Resultados de búsqueda para la etiqueta [Felix Guattari ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:21:57 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Enmarcar https://arquine.com/enmarcar/ Tue, 19 Jan 2016 03:46:17 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/enmarcar/ Escriben Deleuze y Guattari que la arquitectura es el primer arte del marco y que opera mediante ciertas formas cuadrantes que no prejuzgan ningún contenido concreto ni función del edificio: la pared que separa, la ventana que selecciona, el suelo-piso que conjunta y enrarece el relieve de la tierra y el techo que envuelve la singularidad del lugar.

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“El arte no empieza con la carne, sino con la casa; por este motivo la arquitectura es la primera de las artes,” dicen Gilles Deleuze y Félix Guattari en el último libro que escribieron juntos, ¿Qué es la filosofía? —una pregunta que, según ellos, tal vez sólo se pueda plantear hasta tarde, cuando se llega a la vejez y ya no queda nada por preguntar. Antes, agregan, la planteaban indirectamente: tenían demasiadas ganas de ponerse a filosofar y “salvo como ejercicio de estilo,” no se preguntaban qué era eso que llevaban haciendo toda su vida, la filosofía. Guattari, cuya primera formación fue como psicoanalista, murió al año siguiente de que se publicara el libro, el 29 de agosto de 1992 —había nacido el 30 de abril de 1930. Deleuze se suicidó tres años después, el 4 de noviembre de 1995, a los 70 años —nació el 18 de enero de 1925.

En ¿Qué es la filosofía? proponen una distinción entre lo que hacen la filosofía —inventar conceptos—, la ciencia —plantear funciones que “se presentan como proposiciones dentro de sistemas discursivos”— y el arte —que conserva “un bloque de sensaciones, es decir, un compuesto de perceptos y de afectos.” Un percepto no es una percepción, que depende del sujeto que la percibe, sino que se ha liberado de éste —sea ese sujeto el autor o el espectador de la obra—, lo mismo que un afecto es la sensación liberada del sujeto al que afecta. “La obra de arte es un ser de sensación.” Se trata, pues, literalmente de una objeto estético donde la sensación no depende de lo sentido: “la única ley de la creación consiste en que el compuesto se sostenga por sí mismo,” en que el bloque de sensacionespreceptos y afectos— sea consistente.

Deleuze y Guattari retoman algunas ideas de sus libros anteriores, en especial de Mil mesetas. Hablan de que el arte empieza con el animal “o por lo menos con el animal que delimita un territorio y hace una casa (ambos relativos o incluso confundidos a veces con lo que se llama un hábitat).” Y junto al territorio vuelven a referirse al estribillo: como el canto de un ave que se repite y define su territorio —en Mil mesetas explican que el territorio es, en principio, “la distancia crítica entre dos seres de la misma especie: marcar sus distancias.” Por eso, con el territorio y con la casa y el refrán o estribillo que los define aparece la arquitectura, la primera de las artes.

Lo que hace la arquitectura es enmarcar —explican citando a Bernard Cache, arquitecto y alumno de Deleuze en algunos de sus seminarios. En su libro Tierra Mueble —que se publicó primero traducido al inglés en 1995, con el título Earth moves: the furnishing of territories, pero escrito originalmente en 1983 y que Deleuze había citado también en su libro El pliegue, Leibniz y el barroco como el amueblamiento del territorio—, Cache definió la arquitectura como el arte de introducir intervalos en un territorio con el fin de construir marcos de probabilidad. Si el territorio es lo que se abre entre dos seres distintos al marcar sus distancias, la arquitectura es ese intervalo abierto y demarcado con algún objetivo: que sea más probable que algo tenga lugar ahí que en otra parte. Demarcar un suelo plano abre la posibilidad al juego o a la danza, mientras un plano inclinado prepara el auditorio y separa al espectador del actor.

“Al hacer de la arquitectura el primer arte del marco —escriben Deleuze y Guattari—, Bernard Cache puede enumerar ciertas formas cuadrantes que no prejuzgan ningún contenido concreto ni función del edificio,” sino que son más bien operaciones: “la pared que separa, la ventana que selecciona, el suelo-piso que conjunta y enrarece («enrarecer el relieve de la tierra para dejar campo libre a las trayectorias humanas»), o el techo que envuelve la singularidad del lugar.” Si en aquella cita de José Ortega y Gasset que usó Collin Rowe en Ciudad collage, aquél explica que la ciudad empieza cuando se abre un vacío en el campo —se abre, digamos, un vacío en lo aparentemente ya abierto que es el campo—, la arquitectura, para Deleuze y Guattari a partir de Cache, empieza con la marca que hace al territorio y el marco que lo consolida, aunque ellos agregan otra operación: un plano de desmarcaje que disuelve la identidad e impide que el territorio-casa se cierre sobre sí mismo, abriéndolo a la ciudad-cosmos. Si el arte empieza por la casa, jamás se queda sólo ahí.

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Felix Guattari https://arquine.com/felix-guattari/ Sat, 29 Aug 2015 16:23:36 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/felix-guattari/ ¿De qué serviría hoy Le Corbusier en un lugar como la ciudad de México, que crece incontrolable hacia los 40 millones? —se pregunta Felix Guattari. “Incluso alguien como Haussmann resultaría inútil aquí pues los políticos, los tecnócratas y los ingenieros manejan ahora ese tipo de cosas sin la menor contribución posible de esos hombres que practican el arte que Hegel alguna vez colocó an el lugar más bajo de todas las otras artes."

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¿De qué serviría hoy Le Corbusier en un lugar como la ciudad de México, que crece incontrolable hacia los 40 millones? —se pregunta Felix Guattari en un texto titulado La enunciación arquitectural, publicado a finales de los años 80. “Incluso alguien como Haussmann resultaría inútil aquí pues los políticos, los tecnócratas y los ingenieros manejan ahora ese tipo de cosas sin la menor contribución posible de esos hombres que practican el arte que Hegel alguna vez colocó an el lugar más bajo de todas las otras artes.” Antes de hacerse esa pregunta, Guattari plantea en un breve párrafo que, a diferencia de los crustáceos que segregan sus conchas o de las termitas que construyen sus termiteros en un esfuerzo colectivo, los humanos, para secretar sus edificios, su ropa, carros y las imágenes y mensajes que “se prenden a la carne de nuestra existencia como la carne se agarra a los huesos de nuestros esqueletos,” requerimos de la intermediación de “corporaciones de arquitectos, artesanos y profesionales de los medios.” Además, dice Guattari, “durante mucho tiempo la deliberación de los ensamblajes sociales se debió a expresiones ecolíticas tales como la construcción de un zigurat o la demolición de la Bastilla o la toma del Palacio de Invierno. Sólo hoy —agrega— además de que la piedra ha cambiado por concreto, vidrio y acero, las rupturas en el poder se dan en términos de la velocidad de la comunicación y el control de la información.” De ahí la pregunta: ¿para qué un Le Corbusier?

El argumento de Guattari podría parecerse al de Victor Hugo: esto mató aquello, sin crustáceos ni termitas. Para ambos la arquitectura, que definió el entorno cultural del ser humano por milenios —uno entendiéndolo de manera sólo positiva, el otro no— fue desplazada por formas de comunicación y transmisión de la información más rápidas y ubicuas. El libro para Victor Hugo, todas las otras formas de comunicación acelerada que vinieron después para Guattari. Para Victor Hugo, la arquitectura había muerto con la imprenta y lo que había venido después, mero remedo de la arquitectura griega y romana que palidecía, a sus ojos, frente a la grandeza constructiva del medioevo en Europa central, era puro juego geométrico sin posibilidad de otro sentido —volúmenes bajo la luz del sol, pues.

Para Guattari el arquitecto mantiene un margen de control: el dominio de los edificios extravagantes. “Pero posicionarse en ese campo —agrega— tiene un alto precio, y a menos de que se conviertan en dandis posmodernos, implicados siempre en los esquemas político financieros, los pocos afortunados están sometidos a la decepcionante degradación de sus talentos creativos.” Las salidas no de la arquitectura sino del arquitecto son tres para Guattari: el dandismo y la extravagancia que se someten a esquemas políticos y financieros existentes; la pura teoría que apunta a la utopía o al retorno nostálgico del pasado y la posibilidad de la oposición crítica. Si los edificios ya no sirven para nada y son finalmente intercambiables —y no tiene ningún sentido argumentar lo contrario— ¿qué pueden hacer los arquitectos? Reinventar la arquitectura no es cuestión de estilo, dice; hay que entender las condiciones actuales.

Cuando los arquitectos dejan de ser simplemente artistas plásticos del entorno construido y empiezan a ofrecer sus servicios como quienes revelan los deseos virtuales del espacio, los lugares, los desplazamientos y el territorio, entonces tienen que analizar las relaciones entre los cuerpos individuales y colectivos, singularizando constantemente su procedimiento. Más aún, tienen que volverse intercesores entre esos deseos revelados a ellos mismos y los intereses a los que se oponen.

Es ahí donde entra la capacidad enunciativa de la arquitectura: el énfasis se desplaza, dice, del objeto al proyecto. Ahí entra, para Guattari, un juego de escalas en las que opera ese proyecto de enunciación —de aquello a lo que se refiere la arquitectura más allá del edificio. Una escala geopolítica, otra urbana —que implica leyes y reglamentos pero también hábitos y costumbres— una más económica y luego la funcional, la técnica, la significativa, la existencial y, finalmente, la que “articula todos los componentes enunciativos” y “promueve nuevas potencialidades” que implican el “despliegue ético-estético del objeto construido.” Aunque habrá quien afirme la obviedad de todas esas escalas o dimensiones de lo arquitectónico, para Guattari es la última, la articulación ética y estética de aquellas dimensiones, lo que puede aportar una condición de resistencia singular a una arquitectura que, de otra manera, se desintegra como erosionada por flujos y fuerzas que desde hace mucho ya la rebasaron.

Félix Guattari nació el 30 de abril de 1930 en un suburbio al norte de París. Estudió con Lacan y escribió el Anti-Edipo y Mil Mesetas, entre otros libros, con Gilles Deleuze. Guattari murió el 29 de agosto de 1992.

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