”.

Para otros, la frontera es siempre la periferia rebelde, el espacio de juego para el vicio legalizado y el turismo sexual, lo que el historiador Dominique Brégent-Heald ha llamado “erotismo transnacional mercantilizado”. Sin embargo, la región se entiende cada vez más como una esfera de influencia por derecho propio. El historiador de la planificación Lawrence Herzog ha descrito la ciudad fronteriza como la “metrópoli transfronteriza”, una zona internacional de comercio, industria y consumo.[2] Hoy en día, la frontera está plagada de contradicciones del capitalismo global. Es donde el comercio fluye libremente mientras que la gente no; donde la hegemonía empresarial y la inequidad económica, la inestabilidad política y el crimen organizado, la degradación ambiental y el calentamiento global, se experimentan con una fuerza especialmente brutal.

Hace dos décadas que vivo en las zonas fronterizas, primero en Nuevo México y ahora en Arizona, a unos 90 kilómetros al norte de la frontera en una región que era, hasta la Compra de Gadsden, parte del estado mexicano de Sonora. Durante gran parte de ese tiempo he estado investigando la región, especialmente los 1,100 kilómetros entre El Paso/Juárez y Tijuana/San Diego, documentando sus paisajes y puntos de referencia y cómo estos han estado cambiando después del 11 de septiembre y la Pariot Act y Secure Fence Act.[3] Más recientemente, he llegado a ver estas zonas transnacionales como una especie de sensor o receptor sobrealimentado, agudamente en sintonía con la geopolítica en constante cambio, entregando corrientes vitales de información no solo sobre sus circunstancias inmediatas sino también sobre lugares que están lejos de cualquiera de las cuatro docenas de puntos de cruce designados que se extienden hacia el oeste desde Brownsville/Matamoros hasta San Diego/Tijuana.

Esta no es una idea nueva, pero para mí se volvió más urgente después de un encuentro con refugiados hondureños en Tijuana hace dos años. Los refugiados formaban parte de las “caravanas de migrantes” de solicitantes de asilo, incluidas muchas mujeres y niños, que el presidente de Estados Unidos describió como una “avalancha” de delincuentes.[4] También en esa época comencé a rastrear la geografía de los informes noticiosos sobre un número creciente de mexicanos que llegan a la frontera desde Guerrero y sobre los centros de detención con fines de lucro que están proliferando en todo Estados Unidos pero que se concentran en el suroeste. No satisfecho con la comprensión de segunda mano, me propuse explorar los lugares en mis fuentes de noticias, los alfileres en mis mapas. Quería leer los sensores por mí mismo.

 

2. Tijuana, Baja California, noviembre de 2018

Un joven hondureño se me acercó y me preguntó, tentativamente “¿Cómo podemos cruzar la frontera?” “Aquí no es posible. La frontera es demasiado fuerte”, respondí.

Era noviembre de 2018 y estaba en Tijuana, una ciudad que he visitado con frecuencia durante la última década para realizar investigaciones en curso y colaboración profesional.[5] Casualmente, fue entonces cuando la caravana de casi 8,000 migrantes que había comenzado a formarse un mes antes, en San Pedro Sula, en el norte de Honduras, comenzó a llegar a Tijuana, con la intención de llegar al Puerto de Entrada Terrestre de San Ysidro. Muchas migrantes eran mujeres y niños que huían de la pobreza y la violencia y buscaban asilo; algunos identificados como LGBTQ; la mayoría había hecho el viaje de 4,300 kilómetros a pie. La cobertura de los medios de comunicación fue intensa, y el viaje hacia el norte de los migrantes fue acompañado por la movilización de varios miles de tropas estadounidenses, la primera vez en décadas que se enviaron soldados en servicio activo a la frontera, y el aumento de la fortificación de los 50 puertos terrestres a lo largo del frontera internacional.[6] Ya flanqueados por imponentes cercas de acero, vigilados a través de transmisiones de video en tiempo real y sensores de movimiento, y con más de 21,000 agentes de Aduanas y Protección Fronteriza, los puertos ahora se estaban fortificando con barricadas de concreto y alambre de púas, que fueron descritos por un noticiero como “el resultado más visible” del costoso despliegue militar.[7]

A mediados de mes, más de 2,000 migrantes habían encontrado refugio improvisado en un campamento de tiendas de campaña establecido por funcionarios de la ciudad en el campo abierto de la Unidad Deportiva Benito Juárez, un polideportivo municipal apenas a una cuadra de la valla fronteriza. Pronto sus condiciones de vida empezaron a deteriorarse —un informe describía “malolientes baños portátiles y botes de basura desbordados”[8]— incluso cuando los grupos humanitarios locales y la policía de la ciudad trabajaban para proporcionar alimentos, atención médica y seguridad, y mientras el cercano barrio de la Zona Norte luchaba por absorber la afluencia. Algunos tijuanenses perdieron la paciencia y exigieron la expulsión de los migrantes. En una manifestación de protesta, los residentes agitaron pancartas que decían MÉXICO PRIMERO, y se vio al alcalde con un sombrero rojo HAGA TIJUANA GRANDE OTRA VEZ.[9]

 

Refugiados en el barrio Zona Norte, preparándose para marchar hacia el Puerto de Entrada Terrestre de San Ysidro, Tijuana, 25 de noviembre de 2018.

Cerca del Puente El Chaparral, durante la marcha de refugiados, Tijuana, 25 de noviembre de 2018.

Marcha de refugiados cruzando el Río Tijauana, 25 de noviembre de 2018.

Refugiados en la Unidad Deportivo Benito Juárez, barrio Zona Norte, Tijuana, 25 de noviembre de 2018.

Marcha de refugiados, Tijauana, 25 de noviembre de 2018.

Marcha de refugiados, Tijauana, 25 de noviembre de 2018.

Refugiados cerca de los patios de Ferrocarril México, 25 de noviembre de 2018.

 

Fue en este tenso momento que cientos de migrantes se reunieron la mañana del domingo 25 de noviembre para lo que pretendía ser una marcha pacífica desde el polideportivo hasta el cruce de San Ysidro, donde los centroamericanos planeaban presentarse a las autoridades estadounidenses y formalmente solicitar asilo. El día era cálido y soleado, y los manifestantes, incluidas mujeres que llevaban carriolas, niños pequeños que llevaban mochilas y juguetes, atravesaron varias cuadras de la Zona Norte con los residentes mirando y los medios internacionales detrás. Pronto la marcha fue detenida por policías federales mexicanos, armados con cascos y escudos antidisturbios, a la entrada del Puente El Chaparral, en la orilla sur del seco y canalizado río Tijuana. Un enjambre de drones se cernía sobre nuestras cabezas. El puerto de entrada estaba justo al otro lado del puente, a unos 600 metros de distancia. Después de un enfrentamiento sin incidentes que duró casi una hora, los centroamericanos atravesaron las líneas policiales, cruzaron el lecho de concreto del río y se derramaron en la densa zona comercial que rodea el puerto. La policía mexicana se reagrupó y prohibió la entrada a los carriles de tráfico en dirección sur. Bloqueados temporalmente, cientos de migrantes se dispersaron por la red de calles y a lo largo de la orilla del río, intentando acercarse a las instalaciones fronterizas a lo largo de los lados este y oeste del complejo San Ysidro.

La marcha, y las esperanzas de asilo de los migrantes, seguramente estaban condenadas al fracaso desde el principio. San Ysidro es el puerto terrestre más activo del hemisferio occidental, un complejo en expansión donde decenas de miles se procesan diariamente a través de más de dos docenas de cruces de vehículos y peatones. El derecho a buscar asilo, que forma parte de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, está protegido tanto por el derecho estadounidense como por el derecho internacional, y es este derecho el que llevó a los migrantes hacia el norte. NO TENER PAPELES NO ES UN DELITO Y NO QUITA LOS DERECHOS HUMANOS, rezaba la pancarta de un joven en la marcha. Sin embargo, ese otoño San Ysidro procesaba apenas unas pocas docenas de solicitantes de asilo cada día. A principios de año, la administración Trump había endurecido las reglas que requerían que los migrantes presentaran solicitudes sólo en los puertos de entrada oficiales (en lugar de en cualquier lugar de la frontera). El eufemismo burocrático es “medición”, una medida de emergencia de la era de Obama que la administración Trump ha convertido en una política estándar.[10]

En este sombrío contexto, lo que sucedió a continuación parece casi inevitable. A última hora de la mañana, los agentes de la CBP comenzaron a cerrar el lado estadounidense del puerto; permanecería cerrado durante varias horas. Las operaciones se detuvieron y largas filas de automóviles y camiones se paralizaron. Helicópteros militares estadounidenses sobrevolaron en círculos. Agentes de CBP con equipo antidisturbios y soldados estadounidenses con camuflaje emergieron con fuerza, tendiendo alambre de púas a lo largo de los carriles de entrada. Se redirigió el tráfico y un sistema de sonido mediante el que se anunció que el paso fronterizo se cerraba temporalmente y que se prohibía a los viajeros acercarse a las instalaciones portuarias y se autorizaba el uso de la fuerza. En el lado mexicano, la policía se mantuvo firme mientras los trabajadores civiles comenzaron a erigir una serie de barreras de acero entrelazadas que rápidamente formaron una pared blindada de unos dos metros y medio de altura. El puerto del siglo XXI estaba siendo sellado mediante el uso de técnicas medievales.

 

Refugiados en la Unidad Deportivo Benito Juárez, barrio Zona Norte, cerca de la reja de la frontera, 25 de noviembre de 2018.

Escudos anti-motín, Puerto de entrada San Ysidro, 25 de noviembre de 2018.

Soldados de los Estados Unidos, Puerto de entrada San Ysidro, 25 de noviembre de 2018.

Policía mexicana cerca del Puerto de entrada San Ysidro, 25 de noviembre de 2018.

Carriles en dirección sur, Puerto de entrada San Ysidro, 25 de noviembre de 2018.

Un grupo de refugiados rompe la línea policíaca cerca del Puerto de entrada San Ysidro, 25 de noviembre de 2018.

Vendedor arrestado por la policía mexicana, Tijuana, 25 de noviembre de 2018.

 

Sentí los primeros efectos de los gases lacrimógenos mientras veía un partido de fútbol improvisado que jugaban los vendedores de comida y souvenirs en las vías de circulación vacías del puerto. Los agentes de la Patrulla Fronteriza habían disparado anteriormente los botes contra los migrantes en el lecho seco del río, y no pasó mucho tiempo antes de que hombres, mujeres y niños se ahogaran, lloraran y trataran de retirarse. A media milla de distancia, en las vías del puerto, los productos químicos eran lo suficientemente potentes como para detener el juego. Momentos después, un grupo de hondureños ingresó al cruce fronterizo desocupado y los vendedores, furiosos por el cierre, comenzaron a perseguir a los migrantes. Perdí de vista el balón de fútbol y vi cómo emergían armas improvisadas: un bate de béisbol, un martillo, una llave de tuercas. La persecución desorganizada serpenteó a través de carros de tamales y puestos de tacos, avanzando hacia la franja verde que separa los carriles de cruce rápido y regular del puerto y luego hacia una plaza donde, en un día típico, estaría esperando una cola de taxis.

A estas alturas, la marcha pacífica se había convertido en un tumulto caótico. [11] Taxistas se unían a la multitud; un pequeño grupo de centroamericanos buscó refugio en un estacionamiento, pero los asistentes les prohibieron la entrada; otro grupo estaba parado encima de un terraplén que corre paralelo a los patios ferroviarios donde los trenes de carga aprobados por el TLCAN aguardan el despacho de aduana. La policía mexicana invadió las calles a pie seguida de una columna de camionetas y camiones. En ese momento, el impulso se disipó rápidamente; Casi tan dramáticamente como se habían intensificado los acontecimientos, los centroamericanos fueron cargados en vehículos y se fueron.

Este fue el momento en que ese joven hondureño se volvió hacia mí y me preguntó cómo cruzar la frontera. Nuestro intercambio se interrumpió cuando él y sus compatriotas fueron detenidos por la policía mexicana y llevados de regreso al campamento cerca del estadio. En cuestión de semanas, el campamento fue desmantelado y muchos de los solicitantes de asilo fueron reubicados en un nuevo refugio instalado en un club nocturno abandonado en el extremo sureste de Tijuana, mucho más lejos de la frontera.[12]

Puerto de entrada San Ysidro, 25 de noviembre de 2018, el más intenso cruce fronterizo terrestre en el hemisferio occidental, durante las horas que permaneció cerrado.

 

Mientras escribo esto, casi dos años después, las repercusiones de los tumultuosos eventos en Tijuana en noviembre de 2018 continúan desarrollándose. Si bien muchos vieron en las manifestaciones de migrantes una crisis humanitaria —personas que huían de la violencia de los carteles de la droga o pandillas organizadas o parejas domésticas, otros que buscaban alivio de la homofobia o transfobia virulenta, muchos tratando de escapar de la pobreza arraigada de los estados corruptos—, el presidente de los Estados Unidos vio una oportunidad. A principios de 2019, el Departamento de Seguridad Nacional anunció una nueva política, los Protocolos de Protección al Migrante, también conocido como el programa “Permanecer en México”, que requiere que los solicitantes de asilo permanezcan al sur de la frontera durante los muchos meses en que sus casos están bajo revisión. La legalidad de la nueva regla fue cuestionada casi de inmediato en una demanda liderada por la Unión Estadounidense de Libertades Civiles, pero el notorio programa, descrito por los defensores de los derechos de los migrantes como un “debilitamiento dramático de los cimientos del sistema de asilo de Estados Unidos”, sigue vigente.[13]

Hasta la fecha, a decenas de miles de personas se les ha negado el asilo o se les ha disuadido de buscarlo; actualmente miles están varados en México. La llamada política de tolerancia cero, que permitió las separaciones familiares, estuvo vigente durante gran parte de 2019. Es probable que nunca se sepa el número de niños que han quedado efectivamente huérfanos. Mientras tanto, muchos de los que ingresaron a los Estados Unidos están detenidos en centros de detención junto con los que han sido arrastrados por redadas de inmigración dentro del país. Todos ellos, decenas de miles de personas, han chocado con las iteraciones más recientes del Complejo Industrial de Seguridad Fronteriza.

Muchos de los que buscan asilo en los Estados Unidos son de Honduras, Guatemala y El Salvador, los países centroamericanos del Triángulo Norte; pero contingentes considerables provienen de China, Haití, Camerún, Rumania, Bangladesh, Ucrania, Angola, Congo. De todas partes del mundo. Y en estos días llega un número creciente del estado mexicano de Guerrero.

 

 

3. El Tejocote, Guerrero, agosto de 2019

Marcos y Cecilia viven cerca del cielo, a más de 2 mil metros sobre el nivel del mar, en una cresta orientada al norte en el borde de su campo en el pueblo de El Tejocote. La pequeña comunidad, con sólo unos pocos cientos de almas, está ubicada en Guerrero, en medio de la Sierra Madre del Sur, a unos 200 kilómetros al este de la capital del estado, Chilpancingo, y a mundos de distancia del balneario costero de Acapulco. La vista de dron mostraría el terreno montañoso como un mosaico de tierra despejada y bosque nuboso, con zonas de pinos y robles dando paso a campos plantados con amapolas y maíz.

Pasé varios días con Marcos y Cecilia en su casa, un vago acomodo de pequeñas estructuras de adobe con techos de lámina, bordeado por parcelas, apenas de subsistencia, de maíz, calabaza y frijoles. Marcos y Cecilia, nacidos y criados en El Tejocote, tienen más de treinta años; ellos mismos construyeron el lugar y viven allí con sus cuatro hijos, el padre de Marcos, unas gallinas y un gato. Enredaderas de campanilla trepan por el adobe. En el interior, las habitaciones están decoradas con retratos escolares y flores de seda, y con imágenes de la Virgen de Guadalupe, Jesucristo y Jesús Malverde, el legendario héroe popular forajido conocido como el “ángel de los pobres” y en ocasiones como el “narco-santo”.

Sierra Madre del Sur, Guerrero, agosto 2019.

El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

Cocina de Marcos y Cecilia, El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

Cocina de Marcos y Cecilia, El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

Recámara de Marcos y Cecilia, El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

Fotos de graduación, casa de Marcos y Cecilia, El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

Semillas de amapola, Guerrero, agosto 2019.

Amapola, El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

Recolectando goma de amapola, Guerrero, agosto 2019.

Amapolas y maíz, El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

 

El Tejocote está aislado. Las aplicaciones de navegación no lo guiarán allí de manera confiable. La torre celular más cercana está a kilómetros de distancia. Hay Wi-Fi disponible, pero solo por veinte pesos la hora en una pequeña tienda que está adosada a la casa de un campesino emprendedor. Es la única tienda en El Tejocote. La ciudad grande más cercana, Tlapa de Comonfort, está a unos 50 kilómetros de distancia; el viaje le llevará tres horas por sinuosos caminos montañosos que se estrechan de dos carriles pavimentados a uno sin pavimentar, luego pistas de grava y finalmente caminos de tierra que se llevan las tormentas. Pero los deslaves y las zanjas no son los únicos peligros. Me aconsejaron que no condujera solo o de noche. No tiene sentido convertirse en un blanco fácil para policías corruptos u operativos de cárteles, que algunos días son lo mismo.

El Tejocote también está pasando apuros. El pueblo se encuentra en el corazón de una región donde durante las últimas dos décadas se ha cultivado más de la mitad de las amapolas de opio de México. Hasta hace poco, las amapolas les proporcionaban a Marcos, Cecilia y su familia una vida digna en uno de los estados más pobres de México. A diferencia de Sinaloa, donde los carteles ejercen un estricto control sobre los cultivos de drogas, en Guerrero los campesinos cultivan amapolas, recolectan la pasta pegajosa, la goma, de las vainas de semillas y luego venden esa materia prima a los carteles, que a su vez producen heroína y abastecen la demanda, aparentemente insaciable, al norte de la frontera. O al menos lo hicieron hasta hace un par de años, cuando el mercado de la heroína de México comenzó a flaquear y luego colapsó. Para el verano de 2019, la mayoría de los campesinos no se habían molestado en plantar amapolas; la única parcela en El Tejocote estaba intercalada con maíz. Mientras caminábamos por su campo, Marcos explicó que en años anteriores las laderas de las montañas habrían estado cubiertas de flores rojas y rosadas. Cuando el mercado estaba en su apogeo, la goma de opio podía venderse por más de 1,900 dólares el kilo. Solo unos pocos kilos trajeron suficiente dinero en efectivo para sobrevivir y formar una familia. Pero ahora el precio había bajado a unos 200 dólares el kilo, lo que ni siquiera cubre los costos de mano de obra y fertilizantes. Marcos tiene una reserva de semillas por si los precios se recuperan.

Según la mayoría de las cuentas, la recesión se ha debido a la introducción de nuevos productos y los patrones cambiantes en el consumo de drogas entre los gringos.[14] Desde hace varios años, el mercado estadounidense se ha visto inundado de fentanilo de China, también conocido como China White, el opioide sintético que se vende en la web oscura y se envía a través de empresas como DHL. Es mucho más fuerte que la heroína, mucho más fácil de producir y contrabandear, y mucho más lucrativo para los cárteles. En mi ciudad natal, Tucson, un kilo de fentanilo se vende ahora por un cincuenta por ciento más que la misma cantidad de heroína de alquitrán negro. Las ganancias se disparan cuando el opiáceo orgánico se combina con su contraparte sintética inmensamente más potente.

Todo lo cual explica las filas de maíz en el campo de Marcos; pero es un cultivo para obtener alimentos, no para obtener dinero en efectivo. En estos días, Marcos viaja para buscar trabajo, donde sea que pueda, y a menudo se va durante semanas. Le pregunté si él y Cecilia habían considerado alguna vez dejar El Tejocote. ¿Adónde iríamos mejor que aquí?, respondió. Marcos y Cecilia están criando a su familia en tierras heredadas de la familia de Marcos y, por ahora, la conexión con la comunidad, con sus raíces, es más valiosa que cualquier oportunidad que puedan encontrar en ciudades como Chilpancingo. He pensado a menudo en su respuesta y sigo esperando que él y Cecilia nunca tengan que migrar, como muchos otros lo han hecho, por razones tanto políticas como económicas.

Pistola de juguete. El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

Guerrero ha sido durante mucho tiempo un lugar turbulento, una región de pobreza aplastante, un bastión de la resistencia indígena de izquierda donde cientos, si no miles, de supuestos rebeldes fueron torturados y “desaparecieron” durante la Guerra Sucia en México, en la que sucesivos gobiernos de derecha aterrorizaron a los estudiantes. activistas y campesinos. Aprendí más sobre la persistencia de la violencia regional mientras conducía a través de las montañas con un periodista local y, en ocasiones, un coyote llamado Lenin. En un momento, Lenin señaló un camino de tierra fuera de la carretera principal, un ramal que terminaba, dijo, en un pequeño campo que había sido tomado por una banda de narcos. Lenin me dijo que el campo ahora estaba vigilado y que llegar sin poder ofrecer el nombre de alguien que viva allí podría significar que no haya entrada y posiblemente tampoco salida. “Sin ley” es como Lenin describió el lugar. Encontrar el obstáculo equivocado puede ser peligroso.

Unos meses después de mi visita, diez integrantes del grupo Sensación Musical fueron asesinados cuando sus vehículos fueron emboscados en la carretera cerca de Chilapa.[15] Los hombres, todos nahuas, un grupo indígena local, fueron quemados para impedir que se les reconociera. Probablemente fueron atacados por su activismo político. Una organización comunitaria y policial, la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, o CRAC, que representa y protege a los indígenas, atribuye los asesinatos a Los Ardillos, una nueva banda de criminales que ha estado aterrorizando a la región tras la disolución del cartel de Beltrán Leyva. El espantoso crimen trajo recuerdos dolorosos de los 43 de Ayotzinapa, los estudiantes de una normal local que en 2014 fueron masacrados. En una horrible ironía, estaban a punto de partir hacia la Ciudad de México para conmemorar el aniversario de la Masacre de Tlatelolco de 1968, durante la cual soldados federales dispararon contra los manifestantes estudiantiles. Su desaparición, que sigue sin resolverse, se ha convertido en un potente símbolo de corrupción generalizada e inseguridad persistente en un país donde la actividad de los cárteles está vinculada a los niveles más altos del poder estatal a través de la colusión policial y militar.[16]

Hoy, con la cosecha de amapola efectivamente sin valor, los campesinos son cada vez más vulnerables a las depredaciones de los cárteles emprendedores, que han reemplazado el tráfico de heroína por el secuestro, la extorsión y la expropiación de tierras. [17] “Los lugares más pobres siempre han sido los que abastecen y subsidian la economía criminal, ellos pagan los platos rotos, como decimos en México”. Así describió Abel Barrera Hernández la situación mientras estábamos sentados en su oficina en Tlapa de Comonfort. Barrera es el fundador y director de Tlachinollan CHDM, una organización de derechos humanos que aboga por los grupos indígenas locales. Antropólogo de formación y ganador del Premio de Derechos Humanos Robert F. Kennedy, Berrera es sociable pero también solemne; casi se puede sentir el peso de la responsabilidad en su voz, al relatar los complejos temas políticos y económicos que afectan a los pueblos de las montañas.

Memorial a los desaparecidos, Cuernavaca, agosto 2019.

 

Los problemas, como él explica, están profundamente arraigados en la historia, en la Guerra Sucia de las décadas de 1960 y 1970, en el surgimiento de los cárteles del narcotráfico, en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. El TLCAN prometió empleos e inversiones, dinero extranjero y nuevas fábricas, un mercado abierto con Estados Unidos y Canadá. Se suponía que el tratado de 1994 sería una bendición para las clases medias emergentes de México. Pero en cambio, los mercados se consolidaron y la producción se centralizó. Los nuevos empleos de manufactura se concentraron en las maquiladoras propiedad de empresas estadounidenses y ubicadas a lo largo de la frontera norte. Los agricultores mexicanos fueron subvencionados y menospreciados por los productores agrícolas estadounidenses subsidiados. Para muchos agricultores en pequeña escala, las opciones más viables eran los cultivos ilícitos, especialmente la amapola de opio.

El TLCAN ha funcionado, en efecto, como un paquete de estímulo para los cárteles. En la primera década del milenio, Guerrero se había convertido, junto con Afganistán, en uno de los principales proveedores del comercio mundial de heroína. Las escarpadas montañas atraían a las redes criminales por su aislamiento; y resultó que las amapolas prosperaron en el clima fresco y seco. Con una asignación anual de fertilizante del gobierno federal, los campesinos pueden cosechar la planta tres veces al año, una “temporada completa”. Berrera describe la amapola como un “anillo al dedo” que unió a los agricultores locales al nuevo y rentable cultivo comercial. Me dijo que era demasiado fácil alentar el cultivo de amapola en una región pobre “donde de otra manera la gente sólo cultivaba maíz y cuidaba cabras”.[18] Barrera define el trabajo de Tlachinollan como la defensa de los campesinos indígenas contra la “violencia de estado”, con lo que se refiere no solo a la violencia física que es noticia sino también a la violencia económica del capitalismo racial. Como argumenta, los pueblos indígenas de Guerrero son víctimas del racismo selectivo y la globalización impersonal; en nuestra conversación, describió la lógica del gobierno y el mercado en términos de “extracción, despojo y privatización”.

Casa cerca de El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

Bodega de fertilizantes, El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

En su teléfono, Marcos muestra un video de las violentas tormentas cada vez más frecuentes en la Sierra Madre del Sur.

 

Para Marcos y Cecilia, los desafíos son cada vez más agudos. El año pasado, el programa de fertilizantes patrocinado por el gobierno no logró entregar los suministros necesarios y decenas de miles de campesinos no pudieron plantar cultivos viables; así se añadió el hambre a su lista de tribulaciones.[19] Mientras tanto, el frágil ecosistema montañoso se ve afectado por un clima cambiante. Las lluvias llegan tarde y terminan temprano; son menos frecuentes pero más intensas. Muchos pueblos todavía están lidiando con los impactos persistentes de los huracanes Ingrid y Manuel, que azotaron el mismo día hace siete años. Los indígenas “obviamente comprenden” el cambio climático, me dijo Berrera, incluso si no usan la terminología. “Entienden que las estaciones del año ya no son las mismas, que la lluvia está enojada, que rompe el maizal”.

Como dice Marcos, la lluvia ya no es lluvia. Es una tormenta.

No es de extrañar que muchos campesinos se hayan dirigido al norte, con destino a los puertos fronterizos de El Paso, Nogales o Tijuana. Aquellos que sobreviven al difícil viaje y logran negociar las nuevas políticas punitivas tienen la misma probabilidad de ser encarcelados en uno de los centros de detención con fines de lucro que han proliferado a lo largo de la frontera en los últimos años.

 

 

4. Eloy, Arizona, febrero de 2020

El Centro de Detención Eloy se extiende a lo largo de una milla cuadrada del Desierto de Sonora, a medio camino entre Phoenix y Tucson, en medio de campos de algodón y alfalfa que han sido irrigados hasta convertirse en una existencia contingente. El complejo de 36 mil metros cuadrados es parte de una vasta red de prisiones privadas que se extiende por todo el país.[20] Es operado por una corporación llamada CoreCivic bajo un lucrativo contrato con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos; la empresa con sede en Nashville, que administra otras tres prisiones en Eloy, es con mucho el mayor empleador en la ciudad de 20,000 habitantes.

Estoy visitando Eloy con Francisco, un voluntario de Kino Border Initiative, una organización de defensa de la inmigración con sede en Nogales. Mientras conducimos hacia el norte desde Tucson en un día caluroso de febrero, me entero de que Francisco realiza entrevistas con migrantes, facilita la comunicación entre las personas detenidas y sus familiares y abogados, y ofrece apoyo moral. Pronto el complejo aparece a la vista: una docena de edificios anodinos y de bajo perfil, rodeados por dos capas de cercas separadas por una amplia franja de nada. La valla exterior está coronada por alambre de púas; el interior está electrificado. Excepto por un par de campos deportivos, los terrenos son tierra baldía. Francisco y yo esperamos nuestro turno para entrar a un pasadizo exterior vallado, con puertas en cada extremo que se cierran y abren de forma remota. Mientras los guardias patrullan el perímetro y las cámaras monitorean nuestra presencia, anunciamos “visita” a una entidad invisible dentro del edificio administrativo. El pestillo de la puerta se acciona con un zumbido y un clac, y entramos en una antesala antes de pasar a la seguridad. Entregamos las llaves del auto y las billeteras, luego pasamos por las radiografías de detección y los detectores de metales, tomamos un número y esperamos.

Centro de detención, Eloy, Arizona.

Centro de detención, Eloy, Arizona.

Centro de detención, Eloy, Arizona.

 

En las paredes de bloques de concreto del área de recepción cuelgan retratos del alcaide y personal administrativo y carteles que contienen información obligatoria sobre los derechos de los migrantes y la legislación laboral. Hay un pequeño televisor de pantalla plana sintonizado en Disney Channel, una máquina expendedora y sofás rellenos de espuma, de colores pastel, sin bordes duros: muebles especiales para prisiones. Finalmente, se llaman los nombres y números de varios detenidos, junto con los de la mujer que Francisco y yo venimos a ver. Más puertas, otro pasillo; luego ingresamos en un área de visitas amueblada con pequeñas mesas rectangulares blancas cubiertas con divisiones de plástico transparente. Los detenidos han entrado por el extremo opuesto. Los protectores CoreCivic desalientan el contacto físico y requieren que las manos permanezcan visibles y estacionarias en ambos lados de las particiones. Todos los guardias son hispanos.

Francisco y yo hemos venido a ver a Adriana, una joven de una comunidad indígena en Ecuador. Muchos meses antes, ella y su hermana mayor habían abandonado su aldea, huyendo de un peligroso arreglo de vida dentro de una secta religiosa. Llegó a la frontera de los Estados Unidos en junio de 2019 y ha estado detenida, encarcelada, desde entonces. A diferencia de su hermana, a Adriana no se le concedió la libertad condicional humanitaria luego de su entrevista de “miedo creíble”, que le habría permitido solicitar asilo sin estar encerrada; ahora está detenida sin derecho a fianza, solicitando asilo desde la detención.[21] La voz de Adriana es suave y vacilante mientras nos describe las dificultades de Eloy. En un momento, una convulsión la envió al hospital durante varios días; Para empeorar las cosas, la regresaron a un bloque de celdas diferente, también conocido como “tanque”, y la colocaron entre mujeres que no conocía. Separada de la comunidad provisional que había estado fomentando, se sintió nuevamente aislada y aún más deprimida. Ella solicitó, y se le concedió, un regreso al tanque original, lo que hizo que los días fueran un poco más llevaderos.

Adriana describe la comida de la cafetería como apenas comestible. Un almuerzo típico en caja contiene pan, carne procesada, galletas saladas, condimentos envasados, tal vez una pieza de fruta. Sabe mal y no es nutritiva; también suele echarse a perder, un problema generalizado en la industria penitenciaria.[22] Adriana, que es delgada y mide apenas metro y medio, trata de evitar comer otra cosa que no sea avena. Si quiere mejor comida, su único recurso es la tienda, que es cara. Del mismo modo, los productos para el cuidado personal, como jabón, pasta de dientes y tampones, están disponibles solo en concesionarias cuyos precios en los centros de detención están muy por encima de las tarifas del mercado en el exterior.

El estado de sus audiencias de asilo sigue siendo incierto. El primer idioma de Adriana no es el español, sino el quechua, y ha solicitado un traductor. Esto ha retrasado los procedimientos, al igual que la pandemia. Mientras tanto, ha estado mejorando sus habilidades lingüísticas leyendo tanta literatura en español como ha podido. Desde mi visita, nos hemos estado comunicando regularmente por carta y hablando por teléfono. Me cuenta que sueña con trabajar en la moda, rodeada de ropa y zapatos coloridos; para llenar los largos días de detención, dibuja y elabora objetos decorativos de papel doblado. Pero el encierro, que ha durado casi un año y medio, la está agotando y me dice que a menudo se siente desesperada. A veces maneja una broma oscura, como cuando escribe ahora comido esta pan, pan, y pan creo que mucho pan voy a salir de aquí panzón.

Centro de detención regional Imperial, Calexico, California.

Centro de procesamiento, Otero Country, Chaparral, Nuevo México.

 

Mientras escribo esto, Adriana aún no ha sido liberada; ella se encuentra entre las decenas de miles que languidecen en uno de los más de 200 centros de detención en todo el país, administrados por corporaciones privadas, bajo contratos de ICE.[23] En los Estados Unidos del siglo XXI, el desplazamiento humano se ha mercantilizado. El encarcelamiento de migrantes y solicitantes de asilo es ahora un sector en pleno crecimiento en el complejo industrial penitenciario, que pasó de un promedio diario de menos de 3,000 detenidos, a fines de la década de 1970, a casi 50,000, en 2019.[24] En la última década el presupuesto federal para la detención ha aumentado en más del 50 por ciento y CoreCivic es uno de los principales beneficiarios de esta generosidad respaldada por impuestos.[25]

Para la ciudad carcelaria de Eloy, con una población mayoritariamente latina, CoreCivic es un motor económico, ya que emplea a más del 60 por ciento de la fuerza laboral local. Hace varios años, cuando la instalación estaba en construcción, el administrador de la ciudad dijo: “Nos gusta pensar en [los migrantes detenidos] como en una comunidad cerrada con muchas comodidades”.[26] CoreCivic, cuyo lema corporativo es “Mejor el bien público”, ha informado recientemente de grandes ganancias, incluso cuando Eloy ha sufrido el segundo peor brote de COVID-19 entre los centros de detención de los Estados Unidos.[27] Hoy se suspenden las visitas, la cafetería está cerrada, el equipo de protección escasea y la atención médica es esporádica. Adriana fue una de las que dieron positivo y pasó dos semanas en cuarentena —confinamiento solitario, de hecho, lo que los detenidos llaman “el agujero”.

 

 

5. La Gente de la Montaña

En El Tejocote fuimos detenidos. La experiencia fue, en realidad, discreta y poco dramática; pero el hecho era que nuestro pequeño grupo (Marcos, su amigo Chuy, Lenin, mi compañero de viaje y traductor Simon y yo) no iba a ninguna parte. Nos habían detenido tres jóvenes de expresión grave y posturas severas, miembros de la Policía Comunitaria o CRAC-PC. Equipados con walkie-talkies, vestidos con chaquetas oscuras y jeans, se colocaron frente a mi auto de alquiler y nos informaron que íbamos a reunirnos con las secretarias locales de CRAC. El dron que había estado volando sobre los campos de adormidera había llamado la atención.

Comedor comunitario, Guerrero, agosto 2019.

 

En las oficinas del Comedor Comunitario —parte ayuntamiento, parte centro comunitario— nos ofrecieron asientos frente a dos largas mesas plegables con sillas dispuestas a lo largo. La habitación empezó a llenarse. Conté ocho funcionarios y unos diez espectadores de la comunidad. Casi todo el mundo me dio la mano e hizo una suave reverencia. Comenzó el proceso. Aunque no hablo mixteco, la dinámica era legible. Una de las secretarias preguntó quién era yo; cuando dije que era profesor universitario de Arizona, me preguntaron si podía proporcionar credenciales. Mientras mi identificación se pasaba por la sala, la discusión se centró en la proposición de que cualquier trabajo realizado por extraños era un asunto para consideración de todo el pueblo, no solo de individuos, como Marcos, que podrían estar recibiendo a los visitantes. Surgieron inquietudes: ¿era yo un agente de la DEA? ¿Trabajaba para una empresa minera? La audiencia se hizo eco de esos sentimientos.

Se me pidió que explicara mis intenciones y propósitos. Estaba claro que una respuesta corta no serviría, así que respondí con una explicación detallada, el quid es que estaba documentando cómo la economía global se cruza con las economías locales e informales y cómo el comercio de amapola entre los campesinos es una vívida destilación de estas interacciones. Los secretarios del CRAC y la audiencia escucharon atentamente, algunos tomando notas. Más discusión; más preguntas. La preocupación final fue que al operar mi dron, podría haber grabado inadvertidamente la identidad de uno de los campesinos. ¿Podrían ver mis imágenes?

Le expliqué que necesitaríamos una computadora. Ni la computadora de escritorio ni la computadora portátil de uno de los funcionarios tenían energía suficiente para ver los archivos de video 4K. Lenin sugirió que volara el dron para que todos pudieran ver sus capacidades de primera mano. Todos salieron afuera y miraron mientras desempaquetaba y ensamblaba el dispositivo. Rodeada de espectadores, la improbable máquina emitió un pitido y parpadeó mientras se fijaba en las señales que emanaban de los satélites GPS. Las hélices giraron y la nave ascendió por encima del campo. Pronto, la cámara comenzó a transmitir su vista a la pantalla del controlador, entregando un punto de vista que alguna vez estuvo disponible solo para los helicópteros militares que vigilan las montañas durante las operaciones de erradicación de amapola.

El Tejocote, Guerrero, agosto 2019.

 

El campesino que se había preocupado por su identidad estaba cerca, mirando por encima de mi hombro, obviamente absorto. Una por una, las personas se turnaron para mirarse a sí mismas en la vista desde 400 pies. Satisfecho y reconociendo la utilidad del dron, uno de los secretarios me pidió que hiciera un estudio fotográfico del campo. Las imágenes disponibles en Google Maps eran, en su evaluación, de baja calidad y claramente podría hacer otras mejores que serían útiles para fines de planificación comunitaria. Si, por supuesto que si, respondí, y comencé a fotografiar.

 


Gran parte del trabajo de campo y la investigación para este ensayo se completó durante un año sabático de la Universidad de Arizona. El financiamiento y el apoyo fueron proporcionados por INBAL–Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura de México; la Comisión de las Artes de Arizona; y la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Arizona. Gracias a Taiyana Pimentel, Willy Kautz, Julio Castro, Mirelle Torres Vega, Silverio Orduña Cruz, Marit Martinez, Javier Tapia y Marcela Guadiana por todo lo relacionado con mi residencia en Proyecto Siqueiros: La Tallera, en Cuernavaca. Gracias a Francisco Cantú y al Florence Immigrant and Refugee Rights Project por su ayuda con las partes del proyecto que tratan con la detención de inmigrantes y por presentarme a Adriana. Viajar a Guerrero hubiera sido imposible sin contactos críticos, experiencia y asistencia. Por eso estoy agradecido a Alejandro Cartagena, Carlos Quintero, Yael Martinez, compañero de viaje y traductor Simon Schatzberg y al reparador y guía Lenin Ruwa Mosso. Y gracias a Paul Ivey, Anita Huizar-Hernández, Alex Turner y nuevamente a Francisco Cantú, quienes han ofrecido sus valiosos comentarios a medida que este ensayo tomaba forma.

Estoy especialmente agradecido con Adriana, a quien finalmente se le concedió la libertad condicional justo cuando se publicaba este artículo; al joven de Honduras cuyo destino no conozco; a Marcos, Cecilia y su familia por abrir su casa en las montañas de Guerrero; ya la gente de El Tejocote, que es tan notablemente resistente y cohesiva ante la enorme incertidumbre.

Los nombres de algunas personas en este ensayo se han cambiado para proteger su privacidad.


David Taylor es profesor de arte en la Universidad de Arizona. Sus proyectos de fotografía y arte examinan el lugar, el territorio, la historia y la política, y se han exhibido internacionalmente. Trabaja en proyectos a largo plazo que revelan las circunstancias cambiantes de las zonas fronterizas entre Estados Unidos y México, recibió una beca Guggenheim en 2008 y ha publicado dos monografías.


 

Notas:

  1. Norma Iglesias-Prieto, en Ronald Rael, editor, Borderwall as Architecture: A Manifesto for the U.S.-Mexico Boundary (Berkeley: University of California Press, 2017), 24.
  2. Noam Chomsky y Graham Cairns, “Noam Chomsky: How the U.S.-Mexico Border Is Cruel by Design”, Alternet, octubre 28, 2013. Fernando Ortiz, Cuban Counterpoint: Tobacco and Sugar, traducción Harriet de Onis (New York: Knopf, 1946; Durham: Duke University Press, 1995). Gloria Analdua, Borderlands (San Francisco: Aunt Lute Books, 1987). Dominique Brégent-Heald, “The Tourism of Titillation in Tijuana and Niagara Falls: Cross-Border Tourism and Hollywood Films between 1896 and 1960,” Journal of the Canadian Historical Association, vol. 17, no. 1 (2006), https://doi.org/10.7202/016107aradresse copiéeune erreur s’est. Lawrence A. Herzog, “The Transfrontier Metropolis,” Harvard Design Magazine, no. 1 (otoño 1998).
  3. David Taylor y William L Fox, “The Gray Scale,” Places Journal, enero 2016, https://doi.org/10.22269/160112. David Taylor: Working the Line (Sante Fe: Radius Books, 2010). David Taylor: Monuments (Sante Fe: Radius Books, 2015).
  4. Kirk Semple, “Who Is the Migrant Caravan and Why Does Trump Care?” New York Times, octubre 18, 2018.
  5. Taylor and Fox, “The Gray Scale,” Places. David Taylor: Monuments. Carolina A. Miranda, “Why two artists surveyed the U.S.-Mexico border … the one from 1821,” Los Angeles Times, julio 22, 2016.
  6. “Migrant caravan: Hundreds reach Tijuana on US border,” BBC News, November 14, 2018. Thomas Gibbons-Neff and Helene Cooper, “Deployed Inside the United States: The Military Waits for the Migrant Caravan,” New York Times, November 10, 2018. Nick Miroff, “U.S. adds more barriers, razor wire at Mexico border amid fears of a crowd surge,” Washington Post, noviembre 19, 2018.
  7. “Razor Wire Is Most Visible Result of $210M Deployment,” Voice of America News, noviembre 21, 2018.
  8. Sarah Kinosian y Joshua Partlow, “’The situation keeps getting worse’: Unrest at U.S.-Mexico border creates new tension over migrant caravan,” Washington Post, noviembre 26, 2018.
  9. James Fredrick, “Shouting ‘Mexico First,’ Hundred in Tijuana March Against Migrant Caravan,” NPR, noviembre 19, 2018.
  10. Dara Lind, “The US has made migrants at the border wait months to apply for asylum. Now the dam is breaking,” Vox, noviembre 28, 2019.  Elisabeth Malkin, “Migrant Caravan Is Just Yards from U.S. Border, but Long Wait Lies Ahead,” New York Times, noviembre 18, 2018. Jonathan Blitzer, “The Long Wait for Tijuana’s Migrants to Process Their Own Asylum Claims,” The New Yorker, noviembre 29, 2018.
  11. For more on the events that day, see Jonathan Pedneault, “A Peaceful Demonstration Turns Ugly at US Border,” Human Rights Watch, noviembre 26, 2018. For more on the rights of migrants under international law, see “Basic Principles on the Use of Force and Firearms by Law Enforcement Officials,” UN Human Rights Commission, 1990.
  12. Jack Herrera, “A Look Inside a Migrant Shelter in Tijuana,” Pacific Standard, December 20, 2018.
  13. “Asylum Seekers and Refugees,” National Immigrant Justice Center, enero 2019. Jack Herrara, “A Year After the Caravans, Has Trump Won?” The Nation, diciembre 9, 2019.
  14. Simon Schatzberg, “Struggling to Compete with Fentanyl, Mexico’s Poppy Farmers Ask for Legalization,” Filter, February 4, 2019. Romain De Cour Grandmaison, Nathaniel Morris, and Benjamin T. Smith, “No More Opium for the Masses,” Noria, February 10, 2019. John Holman, “Mexican drug cartels, poppy farmers and the US fentanyl crisis,” Al Jazeera, mayo 7, 2019. Kirk Semple, “Mexican Opium Prices Plummet, Driving Poppy Farmers to Migrate,” New York Times, julio 7, 2019.
  15. “Mexico violence: Indigenous musicians killed in ambush in Guerrero,” BBC News, enero 18, 2020.
  16. Alejandro Almazan, “Dispatches from Guerrero,” N+1, Spring 2015. Jorge Volpi, “Mexico in the drug war: ‘A cemetery of bodies with no story, and stories with no body’,” The Guardian, November 4, 2019. Anabel Hernandez, A Massacre in Mexico: The True Story Behind the Missing Forty-Three Students (New York City: Verso, 2018). “Mexico ex-defense minister arrested in U.S. on ‘drug charges.’,” Al Jazeera, octubre 16, 2020.
  17. “Fifteen people killed in Mexican village linked to windpower dispute,” The Guardian, junio 23, 2020. “Mexico: 15 people killed in dispute linked to wind energy projects in Oaxaca,” Business & Human Rights Resource Center, June 23, 2020. Eoin Wilson, “Murders, megaprojects and a ‘new Panama Canal’ in Mexico,” Al Jazeera, julio 13, 2020. Jose Benjamin Montaño, “Impunity Reigns in the Murder of Indigenous Activist Samir Flores,” Latino USA, febrero 21, 2020.  Alexandre Meeghini, “’Under Siege’: desperate Mexico region uses guns, children to fend off cartels,” Reuters, febrero 10, 2020.
  18. Oeindrila Dube, Omar Garcia-Ponce, Kevin Thom, “From Maize to Haze: Agricultural Shocks and the Growth of the American Drug Sector,” Journal of the European Economic Association, julio 8, 2016, https://doi.org/10.1111/jeea.12172 Travis Hartman, Lizbeth Diaz, “Garden and Gun: In southern Mexico, illicit poppy gardens lie in the middle of economics, violence, addiction and potentially, regulation and legitimacy,” Reuters, febrero 6, 2019.
  19. “Crisis pending in Guerrero as up to 16,000 farmers still without fertilizer,” Mexico Daily News, agosto 26, 2019. Arturo de Dios Palma, “Fentanyl Boom Leaves Migration and Misery in Guerrero,” El Universal, abril 2, 2020.
  20. See the interactive map, Freedom for Immigrants.
  21. For more on the “credible fear” interview process, and its current abuses, see “Allowing CPB to Conduct Credible Fear Interviews Undermines Safeguards to Protect Refugees,” Fact Sheet, Human Rights First, abril 2019. For more on the deportation process, see Robert Moore, “Trump administration testing rapid asylum review, deportation process in Texas,” Washington Post, octubre 24, 2019.
  22. See Alan Zibel, “Detained for Profit: Spending Surges Under U.S. Immigration Crackdown,” Public Citizen, septiembre 18, 2019. Joe Fassler and Claire Brown, “Prison Food Is Making U.S. Inmates Disproportionately Sick,” The Atlantic, diciembre 27, 2017.
  23. Justo cuando se estaba publicando este artículo, supe que a Adriana se le concedió la libertad condicional; no es libre, pero ya no estará encarcelada en Eloy.
  24. Emily Kassie, “Detained: How the U.S. built the world’s largest immigrant detention system,” The Guardian, September 24, 2019. Eunice Hyunhye Cho, Tara Tidwell Cullen, Clara Long, ACLU, Human Rights Watch, National Immigration Justice Center, Justice-Free Zones: U.S. Immigration Detention Under the Trump Administration, 2020.
  25. En la actualidad, cuatro corporaciones privadas, CoreCivic, Geo Group, Management & Training Corporation y LaSalle Corrections, administran la mayoría de los centros de detención de los Estados Unidos. La unidad básica de ingresos y gastos es el “día-hombre compensado”, es decir, los ingresos y costos asociados con el mantenimiento de detenidos individuales durante un día. Este es el “indicador clave de rendimiento” de la rentabilidad. Para más información, ver Clyde Haberman, “For Private Prisons, Detaining Immigrants Is Big Business,” New York Times, octubre 1, 2018. Renae Merle and Trace Jan, “Wall Street pulled its financing. Stocks have plummeted. But private prisons still thrive,” Washington Post, octubre 3, 2019. Para obtener más información sobre los crecientes costos de la seguridad fronteriza desde la creación del Departamento de Seguridad Nacional, consultar “The Cost of Immigration Enforcement and Border Security,” American Immigration Council, julio 7, 2020.
  26. John Burnett, “How Will A Small Town in Arizona Manage an ICE Facility in Texas?” Morning Edition, NPR, octubre 28, 2014. Para más información ver “Eloy Detention Center: A Place Where People Disappear,” The Carceral State of Arizona: The Human Cost of Being Confined, Puente Movement/Advancement Project (octubre 2019), 25–29.
  27. Daniel Gonzalez, “More than 40% of staff at large Arizona detention center positive for COVID-19, operators say,” USA Today, julio 9, 2020. “233 coronavirus cases reported at ICE facility in Eloy,” 12 News, August 28, 2020. Cora Currier, “Letters from ICE detainees expose desperate prison conditions amid coronavirus epidemic,” The Intercept, julio 27, 2020.

El cargo Refugio y fortificación apareció primero en Arquine.

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Un muro: el futuro de la arquitectura https://arquine.com/un-muro-el-futuro-de-la-arquitectura/ Wed, 12 Jun 2019 08:00:37 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/un-muro-el-futuro-de-la-arquitectura/ Los muros parecen ser el presente y el futuro de la arquitectura y la responsabilidad del arquitecto involucrarse en esa visión y, tal vez, encontrar maneras para pensar una arquitectura contra su propia lógica, capaz de producir condiciones de resistencia.

El cargo Un muro: el futuro de la arquitectura apareció primero en Arquine.

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Tijuana-San Diego

El número 79 de Arquine intenta articular un discurso sobre la arquitectura del futuro. Lo hace a sabiendas de que la mayor parte de sus lectores son arquitectos que practican y diseñadores que verán en los más nuevos edificios diseñados por oficinas como Diller, Scofidio y Renfro, Sanaa o Zaha Hadid Architects, una fuente de inspiración para lo que la arquitectura de “autor” (para no decir de “estrellas”) será en la próxima década. Agradezco a los editores que me permitan presentar una mirada radicalmente disonante de la arquitectura, tanto del presente como del futuro, así como sobre su responsabilidad activa en el desarrollo de una geopolítica neocolonial. Aunque los ejemplos que daré en la primera parte de este texto puedan parecer extremos y sólo representen una pequeña parte de la arquitectura —lo mismo le sucede a la arquitectura “de autor”—, mi argumento a lo largo de este texto se centra en la necesidad para los arquitectos de entender su responsabilidad política al ejercer su profesión.

Algo particular de la ciencia ficción, literaria o cinematográfica, es su habilidad para mostrarnos más del presente que del futuro que finge imaginar. A este respecto, algunos de los mejores ejemplos proféticos son obras que asumen por completo esta aptitud para criticar el presente. En la década pasada, tres películas capturaron particularmente cómo es la arquitectura del presente y, por extensión, del futuro. Los hijos del hombre (2006), de Alfonson Cuarón, La Zona, de Rodrigo Plá y Sleep Dealer, de Alex Rivera, ambas del 2008, informaron nuestra imaginación con una arquitectura que impone un mundo global donde a los cuerpos pobres y marcados por su raza se les impide cruzar ciertas fronteras. Los hijos del hombre tiene lugar en un futuro cercano en Inglaterra, donde los inmigrantes morenos y negros son arrestados y deportados sistemáticamente a zonas sin ley y militarizadas. El realismo de Cuarón muestra las celdas en las que son detenidos los cuerpos de los inmigrantes de manera cruda y no sin referencias a situaciones conocidas en el presente neocolonial del Norte Global. La Zona dramatiza una comunidad cerrada mexicana cuya obsesión con la seguridad hace que sus residentes cacen a un joven intruso de un barrio de clase trabajadora vecino. Los muros que delimitan “la zona” del resto de la ciudad materializan de la manera más explícita cómo se organiza espacialmente la segregación social extrema. Sleep Dealer sucede en una maquiladora en la que los trabajadores mexicanos deben enchufarse a máquinas para controlar a trabajadores robots en los Estados Unidos. El imperialismo occidental y el capitalismo, así como la frontera entre dos países y, por extensión, entre el Norte y el Sur globales, se retratan mediante la violencia ejercida sobre los cuerpos.

La arquitectura militarizada de control que presentan estas tres películas tiene muchas semejanzas con las que actualmente se despliegan a alta velocidad en muchos sitios del mundo. Se construyen muros en las fronteras entre México y los Estados Unidos, entre la India y Bangladesh, Hungría y Serbia, Eslovenia y Croacia, etc. y, por tanto, en tanto tales, pueden representar cierta arquitectura “del futuro” pese a su elemental tipología. El control espacial de los cuerpos en un contexto político de ingeniería de la identidad nacional, encuentra en el muro el dispositivo perfecto. Sin embargo, este dispositivo no debe leerse sólo mediante el espectro del control a la inmigración, sino también mediante políticas locales de segregación y apartheid. En ese sentido, Jerusalén siempre me ha parecido la verdadera ciudad del futuro. Una policía fuertemente armada, numerosos cuerpos de guardias armados de seguridad privada, comunidades cerradas y militarizadas construidas en violación de la Cuarta Convención de Ginebra (los asentamientos israelíes al este de Jerusalén) adyacentes a barrios empobrecidos (palestinos) y, por supuesto, otro muro de ocho metros de alto separando esos barrios de otros a los que sólo puede entrarse por puestos de vigilancia militares. La ciudad es realmente el corazón del apartheid israelí.

 

Palestina

 

Por supuesto, la lógica de esta estrategia de segregación racial sistemática que ya lleva siete décadas no nación en Palestina y el futuro es sólo la continuación de un pasado colonial. En ese sentido, no es extraño ver a un país colonial como Francia siguiendo el ejemplo israelí tras las matanzas de enero y noviembre del 2015 y de julio del 2016. Es así que París, una ciudad ya de por sí muy segregada, se ha ido acercando a la ciudad del futuro, Jerusalén. El estado de emergencia —aun vigente mientras escribo esto— promulgado el 13 de noviembre del 2015, le ha dado mucha libertad al poder ejecutivo y a la policía, a expensas de la justicia. Aquí de nuevo el principal aparato de control es el muro, usado contra los manifestantes qeu se reunen en oposición a la nueva ley del trabajo en la primavera del 2016 o contra los jóvenes de las afueras —banlieues— en las estaciones de policía fortificadas de los barrios segregados del centro de la ciudad. Aquí, de nuevo, el futuro parece ser sólo una continuación del pasado colonial en tanto los cuerpos que son el objetivo d ela violencia de la arquitectura son, en su mayoría, los nietos de la última generación de sujetos colonizados por el imperio francés. Lo mismo puede decirse sobre la militarización de lo que podemos llamar “el espesor de la frontera” entre Francia y el Reino Unido en Calais. Los pocos miles de cuerpos que lograron huir de los países donde la guerra y las precarias condiciones económicas son subproducto del pasado colonial, se encuentran vigilados y controlados por muros y policía omnipresente en una zona de transición sin ningún derecho. Cuando un arquitecto mira la llamada “jungla” en Calais y otras urbanidades auto-organizadas en el mundo y las llama “laboratorios urbanos del futuro,” puede tener razón, pero olvida incluir a la policía militarizada que explica la naturaleza de esos espacios de mejor manera que la falta de recursos para construir esos pequeños pueblos.

La arquitectura es un instrumento de dominio. Organiza cuerpos en el espacio con distintos grados de imposición, desde lo que aparenta ser de manera voluntaria a los grados más extremos de violencia. Los arquitectos y los diseñadores pueden no ser los inventores de ideologías y programas políticos coloniales o neocoloniales. Pero son responsables de proporcionar las condiciones espaciales y territoriales para que se ejerzan. Eso no quiere decir que la arquitectura no pueda servir a un programa descolonizador. Sólo que su función esencial se presta más “fácilmente” a que las condiciones del racismo (es decir, a una forma particular de dominio) se mantengan antes que disolverse. Puedo añadir que una arquitectura orientada contra un sistema dado de dominio contribuiría a producir nuevas normas que a su vez responderían a sus propias formas de violencia que, de nuevo, deberían ser cuestionadas. Eso es lo que fundamentalmente hace un instrumento de dominio.

 

Rio de Janeiro

 

La relación entre el diseño y la arquitectura y el colonialismo, pasado, presente o futuro, es por tanto un tema difícil de atender por muchos diseñadores y arquitectos. Por supuesto, esa dificultad es de algún modo proporcional al privilegio que implica su propia posición en el sistema de dominio, particularmente en su forma más expandida, la supremacía blanca, aunque no es exclusiva de éstos pues la misma profesión de arquitecto constituye una posición de poder en cualquier sociedad. Esta observación no pretende regresar a la concepción obsoleta del arquitecto como cierto tipo de deidad, sino que más bien insiste en el hecho de que la arquitectura, como disciplina, va más allá de la agencia personal de un arquitecto individual y que desde dentro, se requiere una intencionalidad ferozmente determinada para cuestionar cualquier sistema de dominio, particularmente racial. Mientras la intención de arquitectos y diseñadores puede ser irrelevante cuando se trata de reclamar intenciones benévolas mientras su trabajo desata efectos particularmente violentos sobre los cuerpos, es totalmente relevante para la construcción estratégica de una lógica distinta. Así como debiéramos enfocarnos menos en qué acto o lenguaje particular etiquetar como racista y más en qué posición ocupamos y cuál tomar en un sistema fundamentalmente racista, deberíamos asumir una posición como diseñadores y arquitectos. SI seguimos ignorando estos temas, necesariamente nos colocamos en la posición de reforzar el sistema, más allá de si nos privilegia o no.

 

 

El diseño de arquitecturas que reten al neocolonialismo no puede concebirse ingenuamente en la indiferencia de una esquema social de dominio entre cuerpos. Requiere construirse fundamentalmente en su contra, sea cambiando la orientación de la violencia inherente de la arquitectura o, alternativamente, mediante un “no” constructivo como respuesta a encargos en los que el actuar del diseñador no sea suficiente para lograr ese cambio de orientación —la construcción de un edificio de apartamentos gentrificador, por ejemplo. De hecho, no se implica que necesariamente los diseñadores y arquitectos tengan control sobre el tremendo poder y la violencia que la arquitectura puede desplegar sobre los cuerpos. La arquitectura es un instrumento político estructural, lo que quiere decir que involucra una variedad de actores decisivos, entre los que los arquitectos ocupan una porción menor —algo que “descubren” normalmente con gran frustración. Hay por tanto una necesidad para que simultáneamente entiendan su gran responsabilidad así como la humildad que debe caracterizar su posición —lo que puede parecer una contradicción a primer vistazo no debe percibirse así en razón del argumento que aquí se presenta. La estructura característica del racismo requiere que cada uno de nosotros esté al tanto de su responsabilidad, sea como diseñadores (es decir, como actores en la concepción de esas estructuras) y como cuerpos necesariamente involucrados en la categorización normativa al rededor de la cual se construyen esas estructuras.

El futuro, por tanto, puede que sea más “buenos” muros que Zaha Hadid —y menos diseños de autos voladores que las promesas de campaña del nuevo presidente de los Estados Unidos. Siendo los arquitectos expertos en ese tema, los muros, su responsabilidad es involucrarse en esa visión y, tal vez, encontrar maneras para pensar una arquitectura contra su propia lógica, capaz de producir condiciones de resistencia.

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Fronteras reasignadas https://arquine.com/fronteras-reasignadas/ Thu, 14 Mar 2019 14:30:52 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/fronteras-reasignadas/ La arquitecta Nora Akawi, especialista en la reimaginación del mapeo político y espacial en el Medio Oriente, cuestiona la manera como hemos entendido los territorios y las fronteras en un momento en que la figura del refugiado es "central para la política contemporánea".

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La arquitecta Nora Akawi, especialista en la reimaginación del mapeo político y espacial en el Medio Oriente, cuestiona la manera como hemos entendido los territorios y las fronteras en un momento en que la figura del refugiado es “central para la política contemporánea”. Al hacerlo, ilustra con precisión el nivel de complejidad involucrado en la planificación espacial contemporánea y resalta el valor de las herramientas arquitectónicas al tratar de darle sentido a todo.

A pesar de muchos intentos por socavar su efecto transformador, el año 2011 representa un punto de inflexión en la historia árabe. Aunque se encontraron con la violencia represiva de los regímenes en el poder, los levantamientos en toda la región llevaron consigo una visión alternativa de cómo las personas y los recursos podrían organizarse en el mundo. Pero las protestas y demandas de dignidad, libertad y justicia social se ahogaron en una sangrienta orquestación de violencia que continúa hasta hoy.

Debajo de este campo ensordecedor de violencia hay un silencio paralelo facilitado por la comunidad internacional, ya que flujos estables de dinero, petróleo, armas, materiales de construcción y contratos para la reconstrucción circulan a través de las fronteras. Simultáneamente, las personas que huyen de la destrucción y la persecución tienen prohibido cruzar esas mismas fronteras. Los que lo hacen se vuelven invisibles rápidamente. Entre todas las opiniones y teorías opuestas sobre lo que realmente está configurando el futuro de las calles, ciudades y tierras intermedias, parece haber un punto de acuerdo: que estamos en una era de transformación significativa definida por el desplazamiento masivo y la desaparición de innumerables personas y sus medios de vida.

Durante las revueltas de 2011, las personas emprendieron un proyecto colectivo hacia el cambio democrático y una justa reorganización de la gobernabilidad. Este sigue siendo un proyecto en curso dentro del cual la arquitectura, en sus diversas formas de práctica, está invitada a reclamar la agencia. Las herramientas de representación en la arquitectura pueden activarse para hacer visible la injusticia pasada por alto, hacer escuchar las narraciones silenciadas, dar sentido a las escalas de infraestructura que no se pueden extraer y, quizás, incluso hacer que las condiciones espaciales de la justicia social sean imaginables. En palabras de Felicity D. Scott, la arquitectura puede ser un medio o una práctica que “amplíe el campo de las luchas sociales y políticas” y ponga a disposición sus herramientas disciplinarias y formas de conocimiento para “poner material nuevo sobre la mesa.”(1)

En este contexto, nos centramos en estudios de la izquierda de imaginarios radicales de luchas pasadas y actuales, locales e internacionalistas, y lo más importante es que nos aliamos con movimientos de base y de liberación y justicia social que trabajan actualmente en el terreno para permanecer, para volver, para conmemorar, liberar, desmilitarizar o descolonizar. A través de tales alianzas, la práctica arquitectónica, ya sea dentro o fuera de la academia, puede ser parte de la reivindicación por parte del público del derecho a ilustrar imaginarios colectivos y descolonizados.

Somos parte de una creciente población a la que se le ha enseñado a leer y consumir mapas del mundo, de territorios limítrofes, de carreteras y ciudades que simplemente no se aplican a nuestras experiencias de ese mundo. Mapas que no reconocen la presencia de nuestros pueblos y culturas dentro de ellos; que no muestran la violencia del apartheid o de la segregación racial que sabemos divide a nuestras comunidades; que son ajenos a la naturaleza carcelaria de los estados; que borran la explotación ilegal de la tierra y el robo de recursos de una comunidad en beneficio de otra. Las historias reprimidas, las realidades, la violencia, la resistencia y los imaginarios que se omiten en los mapas normativos dominantes de los territorios son precisamente las que deben dibujarse.

En su libro Terror and Territory: The Spatial Extent of Sovereignty, el geógrafo crítico Stuart Elden señala que la palabra “territorio” tiene sus raíces etimológicas no solo en la palabra latina terre (tierra), sino también en terrere (asustar).(2) Dado que el papel de la soberanía es superar cualquier otra organización de un territorio, el territorio se ve acosado por el miedo a lo otro y el trazado de mapas y la marca de límites se convierte en la manera de establecer la soberanía sobre un territorio. Como los espacios colonizados están habitados por nuevos gobernantes, estos sitios también reciben nuevos significados y nuevos nombres, se reasignan. El mapa como herramienta debe ser movilizado, no para la conquista y, por lo tanto, para borrar, sino como testimonio y lugar de resistencia contra dicha violencia.

Los dibujos desarrollados en el proyecto llamado Mapping Borderlands (3), iniciado a través de Studio-X Amman en el GSAPP de la Universidad de Columbia, apuntan a representar ambivalencias y discontinuidades de territorios aparentemente incuestionables. El proyecto toma como punto de partida y nuestra comprensión de la territorialidad y la desafía, una comprensión que todavía está fuertemente arraigada en nuestra imaginación del mundo al estar dividida en formaciones políticas compartimentadas, distintas y mutuamente excluyentes. Las asignaciones consideran que las fronteras se manifiestan físicamente a través de cercas y trincheras, pero también a través de la tecnología de identificación biométrica, las oficinas de registro de refugiados, la exclusión de empleos y la atención médica, además de políticas y regulaciones fluctuantes.

Como los teóricos políticos sugieren que la figura del refugiado es fundamental para la política contemporánea, este proyecto pretende visualizar el movimiento y su suspensión, tanto regulares como irregulares, legales e ilegales, reconocidos y no, como elementos centrales que definen los territorios contemporáneos y los terrenos geopolíticos. Desafiando las representaciones estáticas convencionales de lo que en realidad son condiciones dinámicas e inestables, los proyectos movilizan herramientas de visualización familiares y las activan no como representaciones estáticas, sino como procesos en sí mismos: “no deben tomarse como tecnologías de captura, sino como técnicas de adición, dibujando e investigando críticamente los procesos de frontera.”(4) La esperanza es que, en lugar de leer las fronteras como condiciones fijas y estáticas, a través de un análisis crítico y la representación de los procesos de construcción y desmantelamiento de fronteras, puedan surgir nuevos imaginarios para los territorios.


Notas

1 Felicity D. Scott, “Arquitectura y construcción de la nación” en The Arab City: Architecture and Representation, Amale Andraos, Nora Akawi, Caitlin Blanchfield, editores. Nueva York: Columbia Books on Architecture and the City, 2016

2 Stuart Elden, Terror and Territory: The Spatial Extent of Sovereignty, University of Minnesota Press, Minniapolis, 2009

3 El proyecto Mapping Borderlands se inició a través de Studio-X Amman en el GSAPP de la Universidad de Columbia y en los Centros Globales de Columbia, Amman. Se activó principalmente a través de una serie de seminarios en Columbia GSAPP desde 2014, que se impartieron junto con Nina Kolowratnik-Pointl.

4 Nora Akawi y Nina V. Kolowratnik, programa de estudios “Echoing Borders”, Columbia University GSAPP, otoño 2016


Nora Akawi es arquitecta y directora del Estudio-X Amman de Columbia Graduate School of Architecture, Planning and Preservation, donde dirige la conceptualización e implementación de programas públicos e iniciativas de investigación sobre arquitectura en la región árabe. Desde 2014, ha estado impartiendo un curso de posgrado centrado en las fronteras, la migración forzada y los derechos humanos. También imparte clases en un estudio de diseño urbano en la facultad de Arquitectura y Diseño Urbano centrado en la infraestructura de agua y la desigualdad en la distribución a lo largo del Valle del Jordán. Akawi estudió arquitectura en la Academia de Arte y Diseño Bezalel en Jerusalén y recibió su maestría en prácticas críticas, curatoriales y conceptuales en arquitectura de Columbia GSAPP.


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