Resultados de búsqueda para la etiqueta [crisis climática ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 26 Apr 2024 21:54:21 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 Acapulco Golden (II) https://arquine.com/acapulco-golden-ii/ Wed, 22 Nov 2023 21:03:09 +0000 https://arquine.com/?p=85432 A un mes del impacto de Otis sobre Acapulco ¿Qué se llevó el huracán y qué sigue para la reconstrucción efectiva de este puerto emblemático?

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“We shape our markets, and our markets shape us, to adapt Winston Churchill’s remark about buildings.” (1) 

A un mes del impacto de Otis sobre Acapulco, ¿qué se llevó el huracán? Primero que nada, vidas humanas, irreemplazables e irrepetibles. Luego, el patrimonio de los sobrevivientes, locales o pasajeros, bienes fincados en el tiempo que sólo podrán ser repuestos con más tiempo y, en tercer lugar, plusvalía: en las menos de cinco horas que duró el huracán, se rasuró la plusvalía repartida en el llamado Acapulco tradicional, la franja costera y zonas circundantes, ya muy afectada desde hace más de una década.

Las ciudades funcionan, crecen y prosperan gracias a la plusvalía, que es el motor de la inversión y el trabajo. Bien que nos guste o no, las ciudades son un mercado de suelo y trabajo, mucho antes de ser el crisol de derechos ciudadanos que supone Henri Lefebvre. Sabemos de sobra que no sólo son eso, son mucho más, pero es esa competencia de intercambio de bienes y servicios lo que desde sus orígenes permanece inmutable y les otorga un destino.

Si en Acapulco no se restaura la plusvalía que hoy se encuentra tan deteriorada como sus edificios e infraestructuras, no habrá ningún destino posible para una ciudad que hoy se ve tan vulnerable ante la naturaleza, pero todavía más por la delincuencia, por más fondos o donativos que se le asignen.

En su fascinante libro The Surprising Design of Market Economies, el periodista Alex Marshall —del que extraigo la cita con la que comienza esta entrega sobre Acapulco (cuya primera parte se puede leer aquí)—, compara los mercados con las grandes extensiones de suelo verde en el interior de las ciudades: superficies arboladas, con césped, plantaciones florales, muchas veces con lagos, colinas y senderos que parecen áreas naturales y silvestres, exiliadas de la colonización del asfalto, que en realidad son jardines artificiales, diseñados de manera cuidadosa por paisajistas en páramos con frecuencia áridos y deslucidos.

Con los mercados pasa lo mismo, no existen sino ahí donde son diseñados y construidos. Como los edificios o los parques, los mercados se han de diseñar y edificar, no son productos de generación espontánea, sino finos mecanismos depurados, calculados y manufacturados, y son precisamente esos mercados los que “hacen ciudad”, para insertar aquí esa expresión tan a menudo empleada por arquitectos y diseñadores urbanos.

Tras una larga carrera en el área de la planificación, el urbanista Alain Bertaud llega a la conclusión, desarrollada en su libro Order Without Design, de que no es el diseño urbano, y mucho menos los planes, lo que crea el patrón ocupacional de las ciudades. El orden espacial de las urbes modernas se genera más a partir del influjo del mercado que por una pretendida doxa urbanística, desarticulada de políticas económicas o fiscales, y que sólo conduce a respuestas fragmentarias en el mejor de los casos, fracasadas e inviables la mayoría de las veces: “Markets transmit through prices the information generating the spatial order. When prices are distorted, so is the order generated by markets.” (2)

Al igual que la arquitectura, la improvisación o espontaneidad puede funcionar, y hasta ser deseable para construcciones sencillas y particulares, pero no para estructuras complejas y colectivas que requieren de un proceso de conceptualización, diseño y ejecución para su correcto funcionamiento, seguridad y beneficio.

La construcción de la Autopista del Sol en los 90 le dio una playa muy próxima a la Ciudad de México y al Estado de México, a sólo 4 horas de distancia, pero también trasladó al Puerto su duplicidad clasista: la ciudad de la prosperidad de un lado y la ciudad del precarismo del otro; llevadas al ámbito del turismo, Acapulco Diamante y el Puerto tradicional, divididos por una montaña. A pesar de ello, Otis los igualó en la tragedia, las vidas, el patrimonio y la plusvalía se perdieron por igual de un lado y del otro de la montaña.

La magnitud y carácter del desastre, y la clara vocación del Puerto ofrecen sin embargo una oportunidad inesperada que facilita la reingeniería de los mercados para resarcir en lo posible el patrimonio y la plusvalía, sólo realizable si mantenemos mercados sanos en operación. Por supuesto que habrá a quien esto le parezca escandaloso e inadmisible, pero no es la primera vez que se ha hecho. Nueva York se recuperó de la bancarrota de 1974 con una estrategia económica y, de la misma manera, renació de sus cenizas tras los ataques terroristas del 2001 con la creación de condiciones financieras para invertir en commodities urbanas. El ejemplo más legendario de la historia fue el que se llevó a cabo en París en 1855, ciudad que transitó no sólo con proyectos especializados, sino sobre todo mediante una estrategia financiera.

El caso de Acapulco es único, y al mismo tiempo el más paradigmático. Puede llegar a convertirse en un modelo para la prevención e intervención en las futuras catástrofes a las que el calentamiento global estará sometiendo a nuestros litorales. La reconstrucción de Acapulco no puede consistir únicamente en la restauración de inmuebles privados o el avituallamiento a los afectados más pobres mediante transferencias de dinero en efectivo o despensas, tampoco con proyectos cosméticos de “acupunturistas urbanos (como suelen llamarse), ni con programas de zonificación y usos del suelo, ni con reglamentos prematuros que ya comienzan a plantear cómo se revivirá Acapulco. Todo eso vendrá después, si se quiere. Lo primero será plantear una estrategia para resarcir la plusvalía y rentabilidad.

Los dos factores que lo hacen posible son: las infraestructuras y la propiedad; las inversiones públicas y privadas, que permiten la producción, distribución y consumo de bienes y servicios en un lugar específico, así como los derechos legales, individuales o colectivos sobre la propiedad, para usar o usufructuar cualquier bien tangible o intangible. Cuando alguno de estos falta o es deficiente, la operación de los mercados y su reflejo urbano será deficiente de la misma manera.

Es difícil decir cual debe ir primero o si deben ser simultáneos, rara vez ocurre así, sin embargo, esta dupla es el único antídoto eficaz, no sólo para el restablecimiento del tejido urbano y social en una urbe, sino para el futuro de muchas generaciones. Las tácticas para bajar a ras de suelo esta estrategia deberán ser definidas por especialistas y ciudadanía, pero la estrategia para reactivar la economía debe tener como eje la recuperación de la plusvalía y la reinvención de mercados funcionales, para lo que requieren:

  • Recuperar e incrementar la plusvalía, creando o reclasificando el suelo. Esto, que parece ser mera especulación, puede ser la única respuesta ante la crisis ya que es lo que en las ciudades moviliza el capital y el trabajo. Lejos de pensar que es un asunto privado, tiene implicaciones profundas con lo público y el Estado.
  • Creación de infraestructura eficaz y sostenible: drenajes modernos, plantas de reúso y tratamiento de agua, plantas potabilizadoras, embalses de agua pluvial. Energías limpias como la eólica y solar, o la infraestructura de movilidad, constituyen la mejor garantía para atraer inversiones productivas y financiar políticas públicas de conservación del medio ambiente y ahorro energético.
  • Reciclaje de la propiedad. El gobierno requiere reservas y bancos de suelo para redirigir inversiones y equipamiento, para la reconformación ambiental y rentable del espacio público y privado que enaltezca la belleza y goce del lugar y generen recursos fiscales para la reposición de las condiciones de habitabilidad y del patrimonio perdido, comenzando por lo básico: vivienda, y equipamientos esenciales; hospitales y escuelas, seguido de estrategias turísticas y de entretenimiento de gran alcance.

Una vez superada la emergencia, y antes de comenzar a “reconstruir” Acapulco, el Estado debería diseñar esos mercados que queremos que operen en Acapulco, y no sólo tutelar su regulación o su mantenimiento, sino gestionarlo. Si esto no se entiende en el próximo gobierno que será el encargado de hacer o no hacer algo con la ciudad de Acapulco, no se habrá entendido nada. De mantenerse en la restauración de hoteles y viviendas como estaban, se perderá la gran oportunidad que ofrece la desgracia. Es claro que al mismo tiempo hay que ser cauto y precavido ante externalidades negativas, como desplazamientos excesivos o burbujas inmobiliarias, pero no timoratos para alentar la acción económica como prioridad

Durante los 17 años que duró la gestión del Barón Haussmann, la transformación de París en el siglo XIX se estima que costó cerca de 2.5 billones de francos provenientes de fondos públicos y deuda estatal. Se puede calcular que el gasto final, calculado según la inflación actual, sería del orden de 18 billones de Euros, (3) sin contar con la inversión privada. Parece mucho, y lo es. Se construyeron alrededor de 140 mil kilómetros de calles; 80 mil de drenajes; se plantaron alrededor de 100 mil árboles, se instalaron 32 mil luminarias de gas, se hicieron más de 15 plazas y más de 1 millón de metros cuadrados de parques e infraestructura para la sostenibilidad y rentabilidad, en el más amplio sentido del término.

A la fecha al menos 18 millones de personas visitan París cada año. La división entre los 365 días del año, arroja unos 50 mil visitantes por día. Si suponemos que un turista promedio pueda gastar mínimamente alrededor de 500 euros, en París estarían circulando alrededor de 25 millones de euros a diario, y la derrama anual sería de casi 10 mil millones, lo cual está muy por debajo del flujo real por turismo en la Ciudad que Haussmann reconfiguró; sus cifras proyectaban el doble, un monto arriba de 20 mil millones de euros al año por turismo (4). Es decir, prácticamente la inversión total de las obras en un año. Además, se calculan cerca de 400 mil empleos directos, 18% de la población económicamente activa (PEA) de la ciudad. Por caro que haya sido en su momento, es poco para lo que sigue redituando a París la inversión haussmaniana.

Hasta el muy conocido geógrafo inglés de izquierda David Harvey se ha visto obligado a reconocer los beneficios de esa estrategia: Haussmann se lanzó a dominar estas tensiones (conflictos de clase, propiedad y poder) y, el que acabara dominado por ellas, no menoscaba una genialidad que procedía de la claridad con que vio que, para poder transformar y modernizar la ciudad, había que movilizar nuevas prácticas en la propiedad.(5)

No sólo Walter Benjamin, sino Georg Simmel antes que él, sabía que son la plusvalía y las infraestructuras lo que modela todo lo que de moderno poseemos en nuestras ciudades. Sea para combatirlo, para acogerlo o domesticarlo, el influjo del capital es insoslayable. Cualquier iniciativa para recuperar Acapulco que no tome ello en cuenta estará destinada al fracaso y condenará al Puerto a una decadencia terminal por la ingenuidad o tozudez de sus actores. Si se quiere rediseñar un Acapulco más seguro, resiliente, prodigo y habitable, hay que diseñar primero los mercados que habrán de propiciarlo, y financiar proyectos sostenibles y rentables que produzcan una autentica derrama fiscal, así como reinvertir en la ciudad y la calidad de vida de sus habitantes. Sólo así podrá evitarse la captura del territorio por la delincuencia; son aparentemente sus integrantes los que, en efecto, ya están contemplando cómo recuperar sus mercados.

“It’s not an economy that supports infrastructure (meaning schools, roads, water systems, Social Security, fire protection, libraries, courts, and so on); it’s infrastructure that supports an economy.” (1)

NOTAS:

1. Marshall, Alex; The Surprising Design of Market Economies, University of Texas Press, Austin. 2012.

2. Bertaud, Alain; Order Without Design, MIT Press, Cambridge, Massachusetts. 2018

3. Jordan, David P., Transforming Paris, The Free Press, New York. 1995.

4. Sobre las estadísticas de turismo en París, se puede consultar la siguiente página: https://www.statista.com/topics/6314/tourism-in-paris.

5. Harvey, David, Paris, capital de la modernidad, Akal, Madrid 2006.

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Acapulco Golden (I) https://arquine.com/acapulco-golden/ Thu, 02 Nov 2023 18:07:42 +0000 https://arquine.com/?p=84657 Acapulco ya era una ilusión de lo que fue antes del Huracán Otis, pero su futuro sólo se definirá a partir de las acciones que se tomen después del desastre.

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“México es el peor lugar del mundo para estar durante un periodo de angustia, una especie de Moloch que se alimenta de almas sufrientes […] un lugar para estar fuera de él.”
Malcolm Lowry (1)

 

Ya desde 1969 Paul Ehrlich y John Holdren alertaban sobre el exceso de emisiones de CO2 y el aumento residual del calor generado por los combustibles fósiles que causarían desastres ecológicos por el incremento en la temperatura en la atmósfera y los mares. (2) Ante la desgracia sufrida en Acapulco el pasado 25 de Octubre lo primero que hay que decir, para comenzar a llamar a las cosas por su nombre, es que Otis no fue un fenómeno natural. El huracán que golpeó con esa fuerza letal a la costa mexicana del Pacifico es el resultado del calentamiento global ocasionado por la irresponsabilidad de gobiernos indolentes e industriales codiciosos.

Lo segundo es que el Puerto de Acapulco era ya una ciudad fallida desde la ultima década del siglo XX, y ya anunciaba futuras desgracias. Hoy es una ciudad destruida. La estructura morfológica de la ciudad ha venido distribuyendo a sus habitantes según los ingresos y la topografía propia del sitio: expropiaron el acceso al mar donde se bañan los visitantes, cerca de las franjas costeras se ubicaron los más favorecidos, mientras la población local a su servicio, viven encaramados en la montaña o en los llanos en el llamado anfiteatro y la sabana.

 

Se estima que en Acapulco hay una población fija de 779,566 habitantes, de los cuales 52% son mujeres, y la cuarta parte son menores de 19 años. De ese total, 43% radica en viviendas con 2 dormitorios, y 36% con casas de uno solo; es decir, el 79% de la población de la ciudad habita en viviendas de no más de 2 habitaciones.

Las líneas de aprovisionamiento de agua y la red de drenaje sufrieron un grave deterioro y un déficit acumulado de años de improvisación y abandono que mantienen a la población en una situación de desabasto intermitente, y de riesgo por inundaciones e infecciones latentes agravadas por la actividad sísmica del subsuelo otra vez, un problema que es más notorio en las zonas más pauperizadas, que en el caso del drenaje se revierte vertiendo las miasmas desde las alturas de los cerros, hacinados de pobres, hasta la turística avenida Costera. Hoy se habla de 580 mil personas damnificadas y 7 mil hectáreas de construcciones destruidas o dañadas. Se estima que hay apenas unos 16 mil inmuebles asegurados, y de estos sólo 7 mil lo están contra huracanes. Se contabilizan alrededor de 900 kilómetros de caminos y calles inundados o afectados. (3) Es decir, una ciudad por décadas desbastada, fue devastada el 25 de Octubre de 2023 por emplear un retruécano, lo que no significa que no siguiera siendo un paraíso económico y fiscal para distintos grupos empresariales, partidos políticos y gremios que se dedican al mercado de estupefacientes y trata de personas.

 

Los años 50 y 60 marcaron el esplendor de Acapulco como centro turístico, coincidieron con el momento en el que unos cubanos barbudos vestidos de verde olivo le arrebataban a los estadounidenses su resort favorito en la isla del Caribe, y tuvieron que trasladarse a las costas del Pacífico mexicano para seguir con la fiesta. Sin embargo Acapulco hacía mucho que dejó de ser ese paraíso turístico del jet set internacional al que le cantaba Frank Sinatra en “Come Fly With Me”, o que recibía a Liz Taylor con Tequilas Sunrise.

 

Durante los 80 y 90 se abrieron nuevas opciones turísticas, tanto en el ámbito nacional como internacional, y la oferta acapulqueña cambió. Para entonces Acapulco había sido prácticamente abandonado por los turistas extranjeros, y se convirtió en una periferia más de la Ciudad de México y sus alrededores, acercada por la Autopista del Sol. Los hoteles de playa pasaron del gran turismo al all inclusive, enfocados al mercado nacional de ingresos medios, que mató la vida urbana y comercial de otras escalas y tipologías, al enclaustrar a los visitantes en los complejos hoteleros sin necesidad de “usar” el espacio público exterior. A la par las de mayores ingresos, mudaron sus fines de semana a las playas de Punta Diamante, donde antes se erguía solitario el complejo construido por Paul Getty: el Hotel Princess, en medio de los jardines diseñados por Luis Barragán, a suntuosos condominios de arquitectura soft a lo Miami Beach, que funcionan de igual manera con todas sus amenities indoors, dejando el exterior para el abasto eventual, servicios locales y dealers que reparten estupefacientes.

Ese “renacimiento” del centro turístico, tan querido por los chilangos, detonó una nueva migración rural. No es casualidad que al conjunto construido para relocalizar a los habitantes del llamado anfiteatro le llamaran: Ciudad Renacimiento, “La Rena”, como se le conoce popularmente, donde la población en busca de trabajo comenzó a hacinarse. Así surgieron los nuevos asentamientos: La Colosio, la Zapata y la Sabana, en contraste con Punta Diamante; viviendas de una o dos plantas, muchas autoconstruidas, situadas en algunas de las zonas más violentas, que han colocado al Puerto entre las 10 ciudades más peligrosas del mundo. (4).

 

La imagen de un clavadista volando desde el peñón llamado La Quebrada era una de las imágenes más reproducidas en las tarjetas postales de los años 60. En ese entonces el municipio de Acapulco contaba con 84,720 habitantes y el puerto con 49,149 residentes fijos. Para fines de la década de los 80 ya tenía más de 500 mil, es decir, su población fija creció 6 veces en una extensión de cerca de 80 km2 en el curso de 30 años.

Hoy ese Acapulco dorado de tarjeta postal y luminarias hollywoodenses ya no existe, Otis sólo lo puso en evidencia lo que hace mucho sólo existía en la memoria de muchos de nosotros que aprendimos a ver y admirar el mar en sus playas.

La reconstrucción tomará tiempo, la forma en la que se encare esa historia en dos episodios, el antes y después de Otis, marcará el futuro de Acapulco: la reconstrucción de los hoteles y condominios afectados como estaban y más acciones improvisadas, realizadas al vapor para apaciguar de manera momentánea a los damnificados y causar el impacto electoral que requiere la coyuntura política, solo retrasará un poco la debacle definitiva. Ya se intentó recuperar en 1997 el Acapulco tradicional sin un plan estratégico, que solo acabó en intervenciones cosméticas que en nada alteraron el déficit urbano que no merece la ciudad. La infraestructura permaneció igual: en ruinas. El transporte público quedó en manos de corporaciones amafiadas con el poder y, para colmo, en fechas recientes se canceló el Fondo Nacional para Desastres Naturales (Fonden), que no sólo estaba constituido por fondos para contingencias, sino que era un mecanismo para su gestión, ejercicio y control.

Postes eléctricos derribadas por el huracán Otis, que azotó Acapulco el 27 de octubre de 2023.  Foto: AP Photo / Felix Marquez.

 

Una vez superada la etapa de emergencia, la rehabilitación del Puerto de Acapulco debería tomar el tiempo adecuado. Acapulco tendrá que ser parte de la agenda electoral para 2024 pues trascenderá esta administración y quizá a la que sigue. Habrá que inyectarle recursos —y muchos— públicos y privados, adquirir o expropiar suelo de calidad para utilidad pública, establecer un programa de estímulos fiscales, crear una agencia de gestión metropolitana para ejecutar la recuperación mediante proyectos integrales, razonados, conciliados con los distintos actores sociales, y con la población directamente afectada, así como administrar y asignar los recursos de manera eficaz y democrática mediante concursos y licitaciones abiertas.

Será necesario recuperar la infraestructura turística como la principal generadora de empleo, pero si en verdad se quiere un futuro sostenido para la ciudad debe evitarse la dependencia de una sola fuente de ingresos. Detroit, en Estados Unidos, sucumbió cuando se fugó la industria automotriz que mantenía a la ciudad. En Acapulco la utilidad del suelo tendría que ser recalificada y revalorada, así como tendrá que enmendarse la estructura hídrica, de vivienda, y los equipamientos y su movilidad, con un enfoque hacia la sostenibilidad y viabilidad integral de la ciudad.

Johnny Weismuller, el actor que le dio vida al Tarzán más famoso del cine, fue campeón de natación y waterpolo, estrella de la época dorada de Hollywood. Acabó su vida decaído en su hotel de Acapulco: Los Flamingos, justo enfrente de la Isla Roqueta. El inmueble ya estaba en franca decadencia cuando su dueño cayó enfermo y con delirios psicóticos, emulando el alarido que le hizo famoso en las pantallas, imagen poderosa y sugerente de un pasado glorioso, convertido en un presente decadente, delirante y muy triste.

La segunda parte de esta columna se puede leer aquí.

Referencias:

(1) Jorge Ruffinelli: “El viaje que nunca termina”: Malcom Lowry en México, disponible en .cdigital.uv.mx
(2): Ver Alan Weisman: La cuenta atrás; Penguin Random House, 2014, Barcelona.
(3): Elias Camahi; El País, 30 de octubre de 2023.
(4): World-statistics.org

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Atender la crisis climática implica recomponer los espacios que habitamos. Conversación con Francisco Serratos https://arquine.com/atender-la-crisis-climatica-implica-recomponer-los-espacios-que-habitamos-conversacion-con-francisco-serratos/ Wed, 26 Oct 2022 06:10:56 +0000 https://arquine.com/?p=70765 La arquitectura es una disciplina que tiene el mayor reto ante la crisis climática porque es la que ataja el peor de los retos por venir: el crecimiento de los océanos, el transporte público y el diseño de ciudades sustentables.

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Francisco Serratos, licenciado en Literatura por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y maestro por la New Mexico State University, es ensayista, crítico y editor.

Christian Mendoza: En tu libro El Capitaloceno. Una crisis radical de la crisis climática (UNAM-Festina, 2020), mencionas que, “para entender la relación entre extinción y sociedad”, se tiene que hablar “de la división entre naturaleza y sociedad”. La ciencia, la economía y la arquitectura, han pensado desde hace milenios que la naturaleza es un recurso que debe servir a la civilización. ¿Puedes precisar qué es el Capitaloceno y cómo se distingue del Antropoceno?

Francisco Serratos: El Antropoceno es ya es un concepto asimilado en la cultura popular. Se ha popularizado precisamente por los reportes sobre la crisis climática y sus consecuencias. Sin embargo, a la gente le da mucha curiosidad el sentido de ese concepto. Yo no creo que el Antropoceno sea algo opuesto al Capitaloceno. Simplemente, son dos tipos de discursos que intentan crear una narración o argumentación sobre lo que estamos viviendo, sobre causas y consecuencias y sobre culpables y víctimas. Estamos viviendo una batalla de narraciones ideológicas sobre cómo llegamos hasta aquí y sobre cómo vamos a salir. El Antropoceno surge como un concepto digamos científico, pero a veces los científicos no tienen formación humanística o sociológica. Generan conceptos y los sueltan sin ser conscientes de cómo tiene una repercusión en los social y lo político. La pandemia es un ejemplo de los usos políticos que se le puede dar a una enfermedad y a una crisis. El concepto de Antropoceno, curiosamente, se plantea por primera vez en México, aunque ya tiene una larga trayectoria desde que comenzó la Revolución Industrial. El concepto es nombrado en un congreso celebrado en Cuernavaca gracias al climatólogo Paul Crutzen. Cuando uno se va a la raíz del Antropoceno —la era de la humanidad— se esconden muchas causas ideológicas de la crisis climática. A partir de entonces se empieza a cuestionar si somos todos los seres humanos quienes estamos destruyendo del mismo modo el planeta, si es nuestra naturaleza destruir los ecosistemas que sustentan nuestra vida o si son los sistemas políticos y económicos los que determinan la manera en que nos relacionamos con la naturaleza, con nuestro entorno. Ahí es cuando surge el Capitaloceno como una contranarrativa del Antropoceno. El Capitaloceno trata de redirigir la atención no hacia la humanidad en abstracto, como la culpable de lo que estamos viviendo, sino a condiciones históricas específicas. En el discurso político seguimos insistiendo en que no somos los humanos en tanto humanos quienes destruimos el planeta, sino los humanos actuando dentro de un sistema económico que nos lleva a relacionarnos con la naturaleza de manera destructiva. El concepto de Capitaloceno es un argumento histórico, social, político y económico sobre la crisis climática, sobre sus causas, efectos y, sobre todo, sobre nuestro futuro como especie de este planeta. 

CM: Hay quienes piensan que el cambio climático empezó con la conquista de América. ¿Cómo incluyes esta otra versión que habla sobre la conquista del territorio como una modificación climática?

FS: Yo partiría desde mucho más atrás. Las primeras víctimas del capitalismo fueron los mismos europeos. Las élites fueron agotando poco a poco las maneras de acumular riqueza y fue lo que los obligó a tener que navegar hacia otros territorios para encontrar nuevas rutas de comercio para que esas élites pudieran seguir enriqueciéndose. Entre 1350 y 1500 fue una época dorada del proletariado. Debido a muchos eventos climáticos y ambientales, como la peste bubónica que mató a miles y el comienzo de la Pequeña Edad de Hielo, no había campesinos suficientes para trabajar la tierra. Se organizaron para exigir mejores condiciones laborales y menos impuestos. Como el clima se estaba enfriando, los campos europeos ya no eran tan productivos. Esto les dio ventaja a los campesinos para negociar con los señores feudales. No será sino hasta la llegada del capitalismo que este campesinado sufrirá lo que Silvia Federici llama un proceso de desacumulación crónica. A partir de la llegada del capitalismo, estos campesinos van a perder muchos privilegios que habían ganado organizándose y la conquista de América les dará a aquellas élites una manera para no depender tanto de esos campesinos, al contar ahora con un continente lleno de gente, de recursos minerales baratos para explotar, lo que les permitió continuar con el proceso de acumulación. La misma Federici dice que la llegada del capitalismo produjo una miseria como no se había visto en la historia de la humanidad. La conquista es un gran capítulo en la historia del Capitaloceno porque fue la fundación del sistema que hoy vivimos: la explotación de la naturaleza y de la gente. No se puede separar una de la otra. Para sobrevivir, el capitalismo no puede pagar justamente por esos recursos, no sería sostenible como un sistema económico.

CM: ¿Cómo crees que esto tiene repercusiones en el territorio, el paisaje, las ciudades e, incluso, la arquitectura? 

FS: El capitalismo es una forma de organizar la naturaleza, además de que plantea la creación de los espacios que habitamos. Creo que la arquitectura es una disciplina que tiene el mayor reto ante la crisis climática porque es la que ataja el peor de los retos por venir: el crecimiento de los océanos, el transporte público y el diseño de ciudades sustentables. En la medida en que se calientan y se expanden los océanos, hay ciudades que están en riesgo de desaparecer. Durante el siglo XX Tokio se hundió cuatro metros, sólo por poner un ejemplo. Algunas otras ciudades, como Shanghái o Hong Kong, corren un riesgo similar. En Indonesia, la capital se mudó de Yakarta, ciudad con unos 10 millones de habitantes, debido, entre otras cosas, a la velocidad con la que se está hundiendo. En ese sentido, los espacios que habitamos hoy, sobre todo desde la implementación del neoliberalismo, se han convertido no en espacios para vivir y generar bienestar sino en espacios de especulación financiera. No hablo solamente de ciudades, sino también, por ejemplo, de bosques, a los que se le asigna un precio para ser conservados o explotados. Nosotros, como habitantes de esos espacios —aunque en realidad somos cohabitantes, ya que convivimos con animales no-humanos y plantas— nos volvemos simplemente inversores y consumidores de ese espacio. Si hablamos solamente de las ciudades, la cosa se pone un poco más grave. Con la algoritmización de las ciudades, el espacio público se disecciona para obtener ganancias. Los espacios se construyen y se diseñan en esos términos. Ulrich Brand y Markus Wissen dicen que los espacios urbanos son lugares pensados para construir lo que llaman “el modo de vida imperial”, un estilo de vida basado en zonas de sacrificio humano y no-humano. Como complemento a esta idea, el geógrafo Gray Brechin da una definición de ciudad como una mina invertida y estudia la construcción de San Francisco, ciudad fue creando en las periferias zonas de sacrificio ambiental. Las ciudades consumen demasiados materiales y lo peor de todo es que construyen y se expanden, pero quienes resultan beneficiados por estos nuevos espacios son una minoría. Otro caso es China, que es el mayor consumidor de concreto y materiales de construcción en el mundo. A mitad de siglo, cuando llega el Partido Comunista al poder, tenía nada más 69 ciudades. Hoy tiene 658 y se planean construir en las siguientes décadas cincuenta mil rascacielos sumados a los que ya existen. ¿De dónde va a salir ese material? Probablemente del Sur Global. Hay que recordar que en 2021 se anunció que, por primera vez en la historia de la humanidad, la masa antropogénica ha superado la biomasa del planeta. Ya hay más cosas manufacturadas por humanos que vida animal y vegetal en términos de masa. La mayoría de esta masa antropogénica es puro concreto. ¿Qué quiere decir esto? Que las ciudades, por la manera en la que se han diseñado, son grandes responsables de la crisis climática y recalco que esto beneficia a una minoría. Solucionar la crisis climática implica solucionar esa desigualdad y, por lo tanto, recomponer los espacios que habitamos. 

CM: Mckenzie Wark dice que es irónico que las arquitecturas que más se producen son las arquitecturas de la frontera. ¿Crees que esta vigilancia geopolítica modifique la manera en la que vivimos en las ciudades?

FS: Pienso en el ejemplo de Israel y Estados Unidos porque trabajan juntos en un mismo proyecto, que es la contrucción de fronteras. Recuerdo una frase que me gustó: la crisis climática va a “palestinizar” el mundo, en el sentido de que va a generar la construcción de muros para contener las masas migratorias causadas por eventos climáticos, algo que ya estamos viendo, digamos, con los migrantes de Haití. Estados Unidos concibe la crisis climática como una cuestión no humanitaria sino de defensa nacional. Ellos se están preparando de esa manera. También Europa está construyendo ese tipo de muros en el mediterráneo para controlar la migración de muchas personas de África que huyen de sequías intensas, de eventos climáticos extremos. Ante esto, hay que recordar que los países del Norte Global son responsables de casi el 80 por ciento de las emisiones históricas, sin olvidar que han agravado las ecologías en otros países con el extractivismo. Y en lugar de resarcir, lo que van a hacer es amurallarse pensando que así pueden aminorar los peligros que se avecinan: construyendo espacios urbanos y no urbanos donde la vigilancia y el control dominan nuestra vida cotidiana.

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Vivienda sustentable en México: ¿realidad o utopía? https://arquine.com/vivienda-sustentable-en-mexico-realidad-o-utopia/ Fri, 26 Aug 2022 06:00:49 +0000 https://arquine.com/?p=67533 La colectiva Mexicanas Frente al Cambio Climático analiza las condiciones que debe tener la vivienda en México para ser verdaderamente sustentable.

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Este texto fue publicado primero en Revista Este País

La vivienda es una necesidad humana desde tiempos remotos, provee refugio ante las condiciones externas, pero también es un espacio para la recreación social. Sin embargo, la demanda por un lugar dónde vivir ha incrementado debido al crecimiento exponencial de la población, convirtiendo esta necesidad en una amenaza para los espacios que habitamos, alejándonos del equilibrio esencial entre humanidad y naturaleza.

De acuerdo con un estudio de la Agencia Internacional de Energía (IEA, 2008), las ciudades son las responsables de entre 60 y 80% de la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI). Por ello, juegan un papel fundamental para mitigar las emisiones y adoptar estrategias de adaptación al cambio climático. Por ejemplo, en México el sector vivienda consume alrededor de 19% de la energía producida, y junto con los sectores comercio, servicios y público, acumulan 23% del uso energético.

La crisis ambiental actual nos ha obligado a replantearnos la manera en la que vivimos y alteramos nuestro hábitat. A nivel global el sector de la construcción contribuye al 23% de la contaminación atmosférica, 40% de la contaminación de agua potable, y 50% de los residuos en vertederos. Tan sólo en nuestro país la demanda actual de vivienda nueva rebasa las 200 mil unidades anuales (Consejo Nacional de Población). Existe la necesidad de satisfacer esta demanda de una manera sustentable, incorporando elementos de alta eficiencia energética, y por tanto capaces de abatir las emisiones de GEI. Por esta razón es más que urgente tomar decisiones que nos lleven a la construcción de edificaciones con un menor impacto ambiental, por decirlo de otra manera, a construir de manera sustentable.

La construcción sustentable se define como “un sistema constructivo que promueve alteraciones conscientes en el entorno, atendiendo las necesidades de habitación y uso de espacios, preservando el medioambiente y los recursos naturales, y garantizando la calidad de vida para las generaciones actuales y futuras”. Para que esto se lleve a cabo, se necesita elegir de manera rigurosa los materiales, las técnicas y las tecnologías para que se combinen en formas innovadoras. Este tipo de construcciones son desarrolladas mediante diferentes métodos de arquitectura sustentable, algunos utilizados desde tiempos ancestrales. Su desarrollo incluye la planificación del proyecto, el manejo de los desechos, el uso de la vivienda y su mantenimiento. Entre los métodos más importantes se encuentran:

  • La arquitectura biomimética, la cual, inspirándose en la naturaleza, busca soluciones en los sistemas vivos para adaptarse a las condiciones externas, con la ventaja de ofrecer una mayor eficiencia energética.
  • La arquitectura bioclimática, que busca aprovechar al máximo las condiciones geográficas y climáticas del lugar. Incluyendo el aprovechamiento de luz solar, la disposición de agua, la vegetación presente, la altura, entre otras.
  • La bioconstrucción, que utiliza materiales naturales, como: barro, arcilla, fibras de madera, lana, etc., o la incorporación de nuevos materiales que sean reciclables, no agresivos con la naturaleza, o de bajo impacto en la construcción. Preferentemente aprovechando los recursos de la región y considerando las características de esta. Dentro de sus ventajas más notables está la reducción de contaminantes en diferentes etapas de la construcción. Además de que se evita la exposición a materiales tóxicos que puedan afectar la salud.

Por otro lado, los dispositivos promovidos en la construcción sustentable son variados: se incluyen aquellos orientados a reducir el consumo de electricidad y combustible como materiales térmicos, ventilación cruzada, chimeneas de calor, aislamiento térmico, equipos de aire acondicionado de alta eficiencia o bajo consumo y focos ahorradores. Figuran también aquellos que permiten el uso de energías alternativas, como los calentadores solares de agua y los sistemas fotovoltaicos. Por último, están los destinados a reducir el consumo de agua potable como los microsistemas para tratamiento de aguas grises, sanitarios ecológicos (con sistema dual), grifos, regaderas o válvulas con dispositivo ahorrador y cisternas para la captación, almacenamiento y reúso de aguas pluviales.

Para asegurarse que estas y otras técnicas se lleven a cabo adecuadamente, existen regulaciones sobre vivienda sustentable en México de diversos niveles normativos. Entre las más importantes destacan leyes y reglamentos federales, normas oficiales mexicanas, programas nacionales, regionales y locales de política pública, instrumentos económicos y de política, como las Acciones Nacionalmente Apropiadas de Mitigación (NAMAs) y la Hipoteca Verde del INFONAVIT, así como estándares internacionales, como la certificación LEED (Leadership in Energy and Environmental Design Certification).

Actualmente, la regulación vigente de más alto nivel en nuestro país es la Ley de Vivienda de 2006, que ha sido reformada en 2014 y 2019 para incluir una definición de vivienda sustentable relativa a la procuración del aprovechamiento y explotación racional de los recursos naturales y el respeto al medio ambiente en las acciones de suelo y vivienda. Entre sus criterios están considerados los de la prevención de desastres, la eficiencia energética y la utilización de productos que eviten afluentes y emisiones. Por otra parte, entre las normas oficiales mexicanas —también conocidas como NOMs— más relevantes en el tema, está la NMX-AA-164-SCF1-2013 que habla sobre la Edificación Sustentable. Esta normativa específica los requerimientos para una edificación sustentable durante el diseño, la construcción, la operación, el mantenimiento, la demolición y la remodelación, renovación o reacondicionamiento del edificio. Sin embargo, es de aplicación voluntaria.

El problema es que el cumplimiento de las normas no resulta rentable para las empresas e implica una carga significativa sobre el ingreso disponible de las familias. Por lo cual, existen algunos programas que incentivan la vivienda sustentable en México como son la Hipoteca Verde, a cargo del INFONAVIT y los Programas de Vivienda Sustentable (PVS): EcoCasa, NAMA, RENTA y URBA, a cargo de la Sociedad Hipotecaria Federal.

Hipoteca Verde es un monto añadido a los créditos de vivienda para disminuir el consumo de agua, luz y gas mediante el uso de alguna “ecotecnología”. Así, todas las viviendas que se compren, construyan, amplíen o remodelen con un crédito del INFONAVIT, deben contar o ser equipadas con estas. Por otro lado, en 2013, la Sociedad Hipotecaria Federal comenzó a operar los PVS para contribuir en la reducción de emisiones globales relacionadas con el sector residencial, otorgando financiamiento a desarrolladores para la construcción de viviendas eficientes con estándares de sustentabilidad y confort. De los cuatro PVS, EcoCasa es el más consolidado y tiene por objetivo alcanzar desde un 20% hasta el más alto porcentaje de reducción de emisiones de CO2 en cada proyecto. Este integra criterios de sustentabilidad a través de cuatro herramientas que evalúan la Eficiencia Energética (DEEVi), Consumo de Agua (SAAVi), Entorno Urbano (HEEVi) y la Huella de Carbono de los materiales, basándose en el “Desempeño Integral de la Vivienda”.

Finalmente, el Programa Nacional de Vivienda 2021-2024 recupera los siete elementos de la vivienda adecuada enunciados por ONU-Habitat, los cuales están en sintonía con los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) y la Nueva Agenda Urbana, promoviendo la vivienda sustentable.

El rezago habitacional es un determinante básico para la aplicación de medidas ambientales porque atiende aspectos como estándares de hacinamiento, deterioro de la vivienda y calidad de los materiales de construcción; algunos de los principales obstáculos para la instalación de algunos dispositivos como paneles solares, cisternas para la reutilización de aguas grises o aprovechamiento de energías alternativas. A estos indicadores de rezago habitacional, se suman otros dos aspectos relevantes: la calidad de los materiales y el diseño. Y es que la mayoría de las construcciones de vivienda en México se han realizado por albañil o maestro de obras, o algún miembro del hogar, y solo 2% ha contratado una empresa constructora. Esto supone cierto grado de fragilidad estructural en el caso de la vivienda autoconstruida sin dirección de servicios especializados, ya que los tomadores de decisiones son las familias, lo cual obliga a entender su lógica y motivaciones para enfrentar sus necesidades habitacionales sin atender la eficiencia energética y la provisión de servicios básicos. En el caso de los fraccionamientos, su principal problema es que han sido construidos en las afueras de las ciudades, incrementando sus emisiones por transporte.

La sustentabilidad puede alcanzarse si se enfoca en las mejoras en el uso de los recursos, la reutilización de residuos, si promueve el cuidado del medioambiente y estimula la utilización de tecnologías alternativas más eficientes que optimicen y disminuyan los recursos naturales como el consumo de agua, electricidad y gas para mitigar las emisiones. Sin embargo, aún existen muchas necesidades básicas por cubrir y lograr esta transición. Una brecha de oportunidad es rescatar los diseños tradicionales con materiales autóctonos y la bioconstrucción como alternativas viables para la producción de vivienda en el país, tanto autoconstruida como comercial. Otra alternativa es la adaptación, para disminuir los efectos ocasionados por el cambio climático y retomar los principios de vivienda adecuada enunciados por ONU-Habitat ayudando a que las viviendas aparte de ser autosustentables, tengan acceso a servicios de calidad y prácticas culturales congruentes.


Referencias

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Mesa sobre crisis climática ​ https://arquine.com/evento/mesa-sobre-crisis-climatica/ Mon, 11 Jul 2022 02:01:33 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/?post_type=evento&p=65560  ¿Cuál es o debe ser el papel que juegue la imaginación arquitectónica frente a la crisis climática que enfrentamos?

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A finales del 2021 Rebecca Solnit iniciaba una columna en The Guardian diciendo: “El mundo está llegando a su fin y depende de nosotros cómo terminará y qué vendrá después.” Pese al inicio, el título del ensayo era “Diez maneras de confrontar la crisis climática sin perder la esperanza.” Solnit afirmaba que hoy estamos obligados a rehacer el mundo y que, por tanto, podemos intentar hacerlo mejor. Más adelante, en la sexta de las diez maneras, Solnit decía que “en la raíz de esta crisis hay una triste falla de la imaginación. Una inhabilidad para percibir tanto lo terrible como lo maravilloso. Una inhabilidad para imaginar cómo todas estas cosas están conectadas.” Sin tener la exclusividad de ese tipo de imaginación, la arquitectura ha reclamado para sí la capacidad de conectar saberes y materias dispares para ensamblar un objeto complejo. Imaginar otros mundos posibles también ha sido una tarea que ha asumido la arquitectura, sin olvidar que la ciudad de concreto que tiene al automóvil como centro y cuyos efectos y defectos hoy padecemos, también fue en su momento una utopía arquitectónica. ¿Cuál es o debe ser el papel que juegue la imaginación arquitectónica frente a la crisis climática que enfrentamos?

​Participan: ​Luis Zambrano | Ana María Durán | Iñáki Alday | Iñaki Ábalos | Elena Tudela

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Arquine No.100 https://arquine.com/arquine-no-100/ Tue, 31 May 2022 18:48:44 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquine-no-100/ Hace 25 años publicamos el primer número de la revista Arquine. Desde entonces, con una edición puntualmente trimestral, hemos construido cultura arquitectónica desde México.

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Hace 25 años publicamos el primer número de la revista Arquine. Desde entonces, con una edición puntualmente trimestral, hemos construido cultura arquitectónica desde México. Como apuntaba en el primer texto editorial, teníamos “la vocación de dar a conocer nuevas propuestas arquitectónicas de calidad en Latinoamérica, así como las arquitecturas más interesantes de la comunidad internacional.” Añadía que “la revista Arquine es un proyecto hecho de proyectos. Es un instrumento de información y también un transmisor de ideas y opiniones. Es un canalizador de nuevas propuestas capaces de estimular el análisis, el conocimiento y la creatividad de la cultura arquitectónica internacional.” Describíamos cómo publicaríamos los proyectos privilegiando la calidad; identificábamos a nuestros potenciales lectores y reivindicábamos el derecho a opinar con columnas de autor. También, en esa primera edición, enumerábamos las secciones que estructurarían las páginas impresas y que mantuvimos en los siguientes números. En ese lejano septiembre de 1997 incluimos tres obras de López Baz y Calleja y otras tres de Waro Kishi. Cada decisión era un manifiesto de lo que queríamos ser y, con un impecable despacho mexicano y otro japonés, —creíamos— quedaba claro el rumbo que nos habíamos propuesto. De las cuatro secciones —Actual, Arquitectos y Obras, Análisis y Escuela—, la tercera fue una apuesta por el rigor académico y por la investigación. Un ensayo de Víctor Jiménez, autor de los recién restaurados estudios de Diego Rivera y Frida Kahlo, ponía la primera piedra en el reconocimiento a la modernidad temprana mexicana. En la primera sección, un texto de Ernesto Betancourt, socio fundador de Arquine, rompía lanzas en favor del proyecto de la frustrada Torre Cuicuilco de su mentor Teodoro González de León. También se estrenaron Jose Castillo y Bernardo Gómez-Pimienta, en aras de la pluralidad de opiniones. Y no menos anecdótica, tuvimos la portadilla en la página uno donde, en clave leonardodavinchesca, se podía leer al revés el borrador del índice manuscrito. El diseño de la revista fue una aventura emocionante que nos obligó a revisar todas las publicaciones de aquellos años —que diseccionábamos los hemerotecarios— y estuvo a cargo del Taller de Comunicación Gráfica (Patricia Cué, Uziel Karp y Estela Robles) con quienes hicimos nuestra la tipografía Avenir. Pero la historia de Arquine se remontaba a un par de años antes. Por un lado, al antecedente editorial que publicaban Enrique Norten, Isaac Broid, Humberto Ricalde y Alberto Kalach, con la participación de Adriana León. La revista A —por arquitectura— que, como toda revista religiosa, salía cuando dios quería, reflejaba el esfuerzo, los intereses y los proyectos de sus fundadores y sus conexiones internacionales. Con gran generosidad, a los pocos meses de que llegué a México, me aceptaron como parte del equipo y me apliqué en aportar saberes y trabajo por el justo trueque de tener asegurada una cena de pan y quesos casi cada lunes, que no era poco para un recién emigrado a un país pasmado tras la crisis de 1994. La revista A desapareció por inanición y fue la primera vez que me percaté de que, en México, más que muertos hay desaparecidos. Por otro lado, mi primera participación internacional en el evento masivo de la UIA 1996 en Barcelona, donde fue el baño de masas de Peter Eisenman pertrechado de la camiseta del Barça, me permitió acercarme a otros editores de revistas —Luis Fernández-Galiano de Arquitectura Viva, Mónica Gili de 2G, Vittorio Magnago Lampugnani de Domus y Francesco Dal Co, director entrante en Casabella—. Todos ellos fueron muy alentadores e inspiradores para el proyecto, todavía ignoto, de Arquine. En pocos meses, iluso y entusiasta, logré convencer a los amigos que se convertirían en socios fundadores que siguen conformando el consejo de administración hasta el día de hoy: Ernesto Betancourt, Gilberto Borja, Isaac Broid, Bernardo Gómez-Pimienta, Enrique Norten y Manuel Novodzelsky. Sin capital suficiente para poder imprimir los tres mil ejemplares del número uno, ni contactos con la industria de la construcción, pero con la osadía que da el hambre y la confianza en un proyecto singular, me entregué a la ardua tarea de vender publicidad, armado de paciencia y sonrisas frescas después de pasar horas en salas de espera. El número 2 no podía desviarse del rumbo prometido y los arquitectos publicados fueron Teodoro González de León que, a partir de entonces, sería un exigente mentor; Mathias Klotz de Chile, con el que años después publicaría dos monografías —una para Electa Editrice y otra de Arquine— y el extraordinario panorama de la arquitectura chilena que reunía Blanca Montaña. Dino del Cueto —que ya era autoridad en el tema— publicó el ensayo “Félix Candela, el mago de los cascarones de concreto”. Alejandro Hernández Gálvez, actual director editorial, escribió su primer texto en este número, junto a los de Isaac Broid y Humberto Ricalde. Con ellos se iría conformando un equipo informal de redacción. Además, en esta segunda edición publicamos un póster con las plantas de las obras más destacadas de González de León. Con el número tres dimos otra vuelta de tuerca y fue el primer número temático, dedicado a la arquitectura brasileña. Así, quedaba claro hacia dónde mirábamos y que no queríamos ser como tantas extintas publicaciones latinoamericanas que delataban su afán por ser francesas o norteamericanas. El texto editorial —por primera y única vez— no lo redacté personalmente, sino que lo escribió Ruth Verde Zein, curadora del contenido. El Análisis sobre la casa de Oscar Niemeyer estuvo a cargo de Carlos Eduardo Días Comas quien, junto a Ruth, sumaban dos extraordinarios autores brasileños que reforzaban nuestros primeros pasos. Un primer análisis de la realidad local me permitió exponer las obras recientes de Javier Sánchez en la Condesa, lo que sería un tema recurrente en los siguientes años. Arquine 4 se convirtió en pocos años en un número de culto. Agotado precozmente, el contenido incluía unas casas extraordinarias de Alberto Kalach (todavía con Daniel Álvarez) y otras de Tod Williams y Billie Tsien. Humberto Ricalde se explayó en su lectura del trabajo de Mathias Goeritz en el Museo Experimental el Eco y, celebrando los 100 años del natalicio de Alvar Aalto, ya reivindicábamos la importancia del proceso arquitectónico. En mi mejor estilo de aquellos años, “para ganar amigos” escribí un artículo sobre la arquitectura regiomontana del que sólo se salvaban tres arquitectos: Agustín Landa de la Ciudad de México, el suizo Alexandre Lenoir y el tejano James Mayaux. A su vez, Alejandro Hernández Gálvez estrenó su agudeza, que se acrecentaría con los años, para diseccionar la obra de Barragán. Con el primer aniversario, convocamos el primero concurso de Arquine, el cual sigue vigente, aún cuando por entonces se trataba de una competencia de ideas. Aquella edición invitaba a proponer activaciones para los estudios de Diego y Frida. No perdí la oportunidad de opinar, sin permiso, sobre un “mal” concurso privado, levantando asperezas sin necesidad, con efectos devastadores, ya que se canceló el resultado como consecuencia de tan desafortunada provocación. Con la revista siguiente iniciamos un número monográfico sobre casas mexicanas que se repetiría años después al ser el contenido más vendido. Obras de Isaac Broid, Enrique Norten o Mauricio Rocha, entre otros, iniciarían un seguimiento constante a sus respectivas trayectorias. Mi ensayo sobre nueve residencias de Abraham Zabludovsky sería el presagio del primer libro de Arquine, que llegaría dos años después. Colaboraciones de Ignasi Solà-Morales, Sara Topelson o François Chaslin —director por entonces de L’Architecture d’Aujourd’hui— reflejaban el empeño por incluir destacadas notas de autor. Con el número 7 sufrimos un descalabro. El despacho mexicano que íbamos a publicar adelantó el contenido a otra revista de la época y, entre indignación, celo y urgencia, corrimos a reemplazarlo con los proyectos más recientes de Javier Sánchez, despacho en plena efervescencia, junto con la obra del argentino Mariano Clusellas. Un interesante análisis compositivo de la obra de Barragán en su propia casa, a cargo de Axel Arañó, y un trabajo académico sobre la Ciudad Lacustre dirigido por Alberto Kalach con estudiantes de la UNAM y Harvard, sentaban las bases de dos temas recurrentes. A éste, le siguió un número con el trabajo del despacho mexicano de Martín Gutiérrez y el chileno Smiljan Radic. Además, publicamos los proyectos ganadores del primer concurso de Arquine, en el que los galardonados fueron Emmanuel Ramírez y Diego Ricalde, quienes años después fundarían el despacho MMX. No siempre fue fácil contar con colaboradores de calidad, por lo que en este número apareció una enigmática Manuela Salas, que bien pudiera haber sido un alter ego del editor —y un homenaje a sus respectivas abuelas—. El tercer año, con el número nueve, se estrenaba una arcaica versión digital de arquine.com para incluir más información en formatos elásticos que permitían las reacciones de los lectores. Se incluyeron las obras recientes de Isaac Broid y de Michael Rotondi; Jose Castillo nos llevaba por la casa que proyectó John Lautner en Acapulco y anunciábamos el 2º Concurso Arquine. Con el número diez, reunimos diez obras de interiorismo, una disciplina que siempre nos ha costado contarla sin que resbale hacia las socorridas revistas de estilo y vida. En este número y el siguiente anunciábamos el primer Congreso Arquine, que llegó para quedarse como uno de los encuentros anuales más destacados de arquitectura. Además, publicamos extensamente dos casas: una de Kalach y otra de Gómez-Pimienta, con todo lujo de detalles. En el verano del 2000 rompimos un tabú publicando un proyecto de Ricardo Legorreta, que hasta entonces habíamos evitado. El uso del color y cualquier resonancia barraganiana estaba excluida de la arquitectura mexicana de nuestra generación; sobre todo, en aquellos arquitectos que iniciaron la revista que precedió a Arquine. Con el número 13, recorrimos América, de norte a sur, con obras de Marlon Blackwell, Alfredo Hidalgo+Diego Vergara y Gerardo Caballero, y revisamos en el dossier el extraordinario legado de Francisco Artigas.

Asumimos riesgos con una portada con una imagen girada y en blanco y negro. No hubo ni quejas ni elogios, así que seguimos navegando y publicando a ciegas. Procedimos con un número “seguro” con obras de Teodoro González de León y Francisco Serrano, y apareció una nueva sección de Lecturas, resultado de la incorporación de Alejandro Hernández Gálvez como Jefe de Redacción. Con el número 15, mediante las obras de Enrique Norten y Ábalos & Herreros, ya hablamos de “las tersas texturas evanescentes de las pieles”. Además, Humberto Ricalde publicó un notable ensayo sobre la modernidad de don Augusto H. Álvarez. En verano del 2001 las protagonistas fueron las casas de playa; en otoño, los espacios para educar. La portada estuvo virada en negativo. No faltaron destacados colaboradores como Francisco Liernur, Fernanda Canales, Iñaki Ábalos, Carlos Eduardo Días Comas, Enrique X. de Anda, Richard Ingersoll, Federica Zanco, Josep María Montaner o Luis Fernández-Galiano. La portada del número 19 fue doble: coincidieron obras de Adrià+ Broid+Rojkind (quienes fueron Premio Cemex de ese año) y de Gilberto Borja, ambos socios fundadores de la revista, forzando una portada salomónica. Cada vez, quedaba más claro el interés editorial de Arquine, reportando las obras recientes de Javier Sánchez, Alberto Kalach o Mauricio Rocha, quien sería portada del número 20, donde Alejandro Hernández ya delataba sus intereses con el texto “Contra la arquitectura”. A partir del número 22, el diseño cambió de manos, conservando lo esencial, y David Kimura se ha ocupado hasta el día de hoy de hacer atractiva la revista, junto a Gabriela Valera, que se sumó al equipo de diseño desde el número 33. Siguieron números con clásicos locales: Serrano, Norten o LBC, que se cruzaban con obras de Rafael Iglesia, RCR, Winka Dubbeldam y Herzog & de Meuron. Un consejo editorial activo se reforzaba con Javier Barreiro, Jose Castillo, Fernanda Canales y Rozana Montiel. Y desde mi editorial seguía rompiendo lanzas en favor de los concursos y la igualdad de oportunidades. Con el número 26, regresamos al confort de las casas de autor y mi ensayo sobre la arquitectura latinoamericana de mitad del siglo XX se convertiría en un libro. Le siguió la sobriedad de Agustín Landa y Javier García Solera. Posteriormente, cerramos un número sobre los nuevos territorios que proponían Vicente Guallart, Raúl Cárdenas y Willy Müller. Un profundo ensayo de Juan Manuel Heredia sobre Juan O’Gorman certificaba el interés permanente por documentar la primera modernidad mexicana. Viéndolos retrospectivamente, los números 30’s y 40’s, incorporaron más diseño con Héctor Esrawe —y posteriormente Emiliano Godoy— en el consejo editorial. Las portadas, más abstractas, sumaron algunas obras de diseñadores y artistas, incluido Jan Hendrix, con un fold out. Fueron años en los que la atención se dirigió al panorama internacional, especialmente hacia la arquitectura brasileña y chilena, lo que se reflejaba en las páginas impresas. El número 30 recogía obras destacadas de la nueva generación del DF, por entonces el acrónimo de la Ciudad de México, con más aciertos que errores, tras el tamiz de los años. El número siguiente ilustraba obras de los participantes del congreso anual de Arquine —con Peter Eisenman, Federico Soriano, etc.— y desde entonces, cada septiembre, publicamos a los más destacados ponentes de nuestro encuentro anual. Con la euforia del cambio en Colombia, en el número 32 destacamos los mejores proyectos de la transformación urbana de Medellín y Bogotá. Con una portada de la ballena de Gabriel Orozco en la Biblioteca Vasconcelos, el 38 publicaba exhaustivamente el edificio más importante de México en lo que va de siglo, junto con obras de Giancarlo Mazzanti y Alejandro Aravena. El número siguiente se adentró, para no dejarlo, en la era urbana y las transformaciones metropolitanas, para seguir con arquitecturas y paisajes latinoamericanos. Con la primavera de 2008 publicamos un número de referencia con lo más notable de la vivienda colectiva del momento —ELEMENTAL, BIG, Coll-Leclerc—, certificando la importancia de un producto de primera necesidad en nuestras ciudades. Con la revista 46, rescatamos la arquitectura gloriosa de las olimpiadas del 68, junto con proyectos que se frustrarían ese mismo año en la Villa Panamericana de Guadalajara. Con el número 50 llega la primera revisión a fondo de lo que habíamos publicado hasta entonces, además de una apuesta por las que considerábamos eran las 50 voces emergentes del continente; elenco interesante que, con el paso del tiempo, creció, aunque otros muchos se diluyeran en el olvido. A su vez, las portadas trataban de sorprender al lector sin perder rumbo, incluyendo con mayor frecuencia los grandes autores globales. Por entonces, el equipo se reforzó con Isabel Garcés, Juan José Kochen, Maui Cittadini, Oscar Ramírez y Andrea Griborio, quien empezó coordinando el congreso anual e inició los programas de radio que se convertirían en La Hora Arquine. Con Arquine 51 surge un tema que será recurrente: “Re-pensar la arquitectura”. Arquitectos como Shigeru Ban o Lacaton & Vassal estaban tomando el relevo a los stararchitects, después de la crisis económica global de 2008. Siguieron números sobre paisaje, activismo y nuevas miradas a la producción latinoamericana. Con Arquine 60 celebramos nuestros 15 años con un gran número en el que publicamos algunas obras de aquel 2012, las cuales todavía son referentes de la arquitectura mexicana, como el Jardín Botánico de Tatiana Bilbao, la Tallera de Frida Escobedo o San Pablo de Mauricio Rocha, entre otros. Publicamos también unas radiografías y prospectivas donde cuantificamos a quiénes habíamos publicado en esos 15 años, con Javier Sánchez y Mauricio Rocha a la cabeza. Preguntamos a unas 100 arquitectas y arquitectos cuál obra mexicana destacaban de ese período, además de cuál trayectoria profesional y qué proyección a futuro vislumbraban. Ya entonces y todavía ahora, la obra que contaba con mayor reconocimiento era la Biblioteca Vasconcelos y, los arquitectos que prometían, cumplieron con las expectativas. Con el número 63, llegó un rediseño profundo que reflejaba las distintas expresiones de la plataforma poliédrica en la que se había convertido Arquine, mostrando unas nuevas portadas radicalmente distintas, diagramáticas y monocromas. A su vez, el consejo editorial se iba ampliando con más voces y nuevos colaboradores. El número 70 reunía proyectos urbanos, lo que sería tema y tendencia cada vez más frecuente. También hacía eco del resultado del nuevo aeropuerto. Si bien se criticaba la opacidad del concurso, se veía como la puerta de un futuro esperanzador. A su vez, la revista promovía otros productos de Arquine que irían asentándose, como las novedades editoriales, posgrados, concursos, festivales y congresos en Chile y Colombia. Con el 73, reaparecieron las fotos en portada y los números tendieron a ser cada vez más temáticos: “Madera”, “Concreto”, “Futuros”, etc. Además, las entrevistas y las conversaciones con destacados arquitectos pasaron a ser habituales, un recurso para acercar la lectura a un lector primordialmente visual. Los 20 años llegaron con los 80 números. Celebramos con 20 palabras clave (belleza, ecología, movilidad, sustentabilidad, ligereza, información, gente, urbanismo, etc.) que habían ocupado el escenario de la arquitectura, una disciplina cada vez más transversal. El número 85 quizá haya sido el ejemplar más gordo de la colección ya que añadimos un dossier especial de 48 páginas con los proyectos finalistas del MCHAP (Mies Crown Hall Americas Prize) en alianza con el IIT de Chicago. En el número 89, dos años después de los terremotos del 2017, publicamos las primeras obras que emergían del esfuerzo colectivo por la reconstrucción. Los últimos diez números delatan cierta tendencia y una adversidad. Ésta fue la pandemia que coincidió con el 91, dejando en bodega los números siguientes que no encontraron puntos de venta hasta el 94, el cual regresó a las librerías habituales, ampliándose a los quioscos hasta la edición 96. La tendencia fue el espacio público, la calle, la ciudad y la consciencia social. Con el número 99 y la reivindicación de la autonomía de la forma, la trayectoria trimestral de esta publicación llega a la centena con ganas de seguir. Así, en este número 100 decidimos reflexionar básicamente sobre cinco temas que nos parecen fundamentales desde la perspectiva disciplinar de la arquitectura contemporánea: la enseñanza, la vivienda colectiva, el espacio público, el territorio y el cambio climático. Y cada uno reúne cinco destacadas voces para sumar coralmente 25 propuestas que nos ayuden a vislumbrar y dibujar el camino que sigue. Un número de pausa y reflexión, para ver atrás y hacia adelante, para sentar las bases de una cultura que no puede ser sólo un bombardeo constante de información o la banalización de la arquitectura reducida a una colección infinita de imágenes. Un número que coincide con el rediseño de arquine.com, más eficiente y potente, y con un libro que reúne 25 obras construidas en Latinoamérica en los últimos 25 años que han sido referentes y parteaguas para el desarrollo de la disciplina y que resisten dignamente el embate del tiempo.


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Vocación del suelo: tres problemones https://arquine.com/vocacion-del-suelo-tres-problemones/ Wed, 16 Mar 2022 16:00:38 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/vocacion-del-suelo-tres-problemones/ Esa agua que usamos, y de la que abusamos como si no hubiera mañana, está ahí gracias al suelo de conservación de la ciudad, una extensión de terreno de la que la gran mayoría de los chilangos nunca han oído hablar y de la que dependen los 8 millones de habitantes de CDMX

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En colaboración con Revista Este País

En la película Marte (2015), basada en un libro del mismo nombre, el protagonista Mark Watney se encuentra varado en ese planeta; la siguiente oportunidad para ser rescatado todavía está a años de distancia. Después de muchas pruebas, descubre que puede hacer que la tierra de Marte produzca las papas que necesita para comer. Para lograrlo, precisa realizar muchas adaptaciones, incluyendo usar sus propias heces y las de sus compañeros de viaje; esto para aportar elementos químicos, como amoniaco, que la tierra necesita para poder producir alimentos —para leer una discusión científica sobre si eso es posible, haz clic aquí—. La enseñanza es que la tierra de Marte puede, si uno está dispuesto a pensar creativamente y hacer muchas adaptaciones, ser usada para la agricultura. No es su vocación, pero se puede.

Tanto en la Tierra como en Marte, hay procesos que algunos ecosistemas pueden realizar de manera especialmente eficiente y otros que no. La sabana inundable de la Orinoquía colombiana tiene condiciones que la hacen apta para la producción ganadera. El bosque templado de pino y oyamel que rodea Ciudad de México desde el sur hasta el poniente, con su suelo lleno de raíces y material vegetal, es particularmente bueno para retener el agua de lluvia y recargar los mantos acuíferos de los que depende la ciudad. La planicie costera de Sinaloa, con la humedad del Pacífico que la sierra retiene, es idónea para la agricultura. Las condiciones naturales de la Sierra Madre Occidental hacen que algunas regiones de Durango sean especialmente aptas para las plantaciones forestales.

Estos servicios que pueden ocurrir de manera eficiente en un ecosistema a menudo son llamados, a falta de una mejor palabra, la vocación natural de la tierra. Vocación es una palabra útil: explica lo que queremos decir, pero es imperfecta al sugerir la presencia de una voluntad. No es el caso, obviamente, que un ecosistema “quiera” hacer una cosa por encima de otra. Un desierto no “quiere” nada; simplemente es.

Sin embargo, saber la vocación de un ecosistema es importante, y organizar una sociedad para que use su territorio de acuerdo con esa vocación lo es más. De hecho, muchos problemas ambientales de nuestro país y del mundo encuentran sus raíces en nuestra incapacidad de entender lo que distintos ecosistemas hacen mejor o de manera más eficiente; o peor: aunque se entienda bien, se ignora.

Ofrezco tres ejemplos para ilustrar esto:

  1. La deforestación

México es uno de los países líderes a nivel mundial en pérdida de bosques y selvas; en 2020 ocupamos un lugar en la lista de los 10 países con mayor pérdida de bosque primario. Según datos de la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR), entre 2001 y 2018 la deforestación en México terminó con un poco más de 212,000 hectáreas de bosque al año.

Dos puntos de este mismo estudio de la CONAFOR explican el vínculo entre la deforestación y nuestra incapacidad de entender la vocación de la tierra: 1) 94% de esa deforestación ocurrió para transformar el bosque y la selva en pastizal para producir ganado o para uso agrícola y 2) la región donde el problema de la deforestación es más pronunciado, por mucho, es la Selva Lacandona.

A simple vista, puede parecer una decisión defendible. Después de todo, la gente tiene que comer. Chiapas es un estado de alta marginación: la producción agrícola y ganadera es una buena alternativa para la población. Con tanta vegetación, la tierra de la Selva Lacandona debe ser sumamente fértil. Debe tener una vocación agrícola y ganadera, ¿no?

La respuesta, para sorpresa de muchos, es un no rotundo. Los suelos de la Selva Lacandona, especialmente de la selva baja, son sumamente pobres en términos de nutrientes. Son arcillosos, con poca hojarasca y poca retención de agua. En el suelo de la selva el agua corre, no se queda. Los árboles de la región se han adaptado a este ecosistema de distintas maneras. Unos, como las ceibas gigantes emblemáticas de la zona, han modificado sus troncos con contrafuertes naturales para tener estabilidad; otros han desarrollado sistemas de raíces que corren muchos metros sobre la superficie del suelo, casi sin profundidad.

Esta realidad es una dolorosamente conocida por los habitantes de la selva, que cada año desnudan de su cubierta vegetal miles de hectáreas de selva, las siembran y miran cómo se agota el suelo en dos años, para abandonarlo en forma de potrero, vacío del mosaico de vida que normalmente llena cada metro cuadrado de la Selva Lacandona. Este ritual de muerte tiene consecuencias funestas para México y el mundo. Si bien las causas de la deforestación son amplias y complejas, muchas de ellas suceden por no entender la vocación de la selva; y en lo que aprendemos, perdemos cientos de miles de kilómetros cuadrados de bosques y selvas mexicanas cada año.

  1. Escasez de agua

El problema ambiental más severo que actualmente enfrenta Ciudad de México y que más se agudizará en los años por venir es la falta de agua. La telenovela del agua que los chilangos protagonizamos cada año incluye el reporte anual del estado que guardan las presas del Sistema Cutzamala y hace dos años, el dramón de la “K Invertida”.No obstante, nuestra obsesión con el Sistema Lerma-Cutzamala nos ha llevado a tener una visión sólo parcial de la realidad y a ignorar un problema más importante: el abatimiento de los depósitos de agua que sacamos del subsuelo y que representa el 70% del agua que se usa en la ciudad. Esa agua que usamos, y de la que abusamos como si no hubiera mañana, está ahí gracias al suelo de conservación de la ciudad, una extensión de terreno de la que la gran mayoría de los chilangos nunca han oído hablar y de la que dependen los 8 millones de habitantes de CDMX. Son decenas de miles de hectáreas ubicadas principalmente en las alcaldías del sur y del poniente de la ciudad (Tlalpan, Tláhuac, Milpa Alta y Magdalena Contreras, Álvaro Obregón) y en los estados vecinos de México y Morelos que tienen la función de captar el agua de lluvia y permitir su regreso al acuífero.

En teoría, el suelo de conservación representa un poco menos del 60% de la superficie de Ciudad de México y ha sido designado como tal como un reconocimiento de que la retención de agua es uno de los procesos más útiles para nosotros que puede llevar a cabo ese territorio. Como un reconocimiento de su vocación.

Pero esa es la teoría; la realidad es otra. En Ciudad de México, organizaciones sociales, líderes políticos y empresas inmobiliarias han tolerado y fomentado (y lo siguen haciendo) el establecimiento de asentamientos irregulares, a menudo en suelo de conservación. Las razones para estas invasiones son múltiples y muy variadas. Van desde lo siniestro, como la búsqueda de capital político por parte de líderes oportunistas, la búsqueda de lucro económico, como en el caso de empresas inmobiliarias, hasta la atención de un problema absolutamente real: la falta de vivienda de costo accesible. La Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT) ha estimado que por cada hectárea de suelo de conservación que se pierde, la ciudad pierde la capacidad de recargar 2.5 millones de litros de agua. En otras palabras, parece sensato aceptar que en ningún caso las invasiones irregulares tienen como propósito dejar sin agua a Ciudad de México; sin embargo, eso es exactamente lo que están logrando. En parte por no entender, o no querer entender, cuál es el mejor uso posible, para la mayor cantidad de gente, del suelo de conservación de Ciudad de México.

  1. Vulnerabilidad al cambio climático

El 21 de octubre de 2005, el huracán Wilma tocó tierra en Quintana Roo, como huracán categoría 5. Este ha sido el segundo huracán más intenso en la historia del hemisferio occidental, sólo después de Patricia (2015). A su paso arrasó con playas, caminos, casas y hoteles, causando daños por más de 2,392 millones de dólares, de acuerdo con la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros. Días más tarde, el 24 de octubre, el mismo huracán tocó tierra en Florida, donde volvió a causar daños, esta vez mucho más costosos que los que causó en México, dado su paso por zonas más densamente pobladas.

Cuesta trabajo imaginarlo, pero pudo haber sido peor.  Entender por qué pudo haber sido peor y por qué no lo fue, es crítico en un momento en que enfrentamos un futuro donde los fenómenos meteorológicos serán más intensos y frecuentes.

Cuando Wilma tocó tierra, tanto en Quintana Roo como en Florida, lo hizo en zonas con amplia presencia de bosques de manglar. En un estudio de 2012, Keqi Zhang y sus colegas estimaron con modelos matemáticos que sin la presencia de ese bosque de manglar las inundaciones derivadas de la tormenta hubieran llegado hasta 70% más lejos que donde llegaron en Florida y con mayor severidad. Ello con todos los costos asociados con estas inundaciones, tanto en términos económicos como en vidas humanas.

Esto no debe sorprendernos. Está bien documentado el papel que tienen algunos ecosistemas costeros como los arrecifes de coral, pastos marinos y bosques de manglar al atenuar los impactos de los fenómenos meteorológicos extremos. Logran esto porque sus estructuras dispersan la fuerza de un oleaje que viaja muchos kilómetros desde mar adentro, acumulando fuerza sin nada que lo frene.

Estos ecosistemas son defensas naturales contra algunos de los impactos más destructivos del cambio climático. ¿Qué estamos haciendo al respecto? Si tuviéramos sentido común, estaríamos invirtiendo millones en protegerlos y restaurarlos. Lamentablemente, estamos haciendo lo opuesto: acabar con ellos lo más rápido posible.

Enfoquémonos en un caso en particular: el predio Tajamar, en Cancún. En la madrugada de un día de enero de 2016, acompañados por la policía estatal, una empresa contratada por el estado mexicano entró a destruir 58 hectáreas de manglar junto a la laguna Nichupté, para hacer espacio para un centro comercial y un desarrollo inmobiliario. Para cuando la sociedad civil había logrado detener la obra mediante una orden judicial, 90% del manglar ya había sido talado.

Dejemos de lado la destrucción de la biodiversidad que habita un manglar, dejemos de lado que la tala de manglar es ilegal en la legislación mexicana y en los tratados internacionales de los que somos parte, incluso desde un punto de vista estrictamente egoísta, este episodio demuestra nuestra inusitada habilidad para darnos balazos en el pie. La industria turística de Cancún, que 11 años antes había sido puesta de rodillas por el huracán Wilma, olvidó rápido ese episodio y estaba lista para destruir precisamente la infraestructura natural que puede proteger sus activos en el futuro. Todo ello por no entender, o no querer entender, que el manglar le es mucho más útil a toda la sociedad deteniendo huracanes que albergando un nuevo Starbucks.

¿Qué hacer?

Siempre habrá una competencia entre los usos del territorio. Es raro el caso donde la vocación, el marco legal y los incentivos económicos se alinean y todos apuntan en una misma dirección. Es por eso que es tan importante que el Estado mexicano, en sus tres niveles, tenga mejores mecanismos para decidir QUÉ SÍ se puede y QUÉ NO se puede en determinado predio.

El camino es relativamente sencillo, por lo menos en teoría. La ciencia marca el contorno de lo que se puede o no se puede hacer. Es descriptiva, no prescriptiva. Con los pies bien planteados en esas bases científicas, debe seguir un proceso de planeación participativa, que involucre a los sectores afectados y establezca un mecanismo justo y transparente para dirimir diferencias.

Hay una buena noticia: mucho de esto YA SE HIZO en México. Se trata de un esfuerzo masivo que duró años, que encabezó la SEMARNAT y que culminó con la publicación en el Diario Oficial de la Federación del Ordenamiento Ecológico del Territorio en 2012.Este ordenamiento cumple con todos los requisitos para ser un instrumento de planeación territorial de clase mundial, sólo necesita ser rescatado del cajón donde lo metieron en 2012 y ser puesto en práctica. Haciendo eso, podemos empezar a revertir el daño que se ha hecho ignorando la vocación de nuestro territorio.

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Air Bubble https://arquine.com/obra/air-bubble/ Thu, 11 Nov 2021 07:00:36 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/air-bubble/ La eco-máquina purificadora de aire Air Bubble es una visión tangible de cómo una civilización cero neto puede limpiar su contaminación, producir su energía, cultivar sus alimentos y construir sus edificios en los próximos 30 años, comenzando ahora.

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Con motivo de la COP26, la veintiseisava conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, organizada por el Reino Unido en asociación con Italia, en el Scottish Event Campus (SEC) de Glasgow, ecoLogicStudio, firma de arquitectura e innovación liderada por Claudia Pasquero y Marco Poletto, presentó un proyecto relacionado con la contaminación del aire y la neutralidad de carbono: la eco-máquina purificadora de aire Air Bubble.

La obra forma parte de una investigación en curso que integran la tecnología PhotoSynthetica, promovida por el estudio,  y que se ha desarrollado de acuerdo con algunos de los principales objetivos del evento, como alcanzar emisiones netas cero a mediados de siglo, proteger y restaurar ecosistemas, y construir infraestructuras resilientes.

Tras el exitoso proyecto biotecnológico del parque infantil Air Bubble construido en Varsovia (Polonia), ecoLogicStudio presenta la máquina ecológica purificadora de aire Air Bubble, que se ha instalado frente al Centro de Ciencias de Glasgow dentro del área de la Zona Verde de la COP26. El proyecto se ha desarrollado en colaboración con Otrivin.

La máquina ecológica está hecha de un 99% de aire, agua y cultivos vivos de Chlorella, una purificadora de aire fotosintética. Este nuevo proyecto bio-digital demuestra cómo la integración avanzada de la biotecnología en el entorno construido puede conducir a una nueva generación de arquitecturas vivas y en crecimiento, donde la belleza y el rendimiento ecológico eficiente se encuentran.

La eco-máquina purificadora de aire Air Bubble es también el primer biorreactor neumático de ecoLogicStudio. Contiene 6,000 litros de agua que soportan 200 litros de cultivos vivos de Chlorella, los cuales filtran 100 litros de aire urbano contaminado cada minuto. Las presiones de aire y agua están contenidas por una membrana de TPU que tiene solo 0,5 mm de espesor y que sólo ocupa el 5% en peso y el 1% en volumen de la estructura general. La fuerza general de la estructura es posible gracias a su organización celular tridimensional. Para lograr este resultado, el proceso de fabricación implicó el despliegue completo de la forma de la estructura en casi 100 piezas planas cortadas con CNC que luego se soldaron en posición para formar una matriz completamente tridimensional de celdas inflables.

La membrana exterior es monitoreada en tiempo real por una serie de acelerómetros, detectando el viento e induciendo vibraciones en la estructura neumática. Estos sensores activan una matriz sensible de iluminación de crecimiento que, a su vez, respalda la fotosíntesis de algas, lo que aumenta la purificación del aire. Todo el organismo bio-digital desarrolla un nuevo tipo de simbiosis en el que cuanto más gente juega, más limpio se vuelve el aire.

La eco-máquina purificadora de aire Air Bubble combina una tecnología inflable liviana que activa 24 fotobiorreactores (12 en cada lado) que se alojan en el sistema inflable para crear un microclima único dentro de la estructura. Una corriente de circulación de aire constante absorbe seis contaminantes principales: partículas finas PM2.5 y PM10, ozono (O3) a nivel del suelo, dióxido de nitrógeno (NO2), dióxido de azufre (SO2) y monóxido de carbono (CO). El proyecto es capaz de absorber el 97% del nitrógeno y el 75% del material particulado del aire.

La eco-máquina purificadora de aire Air Bubble es una visión tangible de cómo una civilización cero neto puede limpiar su contaminación, producir su energía, cultivar sus alimentos y construir sus edificios en los próximos 30 años, comenzando ahora.

 

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Aire radical https://arquine.com/aire-radical/ Fri, 30 Jul 2021 14:28:35 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/aire-radical/ Ante la evidencia científica de que la contaminación del aire actual en las ciudades mata y que esta crisis de salud pública está interrelacionada con la crisis climática y la actual pandemia, el artículo insta a arquitectos, urbanistas y paisajistas a contribuir a un cambio radical de modelo urbano imperante que, en muchos casos, prioriza las lógicas de la economía neoliberal por encima de la salud de sus habitantes.

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Ante la evidencia científica de que la contaminación del aire actual en las ciudades mata y que esta crisis de salud pública está interrelacionada con la crisis climática y la actual pandemia, el artículo insta a arquitectos, urbanistas y paisajistas a contribuir a un cambio radical de modelo urbano imperante que, en muchos casos, prioriza las lógicas de la economía neoliberal por encima de la salud de sus habitantes (1). 

El aire es el hilo conductor de este cambio necesario y que no es posible si no se cuestiona el marco de pensamiento y las metodologías con las que arquitectos y urbanistas han estado trabajando hasta ahora. Para hacer esta lectura crítica del pasado, el artículo revisa momentos históricos de la regulación de la calidad del aire, de la reivindicación del aire limpio a escala planetaria y de conceptos del pensamiento moderno como ecología y urbanización (2) proponiendo un desplazamiento del paradigma cultural a partir de propuestas de la filosofía postmoderna y contemporánea (3). 

Esta nueva «mentalidad» permite la adopción, con una renovada orientación para el bien común humano y no humano, de metodologías y tecnologías que la transformación digital pone a nuestro alcance para desarrollar prácticas de planeamiento urbano emergentes. En esta dirección se ha desarrollado el proyecto Air/Aria/Aire que se presenta en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2021 (4), y que resitúa la ofensiva por el derecho a respirar aire limpio en la acción local del rediseño del aire de las ciudades, desde el deseo radical de poner la vida en el centro (5).

 

El amor no está en el aire

El 19 de octubre de 2017 la revista The Lancet publicó las conclusiones de una comisión de estudio sobre la contaminación y la salud (The Lancet Commission on Pollution and Health) entre las que destacaba que la contaminación es la mayor causa ambiental de enfermedad y muerte prematura en el mundo. Según el estudio, las enfermedades causadas por la contaminación fueron responsables de aproximadamente nueve millones de muertes prematuras en 2015, el 16 % de todas las muertes en el mundo, tres veces más muertos que las causadas per el sida, la tuberculosis y la malaria combinadas y quince veces más que todas las guerras y otras formas de violencia.  

La OMS tiene una de las bases de datos más grandes de contaminación del aire: la WHO Global Urban Ambient Pollution Database. En los últimos dos años, la base de datos, que ahora cubre más de 4.300 ciudades y asentamientos de 108 países, casi se ha duplicado, con cada vez más ubicaciones que miden los niveles de contaminación del aire y reconocen los impactos asociados a la salud. Según la OMS, siete millones de personas mueren al año a causa de la contaminación del aire y nueve de cada diez personas respiran aire con niveles altos de contaminación. Las ciudades están severamente afectadas por la baja calidad del aire porque son las responsables del 85 % de la actividad económica global. En ellas se concentra la población, el consumo energético, el tráfico, la actividad constructiva y, en muchas de ellas también, la actividad industrial. La crisis de la contaminación del aire es una crisis de salud pública en crecimiento constante. Se prevé que las ciudades pasen de representar el 55 % de la población del mundo al 68 % de aquí hasta el 2050. La evidencia científica es clara: la contaminación del aire mata y lo hace principalmente en las ciudades. 

En primer lugar, debemos comprender que, a pesar de que las emisiones de CO2 son las responsables de la crisis climática, este no es el gas que afecta directamente la salud de los habitantes de las ciudades. Inhalamos gases tóxicos (principalmente NO2 y O3) y partículas contaminantes (llamadas PM10, PM2,5 y partículas ultrafinas según el tamaño que tengan), en la mayoría de casos invisibles a nuestros ojos, que se acumulan en nuestro cuerpo y causan inflamación de los órganos respiratorios, y que provocan asma, cáncer de pulmón y enfermedades cardiorrespiratorias entre otras dolencias. Las micropartículas se desplazan por el flujo sanguíneo y llegan y se acumulan en lugares tan sensibles como el cerebro o la placenta provocando enfermedades neurodegenerativas y ralentización del sistema neurológico en edades vulnerables como son la infancia y la vejez. En el caso de Europa son más de 400.000 muertes al año por contaminación del aire «a pie de calle», principalmente proveniente del transporte de personas y mercancías en vehículos de combustible fósil.

En segundo lugar, debemos tener en cuenta que la contaminación del aire está íntimamente vinculada a la emergencia climática. Las concentraciones de emisiones de CO2 no afectan directamente la salud humana pero sí tienen un efecto indirecto cuando se elevan a capas superiores de la atmosfera y producen, por acumulación a lo largo de los años, el efecto invernadero que está provocando el aumento de la temperatura del planeta y que, a su vez, provoca también el aumento de las temperaturas en las ciudades llamado «efecto isla de calor». El aumento de las temperaturas, en especial en las zonas urbanas, favorece las reacciones químicas que provocan que el NO2 se transforme en O3, ozono troposférico, un potente oxidante nocivo para la salud. También el calentamiento global lleva a las ciudades, cada vez más a menudo, vientos con polvo de zonas desérticas y de incendios de zonas forestales que van directamente a engrosar las partículas de los vehículos de combustión fósil y, por tanto, a incrementar los problemas de respiración. 

Tercero, hay que ser conscientes de que la vulnerabilidad de la población urbana ante la contaminación del aire en las ciudades es una crisis de salud pública que también provoca que esta población tenga más riesgo ante otros problemas sanitarios. La crisis sanitaria por la pandemia del virus COVID-19 se transmite por el aire, y es especialmente virulenta en ciudades con altos niveles de contaminación del aire, ya que se encuentra con poblaciones con una precondición que los vuelve más vulnerables a la infección por haber sido expuestas durante años a la contaminación «a pie de calle». 

Los efectos de la contaminación del aire, la crisis climática y la crisis sanitaria son fenómenos interrelacionados que se materializan en el aire y todas ellas evidencian que son, también, una crisis política, social y económica. El amor no está en el aire.

Fig 1. Delhi. Fotografía de Jean-Etienne Minh-Duy Poirrier, CC BY-SA 2.0 Fig 2. Humo proveniente de un incendio forestal sobre San Francisco. Fotografía Christopher Michel CC BY 2.0.

 

«Salvemos nuestro nuestro nuestro nuestro planeta». 

La lucha contra la contaminación del aire va unida a crisis sanitarias y a las reivindicaciones medioambientales que se empezaron a vivir más intensamente desde mediados del siglo xx. El primer National Air Pollution Symposium en los Estados Unidos, que se organizó en 1949 en respuesta al episodio de esmog que tuvo lugar en la ciudad de Donora en 1948 y que provocó doce muertes y siete mil afectados, abrió el camino a la creación del Air Pollution Control Act de 1955. El Gobierno británico aprobó el Clean Air Act de 1956 como reacción al Great Smog que provocó la muerte de doce mil personas por contaminación del aire en Londres. En 1970, veinte millones de personas salieron a manifestarse en los Estados Unidos en la que fue la primera celebración del Día de la Tierra para pedir la protección del medio ambiente y denunciar los efectos de la deterioración ambiental en la salud humana y la de nuestro entorno. 

Fig 3: Día de la Tierra en Nueva York, 1970. Fotografía © Santi Visalli / Getty Images

 

El Día de la Tierra de ese año es considerado, para muchos, el nacimiento de los movimientos ambientalistas actuales, de la lucha contra los combustibles fósiles y contra la contaminación, especialmente la del aire, y del origen de reivindicaciones como «Salvemos nuestro planeta».  

En las primeras campañas de «Salvemos nuestro planeta» es significativa la presencia de la arquitectura de Buckminster Fuller en las series de sellos anticontaminación de los Estados Unidos, de los cuales se imprimieron 175 millones, y en la colección de pósteres de la campaña «Salvemos el planeta». Ambos casos dejan patente el hecho de que salvar nuestro planeta es también salvar nuestras ciudades. En el sello vemos en primer plano una cúpula geodésica, una arquitectura ligera de estructura distribuida, el ideal perfecto para las nuevas generaciones, en un entorno libre y verde y, en segundo plano, un perfil de una ciudad formada por edificios del movimiento moderno acabados con muros cortina de vidrio e interiores climatizados, como ejemplo de una arquitectura que hay que dejar atrás. En el póster aparece el proyecto icónico «Dome over Manhattan», una cúpula geodésica colosal que cubre la ciudad para salvarla y corregirla de su mal funcionamiento. Una cúpula para proteger la ciudad de un entorno hostil que consigue reducir el consumo de energía. Una ciudad donde se puede respirar aire limpio. Como decía Fuller, «Nunca se cambian las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, cread un modelo nuevo que vuelva obsoleto el modelo existente».  El sello y el póster proponen un cambio radical en la concepción de la ciudad y nuestra forma de relacionarnos con el entorno, donde la piel de los edificios ya no es la interficie entre el interior y el exterior. 

Fig 4: Póster «Save our planet! Save our cities», 1971. Buckminster Fuller para Olivetti Ltd. Associazione Archivio Storico Olivetti, Ivrea, Italia

Fig 5a 5b: Serie de cuatro sellos para la campaña anticontaminación, US Postal Service, 1970

 

Herederos de Fuller, jóvenes arquitectos de Estados Unidos y de Europa dan respuesta crítica a la crisis medioambiental y, en concreto, sobre la contaminación del aire. Ant Farm, un colectivo de Berkeley, propone celebrar el primer Día de la Tierra de 1970 constituyéndose en una «Office of Air Emergency Mobilization». Una de las acciones principales consistía en una performance que recreaba una situación hipotética donde todo el aire del mundo estaría contaminado y los miembros de Ant Farm, con mascarillas, animarían a entrar en el único espacio donde se podría respirar aire limpio: el inflable «Clean Air Pod». El mismo año, otro colectivo de jóvenes arquitectos, Haus-Rucker-Co, proponen la acción «Cover: Shell» para cubrir todo el Museu Haus Lange, un edificio de Mies van der Rohe en Krefeld, Alemania, para protegerlo de la contaminación del aire. «Es una mirada a un posible futuro, cuando el aire de las ciudades esté contaminado y los espacios habitables deban cubrirse con refugios de aire limpio», explicaba Zamp Kelp, cofundador de Haus-Rucker-Co. Las dos acciones, a la manera de agit-prop, buscan proporcionar una imagen mediáticamente impactante y promover una conciencia ambiental.

Fig 6: Ant Farm, Cápsula de aire limpio, Día de la Tierra, 1970. Cortesía de Chip Lord Fig 7: Haus-Rucker-Co, cubierta sobre el Museo Haus Lange, proyecto de 1970, realización de 1971. © Archive Zamp Kelp / Haus-Rucker-Co

 

Pero, en último término, se trataría de condicionar un entorno para hacerlo habitable y extrapolarlo a todo el planeta para ser operado como una máquina, como una gran nave espacial. Y es precisamente Fuller quien popularizó la expresión «Soy un pasajero de la nave espacial Tierra» en su libro Operating Manual for Spaceship Earth en 1969.

La segunda mitad del siglo xx es la época en la que interiorizamos el sentimiento de propiedad sobre el planeta Tierra como algo «nuestro». En 1960 se emitió por primera vez por televisión la primera imagen producida por el satélite meteorológico Tiros-1. Asimismo, Apolo 8 consigue la primera imagen en color donde se ve cómo la Tierra parece salir de la Luna y Apolo 17 consigue por primera vez la fotografía completa de nuestro planeta azul. En 1990, se envía una imagen desde el extremo del sistema solar tomada por el satélite Voyager. La Terra se ve, en palabras de Carl Sagan, como un «punto azul pálido». Toda una serie de imágenes que construyeron un tipo de conciencia planetaria con la idea de hacérnoslo nuestro y con el mensaje de que somos «nosotros», los humanos, los que debemos salvarlo de nuestro impacto nocivo sobre la Tierra. 

Fig 8. Imagen de la NASA tomada por un satélite de observación de infrarrojos por televisión, TIROS-1, el 1 de abril de 1960. Es la primera imagen de televisión de la tierra tomada por el primer satélite meteorológico orbital. Fuente: NASA

 

Han pasado cincuenta años desde el Día de la Tierra de 1970 y de aquella reivindicación «Salvemos nuestro planeta. Salvemos nuestras ciudades». Ni hemos salvado el planeta ni hemos salvado nuestras ciudades de la dependencia de los combustibles fósiles. El pabellón transparente y esférico de la Biosfera de Fuller quemó en Montreal dejando en evidencia su naturaleza petroquímica; Western Flag de John Gerrard continúa quemando petróleo, ahora virtualmente; y la escena final de la película de Lars von Trier nos imagina cerrando los ojos esperando el fin del mundo provocado por la colisión del planeta Melancolía como una metáfora de nuestro romanticismo y por nuestra imposibilidad de acción para salvar nuestro planeta.

 

Fig 9: El pabellón de los Estados Unidos en la Expo 67 de Montreal, diseñado por Buckminster R. Fuller en llamas la tarde del 20 de mayo de 1976. Fig 10. Instalación: John Gerrard: Western Flag (Spindletop, Texas) 2017, Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid, 2019. Thyssen-Bornemisza Art Contemporary Collection. Fotografía © Roberto Ruiz | TBA21

 

Fig 11. Melancolía de Lars von Trier, 2011. Escena final

 

Las reivindicaciones medioambientales han conseguido algunas mejoras en las regulaciones, pero pensar en clave planetaria, pensar en «Salvemos nuestro planeta», ha sido y es un mensaje que delega una responsabilidad inmensa en cada uno de los humanos; es, de alguna forma paralizante, un mensaje, en el fondo, desactivador y manipulador. El escritor Timothy Morton apunta sobre la intencionalidad de este «nosotros» cuando dice: «El concepto de Antropoceno que nos hace entender que estamos todos en el mismo barco porque todos nosotros nos hemos portado mal es pernicioso no solo porque reescribe la historia, sino también porque ofrece a las élites liberales globales y a las élites populistas nacionales una coartada para otros programas de desposesión y dominación para salvar los “humanos” de sí mismos». En este sentido, el filósofo Bruno Latour se pregunta cómo podemos ser «nosotros» los que causamos «todo esto» cuando no hay un cuerpo político, moral, pensante o sensible capaz de decir «nosotros», ni nadie que pueda decir la responsabilidad es mía, ya que el perpetrador es solo una parte de la especie humana, ricos y poderosos que no tienen forma definida ni límite. La crisis ecológica es una crisis provocada por la concepción de que todo era posible, un crecimiento sin límite gracias a una explotación infinita, porque el planeta era «nuestro». Se nos ha interpelado a «salvar nuestro planeta» desde este sentimiento de propiedad antropocéntrico desde un punto de vista distante. 

Movimientos ciudadanos de protesta y de desobediencia civil, como Extinction Rebellion y Fridays for Future fundados en 2018, también evitaban culpabilizarnos individualmente y señalan y exigen responsabilidades directas a los gobernantes y a las corporaciones (cien de las cuales son responsables del 70 % de las emisiones de efecto invernadero) de inacción ante la evidencia científica de la emergencia climática, de la drástica reducción de la biodiversidad por causa de la acción humana y del riesgo inminente del colapso social y ecológico, reclamando acciones urgentes y radicales. Demasiados sectores, todavía, siguen ignorando o negando lo que la ciencia nos demuestra, que «nuestra» vida está en completa y radical interdependencia con el resto de especies, materias orgánicas e inorgánicas, y que el planeta ha estado sin «nosotros» y puede volver a estar sin «nosotros». Hemos vivido, y una gran mayoría vive todavía, con un error de origen: el planeta no es «nuestro».

 

Ecologías del aire

Somos seres vivos que vivimos en el fondo de un océano de aire. Un aire que debe posibilitar la vida, pero cuya composición la especie humana ha transformado radicalmente a causa del uso indiscriminado de los combustibles fósiles. La pandemia actual por la COVID-19 nos ha dejado claro que no tiene sentido practicar una forma de estar en el mundo en el que «nosotros», los humanos, quedamos separados de la ecología, de la naturaleza. El filósofo Tobias Rees nos explica que la pandemia sistemáticamente deshace la diferenciación entre lo humano y la naturaleza que se dio por primera vez en el período moderno y que se ha dado por descontado desde entonces. Rompe con el concepto moderno de que existe una clara distinción implícita entre cosas humanas, cosas naturales y cosas técnicas (o artificiales). A esta creencia fundacional, la llama ontología de la modernidad.  

Recordemos uno de los momentos prolíficos de la modernidad en la segunda mitad del siglo xix cuando Ernst Haeckel crea el concepto de «ecología»; Alexander von Humboldt en su libro Cosmos inventa la idea de naturaleza e Ildefons Cerdà escribe La Teoría General de la Urbanización. Los tres tienen en común la introducción del espíritu científico y crítico con la creencia de la perfectibilidad del mundo que ha contribuido al mito del progreso, la mundialización, la globalización y dominación de la especie humana sobre el planeta. Al considerar la modernidad como la creadora de herramientas para clasificar, controlar, ocupar y diseñarlo todo, estaríamos ante teorías que son tecnologías políticas socioeconómicas que han sido vehículos e instrumentos del poder. En el caso de Cerdà, su lema «Rurizad lo urbano: urbanizad lo rural» viene acompañado de «…Replete terram», que es la parte menos citada y conocida pero la que verdaderamente resignifica el lema y le da este sentido planetario antropocéntrico. Equivale a llenar la Tierra, llenar el planeta de tecnología humana, de diseño humano sin límites. En la misma época, hacia 1848, Marx y Engels publican en el Manifiesto Comunista la frase «Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.» Frase que anticipa la explotación del planeta y donde ahora visualizamos en el aire las toneladas de carbón de origen antropocéntrico que llevan el planeta al desequilibrio climático que pone en peligro nuestra supervivencia en la Tierra. Somos herederos de este contexto de pensamiento moderno que tiene su máxima expresión en el neoliberalismo global creador de injusticia sistémica y la necesidad urgente de refundarnos. El colectivo de arquitectos, urbanistas y paisajistas no puede seguir siendo, en muchos casos, colaborador del enfoque exclusivamente antropocéntrico, tecnocrático y supeditado al poder económico global de una minoría extractiva. 

Fig 12. Teoría General de la Urbanización, y Aplicación de sus Principios y Doctrinas a la Reforma y Ensanche de Barcelona, Volumen 1. Ildefons Cerdà, Imprenta Española (Madrid), 1967. Fig 13. Apertura y urbanización de la Gran Vía. Comisión Especial del Ensanche de Barcelona, Memoria 1928.

 

Se trataría, entonces, de desmodernizarnos y acercarnos a la ciencia y filosofía contemporáneas y revisar lo que entendemos por ecología. La bióloga Lynn Margulis y el químico especialista en ciencias de la atmosfera James Lovelock se centran en la particular condición para la vida que se da a pocos quilómetros por encima y por debajo de la superficie del planeta Tierra. Este concepto, al que llaman Gaia, no define la Tierra como un organismo, sino que Gaia es la serie de ecosistemas en interacción que componen un único enorme ecosistema en la superficie de la Tierra. Se trataría de entender, como dice el antropólogo Gregory Bateson en Steps to an Ecology of Mind, que no estamos fuera de la ecología, sino que somos siempre e inevitablemente parte de ella. Y, como nos apunta el filósofo Félix Guattari en las Tres Ecologías, nos habla de la necesidad de una articulación ético-política a la que llama ecosofía y que desarrolla en tres registros ecológicos: la ecología medioambiental, la ecología social y la ecología mental. 

 

«Intenta aguantar la respiración durante un minuto. Después, todo te va a parecer distinto. Siéntete como un bosque, el viento soplando entre tus hojas. Todas esas especies bailando juntas dentro de ti: imaginarlo puede marearte un poco. No parece que vaya a ser posible Y a pesar de todo es posible, durante un rato, aunque no sepas cómo. Vuelves a respirar, sigues.»

Kim Stanley Robinson, «Piénsate como planeta», en Después del fin del mundo, José Luis de Vicente (ed.), Barcelona: CCCB, 2017

 

Habría que entrecruzar prácticas, saberes y afectos relativos a las maneras de vivir y de ser volviendo totalmente inseparables las ecologías medioambiental, social y mental. Poniendo el foco en el aire que respiramos en nuestras ciudades, el aire ya no sería algo que queda entre los edificios. Seríamos ecológicos cuando respiramos sabiendo que cada humano somos un planeta que contiene billones de microrganismos; que el aire contaminado en las ciudades tiene impacto en la salud de los humanos y en otras especies con las que tenemos relación simbiótica como por ejemplo las abejas; que respiramos en una «respiración social», una respiración colectiva, formada por la red de relaciones entre varios agentes, objetos y sensibilidades que se reconoce desde su fragilidad e interdependencia y se ponen en valor mutuamente. Sentirnos y pensarnos para actuar en consecuencia. 

 

Fig 14. Partículas PM10 en las alas de las abejas. Micrografía de las alas de dos abejas melíferas asiáticas grandes. La superior recogida en una zona de baja contaminación en Bangalore, India (PM 10 de media < 10 μM at 33,7 μg/m3), mientras que la inferior proviene de una zona altamente contaminada situada a 7,7 km de distancia (PM 10 de media: 98,6 μg/m3). Cabe observar la presencia de polen en la superior y de partículas en suspensión en la inferior. Micrografía obtenida por Geetha Thimmegowda con un microscopio Zeiss merlin compact VP a 1 kV EHT y aumento de 460X. Fig 15. Sección de terreno con capa de asfalto. Fotografía Noppharat, Can Stock photo

 

Timothy Morton nos invita a vivir la «apertura radical» como una forma de practicar la «convivencia radical», un estado del ser que es plenamente paradojal, cuando dejamos de pensar en ello. No se trata de tener que ser ecológicos porque ya somos «ecológicos». Para ser verdaderamente «ecológicos», tenemos que dejar de lado la visión planetaria y «aterrizar dentro» de la Zona Crítica donde se dona la vida en la Tierra para trabajar para que sea posible la respiración colectiva humana y no humana. Bruno Latour nos urge a redirigir nuestro foco. No se trataría de salvar nuestro planeta o explorar otros. Ser terrestre, ser ecológico, nos situaría en un territorio más allá de la lucha derecha-izquierda, más allá de lo global o local, más allá de la idea de progreso en el sentido antropocéntrico que le proporcionaba la modernidad. 

 

Rediseñar el aire: el proyecto Air/Aria/Aire

¿Qué podemos hacer arquitectos, urbanistas y paisajistas? El proyecto Air/Aria/Aire para la participación de Cataluña en la Bienal de Arquitectura 2021 de Venecia reivindica el papel de los arquitectos en la elaboración de nuevas cartografías de la ciudad y, con ellas, de nuevas formas de pensar la ciudad, para cambiar el modelo de ciudad que hasta ahora ha priorizado un tipo de economía por encima de la salud. Los arquitectos tenemos que redibujar las ciudades para visibilizar su complejidad. Tenemos que incluir lo invisible, incluyendo lo negativo de lo construido: el aire, un espacio aparentemente vacío invadido por la acción humana, lleno de contaminación atmosférica que pone en peligro la supervivencia de nuestra especie y de especies no-humanas. El proyecto reclama el diseño del aire como parte del diseño de la ciudad que tenemos que trabajar de forma interdisciplinaria, abierta y participativa.

 

La salud como máxima prioridad. Urbanismo de metros cúbicos

Desde instituciones como la OMS se reclama que arquitectos y urbanistas sean parte activa, esencial, de la solución a la crisis permanente por la contaminación del aire, sobre todo, en las ciudades. La contaminación del aire sí es una pandemia que es posible erradicar. Una ciudad saludable se mide, entre otros indicadores, por la calidad del aire y la calidad de sus espacios públicos. Ambos indicadores adoptan una fuerza radical cuando dejamos de entender que el espacio público se mide en metros cuadrados y entendemos que la calidad del espacio público es la calidad de sus metros cúbicos.

 

Un cambio metodológico. Acceso a datos abiertos, multidisciplinario y participativo

Fenómenos como la contaminación del aire y la emergencia climática operan a una escala que supera los límites territoriales. Ahora tenemos un acceso a datos las 24 horas, los 7 días de la semana de sensores terrestres y de satélite, capacidad de procesamiento de datos, de análisis y modelización sin precedentes. Las metodologías de mapeo del último siglo son totalmente inadecuadas en relación a la generación continua de información. Parte de nuestro reto hoy es cómo internalizar esta información, y, una vez analizada, cómo priorizar, y más difícil todavía, cómo darle forma, espacio y materialidad a esta información; no importa a qué escala, siempre hay una dimensión arquitectónica a esta pregunta.

El proyecto ha utilizado una nueva metodología que consiste en trabajar con el análisis de datos masivos, como se hace en otras disciplinas, pero llevándolo al campo del planeamiento urbano. Consiste en 1) identificar el conflicto, en este caso la crisis de salud pública por la contaminación del aire en la ciudad. 2) identificar las bases de datos específicas directamente relacionadas con el conflicto, en este caso datos de mortalidad, de salud, emisiones, tráfico, etc. con la colaboración de equipos científicos líderes en el estudio del impacto de la contaminación del aire en las ciudades y en la salud de sus habitantes. 3) identificar las bases habituales que utiliza el urbanismo convencional como son las de morfología urbana, renta, edad, calidad de vivienda entre otras. 4) preparar los datos para poder trabajarlos conjuntamente y poderlos cruzar 5) establecer criterios de visualización de datos 6) iniciar iteraciones en el cruce de datos mediante preguntas y analizar las respuestas obtenidas 7) continuar con un proceso de refinamiento y evaluación de los resultados obtenidos y decidir cómo comunicarlos. 8) propuestas de actuación de bajo coste como puede ser el urbanismo táctico, o figuras del planeamiento como pueden ser los planes de usos o los cambios de ordenanzas. Es necesario que todos estos pasos cuenten con iniciativas de participación ciudadana, tanto en la identificación del conflicto y en la captación de datos, como en el debate público del análisis y de las propuestas.

 

La soberanía de los datos. La ciudad será de quien la cartografíe

El proyecto también aborda la necesidad de que la captación de datos masivos sobre la ciudad sea abierta (frente a los datos privativos y opacos de las corporaciones que operan en la ciudad) y que se sitúe como una herramienta de defensa de lo que debe ser público. El acceso a datos abiertos y la participación ciudadana en la generación de datos abiertos hace del proyecto de redibujar las ciudades la herramienta para hacer una ciudad de todos frente a la «plataformización» de las ciudades que identifican Éric Sadin y Nick Srnicek en sus respectivas publicaciones La Siliconisation du monde y Platform Capitalism. Algunos hemos superado la fascinación por la tecnología, donde la ciudad inteligente significaba poner en la calle el mayor número posible de dispositivos de captación de datos, sensores, muchas veces por mero «solucionismo» tecnológico, pero sigue interesando a grandes corporaciones como Sidewalk Labs de Google, que entiende la ciudad como una gran mina de datos. La ciudad «inteligente» no es la que utiliza la tecnología más avanzada, sino la que utiliza la tecnología más apropiada y pone a las personas en el centro del proceso de toma de decisiones. Está en nuestras manos reclamar la soberanía de los datos para el mapeado de nuestras ciudades. La ciudad será de quien la cartografíe.

 

Evidencia cartográfica. La investigación como catalizadora del cambio de modelo urbano

La ciudad de Barcelona es el caso de estudio del proyecto que se presenta en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2021. La elección no es trivial. La ciudad lleva más de diez años incumpliendo la directiva europea sobre calidad del aire. Barcelona es la ciudad con más vehículos por Km2 de Europa. Concretamente 6.000 turismos/Km2 (no incluye motos, ciclomotores, furgonetas, camiones y otros vehículos), y donde la circulación de vehículos y el aparcamiento en superficie ocupan aproximadamente el 60 % del espacio público de la ciudad. Esta realidad genera a la vez una gran injusticia social por su impacto en la salud, ya que produce alrededor de mil muertes al año (o 2.100 muertes/año si considerásemos que no existe nivel mínimo aceptable de contaminación) y una gran injusticia espacial ya que se cede el espacio público de todos en el uso privativo de unos pocos. Cabe recordar que el 25,2 % de la movilidad de la ciudad de Barcelona se realiza en vehículo a motor privado y el 74,8 % se realiza en transporte público y movilidad activa (a pie, bicicleta, patinete o similar). Las actuales medidas para mejorar la calidad del aire en ciudades como Barcelona, como la creación de una Zona de Bajas Emisiones con limitaciones de tráfico, no son suficientes. Por estos motivos es todavía más urgente y necesaria la investigación que se ha propuesto.

Como parte esencial del proyecto, se ha invitado a participar para desarrollar la investigación al equipo 300.000 Km/s dirigido por Mar Santamaria y Pablo Martínez, un equipo innovador en la creación de conocimiento y propuesta sobre ciudad a partir de la visualización y análisis de gran cantidad de datos urbanos de diversa procedencia. Se ha contado con la colaboración de los siguientes equipos científicos líderes en el estudio del impacto de la contaminación del aire en las ciudades en la salud de sus habitantes, y en los modelos predictivos de calidad del aire: CALIOPE-Urban del Barcelona Supercomputing Center, IDAEA CSIC, Lobelia, ISGlobal, Agència de Salut Pública de Barcelona, la Universidad de Barcelona, entre otros. También se ha contado con datos del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Catalunya.

 

El resultado es una evidencia cartográfica de la ciudad inédita que muestra, por un lado, el análisis del impacto en la salud de sus habitantes y las vulnerabilidades esquina a esquina, y, por otro, las doce medidas que hay que acometer: 1) eliminar el tráfico, 2) incrementar el transporte público, 3) exigir una movilidad sin emisiones contaminantes, 4) diseñar mixtura de usos para tener los servicios básicos a una distancia caminable, 5) densificar, desaturar e, incluso, desurbanizar, 6) implementar el transporte de mercancías de cero emisiones a partir de la «última milla» del destino, 7) reducir los aparcamientos, 8) conseguir más espacio público, 9) diseñar el verde, 10) luchar contra la isla de calor, 11) diseñar el cañón urbano y 12) rehabilitar las viviendas y utilizar energía mínima y de origen 100 % limpia.  

Mapear es conocer, es entender, es cuidar. Estas cartografías, tanto las del análisis de la exposición a la contaminación y los impactos en la salud, como la de las doce medidas, revelan una ciudad inédita con altos niveles de desigualdad. Una ciudad que necesita destronar y desterrar los vehículos de combustible fósil. Una ciudad polarizada por las leyes del mercado que zonifica (zona industrial, zona comercial, zona residencial, zona verde, etc.) y gentrifica en función del precio por metro cuadrado. ¿Quién está en situación de riesgo en la ciudad? Las edades más vulnerables son los mayores de sesenta y cinco años y los menores de dieciséis años, pero también la persona que debe vivir donde se lo puede permitir, pero que tiene que trabajar en otro barrio. La persona que tiene una movilidad forzada que la expone a la contaminación del aire y ahora también a la COVID. Una vez más, es la clase trabajadora la que sufre más. La ciudad, cuanto más zonificados tiene sus usos, más desigual e injusta es y, por el contrario, una ciudad cuanto más distribuida es en sus usos, más saludable, sostenible y justa es. 

Lo que también es radicalmente nuevo es que estas medidas cartografiadas sobre la ciudad muestran dónde hay que operar calle por calle, esquina a esquina. La calidad y diversidad de los datos son las que proporcionan este nivel de detalle y revelan una nueva manera de establecer prioridades de actuación. Las cartografías son más que una visualización de datos, son la herramienta para convertirse en evidencia ante la que construir consenso más allá de ningún color político y actuar en consecuencia para una ciudad más justa y saludable. Es el objetivo de este estudio salir a la esfera pública para debatir el modelo de ciudad y la urgencia de la aplicación de las medidas propuestas para rediseñar el aire, rediseñar la ciudad poniendo la salud, la vida, en el centro. 

 

 

El aire no es de nadie

Un estudio reciente revelaba que para respirar aire puro deberíamos ir hasta el Océano Austral. Esta es la magnitud de la huella humana sobre el aire. El aire que nos llena los pulmones es un aire colonizado. Es un aire lleno de presencia humana. Es un aire incendiado por la actividad humana. Es un aire lleno de Antropoceno. Es un aire que nos mata. Si seguimos con una economía y políticas as usual el problema de la contaminación del aire y su impacto en la salud de los humanos y no humanos seguirá siendo devastador. El aire que respiramos posibilita la vida en estos pocos metros de atmosfera respirable que forman la Zona Crítica y frágil para la vida sobre esta roca orbitando que es el planeta Terra.

Fig 17. Mar de Wedell, 2005. Fotografia © Mireya Masó Mas

 

La conciencia de que no podemos respirar en el sentido más literal y metafórico se ha extendido globalmente. El grito individual es ahora un grito colectivo politicosocial y ecológico. «No podemos respirar» se ha convertido en la frase que define más radicalmente el estado de vulnerabilidad y urgencia global en la que vivimos. El aire no es de nadie en particular, porque es de todos humanos y no humanos, materia orgánica e inorgánica. Nadie tiene el derecho de contaminar el aire. La salud sí es un derecho. El derecho universal a un aire limpio debería existir. 

Fig. 19. Proyección con las palabras «We can’t breathe» (no podemos respirar) sobre un edificio durante una protesta contra la muerte de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis, cerca de la Casa Blanca en Washington, el 3 de junio de 2020.

 

La pandemia de la COVID-19 ha mostrado qué pasa cuando ponemos la salud como prioridad absoluta. Hemos visto cómo el confinamiento de la población ha hecho bajar drásticamente los niveles de contaminación porque han disminuido las emisiones de combustible fósil en las ciudades. Hemos podido comprobar cómo cambios radicales en los usos en la ciudad, sobre todo la reducción del tráfico, tienen un gran impacto positivo instantáneo en la calidad ambiental, especialmente la del aire. Muchos de estos cambios son un gran «ensayo general» sobre cómo compartir nuestros espacios públicos durante esta pandemia y en un futuro postcoronavirus. Reclamemos que este espacio público no sea solo el que pisamos. Es también el que respiramos y es esta una respiración colectiva de humanos y no humanos interconectados. Por este motivo, es capital dar el valor de prueba piloto a la que se está implementando para estudiar que muchas de las medidas asumidas en tiempos de la COVID-19 pasen de tener un carácter temporal a ser permanentes. La negociación del modelo de la ciudad está en juego. Esta vez las cartas no están a favor de la movilidad en vehículos a motor, esta vez, por fin, es la salud. Es nuestra supervivencia. El virus está convirtiendo las ciudades en laboratorios para el cambio que necesitamos. Pero también hemos visto que este cambio tiene que ser mantenido en el tiempo porque tan pronto como las ciudades han retomado su actividad, los niveles de contaminación han vuelto a los niveles pre-COVID. 

La contaminación del aire es la pandemia permanente. Trabajar para un aire limpio es trabajar para la salud, contra la desigualdad, contra el cambio climático y prepararnos para estar más fuertes en las más que probables pandemias futuras. Hoy en día es radical desear respirar aire limpio; es radical desear implementar las medidas que propone el proyecto Air/Aria/Aire.  Un proyecto cultural que se convertido en un proyecto que despliega evidencia. Una ofensiva radical que pone la salud, la vida, en el centro de la toma de decisiones con la investigación del equipo de 300.000 Km/s para rediseñar el aire en las ciudades; y es una reivindicación, a través de una instalación en la sala de exposiciones de Venecia que mostrará la materialidad de la contaminación del aire junto con el aria inédita, compuesta e interpretada por Maria Arnal que canta: «El planeta no es nuestro. El aire no es de nadie».

 


PS 1: El 22 de noviembre de 2017 mi padre moría de cáncer de pulmón. No había fumado nunca. Lo que sí había hecho era vivir, respirar, siempre en Barcelona y, durante más de cuarenta años, cruzar la ciudad en hora punta, por la mañana y por la tarde, con su vehículo de gasolina para desplazarse a su puesto de trabajo a más de una hora de distancia.

PS 2: El 25 de mayo de 2020, «I can’t breath» fue la última frase que repetidamente pronunció George Floyd justo antes de morir asesinado a manos de la policía en Mineápolis. El racismo, el impacto de la COVID-19 y de la contaminación del aire están interrelacionados y revelan patrones de muerte prematura por desigualdad económica, social y estructural. Los movimientos Black Lives Matter también llaman la atención sobre esta otra desigualdad sistémica, que no pasa por alto, es decir, el racismo ambiental.

PS 3: El 16 de diciembre de 2020, por primera vez en la historia, una investigación forense ha determinado «la contaminación del aire» como causa de muerte en un certificado de defunción. Es el caso de la niña de nueve años Ella Kissi-Debrah, muerta en 2013 por exposición continuada a niveles de contaminación por PM y NO2 por encima de los valores fijados por la OMS en el barrio a 30 metros de una carretera en Londres donde residía.

PS 4: En enero de 2021, por primera vez, en Francia, una persona asmática obtiene el estatus de refugiado alegando que no se le puede deportar a su país de origen dados los altos índice de contaminación. Es el caso de un hombre de cuarenta años de Bangladesh que emigró a Toulouse donde vive y trabaja de camarero. Los tribunales de Francia han aceptado las alegaciones de su abogado.

PS 5: En abril de 2021, un estudio de las universidades de Birmingham, Harvard y Leicester estimó en 8,7 millones  las muertes prematuras en el mundo en 2018 atribuibles a las partículas PM2,5 provenientes de la quema de combustibles fósiles (especialmente carbón, gasolina y diésel, y del desgaste de ruedas de los vehículos y pastillas de freno). Esta actualización de la cifra de mortalidad por la contaminación del aire respecto a la calculada con datos de 2015 y publicada en The Lancet en 2017 nos da un escenario al alza que sabemos que se puede reducir drásticamente con políticas globales y, sobre todo, políticas locales, cambiando el modelo de ciudad como se propone en este Quaderns.

«Antes de este virus, la humanidad ya estaba amenazada de asfixia. Si tiene que haber guerra, no puede ser tanto contra un virus específico como contra todo lo que condena a la mayoría de la humanidad a un cese prematuro de la respiración, todo lo que ataca fundamentalmente a las vías respiratorias, todo lo que, en el largo reinado del capitalismo, ha constreñido a segmentos enteros de la población mundial, a razas enteras, a una respiración difícil y jadeante y a una vida de opresión. Superar esta constricción significaría que concebimos la respiración más allá de su aspecto puramente biológico, y en cambio como aquello que tenemos en común, aquello que, por definición, escapa a todo cálculo. Con lo que quiero decir, el derecho universal a la respiración.»

El derecho universal a respirar, Achille Mbembe 2020


Notas:

  1. En julio de 2019, Olga Subirós ganó el concurso para el comisariado de la participación de Cataluña en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2020 con el proyecto Air/Aria/Aire sobre la contaminación del aire en las ciudades en general y, en concreto, en la ciudad de Barcelona y sobre la necesidad de establecer un cambio de modelo de ciudad. A causa de la pandemia por la COVID-19, la Bienal se pospuso hasta 2021. 
  2.  The Lancet, Vol. 391, n. 10119, 19 de octubre de 2017. Accesible en: https://www.thelancet.com/commissions/pollution-and-health
  3.  European Environment Agency, Air quality in Europe – 2019 Report. Accesible en: https://www.eea.europa.eu//publications/air-quality-in-europe-2019
  4.  European Environment Agency, El Medio ambiente en Europa:

    segunda evaluación, Capítulo 5, «Ozono troposférico», 2016. Accesible e:  https://www.eea.europa.eu/es/publications/92-828-3351-8/page005.html

  5.  Hace referencia, irónicamente, a Love is in the air, un tema musical de John Paul Young de 1977.
  6.  Accesible en: http://environmentalhistory.org/about/airpollution/
  7.  Accesible en: https://www.epa.gov/laws-regulations/summary-clean-air-act
  8.  Accesible en: https://www.bbc.com/future/article/20151221-the-lethal-effects-of-london-fog
  9.  Este es uno de los seis pósteres anticontaminación patrocinados por Olivetti Ltd en 1971 y producidos con la colaboración de Jean Herzberg Lipman, una destacada mecenas de las artes y editora de Art in America. Con sus contactos, convenció a Roy Lichtenstein, Georgia O’Keefe, Edward Steichen, Ernest Trova, Alexander Calder y Buckminster Fuller para participar en el proyecto. Todos ellos crearon un póster que empezaba diciendo «Salvemos nuestro planeta» con un eslogan secundario que trataba la protección del agua, el aire, la naturaleza, la fauna, las personas y, como en este ejemplo, las ciudades. El objetivo de los pósteres era llegar al máximo nivel político y, a la vez, llegar al gran público. Se hizo una edición firmada para dar a cada uno de los, en ese momento, 132 países miembros de la ONU en la sede de Nueva York. También se expusieron en varias instituciones culturales internacionales y se realizó una edición a precios asequibles con fines benéficos para la UNESCO.
  10.  En palabras de Fuller, «I found that the surface of buildings [that] stood below our dome were 80 times the surface of my dome, which would mean that if you just had the covering over there, you’d reduce heat losses in New York 80 times. We would reduce down to about 20% of the amount of energy input you’d have to put in today».  
  11.  L. Steven Sieden, A Fuller View. Buckminster Fuller’s Vision of Hope and Abundance for all. Divine Arts Media, 2011, p. 358.
  12.  Felicity D. Scott, « Eco-Tripping: Ant Farm’s Environmental Media», Flash Art, 13 de agosto de 2019. Accesible en: https://flash—art.com/article/ant-farm/
  13.  Un año antes de Fuller, Barbara Ward ya había publicado el libro Spaceship Earth donde decía «We have forgotten how to be good guests, how to walk lightly on the earth as its other creatures do.» «We cannot cheat on DNA. We cannot get round photosynthesis. We cannot say I am not going to give a damn about phytoplankton. All these tiny mechanisms provide the preconditions of our planetary life. To say we do not care is to say in the most literal sense that “we choose death”.»
  14.  Accesible en: https://apod.nasa.gov/apod/ap000401.html
  15.  Accesible en: https://www.flickr.com/photos/nasacommons/9460163430/
  16.  Accesible en: https://visibleearth.nasa.gov/images/55418/the-blue-marble-from-apollo-17
  17.  Accesible en: https://solarsystem.nasa.gov/resources/536/voyager-1s-pale-blue-dot/
  18.  Paul J. Crutzen, «The Anthropocene», en Eckart Ehlers y Thomas Krafft, Earth System Science in the Anthropocene. Viena y Nueva York: Springer, 2006. Accesible en:  https://link.springer.com/chapter/10.1007/3-540-26590-2_3
  19.  Entrevista con Timothy Morton y Dominic Boyer. Anthropocenes – Human, Inhuman, Posthuman, 1(1): 10, DOI, 27 de mayo de 2020. Accesible en:  https://doi.org/10.16997/ahip.5
  20.  Accesible en: http://www.bruno-latour.fr/sites/default/files/downloads/124-GAIA-SPEAP-SPANISHpdf.pdf
  21.  Accesible en: https://extinctionrebellion.uk/
  22.  Accesible en: https://fridaysforfuture.org/
  23.  Accesible en: https://www.theguardian.com/sustainable-business/2017/jul/10/100-fossil-fuel-companies-investors-responsible-71-global-emissions-cdp-study-climate-change
  24.  WWF, Living Planet Report 2020 – Bending the curve of biodiversity loss. Almond, R.E.A., Grooten M. and Petersen, T. (Eds), Gland, Suiza: WWF, 2020. Accesible en:  https://www.wwf.org.uk/sites/default/files/2020-09/LPR20_Full_report.pdf
  25.  Evangelista Torricelli: «We live submerged at the bottom of an ocean of the element air, which by unquestioned experiments is known to have weight.», 1644.
  26.  Tobias Rees, «From The Anthropocene to the Microbiocene», Noéma. Los Ángeles: Berggruen Institute, 10 de junio de 2020. Accesible en:  https://www.noemamag.com/from-the-anthropocene-to-the-microbiocene/
  27.  Ildefons Cerdà, Teoría general de la urbanización y aplicación de sus principios y doctrinas a la reforma y ensanche de Barcelona. Madrid: Imprenta Española, 1867. Reeditado por el Instituto de Estudios Fiscales, 1968-1971.
  28.  Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto Comunista, 1848. Accesible en: https://www.gutenberg.org/ebooks/61
  29.  Lynn Margulis, Symbiotic Planet: A New Look at Evolution. Nova York: Basic Books, 1998. Traducción al castellano: Planeta Simbiótico: Un nuevo punto de vista sobre la evolución. Barcelona: Debate, 2002. 
  30.  Gregory Bateson, Steps to an Ecology of Mind: Collected Essays in Anthropology, Psychiatry, Evolution, and Epistemology. San Francisco: Chandler Publishing Company, 1972.
  31.  Félix Guattari, Les Trois Écologies. París: Galillée, 1990.
  32.  Kim Stanley Robinson, «Piénsate como planeta», en Después del fin del mundo, José Luis de Vicente (ed.), Barcelona: CCCB, 2017.

     Geetha G. Thimmegowda et al., «A field-based quantitative analysis of sublethal effects of air pollution on pollinators», 10 de agosto de 2020. Accesible en: https://www.pnas.org/content/117/34/20653

  33.  Geetha G. Thimmegowda et al., «A field-based quantitative analysis of sublethal effects of air pollution on pollinators», 10 de agosto de 2020. Accesible en: https://www.pnas.org/content/117/34/20653
  34.  Harris Solomon, «Living on Borrowed Breath: Respiratory Distress, Social Breathing, and the Vital Movement of Ventilators»,18 de agosto de 2020. Accesible en: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/32812269/
  35.  Timothy Morton, Being Ecological. Cambridge: MIT Press, 2018.
  36.  Bruno Latour, Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, Barcelona: Taurus, 2017.
  37.  María Neira, «Health must be the number one priority for urban planners», 21 de marzo de 2018. Accesible en: https://www.who.int/mediacentre/commentaries/2018/health-urban-planning/en/
  38.  New Territorialities. Conversation with Nader Tehrani, 30 de julio de 2020. Accesible en: https://www.transfer-arch.com/transfer-next/new-territorialities/
  39.  Olga Subirós, «COVID-19, distancia física y ciudad», Escola Sert, 10 de junio de 2020. Accesible en: https://www.escolasert.com/ca/blog/covid-19-grans-ciutats
  40.  Datos básicos de movilidad 2015, p. 10. Accesible en: https://www.barcelona.cat/mobilitat/sites/default/files/DB_2015.pdf
  41.  Datos básicos de movilidad 2015, p. 38. Accesible en: https://www.barcelona.cat/mobilitat/sites/default/files/documents/pmu_bcn_2013-2018_introduccio_i_diagnosi.pdf
  42.  Informe de calidad del aire de Barcelona, 2019. Accesible en: https://www.aspb.cat/wp-content/uploads/2020/10/Informe_qualitat-aire-2019.pdf
  43.  Datos de movilidad 2017. Accesible en: https://bcnroc.ajuntament.barcelona.cat/jspui/handle/11703/111727
  44.  Accesible en: http://300000kms.net/
  45.  Accesible en: https://air.300000.eu/#ca
  46.  La ciudad de los 15 minutos. Accesible en: https://annehidalgo2020.com/thematique/ville-du-1-4h/
  47.  Paul Baran, On Distributed Communications, Memorandum RM-3420-PR. Santa Monica, California: RAND Corporation, 1964, p. 16. Accesible en: https://www.rand.org/content/dam/rand/pubs/research_memoranda/2006/RM3420.pdf
  48.  Achille Mbembe, «The Universal Right to Breath», Critical Inquiry, 2020. Accesible en: https://critinq.wordpress.com/2020/04/13/the-universal-right-to-breathe/
  49.  European Environment Agency, «Air quality and COVID-19», 4 de abril de 2020. Accesible en: https://www.eea.europa.eu/themes/air/air-quality-and-covid19
  50.  Accesible en: https://www.llull.cat/monografics/air/catala/index.cfm
  51.  Angely Mercado, «What does pollution have to do with police violence?», Grist, 19 de junio de 2020. Accesible en: https://grist.org/justice/pollution-police-george-floyd-eric-garner-covid/
  52.  https://doi.org/10.1016/j.envres.2021.110754 y publicado en The Guardian https://www.theguardian.com/environment/2021/feb/09/fossil-fuels-pollution-deaths-research

 


Olga Subirós es Arquitecta y comisaria del proyecto Air/Aria/Aire

 

El cargo Aire radical apareció primero en Arquine.

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Tras la geoingeniería. Conversación con Holly Jean Buck https://arquine.com/tras-la-geoingenieria-conversacion-con-holly-jean-buck/ Fri, 03 Apr 2020 14:45:23 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/tras-la-geoingenieria-conversacion-con-holly-jean-buck/ El futuro próximo alberga muchas posibilidades. Pero las tecnologías no dictan esas posibilidades. Los arquitectos y los diseñadores tienen un gran rol para cambiar los términos de la conversación, pero también para animar la polarización.

El cargo Tras la geoingeniería. Conversación con Holly Jean Buck apareció primero en Arquine.

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La retórica del activismo ambiental ocasionalmente representa a las técnicas e instrumentos de la tecnología como lo que llevó al planeta a la crisis en la que se encuentra actualmente, mientras que la iniciativa privada y los intereses gubernamentales cooptan mediante sus recursos a la investigación científica, dirigiéndola hacia agendas contrarias a las de las decisiones que pueden tomarse democrática y colectivamente. El binarismo de la discusión genera la pregunta obvia: ¿qué se puede hacer? “La gente que sufre de fatiga apocalíptica o la que cree que es inevitable un futuro nada promisorio, tal vez tengan menos incentivos para hacer el trabajo duro para la transformación socioecológica”, dice Holly Jean Buck en su ensayo “On the Possibilities of a Charming Anthropocene”. Para la diseñadora y geógrafa, el reto no es el de plantear soluciones para atender necesidades ecológicas desentendiéndose de las implicaciones políticas. La crisis climática es, para Buck, un tiempo que demanda nuevos marcos no sólo para la acción, sino también para el pensamiento. En el mismo ensayo, apunta: “¿Este deseo de inventar un nombre para esta nueva época ecológica confía en la incapacidad de inventar una nueva época cultural o económica? ‘Era de la Información’ parece una categoría débil e inadecuada como un nombre para nuestro tiempo. Sin embargo, no sabríamos qué estamos haciendo en el Antropoceno sin la recopilación de datos ambientales. La informática ambiental figurará en la reconstrucción, la creación de ciudades, la agricultura inteligente, las redes inteligentes y otras prácticas relacionales.” En resumen, la crisis climática no es una situación en la que el inciso A es mejor que el B: es necesario complejizar las herramientas.

En 2019, Holly Jean Buck publicó en la editorial Verso Books el libro After Geoengineering, Climate Tragedy, Repair and Restoration, en el que difunde una práctica científica todavía en estado experimental: la geoingeniería. Buck describe una disciplina potencial, aunque compleja:

«La geoingeniería es un significante problemático que tiene que entenderse junto a otros conceptos. Básicamente, dos características que definen mejor la geoingeniería como una intervención al sistema climático son a) intencionales y b) de gran escala. De esto, se derivan dos categorías generales: una consiste en generar métodos para remover carbono de la atmósfera, y así cambiar el sistema climático de manera global, reduciendo concentraciones de gases con efecto invernadero. La otra técnica que se propone es la geoingeniería solar, que se refiere al bloqueo de la luz solar para enfriar nuestra atmósfera. La principal forma con la que se busca lograr eso, y que ha sido muy discutida, es la de inyectar aerosol y otras partículas en la estratósfera para que circulen en el transcurso de un año, con el fin de construir una suerte de escudo que bloquee una pequeña fracción de radiación solar. Otra investigación que se ha desarrollado es la de provocar mayor tránsito de nubes: hacer nubes más brillantes para que puedan reflejar mejor la luz solar y que la reboten».

Estas posibilidades tecnológicas permanecen en un plano teórico, por lo que todavía no se conocen sus resultados. Incluso, Buck señala que hay técnicas que se han implementado a otras escalas distintas a la global, como el almacenamiento de carbono, y que han sido probadas por las industrias de combustibles fósiles. «La geoingeniería es para entender el hecho de que hay un sistema complejo que se puede intervenir de manera ingenieril para que, en el mejor de los casos, los resultados del cambio climático puedan ser modificados u observados con el fin de poder mejorar las intervenciones. Pero el término es incluso omitido por algunos activistas que quieren dejar de lado la perspectiva de la ingeniería o la usan como un contrapunto para describir un mejor ángulo para comprometerse con la Tierra, sea a través de una ecología de crecimiento, algo mucho más holístico. Es una forma de pensar bastante binaria».

Nuevamente, el discurso interpreta según agendas civiles o económicas el potencial de la tecnología, aunque es importante cuestionarse quién diseña y para qué diseña técnicas e instrumentos que puedan responder a las modificaciones climáticas que ha forjado la actividad humana. ¿Cómo, entonces, la discusión social puede imaginar tecnologías? Vemos que la tecnología no funciona por sí misma; la operan una diversidad de intereses que, de hecho, no han sido del todo discutidos de manera colectiva. «El cómo las tecnologías se construyen significa cosas distintas para contextos muy diferentes entre sí. No hay una receta para controlar su diseño. Creo que mi respuesta tendrá más sentido si hablo de un par de ejemplos específicos más que hablar desde la generalidad. Hay una pregunta respecto a qué tanto la flexibilidad es inherente a la tecnología. La forestación es algo a lo que se considera un proceso participativo, porque puede ser aplicada y ajustada a varios tipos de contextos locales y a través de conocimientos locales. Mientras tanto, la captura y almacenamiento de carbono, un modelo que ya ha sido pensado por los gobiernos y el cual busca responder al cambio climático, nos indica que necesitamos confiar en almacenamientos y capturar carbono a una mayor escala geológica. Es más difícil imaginar que esto pueda suceder bajo un control colectivo, local y participativo, porque la historia del almacenamiento de carbono ha sido contada por empresas de petróleo multinacionales. Por eso es mayor reto imaginar cómo una tecnología como esa —cuyo desarrollo y aplicación ya se encuentra en las manos de las industrias de combustibles fósiles— pueda ser tomada por una sociedad civil. Creo que esto da algunos puntos de partida, y algunos cuestionamientos. Uno es que mucha de la tecnología que podría servir para atender el cambio climático, en la realidad de Estados Unidos y probablemente también en la europea, es financiada por el gobierno. Aún cuando pensemos en lo que ocurre en el sector privado, mucha de su actividad es costeada con el dinero de los impuestos. Esto quiere decir que el dinero público ya tiene una partida destinada para el desarrollo de técnicas similares a la de la captura de carbono, que serían más difundidas en gobiernos que fueran progresistas. De hecho, muchas de las demandas del discurso sobre el cambio climático respecto a la tecnología piden que las mismas sean apoyadas de manera global y pública. Es un punto de vista radical, pero no es radical si comparamos el desarrollo de esas tecnologías con la proporción de la crisis. Otra cuestión que se ha discutido es la de la nacionalización de las compañías y de las tecnologías que utilizan. Pero lo que se ha explicado al público con mayor frecuencia, al menos en Estados Unidos, es que esa transición hacia lo nacional de parte de las compañías de combustibles fósiles ha sido empujada por los liberales.  No creo ser una experta para decir cómo es que esto puede aplicarse al contexto mexicano, pero mi punto principal sería que hay vías para pensar la apropiación y control públicos de estas tecnologías». 

La tecnología es un producto del capital. Sus mecanismos son producidos lejos de la esfera pública, además de que el conocimiento que pueda existir al respecto también es dirigido, a veces con un sesgo ideológico. Para Buck, una forma de trascender el binarismo alrededor de la tecnología es asumiendo que activistas y científicos trabajan bajo un sistema determinado, no de manera apologética o resignada, sino críticamente. «Todos vivimos bajo el capitalismo. Creo que debemos entender que hay estructuras que ya están más que formadas. Pero, pensando en los humanos que trabajan bajo este sistema, hay aspectos que reflexionar. Los científicos que están investigando las técnicas de geoingeniería y los activistas que se oponen a éstas navegan el mismo sistema. El científico tal vez se encuentre en una situación en la que, debido al efecto del neoliberalismo en las universidades, se tenga que incrementar la precariedad aún en contra de su voluntad. Necesita financiamiento filantrópico, pero también necesita generar investigación que pueda ser atractiva para otras fuentes económicas que no sean convencionales para su práctica, lo cual lleva a que la ciencia climática en su nivel más básico no esté, de hecho, en donde tenga que estar. Tal vez la ciencia tenga buenos objetivos, pero el que pueda alcanzarlos también se ve influido por las condiciones de su labor. Todo esto también aplica para el activista. Ellos también necesitan hacer que sus ideas sean atractivas para que se puedan difundir con mayor facilidad y que puedan obtener el capital social al que puedan convertir en donaciones económicas. Como humanos, estamos estancados en este sistema tan terrible, y de hecho sí hay gente que está intentando navegar lo mejor que puede. Y si bien eso es verdad, no deja de ser importante vigilar la política económica y la industria social, y tratar de entender qué estructuras y qué acciones se ponen en marcha ahí porque, de hecho, sí tienen resultados perversos».

En After Geoengineering, Buck plantea que los sistemas tecnológicos a grandes escalas producen una sociedad dividida en “expertos” y en “usuarios”. Para la autora, los mecanismos de la tecnología tendrían que “estar sujetos a un diseño público”, con el fin de volverlos más reflexivos. «Muchos de los expertos y los responsables políticos mantienen una idea del público como algo que debe ser consultado y gestionado, pero que no debe realmente incluirse. Eso es todo un reto: los expertos sólo protegen su propio territorio. Al mismo tiempo creo que hay conversaciones, provenientes de otras disciplinas, que han cambiado la narrativa. Pienso en lo que ha provocado el mundo de la tecnología: la gente ha manifestado frustración por ser instrumentalizada como meros usuarios a los que hay que vigilar: se vuelven sujetos a los que se puede controlar algorítmicamente. Por esto ya ha surgido una discusión que propone procesos más participativos mediante los cuales puede existir mayor apropiación tecnológica. Existe la posibilidad de que se dé una reacción similar ante estas divisiones entre la experticia y el público, y que esté dirigida a las políticas climáticas». Para lograr esto, Buck propone una solución clásica: fortalecer la educación, aunque no con el fin de construir una mayor conciencia climática en los estudiantes. Se requiere repensar la relación que se tiene con el clima y con todo lo que eso abarca —el aire, los océanos, la biodiversidad. El desarrollo de estas aproximaciones es nombrado por Buck como “habilidades críticas de diseño”. «Cuando planteé eso pensaba en la educación primaria y sobre cómo la tecnología ha posicionado a los estudiantes como meros usuarios, como lo es un iPad. La interface no trabaja en términos de lo que puedas crear o programar. ¿Eso qué tiene que ver con la manera en que las tecnologías están modificando el paisaje y la geografía? Creo que la educación tiene que alentar a todos los jóvenes estudiantes a pensar qué relación tienen con el paisaje y el clima desde el lugar de un diseñador. No desde un sitio heurístico o de control, sino desde una perspectiva que establezca relaciones, que sea una aproximación responsiva que implique prestarle atención a lo que está a tu alrededor, a lo ecológico y a lo que involucra a otros humanos. Tal vez sea difícil de entender un modelo educativo de esta naturaleza, puede llegar a ser tan abstracto que pareciera que utiliza más la ficción especulativa que la ciencia. Pero no es sólo el clima lo que requiere esta atención, o el diseño. Debemos también pensar en los retos por los que atravesarán los mares, o en la disminución de la actividad polinizadora o en la biodiversidad. Y en todas estas nuevas consecuencias que el antropoceno trae consigo cuando se le describe como un momento en el que hay que gestionar la crisis. ¿Qué pasaría si se le comienza a pensar más como una oportunidad para forjar y diseñar que para simplemente tomar las medidas del cambio climático? Creo que algo así debe empezar desde los inicios de la educación. Es muy difícil obtener capacidades a posteriori. Lo tendremos que hacer así de todas maneras, pero podríamos pensar también en el papel que juega la escuela».

Otra de las capacidades que Buck piensa debe alentarse es la de observar el contenido político en la crisis climática. «El futuro próximo alberga muchas posibilidades. Pero las tecnologías no dictan esas posibilidades. Uno de los temas principales es qué pasará si continuamos esta tendencia política hacia el autoritarismo, que ha provocado también el resurgimiento de la democracia y el pensamiento colectivo. Es posible pensar la eliminación de carbono y la ingeniería solar en estos dos escenarios tan distintos. Me aterra cómo un régimen autoritario pueda utilizar alguna de estas técnicas. La migración climática puede ser resuelta por la ingeniería solar, y esto puede ser usado también para los fines de un nacionalismo radical. Es un futuro perfectamente posible, considerando dónde estamos ahora. El reto es qué alternativas podemos manejar también en torno a la política. La tecnología puede ser una parte de un programa mucho más largo y que esté enfocado en la eliminación de carbono, un programa que litigue para que la eliminación de carbono sea investigada colectiva y democráticamente. Para eso se requiere más imaginación, pero es nuestra responsabilidad articular alternativas y posibles desarrollos para estas técnicas».

Una declaración lapidaria que se lee en After Geoengineering tiene que ver con la sustentabilidad: “Ser sustentable es como darle otro arreglo a las sillas de la cubierta del Titanic mientras se está hundiendo. No se hace lo suficiente como para modificar por completo nuestras relación extractivista y degenerativa con la naturaleza.” Este tiempo de crisis climática es también uno de “soluciones” que sean pensadas por la arquitectura y el diseño urbano. Para Buck, no hay otra solución más que una radical: la restauración de los entornos geográficos. Igualmente, Buck ha estudiado el discurso mediático, ya que los medios de comunicación también forman parte del imaginario sobre la crisis climática. Aquí, una conclusión:

«Los medios están muy fragmentados actualmente y es muy difícil encontrar siquiera posturas. Creo que los medios más difundidos en Estados Unidos, como el New York Times o el Washington Post, han hecho hoy un mejor trabajo que el año pasado en su cobertura sobre el cambio climático. Pero hay gente a la que no le llega la información de esas fuentes de noticias porque prefieren prestarle atención a otras. Navegar esa fragmentación mediática es todo un desafío para poder hablar de participación pública en el diseño de algo como la ingeniería solar. Seguramente el público no estará en contacto con información confiable. De hecho, creo que la mayoría de la gente no sabe sobre los procesos para remover carbono. Creo que el lenguaje en torno a la regeneración es más ambicioso en contraste con el de la sustentabilidad, que es un término bastante corporativo. Lo que nos permite hablar de restaurar el clima a un estado previo a la crisis es que estamos, de hecho, enfrentándonos al daño que se ha hecho y que no queremos proseguir. Si consideras el contexto del norte de México, y la forma en la que el delta del Río Colorado ha sido desecado por Estados Unidos, quien controla el río desde hace décadas, imaginar un delta sustentable no va más allá de señalar la historia del daño ecológico y el potencial de una futura restauración de ese ecosistema. Pero si partes de un marco que contemple la regeneración, las posibilidades de lo que se puede hacer se abren más. Los arquitectos y los diseñadores tienen un gran rol para cambiar los términos de la conversación, pero también para animar la polarización. Por ejemplo, en la región del Colorado, hay arquitectos que han visualizado cómo podrían ser la Laguna Salada y otros ecosistemas si se les devolviera el agua. Con la visualización del paisaje se puede especular una intervención hecha por humanos para restaurar ese medio ambiente. Este ejemplo es una herramienta muy poderosa para la participación pública y el compromiso colectivo. Ese puede ser un papel para arquitectos y arquitectas, y probablemente hay otros.»

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