Resultados de búsqueda para la etiqueta [Decoracion ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 09 Jan 2023 01:04:10 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La decoración de las casas https://arquine.com/la-decoracion-de-las-casas/ Mon, 25 Jan 2016 03:08:39 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-decoracion-de-las-casas/ "Las habitaciones pueden ser decoradas de dos maneras: mediante la aplicación superficial de ornamento totalmente independiente de la estructura o mediante el uso de las características arquitectónicas que son parte del organismo de toda casa, por dentro tanto como por fuera” —Edith Warthon y Ogden Codman

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El 24 de enero de 1862, nació en Nueva York la hija de George Frederic Jones y su esposa, Lucretia Stevens Rhinelander, Edith. La familia Jones Rhinelander viajó por Europa entre 1866 y 1872, cuando regresaron a Nueva York. Educada por tutores y maestros particulares, Edith era una lectora voraz. En 1885, cuando tenía 23 años, se casó con Edward Robbins Warthon, doce años mayor que ella. Ya con su nombre de casada, Edith Warthon publicó muchas novelas y cuentos, como The House of Mirth o The Age of Innocence, y fue nominada varias veces para recibir el Nobel de Literatura.

En 1891 Edith y Edward Warthon contrataron al joven arquitecto Ogden Codman. Un año menor que ella, Codman nació en Boston el 19 de enero de 1863, entre 1875 y 1884 vivió en Francia con su familia y estudió arquitectura en el MIT. Los Warthon le encargaron la remodelación de su casa en Newport. En su autobiografía, Wharton escribió:

El exterior de la casa era horrible, pero logramos darle cierta dignidad; y, hacia dentro de las puertas, había interesantes posibilidades. Mi esposo y yo las hablamos con un joven e inteligente arquitecto de Boston, Ogden Codman, y le pedimos que alterara y decorara la casa —algo así como un nuevo comienzo, dado que los arquitectos de aquellos tiempos veían con desprecio la decoración de casas como una rama de la costura, y dejaban el campo libre a tapiceros, quienes llenaban cada habitación de cortinas, visillos, jardineras de plantas artificiales, inestables mesitas cubiertas de terciopelo y ensuciadas con chucherías de plata y festones de encaje en manteles y carpetas.

La palabra tapicero traduce upholsterer, que en sus orígenes medievales indicaba la persona a cargo de colocar y colgar —up-hold— los tapices y más tarde, por añadidura, de seleccionar la decoración: todo aquello sobrepuesto al espacio y que lo convierte propiamente en un interior habitable. En Curtain Wars: Architects, Decorators and the 20th century Domestic Interior, Joel Sanders explica que lo común en esas épocas era que los interiores de las casas de las clases altas fueran “vestidos (outfited) no por los arquitectos que las diseñaban sino más bien por tapiceros —comerciantes que supervisaban las actividades de artesanos calificados que incluían ebanistas y tejedores de tapices. Refiriéndose a la fricción que naturalmente resultaba de esta división del trabajo, muchos escritores, incluyendo a Nicolas le Camus de Mézières (en 1780) y William Mitford (en 1827), lanzaron la misma queja: los tapiceros corrompen la integridad espacial de los edificios. Esas tensiones resurgieron a fines del siglo XIX cuando una nueva figura, el decorador profesional, apareció en escena, usurpando el lugar del tapicero. Contratados para coordinar y ensamblar los elementos de los interiores residenciales, los primeros decoradores eran generalmente amateurs, mujeres autodidactas de prominentes familias que, como la novelista Edith Wharton y la diseñadora Elsie de Wolfe, compartían su buen gusto con sus pudientes amigos y pares.” El que los interiores fueran así vestidos explica en parte ese dejo de desprecio, mencionado por Wharton, con que la decoración era vista “como una rama de la costura” –y también, quizá, que muchos años después distintas casas de moda siguieran a Ralph Lauren, quien en 1984 lanzó su línea de productos “para el hogar”: vestidos pret-a-porter para el interior doméstico.

La relación entre Edith Warathon y Ogden Codman fue buena. Ella escribe en sus memorias que él compartía su disgusto por los excesos suntuosos y pensaba, como ella, que la decoración interior debía ser simple y arquitectónica. “Viendo que teníamos la misma visión llegamos, no se bien cómo, a la idea de ponerla en un libro.” Siete años después de la casa, en 1898, publicaron The Decoration of Houses, considerado por algunos como uno de los primeros libros sobre decoración e interiores dedicado al gran público en lengua inglesa y que pretendía establecer el estatus de la decoración como parte integral de la arquitectura y no como un género menor. Al principio de su libro Wharton y Codman escriben que “las habitaciones pueden ser decoradas de dos maneras: mediante la aplicación superficial de ornamento totalmente independiente de la estructura o mediante el uso de las características arquitectónicas que son parte del organismo de toda casa, por dentro tanto como por fuera.” Cuál de esas dos maneras piensan los autores que sea la mejor queda claro, incluso antes de la introducción, con la cita de La composition decorative (1885), del arquitecto francés Henri Mayeux, que sirve de epígrafe a la obra entera: “una forma debe ser bella por sí misma y no debe jamás contar con la decoración aplicada para salvar las imperfecciones.”

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Arquitectura como decoración https://arquine.com/arquitectura-como-decoracion/ Sat, 09 Jan 2016 00:22:55 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-como-decoracion/ Según Jacques-François Blondel, "entendemos bajo este nombre la parte más interesante de la Arquitectura, aunque considerada la menos útil en relación a la comodidad y la utilidad.” Si es inútil en edificios como cuarteles, hospitales, mercados, fábricas y “otras edificaciones económicas,” resulta indispensable cuando está “destinada a caracterizar los edificios sagrados, los palacios de los soberanos, las casas de grandes señores o las plazas públicas.”

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El 9 de enero de 1774 murió en París Jacques-François Blondel, arquitecto. Alberto Pérez Gómez dice que a mediados del sigo XVIII, Blondel era reconocido como el más importante profesor de arquitectura en Francia —y, por tanto, tal vez en Europa y en el mundo occidental—, cuando en 1761 se vuelve profesor en la escuela de la Academia Real de Arquitectura —a la que fue admitido, tras haber sido rechazado una primera vez, en 1755, a los cincuenta años de edad.

Jacques-François Blondel nació en Rouen, Normandía, el 8 de enero de 1705, 69 años y un día antes de morir. En su familia había varios arquitectos pero no es seguro que fuera pariente de Nicolas-François Blondel, nacido en 1618 y que fue el fundador de la Academia junto con Jean-Baptiste Colbert, ministro y secretario de estado de Luis XIV. Según Anthony Gerbino, la Academia surge “como un resultado directo de la experiencia de Colbert al dirigir las grandes obras reales, en particular la Columnata del Louvre. Para Colbert, la Academia era un instrumento que le permitía reformular las relaciones entre la corona y la comunidad de constructores” o, en otras palabras, la Academía funcionaba para redistribuir el poder que se ejercía en las obras de arquitectura al construirlas. Gerbino dice que Colbert veía que “el aprendizaje práctico de los arquitectos franceses los llevaba a privilegiar sus vínculos con la familia y la corporación en vez de su fidelidad al rey.” La Academia “le permitía a Colbert ejercer mayor control sobre los proyectos reales, tanto a nivel administrativo como en el plano estético” y, de paso, “acentuaba la ruptura entre el estatuto del arquitecto y el del maestro de obras: uno asociado al diseño, el otro a las tareas subalternas de la construcción.” Como otros arquitectos de aquél periodo, Blondel, el viejo, no había recorrido el largo camino del aprendizaje a pie de obra: su formación era de ingeniero y matemático, había viajado por Italia, Grecia, Turquía y Egipto, pero como diplomático, y entre sus tratados se encuentran un Curso de matemáticas y El arte de lanzar las bombas. Esa formación lo hacía independiente a los gremios de masones y, por tanto, más útil a Colbert en su búsqueda de limitar el poder de las corporaciones en relación a las obras reales. No sólo por costumbre, pues, Blondel dedica su tratado al rey como su “muy humilde, obediente y fiel sirviente y súbdito.”

Cuando fue rechazado por primera vez por la Academia en 1743, el otro Blondel, el joven, decidió abrir su propia escuela de arquitectura en París. Concebía la educación del arquitecto —dice Pérez Gómez— en términos tradicionales: debía ser “un hombre culto, conocedor no sólo de los principios específicos de su profesión sino igualmente de la ciencia, la filosofía, la literatura y las bellas artes.” Su formación, por tanto, no dependía del antiguo sistema de los gremios. Entre sus destacados alumnos estuvieron Étienne-Louis Boullée y Claude-Nicolas Ledoux. En su Discurso sobre la necesidad de estudiar la arquitectura, publicado en París en 1754, Blondel decía que su intención no era erigirse en legislador de la arquitectura, en crítico de sus reglas fundamentales, en juez soberano de las producciones de los Maestros, sino al contrario, que se encargaría de desarrollar esos principios. Blondel cerró su escuela privada al hacerse cargo de aquella de la Academia.

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Además, en 1750 Blondel se suma al equipo de colaboradores de la Enciclopedia de Diderot y D’Alambert. Blondel escribe las entradas para arquitectura —“que se distingue comúnmente en tres especies, a saber, la civil, que llamamos simplemente arquitectura, la militar y la naval” y cuyo “origen es tan antiguo como el mundo”— y para arquitecto —“entendemos por esta palabra un hombre cuya capacidad, experiencia y probidad, ameritan la confianza de las personas que mandan construir.” También escribió sobre dibujo (en arquitectura) —“una representación geometral o perspectiva sobre papel de aquello que se ha proyectado” y que constituye “el talento esencial del arquitecto”— y la entrada decoración (término de arquitectura), en donde dice que “entendemos bajo este nombre la parte más interesante de la arquitectura, aunque considerada la menos útil en relación a la comodidad y la utilidad.” Para Blondel, por decoración hay que entender “la aplicación de los órdenes, columnas o pilastras, frontones, puertas, nichos, áticos, balaustadas” y demás elementos. Si la decoración es inútil en edificios como cuarteles, hospitales, mercados, fábricas y “otras edificaciones económicas,” resulta indispensable cuando está “destinada a caracterizar los edificios sagrados, los palacios de los soberanos, las casas de grandes señores o las plazas públicas.” En el fondo, pudiera haber una relación entre esa decoración aplicada como la arquitectura que resulta indispensable en cierto tipo de edificios y su ejecutor, el arquitecto —dibujante y por tanto diseñador— como humilde, obediente y fiel servidor y súbdito del soberano: arquitectura y arquitecto como decoración al servicio del poder.

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