Resultados de búsqueda para la etiqueta [Crónica ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Wed, 18 Dec 2024 04:30:43 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Espacios para la vida: Entre Alchichica y Litibú https://arquine.com/espacios-para-la-vida-entre-alchichica-y-litibu/ Wed, 18 Dec 2024 04:30:43 +0000 https://arquine.com/?p=96003 El año se cierra, al menos en el calendario al que estamos acostumbrados en Occidente. Se acerca el solsticio de invierno para el hemisferio norte. Cada latitud, cada microclima expresa el momento de manera diferente. En la otra mitad de esta casa multicolor, donde el agua marca la pauta, se proclama el final de primavera […]

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El año se cierra, al menos en el calendario al que estamos acostumbrados en Occidente. Se acerca el solsticio de invierno para el hemisferio norte. Cada latitud, cada microclima expresa el momento de manera diferente. En la otra mitad de esta casa multicolor, donde el agua marca la pauta, se proclama el final de primavera y el comienzo del verano. Nada es absoluto.

En las noticias, solo saben hablar del terror, que es lo que vende. El aparentemente incurable crimen de la guerra, alimentado por la polarización política extrema; izquierdas y derechas atizan el fuego, sin puntos intermedios. Territorios y franjas en disputa, piedras, balas y misiles intercambian miles de millones de recursos económicos solamente destinados al aniquilamiento. Veo renacer la amenaza con la que unos poquísimos seres toman como rehenes al resto de los habitantes del planeta, sin importar su especie. El cataclismo nuclear renace cuando los ingenuos como yo creen que estaba claro para toda la humanidad su nivel absurdo de peligro.

Ante esta avalancha que pretende ejercer el poder del miedo, la última reflexión del año, en estos “Espacios” que comparto con mis queridas y queridos lectores, tiene, por el contrario, la intención de compartir el escenario maravilloso de la vida: “¡Vida por bandera!”, diría don Juan Manuel Serrat. Así que entrego imágenes y texto sobre dos sitios opuestos, tanto en su dimensión como en su localización geográfica y sus condiciones puntuales y, aunque muy cercanos en latitud, no tanto en longitud relativa, tomo en cuenta el territorio de mi bello país. Así que comienzo la narrativa.

Primero, la vastedad del Océano Pacífico mexicano.

El punto se encuentra a los 20º48” de latitud norte, y 105º28” de longitud oeste. Una larga franja de arena corre a lo largo de unos tres kilómetros en dirección sur-norte, acotada en ambos extremos por promontorios rocosos. El espacio es accesible por ley, a todo el mundo, pues las playas en nuestro país no pueden ser privatizadas, al menos en la teoría; aunque triquiñuelas siempre habrá para hacer sentir un bien público, como un entorno privado y exclusivo. Un poco sucede esto en Litibú, como se ha nombrado a la playa previamente descrita. Los habitantes de Higuera Blanca, o de cualquier otro sitio, pueden llegar directamente a la playa y transitar por ella, pero los dos grandes desarrollos hoteleros al sur de esta, así como las casonas privadas ubicadas en el frente de mar al norte, dejan la sensación visual y física de que el espacio no es para todos.

Afortunadamente, a la gente local esta sensación no la inhibe de disfrutar su costa y deambula libremente por ella, interactuando de manera alegre con el oleaje y la siempre espectacular sensación de la vista, cuyo infinito es el punto donde se toca el cielo con el mar. A pesar de encontrarse a unos pocos kilómetros de Puerto Vallarta y la famosa Bahía de Banderas, que cobijan a más de 5 millones de turistas al año, este punto parece mantener una frontera mística donde la industria del turismo masivo no acaba de contaminar del todo la biodiversidad.

La exuberante y variada flora nayarita se mantiene presente en la perspectiva tierra adentro, ahí donde los hoteles no estorban. En sus bosques selváticos crece enorme el huanacaxtle, mientras que, pegadas a la playa, son las palmas cocoteras las que predominan entre cientos o miles de especies vegetales. Durante el día, el cielo es surcado de tanto en tanto por los majestuosos cormoranes. Por la tarde, cuando la luz del sol se proyecta rasante sobre la curvatura del planeta, pequeños cangrejos de tamaños varios se aventuran a salir a la superficie arenosa.

Sin embargo, para mí no está ahí la sorpresa más grande, pues ya me habían tocado en otros escenarios. El esplendor de la vida en la visita a Litibú lo refleja. Sí, esa es la palabra, un animalito diminuto, que no aparece en las fotografías. Su presencia se va anunciando poco a poco, mientras mi afición a la fotografía me mantiene absorto cada tarde, intentando obtener una secuencia de imágenes en la que pueda retratar los efectos que la rotación terrestre genera entre la luz del sol y la atmósfera que nos cuida y permite desarrollarnos en vida. Según el día, el efecto cambia, con nubes o sin ellas. Tonalidades azules, grises y plateadas se interceptan con amarillos, naranjas y rojo, mientras el negro acentúa a contraluz.

En ese universo cromático, percibo de repente un brillo peculiar. Al inicio pienso que es solo la refracción de luz provocada por el reflejo del sol en el agua, pero hay algo más. Algunos de los haces de luz pertenecen evidentemente a la superficie y responden al fuego del sol rasante. Su tono varía de acuerdo a la posición del astro rey, pero otros elementos lumínicos parecen surgir desde el interior del agua, y su tonalidad no necesariamente corresponde con los colores del cielo.

Al parecer, es el fitoplancton, abundante en esta región de las costas mexicanas, y parte esencial de que esta zona sea uno de los santuarios migratorios para diversas especies de ballenas. Tristemente, la estación del año en la que estuve por aquellos parajes con mi familia era impropia para el avistamiento de los grandes cetáceos, por lo que, de ello, no puedo ofrecer fotos, pero quedan las impresiones de la luz, proveniente de la vida, que comparto en esta sección.

Segundo, la puntualidad contenida en el vaso de un cráter, en el estado de Puebla, parte del altiplano central mexicano. El cráter se encuentra a 19º24” de latitud norte, y a 97º24” de longitud oeste. Forma parte de un sistema de 4 axalapascos regionales, término que explicaba yo hace tiempo, en otra publicación, y se refiere a escenarios volcánicos ya extintos en su actividad. Se han llenado de agua formando una laguna al interior, relativamente cercanos unos de otros. El valle tiene una altura aproximada de 2,400 metros sobre nivel del mar.

Alchichica es el nombre de este cráter laguna y es el mayor en tamaño del sistema. Su forma elíptica se dimensiona con un eje mayor cercano a los 2,300 m de longitud por un eje menor de 1,900 m. La laguna se expande de manera respectiva en el eje mayor hasta los 1,800 metros por 1,500 en el sentido opuesto.

Una pequeña población, de nombre Zalayeta, marca su trama reticular al oriente del cráter y sus habitantes suelen bajar, en especial por las tardes, en busca de un escenario propicio para el disfrute relajado y contemplativo, desde un encuentro familiar a manera de picnic, hasta momentos de soledad para el romance. Tristemente, a pesar del aprecio que la comunidad tiene del sitio, estas actividades derivan hoy día en procesos contaminantes que se deben atender.

Ustedes, queridas y queridos lectores, pueden pasar por ahí cientos de veces sin darse cuenta de la existencia de este espacio, ya que no es visible con claridad desde el exterior. Desde las carreteras cercanas, el cráter se percibe como un pequeño cerro en la llanura, y oculta del todo la superficie líquida de la laguna. A menos que vayan ustedes con el objetivo específico de conocer el sitio, su vista viajará más hacia las monumentales montañas de la sierra madre oriental hasta los yermos campos de El Salado o analizará, con emociones diversas, los muros temporales que levantan a la orilla de la carretera, incipientes ladrilleras de block de concreto, o las curiosas bodegas industriales que venden cubiertas para pickups tipo camper.

Pero si van con la decisión de encontrar la ranura por la que un camino se abre paso para penetrar el cráter, entonces descubrirán algo excepcional. La perspectiva se abre a toda la dimensión de lo que fuera una explosión volcánica, en donde un bello entorno de vegetación desértica envuelve la tersa superficie de un agua calma, cuya coloración, ahora sí, depende al cien por ciento de la tonalidad del cielo que refleja. Al borde de la laguna, se observan lo que, a simple vista, parecen formaciones rocosas, de un blanco impresionante. A pesar de la interesante flora y fauna que genera el microclima del cráter, son estas formaciones blancas las que ocupan la reflexión de este espacio de vida.

Las formaciones provienen de una importantísimo y poco conocido ser: el estromatolito. Los estromatolitos son la forma de vida más antigua de la que hay registro en nuestro planeta, y lo han habitado desde hace aproximadamente 3,500 millones de años. Son comunidades microbianas que van estableciéndose unas sobre otras, dejando al paso del tiempo, y placa tras placa, estas estructuras rocosas que, en este caso, vemos sobresalir desde la superficie, en las orillas de Alchichica. Al interior, por debajo del agua en lo profundo, aún viven miles de estos organismos, haciendo que la laguna sea un santuario excepcional para este peculiar ser.

A su vez, los restos fosilizados se han convertido en hogar de otros miles de especies de pequeña envergadura, entre las que destacan arácnidos como la viuda negra o “capulina”, en el léxico popular mexicano. La vida se aferra, combinándose con el agua en su abundancia o escasez. La luz, el fuego, la tierra y el aire, los cuatro elementos esenciales que detectaron y reconocieron hace miles de años nuestros antepasados. La vida maravillosa, resiliente, diversa e incansable.

Espero mis queridas y queridos lectores, que este ejercicio de texto e imágenes, les permita ver, a pesar del interminable bombardeo mediático, un futuro siempre lleno de esperanza.

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Espacios | Los lagos de Plitvice: Naturaleza con protección sistémica https://arquine.com/espacios-los-lagos-de-plitvice-naturaleza-con-proteccion-sistemica/ Mon, 21 Oct 2024 18:22:45 +0000 https://arquine.com/?p=93521 Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no hayan tenido la oportunidad de conocerlo, deseo fervientemente que mis limitantes literarias se complementen con las imágenes compartidas para permitirles crear un imaginario espacial tan sorprendente y bello como lo es la vivencia física de […]

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Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no hayan tenido la oportunidad de conocerlo, deseo fervientemente que mis limitantes literarias se complementen con las imágenes compartidas para permitirles crear un imaginario espacial tan sorprendente y bello como lo es la vivencia física de visitarlo.

Mi experiencia comienza en un viaje familiar único e irrepetible, del cual, además del ejercicio lúdico que permite a nuestro pequeño universo nuclear, puedo decir que fue una convivencia cohesionante y se desprendió un material suficiente para seguir nutriendo este proyecto reflexivo que he denominado Espacios. De las decisiones realizadas por cada uno de los miembros de la familia, la visita a Plitvice se deriva del empeño de mi hijo Pablo por buscar una zona natural excepcional. Así, sin esperarlo en otras épocas, nos encontramos un día en Croacia, en medio de una cadena montañosa denominada los Alpes dináricos, que liga las regiones de Lika y Kordun.

Aunque los estudios antropológicos hechos en la zona señalan que hubo ahí actividad humana desde tiempos remotos, su peculiar orografía, denominada kárstica, la ha mantenido alejada de centros urbanos importantes, y mantuvo la densidad de sus bosques en donde predominan las hayas, casi intactas. La pureza de su sistema fluvial tampoco ha sido alterada y de ahí que sus cualidades como santuario para diversas especies animales y vegetales sean inmejorables.

La región tiene también su historia, en especial como parte del imperio de los Habsburgo, ya que fue una de sus fronteras hasta finales del siglo XIX, por lo que tuvo una importante función militar defensiva. De ahí que, durante dicho siglo, se hicieran investigaciones y publicaciones que abrieron al conocimiento popular sus cualidades. En el artículo “Los lagos de Plitvice: El gran arte de la naturaleza”, realizado como parte de la propuesta para inscribir este espacio en la lista de Patrimonio Mundial de la Humanidad que auspicia la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), el autor Mirna Bojić nos platica cómo ha sido el camino hacia la protección del sitio, que no estuvo ni está exento de los riesgos derivados de la actividad humana, tanto turística como industrial, así como las circunstancias que han permitido su permanencia y protección. Así que, habiendo citado artículo y autor, no distraeré su atención con esa historia, para centrarme mejor en la narrativa de la experiencia del sitio.

Imaginen ustedes una caminata por un sedero que nos lleva, del alojamiento en el que nos hospedamos, un bello cottage llamado Plitvica Falls, hasta la entrada a un parque natural. Al inicio, la senda atraviesa por entre propiedades con características que mezclan la actividad rural, con la de alojamiento turístico, para, en unos pocos minutos, pasar al camino cuya acotación comienza a ser ya un denso bosque, donde la luz del sol compite con el follaje que se filtra hasta el suelo en multitud de tonos esmeralda: es el verano y todo tiene matices verdes. La nueva ruta nos lleva ahora hasta la caseta de acceso a la zona visitable del parque, en la cual un amable guardabosques nos permite pasar tras mostrar nuestros boletos.

Avanzamos ahora. Las ramas de los árboles pasan por encima de nosotros, formando una galería verde, pero pronto comenzaremos a ver a nuestra mano izquierda otra tonalidad: un intenso azul al fondo de la pendiente, que nos anuncia la presencia de agua. Aún no podemos imaginar que ese color no proviene exclusivamente del reflejo que el preciado líquido, como espejo, hace del brillante cielo despejado que nos tocó esos días. Apenas vemos fragmentos entre la celosía de troncos que forman los árboles.

Llegamos entonces a uno de los distintos puntos de descanso y servicios que tiene el parque para el turismo. Desde ahí, se puede tomar el bote hacia el recorrido de los lagos superiores, o se puede caminar por la ruta que va bordeando los lagos inferiores. Dada la extensa fila para subir al bote, mi familia y yo elegimos esa tarde caminar hacia los lagos inferiores, que cuentan entre otros atractivos, con la cascada más alta del sistema, dejando la visita a los lagos superiores para la mañana siguiente.

Esta decisión nos adentra de inmediato a la comprensión del todo el sistema natural. Los lagos se forman por una secuencia de pozas con diverso tamaño y profundidad, generadas por el arrastre de minerales que se van construyendo a lo largo del tiempo, barreras travertinas a manera de presas donde se contiene el agua. Nuestro recorrido nos va llevando por la frontera entre el lago y el bosque por un sendero que combina a tramos una calzada compuesta por la tierra y grava natural del sitio, y puentes de madera fabricados con las ramas que van desechando los miles de árboles que ahí habitan. Esto da un sentido paisajístico de extraordinaria amabilidad a la inserción de actividad humana turística, y se suma a la belleza natural del sistema fluvial-lacustre. El recorrido está hecho de tal forma que la accesibilidad es prácticamente universal, pero no sólo eso: si usted pone atención, el trayecto es una lección explicativa del patrimonio natural, con muy pocos, pero precisos letreros explicativos.

Las represas travertinas mencionadas, al irse llenando, generan cientos de cascadas que las desbordan, pues el flujo de agua no para; algunas son pequeñas, otras, medianas y otras más grandes, por donde el líquido escurre interminablemente hacia el siguiente lago, que vuelve a repetir la misma historia. Así, la secuencia de vasos comunicantes construye un paisaje inimaginable. En los bordes de las represas, el agua es cristalina y nos permite ver a las pequeñas truchas ejercitarse en el nado contra corriente. Estos puntos de transición, funcionan como pequeños ecosistemas animales y vegetales, donde crecen pastos, totoras y otras plantas propias de un humedal, lo que favorece la cría de insectos y peces. En las zonas más profundas de los lagos, la transparencia del agua cede ante la coloración azul intensa, provocada por una combinación de minerales (entre ellos el cobalto) y colonias de bacterias endémicas al sistema. La variedad brinda a la experiencia una serie de sensaciones que van del asombro a la contemplación en idas y vueltas continuas. En otros puntos, unos farallones verticales de piedra caliza se levantan como murallas inexpugnables, esculpidos por el tiempo y el paso del agua encañonando el río.

Así nos acercamos al final de la primera parte en nuestra visita. El punto culminante es la Gran Cascada (Veliz Slap en croata). El sistema continúa, pero aquí acaba la ruta para el visitante, la culminación no puede ser mejor: es un cierre imponente y emocionante. En la época del año que nos tocó visitar, más que un sólo gran cuerpo de agua, esta caída se compone de un sinfín de flujos que dan el salto, cada uno diferente, cada uno especial.

El regreso hacia nuestro hospedaje nos permite cortar camino por una senda zigzagueante que trepa por la montaña, regalándonos unas vistas panorámicas donde es posible apreciar la secuencialidad de los lagos. Nos retiramos entusiasmados y expectantes, pensando que, al día siguiente, tendríamos otra probada de esta maravillosa experiencia. Nos recibe nuestro cottage, donde los anfitriones nos han preparado una exquisita cena con trucha local y vino croata, para poner un broche de oro al día.

A la mañana siguiente, el desayuno no desmerece la experiencia gustativa de la cena y, cargados de energía, nos ponemos en marcha para la segunda parte del recorrido del parque.

Llegamos por el mismo camino del día anterior, al punto donde se toma el bote. A pesar de la temprana hora, ya hay una fila larga para acceder al transporte mencionado, pero ahora no queda más remedio que esperar. El trayecto del bote, silencioso pues es eléctrico y con un sistema especial para no contaminar el agua, nos cruza a lo largo de buena parte de Kozjak, el lago de mayor dimensión en el parque. Nos recibe un pequeño muelle, cuyo sistema constructivo es el mismo que el de los puentes relatados el día anterior: ramas bien tejidas en una estructura cuya madera sale del producto natural del bosque. Ahora la caminata es ascendente, vamos contra el flujo del agua, por lo que la experiencia es inversa. Así, nos iremos encontrando de frente a las cascadas formadas por las represas travertinas, y descubriendo los pequeños humedales conforme pasamos de un lago a otro.

Es muy importante comentar que, a pesar de que ahora vamos subiendo constantemente, la geometría de los caminos está estupendamente bien trazada, con una pendiente suave que ondula entre las orillas de los lagos, de tal forma que el trayecto no es agotador. Existen puntos donde uno puede trepar al bosque, más escarpados, y otros donde incluso es posible tomar un autobús para aquellas personas cuya situación de salud o capacidades físicas no les permite realizar el trayecto completo a pie. No siendo nuestro caso, tomamos la ruta larga, encontrando, descubriendo, admirando. El relato en texto no se alarga mucho más, pero les comparto imágenes donde las cascadas, los lagos, el bosque, los guiarán relativamente por las sensaciones vividas.

Como reflexión final, les comparto que el parque Plitvice, es uno de los primeros parques naturales cuya protección es sistémica, es decir, que se considera al flujo de los ríos que lo componen desde su origen, aunque sólo una parte sea parque. Estos ríos no sólo nutren el bosque que rodea los lagos, sino un sinfín de comunidades rurales que dependen de él para la producción. En el proyecto se considera la proyección económica de estas familias, tanto las que seguirán en el proceso de producción agrícola, como aquellas ubicadas más cerca de los espacios visitables y forman parte del cuerpo de guardabosques, concesionarios de alimentos y hospedaje, etc. El análisis de capacidad de carga para visitantes en el parque es altamente riguroso, por lo que, en temporada alta, es recomendable comprar boletos digitales con algunos meses de anticipación, pues se agotan las entradas. No hay sistema perfecto, pero es un buen planteamiento para abordar economías regenerativas, que no se basen en el crecimiento financiero permanente, cosa que, como ya sabemos, no existe.

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Viaje a Japón: señales de ciudades II. Kioto, Osaka, Hakone, Yokohama y Tokio https://arquine.com/viaje-a-japon-senales-de-ciudades-ii-kioto-osaka-hakone-yokohama-y-tokio/ Tue, 14 May 2024 15:05:30 +0000 https://arquine.com/?p=90078 Un viaje a Japón jamás es suficiente: ya sea para visitar los 'landmarks' y obras arquitectónicas de referencia, o los baños públicos y vialidades llenas de personajes de anime y manga.

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Kioto fue una oportunidad para experimentar la fuerza de una persona tirando de un pequeño vehículo de dos ruedas como transporte de pasajeros: el rickshaw. Nuestro conductor asignado, Yuji, nos dio un panorama general y un paseo por el Bosque de bambú de Arashiyama para recalcar que la amabilidad de los japoneses se intensifica en ciertas localidades. El recorrido terminó en el Museo de Arte Fukuda, de Koichi Yasuda, y su espejo de agua que se extiende hasta el río Katsura. Fue un encuentro con otros templos, una nueva caligrafía, colecciones de sellos (es impresionante la dinámica inmersiva, que ocurre por todo Japón, de coleccionar sellos como un recuerdo gráfico de sus ciudades y experiencias).  

De ahí, al Jardín de las Bellas Artes, de Tadao Ando, un recorrido hídrico-artístico a través de muros de concreto que enfatizan la perspectiva y enmarcan las obras monumentales de arte, para terminar en la Face House (Kao no ie [1974]), de Kazumasa Yamashita, que es la síntesis de esa infantilización sobre la ciudad y su arquitectura. La casa nos recuerda que la arquitectura siempre ha sido un juego, es ese urbanismo y arquitectura fantástica que rompe con la estructura de una cuadra, que te saca una sonrisa y te llena de emoción al verla. Es una casa hecha cara, o una cara hecha casa, con su local comercial en planta baja y acceso mediante una boca sonriente con dientes incluidos con la modulación de su cancelería (el primer local que existió fue el del dentista que solicitó la casa, que hoy en día es una estética), las ventanas en forma de ojos, una nariz para ventilar una habitación, orejas laterales con balcones que han sido absorbidos por las colindancias y escalera a manera de una coleta de cabello, en la parte posterior, para ingresar a la vivienda de manera independiente. Y, de regalo, una máquina expendedora de pines coleccionables con la Face House como recuerdo. 

Face House, Kazumasa Yamashita.JPG / Face House, Kazumasa Yamashita, souvenir.JPG

Osaka fue la cúspide de la infantilización: figuras tridimensionales —desde cangrejos, chefs, dragones, gatos, y pulpos, hasta el glico man en Dotonbori—, extensos pasajes comerciales, calles cubiertas de consumo, la cabeza de león en el Templo de Namba Yasaka, la experiencia de manejar un go kart personalizado de Super Mario Bros. por las calles del distrito de Shinsaibashi. O un café entregado por la garra de un oso (saludo, caricia y agradecimiento incluido) en el kumanote cafe como parte, ya no sólo de una dinámica lúdica y de infantilización de las cosas, sino como una muestra de empatía hacia los que están en una situación difícil por cualquier motivo en la vida. Amabilidad siempre, ante todo. Sobre esa infantilización basta ver la identidad gráfica de la Expo Osaka 2025, diseñada por Inari Team, que es la unión de muchas personas (otras personas) en diferentes acciones: bailando, saltando y rebotando, porque esa es la razón de estar vivo. 

Luego visitamos el castillo con las vistas a la ciudad para tratar de entender y visualizar lo que va a pasar en ese ya cercano 2025 con la Expo Mundial de Osaka, Kansai con el lema de el laboratorio de la vida del pueblo: un laboratorio para una sociedad del futuro”, salvando, empoderando y conectando vidas con un pabellón circular diseñado por Sou Fujimoto con la expectativa de recibir 28.2 millones de visitantes en la isla artificial de Yumeshima en el frente marítimo de la ciudad.  

Como última parada, el Nakanoshima, el Museo de Arte de Osaka, con sus extensas circulaciones verticales mediante escalas eléctricas que siguen este flujo de llevarte de la última planta hasta nivel de calle y expulsarte en una intervención urbana, diseñado por Katsuhiko Endo, la identidad gráfica de Takesuke Onishi, y mobiliario de Taji Fujimori Atelier. 

Hakone fue un regalo para dejarnos consentir con un baño de aguas sulfurosas en privado, vista a un jardín y la visita inesperada de un zorro rojo. Cena, desayuno y vestimenta tradicional (yukata robe) y descansar un poco de esos primeros días de velocidad para después recorrer la ciudad en transporte público, metro, camión, tren zizagueante por la topografía del lugar y cable bus para conocer las minas de azufre de la región y tratar de ver el Monte Fuji, sin suerte. Luego, el Museo Abierto de Hakone con una gran colección de obras de Picasso, Henry Moore, Miró; el playground con el octetra, de Isamo Noguchi; el knitted wonder space 2, de Toshiko Horiuchi McAdams; el interior del woods of net, de Tezuka Architects (estructura de madera y ensmables al estilo japonés); y muchas obras de artistas más bajo la neblina de la tarde que iba cayendo.

Yokohama era una parada obligada para conocer la terminal marítima diseñada por FOA (Farshid Moussavi y Alejandro Zaera-Polo), un referente en el manejo de la superficie continua, la materialidad y sus encuentros en diferentes direcciones1 que, bajo la lluvia, se convirtió en un recorrido hídrico-marítimo, un gran puerto-deck de madera que se despliega y se desdobla con la fuerza del mar. Desde que estaba estudiando la licenciatura, este proyecto (y el libro editado por ACTAR al respecto) fue una guía de referencia en esos años escolares, por lo que visitarlo se convirtió en una exploración a detalle de cómo se conforman. 

Luego un niño-arquitecto en un juguete-edificio explorando, tocando y fotografiando todo para terminar el día en la Gundam Factory y ver a su robot de 20 metros de altura y 25 toneladas de peso articulándose y moviéndose en una de las últimas presentaciones que daría. El museo de los Cup Noodles diseñado por Penta-Ocean Construction, bajo la dirección creativa de Kashiwa Sato fue una parada imprevista para conocer la historia de Momofuku Ando (1910-2007), inventor y padre de las sopas instantáneas de ramen y fundador de Nissin Food Products, y una buena lección de museografía para poder entender el creative thinking (pensamiento creativo) y su interacción con el público mediante sus exposiciones.

Tokio y sus edificios publicidad, arquitectura espectacular y especulativa que cumplen con una función comercial pero que en conjunto articulan a la ciudad espectáculo, desde la Tokyu Plaza, de Hiroshi Nakamura; el Gyre Shopping Center, de MVRDV; la tienda de Dior, de SANAA; Ometosando Hills, de Tadao Ando; el Espace Louis Vuitton, de Jun Aoki; TOD´s Ometosando Building, de Toyo Ito; el Ometosando Keyaki Building, de Norihiko Dan y Asociados; la Coach Ometosando Flagship, de OMA; One Ometosando, de Kengo Kuma, en Shibuya City; Marc Jacobs y la Tokyo flagship Building, de Jaklitsch Garner Architects; The Jewels of Aoyama, de Jun Mitsui; Intersect, de Lexus por wonderwall; la otra tienda de Coach, también diseñada por OMA; la tienda de Prada de Herzog & de Meuron; y la Puma House de Nendo, en Minato City; hasta el Sunny Hills, de Kengo Kuma, en Minanmi-Aoyama, con su sistema constructivo de uniones jigoku-gumi, una especie de madriguera-dique-represa de confort con el uso de la madera de los árboles hinoki (ciprés japonés) para refugiarse una media hora y que, como agradecimiento por comprar sus productos en la planta baja, te invitan a subir a tomar el té y probar un postre. Un viaje a Japón fue un agradecimiento continuo y eterno.

Después, una parada muy rápida en el Hotel Imperial de Tokio para ver los vestigios del diseño de Frank Lloyd Wright, y un hasta pronto en la Plaza de Godzilla, ese moderno Prometeo que resume bien esa infantilización del espacio público a la cual nos sometimos sin ninguna queja durante 13 días. 

 

En Tokio, nos hospedamos en dos distritos. El primero, en el barrio coreano en Hyakunincho, muy cerca del barrio rojo de Shinjuku, en un edificio de concreto aparente a la escuela de Tadao Ando que compartía departamentos en propiedad, en renta y hospedaje. Quizá fue el único distrito donde alcanzamos a apreciar una suciedad ordenada. Digamos que los coreanos tienen la costumbre de sacar su basura a la banqueta para que la retire el servicio de limpia, los japoneses no, ellos esperan a que pase el servicio para entregarla. En ese barrio encontramos una tienda de renta de uniformes escolares en la que puedes apartar una sesión fotográfica de media, una hora o cuatro horas hasta rentar un día completo para pasear con atuendo escolar. La infantilización con otras notas llega hasta este grado. Dos días después tratando de cubrir la extensión de la ciudad nos movimos a Ginza desde donde pudimos ver la Tokio Tower, de Tachu Naito; la Tokio Skytree, de Nikken Sekkei, desde la terraza pública de Ginza Six. A una cuadra de donde nos hospedábamos, estaba el emplazamiento original de las Torres Nakagin (1972-2022), de Noriaki Kisho Kurokawa, el cual sentenciaba: “me llaman futurista y dicen de manera más que lamentable, que soy el arquitecto de las cápsulas”, con esas cápsulas habitables de 4 m × 2.5 m (proporciones de tatami) con un espacio único habitable y un baño prefabricado en la línea Dymaxion Bathroom de Buckminster Fuller, que durante el proceso de desmantelamiento la cápsula A1302 fue adquirida por el Museo de Arte de San Francisco (SFMoMA), fuimos en búsqueda de algún vestigio de lo que fueron esas torres y no encontramos más que una caricatura colgada en un poste de luz de un colectivo, que se llama en instagram (@coseplaykoechan), que ese ha encargado de darle visibilidad desde el desmantelamiento a la fecha de la historia de las torres, mediante mercadotecnia y eventos. 

Perderse en la traducción 

Hay jardines que hacen llorar y trenes bala que provocan reír, hay gente local que te dan ganas de abrazar y turistas de los cuales quieres huir. (D)escribir un viaje a Japón quizá sea ese punto intermedio, ese balance y ese equilibrio que quiero definir y que necesitaba después de estar entre la rapidez y la lentitud, de cruzar el Shibuya Crossing entre la multitud y comer un ramen acompañado con la tranquilidad, que te da un ritual con dos palillos y múltiples formas de llevar la comida a la boca. Ese equilibrio y balance que estaba buscando en el viaje era este: el (d)escribir de las cosas mentales durante 13 días que hoy en unos días de escritura se convirtieron en este texto.  

En la sobrecarga de información de los anuncios luminosos y las pantallas digitales, en las tiendas de máquinas de juguetes, que te absorben por horas, están los nuevos templos de adoración. El espacio público está infantilizado en su comunicación. Todo es una caricatura, un personaje que te da indicaciones, un manga que te da instrucciones, una forma de control, porque un viaje a Japón te deja ver quizá solo lo que quieres o necesitas ver y algo te oculta de la realidad, del día a día.  

Quiero regresar y hacer un viaje a Japón a la manera que lo hizo Teodoro González de León; durante meses rehuí la compra de su trilogía de libros que narran su experiencia, porque quería hacer mi propio viaje. Pero cada vez que entraba en una librería, preguntaba por ellos tratando de retarme para ver si continuaba con mi guion, con mi descripción, o si ajustaba algo de este con lo que había visto Teodoro. Afortunadamente, los tres libros siempre estaban agotados, pero se que hay algunas referencias que mi historia arquitectónica no tiene en el panorama y que posiblemente esa guía pueda darme. Necesito regresar y hacer otro viaje a Japón para verlo solo con los ojos de un diseñador gráfico, de un asiduo al manga y al anime (ahí hay otros referentes y otros lugares), de un coleccionista de art toys, de un diseñador de moda, de un asiduo a la comida para (d)escribir todos sus ingredientes y sus partes. Debo regresar y hacer un viaje a Japón y recorrer exclusivamente sus baños públicos, como los del The Tokyo Toilet Project (porque ¿quién en su primer viaje a Japón destina todo un día para visitar baños públicos?: sólo los arquitectos acompañados de arquitectos, que para eso se requieren días perfectos, ¿no?). Quiero regresar y hacer un viaje a Japón y volver a perderme en su traducción. Quiero a veces sólo escaparme y huir de esta Ciudad de México que estos días está convertida en un basurero político-publicitario a 33 grados centígrados. 

Arigatō gozaimasu, viaje a Japón. Hizo falta tiempo para conocerte a detalle y conocerte mejor, pero prometo regresar y encontrar esas otras señales de tus ciudades que faltaron recorrer.  

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Viaje a Japón: señales de ciudades (I). El inicio del viaje, Shirakawa y Kanazawa https://arquine.com/viaje-a-japon-senales-de-ciudades-i-el-inicio-del-viaje-shirakawa-y-kanazawa/ Tue, 07 May 2024 22:41:52 +0000 https://arquine.com/?p=89881 Para Mercedes, por seguir viajando y encontrar señales de ciudades juntos. Todo texto —en mi caso, cuando escribo— inicia con una idea preliminar que se convierte en una frase que me repito en la cabeza constantemente para encontrarle, primero, un sentido y, después, estructura para, a partir de ahí, conformar mediante otras letras, palabras, frases […]

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Para Mercedes, por seguir viajando y encontrar señales de ciudades juntos.

Todo texto —en mi caso, cuando escribo— inicia con una idea preliminar que se convierte en una frase que me repito en la cabeza constantemente para encontrarle, primero, un sentido y, después, estructura para, a partir de ahí, conformar mediante otras letras, palabras, frases y enunciados un texto que en ocasiones parece que ya estaba escrito. La idea y frase preliminar para este texto fue: 

“entre la velocidad de un tren bala y la tranquilidad de un jardín”, 

para entender lo que en su momento estaba viviendo en un viaje a Japón.  

Estaba tratando de encontrar el balance de lo que estaban percibiendo mis sentidos y mi cuerpo, por un lado, completamente perdido en la estación central de Tokio, en mi intento por tomar el Shinkansen (tren bala) y reconocer patrones, indicaciones y señales contrarreloj que me guiarán a la plataforma que me llevaría al primer destino, Kanazawa. Y reconociendo en los otros que había dos tipos de personas: los locales, que se desplazaban con la misma rapidez, reconociendo sus trayectorias de origen y destino, siguiendo flujos; y los ajenos, extraños y turistas que estaban inmóviles tratando de asimilar eso mismo que yo estaba intentando leer. Y, por el otro lado, unos días después de una larga caminata, sentado e intentando una posición de loto (practicando la flexibilidad), contemplaba un jardín de arena con su estanque de agua y peces koi, adoraba piedras, oía el canto de las aves, tomaba té y escuchaba el silencio para después preguntarme: ¿dónde está el punto intermedio de equilibrio entre la rapidez de un tren bala y la lentitud de un jardín? 

(D)escribir 

De esa frase inicial empiezan a surgir del teclado ideas, palabras y textos secundarios que van apareciendo casi como un acto de corrección donde el texto ya está presente y sólo hay que empezar a articular, estructurar y editar las palabras. Recuerdo a un antiguo maestro en la universidad, Javier Jiménez Trigos, quien decía, sin citarlo textualmente porque no recuerdo con claridad sus palabras, que “hacer arquitectura es similar a un proceso de edición (cinematográfico)”, editar es modificar y corregir algo ya preexistente —la idea preliminar—, y cuando hacemos arquitectura vamos modificando y corrigiendo flujos, entradas de luz, recorridos de aire, empalme de materiales, vistas, paisajes, etcétera. Ese algo preexistente es el espacio percibido y hacer arquitectura, en una definición reduccionista, podría llegar a ser (d)escribir sus partes.  

No soy el mejor escritor, pero tampoco soy el peor. Intento expresar mis ideas y articularlas de acuerdo a mi experiencia y mi pasado. Cuando escribo, imagino que estoy dibujando con palabras, lo que me permite establecer procesos a la inversa de cuando diseño y dibujo primero. Empezar, digamos, con el documento de la memoria arquitectónica descriptiva y, después, establecer la estrategia. (D)escribir las cosas me ha permitido descubrir un proceso de diseño desconocido y en el que he encontrado la importancia de las palabras, su uso, definiciones, orígenes y etimologías. Dibujar es trazar, diseñar es marcar y designar, pero diseñar también es (d)escribir; y ese (d)escribir es representar algo por medio del lenguaje. Dibujar, diseñar y (d)escribir son comunicación verbal, gráfica y objetual en una misma acción. 

Viajar 

Viajar no es muy diferente a (d)escribir, sobre todo cuando ya tienes un guion preparado o una guía o ruta a seguir. Cuando viajamos, editamos esas sugerencias que nos inundan por Instagram (antes las daban las guías turísticas impresas). Hay que tomar decisiones sobre la marcha: en qué dirección ir, porque muchas veces el tiempo no da; modificamos recorridos que permiten la mayor parte del tiempo la sorpresa y, en algunas ocasiones, las menos, la decepción. Y corregimos trayectorias para evitar a los otros. Viajar últimamente se ha convertido en evitar hacer largas filas y encontrarse con otros turistas que no entienden o asimilan que un viaje a Japón sea para sintonizarse con el territorio, la cultura y su gente. En Osaka hicimos una hora de espera para lo que prometía ser uno de los lugares de ramen de la zona, en un pasillo de servicio entre los edificios con un ancho de menos de un metro y, en algunos tramos (estructuras de andamios que cortaban la fila en dos), vimos cómo la luz de la tarde pasaba a la oscuridad de la noche, para adentrarnos a un pequeño local atendido por 5 personas jóvenes (la menor tendría 17 años, el mayor unos 24). La orden te la tomaban en la fila de espera para que al entrar el personal iniciara a cocinar la comida. Ocurría una transición entre la preparación del menú para los 9 comensales que cabían en su barra y la espera a que terminaran de comer para iniciar la segunda, tercera, cuarta y subsecuentes rondas de comensales. Entonces el personal del restaurante entraba en ese balance y equilibrio que aún no podíamos encontrar en el viaje. 

En la rapidez uno se puede perder, y en la lentitud uno no se puede encontrar. En la desaparición de las banquetas uno puede apreciar en el caminar de la gente esa rapidez desacelerada o esa prisa silenciosa, que hacen difícil definir ese estado intermedio de regulación de velocidades que tienen los japoneses. En el metro, ante un imprevisto que nos dejó parados por un par de minutos, presencié el silencio comunitario más largo en el transporte público, un silencio empático con lo que sucedía en el exterior, un apoyo al otro y a los demás porque lo que sucede en la ciudad nos implica y nos afecta a por igual, un silencio que en nuestro transporte público se hubiera convertido en silbidos y quejas, en algo festivo, porque, sí, eso es lo que le atrae a los japoneses de México, donde todo es una fiesta. 

Viaje a Japón.  

Todo inicio con la pérdida del avión. Una forma sutil de iniciar un viaje a Japón y de desacelerarnos del ritmo y el estrés de las actividades diarias en la Ciudad de México, ciudad que cada día la encuentro menos afectiva, menos amable, menos transitable y menos vivible, más sucia, más deteriorada, más ruidosa, con menos civismo y más improvisación. Parece que en seis años desapareció el mantenimiento de la ciudad y, para simular que lo hay en cualquier camellón, uno siempre se encuentra a una cuadrilla del personal de limpia o de parques y jardines barriendo hojas secas. Cada día la sufro más y eso duele mucho, porque es el lugar donde me desenvuelvo. Esta frase que mencionaba repetidamente en conferencias y sesiones de clase, cuando estudiábamos la estructura urbana de la ciudad, hoy está surgiendo efecto: 

“cuando se ama a la Ciudad de México uno no puede encontrar mejor lugar para vivir, pero cuando se odia a la Ciudad de México y uno busca otra ciudad, no puede irse de ella, nos tiene atrapados.” 

 Así que esa pérdida fue una sutil y anecdótica manera de entrar en el viaje a Japón (gracias a uno de los supervisores de la aerolínea por entender ese jetlag adelantado que nos hizo confundir horarios). Llegamos al aeropuerto de Narita e hicimos los trámites necesarios para cambiar los boletos del tren bala (JR pass, adquiridos con anticipación desde un par de meses antes) y agendamos el primer recorrido que implicaba un transbordo en la Estación Central de Tokio para dirigirnos a Kanazawa. Llegando a la Estación Central de Tokio, recibí el primer golpe de la ciudad (solo me había pasado hace ya algunos años con Barcelona), lo cual agradecí ante mi grado de confusión y pérdida, ya que hace mucho que no tenía ese sentimiento: el de entender que, por muy documentado que vayas de una ciudad, esta siempre tiene una forma de recordarte que hay algo más allá de su estructura física que te recuerda su magnitud, tamaño, escala y esencia. Esa sensación es indescriptible, ese golpe de ciudad es como un recordatorio de que las ciudades están vivas y están más allá de un simple (d)escribirlas. En la Estación Central de Tokio sucedió eso que Sofía Coppola ya nos había adelantado hace 21 años en Lost in Translation (2003): la pérdida; esa imagen del cartel de la película donde vemos a Bill Murray interpretando a Bob Harris, sentado en la cama en pijama y pantuflas (los amenities de los hoteles japoneses), con la ciudad de fondo, una imagen que me pasó por la cabeza en ese momento, ¿era el jetlag, la crisis de la media edad a la Bob Harris o la fuerza de la ciudad lo que me estaba golpeando? 

Una vez superada esa pérdida llegamos a Kanazawa, que nos recibió con una celebración: trajes, música típica y una bolsa de regalos que incluían folletos turísticos de la ciudad, una pañoleta con la imagen del tren bala, y una sopa instantánea. Resulta que ese día, el sábado 16 de abril de 2024, era la primera vez que se hacía una conexión del tren bala que va de Tokio hacia Kanazawa. Entonces, no era la crisis de la media edad lo que golpeaba, era la falta de señalética e indicaciones en las pantallas de la Estación Central de Tokio lo que provoco nuestro extravío en su traducción.  

Kanazawa fue mi primer encuentro con la arquitectura japonesa con el Museo de Arte Contemporáneo del Siglo XXI, del despacho SANAA, y su lección de fragmentar el espacio. El museo, en síntesis, es un parque en el que se recorre el espacio intermedio que dejan los árboles, una buena forma de iniciar los recorridos arquitectónicos entre obras de James Turrell, Olafur Eliasson, Fernando Romero o Leandro Erlich y su swimming pool. O la oportunidad de sentarse en las sillas diseñadas por Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa: la armless chair, mejor conocida como la rabbit ears, la drop chair y la SANAA chair. Y, de paso, interactuar con la primera máquina expendedora de juguetes, pero ahora en un museo: souvenir del 2023 de Shoei Matsuda y su paid badge obtenida por 500 yenes, en clara referencia a todas esas máquinas expendedoras futuras con las cuales nos íbamos a encontrar más adelante por todo Japón. Ahí empezaba algo de la infantilización que sucede en la ciudad, que no son más que dos perspectivas, desde mi traducción: la de control hacia sus ciudadanos y la del pensamiento de cuidado hacia las próximas generaciones. 

Shirakawa-go y el esquema de colaboración comunitaria de ayuda mutua para la construcción, yui, con el uso del pasto kariyasu.

Llegar a la villa Shirakawa-go fue un encuentro con la arquitectura tradicional, en concreto, con el sistema constructivo de sus cubiertas con el uso del pasto kariyasu y el esquema de colaboración comunitaria de ayuda mutua para la construcción, el yui. Fue el encuentro con un pequeño pueblo nevado y su paisaje y, al mismo tiempo, el primer conflicto con la barrera del idioma al tratar de tomar un taxi que nos llevara hasta ese destino: el diálogo y la negociación al tratar de entendernos en un japonés asistido por el traductor de google (esa barrera del idioma es, al mismo tiempo, el gran éxito de los japoneses para que uno entre en su cultura; en muy pocos casos saben expresarse en inglés y no les interesa aprenderlo), conflicto lingüístico que terminó con un buen recuerdo fotográfico tomado por el conductor y otro buen recuerdo de su amabilidad al acompañarnos a tomar el camino que nos llevaría hasta el mirador del pueblo. No hay palabras para (d)escribir lo amables que son los japoneses para ofrecerte un servicio. De broma decíamos durante todo el transcurso del viaje que Japón todo lo hace bien, incluso esos pequeños detalles que en otro país te costarían el permiso de entrada a ciertos lugares por la mala atención de quien presta un servicio. De ahí, regreso a Kanazawa: comida en su mercado Omicho, que se convirtió en un brindis de cervezas artesanales y prueba de botanas con locales, caminata por el castillo de Kanazawa hasta llegar a una casa de té para pausar la velocidad. 

Sello coleccionable de recuerdo y vista panorámica de Shirakawa-go.

 

Vista panorámica

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Chamizal https://arquine.com/chamizal/ Thu, 18 Jan 2024 21:45:26 +0000 https://arquine.com/?p=86972 El asombro que un territorio produce en el visitante siempre será mayor al de quien siempre lo ha habitado. Pienso que de ese estado de extrañamiento se alimenta la curiosidad de quien explora la ciudad, pues supone un portal para el aprendizaje, para dejar atrás el extrañamiento y convertir en conocido, (y por lo tanto […]

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El asombro que un territorio produce en el visitante siempre será mayor al de quien siempre lo ha habitado. Pienso que de ese estado de extrañamiento se alimenta la curiosidad de quien explora la ciudad, pues supone un portal para el aprendizaje, para dejar atrás el extrañamiento y convertir en conocido, (y por lo tanto en propio) lo que se tiene frente a la mirada. Quizá por eso, quienes no nacimos ni crecimos en la Ciudad de México, caemos con total fascinación en la búsqueda de desentrañar sus maravillas. 

En mis primeras visitas a la ciudad durante la infancia, tenía la sensación de que sus límites estaban por la esquina del Eje Central y avenida Hidalgo, por donde siempre salía con mi tía rumbo a la central de autobuses del norte, en un taxi atiborrado de mercancías para su mercería en Tula, Hidalgo. Cruzando ese umbral, todo lo que veía me parecía menos extraño, menos espectacular y menos misterioso. Más bien se parecía cada vez más al paisaje familiar (en el que había pasado hasta entonces la mayor parte de mi vida), salvo, desde luego, en el momento de atravesar Tlatelolco: Era tal mi estado de extrañamiento en ese momento, que no recuerdo siquiera haber percibido la zona arqueológica, sólo tengo grabadas en la memoria las letras de la descomunal caja azul que coronaba una torre parduzca: CHAMIZAL. En Tula había un lugar al que llamaban el Chamizal y me intrigaba entonces saber sí existía alguna relación entre esas letras y el homónimo asentamiento de mi pueblo, tratando de encontrarle un sentido a todo lo que veía con mi bagaje desnutrido de provincia. 

Unos quince años después terminaría viendo esas letras todas las mañanas desde la ventana de mi habitación en el piso 17 de la torre Revolución de 1910. 

Quizá mi sensación infantil y provinciana de que la ciudad terminaba en esa esquina del Eje Central e Hidalgo, no estaba tan lejos de ser cierta, y es que hasta el siglo XIX, toda la ciudad de México, era lo que ahora llamamos de manera condescendiente “El Centro Histórico”, el territorio en el que se desarrollaron los grandes relatos de esta ciudad: el florecimiento de Tenochtitlán, la Conquista, el Virreinato… Todo dentro de estos límites como de burbuja, que finalmente explotó en el siglo XX, expandiendo sus límites mucho muy lejos de los originales. Sin embargo, algo ocurrió y sigue ocurriendo en esta frontera; basta con cruzar del centro a la colonia guerrero para sentir el intenso cambio de ambiente, de concurrencia, de olores y sonidos, la Guerrero al contrario que centro histórico, parecería un territorio más propicio para el desarrollo de los micro relatos, los que ocurren diario dentro de las casas y vecindades, en las banquetas y las plazas públicas. 

Y es precisamente en una plaza pública donde me encontré con uno de estos micro relatos que le dio sentido a mi relación con la colonia Guerrero y, más tarde también, con Tlatelolco. Mi padre sí nació y vivió en la Ciudad de México, por situaciones familiares. Desde muy pequeño habitó con distintos parientes en varios lugares, pero una de las historias que más recuerdo haberle escuchado es sobre su tía Chata, portera del edificio de la calle Zarco número 5, detrás del convento de San Hipólito. Vivió ahí durante un tiempo, aproximadamente en 1954. En un momento en que la colonia Guerrero había pasado por distintas transformaciones, intentos de gentrificación y más, pero siempre resistiendo con un carácter marcadamente bohemio, la omnipresencia de la música y un insólito desarrollo del teatro conocido como “de revista”. La tía Chata y su hermana Celia, además de encargarse de hacer funcionar la bomba de agua del edificio, eran artistas que trabajaban en las carpas (teatros improvisados, como el que originó incluso el Teatro Blanquita), invitadas por sus amigas cantantes “las torcacitas” (Matilde y Faustina Sánchez Elías); además de esto, intuimos que realizaban trabajo sexual en la plaza de San Fernando (una plaza rodeada de hoteles y sindicatos en la que, a la fecha, se ejerce este oficio), pues cuenta mi padre que cuando terminaban sus jornadas, lo llevaban a él y a su hermana a tomar un baño caliente en la comodidad de la habitación de hotel, antes de abandonarla. 

Me gusta imaginarme cómo habría sido el día a día de estas mujeres que vivieron en un edificio que ya no existe, que trabajaron en teatros de los que apenas queda memoria en unas cuantas crónicas, que conocieron a tantas personas que les legaron a la vez sus historias y que marcaron la vida de mi padre y quién sabe de cuántas personas más, todo dentro del mismo territorio.

Años después, entrada la modernidad, la tía Chata tuvo la oportunidad de adquirir un departamento en Tlatelolco en 1964, uno de los 12 mil departamentos que se pagaban a cuenta de renta. Durante este periodo mi padre volvió a vivir un tiempo con ella en el edificio Narciso Mendoza, que pertenece a la tipología más austera, en la primera sección de Tlatelolco, justo donde Mario Pani proponía reubicar a los desplazados por el saneamiento de la “herradura de tugurios” que, dicho sea de paso, abarcaba buena parte de la colonia Guerrero. Siempre me ha parecido muy sospechosa la idea de que aquellos que vivían en barracones, vecindades o en porterías (como la tía) pasaran de ese estilo de vida a habitar un departamento en un edificio moderno, pero esta historia parece indicar lo contrario: sí era posible. 

Se establecieron ahí, y también recuerdo constantemente la historia de mi padre durante los sucesos de 1968 y cómo durante las redadas en la mañana los militares les habrían permitido transitar libremente a él y su primo, a pesar de su edad estudiantil, gracias a que trabajaban en Pemex y tenían credenciales; de cómo llegaron estudiantes aterrorizados a refugiarse en el pequeñísimo departamento de la tía, a pesar de que todo había ocurrido en la primera sección, casi a dos kilómetros de ahí. Estas historias las escuché mucho antes incluso de pisar estos territorios, y posiblemente despertaron en mí una curiosidad muy particular, la del extraño que de pronto siente como propio lo que mira… 

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Ciudades sueños I https://arquine.com/ciudades-suenos-1/ Fri, 20 Oct 2023 19:34:25 +0000 https://arquine.com/?p=84141 ¿Será que los sueños encuentran su mejor contenedor, su medio ideal, en las ciudades? Algunos paseos, rutas y libros de arquitectura y urbanismo nos han confirmado que se puede asir un sueño recurrente: el de la ciudad que existe y se edifica a solas durante eso que llamamos vigilia. 

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¿Será que los sueños encuentran su mejor contenedor, su medio ideal, en las ciudades? Esa es una pregunta* que surge toda vez que sondeo por el territorio onírico y descubro que ahí siempre hay una ciudad a la que volver. Algunos paseos, rutas y libros de arquitectura y urbanismo me han confirmado que se puede asir un sueño recurrente: el de la ciudad que existe y se edifica a solas durante eso que llamamos vigilia. 

Animo a quien lea esto a rebuscar entre sus sueños más frecuentes o, si no, en la idea general que tenga (por magra o vestigial que sea) de los sueños. Tengo casi por seguro que, además de las pesadillas o ideas recibidas de rigor (las más clásicas: la de volver a la escuela para aprobar esos exámenes o pasar esa materia; hablar con seres queridos que se han ido; o que a uno se le caigan todos los dientes), habrá un escenario, un bajo continuo: la ciudad a la vez familiar y extraterrena en la que ocurren todas esas tramas. Una ciudad que en su inmediación es reconocible, donde uno es capaz de orientarse sin otra cosa que una brújula interna que ningún GPS o Waze podrán mejorar o trastocar. ** 

En mi caso, esa ciudad no es para nada similar a una Utopía ni a los cielos monoteístas —dicho sea de paso, lugares que más que por su pureza o perfección se caracterizan, como dice Siegfried Zielinski, por no necesitar de dispositivos; pues todo allí es, literalmente, inmediato—. Tampoco es, como suele suceder en el imaginario mexicano y latinoamericano, una ciudad de inspiración europea o, peor aún, una de palacios y castillos disenyificados. Al contrario, mi ciudad soñada es un trasunto descarado de la Ciudad de México. Si pudiera trazarla en un pliego de papel albanene de suficiente tamaño y buena escala, muchos de sus límites y rasgos formales (como su relieve, “fronteras” o el vil trazo político de las alcaldías) serían similares a los de la Zona Metropolitana del Valle de México. 

De acuerdo a mi experiencia, también tendría zonas nebulosas muy parecidas: lugares en los que nunca he puesto pie, locaciones de infamia que es preciso olvidar, vías de paso que, bien vistas, uno sólo ve a cierta velocidad, nunca con detenimiento. Lo más fascinante: aunque llega el momento en que el sueño se hace consciente, no hay una sensación de extrañeza: las obras en construcción avanzan, se inauguran líneas del metro, los coches siguen vialidades hace mucho definidas, la gente que la habita sabe orientarse por sus calles y, como es propio de las ciudades habitadas, la vida ocurre por unos cuantos contados mismos lugares. 

Como se puede intuir en lo arriba escrito, esa ciudad se configura en lo esencial por sus espacios, por una arquitectura (esa sí inconsciente) que reafirma la organización y el orden de la urbe concreta: ejes viales, rascacielos, obras negras, conglomeraciones de gente, edificios que se derruyen o completan. Si bien sigue siendo un espacio liminal, no es porque esté desolado: su condición de umbral es aquello de donde brota el aura fantasmal y no pocas veces nostálgico de las formaciones de edificios y trazas, surtidoras de imágenes que anticipan ruinas como sueños (in)cumplidos. Hay, por lo tanto, una lógica colectiva subyaciendo ahí: lo comprueba el hecho de que, sin tener que ser arquitecto, urbanista o ingeniero, uno pueda delinear ciudades enteras.

Esa tensión entre lo individual y lo común es fundamental para pensar tanto lo urbano como lo onírico. Durante al menos un siglo el problema de los sueños en Occidente se volvió uno de interpretación. Desde la Traumdeutung freudiana, y su promesa de desciframiento hermenéutico (lo cual implica que hay un problema que debe solucionarse), los sueños pasaron a convertirse en un asunto individual. De ahí la reacción casi vergonzosa de la gente cuando alguien expone sus sueños a plena luz del día. Desde esta perspectiva, cuando no son un repositorio de los deseos e impulsos más oscuros y reprimidos, son apenas la “pipí del pensamiento”, como dijo un escritor mexicano –Antonio Ortuño, para más señas–. En la sensibilidad moderna, tan obsesionada con desentrañar y patologizar los sueños, estos quizá no sean más que un síntoma interno, una elaboración estética que no puede ni debería compartirse. Esa individualización del sueño hermana, de manera fatal, al surrealista y sus cadáveres exquisitos con el empresario extractivista que ve en el dormir (siempre el de los otros) poco más que una pérdida de tiempo. 

Quisiera pensar (pues ya lo sueño) que esa visión y su breve imperio están llegando a su fin. Durante siglos, los sueños fueron algo colectivo, una materia de intercambio. Así se estudia, por ejemplo, en un libro como Hacia una teoría antropológica del valor. La moneda falsa de nuestros sueños (Fondo de Cultura Económica, 2018), de David Graeber; o se puede leer en incontables obras literarias que cuentan historias de gente movilizada a otros países por algo que soñó. Una de esas fugas de retorno está en un libro que toca el tema de manera muy cercana: Las ciudades invisibles, de Italo Calvino (quien además acaba de cumplir 100 años hace poco). Organizado famosamente por diadas, no existe en sus capítulos el par de “Las ciudades y los sueños”, pero sí el de “Las ciudades y los intercambios”: Eufemia, Cloe, Eutropia, Ersilia, Esmeraldina, urbes donde el comercio (en el buen sentido de la palabra) de recuerdos, emociones y lenguajes se interpola como algo más que una simple actividad lucrativa. 

Así como Marco Polo trata de hacerle entender a Kublai Kan, no es que haya que visitar todas las ciudades del mundo, pero sí las que hay dentro de esa única ciudad que articula las demás: como la Venecia de Calvino, o mi Cedemequis semiplagiada, toda ciudad –soñada, visible o no– es múltiple. Ejemplos concretos hay muchos tan sólo en Chilangostán: colonias escondidas como El Reloj o la Nueva Argentina; los pasajes de Viaducto Tlalpan, arcadias de oscuridad y vida en trasiego; burgos como La Herradura o Las Lomas donde las clases altas tratan de negar la ciudad de quienes los sostienen. De manera más importante, sueños de vivienda colectiva que se materializaron en un aquí y ahora que parece diluirse en umbrales: Nonoalco-Tlatelolco, Plateros, Villa Coapa, Ciudad Independencia o el Conjunto Urbano Presidente Alemán; quien las recorra con ojo atento podrá ver que ahí no todo es vigilia. 

Convencido de que las ciudades comienzan en la mente, sirva todo esto para presentar una serie de crónicas, oneirocríticas si se quiere, sobre las ciudades invisibles de Cedemequis: ciudad cornucopia de mientras tantos (para citar a John Durham Peters); ciudad invivible; ciudad lamentablemente transformada en metrópolis que no ha sido vencida ni siquiera en el territorio del sueño. Es imposible decir cómo acabará este proyecto, o si en el camino será refutado por el propio peso de una colectividad convencida de que la realidad es sólo una. Pero no importa, porque como decía un pirata infame: los sueños nunca mueren. 

 

Notas 

* Una pregunta cuya enunciación se inspira en una de Jimena Hogrebe, para un ensayo de próxima aparición en el número 106 de Arquine. 

** Queda para otro día reflexionar sobre cómo estas dos tecnologías han deteriorado, de manera literal, la memoria urbana 

*** Otro tema para después: la interpolación de los sueños y los deseos, última frontera del pensamiento político para nuestros tiempos. 

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La Invisible flor bajo el entierro (Parte 2) https://arquine.com/la-invisible-flor-bajo-el-entierro-parte-2/ Thu, 20 Jul 2023 16:00:47 +0000 https://arquine.com/?p=80821 La rosa primitiva «La historia de las religiones nos permite ver cómo en muchas ciudades de la antigüedad la división en cuatro cuadrantes está presente», leo en Eduardo Matos Moctezuma. Citando a Mircea Eliade, agrega: «La fundación de una nueva ciudad repite la creación del mundo (…) las ciudades, a semejanza del cosmos, están dividas […]

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La rosa primitiva

«La historia de las religiones nos permite ver cómo en muchas ciudades de la antigüedad la división en cuatro cuadrantes está presente», leo en Eduardo Matos Moctezuma. Citando a Mircea Eliade, agrega: «La fundación de una nueva ciudad repite la creación del mundo (…) las ciudades, a semejanza del cosmos, están dividas en cuatro; dicha de otra manera, son una copia del universo.»

En un inicio, cuatro fueron los barrios en que los tenochcas dividieron la urbe, al dictado divino. El fraile Diego Durán refiere que así los instruyó Huitzilopochtli:

Di a la congregación mexicana que se dividan los señores cada uno con sus parientes, amigos y allegados en cuatro barrios principales, tomando en medio la casa que para mi descanso habéis edificado; y que cada parcialidad edifique en su barrio a su voluntad.

Los campa iniciales fueron Cuepopan (Santa María la Redonda), Teopan (San Pablo), Atzacualco (San Sebastián) y Moyotlan (San Juan).

Cuatro, los hijos de la principal divinidad Ometéotl: Tlatlauhqui, Yayauqui, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli; cuatro, las edades —soles— del mundo. Cuatro tandas, las elementales creaciones de estos dioses: el fuego y el sol; los hombres y el maíz; los días, meses y años; el lugar de los muertos, el de las aguas y el mundo. Cuatro calzadas salieron desde el espacio sagrado hacia las cuatro regiones del universo, los cuatro puntos cardinales. Reinaban la tierra, el aire, el agua y el fuego.

Al centro de todo, en el ombligo sagrado, en la quinta parte o región (como bajo la quinta costilla), ahí el corazón, Ometéotl, dios padre y dios madre, el principio dual que puso en movimiento a los astros, a sus hijos los dioses que se mantenían en constante pugna por alzarse como el sol que rigiera la vida de los hombres y el destino del mundo. El espacio cósmico fue el campo de batalla. Cinco regiones, entonces, en el espacio horizontal. Cinco soles, la era de sus tiempos.

«Esta idea fundamental de los cuatro puntos cardinales y de la región central (…) se encuentra en todas las manifestaciones religiosas del pueblo azteca, y es uno de los conceptos que, sin duda, este pueblo recibió de las viejas culturas de Mesoamérica», sugiere Antonio Caso.

Vasijas, platos, cinerarios. A dicha imagen mexica del universo dividido en cinco puede vérsele en infinidad de objetos que datan desde el periodo preclásico hasta el postclásico. Aún permanecen en el museo del Templo (y, por supuesto, en el de Antropología e Historia). La cruz de diagonales fue su símbolo. 

Dos consideraciones: 

1. Si a la cruz de diagonales se le circunscribía en un cuadrilátero (tal cual fue ilustrada en la página 1 del Códice Mendocino), la intersección de los segmentos marcaba el centro desde el cual todo partía.

2. Si se le conjugaba —o conjuraba— con la cruz de ortogonales (utilizada por los sabios para señalar la orientación de las cuatro regiones del universo), entonces surgía el ordenamiento cardinal, es decir, el curso del tiempo en relación al movimiento del Sol.

Dos cruces en la base del enjambre. Tiempo y espacio sobrepuestos. Ingeniosos como Quetzalcóatl, los mexicas movilizaron a la geometría. La representación gráfica de lo anterior se despliega con singularidad belleza y complejidad en la página 1 del Códice Féjervary–Mayer, al que Miguel León–Portilla sugirió llamar Tonalámatl de los Pochtecas.

 

 

(Fuente: De Lacambalam – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=35578049)

Flor salvaje de cuatro pétalos, rosa cardinal y primitiva: llegaste, quizá, como el agua al mar o la milpa al mundo. Veo en tu ecuménica estructura los signos distintivos de un largo saber maya, tolteca, teotihuacano, tenocha, tezcocano, tepaneca, acumulado a lo largo de las centurias y territorios. Cinco elementos gráficos: 1. Cuadrilátero (azul), 2. Cruz de diagonales (verde), 3. Cruz de ortogonales (amarillo), 4. Conjunción de cruces (verde y amarillo), 5. Cuadrados concéntricos (rojo).

 

La invisible flor bajo el entierro

Quiero pensar que esa flor antigua descansa bajo nosotros en el Centro Histórico. Hay una en Teotihuacán, quizá otra en Tula y Azcapotzalco; en la ontología china, en las tradiciones polinésicas también.

El procedimiento para visualizarla debería atender, cuando menos, cinco (¡cinco!) pre–condiciones. Norte: obviar, ante todo, el trazo irregularmente cuadricular impuesto por la tradición urbanística militar hispana, tomando en cuenta que ésta superpuso sus edificaciones sobre los importantes espacios sagrados, políticos y públicos de la antigua capital mexica, y los conquistadores, supeditados en un primer momento al asentamiento ya existente, recrearon la «república de españoles» sustituyendo lo «viejo» por lo «nuevo».

Sur: interpretar lo que permanece oculto en la piedra conforme a la lectura geométrica del Códice Féjervary–Mayer propuesta por el arquitecto Carlos Mercado:

La estructura formal contenida en el códice Fejérváry Mayer, por su precisión y profusión podría ser asumida como un tratado mesoamericano de trazo geométrico, ya que en ella es posible identificar y reconocer esquemas de conformación que no sólo fueron aplicadas en la prefiguración de la citada ilustración, sino en muchos otros objetos y artefactos.

Poniente, partir de que las relaciones sociales y económicas, la natural geografía, determinaron en última instancia la primera traza de la urbe tenochca y sus calzadas, y la ubicación exacta de sus principales templos o edificaciones. 

Oriente, que el «esquema de conformación» o patrón de asentamiento no presupone de ninguna manera que éste fuese el método formal y material utilizado en campo. 

Y región central: la fundamental estructura, al ser anterior al trazo del alarife extremeño Alonso García Bravo para la república de hispanos, debería ser visible ya en los primeros mapas y planos de la Ciudad.

Sólo así, avanzo con la superposición de la rosa primitiva sobre el mapa «Planta y sitio de la Ciudad de México», elaborado alrededor de 1628 por el arquitecto Juan Gómez de Trasmonte:

1. Tomando como vértices los templos que equidistan del Mayor: Santo Domingo, al noroeste; San Sebastián, al nororiente; de la Merced, al suroriente, y San Agustín, al norponiente, delimito el área mediante el cuadrilátero azul.

2. Trazo la cruz de diagonales en verde uniendo los vértices del cuadrilátero, de tal manera que la superficie queda dividida en cuatro regiones.

3. Dibujo la cruz de ortogonales en amarillo, que reorienta la división terrestre. Los segmentos de recta se corresponden aproximadamente con las cuatro calzadas que salen desde el recinto ceremonial hacia los puntos cardinales: Tacuba, al poniente; Guatemala, al oriente; Pino Suárez, hacia el sur, y República de Argentina, al norte.

4. La intersección de ambas cruces indica la «quinta región», el ombligo, el corazón que marca el punto de partida, y coincide con la antigua Casa Arzobispal, fundada en 1530, a tan sólo unos pasos del Templo Mayor.

5. Trazo un cuadrilátero más en rojo, tomando como vértices las intersecciones de la cruz de diagonales. Este cuadrado muestra que en los centros de cada intersección se localizaban dos colegios que actualmente ya no existen: Colegio Mayor de Santa María de Todos Santos (fundado en 1573), al suroeste, y Casa de Estudios de San Andrés, de los padres de la Compañía de Jesús (1624), al noroeste. Además, coincide con la sede de la Santa Inquisición (1571) al norponiente y con las Casas del Cabildo (1527) al suroriente.

Pareciera que la urbe de aquel entonces mantiene en su traza la fundamental estructura del cosmos nahua, su geometría sacra. La horizontalidad y centralidad del poder se ve en la horizontalidad del saber: la «buena palabra» (el in qualli tlahtolli que se enseñaba en el Calmécac) les llegaba a los mexicas del cielo y fluía sobre las acequias allende el islote. Quizá por eso, las normas de construcción urbana fueron dictadas por sacerdotes que preservaban la tradición nahua. ¿Qué otro tipo de ciudad, si no centralista, servía al tipo de pueblo que los aztecas deseaban ser?

Pero habría que partir de una sexta precondición que, además de descuadrar las formas y números sagrados, dejaría las cosas de cabeza: la recreación mágica de una ciudad sagrada será siempre eso: magia, fantasía, una declaración de amor. Cada paso del procedimiento presupone un acierto o, quizá, un error, en la lectura cosmogónica de un imperio extinto. Ello, tal vez, tenga un origen: los caminos de una línea recta son infinitos. Hay que salirse para volver a entrar.

Por ello regreso a la región central. Es domingo. Otra vez llueve aquí en el Centro. Al andar siento en mí la pugna de los antiguos dioses: de un lado, la sensación de sucumbir al cataclismo, y enseguida, en sentido opuesto, con misma intensidad, la de resistir. Heredé de mis antepasados mexicas la conciencia trágica, y del mestizaje la holgazanería. «¿Aquí he venido sólo a obrar en vano?» No lo sé. Otra línea recta me destantea: Paseo de la Reforma, sus alturas rutilantes, su gran vacío que absorbe múltiples capitales. Y me surgen más preguntas. Pero hoy ya no. Mañana, tal vez. Esta búsqueda se repetirá a diario, al amanecer, en el campo de batalla que es el corazón del hombre, sede del latido, lugar del movimiento, región de vida y muerte.

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La Invisible flor bajo el entierro (Parte 1) https://arquine.com/la-invisible-flor-bajo-el-entierro-parte-1/ Thu, 13 Jul 2023 15:47:59 +0000 https://arquine.com/?p=80540 Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada, y equilibra en su centro la rosa primitiva Efraín Huerta Punto de partida A mis treinta y uno apenas conozco la ciudad que habito. Al caminarla, me sucede lo que a cualquier persona en un laberinto: éste es siempre otro, aunque el mismo, reconstruido. Resulta fácil desorientarse, sobre todo […]

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Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada,

y equilibra en su centro la rosa primitiva

Efraín Huerta

Punto de partida

A mis treinta y uno apenas conozco la ciudad que habito. Al caminarla, me sucede lo que a cualquier persona en un laberinto: éste es siempre otro, aunque el mismo, reconstruido. Resulta fácil desorientarse, sobre todo si se recorre en línea recta del Templo Mayor a la Alameda central, y luego Paseo de la Reforma rumbo al poniente. No hay nada más engañoso que una línea recta. Algo encubre, algo oculta tras su geometría de célebre confianza. Puede prolongarse hasta el infinito en ambos sentidos o representar el avance cronológico del tiempo. Cualquiera se pierde en una recta.

Me abruma la cantidad de preguntas que me surge día a día. Flojo como soy, dejo que el sol las consuma. De preferencia, el de playa y cubas en las costas del Pacífico. Pero hoy llueve desde hace rato, las gotas estallan contra el suelo, son las dos de la tarde en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Releo Zozobra en busca de alguna pista en torno al elusivo arte de revelar el tiempo ordinario de la vida como un acontecimiento enigmático. Dos semanas han pasado desde que me planteé la pregunta, y fiel a mí mismo, sigue sin respuesta.

Vuelvo a la ciudad que tengo afuera: me gustaría comprenderla con la mirada del ángel, apresarla más allá del tiempo en toda su extensión histórica y cartográfica. Echar un vistazo hacia atrás, sentir compasión de las ruinas acumuladas que se me presentan en una sola y horripilante visión de conjunto; verla como en una instantánea, superpuesta a lo largo del tiempo, y que por efecto de la yuxtaposición se me revele el núcleo de su irrefrenable cambio. Llorar, tal vez, y reír, y entender algunas, pocas cosas.

Esta ciudad es un palimpsesto que recorro a pie y a tientas; un pentagrama cuyas diferentes notas de antiguo tezontle se corresponden en contrapunto y pertenecen a la vez al pasado y al presente. En ella descansa su propia memoria inquieta. Lleva en su interior, en la mismísima alma de la piedra, el sello y la especificidad del ethos histórico que, al dictado de los tiempos, fue montando capa sobre capa, punto contra punto, las indeterminadas rocas que hoy se apilan en ruinas o fachadas.

Quiero pensar que algunos signos distintivos permanecen sustraídos al paso del tiempo, en su esencia más elemental, escondidos bajo las capas del ayer, y resguardados en una mónada, en el ripio de la historia, o bajo la ciudad entera; que las épocas destellarán en su amplia claridad bajo la luz adecuada, negra, supongo, para estos casos en que las armaduras de la ciudad son llamativamente invisibles en mi andar, mirar, cotidiano, de esta geografía. Ciudad invisible, por tanto, que oculta su propia clave de inteligibilidad a plena luz de día.

Me pregunto: ¿Existió algún patrón en los primeros trazos urbanos de los jumétricos españoles que ponga en evidencia el estado del saber no sólo de la hispanidad, sino también nahua? ¿Influyó de alguna manera la gran Tenochtitlan en la posterior traza urbana de la Ciudad de México? Si se me va a juzgar, que sea por ignorante.

Ha dejado de llover afuera del Salón España, aquí en República de Argentina esquina Luis González Obregón. Este edificio perteneció al Antiguo Convento de la Enseñanza. Mucho se sigue aprendiendo en estos rumbos. Tal vez llegó el momento de ignorar las elucubraciones y entrar una vez más al laberinto de línea recta, porque siempre hay que volver a entrar. A ver a dónde llegamos en mi andar rumbo al Templo Mayor, en busca de tan sólo una breve respuesta.

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Imagenes para Especial de Destinos de los lugares con mas abolengo y tradicion en el centro historico en la imagen la Cantina.

Entierro

Un halcón da el pitazo y los ambulantes pegan la carrera escondiendo sus chucherías dentro de bolsas que ellos mismos diseñaron. Jalan de un cordón y lo que fue un mantel se transforma en saco. Perseguidos y perseguidores. Ambulantes y policías. ¿Qué tributo le deben al señorío central? Frente al Templo, en la explanada, los danzantes se preparan; ya tañen y cascabelean, baten las plumas de sus airones; alguien suena el caracol; tiembla el aire. Sobre el suelo, las reliquias en el tianguis de artesanías: réplicas del Templo, cuchillos de obsidiana, dioses que el ser humano moldeó de barro.

Al gringo le escupen en el pecho la mezcla de hierbas, y del incensario asciende el humo de copal. Antes, el chichicastle calmaba los nervios mediante azotes de envés en la rodilla. También servía de alimento para los guajolotes. ¿No será ése un hechicero de los que adivinan con cordeles, «amante de la oscuridad y el rincón», heredero de la misma escuela que los falsos sabios tenochcas? O, quizá, ¿correrá en línea directa la sangre de algún tlamatinime por sus venas?

El organillo a lo lejos. La misma voz ronca: «¡Lo que guste cooperar!» Y un juguetón jaguar ruge entre nosotros, mediado el día, bajo el sol tímido que aún renace en el oriente, y que al caer la noche alumbrará, una vez más, la región de los muertos. No hay sombra que me siga.

A simple vista quedan sólo vestigios de lo que el Templo fue. A pleno día, en 1524, los conquistadores intentaron enterrarlo. Carlos V dio la orden. Hernán Cortés cumplimentó la real instrucción y promovió, desde su acuartelado palacio, la edificación de una iglesia que ellos mismos llamaron «Mayor». Para construirla, reciclaron las piedras del Templo. De las florestas y pedregales trajeron roca y madera los esclavos. Arco adintelado, vano a medio punto; capitales y refinamientos. La capilla entró en funciones en 1526.

En nombre de su Dios, los que vinieron por el mar asesinaron a los antiguos mexicas en sus propias casas. Violaron a las mujeres, en nombre de Él. Se dice que apilaban a los muertos en largas piras cruciformes. Las llamas debieron alcanzar varios metros de altura.

Aves de fuego y escarlata, serpientes emplumadas, ídolos duales vencidos en nombre de una deidad tautológica y romana. Bestias como sus bestias, los españoles remacharon con el hierro los tomillos, el quelite, el chicalote. Los templos piramidales, descuadrados. ¡Ay de las chinampas, de las fibras incrustadas de jade e hilo de oro! Adiós a la filosofía náhuatl, al «flor y canto» de los sabios.

Los franciscanos y dominicos no sabían de números o símbolos sagrados; tampoco intuían la repetición de soles y llenaron de monotonía los vestigios, las insignes inscripciones. Mataron al demonio oculto en la piedra, en los almanaques calendáricos de gran exactitud que ellos no entendían.

—Hallámosles grande número de libros —dijo fray Diego de Landa—; y porque no tenían cosa en que no hubiera superstición y falsedades del demonio se los quemamos.

Quisieron desmantelar el tiempo desde el Perú hasta la Nueva España, pasando por los reinos de Nicaragua y Guatemala, tierras de flores ladeadas, frutas ondulantes, donde quedó nadie para reclamar nada.

—Entraban en los pueblos y no dejaban niños ni viejos —confesó el padre Bartolomé de las Casas—, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos.

—Eran asesinos, padre.

—Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría al hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas.

—Y tahúres.

—Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas.

—Extirpadores.

—Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redentor y de los doce apóstoles, poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos.

—Y católicos, padre.

—Por uno de ellos que los indios matasen, habrían ellos de matar cien indios.

Poco a poco fue muriendo todo. Hombres y niñas. Mujeres y niños. Todos asesinados en plena vida. Todo muerto. Enterrado, conforme a la tradición.

Todo salvo las palabras–recuerdo, que no perecieron bajo el peso de la cruz. Poetas, sabios, cronistas y preservadores del pasado: se empeñaron en salvaguardar las memorias de lo que había acontecido, en códices, en pinturas, en los libros de los años según relata Tezozomoc:

Nunca se perderá, nunca se olvidará
lo que vinieron a hacer,
lo que quedó asentado en los libros de pinturas,

su renombre, sus palabras–recuerdo, su historia.

«Palabras–recuerdo» en esta ciudad sagrada. Hoy, las ruinas del Templo rompen a diario la continuidad de la urbe; surgen como una remota falla en la tierra, la huella fuera de lugar en este sendero normalizado por el andar cotidiano de cientos, miles de personas, desde hace siglos. Su presencia desde el mirador resulta escandalosamente llamativa e indicial. Luce extraña la quietud embalsamada. El paseante se detiene; efímero flâneur enfrentado al tiempo largo de la historia. ¿Qué ves en las ruinas? 

Como las raíces casi nunca permanecen a la vista, con la salvedad de algunos tipos de orquídeas, al paseante no le queda más que indagar en los espacios vacíos; imaginar, quizá, con los ojos cerrados, y resolver uno que otro crucigrama en el aire mientras camina rumbo al metro Zócalo/Tenochtitlan bajo un cielo que parece ciénaga.

Vuelvo a casa derrotado, con más dudas. ¿Cómo hacer hablar a los silencios, a los edificios en blanco? ¿A la usanza de los antiguos mexicas, echando luz de una gruesa tea que, al iluminar, no ahuma?

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La Reja de Vacío | Parte 1 https://arquine.com/la-reja-de-vacio/ Fri, 05 May 2023 07:00:49 +0000 https://arquine.com/?p=78300 Poco tiempo después de que llegué a vivir a la ciudad de México, tuve un afortunado encuentro en una librería de viejo en Miguel Ángel de Quevedo: un pequeño tomo con una portada no demasiado atractiva y notoriamente descolorida por los años, que sin embargo se convirtió pronto en un objeto personal entrañable y sobre […]

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Poco tiempo después de que llegué a vivir a la ciudad de México, tuve un afortunado encuentro en una librería de viejo en Miguel Ángel de Quevedo: un pequeño tomo con una portada no demasiado atractiva y notoriamente descolorida por los años, que sin embargo se convirtió pronto en un objeto personal entrañable y sobre todo, en una especie de portal del tiempo, a través del cual, los autores me transmitieron curiosidad y pasión.

El Catálogo de arquitectura contemporánea de la ciudad de México de Louise Noelle y Carlos Tejeda, fue editado con el apoyo del fomento cultural Banamex, en el año 1993, el mismo año en que nací. Un libro de mi edad, que sin embargo comenzó a gestarse mucho antes que yo, en 1988 cuando por iniciativa de Carlos Tejeda, se pretendió compilar una guía que diera reconocimiento a los edificios más significativos de todo un siglo, ya que no existía una publicación semejante por entonces.

Durante más de dos años me empeñe en dedicar, prácticamente todos mis tiempos libres a visitar las más posibles, de las obras que reúne el libro, no sin antes hacer una lista con un orden distinto al cronológico, que distingue a la publicación. Ordené las obras por accesibilidad, comenzando la lista por aquellas que además de su cercanía, eran espacios públicos o cuyo acceso no tenía costo. La lista concluía con aquellas obras que han sido destruídas o fatalmente modificadas, hasta el punto de no poderlas reconocer.

Durante este periodo, hubo sin embargo un tópico que llamó mi atención particularmente, y al que me gustaría referirme aquí, ejemplificando con obras que aparecen en el catálogo y que es concretamente: el problema de la seguridad en la actualidad de algunos edificios modernos; Las obras a las que quiero referirme, se encuentran generalmente en un espacio intermedio o casi al final de la lista de accesibilidad y sus características revelan una intensa experimentación enfocada en las intenciones de crear -espacio público- dentro de la propiedad privada.

Estas obras coinciden principalmente en la cualidad de no tener bardas o rejas que delimiten con contundencia y claridad el espacio público del privado, además de que en algunos casos, presentan grandes claros en sus fachadas; Más allá de una revisión académica del fenómeno, quisiera cronicar mi experiencia visitando estos edificios, para reflexionar en torno a la forma en que estas decisiones constructivas, han reaccionado frente al embate de los tiempos; y para dar continuidad a la idea de la lista (que no mencionaré completa por no agobiar) lo haré en orden de accesibilidad.

La lista de estos edificios seleccionados es la siguiente:

  1. Museo Rufino Tamayo
    1981
    Abraham Zabludovsky y Teodoro González de León

Al tratarse de un museo, es un sitio que he visitado con frecuencia, es muy fácil llegar a él desde las zonas céntricas de la ciudad, y además está rodeado de un magnífico bosque (del que, por cierto, alguna vez renegara González de León) también público y abierto las 24 horas.

Por los alrededores es normal ver durante el día un buen grupo de guardias del propio museo, que junto con los que se encuentran dentro, resguardan la seguridad de este edificio que por unos lados parece monolítico e impenetrable, y por otros revela su fragilidad con unos cristales que apenas separan al exterior de las obras que se muestran dentro. Alguna vez, por motivos que no me enorgullecen, llegué con un grupo de amigos visitantes, a las inmediaciones del museo en horas poco comunes: era de madrugada y teníamos quizá varias copas de más encima. Seducidos por los volúmenes del edificio y con la valentía que nos otorgaba nuestra etílica situación, escalamos sin más miramientos por los taludes verdes de pasto, hasta encontrarnos —sin darnos cuenta— en la azotea más alta del edificio, donde (con la adrenalina subiendo por la garganta frente la posibilidad de ser descubiertos), observamos una vista única, y quizá irrepetible del bosque circundante y los edificios en el horizonte; sigo sin comprender cómo semejante imprudencia no tuvo consecuencias…

2. Secretaría de Relaciones Exteriores (CCU Tlatelolco) 1964-1965
Pedro Ramírez Vazquez y Rafael Mijares

Por varios años viví en Tlatelolco, un sitio que se convirtió para mí en una obsesión y que marcó, con experiencias de todo tipo, esta etapa de mi vida en la Ciudad de México. El edificio blanco, como constantemente lo llaman los vecinos para simplificar la conversación, es un auténtico misterio: la mayor parte de sus pisos parecen vacíos, es sabido que funcionó como secretaría de relaciones exteriores apenas por unos años y hasta el suceso de octubre de 1968, cuando quedó abandonado hasta que fue absorbido por la UNAM para convertirse en centro cultural. Este edificio me ha parecido siempre interesante por su similitud con otros construidos en la época y que incluyen la misma tipología de un edificio porticado en sus alrededores, con pilares esbeltos y siempre forrados con mármol; con una inevitable presencia de espejos de agua, que en este caso, han quedado irremediablemente secos, alguno de ellos convertido incluso en un frontón improvisado. Otros ejemplos de este tipo de edificio en la ciudad son la Fábrica de Escuelas, de Francisco Artigas, o el edificio del palacio de Justicia, de Juan Sordo Madaleno (que por cierto perdió también ya los espejos de agua). La zona porticada del edificio, ha ido sucumbiendo con lentitud a la maldición tlatelolca de las rejas-en-todas-partes, quedando en los últimos días rodeada por una ridícula malla ciclónica, colocada con la excusa de que a la torre se le están desprendiendo pedazos de su forro de mármol, que podrían aniquilar con facilidad a algún peatón desprevenido; sin embargo, esta nueva reja, aliviará con seguridad a algún guardia somnoliento con pocos ánimos de lidiar con un indigente (o borracho) que se aproxime demasiado a los cristales del edificio en la madrugada.

3. Edificio de la Secretaría de Salubridad y Asistencia 1926-1929
Carlos Obregón Santacilia

Este espléndido edificio, quizá se encuentra injustamente opacado por la escala de sus vecinos. Cuando me refiero a él en alguna conversación, nunca falta quien confiesa conocer con exactitud dónde se encuentra la Estela de Luz, pero jamás haber visto la citada obra de Santacilia que está precisamente a un costado. A pesar de que se trata de un edificio aplastante y llamativo con sus flamantes puentes de cobre, suele pasar desapercibido; por esto me animé a incluirlo en en esta lista, a pesar de que estuvo a punto de no entrar, pues en la actualidad tiene una reja perimetral que lo separa con celo del espacio público, aunque en la pequeña fotografía que aparece en el libro de arquitectura contemporánea se le ve como caído del cielo en el centro de un solar, que por entonces estaba rodeado de nada. La vertiginosa transformación de esa zona en particular del Paseo de la Reforma, donde ahora se levantan algunos de los rascacielos más altos de la ciudad, hace obvio el porqué de la reja en torno al edificio art déco. Alguna vez, y como muchas veces he hecho en otros edificios, atravesé con paso firme esta reja pensando pasar hasta donde me lo impidieran. No logré llegar ni a la mitad del camino entre la reja y la puerta principal del edificio, cuando fui interceptado por un par de policías, que haciendo gala de su tradicional intransigencia y nula capacidad de escucha, me ordenaron abandonar el sitio, dejando claro que no existía ni una mínima posibilidad de que alguien ajeno al edificio pudiera atravesar ese umbral… Saborearemos el misterio que esconden sus jardines interiores hasta el día en que algún pariente o amigo llegue a ser secretario de salubridad, o sea que quizá nunca.

Continuará…

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]]> Nomadismo digital: Milano y sus torres https://arquine.com/nomadismo-digital-milano-y-sus-torres/ Thu, 06 Apr 2023 17:48:47 +0000 https://arquine.com/?p=77390 Siempre que pienso en Milano resuena en mi cabeza la frase que todos los días se repite en su estación central de trenes; “Milano centrale, Allontanarsi dalla linea gialla”. Milano Centrale es un edificio inaugurado en 1931, siendo la mayor estación de trenes en Europa. Admirada por su carácter, algo masivo, definitivamente fascista; un brutalismo […]

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Siempre que pienso en Milano resuena en mi cabeza la frase que todos los días se repite en su estación central de trenes; “Milano centrale, Allontanarsi dalla linea gialla”. Milano Centrale es un edificio inaugurado en 1931, siendo la mayor estación de trenes en Europa. Admirada por su carácter, algo masivo, definitivamente fascista; un brutalismo italiano. Su fachada tiene 200 metros de ancho y su bóveda 72 metros de altura, algo insólito de la época. Cuenta con 24 andenes y con más de 100 millones de pasajeros que transitan sus pasillos año con año. 

Volví a Milano una vez más, hace 10 años era la ciudad donde prácticamente había terminado la carrera de Arquitectura. Desde adolescente, me obsesioné con la idea de estudiar en Italia, no había razones específicas, sólo quería hacerlo. Cuando se me presentó la oportunidad no dudé un segundo y apliqué. Me decía “Wow, estudiaré en la misma institución de Renzo Piano”… En el momento que llegué a esta ciudad, la aclamada “ciudad de la moda, del diseño”, lo académico pasaba a segundo término. Aún así, logré buenas calificaciones. Inclusive hice un texto académico en italiano sobre la Biblioteca Central de la UNAM, una gran hazaña.  

Mis días en la ciudad, divididos entre las juntas virtuales, pendientes laborales y el paseo, fueron breves pero sustanciales. Visitando los edificios favoritos, las plazas, los lugares para comer, las mejores pizzas, pastas y panzerotto´s. Por supuesto, pasear por Montenapoleone, el quartieri de la moda. En una de mis llamadas laborales me decían: “Pienso que Milano va más contigo que Ciudad de México”. Si, podría ser.

Contrastes: La Torre más fea del mundo y la Torre de oro

Milano tiene 3 de mis edificios favoritos del mundo, un  top ten que luego compartiré.  El duomo, la Torre Velasca y la Fondazione Prada. Tres momentos históricos y magníficos en un mismo territorio urbano; una traza medieval, golpeado por la guerra y las crisis económicas. 

La primera vez que escuché hablar de Torre Velasca fue en las clases de teoría de la UNAM. Este edificio fue la oportunidad de levantar construcciones nuevas en predios que habían sido bombardeados por la guerra. Un edificio de oficinas, locales comerciales y viviendas diseñado por BBPR. Oficina fundada en 1932 por Gian Luigi Banfi (1910-1945), Lodovico Barbiano di Belgiojoso (1909-2004), Enrico Peressutti (1908-1976) y Ernesto Nathan Rogers (1909-1969). Inaugurada en 1958, es una torre que según algunos historiadores pone fin a la era del Movimiento Moderno, otros también dicen que esto sucede cuando Pruitt–Igoe se demuele hacia 1972. Lo que creo, es que nunca hay objetividad en los sucesos culturales y sociales. Mi terapeuta diría “la multiplicidad de historias es lo más rico de la narrativa”. 

Torre Velasca corresponde a conceptos teóricos de Ernesto Nathan Rogers, quién dirigió la revista Casabella de 1953 a 1965. Sus nociones teóricas como “preexistencia”, “ambientazione” (refiriéndose a la relación con el contexto urbano) y “continuidad” pasan a formar parte del debate arquitectónico de la época. El Movimiento Moderno afirmaba la ruptura con el pasado, sin embargo, Rogers creía en los vínculos con ella, para así formular la idea de modernidad entendida como una evolución, más que como una revolución. La silueta urbana de Milano abría diálogos entre sus edificios; la catedral gótica, las ruinas del imperio romano, las torres del Palazzo Sforzesco, Milano Central, la zona de rascacielos de Porta Garibaldi y a lo lejos, en la zona industrial, la torre de oro de Fondazione Prada, un edificio de OMA. 

Inaugurado en 2015, la fondazione es un museo, almacén, laboratorio y zona comercial. La primera vez que la visité, la polémica era el edificio de oro. La haunted house, como es conocida, es un elemento distintivo, frívolo que contrasta con el panorama gris del resto del complejo. En 2018, se inauguró el último elemento, una torre de concreto blanco, sede de más salas expositivas y un restaurante. En el complejo, podemos encontrar el Bar Luce, un espacio diseñado por el director Wes Anderson. Fondazione es un lugar lleno de contrastes y de muchas fantasías. Otro proyecto icónico de Rem Koolhas, sublime, industrial y muy POP. 

Ese día llovió, era domingo y me confié. Me daba miedo arruinar mis tabis Margiela y los accesorios YSL. Protegida por mis ⅛ Takamuras seguí caminando a la estación del metro LODI. Al otro día, amanecí resfriada.

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