Resultados de búsqueda para la etiqueta [fierro ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Thu, 20 Apr 2023 14:59:10 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La ciudad es el movimiento https://arquine.com/la-ciudad-es-el-movimiento/ Tue, 11 Dec 2018 13:00:15 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-ciudad-es-el-movimiento/ En el Fondo de Cultura de la Condesa encontré la edición facsimilar de Horizonte (1926-27), la revista que el movimiento estridentista publicó durante su paso por Jalapa con el plan de construir ahí Estridentópolis, la ciudad de vanguardia que antes se habían imaginado en sus poemas, grabados y novelas.

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En el Fondo de Cultura de la Condesa encontré la edición facsimilar de Horizonte (1926-27), la revista que el movimiento estridentista publicó durante su paso por Jalapa con el plan de construir ahí Estridentópolis, la ciudad de vanguardia que antes se habían imaginado en sus poemas, grabados y novelas. El material de Horizonte es amplio. Hay poemas de Maples Arce y Kin Taniya, hay grabados de Alva de la Canal y Jean Charlot, hay textos propagandísticos a favor del general Heriberto Jara (su jefe en Veracruz), hay fotografías que hoy son muy conocidas como la de los postes de teléfono de Tina Modotti o la cisterna de Edward Weston, hay instructivos para instalar antenas o hacer tus propias películas, incluso hay anuncios publicitarios como el de una carnicería llamada “La moderna”. Las portadas son de Alva de la Canal y Leopoldo Méndez. En una de ellas, la de marzo de 1927, aparecen un campesino y un obrero, uno con la hoz, el otro con el martillo, ambos con una antorcha en la mano; tirado en el suelo está un capitalista con la cara cadavérica, rodeado de flamas. Si algo une a todo este material artístico, político, científico y técnico, lo une el propósito de incluir todo aquello que fuera moderno, todo lo que cumpliera con la máxima estridentista de “hacer actualismo”, de ser actuales con el mundo, todo lo que sirviera para hacer de la reconstrucción posrevolucionaria un proyecto de modernidad. Este era su horizonte utópico.

Hablar de estridentismo todavía se asocia con hacer arqueología. Durante buena parte del siglo XX fueron un movimiento olvidado, sepultado por la tradición que consolidaron sus rivales, los así llamados Contemporáneos, el “grupo sin grupo”. Hay algo de justicia poética en que un movimiento que apostó tanto por la construcción tenga que ser reconstruido. En Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, los infrarrealistas se la pasan deambulando por la ciudad en busca del rastro de una tal Cesárea Tinajero, una poeta más o menos relacionada con los estridentistas:
Yo les dije, ah, Cesárea Tinajero, ¿dónde oyeron hablar de ella, muchachos? Entonces uno de ellos me explicó que estaban haciendo un trabajo sobre los estridentistas y que habían entrevistado a Germán, Arqueles y Maples Arce, y que habían leído todas las revistas y libros de aquella época, y entre tantos nombres, nombres de hombres cabales y nombres huecos que ya no significan nada y que no son ni siquiera un mal recuerdo, encontraron el nombre de Cesárea. ¿Y?, les dije. (170).

Dicen que el estridentismo nació en 1921, cuando Maples Arce imprimió Actual No.1 y fue a pegarlo por las paredes de la ciudad de México, junto a los carteles de toro y teatro, como decía Luis Mario Schneider. Qué raro inaugurar un movimiento artístico así. Qué extraña debe haber sonado para quien la leyó esa oda desenfrenada a las calles, los automóviles, los letreros, los ruidos y los andamios en una ciudad que apenas empezaba a modernizarse, donde apenas y había edificios. Pero así es como nació el estridentismo, según esto, y eso es en gran medida lo que fue: un movimiento que, sobre todo lo demás, ansiaba estar en sincronía con el presente –con el arte, la política y los retos de la vida moderna–, aunque por momentos no supieran muy bien cómo hacerlo, como si estuvieran condenados a la periferia por más que quisieran justo lo contrario.

En sus primeros años, los años en la ciudad de México, los estridentistas se dedicaron a construir su movimiento, que uno podría pensar en términos de una serie de infraestructuras: un café, una o dos revistas, una exposición, una imprenta, unos cuantos manifiestos. Pero si es verdad, tal como sugiere Boris Groys en The Total Art of Stalinism, que las vanguardias siempre se trataron de romper las fronteras entre el arte y la vida, y en esta medida fueron proyectos de construcción estético-política, esto es todavía más cierto en el contexto posrevolucionario. Al igual que muchos otros artistas e intelectuales del periodo, los estridentistas sintieron el llamado a imaginar y construir un nuevo país, un país moderno. Por eso, para cuando llegaron a trabajar al gobierno de Heriberto Jara en Jalapa, los estridentistas ya lo que querían era construir una ciudad en sí, una ciudad que a la vez funcionara como una imagen para el país entero. A partir de este punto, la ciudad es el movimiento, la culminación de ese proyecto estético que había empezado en el Café de Nadie y en un puñado de textos y que ahora se escapaba hacia la realidad misma.

Así es que en Jalapa, rebautizada Estridentópolis, el movimiento publicó libros y organizó eventos, construyó el primer estadio de concreto (hoy llamado Heriberto Jara), planeó la inauguración de la Universidad Veracruzana, proyectó una torre de radio que Alva de la Canal anunció con un grabado, habló de construir una ciudad-jardín, resaltó la importancia de las obras de pavimentación y drenaje… Horizonte era el órgano encargado de reunir este proyecto de vanguardia, de reflexionarlo, de justificarlo, de plantearlo como la posibilidad para la nación posrevolucionaria. Estridentópolis puede entonces entenderse como una utopía urbana no sólo porque surgió de un proyecto estético o porque éste fue mucho más ambicioso de lo que al final lograron construir, sino sobre todo porque fue el modelo a partir del cual fue posible imaginar, discutir y pensar cómo debía ser el espacio de un México moderno.

Es por esto que uno podría decir que Estridentópolis se encuentra adentro de Horizonte, que Horizonte es nada menos que el modelo utópico en sí, el proyecto urbano como tal, el programa donde se configuró una idea de ciudad y de infraestructura. El procedimiento fundamental es el montaje, otro signo de la vanguardia. Es así como un contenido diverso –arte, política, ciencia, técnica, propaganda, fotografía– puede chocar y emplazarse uno al lado del otro. Todo lo que pueda ayudar a modelar Estridentópolis tiene derecho a entrar, la diversidad en realidad no existe cuando de lo que se trata es de construir una ciudad y luego un país entero. En el texto inaugural de la revista, probablemente escrito por Germán List Arzubide, dicen lo siguiente: “En México, más que en ninguna otra parte, es necesario guía, alguien que oriente esta crisis de un pueblo que sintiendo que era necesario destruir el pasado, fue a la batalla y lo deshizo, y ya triunfador se halla solo, dueño de todos los caminos sin saber cuál seguir” (3). Tal era la tarea tanto de la revista como de las obras urbanas en Jalapa: modelar un camino.

Esto explica la obsesión con la infraestructura urbana, que desde sus primeros textos les había fascinado y que ahora justifican de manera más programática. Construir infraestructura, urbanizar, esa es la forma como los estridentistas se imaginan la tarea posrevolucionaria de modernizar al país y a su población. En este sentido son muy interesantes los textos en Horizonte que se refieren a la construcción del estadio de Jalapa, por ejemplo. Maples Arce hace una defensa del “sidero-cemento” como el material prototípico de la modernidad. Casillas toma una foto legendaria de sus columnas y pone como pie lo siguiente: “arquitectura de la REVOLUCIÓN FUERTE en lo material y en el afán ESPIRITUAL que lo ERIGIÓ” (367). Celestino Herrera asegura que “levantado el Estadio Veracruzano, un verdadero monumento a la belleza, [el gobierno de Jara] pone la primera piedra de otro gran monumento: la reconstrucción moral y física de nuestra raza” (380).

De hecho, hay una serie de textos donde la infraestructura urbana –sobre todo la deportiva y de educación– se plantea como el paso necesario para alejar a la población del “vicio”, pero también para volverla más higiénica, eficiente y productiva a través de un proceso de disciplina: “agresividad, eficiencia, rapidez para resolver situaciones, diversidad de ataques y defensas, todo un complejo y rico conjunto educativo se halla en los juegos deportivos” (234). En la nota anterior sugerimos que las utopías urbanas del México moderno podían leerse como modelos gubernamentales en el sentido de Foucault y de Rama: propuestas de espacios a través de los cuales fuera posible gobernar y transformar a una población a partir de procesos de ordenamiento, de organización, de vigilancia y de normalización. En Horizonte, la proyección de un espacio urbano moderno y tecnologizado se convierte precisamente en la posibilidad de articular un discurso en torno al cuerpo de la población. La infraestructura es el camino para establecer un orden y fomentar una disciplina que ellos concebían como necesaria para un país al que le urgía reorganizarse tras la revolución, reconstruirse y modernizarse. Inicia en Horizonte un discurso urbano que encuentra en el deporte y la educación el camino para erradicar los “vicios” y las “deficiencias” físicas y morales de la población, discurso que tendrá otro de sus puntos álgidos durante el proyecto de Ciudad Universitaria y que de alguna u otra manera continua hasta el presente. También emergen aquí, en su celebración de la virilidad y la raza fuerte que Estridentópolis construiría, ecos de esa parte del estridentismo que pasó por el nacionalismo y la homofobia, dos de sus grandes disputas con los Contemporáneos pero a la vez de su vínculo con otros artistas como Diego Rivera y los muralistas.

De Estridentópolis quedan algunas ruinas. El estadio, primeras ediciones que todavía aparecen por ahí en las librerías de viejo, la universidad, grabados y pinturas. Y queda también Horizonte, que más que una ruina es como un documento antropológico donde una ciudad que hoy ya no existe –y que de hecho nunca llegó a existir del todo o sólo existió completa en un futuro posible– se pensó, se imaginó y se planeó antes de la caída del movimiento en algún punto de 1927.


Referencias:
Bolaño, Roberto. Los detectives salvajes. Barcelona: Anagrama, 1998.
VV.AA. Horizonte. México: FCE, 2011.

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Ordenanza y buen gobierno: Ángel Rama, Vasco de Quiroga y la utopía de la ciudad https://arquine.com/ordenanza-y-buen-gobierno-angel-rama-vasco-de-quiroga-y-la-utopia-de-la-ciudad/ Tue, 06 Nov 2018 17:38:38 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/ordenanza-y-buen-gobierno-angel-rama-vasco-de-quiroga-y-la-utopia-de-la-ciudad/ En el primer capítulo de su clásico La ciudad letrada (1984), el crítico uruguayo Ángel Rama postulaba que existía una relación muy estrecha, demasiado estrecha, entre la utopía como producto epistemológico de la racionalidad moderna y la empresa colonial de occidente en el continente americano.

El cargo Ordenanza y buen gobierno: Ángel Rama, Vasco de Quiroga y la utopía de la ciudad apareció primero en Arquine.

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En el primer capítulo de su clásico La ciudad letrada (1984), el crítico uruguayo Ángel Rama postulaba que existía una relación muy estrecha, demasiado estrecha, entre la utopía como producto epistemológico de la racionalidad moderna y la empresa colonial de occidente en el continente americano. Para él, esta relación pasaba por la ciudad. Más específicamente, pasaba por el hecho de que la ciudad colonial había sido planeada y diseñada como una utopía en el terreno de los signos –en esquemas, planos, diagramas, tratados– antes de ser construida e impuesta sobre la realidad del territorio conquistado. En este proceso, el diseño de la ciudad colonial, el esquema cuadrangular del damero, representaba el modelo de un orden y una jerarquía social que buscaba materializarse sobre la realidad misma, es decir, sobre la población recién sometida o en proceso de someterse: “en vez de representar la cosa ya existente mediante signos, éstos se encargan de representar el sueño de la cosa, tan ardientemente deseada en esta época de utopías […]. El sueño de un orden servía para perpetuar el poder y para conservar la estructura socio-económica y cultural que ese poder garantizaba” (44).

Pero ¿a qué se refería Rama exactamente? Creo que su punto incluye pero también rebasa la noción de que América se le presentó a los europeos como un territorio hasta cierto punto “vacío”, es decir, como un espacio sobre el cual podían empezar de nuevo, de cero, planeando las ciudades con una racionalidad que estaba ausente en las urbes medievales que habían crecido de manera orgánica. A mi entender, el punto principal de Rama es que el discurso urbano en general y los planos o diseños utópicos para la urbe colonial en concreto fueron fundamentales en el proceso de reflexionar sobre la empresa colonial misma: en cómo mejorarla, cómo perfeccionarla, cómo corregirla, qué ajustes hacerle… Imaginar una ciudad perfectamente organizada, una ciudad utópica, era un vehículo para reflexionar y proyectar cuál sería la mejor forma de gobernar y administrar tanto el nuevo territorio como a su población. En este proceso, la forma de la ciudad tal como fue diseñada en los planos y luego construida se convirtió en el modelo utilizado para producir el espacio colonial. En otras palabras, la ciudad fue la forma idónea para extenderse en el territorio, para establecer una estructura administrativa coherente, para organizar circuitos comerciales y económicos, para ordenar a la población y para imponerles una cultura.

Aunque Rama no lo menciona, el caso de Vasco de Quiroga en México es interesante para revisitar la propuesta del crítico uruguayo. Enviado a la Nueva España como oidor de la Real Audiencia, Vasco de Quiroga quedó impactado con lo que él llamaba la “codicia” de los españoles, es decir, con el grado de explotación y violencia con el que los primeros encomendados trataban a los indígenas, obligándolos a trabajar y morir en las minas. Frente a la avalancha de la acumulación y expansión capitalista provocada por el “descubrimiento” de América, el modelo utópico de Vasco en sus hospitales en Michoacán y en lo que hoy es Santa Fe en la Ciudad de México parecería un intento de regresar a algo anterior, de dar marcha atrás a esa fuerza irreversible de la historia moderna de la estaba siendo testigo. Sus hospitales, basados en cierta medida en la Utopía de Tomás Moro, proponían un modelo de autosustento económico donde el comercio estaba prohibido, así como una disciplina y una moral que claramente provenían de la vida monacal y de la organización comunitaria del monasterio. Por poner un par ejemplos tomado de sus Ordenanzas, los habitantes tenían sólo dos ropas, ambas blancas, una para el trabajo diario y otra para los días de fiesta. Toda producción agrícola estaba destinada primero y antes que nada para el sustento de los habitantes del hospital. Si sobraba, debía guardarse por si al año siguiente había mala cosecha. Sólo en el caso de que al año siguiente se asegurara buena cosecha podía venderse el grano sobrante de la cosecha anterior. Moro creía haber detectado que el gran problema humano era el dinero, por eso en su Utopía había optado por desaparecerlo. En el modelo del hospital, Vasco parecía haber intentado desaparecer, además del ostento, todo rastro del proceso de sometimiento, extracción y mercantilización que caracterizó la primera etapa del proyecto colonial en América.

Pero creo que hay otro Vasco de Quiroga que tal vez arroje una luz diferente sobre su modelo utópico o por lo menos sobre la ambigüedad de muchos de estos personajes involucrados en las primeras etapas de la colonización. Este Vasco de Quiroga, el de Información en derecho, me parece ya muy moderno pues ahí argumenta que el gran problema no era ni la explotación de los indígenas en tanto acto inhumano ni mucho menos los fracasos de la evangelización en tanto problema de fe, sino sobre todo el hecho de que ese modelo de sometimiento colonial no estaba funcionando, que no era eficiente: los indígenas, dice, o se están muriendo en las minas, o se están escapando a las sierras o se enfrentan a los españoles y mueren en el proceso. Sin fuerza de trabajo, el modelo está condenado a fracasar. ¿Qué es lo que había que hacer entonces? Primero, “cazarlos” no por la fuerza sino vía el anzuelo de la religión: “Yo creo que aquesta gente de toda esta tierra y Nuevo Mundo […] naturalmente más convendría que se atrajesen y cazasen con cebo de buena y cristiana conversación, que no que se espantasen con temores de guerra ni espanto della, porque de no se fiar de nosotros […] les viene huir y alzarse a los montes para evitar los daños” (82-3). En segundo lugar, y en esto se aproxima mucho a lo que Foucault llamaba gubermentalidad, para gobernar bien a esta población había que concentrarla, ordenarla y vigilarla, algo que para Vasco sólo era posible a través del modelo urbano: “Porque tengo muy cierto para mí, que sin este recogimiento de ciudades grandes que estén ordenadas y cumplidas de todo lo necesario, en buena y católica policía, ninguna buena conversión general […] ni conservación ni buen tratamiento ni ejecución de las ordenanzas ni de justicia en esta tierra ni entre estos naturales se puede esperar ni haber” (103-4).

Siguiendo a Rama, vemos en estos pequeños pasajes de Vasco cómo la reflexión en torno a la posibilidad de concebir y construir una ciudad tanto arquitectónica como socialmente ordenada, supervisada por esa “buena y católica policía” (en el sentido amplio del término), se convierte en el modelo para pensar una colonización eficiente y productiva. Por eso para Rama hablar de utopía desde Latinoamérica implica antes que nada pensar en la relación entre los modelos utópicos y el poder colonial, en la forma como la utopía fue una forma de pensar, ajustar y perfeccionar el ejercicio del poder. Y, por lo mismo, Rama no se detiene ahí. Para él, este era de hecho sólo el inicio de un larguísimo “sueño de orden” urbano concebido por una clase letrada que tenía control de la palabra escrita (o gráfica), sueño que continuaba tras las independencias y desembocaba en las utopías urbanas de la modernidad. A decir verdad, su libro comienza precisamente con esta aseveración:

Desde la remodelación de Tenochtitlán, luego de su destrucción por Hernán Cortés en 1521, hasta la inauguración en 1960 del más fabuloso sueño de urbe de que han sido capaces los americanos, la Brasilia de Lucio Costa y Oscar Niemeyer, la ciudad latinoamericana ha venido siendo básicamente un parto de la inteligencia, pues quedo inscripta en un ciclo de la cultura universal en que la ciudad pasó a ser el sueño de un orden y encontró en las tierras del Nuevo Continente el único sitio para encarnar. (31)

Si bien habría que tener cuidado de no colapsar de golpe momentos y productos culturales históricamente disímiles, como por momentos Rama parece hacer en este libro, su pensamiento sigue ofreciendo una puerta de entrada provocadora para pensar en toda su complejidad distintos modelos utópicos urbanos en Latinoamérica. En particular, para pensar en aquellos modelos pensados desde una racionalidad ilustrada y moderna, modelos que iban en busca de la construcción un orden arquitectónico que fungiera como la infraestructura necesaria para el surgimiento de un determinado orden social. En el caso de México, para no ir más lejos, el discurso entero de Mario Pani en contra de lo que él llamaba “zonas de tugurios” y la respuesta ofrecida por un urbanismo utópico que, entre otras cosas, pasaba por el ordenamiento racional del espacio y la distribución organizada de los cuerpos ciertamente podrían revisarse desde aquí.

 

 

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