Resultados de búsqueda para la etiqueta [Fenomenología ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 09 Dec 2022 15:18:31 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 Dolor, atención y arquitectura https://arquine.com/dolor-atencion-arquitectura/ Fri, 30 Nov 2018 15:00:32 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/dolor-atencion-arquitectura/ Un umbral mínimo de dolor puede darnos la capacidad de atención a nuestro mundo. Una arquitectura complaciente hasta el extremo, nos deja en la incapacidad de percibir las cosas. Con un mínimo gesto doloroso hacemos que el mundo tenga “resistencia”, y se nos aparezca.

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«La civilización occidental, exportada en mayor o menor grado por todo el planeta, acepta sin cuestionar el derecho individual de libertad y la búsqueda de felicidad personal. Esta condición se percibe universalmente como un derecho “natural” por buscar el placer y evitar el dolor, y se concibe como el complemento fundamental de la democracia. (…) Para una cultura hedonista, la vocación de la arquitectura es asegurar el mayor placer y el menor dolor para cada individuo. »

Alberto Pérez-Gómez 1

 

«El hombre no se destruye por sufrir; el hombre se destruye por sufrir sin ningún sentido».

Viktor Frankl 2

A Bernardo García 

 

¿Puede ser el dolor un derecho sistemáticamente arrebatado? ¿Por qué sin cuestionar —como lo hacemos en tantos ámbitos políticos— aceptamos el progresismo absolutista por la enajenación total del dolor? ¿Es siempre ético acudir y permanecer bajo los efectos farmacéuticos, mediáticos o tecnológicos, al más mínimo grado de dolor? ¿Puede haber dolor “útil”? ¿Puede el dolor, actualmente, ser una posibilidad de sentido?, ¿hay dolor por y en la arquitectura?, ¿cómo puede la arquitectura contribuir a la ausencia o presencia de dolor? 

 Dar un esbozo de respuesta a cualquiera de estas preguntas requiere, cómo primer paso, dilucidar qué es aquello a lo que nombramos como dolor:

En el término más burdo, el dolor es llanamente: el resultado final de percibir una alteración o molestia (del latín moles, que significa masa, peso, carga), bien corporal, moral o psíquica, 3 y que guarda siempre una estrecha relación con otro fenómeno: la atención.

Según el filósofo Serrano de Haro: “el dolor llama siempre la atención”, o dicho de otra manera: el dolor obliga a la atención, “la urge, la incita y la excita, a intervenir sobre el padecimiento y contra su causa”. 4 La atención es aquello que nos permite diferenciar las cosas. No por casualidad, Heidegger escribió: “El dolor es la diferencia”.5 Mientras que Schopenhauer diría: “solo el dolor es positivo, puesto que hace sentir, (…) sentimos el dolor, pero no la ausencia de dolor.”6

En la arquitectura, ¿quién no ha sido de capaz de sentir, en palabras de Bachelard, “el dolor de los corredores”?,7 ya sea a causa de su disposición laberíntica, o su pesado aire, ¿sería osado argumentar que ese grado de dolor, peso, carga, es el que ha provocado, a través de nuestra atención, que el espacio quede impregnado en nuestra memoria? 

“Siempre recordarás lo que estabas haciendo cuando más duela” 8, escribe el poeta vietnamita Ocean Voung, cuya vida ha sido marcada por el dolor de la guerra y la pérdida.

No obstante, pareciera que hay un miedo y desprecio casi unánime, no solo a proyectar pasillos  “dolorosos”, largos, estrechos, sinuosos u oscuros, además; las puertas no deben gemir su edad, no deben pesar, no deben trabarse, detenerse, resistirse, incluso no se deben quedar allí donde la mano la ha soltado, deben —por si solas— regresar a su punto inicial. A eso le llamamos que las puertas “funcionan”. Las ventanas deben permanecer sin obstrucciones y suciedad, con capas anti-reflejantes e inhibidoras de calor, a fin de aproximarse en la medida de lo posible a su inexistencia; el cajón de la cocina debe ceder a su apertura al más mínimo empuje, y amortiguar por si solo el regreso hasta el susurro de su llegada. Los límites de las manijas deben molestar lo menos posible a nuestras manos. El reloj  que “golpeaba” nuestra cabeza se ha callado para siempre en la sala de espera, es más: no existe más un lugar donde nos duela la espera. Todo es ahora. Los mejores muros —si existen— son los de menor peso y mayor facilidad de colocación o cambio. Las mejores regaderas vuelven al agua más ligera, el mejor piso de madera: el que enmudece más años. La mejor cama es la que nos deja sin peso, sin sentir lo más propio: nuestro cuerpo.

En el ámbito urbano; las banquetas deben ser continuas, lisas, sin interrupciones (sin comercio informal o raíces de árboles que sobresalen), las vialidades enmudecen simulando una piedra o un adoquín que no existe, que no friccionan y suenan con el peso de un auto. Las esquinas, aun en nombre de la accesibilidad universal, se difuminan en un flujo indefinido, perpetuo, aburrido, que no requiere nuestra atención, hasta los bolardos son de pronto entendidos como grandes estorbos. 

En el ámbito personal, ¿no se parecen los espacios remodelados a nuestras relaciones contemporáneas? Ligeras, sin sustancia, eternamente fluctuantes, sin profundidad. No pesan. No se sufren. No duelen.

Byung-Chul Han, en un pequeño ensayo titulado: Cuerpos que se contraponen, analiza la etimología de la palabra objeto, procedente del latín obcere, y que significa: arrojar contra, reprochar, recriminar, y argumenta que, la materia al servicio del mercado, no se contrapone ya a nosotros, no nos “objeta”, “más bien —la materia— se quiere amoldar a mí y agradarme, sonsacarme un «me gusta».” 9 

Para quienes no somos tan jóvenes: ¿quién no recuerda los primeros celulares?, distinguidos por su peso, con teclas recias, duras, que podían llegar a atascarse en su carcasa, con cámaras que habrían de colocarse como accesorio, hacer girar y crujir para su funcionamiento. ¿Podemos hablar de recordar con la misma intensidad los celulares que no se contraponen en lo absoluto, que analizan nuestras palabras más usadas para anteponerse al cuerpo y completarlas por nosotros, que todo convierte en la misma textura, que la mejor pantalla es la que ha reaccionado con apenas ser tocada, que no pesa, que se difumina mejor en nuestro bolsillo para no ser sentido? 

Un umbral mínimo de dolor puede darnos la capacidad de atención a nuestro mundo. Una arquitectura complaciente hasta el extremo, nos deja en la incapacidad de percibir las cosas. Con un mínimo gesto doloroso hacemos que el mundo tenga “resistencia”, y se nos aparezca: 

Aparecer, palabra más que pertinente que guarda en su etimología la palabra parto: un nacimiento doloroso. Un quebranto.

Pero hay más, además de lo físico, la arquitectura puede contribuir a sentir dolor a través de su belleza o seducción. Para Pérez-Gómez, la belleza duele:

“Cuando contemplamos la belleza y somos seducidos, nos rodean sensaciones placenteras y dolorosas mientras brotan las alas en nuestra alma, señalando el principio de lo que estamos destinados a ser.” 10

¿Hacer sentir las cosas, aparecerlas, que nos molesten, que tengan peso, o que se muestren por su belleza, será una forma en que el dolor, aun en un mínimo grado,  tenga sentido en nuestras vidas?

No pasemos por alto las palabras del pensador argentino Hugo Mujica: “La creación en la que el dolor se transfigura en sentido: da salvación”. 11

Contra la defensa incuestionada de la ligereza y el desvanecimiento de las cosas, ¿habrá en el dolor y resistencia de los objetos más vida? Si la cultura hedonista, como argumenta Pérez-Gómez, tiende a crear una arquitectura cuya finalidad es evitar el dolor, ¿qué cultura podría ayudar a inaugurarse procurando salir de ese camino?

Como en una especie de paradoja, ¿es la búsqueda de enajenación de dolor y la pérdida de resistencia de las cosas, lo que más duele? Porque sin pensarlo demasiado, y a pesar de los esfuerzos del mercado por generar materia carente de resistencia o peso, parece no llegar nunca el alivio, incluso lo contrario: hay un peso exacerbado que la ligereza produce, la bien llamada por Milan Kundera: insoportable levedad del ser.


Notas:

  1. PÉREZ-GÓMEZ, Alberto, “Lo bello y lo justo en la arquitectura”, Universidad de Veracruz, Xalapa, Veracruz, México; 2014. 
  2. MAILLARD, Chantal, “Sobre el dolor”, HUMANITAS, HUMANIDADES MÉDICAS, VOL.1. NO.4; 2003.
  3. Parte de la definición es tomada del mismo ensayo de MAILLARD, cuya referencia dentro de su libro está citada como: González Barón M, Ordóñez Gallego A, Muñoz Sánchez JD. “Dolor oncológico. Sentido del sufrimiento”. En: Sanz Ortiz J (ed.). El control del sufrimiento evitable. Terapia analgésica. Madrid: Janssen-Cilag S.A., 2001.
  4. SERRANO DE HARO, Agustín; ORTEGA Y GASSET José; XIRAU LEOPOLDO, Joaquín; PALACIOS AGUSTÍN, Eulogio, “Cuerpo Vivido”, del ensayo: “Atención y dolor”, Ensayos Encuentro, 2011.
  5. MUJICA, Hugo, “Del crear y lo creado 2 Prosa Selecta” Vaso Roto; 2013. México-España.
  6. SCHOPENHAUER, Arthur, “El amor, las mujeres y la muerte; y otros ensayos”, EDICIONES COYOACÁN, D.F., México, 2012.
  7. BACHELARD, Gastón, “La poética del espacio”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, Argentina;  2000.
  8. VUONG, Ocean, “Cielo nocturno con heridas de fuego”, Vaso Roto Poesía, España; 2018.
  9. HAN, Byung-Chul, “La expulsión de lo distinto” Editorial Herder; Barcelona, España; 2017.
  10. PÉREZ-GÓMEZ, Alberto, “Lo bello y lo justo en la arquitectura”, Universidad de Veracruz, Xalapa, Veracruz, México; 2014.  Ibíd. 
  11. MUJICA, Hugo, “La Pasión según Georg Trakl” Vaso Roto; 2013. México-España.

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Lo que no se puede dibujar https://arquine.com/lo-que-no-se-puede-dibujar/ Mon, 15 Feb 2016 02:21:43 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/lo-que-no-se-puede-dibujar/ Tanto el arquitecto como el urbanista se valen de mapas, renders y otras imágenes para trabajar. El objeto representado por estos dibujos es el espacio, y se confunde tan a menudo con lo que pretende representar que los que tienen la capacidad de crear estos documentos acaban siendo considerado como especialistas.

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En la portada aparece cruzado de brazos. Su mirada, intensa. Como si fuera una versión mexicana del personaje de El Manantial, la novela basada en la vida de Frank Lloyd Wright.

Dominar el espacio, así se llama el documental. Lo produjo TV UNAM hace algunos años y es sobre el arquitecto Abraham Zabludovsky. Las palabras refieren al quehacer del arquitecto. El espacio al servicio del hombre, que lo domina.

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La capacidad del arquitecto de proyectar futuros posibles sobre un dibujo parece conferirle cierta aura providencial. La relación del arquitecto con su medio es uno de dominio: de ella surgen nuevas configuraciones de la ciudad.

Por eso, lo producido en el taller de los grandes arquitectos se convierte en objeto de culto. Es como si a través de estos dibujos uno pudiera vislumbrar el momento en el que lo humano toca lo físico. El instante en el que la realidad primera y amorfa se convierte en algo que se puede habitar.

No hace mucho, una persona que conocía mi obsesión por cuadernos me introdujo a un arquitecto que la compartía. La única diferencia era que él pintaba, planos y estructura mientras que yo hacia mini-crónicas de lo que veía.

Cuando me enseñó el contenido de uno me quedé pasmado. Ahí estaba un plano de una catedral neogótica, un mapa de las calles de Barcelona. Ambos domados por su pluma. En su bolsillo, literalmente.

Tanto el arquitecto como el urbanista se valen de mapas, renders y otras imágenes para trabajar. El objeto representado por estos dibujos es el espacio, y se confunde tan a menudo con lo que pretende representar que los que tienen la capacidad de crear estos documentos acaban siendo considerado como especialistas.

El problema surge cuando los dibujos se vuelven recursos para convencer sobre la necesidad de una intervención: los afectados muchas veces no tienen la capacidad, ni la legitimidad, para crear por si mismos una representación espacial que desacredite la de los arquitectos, o los urbanistas.   Se encuentran en desventaja: tienen que negociar sus derecho a la ciudad en términos impuestos por otros.

Por suerte, “espacio” es un término resbaladizo, y durante las últimas décadas ha surgido una preocupación por éste más allá de las disciplinas gráficas.

No estoy hablando de la filosofía. En ella, el espacio se petrifica.   El mismo Heidegger, que se supone rompe con la visión formalista del espacio, le da la espalda a la Europa en proceso de urbanización para buscar el auténtico “habitar” afuera del bullicio, en la Selva Negra.

El espacio estudiado por disciplinas como la geografía humana es el de la vida cotidiana. Opaco, dinámico y relacional. La calle, la plaza pública y la ciudad son creados por narrativas, ritmos y trayectorias en tensión.

Procesos que dejan huellas, pero que no se pueden aprehender visualmente.

En los apuntes de mis cuadernos, por ejemplo, estoy en una constante negociación con aquellos que me rodean. El espacio se vuelve un proceso narrativo que se crea al entrar en tensión con los demás.

En el cuaderno del arquitecto la vida cotidiana no aparecía, era un fantasma que se sobrentendía. No sorprende: el uso que se le da un espacio no se puede dibujar. Ni dominar.

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Fenomenología y ciudad https://arquine.com/fenomenologia-y-ciudad/ Thu, 10 Dec 2015 02:03:46 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/fenomenologia-y-ciudad/ Las grandes ciudades modernas tienen la característica de estar compuestas de edificios aislados envueltos por espacio residual. Para reordenar y crear espacio urbano, debemos ir más allá de maximizar la relación de área construida por nivel o de construir en las líneas perdidas de la traza urbana. La organización planimétrica es insuficiente en una ciudad de edificios altos. La percepción espacial en una condición urbana requiere un acercamiento tridimensional, en sección, que de importancia a las vistas de los residentes que deambulan atravesando planos del suelo que se desplazan, experimentando la ciudad desde múltiples marcos de referencia —Steven Holl

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El mundo no es lo que yo pienso, decía Maurice Merleau-Ponty, sino lo que yo vivo. Para Merleau-Ponty el cuerpo o, más bien, nuestros cuerpos o, simplemente: nosotros, no estamos en el espacio —ni tampoco en el tiempo. No lo ocupamos como un salero está sobre una mesa. “En tanto que tengo un cuerpo” —y, de nuevo, habría que aclarar, que no tenemos cuerpo sino, al contrario, el cuerpo nos tiene y repetir lo dicho por Wilhelm Reich: no tienes cuerpo: eres cuerpo—, en tanto que tengo un cuerpo, pues, “y que actúo a través del mismo en el mundo, el espacio y el tiempo no son para mí una suma de puntos yuxtapuestos, como tampoco una infinidad de relaciones de los que mi consciencia operaría la síntesis y en la que ella implicaría mi cuerpo; yo no estoy en el espacio y en el tiempo, no pienso en el espacio y en el tiempo, soy del espacio y del tiempo.”  Siguiendo a Merleau-Ponty podríamos decir que no entramos en un edificio, nos incorporamos al mismo. Subimos tres escalones, abrimos la puerta, entramos. Sabemos que estamos dentro, por supuesto. Pero recordemos a Spinoza: no sabemos lo que puede un cuerpo. La sensación de subir los tres escalones, de poner la mano sobre la perilla y girarla para mover el picaporte, el cambio de temperatura y de intensidad de la luz al entrar. Todo eso también es parte de nuestro saber que estamos dentro. “El cuerpo es la esencia misma de nuestro ser y de nuestra percepción espacial.” Eso no lo dijo directamente Merleau-Ponty sino, siguiéndolo, el arquitecto Steven Holl.

Holl nació el 9 de diciembre de 1947 en Bremerton, Washington. Tras graduarse en la universidad local viajo a Roma, y continuó después sus estudios en la Architectural Association de Londres. En un principio se interesó por cuestiones tipológicas en la arquitectura. En 1984 escribió en la revista Perspecta:

La arquitectura de una cultura particular depende de la dialéctica entre fuerzas históricas y contemporáneas —entre la arquitectura como una afirmación de la cultura existente y la arquitectura como invención. Entre una arquitectura de modelos históricos recurrentes y una arquitectura como resultado espontáneo de la poesis, yace una arquitectura que no es ni antimoderna ni antihistórica.

Del interés por la tipología, que lo llevaría a plantear una arquitectura alfabética, en la que bloques de edificios eran tomados como versiones abstractas de letras —edificios H o I, con patios abiertos a las colindancias o al frente, edificios O, con patios centrales, por ejemplo—, Holl pasó a interesarse por la fenomenología. “En 1984, dice Holl, en un largo viaje en tren a lo largo de Canadá, un estudiante de filosofía me introdujo a Merleau-Ponty.” Su pensamiento, dice, fue de la tipología a la topología: “el problema con una teoría de la arquitectura que se bas aen ls otipos en la la fractura imposible de franquear entre análisis y síntesis. Con las capacidades reflectivas de la fenomenología, se puede tener un entendimiento intrínseco del espacio:” el que nos da nuestro propio cuerpo. En 1988 Holl publicó un texto titulado Dentro de la ciudad: fenómenos de relaciones, en el que intentó llevar la fenomenología al nivel del diseño urbano:

Las grandes ciudades modernas tienen la característica de estar compuestas de edificios aislados envueltos por espacio residual. Para reordenar y crear espacio urbano, debemos ir más allá de  maximizar la relación de área construida por nivel o de construir en las líneas perdidas de la traza urbana. La organización planimétrica es insuficiente en una ciudad de edificios altos. La percepción espacial en una condición urbana requiere un acercamiento tridimensional, en sección, que de importancia a las vistas de los residentes que deambulan atravesando planos del suelo que se desplazan, experimentando la ciudad desde múltiples marcos de referencia.

Para Holl, esa manera de entender la ciudad, a partir de la percepción de un complejo de relaciones en las que los edificios aislados, como generalmente los idealiza el arquitecto y los medios especializados en la arquitectura, podría permitir “nuevas composiciones espaciales” aun cuando “la hegemonía político-económica de la especulación de la tierra impida la búsqueda de una visión más amplia.” Los suburbios —“ni suficientemente densos para ser urbanos, ni suficientemente abiertos para conservar la condición rural”— reducen o aplastan a la ciudad y al paisaje en una “delgada homogeneidad.” La lectura y propuesta urbana fenomenológica de Holl abandona la visión morfológica de la tipología y, también del funcionalismo que a nivel urbano se traduce en zonificaciones y planificación, ambas, como el segundo término implica, planas. “El problema para proponer espacio urbano para un sector metropolitano cuyos elementos de programa, partes arquitectónicas y aspectos sociales son aun desconocidos (y pueden estar siempre en cierto estado fluido), nos lleva a proponer, dice Holl, empezar a partir de la experiencia perspectiva del espacio limitado,” imaginándolo desde el punto de vista de quien lo percibe y tomando en cuenta los ejes de movimiento horizontal, vertical y oblicuo, que alteran el campo de visión y se superponen con otros. Por supuesto que ante esto habría que tener en cuenta, también, la imposibilidad de imaginar todos los puntos de vista posibles y eso sin tomar en cuenta, aun, todo el resto de sensaciones que se suman en la percepción de un lugar.

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