Resultados de búsqueda para la etiqueta [Densidad ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 16 Jan 2024 16:42:37 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 Nuestro destino: La Multifamiliaridad https://arquine.com/nuestro-destino-la-multifamiliaridad/ Thu, 08 Sep 2022 14:23:53 +0000 https://arquine.com/?p=68811 Para entender si caben o no nuevas unidades de vivienda asequible en la Ciudad de Mexico uno tiene que preguntarse cuál sería la densidad habitacional  que debería tener en promedio nuestra ciudad.

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En 2013, se publicó el libro del economista francés Thomas Piketty El Capital en el siglo XXI.[1]  Si le creemos a Piketty, el gran sueño del modelo económico preponderante del siglo XX es aquel en donde el sistema trabaja para el interés común y en el que los beneficios sirven para mejorar el nivel de vida de los grupos más desfavorecidos.  Así, Piketty se convertía en el primer economista en dejar en evidencia las teorías de Keynes, que resultaron en el capitalismo, en donde los efectos de la desigualdad de riqueza son piedra angular del todo el sistema económico. 

A nivel global, sólo por un breve periodo, tres o cuatro décadas después de 1945, dos guerras mundiales y tremendas insurrecciones sociales, a través del comunismo, fue que los trabajadores comunes y corrientes mejoraron su nivel económico más rápido que los poseedores de grandes capitales. En México, fue justamente el periodo entre 1940 a 1965 en donde la calidad de vida del trabajador mexicano mejoró notablemente.

Las teorías económicas de Piketty —y su narrativa de la historia económica— tienen gran relación con el proyecto de la arquitectura moderna en México. Si uno observa delicadamente el surgimiento de la modernidad en la arquitectura mexicana y los multifamiliares[2] coincide con el momento que Piketty identifica como el periodo de mayor movilidad social. Si bien el proyecto moderno en la arquitectura de México tiene grandes influencias de Le Corbusier, Ludwig Hillberseimer y Hannes Meyer entre otros,[3] es difícil no identificar la ideología del proyecto de arquitectura moderna en México —y en específico la arquitectura de los multifamiliares— como la gran ilusión edificada para buscar una movilidad social a gran escala. Veámoslo en detalle en el contexto de México. Durante las dos décadas que siguieron a la Revolución Mexicana —a partir de 1917—, los rendimientos del capital disfrutan de una cómoda ventaja sobre el crecimiento económico; a partir de 1938 y hasta 1965 esta relación se invierte.[4] Al igual que en Europa, en México este periodo no sólo significa un drástico cambio en la economía sino también denota una transformación cultural, justo en sincronía con el surgimiento de la visión modernista. Aquello que en Europa nació dos décadas antes, bajo el Manifiesto Futurista, publicado en 1909,[5] en México comienza a transpirar en la cultura y la arquitectura hacia 1935. En 1939, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia publica el libro El Maquinismo, la vida y la arquitectura,[6] en el que reflexiona sobre el acelerado cambio en la vida y, en consecuencia, en la arquitectura. Como el manifiesto futurista, Obregón aboga por la velocidad en los sistemas constructivos y la maquinaria como herramienta clave para el cambio, todo ello para buscar un gran despertar de la modernidad bajo un agresivo proceso cultural de revitalización.

Maqueta del proyecto ‘Aula Magna’, Ciudad Universitaria (UNAM), México DF 1950, Carlos Obregón Santacilia

Toda esta creencia en la gran promesa de la modernización prácticamente continuó durante el resto del siglo XX, alternándose entre periodos de brutal violencia —varios conflictos armados—, y momentos de modelos utópicos de desarrollo. Estos últimos, esperaban desplegar vorazmente el desarrollo industrializado para el bien común, como la vivienda social.[7] En México, si bien una de las herencias de la Revolución fue la repartición de la tierra, a partir de 1935,[8] el proyecto moderno junto con la idea nacionalista de desarrollo, buscó empoderar a los trabajadores bajo la “promesa” de tener una vivienda digna. Todo ello en contraste con la imagen de la vecindad anquilosada de los tiempos pre-revolucionarios. 

En Arquitectura, grupos como el Team 10, el CIAM, Archizoom y los Futuristas buscaron este progreso a través de la ruptura con el pasado. En México, la arquitectura moderna fraguó el cambio a través de la redefinición de la vivienda social mediante la concepción del multifamiliar.[9] Quizá de forma un tanto brutalista y grotesca, tanto las visiones de los movimientos en Europa, como las primeras apuestas por la vivienda para los trabajadores en México, denotaron que el progreso y la mejor calidad de vida venían con un alto precio. Por ello que esta ecología metropolitana, es mejor entendida desde su fenómeno vivencial, la multifamiliaridad, y es también clave para entender el urbanismo del Valle de México.

Centro Urbano Presidente Miguel Alemán, CUPA, 1947. Cortesia Fundación ICA

Estas representaciones de la arquitectura moderna se pueden tomar con cierto impulso trágico o cómico y pensar que, en aquel momento, la ciudad de México si podría (y debía incorporar esta nueva forma de edificación o tipología) satisfacer la demanda de vivienda. Además demostraba una solución integral ante los desafíos de la ciudad en cuestión de servicios sociales.[10] La evolución hacia el Centro Urbano Presidente Alemán (CUPA) tuvo que comenzar en otra parte. El cambio de paradigma que llegó a México para buscar satisfacer la demanda de vivienda obrera, cuyo primer ejemplo es de Juan Legarreta, no fue más que el inicio de una gran transformación en el modo de vida del trabajador mexicano. Más adelante, el multifamiliar —como tipología urbana, que podía atender la vivienda del trabajador— llegó con un gasto público sin precedente. 

Sólo hasta mediados de la década de los 80, la participación directa en el diseño y la construcción de vivienda social del sector público —principalmente a través del Infonavit— comenzó a disminuir notablemente. Los graves daños ocasionados por el sismo de 1985 conllevaron en cierta forma la desacreditación del multifamiliar como proyecto de vivienda social. Después del sismo, las visiones para atender la demanda de vivienda social en México se desdoblan hacia la periferia, generando una explosión de arquitectura de bajo coste cuya tipología —coincidentemente— retornaba a la casita (o choza)  semi-rural, pero ahora implantada en los suburbios de las ciudades y con materiales de producción masiva. El gran movimiento moderno, prefigurado con aquellos pensamientos futuristas y arquitectos como Obregón Santacilia, Mario Pani, Salvador Ortega, Jorge Cuevas, Fernando Hernández, Alejandro Prieto, José María Gutiérrez, entre otros, dejaba su legado para dar entrada a las grandes constructoras de vivienda. 

La tesis central de Piketty respecto a el poder de retorno de la riqueza sobre los ingresos es la demostración —en términos de desarrollo inmobiliario— de lo que ha sucedido con el modelo de producción de vivienda social en México desde el inicio de los años 90. Aunque la capacidad de adquirir y poseer una vivienda se ha incrementado constantemente, el producto —la casa— ha venido perdiendo su valor real para el trabajador.[11] No así para los productores de vivienda quienes, a diferencia del modelo del multifamiliar, sólo persiguen un retorno financiero dentro del proceso de producción de vivienda.

La edificación diseñada y construida realmente no tiene como finalidad la habitabilidad sino la posesión de algo (una casita con la esperanza de que con el tiempo incremente su valor en vez de su utilidad a lo largo del tiempo). El arquitecto es desplazado por el economista y su labor —la arquitectura— conlleva a diseños inexplicables e inverosímiles los cuales los mismos arquitectos tratan de explicar. La lógica del edificio no persigue más su intención de uso, sino que sirve principalmente para promover el deseo de un retorno económico. El valor del diseño y de la construcción, no radica en su arquitectura sino en el valor de mercado.

 

La clave de la Multfamiliaridad

El sistema de vivienda masiva en la Ciudad de México tuvo su origen entre los años 1945 y 1960 impulsados principalmente por la Dirección de General de Pensiones Civiles para el Retiro (DGPCR), hoy Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE).[12] El programa fue creado para abordar como insignia de progreso, la creciente demanda de vivienda colectiva de la capital. Si bien el modelo había sido ampliamente experimentado en Europa entre 1930 y 1950, la idea nunca considero el convertirse en un nodo urbano dentro de una ciudad en crecimiento.

Diagrama de los 15 centros urbanos construidos entre 1937 y 1970 sobre la huella urbana de la ciudad de Mèxico en 1950. Fuente, elaboración propia.

Ciertamente, la presencia urbana de esta arquitectura sirvió a su vez como icono del progreso, materializado en la tecnología constructiva, pero además fueron colocados estratégicamente en los bordes urbanos de una ciudad en expansión, ya bien localizados en la cercanía de infraestructura vial o en los límites políticos de la mancha urbana de 1950. La localización de todos ellos fue estratégica con relación a donde la DGPPR tenia tierras disponibles y la ciudad crecía.[13] De los 15 centros 8 fueron localizados en el perímetro urbano de la ciudad en 1950 y 6 de ellos en a la proximidad a una vía primaria —Periférico, Calzada de Tlalpan o Fray Servando. Difícilmente se pensó en que, en la realidad, debido a su densidad poblacional y edificatoria, funcionarían como polos individuales de desarrollo. 

 

Las alternativas hacia el futuro

Entre la realidad de la demanda y la esperanza soñada de tener una casa, la provisión de vivienda social en la CDMX y su área metropolitana discutiblemente se debate entre tres estrategias: la recuperación del multifamiliar como tipología compacta y con usos mixtos, la vivienda unifamiliar en la periferia y de producción masiva y la autoconstrucción.[14] Mientras que la última carece de una estrategia integral, robusta y es de poco alcance ya que solo el 17% del total de las unidades existentes tienen una certificación de propiedad del suelo[15] y en donde los servicios públicos son insuficientes, las dos primeras poseen una lógica operativa binaria: La primera apuesta por la calidad —retomando el modelo de la modernidad de manzana compacta— pero en una localización donde el valor del suelo la inviabiliza, y la segunda usurpa la calidad y la remplaza por un esquema capitalista para satisfacer la demanda mediante un sistema de producción masivo a bajo costo. 

Considerando el altísimo costo de la expansión de la huella urbana en el valle de México, por más paradójico que resulte, el multifamiliar y su forma de vida —la multifamiliaridad— se ha revalorizado tanto por su centralidad como por generar cierta cohesión social y probablemente sea la única solución sostenible en el largo plazo, ante la falta de vivienda social en la Ciudad de México. Esta revalorización del modo de vida del multifamiliar además conlleva a demostrar que es posible acomodar un elevado porcentaje de la demanda de vivienda asequible dentro de los perímetros consolidados del área urbana de la CDMX utilizando esta tipología y la forma de vida que se genera de ella en el sentido de proximidad a servicios urbanos, caminabilidad, cohesión social y valorización de la propiedad misma. 

Es aquí donde esta ecología es propositiva, justificada en el anclaje del proyecto del modernismo en Ciudad de México y principalmente en la creación de los sistemas de multifamiliares diseñados y construidos entre 1935 y 1960. Tal y como muestra esta arquitectura, el multifamiliar no resultó ser una mezcla de los estilos ya existentes y el nuevo vocabulario, sino todo un ejercicio de planificación.

Multifamiliar Juárez, destruido por el terremoto de 1985 y parcialmente demolido. Archivo Fundación ICA.

La decepción con los multifamiliares —y la planeación económica que venía con ellos— recibieron un tiro de gracia con los graves daños ocasionados por el sismo de 1985. La desacreditación del multifamiliar como proyecto de vivienda y planificación social prácticamente se culmina en 1987 mediante la consolidación de grandes corporaciones privadas para la construcción de vivienda, (casualmente 10 años después de la demolición del conjunto Pruitt-Igoe en Saint Louis, Missouri que varios autores califican como el epítome del movimiento de arquitectura moderna).

Imagen aérea del CUPA, Fundación ICA. Desarrollos habitacionales Ecatepec, Estado de México, Archivo Cuarto oscuro

La comparativa entre los dos modelos es perversa. La edificación diseñada y construida realmente no tiene como finalidad la habitabilidad sino la posesión de algo (una casita con la esperanza de que con el tiempo incremente su valor en vez de su utilidad a lo largo del tiempo). El arquitecto es desplazado por el economista y su labor -la arquitectura conlleva a diseños inexplicables e inverosímiles los cuales los mismos arquitectos tratan de explicar. La lógica del edificio no persigue más su intención de uso, sino que sirve principalmente para promover el deseo de un retorno económico. El valor del diseño y de la construcción no radica en su arquitectura sino en el valor de mercado.

Comparativo de localización entre los multifamiliares dentro de la mancha urbana 2020 según el INEGI y los desarrollos habitacionales de la periferia. Elaboración propia

Barrios dentro de la delegación Benito Juárez, justo donde se encuentra el apoteótico CUPA, y las cuadras en esta zona de la ciudad en promedio tienen una hectárea en superficie, tienen el potencial para acomodar vivienda social en cantidades considerables. En la colonia Doctores, casi un tercio de todas las propiedades tiene algún estado de degradación o subutilización. En este tipo de terrenos se puede construir hasta cuarenta unidades de vivienda asequible en caso de que la estructura de propiedad de suelo sea adecuada para ello. 

Cuadra tipo en la colonia Doctores, alcaldía Benito Juárez que muestra la subutilización de la tierra. Los diagramas indican como se podría acomodar hasta 40 unidades de vivienda en dos modelos diferentes de hasta 90m2. Elaboración propia

 

La gran disyuntiva es a que densidad se puede crear vivienda asequible intraurbana

Para entender si caben o no nuevas unidades de vivienda asequible en la Ciudad de Mexico uno tiene que preguntarse cuál sería la densidad habitacional  que debería tener en promedio nuestra ciudad. Una referencia podria ser tomada de la densidad en algunas ciudades europeas. La agencia Europea de datos geoestadisticos, tiene disponible una base de datos que divide el continente en una trama formada por cuadrados de 100 hectáreas cada uno (1 km2), y estima la población de cada cuadrado cada 5 años.[16] Tomando los cinco paises más poblados de europa (Alemania, Francia, España, UK e Italia) sólo hay 3km2 en sus territorios urbanos que supera los 50mil habitantes por km2. La maxima densidad alcanzada se da en una zona de Barcelona con poco mas de 53mil hab/km2. Y solo el 0.5% de la población de estos paises vive en densidades superiores a 400 hab/ha.

El planteamiento de esta ecologia metropolitana busca revisar si hay alternativas para la construcción y/o colocación de vivienda asequible en el tejido urbano actual de CDMX, sin crecer la mancha urbana y a qué densidad evitar el deterioro de la estructura urbana de servicios, bienestar y calidad de vida y espacio público. El siglo XX nos demostró que el pensamiento utópico no llega muy lejos. Los resultados, algunos de ellos precarios y otros, como el caso de los multifamiliares en Ciudad de México, tuvieron enormes consecuencias positivas. Si el curso de la historia es dialéctico, ¿qué es lo que sigue entonces? ¿Será posible que el siglo XIX no incluya utopías? Si es así, ¿cuál es el riesgo al que nos enfrentamos? Al parecer, retornaremos a la idea patrimonialista del capitalismo, como nos lo indico Picketty. Con ello, el propósito social de la arquitectura, aquel identificado con el esfuerzo por establecer un aceptable nivel de vida para todos, es una cosa del pasado.

Esta ecología, la más arquitectónica, y con sus ejemplos emblemáticos ya presentes en la ciudad, y los que están por venir si los esfuerzos se enfocan en resolver las trabas legales y económicas, probablemente sea la vía por la que la arquitectura retome un propósito social y devele la única solución ante la falta de vivienda asequible en la Ciudad de México. 


Notas

1. Piketty T.; El Capital en el Siglo XIX, Ed castellano, FCE, México, 2015

2. El termino “multifamiliar” deriva de la intención en el proyecto por acomodar centenares de familias en una misma supermanzana. La Ciudad Obrera, proyectada por Hannes Meyer durante su corta estadia en México entre 1938 y 1941 comienza a utlizar el termino al referirse a los bloques propuestos para acomodar a más de cien familias por bloque. 

3. “Dislocating Modernity, Hanes Meyer in México”, AA Files 57, Londres, 2005

4. Piketty T.; El Capital en el Siglo XI;  pag 356, fig 10, 10 Ed castellano, FCE, México, 2015

5. El Manifiesto Futurista fue publicado en 1909 en el diario francés Le Figaro. Su autor fue el poeta italiano, Filippo Tommaso Marinetti.

6. El Maquinismo la vida y la arquitectura, ensayo; Carlos Obregón Santacilia, Letras de México, 1939

7. Véase la Ciudad Industrial de Tony Garnier, presentada en 1917.

8. Legislación e instituciones agrarias en México, 1911-1924; Laura Guillermina Gómez Santana; https://revistas.unal.edu.co/index.php/achsc/article/download/38771/41463, consultado en Octubre 2020

9. El posible origen del termino “multifamiliar” parte de un proceso evolutivo desde el concepto de la Cuidad Obrera, desarrollado por los arquitectos Raúl Cacho, Enrique Guerrero, Alberto T. Arai, Carlos Leduc, Ricardo Rivas, Balbino Hernández y Enrique Yáñez quienes en 1938 crean la Unión de Arquitectos Socialistas, con clara afinidad a la arquitectura basada en la economía de la función y a la vez técnicamente moderna. Más adelante, con la llegada del ex director de la Bauhaus a México, Hannes Meyer, se consolida la idea de crear un modelo de urbanismo que integre las funciones de vivienda, educación y empleo. El primer proyecto en reflejar esto, es el conjunto habitacional Lomas de Becerra el cual, podría identificarse como el primer multifamiliar.

10. Aquí, debemos recordar que el CUPA en su proyecto original tenia una escuela, guardería, alberca, tiendas de abasto, entre otros servicios urbanos

11. La pérdida del valor social de la vivienda; Esther Maya Pérez, Universidad Nacional Autónoma de México. Y Elvira Maycotte Panzsa, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Vol2, No. 2, 2011

12. Gómez Porter P., GESTIÓN DE UNIDADES HABITACIONALES DE LA MODERNIDAD EN MÉXICO, en Editorial Restauro Compás y Canto, México, 2020

13. Sambricio, C, Ibidem.

14. Practicamente estos tres modelos son los que han generado toda la vivienda social desde 1930. 

15. CANADEVI, informe 2017: La situación de la vivienda social en México, pp 122.

16. https://ec.europa.eu/eurostat/cache/digpub/demography/bloc-1a.html?lang=en#:~:text=Population%20density%20in%20the%20EU,varied%20significantly%20between%20Member%20States.

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Volver a qué normalidad https://arquine.com/volver-a-que-normalidad/ Fri, 22 May 2020 13:48:34 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/volver-a-que-normalidad/ La vuelta a la paulatina normalidad debe conllevar una mucho mayor conciencia de los recursos racionalmente sostenibles y de una perspectiva general y compartida de la ciudad deseable para toda la comunidad.

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Recientes anuncios oficiales hablan de fechas y disposiciones para ir, paulatinamente, volviendo a la normalidad hasta ahora radicalmente alterada por el virus SARS-Cov-2.

Para ello, es necesario revisar cada una de las acciones y actividades, cotidianas o reiteradas, que cada persona necesitará llevar adelante en el futuro. Un común denominador para todas estas actividades es su análisis y racionalización. Y respecto a la ciudad, en general, lograr hacerla un medio urbano compartido que incorpore todas las necesarias medidas para contar con una mucho mayor sostenibilidad. Es bien sabido que la carga actual de las actividades humanas en el planeta puede conducir a situaciones como las que en estos días enfrentamos.

¿Cómo dar a la ciudad un mayor grado de sostenibilidad? En primer lugar logrando que todos los servicios públicos tengan el mayor grado de eficiencia para no dar pie a un gasto excesivo en recursos, lo que conduce a un desperdicio lesivo para la deseable marcha de la ciudad. Lo anterior se aplica a todas las actividades y redes de servicios y suministros que cotidianamente funcionan. Para ello se requiere una adecuada gestión de los recursos del lado de las autoridades. Pero también del lado de la ciudadanía resulta esencial analizar en lo particular el uso de dichos recursos en el transcurso de su vida cotidiana.

Un renglón muy importante es el de la planeación urbana general conducida por instancias oficiales y generalmente llevada adelante por promotores particulares. Por demasiado tiempo el crecimiento urbano resultante ha sido desordenado y generado ante todo por la búsqueda de las mayores ganancias posibles dentro de las circunstancias existentes.

Estas circunstancias se derivan, sobre todo, de la búsqueda de la tierra más barata, alejándose así de las zonas consolidadas y dando pie a la tan costosa dispersión urbana, factor que redunda invariablemente en el desperdicio de energías de todo tipo para establecer marcos adecuados de sostenibilidad. La lejanía de muchos de los nuevos desarrollos genera un mayor número de traslados pendulares y una insuficiencia en dotación de servicios y productos. Necesitamos una ciudad de proximidad, ciudad compacta.

Además de ello, los territorios intermedios entre la ciudad consolidada y los nuevos desarrollos se convierten en nuevas “reservas” territoriales que aumentan automáticamente de precio y quedan marginadas de usos deseables como el de agroindustrias u otros destinos compatibles.

La vuelta a la paulatina normalidad debe conllevar una mucho mayor conciencia de los recursos racionalmente sostenibles y de una perspectiva general y compartida de la ciudad deseable para toda la comunidad.

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Urvirus https://arquine.com/urvirus/ Mon, 27 Apr 2020 13:29:23 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/urvirus/ Algo se puede decir con mucha certeza: las epidemias se difunden en las ciudades, son enfermedades —las contagiosas—, que se asientan en las ciudades, si bien pueden no haber sido generadas ahí.

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“Une manière commode de faire la connaissance d’une ville est de chercher comment on y travaille, comment on y aime et comment on y meurt.”

La Peste. Albert Camus.

 

Algo se puede decir con mucha certeza: las epidemias se difunden en las ciudades, son enfermedades —las contagiosas—, que se asientan en las ciudades, si bien pueden no haber sido generadas ahí. La mayoría de las veces su origen se da a partir de la convivencia con animales en condiciones escasas de salubridad, en medios suburbanos y rurales. Pero es en las ciudades, donde el contacto, la convivencia y la cercanía entre individuos es mayor.

En una primera instancia los efectos que hasta ahora se observan por el SARS-CoV-2, podrían apresurar conclusiones sobre las implicaciones que tendrá para el futuro de las ciudades, principalmente en dos aspectos: densidad y movilidad. Como ya se dijo, la cercanía, el contacto y la interacción metropolitana es uno de los factores de transmisión de infecciones más notorio, principalmente en lo que la ratio de contagio (reproduction number) se refiere, esto es, la capacidad de transmitir el virus por persona. El más alto es el del sarampión, que tiene una ratio de 15, esto quiere decir que una persona puede contagiar de una vez a 15 personas antes de que el virus desaparezca en un ciclo. El llamado SARS-CoV-2 tiene una ratio de 2.6 (1), lo que quiere decir que una vez adquirido, una persona puede transmitir el virus a casi 3 personas.

Traducido a la cotidianidad urbana supondría que si por la mañana alguien infectado sale de su casa, compra el periódico, toma un café y saluda a un conocido, el que vende los periódicos, el barista y el amigo lo más probable es que se contagien también. Es decir, habrá contagiado a 3 personas en un día que a su vez serán portadores y potenciales transmisores. Cualquier pueblo de menos de 10,000 habitantes admite esa ratio, y no solo las grandes ciudades. No hay a la fecha, evidencia definitiva de la relaócin entre densidad y contagio como único o definitivo factor de transmisión, ni a nivel local entre condominios verticales de densidades medias o altas, o de condominios horizontales de baja densidad. Es decir son más los contagiados en una gran ciudad, pero el indice de transmisión sigue siendo el mismo, y son las medidas sanitarias y de monitoreo epidemiológico lo que puede hacer la diferencia. Los casos mundiales —en principio— así lo demuestran.

Es muy impactante que Nueva York, epítome de la ciudad densa, sea uno de los epicentros de contagio. Crea una reacción inmediata de rechazo a las ciudades densas y verticales. Sin embargo, en otros casos no son las ciudades más densas ni más pobladas las que registraron mayores casos comparativos. Es en Asia donde más claro se manifiesta esto: Hong Kong, con 9 millones de habitantes y una densidad de 6,700 habitantes por kilómetro cuadrado, tiene muchísimos menos casos que la zona metropolitana de Wuhchang, origen de la pandemia, con 11 millones de habitantes. Lo mismo pasa con Shanhai y Beijing.
Teherán con casi 9 millones de población tiene mas de 70,000 (2) casos, mientras que Sao Paulo tiene 16,000 casos con una población de 12 millones. Lo mismo se podría analizar respecto de Milan vs. Roma o Estambul con respecto de Tokyo. Nos hará falta hacer la geografía global del virus, pero parece hasta ahora que no son la densidad —o al menos no nada más— o la cantidad de habitantes los factores determinantes de la transmisión.

Para México habría que buscar los puntos de contacto entre Tijuana, Iztapalapa y Cancún. En principio, parecería que son los flujos migratorios o turísticos los que dan la pauta y no los indices poblacionales. Faltará determinar los parámetros socioeconómicos, por edades, por genero y otros para conocer más los factores de riesgo. En un primer análisis, Jason Barr (3) sugiere observar el contacto por numero de aeropuertos y viajes como un factor de estudio para determinar la velocidad del contagio. Barr sugiere que es el tiempo y no el espacio el factor más determinante de contagio. No está del todo claro si la densidad es un factor de mayor contagio, pero ¿donde preferiría aliviarse de una enfermedad contagiosa, en una gran ciudad o en un poblado?

Lo mismo sucede respecto a la movilidad. Al parecer en China hay una efervescencia por comprar más autos en detrimento del transporte público por considerarse más seguro viajar aislado que en comunidad. A partir de estas primeras reflexiones sobre un fenómeno parteaguas, que aun esta en proceso, creo sería un error adelantar conclusiones hacia el posible renacimiento del suburbio y su principal aliado: el automóvil.

Las epidemias de cólera o fiebre amarilla a mediados del siglo XIX, dieron por resultado la implementación de las primeras redes de agua potable, drenaje y políticas públicas de vivienda. Los casos de Londres, París y Nueva York son paradigmáticos, pero en todo el mundo se adoptaron los estándares sanitarios y de infraestructura que hoy son comunes en todas las grandes metrópolis.

El SARS-CoV-2 impone una reflexión sobre la ciudad: cómo habitamos, cómo nos movemos, cómo convivimos. Pero las ciudades seguirán estando ahí. También las epidemias. La metrópoli es parte del problema y también de la solución. Quizás valdría la pena —antes de sacar conclusiones apresuradas— preguntarse, como hace Jason Barr: ¿Después de todo, dónde preferirías atenderte de Covid-19, en un centro hospitalario de una gran ciudad o en una aldea o en un suburbio?

 


Notas

1. https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019
2. Datos oficiales disponibles al 21 de abril.
3. Barr, Jason: https://buildingtheskyline.org/covid19-and-density/

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Redensificación https://arquine.com/redensificacion/ Wed, 08 Jan 2020 07:24:31 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/redensificacion/ La Redensificación nos desafía a reinventar el sistema de financiamiento de vivienda social a nivel de las colonias, desde abajo hacia arriba: generando y luego difundiendo innovaciones de una ciudad a otra, convenciendo a los actores políticos para crear nuevas instituciones a nivel de colonia y alcaldía que creen un ciclo virtuoso de creación y captura de valor.

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La innovación en la vivienda social colectiva, revisada por el INFONAVIT a través de un proyecto del Centro de Investigación para el Desarrollo Sostenible (CIDS) y reseñado en estas mismas páginas por Miquel Adriá, dejó en evidencia uno de los mayores desafíos que padecen las ciudades en México: ¿cómo buscar resultados más cualitativos que cuantitativos para satisfacer la demanda de poco mas de 1 millón de viviendas al año en todo México? El programa de Redensificación Urbana elaborado por el CIDIS, si bien arroja resultados formales interesantes, deja del lado dos factores coyunturales para evitar la paradoja de actual modelo de vivienda social en este país: cómo recuperar suelo urbano sin incidir en su elevado valor de mercado para crear “bolsas” de vivienda social protegida y qué tipologías y densidad pueden tener mejor resultado para las mismas.

Una de las grandes lecciones de Jane Jacobs tiene relación con esto. En uno de los capítulos de su obra seminal Vida y muerte de las grandes ciudades americanas, toca el tema del financiamiento a escala urbana y, en particular, cómo generar zonas de oportunidad dentro de las ciudades. Su pulcro e incisivo análisis nos describe cómo en la década de los 50, la aportación de capital público y privado fue medular para la destrucción de innumerables barrios en aras de favorecer el desarrollo suburbano mediante subsidios para “barrer” con asentamientos informales en los centros de las ciudades, para dar entrada a proyectos de infraestructura como calles y avenidas.

La “muerte de las ciudades” reflejó la ausencia de capital público, privado y cívico que financiara los “cambios graduales, constantes y específicos” que, según Jacobs, son la esencia de diversas economías, comunidades mixtas y crecimiento inclusivo. Esta ausencia fue clara en comunidades de todo Estados Unidos, desde su nativa Scranton, Pennsylvania, hasta su hogar en la ciudad de Nueva York. La reflexión de Jacobs devela pautas sobre el tema de la redensificación para vivienda social en México.

Primero, los efectos devastadores de los programas INFONAVIT de las décadas de 1970 y 80 todavía están con nosotros. Muchas Zonas INFONAVIT (por llamar de alguna manera a toda esa masa de vivienda social de casitas asentadas en la periferia urbana), ya sea en la Ciudad de México, Puebla, Hermosillo, Merida o Querétaro, son producto de esfuerzos cuantitativos para satisfacer demanda de vivienda en bruto; se creó un mercado de suelo en la periferia de las ciudades, surgieron “comunidades” sin acceso a transporte público y fuentes de empleo, se creo una tipología de bajísima densidad y costo, se idealizó el uso del automóvil y abrieron el camino para vaciar zonas céntricas de las ciudades y dejar camino a desarrollos inmobiliarios con otros usos. Una visita rápida a nororiente de la Ciudad de México, Pachuca y Guadalajara, muestra el efecto de las decisiones tomadas hace 30 o 40 años.

En segundo lugar, los programas de crédito del INFONAVIT para vivienda suburbana han sido, finalmente, declarados inviables. El programa de Redensificación ciertamente busca encontrar alternativas. Pero falta, antes de hacer arquitectura, analizar la salud de nuestro sistema de financiamiento para el desarrollo de la vivienda social, especialmente la intraurbana. Nos obliga a entender que el problema mayor radica en el costo de la tierra y la disponibilidad de la misma para estar cerca de las fuentes de trabajo y sistemas de transporte. Nos obliga a evaluar la demanda y la viabilidad del mercado de la vivienda social, o su falta, en lugares desfavorecidos dentro de nuestras ciudades.

Hasta donde se ha mostrado, en el estudio de Redensificación del CIDIS falta la evidencia que justifique donde dar cabida a estos diseños. Dentro las alcaldías de la Ciudad de México por ejemplo, hay muchas comunidades con lotes vacíos, fábricas cerradas, corredores sin inversión y bloques de viviendas en mal estado, que necesitan desesperadamente un nuevo modelo de financiamiento y que, en consecuencia, puedan explorar la redensificación. En estos lugares, es fácil encontrar un sin número de experimentos inmobiliarios del sector privado —fallidos algunos y exitosos otros. Muchas colonias parecen ser nada más que la manifestación física de décadas de programas de desarrollo urbano o planes parciales totalmente dispares. Sin embargo, en estas mismas colonias es difícil encontrar transacciones de mercado en las que las instituciones financieras convencionales —como el INFONAVIT— se arriesgaran seriamente a hacer negocios. Es difícil encontrar empresas de desarrollo inmobiliario con el interés y la capacidad para mover los mercados hacia los esquemas de vivienda social. 

Por ello es que el programa de Redensificación sólo puede tener cabida si se reformula el sistema de financiamiento para el desarrollo de vivienda social intraurbana. Actualmente, no existen los mecanismos para mover las grandes sumas de dinero público o privado hacia este mercado. Hoy en día, una cantidad limitada de subsidios públicos respalda un sistema de arriba hacia abajo centrado en la deuda convencional, la burocracia en capas y, a menudo, tecnicismos enloquecedores. La Ciudad de México podría catalizar la creación de un nuevo sistema financiero que satisfaga a los inversionistas, mueva inversiones y trabaje para personas y lugares desfavorecidos, todo esto al cambiar la estructura subyacente de la toma de decisiones económicas para crear zonas de desarrollo orientadas a la redensificación con cierto componente de vivienda social-protegida.

Eso nos obliga desde el principio a revisar la definición de Jacobs de la inversión que está fluyendo hacia nuestras colonias. ¿El capital es extractivo o generativo? ¿Es absurdo o inteligente? ¿Es un riesgo altamente adverso o un riesgo apropiado de aceptar? ¿Está restringido (enfocado en proyectos específicamente etiquetados) en lugar de  tener una mirada holística (enfocado en el valor sinérgico que proviene de la mezcla de usos y habitantes)? ¿Es administrado por instituciones que crean valor y luego capturan valor para los residentes locales en lugar de inversores distantes?

La Redensificación nos desafía a reinventar el sistema de financiamiento de vivienda social a nivel de las colonias, desde abajo hacia arriba: generando y luego difundiendo innovaciones de una ciudad a otra, convenciendo a los actores políticos para crear nuevas instituciones a nivel de colonia y alcaldía que creen un ciclo virtuoso de creación y captura de valor. La perspectiva de Jane Jacobs sobre el capital, como sus observaciones sobre todas las cosas urbanas, es más relevante que nunca.

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Redensificación urbana https://arquine.com/redensificacion-urbana/ Tue, 11 Sep 2018 14:00:48 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/redensificacion-urbana/ Densificar significa agregar superficie de construcción dentro de los límites existentes de la ciudad, mientras que la expansión significa agregar nuevas superficies al margen de estos límites.

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Hay consenso en que una ciudad densa y compacta es más eficiente que la ciudad dispersa. Las ciudades aumentan de tamaño principalmente a través de dos mecanismos: se densifican o se expanden, crecen en vertical o en horizontal. Densificar significa agregar superficie de construcción dentro de los límites existentes de la ciudad, mientras que la expansión significa agregar nuevas superficies al margen de estos límites.

Si los vacíos generan espacios públicos y los edificios singulares se convierten en los íconos urbanos, la vivienda colectiva es la que construye el tejido con que se llena el entramado de la ciudad. La vivienda es el magma de nuestras ciudades. Una de las mejores comparaciones es la gráfica que dibujaba Le Corbusier en sus conferencias, mostrando como 1,400 habitantes repartidos en 280 casitas unifamiliares requerían 3,5 km de calles, de drenaje, de instalación eléctrica y de gas, en cambio si concentraba el mismo número de habitantes en una Unidad de Habitación le bastaba con 150 m de calle vehicular y una pasarela peatonal de cincuenta metros por 1,83 m de ancho cada tres niveles. A lo largo del pasado siglo se llevaron a cabo experiencias como ésta, que llegaron a eficientar los sistemas de agregación de viviendas, las tipologías y las dimensiones de cada una de sus áreas. Si en los años veinte y treinta se desarrollaron investigaciones que definieron las bases de la vivienda colectiva que se construyó en todo el mundo a partir de unos estereotipos de las familias modelo, a finales de siglo pasado y ya en pleno siglo XXI, las tipologías han evolucionado hacía una mayor diversidad tipológica, distributiva y funcional.

Sin embargo, en México, tras notables propuestas de vivienda colectiva en los años setenta, durante las décadas siguientes se tendió a sembrar sin límite una costra isomorfa de casas miniaturizadas en las periferias de todas las urbes, propiciadas por elsistema financiero del INFONAVIT más cuantitativo que cualitativo, que buscaba el costo casi nulo del suelo y no consideró los costos de la infraestructura que debía conectar esas periferias con las ciudades. El resultado comportó el abandono de viviendas y nulas plusvalías. El Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores INFONAVIT es una institución tripartita en México, que cuenta con la participación del sector de los trabajadores, el sector empresarial y el gobierno. Y es quizá una de las instituciones financieras de vivienda popular más importantes del mundo, que ofrece 1,500 créditos hipotecarios al día.

En los últimos años el CIDS (Centro de Investigación para el Desarrollo Sostenible) del mencionado instituto ha generado un plantel de ideas y propuestas que potencialmente pudieran ser replicables a gran escala. Se asume que el crecimiento extensivo ha sido un fracaso y que el suelo es el recurso más valioso y escaso de la ciudad, por lo que es indispensable gestionarlo en beneficio de la sociedad. A su vez, se reconocen las investigaciones y propuestas desarrolladas en el último siglo, desde los casos de estudio de vivienda en serie del Movimiento Moderno —de Mies, J.J.P. Oud, Le Corbusier, etc.— hasta los ejemplos de los multifamiliares que se llevaron a cabo en Latinoamérica y en México, para abordar las experiencias más recientes desde SANAA en Japón a ELEMENTAL en Chile. 

El programa de Redensificación Urbana que presenta el CIDS (en una exposición en el vestíbulo de la sede central del INFONAVIT y en un libro homónimo), reúne treinta y dos proyectos seleccionados a partir de una convocatoria pública, que toman como ejemplo experiencias piloto que llevó a cabo Juan Carral O´Gorman en el barrio de Donceles, en la periferia de Cancún. Estas propuestas se replican en distintas ubicaciones periféricas de quince municipios en trece estados de la República. Se trata de proyectos con diferentes tipologías que garantizan la diversidad social y que permiten la flexibilidad de usos. Dependiendo de la superficie de cada lote, los edificios cuentan con seis unidades flexibles (dos por piso) de al menos 38 m2, así como un espacio comercial en planta baja y una azotea aterrazada de uso común, además de mejorar las condiciones del espacio urbano inmediato.

De las treinta y dos propuestas caben destacar las que exploraron y aportaron novedades tipológicas o bien las que fueron capaces de entender que la eficiencia tipológica y distributiva es fundamental en la vivienda mínima. Entre las primeras la propuesta de DVCH se distingue por acumular todo el programa de servicio en el perímetro de unas pequeñas unidades de planta cuadrada. Baños, cocinas, closets y alcobas ocupan las fachadas liberando un amplio espacio multiuso central. A su vez, PRODUCTORA y otros tantos, hacen de la eficiencia su objetivo, con escalera central y dos departamentos por nivel, pero con mayor tino y mejor resultado. Ambrosi Etchegaray depuran una tipología que ya habían desarrollado basada en una banda central que aglutina servicios y escaleras, confiriendo a estos pequeños departamentos una complejidad inusitada.

Izquierda: DVCH Devillarchacon Arquitectos | Derecha: PRODUCTORA

 

Alberto Kalach también retoma experiencias propias anteriores —Sombrerete, Hermosillo, etc.— desde su atinada lógica que se escapa al resto, proponiendo plantas polivalentes cuya singularidad está en la sección, aportando a la vivienda mínima la altura máxima y con ella, más volumen y tapancos centrales sobre las áreas de servicio. Tanto DCPP como Rocha-Carrillo exploran el potencial de la escalera a lo largo del terreno. Uno esculpiendo el vacío que genera la escalera y el otro proponiendo distintas tipologías como resultado del encuentro de la escalera con cada nivel. 

Izquierda: Taller de Arquitectura X | Derecha: Taller Mauricio Rocha + Gabriela Carrillo

 

Otras propuestas —Rozana Montiel, Fernanda Canales, Ricardo Agraz, Frida Escobedo, MOS— responden con rigor y eficacia a un programa tan necesariamente preciso. Quizá la de ADG sea la más efectiva.

Izquierda: Rozana Montiel Estudio de Arquitectura | Derecha: Fernanda Canales

 

Sin embargo, algunos proyectos se concentran en formalismos o alardes esculturales —Francisco Pardo, Griffin Enright, Michel Rojkind— en detrimento de la relación espacio habitable/costo.

Izquierda: Griffin Enright Architects | Derecha: Francisco Pardo

 

Sin duda la propuesta del CIDS puede ser ejemplar y replicable, y un primer paso para ofrecer al mercado inmobiliario tipologías que mejoren los modelos obsoletos de vivienda de interés social. Con buenos ejemplos se puede convencer a desarrolladores y gobiernos locales de que pequeñas construcciones como éstas propician la redensificación urbana de las periferias y generan plusvalías. Faltará que la colosal maquinaria financiera del INFONAVIT apoye este modelo que se inserta en tejidos urbanos existentes a modo de confetti, y deje de confiar en grandes desarrollos herméticos que acaban abandonándose o convirtiéndose en guetos.


La exposición Redensificación urbana se presenta en el vestíbulo de las oficinas centrales del INFONAVIT, Barranca del Muerto 280, Colonia Guadalupe Inn, Ciudad de México. Los proyectos se pueden consultar en el libro Redensificación urbana, publicado por Arquine.

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Contra su modelo de ciudad compacta https://arquine.com/contra-su-modelo-de-ciudad-compacta/ Tue, 17 Jul 2018 03:20:35 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/contra-su-modelo-de-ciudad-compacta/ El modelo de ciudad compacta no es una receta, ni es infalible; la falta de planificación y la permisividad en el desarrollo inmobiliario en Ciudad de México han provocado en algunos casos efectos negativos.

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“Más que el tipo de ciudad (extendida o compacta), lo que determina la calidad de vida urbana son, oh descubrimiento, las políticas públicas y la planificación urbana asociada a ellas.”

Rodrigo Salcedo

 

Al inicio de la administración actual de la Ciudad de México, entonces Distrito Federal, se hablaba con soltura y mucha desmesura de la necesidad de trabajar hacia una ciudad compacta,(1) se mencionaban sus beneficios en donde los habitantes de esta ciudad seríamos receptores de todas sus bondades; mayor acceso a servicios, cercanía a zonas de trabajo, educación y, de paso, ayudaría al medio ambiente. Está de más decir que nada de esto ha sucedido. 

Aunque es cierto que el modelo de ciudad compacta ha probado ser positivo en algunas ciudades europeas no se trata de una receta replicable, el modelo no es factible sin no hay detrás un entendimiento integral de la ciudad donde se pretende aplicar, pues eso que veían muchos pro-ciudad compacta funcionar en Europa, era resultado de la suma de políticas públicas e intervenciones urbanas que, entre otras cosas, limitaban la densidad poblacional, ofrecían una abundante infraestructura y una red de transporte público eficiente. Es decir, una buena gestión y planificación urbana.(2)

Por el contrario, en el último sexenio en la Ciudad de México se produjo un crecimiento del desarrollo inmobiliario en zonas centrales con el discurso de la ciudad compacta sin una renovación de infraestructura de servicios, sin una visión de transporte público que incentive a los nuevos habitantes a dejar el auto y sin una política pública que aminore el impacto de la renovación urbana frente a la expulsión y segregación. 

Este esquema permitió y legitimó que las delegaciones centrales como Benito Juárez, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Venustiano Carranza comenzaran con una explosión de proyectos inmobiliarios que ha dejado insatisfechos a muchos, especialmente a los vecinos quienes han buscado espacios a través de la organización local para frenar el proceso que está lastimando su calidad de vida y limitando el acceso a una mejora de ésta a otros.

[Proyectos inmobiliarios registrados entre 2014-2016 en Ciudad de México. Elaboración propia con datos de GeoComunes. Se pueden descargar los datos en el siguiente enlace: http://bit.ly/2NA5WxQ.]

 

Pero las quejas vecinales no eran suficiente voz para hacer eco de lo que estaban provocando los desarrollos inmobiliarios en las zonas centrales de la ciudad hasta que sucedió el sismo del 19 de septiembre. Entonces nos dimos cuenta que la delegación con más proyectos inmobiliarios en los últimos años habría sufrido daños severos durante el sismo y varios de ellos en edificaciones recientes, lo que ponía en tela de juicio el rigor de las nuevas construcciones en la ciudad. 

El caso del edificio de Zapata 56, en la colonia Portales, donde una construcción de menos de un año de antigüedad colapsó causando la muerte de dos mujeres resulta inquietante. Luego de que diversos medios publicaran la investigación y revelaran que se ha tratado de fallas en el diseño y violaciones al reglamento de Construcciones del Distrito Federal y sus Normas Técnicas Complementarias, así como corrupción y falta de transparencia en el proceso de revisión de la obra en el que participa la hoy conocida figura del DRO (Director Responsable de Obra), la incertidumbre de habitar la ciudad aumentó. La pregunta, frente a un eventual sismo, ya no es si el edificio es post 1985, sino si se trata de un edificio del último sexenio. 

El modelo de ciudad compacta no es una receta, ni es infalible; si bien las ciudades europeas menos densas han vivido transformaciones positivas con el aumento en la oferta de vivienda en mayor densidad en zonas centrales, la falta de planificación y la permisividad en el desarrollo inmobiliario en Ciudad de México han provocado el efecto contrario: aumento de costo, del tráfico, problemas por sobre demanda de servicios, así como expulsión y segregación de población de menores ingresos. No estamos transitando a un modelo de ciudad compacta, sino al de urbanismo rapaz, como lo ha expresado en innumerables ocasiones Sassen. 


Notas:

  1. Discurso inaugural de Miguel Ángel Mancera en la Inauguración de Expo Vivienda y Construcción 2013:  http://bit.ly/2NwhpOF; Discurso de Miguel Ángel Mancera en Primer Foro Ciudad de México Visión 2030: http://bit.ly/2NqDcrf
  2.  Salcedo, Rodrigo (2017), Salcedo, editorial Bifurcaciones, Talca, Chile. 

 

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Contra Densidad https://arquine.com/contra-densidad/ Mon, 17 Oct 2016 02:00:13 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/contra-densidad/ La idea que la densificación es una solución a muchos de los problemas urbanos que enfrentan las ciudades es una idea aún popular, pero equivocada y peligrosa. Equivocada porque asume implícitamente que lo urbano se limita sólo a lo construido y puede ser aislado de su entorno, y peligrosa porque influye en la elaboración de políticas de desarrollo urbano que externalizan, porque ignoran, el impacto de la ciudad en el medio biofísico.

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La idea que la densificación es una solución a muchos de los problemas urbanos que enfrentan las ciudades es una idea aún popular, pero equivocada y peligrosa. Equivocada porque asume implícitamente que lo urbano se limita sólo a lo construido y puede ser aislado de su entorno, y peligrosa porque influye en la elaboración de políticas de desarrollo urbano que externalizan, porque ignoran, el impacto de la ciudad en el medio biofísico. En su lugar, aquí se presenta un modelo que pasa de hablar de la ciudad como un objeto discreto a hablar de la urbanización como un proceso, lo cual desdibuja los límites caducos entre lo urbano y su “exterior constitutivo”.

Aunque en las últimas décadas la literatura académica ha montado una crítica robusta en contra del mito de la densidad, lo cierto es que el urbanismo común aún tiene una fijación por el tema. Esta fijación es parcialmente el resultado de una nueva ola de literatura urbana, paradójicamente, “urbano-céntrica,”(1) una anacrónica obsesión con la ciudad medieval europea, y un justificado y acertado disgusto con el modelo de urbanización extendida (el llamado “sprawl”) de la posguerra.

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Centralidad: El Anverso del Sprawl

Las centralidades y el sprawl son, como lo observara la socióloga Saskia Sassen entre otros, dos caras de la misma moneda: son formas urbanas interdependientes y co-producidas. Para terminar con el sprawl, hay que terminar con las centralidades. Fomentar las centralidades es fomentar el sprawl. Cuando los urbanistas “urbano-céntricos” elogian la viabilidad ecológica de una urbe densa como Nueva York, están ignorando su “huella ecológica”(2): las regiones distantes de las que se extraen los combustibles que alimentan a la ciudad; los campos donde se producen los alimentos que consumen sus habitantes; los lugares en los que termina almacenada su basura; los mares en los que se diluye su drenaje; el espacio exterior que alberga las redes satelitales que le permiten ser el centro de mando logístico global que es…

La noción que la ciudad compacta es una ciudad ambientalmente benigna parte de la engañosa imagen de la ciudad amurallada medieval que, al igual que el modelo económico neoclásico, ignora el papel que juega el entorno ambiental descontándolo simplemente como una “externalidad.” De ahí la importancia del desarrollo de nuevos modelos en los que no existe ya un “exterior”.

Los límites de la ciudad

En 2005, durante la primera sesión del programa de investigación Urban Age dirigido por la London School of Economics, se popularizó la idea que, “por primera vez en la historia, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades.”(3) Tal declaración fue recibida con brazos abiertos por arquitectos y urbanistas tanto como buena noticia como reto. Con brazos abiertos porque suponía una renovada relevancia social para estas profesiones; como buena noticia porque la percepción general, debatible, es que vivir en las ciudades se traduce en una mejor calidad de vida; y, como reto por la cantidad de problemas de gobernabilidad, sociales, de salud, e infraestructura que esto conlleva.

Sin embargo, tras el anuncio de Urban Age, lo que no se hizo fue cuestionar la metodología de medición detrás de este resultado.(4) ¿Cómo se definen los límites del suelo urbano? ¿Cuál es, por ejemplo, el tamaño o la densidad mínimos de un asentamiento humano para ser considerado urbano? En otras palabras, ¿cuál es la definición (en ambos sentidos: tanto ontológico como geográfico) de la ciudad? Según diferentes grupos y organismos, la extensión global de suelo urbano oscila entre el 0.5% y el 5% de la superficie del planeta. Pero el problema con tales declaraciones no sólo es la dificultad (si no es que la imposibilidad) de determinar los parámetros adecuados, sino la premisa misma de establecer una separación entre lo urbano y el “resto.”

El “Exterior Constitutivo”

Desde el modelo concéntrico de ciudad de Ernest Burgess (1925), pasando por el modelo de Teoría de Lugar Central de Walter Christaller (1933), la Megalópolis de Jean Gottman (1961) y la Ecumenópolis de Constantinos Doxiadis (1967), (expansión geográfica pero no ontológica) los urbanistas han prestado nula atención al espacio que queda fuera del límite de la ciudad. En efecto, la teoría urbana sufre de una tautología fundacional: la definición normativa de lo que constituye lo urbano imposibilita, en principio, el estudio del “exterior constitutivo” por parte del mismo cuerpo teórico. Una de las consecuencias de esta división forzada entre lo urbano y el “resto” (sea éste lo rural, lo “natural” o el “hinterland”), es el establecimiento de una relación antagónica entre las partes especialmente contraproducente de cara a la actual crisis ambiental. Por esta razón, históricamente, las ciudades han sido vistas negativamente como un problema ecológico tanto por la misma teoría urbana (5) como por el discurso ambiental popular (en este sentido, sólo basta pensar en cualquiera de las numerosas metáforas que equiparan a la “mancha urbana”–un término ya de por sí con connotaciones negativas de suciedad e impureza–con crecimientos cancerosos y demás teratologías). Sin embargo, una parte no menor del del problema radica precisamente en ver a las ciudades como un problema.

 

Paradigma Ecológico: De la Ciudad como Objeto a la Urbanización como Proceso y la Desaparición del Exterior Constitutivo

Hay al menos tres frentes académicos cuestionando la dicotomía entre la ciudad y el exterior: la geografía política (con el trabajo de los geógrafos Neil Smith (6), David Harvey (7) y más recientemente Neil Brunner (8) y Jason Moore (9)), el urbanismo de paisaje (o landscape urbanism con el trabajo de los arquitectos Charles Waldheim (10), Mohsin Mostafavi (11) y Pierre Bélanger (12)) y la ecología política urbana (con los textos del geógrafo Erik Swyngedouw (13) y el urbanista Matthew Gandy (14)). Por motivos de brevedad, baste aquí decir que lo que tienen en común estos frentes es, primero, el empleo de un marco teórico ecológico que presupone la desaparición de un “exterior constitutivo” dado que asume que “todo está conectado con todo” (15) y, por ende, la disolución de los límites entre lo urbano y lo natural, y, segundo, el cuestionamiento de lo que constituye lo urbano, proponiendo un cambio de paradigma que pasa de hablar sobre la ciudad como un objeto a la urbanización como un proceso, hoy de escala planetaria. (16)

 

Metabolismo

En este sentido, un concepto útil para dilucidar una relación diferente entre lo urbano y el resto es la noción de metabolismo (stoffwechsel) como la desarrollara el filósofo Karl Marx. Siguiendo los avances científicos de su época —en especial el trabajo del pionero de la agroquímica Justus von Liebig— Marx observaba que la alienación entre el hombre y la naturaleza, producto de la creciente distancia entre las ciudades y sus hinterlands, resulta en la ruptura de los flujos materiales y energéticos de los sistemas biofísicos. El sociólogo John Bellamy Foster, cuya labor se ha enfocado en recuperar la dimensión ecológica en el análisis marxista, propone el término “ruptura metabólica” (metabolic rift) para referirse a la disrupción observada por Marx exacerbada y que hoy es exacerbada por los patrones urbanización neoliberal.(17) Por ejemplo, existe una ruptura metabólica cuando los nutrientes incorporados en los cultivos son trasladados a centros urbanos distantes y, al ser excretados, en lugar de ser reincorporados al suelo que los produjo, son vertidos al drenaje o depositados en rellenos sanitarios. El concepto de metabolismo permite concebir los circuitos de flujos energéticos y materiales de los que las ciudades forman parte y que hoy en día constituyen una red que se extiende a lo largo y ancho del globo afectando en mayor o menor medida todos los ecosistemas del planeta. (18)

 

Descentralización y Regionalismo: El Caso del Urbanismo Agrario

En “Un Nuevo Patrón Regional,” (1949) del arquitecto y urbanista Ludwig Hilberseimer, en una serie de dibujos ampliamente pasados por alto, se muestra una secuencia de tres mapas de una isla imaginaria. El primero ilustra el patrón de asentamientos del pasado como una retícula homogénea con poca diferencia en el tamaño de los asentamientos. El segundo muestra el patrón de asentamientos presente, irregular y con una gran diferencia entre el tamaño de los asentamientos menores y el más grande. El tercero muestra un patrón de asentamientos futuro donde se ha eliminado el gran asentamiento central y se ha redistribuido la retícula de puntos através del paisaje. La visión territorial descentralizada de Hilberseimer con asentamientos distribuidos homogéneamente, depende de la hibridación de usos agrícolas e industriales. El modelo pretende abatir la disociación geográfica entre los centros urbanos y las regiones de producción y extracción. Se trata de un urbanismo agrario extenso, pero, a diferencia del sprawl suburbano, también intenso, híbrido y autónomo en el sentido de que no depende de ninguna centralidad.

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En “Notas para una Historia del Urbanismo Agrario,” Waldheim ubica el Nuevo Patrón Regional de Hilberseimer dentro una cronología que incluye a la Broadacre City (1932) del arquitecto Frank Lloyd Wright y a Agrónica (1993) del arquitecto Andrea Branzi. (A esta lista se podría añadir el Plan para una Ciudad Agrícola (1959) del arquitecto Kisho Kurokawa especialmente relevante por ser uno de los exponentes más importantes del metabolismo japonés.) Estos modelos anticiparon lo que hacia finales de siglo se había vuelto la condición urbana prevalente: horizontal, híbrida y extensa. Según sus características locales este nuevo patrón de asentamiento, recibe diferentes nombres a través del planeta. En norteamerica se le conoce como el middle landscape, como lo refiere el arquitecto Peter Rowe. En Asia, el urbanista Terry McGee habla de la desakota (ciudad-pueblo), y en Alemania, el planificador Thomas Sieverts se ha dedicado a estudiar la zwischenstadt, una forma de asentamiento intermedio entre la ciudad y las zonas rurales, pero con mayor autonomía que un suburbio. Si esta condición urbana adopta diferentes configuraciones dependiendo de su contexto geográfico, político y social, es claro que es todo menos una ciudad genérica, como la describiera Koolhaas. (19) Sin embargo, es difícil aprehenderla porque se trata de una condición urbana sin una imagen clara (a diferencia de las fotogénicas skylines de los centros urbanos norteamericanos o los pintorescos streetscapes de las ciudades medievales europeas); efectivamente, se trata de una metrópolis invisible. (20)

 

Implicaciones Concretas para la Arquitectura y el Diseño Urbano

Hay al menos dos implicaciones concretas para el diseño y la planeación de ciudades: una tiene que ver con temas “naturales” y, la otra, con temas sociales.

La “natural” tiene que ver con la necesidad de imaginar nuevos usos de suelo. Los usos de suelo son herramientas presentes en todas las escalas de planeación espacial, desde la arquitectónica hasta la planetaria. Sin embargo, más allá de la escala de la ciudad, muchas veces los usos de suelo son la única herramienta de planeación. Los nuevos usos de suelo deben partir de una forma diferente de entender a la naturaleza, reconociendo que la noción de una naturaleza virgen y aislada es caduca y obsoleta.(21) En su lugar, se debe entender que la naturaleza es tan construida como lo son las ciudades. Naturaleza y ciudad son ambas resultado de la lógica de producción espacial neoliberal. En otras palabras, la ciudad y su entorno se co-producen mutuamente y deben ser concebidas en conjunto. Los nuevos usos de suelo deben permitir la hibridización del paisaje y enfocarse más en la intensidad de la producción que en la densidad de la construcción, de tal suerte que se promueva la descentralización a escala regional.

En el ámbito social, se debe aspirar a un patrón de ocupación espacial menos desigual. En su canónico libro “Desarrollo Desigual: Naturaleza, Capital y la Producción del Espacio,” el geógrafo Neil Smith explica la desigualdad generada por la urbanización neoliberal no como un defecto del sistema, sino precisamente como su objetivo y sustento. Es a partir de las diferencias en el desarrollo de diferentes áreas geográficas de cual se puede generar un excedente que puede ser extraído bajo la lógica de acumulación de capital (el recordatorio de este dinámica está impreso en la cara posterior de todos los iPhones: “diseñado por Apple en California; ensamblado en China”). La crisis del 2008 ha vuelto dolorosamente evidente la desigualdad social de nuestro sistema político-económico y mucho se ha hablado desde entonces de la necesidad de abatirla. Sin embargo, se reconoce poco la relación que hay entre la desigualdad social y la desigualdad espacial. Una sociedad menos desigual requiere de espacios menos desiguales. La ilusión de la ciudad “densa y compacta” sólo puede mantenerse si se desconoce al exterior de la ciudad como parte del proceso de urbanización. Si, bajo una lente ecológica (enfocada en las interconexiones) reconociéramos a las zonas actualmente excluidas como parte de la ciudad supuestamente densa y compacta, concluiríamos que este modelo de ciudad, centralizado, es altamente desigual. Una vez conscientes de esto, debemos abogar por modelos descentralizados, (re)distributivos, ecualizadores, regionales e híbridos que reconozcan a la ciudad y a la naturaleza como una sola ecología sintética.

 

Notas:

1. Ver, por ejemplo, Glaeser, Edward. Triumph of the City: How Our Greatest Invention Makes Us Richer, Smarter, Greener, Healthier, and Happier. Reprint edition. New York: Penguin Books, 2012.

2. Aquí, empleo el término huella ecológica muy a mi pesar y sólo por conveniencia pues es una noción engañosa. No existe una “huella” ecológica discreta como tal. Más bien, existen una serie de territorios repartidos a lo largo y ancho de todo el globo de donde se extraen y depositan, gracias a un sinnúmero de muy reales y concretas redes infraestructurales, productos, materias y labor humano que posibilitan la continuidad de la ciudad de Nueva York.

3. Burdett, Ricky, y Deyan Sudjic. The Endless City. Phaidon Press, 2008.

4. Uno de las primeras y más completas críticas de la premisa intelectual tras el proyecto de Urban Age fue formulada recientemente por los geógrafos Neil Brenner y Christian Schmid. Ver: Brenner, Neil, and Christian Schmid. “The ‘Urban Age’ in Question.” International Journal of Urban and Regional Research, 2013. doi:10.1111/1468-2427.12115.

5. Ver por ejemplo: Mumford, Lewis. “The Natural History of Urbanization.” En Man’s Role in Changing the Face of the Earth, editado por William L. Thomas Jr., 382–98. Chicago: University of Chicago Press, 1956.

6. Smith propone entender al capitalismo como un sistema de producción espacial caracterizado por la desigualdad resultante. Desde el punto de vista de Smith, el patrón de urbanización desigual producido por el sistema neoliberal no es un defecto del sistema, sino su objetivo principal pues esta desigualdad es necesaria para la creación de un excedente que luego pueda ser extraído por el proceso de acumulación capitalista. Ver: Smith, Neil. Uneven Development: Nature, Capital, and the Production of Space. New York, NY: Blackwell, 1984.

7. Harvey declara que no “hay nada significativamente diferente entre Nueva York y la selva tropical” para dar a entender que ambos paisajes son resultado de los procesos de producción espacial específicos del sistema político-económico neoliberal. Ver: Harvey, David. “The Domination of Nature and Its Discontents.” En Justice, Nature, and the Geography of Difference, 120–49. Cambridge, Massachusetts: Blackwell Publishers, 1996.

8. Siguiendo a Lefebvre, con su tesis de “urbanización planetaria” Brenner propone la necesidad de nuevas categorías de estudio para concebir un proceso de urbanización que se extiende más allá de los límites visibles, concretos y tangibles de la ciudad. La portada de su libro muestra una imagen aérea de las arenas bituminosas en Alaska de donde se extrae petróleo el cual permite el funcionamiento de los grandes centros urbanos en otras partes del planeta. Ver: Brenner, Neil, ed. Implosions/Explosions: Towards a Study of Planetary Urbanization. s.l.: Jovis Berlin, 2013.

9. Moore propone la “ecología mundial” (world-ecology) como metodología de análisis y marco teórico para entender las crisis sociales y ambientales que, a su ver, no son más que diferentes aspectos de una crisis singular subyacente. Con esto, lo que sugiere es una síntesis robusta de las categorías de lo social y lo natural. Ver: Moore, Jason W. Capitalism in the Web of Life: Ecology and the Accumulation of Capital. New York: Verso, 2015.

10. Waldheim ha propuesto desde 1998, bajo la rúbrica de urbanismo de paisaje, que es el paisaje el medio más efectivo para entender la urbanización post-fordista (neoliberal): horizontal, híbrida y extendida. Ver: Waldheim, Charles. Landscape as Urbanism: A General Theory. Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 2016.

11. Mostafavi hace un llamado para conceptualizar nuevos modelos teóricos que procuren una nueva síntesis entre lo urbano y el entorno biofísico reconociendo que aunque el tema dista de ser nuevo, la escala del reto presente y la creciente presión de los imperativos ambientales dan al tema una relevancia sin precedentes. Ver: Mostafavi, Mohsen, y Gareth Doherty. Ecological Urbanism. Baden, Switzerland: Lars Müller Publishers, 2010.

12. Bélanger propone extender el significado convencional de la noción de infraestructura para incluir al paisaje biofísico como sistema instrumental de sustento de las economías urbanas. Ver: Bélanger, Pierre. “Landscape As Infrastructure.” Landscape Journal 28, no. 1 (Enero 1, 2009): 79–95.

13. Informándose en la literatura de la geografía y ecología políticas, Swyngedouw y Kaika hacen un llamado a dejar de presentar a las ciudades como antagónicas al medio ambiente, y verlas como un momento más en un proceso dialéctico de intercambios transformativos entre naturaleza y sociedad. Ver: Kaika, Maria, y Erik Swyngedouw. “The Environment of the City… or the Urbanization of Nature.” En A Companion to the City, editado por Gary Bridge and Sophie Watson, 567–80. United Kingdom: Blackwell Publishing, 2000.

14. Siguiendo la tesis del “cyborg” desarrollada por la filósofa Donna Haraway, Gandy propone entender a la urbanización como un proceso de hibridación, donde una diferencia clara entre lo natural y lo construido no sólo resultaría forzada, sino imposible. Ver: Gandy, Matthew. “Cyborg Urbanization: Complexity and Monstrosity in the Contemporary City.” International Journal of Urban and Regional Research 29, no. 1 (2005): 26–49.

15. Ésta es la famosa primera de las cuatro leyes informales de la ecología como fueran declaradas por el biólogo Barry Commoner en 1971. Ver: Commoner, Barry. The Closing Circle: Nature, Man, and Technology. New York: Alfred A. Knopf, 1971.

16. En ese sentido, dos antecedentes importantes son el sociólogo Louis Wirth quien proponía ya en 1938 entender el urbanismo como un modo de vida y el sociólogo Henri Lefebvre que declaraba como total al proceso de urbanización en su canónico libro “La Revolución Urbana” escrito en 1970. Ver: Lefebvre, Henri. La Révolution Urbaine. Paris: Gallimard, 1970, y Wirth, Louis. “Urbanism as a Way of Life.” American Journal of Sociology 44, no. 1 (1938): 1–24.

17. Ver: Foster, John Bellamy. Marx’s Ecology: Materialism and Nature. New York: Monthly Review Press, 2000. Jason Moore ha criticado la noción de ruptura metabólica (metabolic rift) de Foster proponiendo en su lugar un cambio metabólico (metabolic shift), pues a su parecer la noción de ruptura no hace más que reforzar la separación entre la ciudad y su entorno.

18. Ver: Foster, John Bellamy. Marx’s Ecology: Materialism and Nature. New York: Monthly Review Press, 2000. Jason Moore ha criticado la noción de ruptura metabólica (metabolic rift) de Foster proponiendo en su lugar un cambio metabólico (metabolic shift), pues a su parecer la noción de ruptura no hace más que reforzar la separación entre la ciudad y su entorno.

19. Cabe señalar que el mismo Koolhaas, desde 2012 ha mostrado tener interés en el campo declarando que si bien es cierto que la mitad de la población vive en ciudades, la otra mitad vive aún en el campo y por tanto éste espacio merece al menos la misma atención. Ver: Koolhaas, Rem. “The Generic City.” En S, M, L, XL, 1239–64. Rotterdam: 010 Publ., 1995 y Koolhaas, Rem. “Countryside.” Amsterdam, The Netherlands, April 24, 2012. http://oma.eu/lectures/countryside.

20. El término de “metrópolis invisible” tomado del ensayo “Atlanta” de Rem Koolhaas que comienza con la declaración “Atlanta no es una ciudad, es un paisaje,” uno de los puntos de referencia para la formulación del urbanismo de paisaje de Waldheim. Ver: Koolhaas, Rem. “Atlanta.” En S, M, L, XL, 1239–64. Rotterdam: 010 Publ., 1995. Sobre la misma línea de pensamiento, la propuesta para el parque de La Villete de OMA se titulaba “Congestión sin Materia” y proponía una “densidad sin arquitectura.” Ver: Koolhaas, Rem. “Congestion without Matter.” En S, M, L, XL, 894-935. Rotterdam: 010 Publ., 1995.

21. Ver por ejemplo: Cronon, William. Uncommon Ground: Toward Reinventing Nature. New York: W.W. Norton & Co., 1995. O Morton, Timothy. Ecology without Nature: Rethinking Environmental Aesthetics. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2007.

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La verticalidad de la Ciudad de México. Crítica y perspectivas https://arquine.com/la-verticalidad-de-la-ciudad-de-mexico-critica-y-perspectivas/ Thu, 22 Sep 2016 16:03:49 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-verticalidad-de-la-ciudad-de-mexico-critica-y-perspectivas/ La verticalidad y en consecuencia la densificación en todas sus acepciones, tienen que venir de la mano de una reflexión en torno a los usos compartidos, al espacio físico requerido no solo para el consumo, sino particularmente para el cobijo, el ocio, el trabajo.

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por Laurence Bertoux y Gustavo Gómez Peltier

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De inicio, su condición

La verticalidad de la ciudad de México puede considerarse dentro de los temas más polémicos de la historia de una ciudad históricamente extendida, desparramada territorialmente, chaparra y en el mejor de los casos, sembrada por doquier de rascacielos enanos. De esta “azarosa condición” se derivan un conjunto de problemas estructurales y operativos de los que derivan grandes problemas en la operación y cotidianidad de la ciudad. Pero la estructura y distribución territorial de la ciudad no es simple casualidad sino la suma de sus condiciones históricas y culturales, de los aciertos y errores en su planeación, de la suma de las aspiraciones de sus habitantes y particularmente de su acelerado proceso de crecimiento. A principios del siglo XIX, la Zona Metropolitana de la Ciudad de México tenía una población aproximada de 120 mil personas, actualmente, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), tiene más de 27 millones de habitantes, y se coloca en el segundo lugar del ranking de las urbes más pobladas del mundo, después de Tokio, con más de 38 millones, y antes de Nueva York, con más de 23 millones. Pocas ciudades del mundo han presentado un ritmo de crecimiento poblacional tan alto y pocas se han planteado la posibilidad de que albergar a tantas personas se puede y se debe hacer en forma horizontal. Es necesario entonces aceptar, pese a nuestra negación histórica, que la demografía no es opcional, que el territorio no es infinito y que, en consecuencia, aunque resulte una intensión tardía, la estructura de la ciudad debe modificarse.

El origen de la horizontalidad, el miedo

Tenochtitlan tenía una extensión territorial (por no hablar de su influencia regional) que dejó atónitos a los conquistadores, pero no era lo único que los asombró. El templo Mayor, afirman los conocedores, tenía una altura tres veces superior a la de la actual catedral, esta escala arquitectónica y el enorme valor simbólico que representaba, generó una extraña mezcla de asombro, impotencia y minusvalía tal, que mejor optaron por derruir a la ciudad entera e inventarse una nueva, lo que sin duda constituyó una gran proeza que sigue sin ser valorada en su justa dimensión. Pero esta nueva ciudad tuvo y tiene en las condiciones del subsuelo uno de sus principales retos. La inestabilidad del suelo y la falta de pericia de los constructores españoles del siglo XVI junto a los continuos movimientos telúricos terminaron por destruir prácticamente la totalidad de lo que se había construido. Una vez resueltos los retos técnicos —a base de prueba y error— que implicaba construir sobre una ciudad lacustre, se conjuntaba otro problema, los altos costos que ello demandaba: el grueso de los muros y columnas que se requerían para mantener los edificios en pie no solo incrementaba los costos, sino que incrementaba los riesgos de sufrir los hundimientos diferenciados del suelo que su propio peso generaba, poniendo en riesgo la estructura del edificio. Si a ello sumamos las filtración de las aguas subterráneas y las consecuencias de las inundaciones que en aquel entonces eran muy comunes, no solo obligaba a plantearse edificios de menor escala y por tanto de baja altura, sino a expandir el desarrollo sobre suelos más estables en los que los costos y los riesgos fueran menores. La horizontalidad constructiva se impuso prácticamente como norma de tal forma que terminó por ser replicada en prácticamente toda Hispanoamérica mediante las ordenanzas de Felipe II (una suerte de “manual de desarrollo urbano” de la conquista española), con lo que la ciudad extendida sería lo óptimo, lo común, lo lógico y en esa lógica, el suelo se convertiría cada vez más en una mercancía por demás abundante y redituable que terminaría por ser uno de los principales beneficios económicos de los terratenientes —entre ellos la iglesia católica- durante y después de la colonia hispanoamericana. Este modelo urbano y económico territorial de orden colonial se mantendrá prácticamente sin cambios hasta la amortización de los bienes de la iglesia con la Reforma juarista. Pero finalmente sería la idea de la “modernización” porfirista cuando comenzaría un incipiente proceso de verticalización de la ciudad que finalmente no trascendería sino una vez terminada la revolución y consolidado el sistema político y administrativo pos-revolucionario en la década de los años treinta.

La verticalidad, la escasez y la acumulación del capital

Las ciudades no pueden expandirse infinitamente. Los costos que implica el traslado de cosas y personas las hace inviables. En consecuencia, se generan centralidades económicas y sociales sobre el territorio urbano. El mayor costo que implica edificar en vertical contra el costo de edificar en horizontal, solo puede ser absorbido cuando la demanda está dispuesta a pagar más a cambio de una determinada localización central. Es la búsqueda de las ventajas económicas que de ello se derivan. Es por ello, que la relación entre centralidad, localización, oferta, demanda, verticalización y costo no es más que la consecuencia del modo de producción capitalista, por lo que es posible afirmar que la ciudad —tanto centralidad como periferia— es, ante todo, el resultado de la concentración de las actividades económicas y sociales en un determinado territorio.

Esta concentración económica y social está en plena y perenne lucha por el suelo mejor localizado. Con mejor localizado nos referimos al suelo que puede generar mayores ganancias a la actividad económica que en él se desarrolle. De esta lucha de poder deriva la verticalidad en el entendido de que esta es la forma técnica de aprovechar al máximo la localización del suelo y sus relaciones funcionales y simbólicas. Relaciones que una vez consolidadas, tienden a reproducirse de manera prácticamente ilimitada, siempre y cuando se cuente con el capital y la capacidad de pago de la demanda.

Es en este sentido que los límites de la verticalidad han dejado de ser económicos para convertirse en normativos, técnicos, formales e incluso sociales. Es por ello que cuando las centralidades históricas se saturan funcionalmente, el capital en acuerdo o contubernio —o no— con la administración pública, no encuentra problema en desarrollar una nueva centralidad que le permita seguirse reproduciendo.

La Ciudad de México ha presentado en sus diversas etapas históricas, esta capacidad competitiva de captación y reproducción del capital, de ahí su particular e irregular proceso de verticalización. Las bonanzas económicas han quedado reflejadas en el desarrollo de sus centralidades de la misma forma en que las recurrentes crisis se han reflejado en sus periferias. En los años treinta, cuando se estabiliza el gobierno revolucionario y se contaba entonces con 1.2 millones de habitantes, la bonanza económica dejó en ciertas zonas del Centro Histórico sus huellas verticales. Ejemplo de ello la apertura de la avenida. 20 de noviembre, la ampliación de la calle de Pino Suarez, la reconversión de las calles de Madero, Tacubaya, 16 de septiembre y otras menos visibles pero no menos importantes como Correo Mayor, Palma y Luis Moya, mismas que se transformaron en corredores urbanos en las que la actividad económica generó un proceso de sustitución de vetustos inmuebles coloniales por nuevos edificios de vivienda, comercios y oficinas que al menos, triplicaban las alturas existentes.

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No sería hasta finales de la década de los años cuarenta —la denominada “época modernizadora” de la post Revolución—, que la ciudad en su propio afán ideológico demandaba nuevos símbolos de desarrollo de carácter e imagen internacional. La Torre Anáhuac, la torre Abed y la Latinoamericana se erguían como respuesta y símbolo de pertenencia al mundo capitalista, a pesar de sus apenas 24, 29 y 44 pisos respectivamente. Estos rascacielos enanos y otros tanto que se edificarían en la década de los cincuenta, eran económica y políticamente un orgullo, pero socialmente no eran más que el símbolo de un cambio “extranjerizante” de habitar la ciudad y que ponía en duda ciertas aspiraciones sociales, que por tanto resultarían cuestionables o inaceptables. En consecuencia, a la verticalidad se le acusaría de ser símbolo del terror y de la desgracia futura al asegurar que sus resultados se vendrían abajo al primer temblor, causando muerte y destrucción.

Con el paso del tiempo y la resistencia a los temblores, el miedo a la verticalidad se disiparía y comenzaría a cobrar su derecho a formar parte de la ciudad. Junto a ello, la acción del estado impulsaría una nueva forma de habitar la ciudad mediante la construcción de grandes proyectos urbanos como la Ciudad Universitaria, Tlatelolco, el conjunto Miguel Alemán y el Benito Juárez; proyectos que también serían rechazados por los detentores del conservadurismo urbano de la época, pero que terminarían por ser bien aceptados por una nueva y creciente clase media deseosa de pertenecer a la modernidad y el milagro económico mexicano y que tendrían como epitome las obras de infraestructura urbana y edificaciones arquitectónicas de la olimpiada de 1968.

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Sin embargo no toda la fe de la modernidad descansaría en la trinidad gubernamental del capital, la modernidad y la arquitectura; la expansión urbana era un hecho prácticamente imparable, los flujos migratorios campo ciudad solo encontraban acomodo en el suelo periférico de bajo o nulo costo al tiempo en que los sectores medios y altos que rechazaban la idea de la vida en condominio desarrollando fraccionamientos unifamiliares donde el American Way of Live mexicano encontraría acomodo para imponer su condición económica e ideológica perfectamente representada en un particular estilo arquitectónico que evidentemente va más allá al del Pedregal de San Angel.

Pero la contradicción no resultaría tan sencilla. La bonanza petrolera de los ochenta comenzaría a transformar nuevamente a la ciudad, colonias y fraccionamientos mono funcionales comenzarían a dar cabida a la demanda y al capital mediante la verticalidad. Algunas de las otrora colonias unifamiliares, como La del Valle, Narvarte, Polanco, Roma, Juárez, Cuauhtémoc y prácticamente todas aquellas que por su localización central y por su misma traza urbana, resultaran objeto de deseo para la construcción de una nueva centralidad, cedieron ideología por capital, claro está en el supuesto de que en ello hay diferencia manifiesta.

El miedo y los límites de la verticalidad

Si la expansión urbana de la Ciudad de México comenzó a encontrar sus límites funcionales y la verticalidad refrendaba sus condiciones prácticas, el terremoto de 1985 volvería a cuestionar sus virtudes y a revivir un miedo que parecía superado. Los símbolos de la modernidad urbana se desplomaron a la vista de todos y se refrendaron su condición social de símbolos del error y el terror urbanos. Pero más allá de esta percepción, se puso en evidencia la incapacidad —y por tanto el principio del fin— de una clase política incapaz de administrar una ciudad y una sociedad que evolucionaba más rápido que un sistema político autocomplaciente. El desconcierto y el miedo ocasionado por el terremoto, terminaron por vencer a la razón y esto quedó plasmado en la normatividad urbana. A partir de entonces prácticamente se dio muerte a la verticalidad urbana y la expansión territorial recobró, como antes lo hiciera, los bríos y adeptos necesarios para justificarla.

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La transformación económica hacia el llamado neoliberalismo económico comenzó nuevamente a cambiar las reglas de la ciudad. En la búsqueda de su acomodo territorial, los nuevos capitales globales buscaban nuevos territorios y lo encontrarían en un proyecto gubernamental que sin modificar las limitantes que él mismo se impuso, permitiría generar una nueva centralidad urbana en la periferia de la ciudad. Santa Fe fue el lugar elegido, paradójicamente o no, en el mismo lugar que eligiera Vasco de Quiroga en 1532 para fundar una utopía urbana basada en las ideas de Tomas Moro y que denominaría como “Santa Fe, Trazado y Gloria”. El Santa Fe del neoliberalismo terminaría por ser una mala copia del proyecto de La Défense parisino, pero que al igual que este, daría cabida no solo al capital y a la verticalidad, sino también a nuevas formas de entender y vivir la ciudad de una nueva generación que, como la anterior, resultaría más que adepta a los estilos de vida que la globalización ofrecía. Esta nueva sed de verticalidad terminaría por representar las diversas caras de la arrogancia financiera ligada a la pretensión formal de la arquitectura globalizada, la representación edificada del poder del dinero, de la aspiración del crédito y del consumo como consigna social. La demostración masculina de construir por capricho que representa el acceso irrestricto a la rentabilidad más allá de la razón, el engaño que representa la verticalidad como espectáculo que hace eco a la propia sociedad del espectáculo tal y como lo describió Guy Debord a finales de los años sesentas y que terminaría por llegar, aunque tarde, a la Ciudad de México.

El urbanismo tardío termina por exaltarse como el más fiel reflejo de la posesión del territorio por parte del capitalismo neoliberal, transformando así al territorio urbano como su propia escenografía. La arquitectura de lo vertical se perfilaría no sólo como el mayor símbolo del capital y del poder, sino también de la nueva imagen global que enfrenta al medio y al miedo: si la sociedad del riesgo, como lo define Ulrick Beck a raíz de la catástrofe de Tchernobyl y la visión de Paul Virilio, quien plantea que la catástrofe no es más que el anverso y el reverso de la misma moneda, dado que los riesgos del progreso, del desarrollo y de la tecnología son ocultados por lo que él llama “la propaganda del progreso” —mediante la cual se exaltan los beneficios y se ocultan los riesgos—, y muestra a una sociedad con una fe hasta cierto punto irracional en la tecnología y los beneficios derivados del capital sobre el territorio urbano, lo que bien puede interpretarse como un modo de jugar con el destino, a manera de una burla macabra de la que no se esperan consecuencias.

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No faltan almas pesarosas para lamentar esta amnesia colectiva y advertir nuevamente una catástrofe por venir, pero la ciudad en su rol histórico de concentración de poder y riqueza demuestra a través de la construcción de su verticalidad, que la construcción de su espacio escenográfico es la esencia de su razón de ser. Si la Ciudad produce y es capaz de producir torres cuyo costo de construcción es perfectamente calculable pero cuyo costo social es raramente medible, termina entonces demostrando su irrefutable superioridad sobre un continuum urbano sin forma ni límites.

De los límites horizontales y verticales

Pensamos el futuro de las ciudades en función de su extensión territorial y criticamos el “urban sprawl” como el causante de todos los males, el devorador del territorio, de los recursos naturales, el culpable de los tiempos de traslado de las mayorías y el promotor de un modo de vivir reflejo de un consumo irracional y en consecuencia satisfactorio. La densificación urbana aparece entonces como la respuesta a estos males, regresar a la ciudad compacta donde uno vive, trabaja y se divierte parece ser la respuesta. En esa lógica, la verticalización y la densificación se justifican dentro de un sentido de lógica y eficiencia. Se transita de las zonas mono funcionales hacia los usos mixtos para culminar en usos híbridos, para aspirar a una ciudad donde las relaciones interpersonales se transforman cotidianamente, donde los modos de transporte, de producción y consumo evolucionan a la par que el capital global lo determina, sin necesariamente advertir que lo hacen exclusivamente en consecuencia. En este sentido, el límite a la horizontalidad solo puede ser entendido dentro de la reflexión sobre el límite al consumo y el consumo de tiempo. Por ello, la verticalidad y en consecuencia la densificación en todas sus acepciones, tienen que venir de la mano de una reflexión en torno a los usos compartidos, al espacio físico requerido no solo para el consumo, sino particularmente para el cobijo, el ocio, el trabajo. Se vive una reducción en las necesidades particulares, una optimización del espacio en el cual vivimos y trabajamos y nos desplazamos. El límite horizontal de la ciudad no es solamente el resultado de una buena planificación o de instrumentos restrictivos sino de cambios dimensionales y de actitud que afectan a la extensión territorial, a una nueva relación con el entorno y finalmente a la aceleración tanto de los procesos como del intercambio de información.

Dentro de la cacofonía del discurso actual sobre los límites de la ciudad, la creciente artificialización de los suelos, la necesidad de redensificar tanto por razones ambientales como de calidad de vida, no se visualiza claramente una reflexión sobre el límite vertical, más allá del miedo, de los deseos del capital o de la presión sobre infraestructuras insuficientes u obsoletas. La noción de límite vertical, si se libera del riesgo y de las posibilidades económicos-constructivas, se relaciona con la escala del proyecto del edificio particular, del barrio o de la ciudad y depende de un dialogo entre su relación con el territorio, su historia, sus posibilidades y sus usos. Así, los cambios en las dimensiones de las urbes, la heterogeneidad y discontinuidad del tejido urbano, las modificaciones en los modos de vida muy ligados a la movilidad, desembocan en la necesidad de nuevas lecturas del escenario urbano. Otras escalas de análisis y de visiones. Las verticalización es una respuesta al cambio en la escala de los elementos que forman la ciudad, se ve reflejada en la amplitud de los territorios y la aceleración en el intercambio de información. El cambio en el tiempo está asociado al cambio en las escalas y su percepción cotidiana. La construcción de una torre en la ciudad es la materialización o el paroxismo de la aceleración, del cambio de escala, de la fuite en avant y del aterrizaje forzoso.

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Miedo a las alturas https://arquine.com/miedo-a-las-alturas/ Thu, 03 Mar 2016 00:28:33 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/miedo-a-las-alturas/ La ciudad ya no crece, pero si debe reacomodarse hacia arriba, no a los lados como ha sucedido en el pasado. Necesitamos generar riqueza y necesitamos ocupar y aprovechar el territorio de manera más racional. Es claro que con 4 niveles, usos unifamiliares exclusivamente, y un cajón de estacionamiento por cada 25 metros cuadrados de espacio nunca se va a lograr. Necesitamos reorganizar nuestra vida horizontal y necesitamos participar de la bonanza edificadora.

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Al miedo a las alturas se le conoce como acrofobia. No hace falta demasiado conocimiento para saber que el término proviene del griego y nos sirve para recordar al más famoso conjunto edificado de la antigüedad: la Acrópolis. Su reconstrucción en Atenas en el siglo V a.C. le dio un renovado impulso al mundo helénico tras derrotar a los persas y sigue iluminando desde las alturas nuestra conciencia: “el Partenón no fue tan solo un templo dedicado a una diosa; no fue tampoco únicamente el decantado sublime de todas las indagaciones técnicas y estéticas hechas con anterioridad en Jonia y en la Magna Grecia; ni fue tan solo la evidencia innegable de que el hombre había conseguido conquistar una buena parcela del terreno divino de la geometría. Fue esto y mucho más; y fue, conscientemente, un rotundo monumento a la ciudad y a la democracia.” (1)
El impulso de vivir en las alturas es muy, muy antiguo. Quizás desde que el Homo Sapiens se volvió Homo Erectus, para continuar su historia erguido y utilizar mejor el sentido de la vista, surgió un deseo de elevación. Los hombres desde entonces subieron a las colinas, erigieron menhires, construyeron catedrales, lanzaron altos cohetes al espacio y desde hace poco más de 100 años construyen edificios arriba de los cien metros —hasta el mayor registro hoy para un rascacielos: los ocho-cientos metros de la torre Burj Khalifa de Dubai.
En la rebautizada Ciudad de México, no solo vivimos en una cima a 2200 metros sobre el mar, sino que los mexicas —que cada 52 años se reinventaban como nosotros ahora cada seis— se encargaban en cada ciclo de engrandecer y crecer en altura el más claro símbolo de su poder: el doble templo de Huitzilopotchli-Tlaloc, llegando en su última etapa a rebasar los 45 metros. Hoy equivaldría aproxi-madamente a un edificio de unos 12 pisos —más alto que cualquier edificio dentro de la traza antigua, exceptuando las torres de la Catedral y la Torre Latinoamericana.
México no conoció las acrobacias góticas de Europa, sin embargo, a pesar de las limitaciones del suelo del altiplano, el ímpetu español logró audacias por arriba de la cota 50 de la Catedral o las torres de San Hipólito o la Profesa: muy bajas si las comparamos con las agujas góticas, pero cuya prominencia marcaba en el paisaje de la ciudad colonial puntos de referencia y de culto. México independiente fue parco en crecimiento vertical, en gran medida porque la economía de guerra que predominó durante casi setenta años no era la más propicia para ir hacia arriba. Si omitimos el monumento a la Independencia o el inacabado Palacio Legislativo, no hay mucho que buscar en las alturas. Sólo el “imperius interruptus” de Maximiliano, aspiró a las alturas en la modesta cumbre de Chapultepec, construyendo un sencillo alcazar.

Tras la Revolución, en cuanto el país tomo nuevo rumbo y la economía lo permitió —hacia la tercera década del siglo XX—, se comenzó a construir en altura. No mucho, pero en la ciudad se hizo común el uso del concreto y se imitaron las imágenes de Hugh Ferriss sobre el paisaje imaginario de NY. Ortiz Monasterio levantó dos ejemplos en ese modo retranqueado que imponía la norma en Manhattan y que en San Juan de Letrán resultaba novedoso y futurista: el edificio de La Nacional y la Mariscala, demolido para dejar una caries sin tapar en pleno centro de la ciudad. La construcción de oficinas en altura se generalizó, aunque desgraciadamente no para la vivienda, culminando dos décadas después con una plástica distinta en los muros cortina de la venerable Torre Latinoamericana de Augusto Alvarez, que no obstante la tierra fangosa de su suelo, conservó por mucho tiempo el honroso titulo del edificio más alto de México y de Latinoamérica y que ha resistido mucho mejor los sismos que muchas construcciones de menor altura.
Con las crisis económicas de los setenta vino el “agachadismo,” como llamó Ríus a su tragicómica historieta que pintaba el mosaico de corrupción, atraso y abuso en el que se vivía. Devaluaciones y la crisis de los bancos pegaron fuerte en la industria de la construcción. Por un breve lapso de tiempo la gran escala se mudó primero a la avenida de los Insurgentes, prima lejana de Reforma, y después a Santa Fe. Escuetas y aisladas torres surgieron principalmente hacia el poniente del valle. Una precoz Torre Mayor se posó en los ochenta a la entrada del Bosque de Chapultepec, en un dialogo tú a tú con el Castillo de los Habsburgo. La Torre Mayor anunciaba a comienzos de los ochenta, el retorno de los rascacielos a la calle mejor imaginada del país: el Paseo de la Reforma, el primer y el único gran bulevar moderno que a casi 170 años de trazado, muestra hoy su mayor esplendor. Reforma es quizás la única calle realizada no como complemento de una urbanización fraccionadora o de lotificaciónes habitacionales, sino como un gran bulevar que podría conectar el desarrollo y generar valor primero y plusvalía después. No en vano adoptó el nombre de la primera gran iniciativa del capitalismo moderno del país: las Leyes de Reforma. A diferencia de las grandes intervenciones haussmanianas que se insertaron dentro de la ciudad antigua, el Paseo se abría hacia afuera de la ciudad congestionada y enclaustrada en el pasado colonial: una columna de aire fresco que ahora recibe huéspedes acordes con su escala: la recién inaugurada Torre BBVA, la Torre Reforma, 222 o Mapfre, por mencionar los más conocidos. El perfil de la ciudad hoy es otro, la ciudad de México renace con un nuevo “skyline”, que apunta hacia arriba. Llas ciudades adoptan sus perfiles como su imagen más representativa y como se lee en la cita de Olalla, sus construcciones pueden llegar a convertirse en la personalidad e identidad de la ciudad.

¿En que momento buena parte de la sociedad mexicana se enfermó de acrofobia? ¿Porqué un nutrido grupo de opinólogos y ciudadanos vociferan contra las torres que hoy comienzan a redefinir el perfil de la ciudad? Grupos heterogéneos y muchas veces contrapuestos: pobres y ricos, especialistas y legos, de izquierdas y derechas, no quieren torres, no quieren que nadie los vea de arriba para abajo. Su discurso se opone a todo aquello por arriba de los 3 o 4 niveles. ¿Por qué? Porque suponen que el caos en el que asumen vivir tiene un responsable y se llama construcción, edificios, altura, “high density.” Un discurso maniqueo, vago y desarticulado. Si tuviéramos que buscar un denominador común, ese discurso se decantaría más o menos en contra de los intereses privados, la “gentrificación,” la corrupción gubernamental, el tráfico, la escasez de agua y hasta el “hundimiento” de la ciudad.
¿Y es eso cierto? ¿La construcción de estructuras de muchos niveles genera, en automático, tráfico, expulsión o falta de agua?, Puede ser, pero no hay ninguna relación causal implícita entre todos esos fenómenos múltiples que se producen por diferentes causas y motivos. Podría argumentarse en cambio que la alta densidad crea economías de escala, un aprovechamiento más racional de las redes de infraestructura, una menor agresión al territorio y por añadidura muchos son muy bellos, que no es poca cosa. Sin duda las ciudades más eficientes resultan ser preferentemente más altas y para muchos, más bellas —no imagino a Woody Allen en Aguas Calientes o en Rock Springs, Wyoming. Hay que decir en descargo de los acrofóbicos —y quizás eso explique la historia clínica de la patología— que el reciente boom inmobiliario de rascacielos en la Ciudad de México, no ha ido acompañado de una mejora en la calidad de vida de los residentes aledaños, ni se ha acompañado de una oferta plural de vivienda vertical. Las calles están en estado deplorable, el transporte público y privado desfallece, los políticos se financian sin escrúpulos del desarrollo y la infraestructura está fracturada y obsoleta. La percepción generalizada es que los grandes edificios son un negocio —no muy diáfano— para unos pocos, muy pocos, mientras la mayoría permanece empobrecida o abrumada por el tráfico, la corrupción y la obsolescencia. Y todo eso es cierto, no hay forma de negarlo, pero como en todas las patologías estas no se curan matando al enfermo. Da la impresión de que se quiere tirar el agua sucia con todo y niño. Cada vez se escuchan con más frecuencia insensateces como la “moratoria urbana” y los proyectos de planes o programas parciales acusan un mayor segregacionismo y racismo incontenido. Nadie parece estar dispuesto a cambiar los muchos o pocos privilegios adquiridos durante la historia de la perversidad urbana, por una forma más civilizada de ocupación territorial.

El bienestar requiere recursos, financiamiento y en el recién creado estado 32, este no puede venir de la renta petrolera, del turismo o de los migrantes. La ciudad puede y debe crear más riqueza con sus propios recursos: el desarrollo inmobiliario y los servicios. Lo que hay que discutir es cómo repartir y redistribuir esa riqueza, no cómo impedirla u obstaculizarla. Cómo construir mejor y en el centro, cómo reinvertir en transporte, infraestructura, parques y escuelas con los recursos generados por las plusvalías del desarrollo. Pero para poder recuperarlas se requiere primero generarlas: repartir presupone que hay algo que repartir. De otro modo estaremos permanentemente administrando la pobreza: cero entre cero, siempre da cero.
La ciudad ya no crece, pero si debe reacomodarse hacia arriba, no a los lados como ha sucedido en el pasado. Necesitamos generar riqueza y necesitamos ocupar y aprovechar el territorio de manera más racional. Es claro que con 4 niveles, usos unifamiliares exclusivamente, y un cajón de estacionamiento por cada 25 metros cuadrados de espacio nunca se va a lograr. Necesitamos reorganizar nuestra vida horizontal y necesitamos participar de la bonanza edificadora.
El futuro está en las alturas.

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