Resultados de búsqueda para la etiqueta [Corredor Cultural Chapultepec ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 03 Oct 2023 15:53:32 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 A un año del ¡Así no! https://arquine.com/a-un-ano-del-asi-no/ Tue, 06 Dec 2016 15:41:36 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/a-un-ano-del-asi-no/ El ¡así no! sigue vigente, pues el modelo de desarrollo urbano que propone el gobierno de de la ciudad sigue siendo excluyente, parcial, opaco y, peor, torpe. Pero nuestra tarea será pasar del ¡así no! al cómo y a qué sí. Será una tarea larga.

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La tarde del domingo 6 de diciembre del 2015 algunos esperábamos atentos los resultados de la consulta ciudadana que el gobierno de la ciudad de México había organizado para decidir sobre la construcción de lo que llamaban el Corredor Cultural Chapultepec. La historia había empezado unos meses antes, en agosto, cuando en una reunión no muy pública en un hotel de la Zona Rosa se presentó el proyecto. A mi, todavía antes, uno de los arquitectos de la propuesta me había mostrado su idea de duplicar el espacio público en la calle construyendo un techo con jardines sobre la avenida Chapultepec. Temía que los promotores del proyecto y el arquitecto principal no le dieran el crédito correspondiente. Al final, sería incluido como coautor.

El argumento oficial era simple, demasiado simple. Una calle con una larga historia y una posición central en la ciudad sufría un notable deterioro. Cruzarla era un riesgo para peatones y ciclistas. Hacía falta mejorarla pero eso requería una gran inversión, dinero que el gobierno no tenía. Lo que se podría haber resuelto disminuyendo carriles y ampliando y mejorando banquetas, se transformó en un paseo peatonal elevado —cuando hoy el consenso entre urbanistas es que al peatón no hay que andarlo paseando y menos por las alturas. Para cubrir el gasto, el terreno —esto es, la calle— se ofrecía como concesión en un acuerdo con un inversionista privado, a cuarenta años y que, a cambio, construiría un enorme centro comercial en uno de los extremos del paseo. Para que no sonara tan despiadada la operación, se repartían a lo largo zonas de uso indeterminado pero dedicadas vagamente a las artes, que avalaban el calificativo de cultural. Unas semanas después de la presentación del proyecto habría una consulta ciudadana que consistía en sugerencias sobre qué hacer en esos espacios. Nada más.

La oposición al proyecto fue casi inmediata: un despropósito urbano, un absurdo, una ocurrencia y, peor, un pésimo e innecesario negocio para la ciudad. Se discutió y se debatió y se aplazó la fecha de la consulta, sin modificar mucho las formas. Se nombró un consejo de notables. Algunos no lo eran tanto, otros rechazaron participar y la mayoría parecía convencida por las “buenas intenciones” con que se envolvía al proyecto. Avenida Chapultepec es un desastre, era el acuerdo general, ¡algo hay que hacer! Las opiniones en contra fueron cada vez más. Se volvió a posponer la consulta y se cambiaron sus formas, aunque seguía siendo un cuestionario poco claro y que parecía hecho a modo para beneficiar a quienes proponían el armatoste. Más debates, más discusión. El gobierno no pasaba de mostrar la misma propaganda, como si de un desarrollo inmobiliario comercial se tratara —¡y eso era! Al final, diversos grupos de vecinos presionaron para que la consulta fuera organizada y vigilada por el Instituto Electoral de la ciudad. Eso tampoco parecía garantía de transparencia, pues el proceder de esa institución fue todo lo contrario: opaco. Una sesión clave para decidir cómo sería la consulta y quiénes participarían dio muestra de hasta dónde el gobierno de la ciudad pretendía manipular personas y condiciones para conseguir construir lo que propuso.

Más debates. El tema saltó de blogs, redes sociales y medios especializados a la prensa, el radio y la televisión. Algunos consejeros del grupo de notables empezaron a dudar y acusaron la poca transparencia de todo el procedimiento. Se fijó el 6 de diciembre como fecha para la consulta y un día antes, el sábado cinco, varios cientos —nosotros decimos que miles— salimos a la calle a protestar no sólo contra ese proyecto sino contra el modo como el gobierno capitalino procedía en temas urbanos, sobre todo cuando había participación privada. La propuesta del Corredor Cultural había logrado unificar una oposición diversa pero consistente: grupos de vecinos y de arquitectos y urbanistas, escritores, actores, representantes de partidos políticos distintos al que gobierna la ciudad: a la derecha y a la izquierda y al centro, e incluso desde dentro del gobierno de la ciudad hubo voces discordantes. Contra la campaña publicitaria oficial, se organizó otra sin centro visible pero que al final coincidió en una proclama: ¡así no!

La tarde del domingo 6 de diciembre del 2015, algunos esperábamos atentos los resultados de la consulta aunque no pensábamos ganarla. Era claro que el gobierno de la ciudad había hecho todo  por vencer y convencer. Pero no fue así. Ganamos, era el mensaje que empezó a circular en los grupos de whatsapp que, aunque mudo, leíamos con tono entre sorprendidos e incrédulos. No votó más del cinco por ciento de los convocados, pero el no —el ¡así no!— ganó con más de 60 por ciento de esos votos. Muchos vieron ahí un triunfo de eso que se califica como la sociedad civil, una demostración fuerte y clara de que los habitantes de la ciudad no querían más proyectos decididos a sus espaldas. Seguía entonces, dijimos, preguntarnos ¿cómo sí?, ¿cómo se podría hacer un proyecto de esa envergadura? ¿Qué queríamos?

Por instrucciones del Jefe de Gobierno se buscó a los representantes de vecinos y a las cabezas más visibles del rechazo al Corredor Chapultepec. En una gran mesa redonda —pero vacía: un aro, pues— nos sentamos y el Jefe de Gobierno habló. Habían oído y entendido —muy tarde y tras mucho gasto y desgaste— que eso no era lo que se quería y, en el acto, instruía a la Secretaria de Gobierno a realizar mesas de trabajo con todos los involucrados para decidir qué hacer. A cargo de llevar las mesas estaría la directora de la Autoridad del Espacio Público. También estuvo presente el Secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda. Todo muy oficial. Pero eso sí, aclaró: no hay presupuesto aun.

Hubo varias sesiones de trabajo y dos o tres oficiales, frente a los encargados del gobierno. Del lado del ¡así no!, entre todos pedíamos todo. Había los pragmáticos que ofrecían la solución más simple: buenas banquetas, buen mobiliario público, buena iluminación. Más árboles, menos coches. Había los utópicos que planteaban ese momento como la posibilidad de pensar otra manera de hacer ciudad, de concebir y planear proyectos urbanos, nunca sin nosotros, se dijo. Como cuando la campaña contra el Corredor, se organizaron grupos, se hicieron propuestas, pero del lado del gobierno sólo se sentaron a esperar. A esperar, a mi parecer, que el grupo se fracturara, que las discrepancias internas terminaran por ser más fuertes que los acuerdos, que todo se olvidara. Y así fue. La encargada de dar seguimiento a las mesas dejó su puesto y nunca nadie más volvió a hacer caso de las instrucciones del Jefe de Gobierno —a menos que hubiera otras, dichas en corto: déjenlos, que se cansen. Uno de los que se sentaba en las mesas oponiéndose al Corredor terminó ocupando el cargo vacío en la Autoridad del Espacio Público. Eso no implicó que las mesas de trabajo para replantear qué hacer en avenida Chapultepec se retomaran. Los términos legales de la concesión y el fideicomiso aun no se han aclarado y probablemente en unos años alguien encuentre en un cajón papeles a los que intentará sacar provecho.

Hoy hay quien piensa que no se ganó nada. Estoy seguro que varios suponen incluso que habría sido mejor aunque fuera eso para transformar Chapultepec. No lo veo así. Me parece que el affaire Chapultepec nos enseñó varias cosas. Románticamente, que sí se puede, que un grupo de ciudadanos con ideas diversas y hasta divergentes pueden reunirse alrededor de algunos acuerdos básicos —no queremos eso, así no— más allá de sus diferencias. Pasó y sigue pasando. Pragmáticamente, que debemos aprender a articular esas diferencias: el consenso total y permanente es no sólo una ilusión sino probablemente algo indeseable y aunque defiendo la posibilidad y el derecho de oponerse sin estar obligado a proponer algo —uno de los reclamos con los que unos quisieran detener que cualquier cosa es mejor a nada—, sí hay que poner a trabajar estrategias para lograr actuar cuando así se desee o haga falta. Cínicamente, aprendimos que en el gobierno de la ciudad —y no sólo en esta— la idea de participación ciudadana se sigue viendo como un obstáculo, reduciéndola a consultas que buscan la aprobación ciega o a protestas que hay que desarticular.

 

La participación casi siempre es reactiva a falta de instrumentos y procedimientos que la permitan e inciten desde que se inicia la planeación de propuestas urbanas. Las que ha hecho después el gobierno de la ciudad de México demuestran que su visión sigue siendo imponer desde arriba una sola idea. En particular, el gobierno de Mancera parece incapaz de articular propuestas que se hayan trabajado desde un principio con todos los afectados e involucrados y no sólo acordado en una mesa de negociaciones entre funcionarios e inversionistas. El cambio de su lema de campaña y gobierno de decidiendo juntos a por ti, es sintomático.

El resultado en avenida Chapultepec, por supuesto, no se logró. La calle sigue como estaba hace un año, quizá peor. Eso no es culpa ni responsabilidad de quienes rechazamos una propuesta absurda sino de un gobierno que tiene un sólo modelo de acción en la ciudad: la asociación público-privada poco transparente y que no ofrece beneficios claros para todos —véase ahora lo que pasa con el CETRAM también en Chapultepec y otros casos similares. El ¡así no! sigue vigente, pues el modelo de desarrollo urbano que propone el gobierno de Mancera sigue siendo excluyente, parcial, opaco y, peor, torpe. Pero nuestra tarea será pasar del ¡así no! al cómo y a qué sí. Será una tarea larga.

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La obsesión con Chapultepec https://arquine.com/la-obsesion-con-chapultepec/ Sun, 08 May 2016 02:44:45 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-obsesion-con-chapultepec/ La obsesión con Chapultepec parece resultado de la obcecación, de la necedad y la terquedad, de no querer ver que no están viendo todo lo que debieran ver.

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En menos de un año el gobierno del ex Distrito Federal ha presentado tres proyectos que se relacionan, al menos por nombre, con Chapultepec. Primero fue el llamado Corredor Cultural Chapultepec, que no era ni lo primero ni lo segundo sino una construcción innecesaria sobre la avenida Chapultepec. Un paseo elevado y un centro comercial que alcanzaba, en el extremo contiguo a la glorieta de Insurgentes, una altura de hasta siete niveles. La idea de construir un segundo y hasta tercer nivel de pasarelas y locales comerciales no prosperó. Era una ocurrencia sin otro fundamento que garantizar el negocio a un inversionista con el pretexto de lograr mejorar la muy deteriorada avenida sin que el gobierno de la ciudad invirtiera un solo centavo. O al menos esa era la propaganda oficial, del todo engañosa pues la ciudad invertía el bien más escaso en la zona: el terreno, en este caso, peor aun, la calle misma.

 

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Después vino la desafortunada idea de instalar una rueda de la fortuna —temporalmente “por diez años”— en un estacionamiento al lado del Museo de Arte Moderno, convirtiéndola así en una de las caras oficiales del Bosque. El pretexto era atraer turistas —que vendrían en masa a la ciudad de México para ver lo que, más o menos, ya pueden ver desde el Castillo de Chapultepec, si la contaminación se los permite. Se argumentó otra vez que la ciudad no invertiría nada —más que el valioso terreno— y que ganaría parte —mínima— de las entradas —cuyo costo sería demasiado alto para los ingresos del mexicano promedio, aunque habría visitas gratuitas para que los niños de escuelas públicas pudieran darse el gusto. De nuevo hubo descontento y la instalación de la rueda, que carecía de todos los permisos necesarios, se cambió de sitio, al lado del Auditorio Nacional.

 

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Tercer acto: CETRAM Chapultepec. Cualquiera que haya visitado la estación de metro Chapultepec sabe lo conflictiva que resulta, sobre todo si se trata de llegar a una micro. No hay duda de que se necesita mejorar la zona, como de que se necesita mejorar la avenida Chapultepec y muchísimas otras de esta ciudad. ¿Pero cómo? El proyecto del CETRAM que propone el Gobierno del ex Distrito Federal —y que viene arrastrando de la administración anterior— supone hacerlo mediante una inversión privada a cambio de permitir la construcción de un edificio en una zona que, hasta hace unas cuántas décadas, era parte del Bosque de Chapultepec y que ahora califican de residual pese a que la ocupen algunos árboles —esos seres vegetales que con su terca presencia parecen oponerse a varios proyectos de desarrollo del gobierno capitalino.

 

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En general la operación no es muy distinta a lo que suponía el Corredor Chapultepec —mejor conocido como Shopultepec—, sólo que en vez de un kilómetro se trata de una zona de poco más de 200 metros de largo, aunque en vez de un paseo de tres niveles ahora se proponen un centro comercial, un hotel y una torre de oficinas, ésta de 40 pisos. El modelo es el mismo: el paquete se arma de acuerdo a las necesidades del inversionista, no de la ciudad —que recibirá el 2% de las ganancias del conjunto a cambio de un terreno de gran valor inmobiliario que antes no existía— y viene con proyecto arquitectónico incluido —es decir, sin concurso de arquitectura.

Otra vez, buscando arreglar una zona de la ciudad el gobierno, bajo pretexto de no tener dinero para hacerlo, fabrica la “necesidad” de un proyecto que, además, adolece de varias contradicciones en su planteamiento, empezando por construirse no en un terreno de propiedad pública, con límites y usos definidos, sino en el espacio público. Por supuesto, no es que la ciudad no pueda cambiar, que donde alguna vez hubo una plaza no pueda construirse un edificio, ¿pero qué edificio? ¿Un centro cultural o un centro comercial? ¿Un complejo de vivienda social o una torre de oficinas? El desarrollador inmobiliario, cuidando su inversión, dirá que los primeros no son viables, ¿qué debiera hacer entonces el gobierno? ¿Buscar los mecanismos para desarrollar proyectos que beneficien a todos los ciudadanos o propiciar un nuevo centro comercial donde, tal vez, no podrán comer muchos de los que antes lo hacían en los feos y sucios puestos del paradero?

 

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El proyecto, construido con el pretexto de mejorar una estación de intercambio entre el metro y otros medios de transporte público, parece que tendrá cinco niveles subterráneos de estacionamiento, algo que resulta de menos incomprensible para un gobierno que, dadas las circunstancias actuales de la ciudad, debiera estar buscando la mayor inversión en el transporte público y desalentar al máximo el uso del automóvil. ¿No se debería llegar a la torre, al hotel y al centro comercial en metro o en micro, que para algo están ahí, enfrente? Por supuesto el reglamento de construcciones exige otra cosa, pero ¿no podrían en este caso hacerse excepciones ya que se trata de un proyecto excepcional? ¿No debería aprovecharse la ocasión para pensar ese modelo de desarrollo tan ligado al automóvil? Por supuesto, la necesidad de la torre, el hotel y el centro comercial es todo menos evidente y la desaparición de parte de esa zona de lo que se puede seguir pensando como el Bosque de Chapultepec es indefendible. Por otro lado, no sólo el nuevo conjunto empequeñecerá aun más al edificio de la Secretaría de Salud —diseñado en 1929 por Carlos Obregón Santacilia— y a la polémica Estela de luz —que aunque no nos guste, ni modo: ya está ahí y mucho costó— sino que el Gobierno de la ciudad parece no tomar en cuenta la posibilidad de conectar de mejor manera el paseo de la Reforma con el Bosque de Chapultepec —algo como lo que propusieron Arquitectura 911 (Jose Castillo y Saidee Springall) y Fernanda Canales en el concurso del Arco del Bicentenario. Eso hubiera sido una manera real de entender el desarrollo urbano más allá de la pura inversión.

 

Algunos apóstoles del “desarrollo urbano” lo confunden ciertas veces con una torre o una colección de éstas. Ni siquiera la evidencia de un desastre urbano como Santa Fe, donde las torres y los corporativos abundan, parece convencerlos de que no es así. Construir mucho no es sinónimo necesario ni inevitable de desarrollo urbano. Convencidos que “al igual que sucede en la economía” —lo que muchos hoy discuten— en la ciudad el desarrollo termina distribuyéndose como por goteo, aplauden la inversión pidiéndonos compartir su fe en que, más tarde que temprano, los beneficios serán compartidos. Tres altas torres a la redonda de donde se plantea el CETRAM Chapultepec no han traído a la ciudad mejoras visibles para todos: no hay mejores banquetas, no hay más y mejor transporte público, no se invirtió en mejorar la estación del metro —¿y si a la torre BBVA se le hubieran ahorrado los sótanos de estacionamiento y ese dinero se hubiera invertido en desarrollar el mejor CETRAM posible donde ahora se propone una nueva torre… con estacionamiento? La responsabilidad de esto es, sin duda, de gobiernos incapaces de plantear modelos efectivos e inteligentes de desarrollo que implican concebir un plan general y un reglamento acordes con las condiciones actuales.

El terreno se abre para otra batalla entre un gobierno incapaz de construir grandes propuestas desde la participación y la comunicación con los ciudadanos y la cada vez más férrea negativa de éstos a cualquier proyecto. La posición de los segundos se entiende: la burra no era arisca. La incapacidad del primero no: el Gobierno de la ciudad debiera poder entender cuáles son las prioridades compartidas y en qué casos tiene que saber convencer sobre acciones que no a todos convencen, debiera tener la capacidad de proponer una idea común de ciudad y al mismo tiempo asumir que el consenso es imposible, buscando modelos de desarrollo y comunicación consecuentes. Dejar de imaginar proyectos sólo para turistas y consumidores y pensar en una diversidad de ciudadanos, con intereses divergentes, con gustos, necesidades e ingresos distintos, en vez de un ciudadano tipo.

La contingencia ambiental que en los últimos días ha azotado a la ciudad de México es uno de los más claros ejemplos de la urgente necesidad de nuevas estrategias de planeación, eficaces y que incluyan, sí, construir más y con mayor altura en zonas centrales de la ciudad. Eso debe hacerse con imaginación e inteligencia y con adecuada planeación y participación si se busca el beneficio y, así, la aceptación de la mayoría. Este año el Jefe de Gobierno tal vez lo dedique casi exclusivamente al Constituyente y el 2018 a emprender una campaña por la presidencia. Sólo nos quedará el 2017 para imaginar, en conjunto, qué ciudad queremos y necesitamos. ¿Ya para qué, entonces?, dirá el funcionario haciendo maletas. La obsesión con Chapultepec parece resultado de la obcecación, de la necedad y la terquedad, de no querer ver que no están viendo todo lo que debieran ver.

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Aprendiendo de Londres y Sao Paulo: el corredor Chapultepec como anomalía urbana https://arquine.com/aprendiendo-de-londres-y-sao-paulo/ Sun, 13 Dec 2015 02:11:34 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/aprendiendo-de-londres-y-sao-paulo/ Una consulta pública a favor o en contra del corredor Chapultepec en realidad solo polariza más la ya de por si radicalizada agenda urbana del Gobierno de la ciudad. En caso de NO haber salido derrotado sería entender que, cuando se trata de proyectos urbanos, lo importante es saber si hay una estrategia clara de la ciudad o no ante su espacio público.

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Hace exactamente nueve meses que escucho noticias del proyecto del corredor Chapultepec. La presentación pública del proyecto tuvo –en mi opinión– garrafales fallas que en cualquier concurso internacional no hubiesen permitido la obtención ni tan siquiera de una mención. Pero en el mundo del “branding urbano” contemporáneo, todo se vale.

De todo lo que se publicó en los medios, recuerdo una declaración del equipo proyectista en la cual se argumentaba lo positivo que el proyecto traería entre otras cosas, mediante la separación de los flujos vehiculares y peatonales (uno encima del otro). Grave resulta que el mismo equipo no conozca la media docena de resultados fallidos de este tipo de intervenciones urbanas en varias ciudades de Gran Bretaña entre 1940 y 1955.

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Proyectos de los Smithson (Allison y Peter), entre otros grandes arquitectos británicos, fueron construidos en ciudades como Sheffield, Birmingham, Manchester y Londres, justamente bajo la misma parafernalia que vemos en Chapultepec respecto a un espacio público de calidad, con espacios culturales, mejor accesibilidad peatonal, zonas verdes, etc. De todas estas pasarelas, hoy demolidas, con excepción de una –de forma parcial– en Londres (en la City próxima al Barbican Centre). Esta es más un espacio semi-publico, completamente segregado de los principales flujos peatonales y sin actividades económicas relevantes que atraviesa varios edificios privados. Hace unos años le escuche a Mike Davis decir que estas pasarelas elevadas de Londres son una muestra de lo fácil que resulta construir aberraciones de espacio público y lo difícil que resulta demolerlas décadas más tarde, cuando la sociedad – incluidos políticos y desarrolladores– se percatan del error cometido.

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En el caso de Chapultepec, esta anomalía urbana no para en el proyecto mismo. Toda la especulación “democrática,” desde formar una comisión para evaluar el proyecto hasta realizar una consulta pública, demuestra la falta de profesionalismo del gobierno de la ciudad para rectificar el curso, reconocer el grave error urbanístico y aprovechar esta coyuntura para entender y pensar la importancia que tienen los proyectos urbanos de espacio público –mas allá de parques de bolsillo– en ciudades como México.

Vamos por partes; le robó a Juan Villoro una declaración que hizo recientemente al decir que un jurado representa la combinación de cinco bien intencionadas arbitrariedades. El supuesto consejo consultivo para el proyecto de Chapultepec adolecía justamente de eso: son individuos que expresaron sus diferentes puntos de vista sin considerar la estrategia de la ciudad para recuperar estos corredores urbanos en grave deterioro —dicho sea de paso, esta estrategia hasta la fecha no existe o por lo menos no es pública. Entonces, ¿cómo evaluar algo sin tener principios estratégicos a los cuales apegarse para emitir un juicio objetivo y no tendencioso?

Por otro lado, mucho se ha dicho sobre la importancia de la avenida Chapultepec para la ciudad —y mucho se ha argumentado por aquellos que apoyan el proyecto de cómo este corredor sería como el High Line lo fue para Nueva York. Esto no es más que un sofisma —como con los antiguos griegos, de gran utilidad para los políticos, porque supuestamente muestra un saber mayor ante la gente. Esto fue lo que dijeron: la avenida Chapultepec actualmente no es importante pero puede llegar a serlo y el corredor sería una panacea con resultados económicos y urbanísticos. Me atrevería a afirmar que Simón Levy y muchos otros que apoyaron esa iniciativa se basaron en un doble negativo: espacio público vuelto privado y reformar creando algo nuevo, y al hacerlo, creyeron que con la existencia de una nueva estructura a esa zona le cambiaría la cara y la jerarquía de esa avenida sería comparable a Reforma. Aunque la realidad fuera lo opuesto.

 

Quisiera ponerlo en evidencia, comparando el proceso con el de otra ciudad en Latinoamérica que, como México, quiere recuperar espacio público, atacar el grave problema del tránsito y, de paso, intentar revitalizar un área degradada. El proyecto del Minhocao en San Pablo, ha sido presentado por sus defensores como un nuevo espacio público para la ciudad. Su propuesta consiste en cerrar un viaducto elevado de 2.8 kilómetros de extensión y transformarlo en “algo”. Llevan casi dos años de consultas, trabajos con asesores y grupos de distinta índole para definir cuál es la estrategia y precisamente qué será ese “algo,” para luego organizar un concurso de ideas. La ciudad ha aceptado los dos primeros pasos: cerrarlo un día por semana al tráfico y dejarlo como espacio recreativo para bicicletas, patinadores, peatones, carritos de venta de comida, etc., y lanzar un programa público de apropiación temporal de algunas esquinas con el fin de entender el valor real de este viaducto como espacio público y no solo como infraestructura para la movilidad. Esto es lo que se ha conseguido en 12 meses: primero, que las autoridades evalúen el impacto al tránsito si esta vía fuese cerrada totalmente y, segundo, la sociedad ha comenzado a entender que un proceso democrático totalmente abierto no logra conseguir, por consenso, la esta estrategia urbana para una intervención de esta escala y que precisan de un equipo de asesores para realizar este trabajo en representación del gobierno de la ciudad.

La consulta pública a favor o en contra del corredor Chapultepec en realidad solo polarizó más la ya de por si radicalizada agenda urbana del Gobierno de la ciudad. Una clave habría sido entender que, cuando se trata de proyectos urbanos, antes del render, lo importante es saber si hay una estrategia clara de la ciudad ante su espacio público –uno de los activos urbanos más importantes— y demandar a las autoridades la presentación de esta. Es evidente que todo esto aun sigue faltando en la ciudad de México. Ojalá y no tengamos que esperar medio siglo para descubrir el grave error que seria apoyar este tipo de iniciativas.

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Así no https://arquine.com/asi-no/ Mon, 07 Dec 2015 10:56:57 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/asi-no/ Así no, no es un rechazo a que se hagan cosas, sino a una manera de hacerlas que hoy resulta insostenible: sin participación ciudadana, sin transparencia en la gestión y sin rendición de cuentas. Falta mucho y habrá que construir la manera como se puedan hacer las cosas, construir otros acuerdos y entender qué es lo que beneficia a más y perjudica a menos en la ciudad. En lo que vamos sabiendo cómo sí, por lo menos hoy quedó claro que sabemos cuándo decir que así no.

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Así no. Fue la frase que una noche de lunes se acuñó como lema de batalla. Las sesiones empezaron hace unos meses. Tuvimos algunas en las oficinas de Arquine. Luego siguieron en la Casa del Arquitecto, en la avenida Veracruz, a una cuadra de la avenida Chapultepec: la zona en disputa. Creo que en la primera reunión la mayoría fuimos arquitectos. Colegiados unos, otros no. Se discutía sobre la propuesta del Corredor Chapultepec —al que se calificaba de cultural y que rechazábamos en principio, tal vez, por razones tan solo urbanas o arquitectónicas. Pero estaba claro que había más. Estaba el tema de la movilidad y, sobre todo, el del espacio público, que no es simplemente una buena banqueta o una buena plaza —aunque eso ya es mucho— sino, sobre todo, un espacio político. Lo dijo alguna vez el antropólogo Manuel Delgado: el espacio público no existe, así, en abstracto. Existen distintas formas de concebirlo, inseparables de ciertas ideologías. Es tan pública la plaza donde nada estorba al transeúnte como aquella donde se instala un mercado por la mañana y se retira en la tarde. Había que discutir y entender todo eso para generar acuerdos y articular lo que en principio fue un rechazo prácticamente unánime a la idea de construir un Centro Comercial travestido de espacio “cultural” a media calle. Construíamos un espacio público para discutir sobre el espacio público.

A la siguiente sesión acudieron algunos vecinos de la zona. Sabían del tema más que nosotros y conocían con precisión las minucias de un proceso que todos sospechábamos demasiado oscuro. La proporción entre vecinos y arquitectos —que de hecho no son categorías excluyentes— fue cambiando. Pronto se sumaron otros profesionistas, incluyendo abogados, comunicadores, periodistas y más. Algunos miembros del Consejo Consultivo que se había nombrado para asesorar el desarrollo también hicieron su trabajo desde dentro, convenciendo primero, poco a poco, a otros del mismo consejo de todo lo que andaba mal en la propuesta. Cada uno había empezado su propia batalla contra ese proyecto y la respuesta era la misma: critican y no proponen. Pero propuestas había varias. No tenía sentido destacar una sola. ¿Para qué firmar una propuesta si era mejor sumarnos todos a una estrategia clara?

Las batallas siguieron y el proyecto que parecía destinado a construirse se iba retrasando. Primero se planteó una consulta que organizaría la misma instancia que hacía la propuesta. Era inaceptable. Vino la petición de una consulta organizada por el Instituto Electoral del Distrito Federal. La consulta que al final se organizó fue determinada de manera irregular, sin cumplir cabalmente con la ley y fue impugnada por varios comités vecinales. En alguna sesión decidimos no jugar el juego de la consulta: parecía pensada para legitimar un proyecto que tenía tantas fallas, tantas lagunas legales, técnicas y de procedimiento, que someterlo a una votación simple de o no era absurdo. Con todo, había que informar, contrarrestar una campaña que ya llevaba meses en la que el Gobierno del Distrito Federal presentaba obstinadamente propaganda a manera de información, algunos datos a medias mientras ocultaba otros, actuando descaradamente como promotor inmobiliario. Se trataba además de un proyecto que estaba ya firmado y acordado. No, no estaba: está, todavía. Y la descalificación seguía y era la misma: no proponen, sólo se oponen. De ahí vino, aquél lunes en la noche, el lema: así no.

No se trataba sólo de negar el proyecto por sus muchas fallas sino de cuestionar el procedimiento con el que se planteó, aun más deficiente, y decir claramente que ese no era el modo de hacer las cosas. Así no, sin la participación de los ciudadanos, que no se reduce a un tache sobre un o un no en una boleta. Así no, sin el aval de expertos y especialistas que, de manera pública y colegiada, determinen su postura. Así no, construyendo a retazos sin haber imaginado la ciudad posible que queremos. Así no, beneficiando a unos cuantos en perjuicio de la mayoría. Así no.

Ayer marchamos cientos, quizás un par de miles para decir que así no. Hoy ganó el NO en la consulta del Corredor Chapultepec. Hay quienes dicen que fue un triunfo de la democracia, de otra manera de plantear proyectos para la ciudad. Sí, pero la medalla no es para nadie en el gobierno: basta leer la prensa en estos últimos meses para saber que cedieron poco a poco y sin quererlo. Si de esto sigue un cambio, y esperemos que así sea, será porque presionamos para que se diera y lo seguiremos haciendo. Muchos nos fuimos sumando: personas, organizaciones, medios. No los nombro para no olvidar a nadie.

Así no, no es un rechazo a que se hagan cosas, sino a una manera de hacerlas que hoy resulta insostenible: sin participación ciudadana, sin transparencia en la gestión y sin rendición de cuentas. Falta mucho y habrá que construir la manera como se puedan hacer las cosas, construir otros acuerdos y entender qué es lo que beneficia a más y perjudica a menos en la ciudad. En lo que vamos sabiendo cómo sí, por lo menos hoy quedó claro que sabemos cuándo decir que así no.

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La ciudad tomada: así no https://arquine.com/la-ciudad-tomada-asi-no/ Thu, 03 Dec 2015 19:36:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-ciudad-tomada-asi-no/ Pese a las fallas de la dudosa consulta, si se vive en la Delegación Cuauhtémoc habrá que salir el 6 de diciembre a votar que no, así no se puede ni se debe construir una ciudad que se quiera democrática y equitativa.

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En el cuento de Cortazar La casa tomada, dos hermanos van cerrando las puertas de las habitaciones en las que sienten presencias extrañas hasta que, al final, cierran la de la casa quedándose afuera. Con la ciudad nos ha pasado lo mismo, pero al revés. Hemos abandonado lo público hasta quedarnos cada uno adentro de casa. Lo público se ha convertido en recurso sólo de pobres, que hay muchos. El transporte público, la educación pública, la salud pública, ni siquiera son considerados como opción por la población con más recursos económicos. Incluso no parece avergonzar a ningún funcionario, encargados de administrar y mantener esos bienes públicos, viajar en auto privado con chofer, inscribir a sus hijos en la mejor escuela privada y atenderse en hospitales privados que más de la mitad de los mexicanos no podrían pagar. Las filas y los apretujones, el deterioro o el desabasto, son el calvario de muchísimos que unos cuantos se empeñan en no ver. Y cuando por fin vuelven la mirada, compasiva, hacia la calle, parece que la única manera de rescatar lo público de la ruina que recién se descubre es transformándolo en aquello que mejor se conoce: un negocio.

En la ciudad de México uno de los casos más recientes de ese proceder es la propuesta del Gobierno del Distrito Federal para rehabilitar la avenida Chapultepec, una calzada no sólo vieja sino histórica, hoy agobiada por el incontrolable tráfico de automóviles y difícil de atravesar a pie o en bicicleta y olvidada por el gobierno, que no se hizo responsable de su mantenimiento. La solución que encontró el actual gobierno fue ofrecer la calle como terreno para la construcción de una mole que no es otra cosa que un Centro Comercial cuyos dueños, a cambio, se harán cargo de las mejoras y el mantenimiento que hace falta. En el negocio en el que nos han hecho socios sin pedirlo, unos cuantos inversionistas se llevarán el 95 por ciento de las ganancias gracias a que la calle, espacio público por excelencia, se convirtió en un bien mercantil. Como en acto de magia, la solución para rehabilitar el espacio público fue desaparecerlo y transformarlo en espacio de consumo, cedido a un inversionista privado por 40 años, quien junto con su propuesta financiera traía bajo el brazo un proyecto arquitectónico de una torpeza equiparable al absurdo que toda la idea supone. Adornado con plantas y salpicado de actividades que se califican como culturales para disimular la verdadera condición mercantil del edificio, un largo paseo elevado ensombrece la calle para terminar en una plaza escalonada bajo la que no puede esconderse el Centro Comercial que es el auténtico interés de los inversionistas. Todo mal, como ya se ha explicado aquí y en muchos otros medios.

Ante la protesta de los vecinos de la zona donde se pretende construir lo que ya se bautizó popularmente como El Titanic y el rechazo al proyecto de un gran número de arquitectos, urbanistas y paisajistas —sorprendente unidad en gremios acostumbrados a disentir—, el gobierno de la ciudad se vio obligado a someter el proyecto a una consulta ciudadana que, en vez de aclarar las cosas las enturbia aun más, pues llaga tarde, pretendiendo travestir de participación lo que no es más que una pregunta y buscando legitimar un proyecto viciado de origen y que ya ha sido pactado entre el gobierno y los inversionistas. La verdadera participación ciudadana se construye con información y tiempo, no así, con propaganda y de prisa.

Pese a las fallas de la dudosa consulta, si se vive en la Delegación Cuauhtémoc habrá que salir el 6 de diciembre a votar que no, así no se puede ni se debe construir una ciudad que se quiera democrática y equitativa. Y por eso, por la manera torpe y abusiva con la que se ha desarrollado este proceso desde la primera idea hasta la consulta, pero también por la manera como esta ciudad se construye a tumbos y con ocurrencias en vez de planeación, sin transparencia ni rendición de cuentas, decidimos reunirnos un día antes de la consulta —el sábado 5 de diciembre a las 11 de la mañana, frente al acueducto de la avenida Chapultepec— no sólo los vecinos de la zona sino de toda la ciudad, especialistas y legos, famosos y desconocidos, para decir que así no, que el espacio público se puede imaginar y construir de mejores maneras y que podemos, todos, retomar nuestra ciudad.

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El equívoco del Proyecto Chapultepec (y otras posibilidades) https://arquine.com/el-equivoco-del-proyecto-chapultepec-y-otras-posibilidades/ Sun, 20 Sep 2015 17:06:31 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-equivoco-del-proyecto-chapultepec-y-otras-posibilidades/ Bien se saben todos los esfuerzos de los promotores hechos hasta ahora. Se conoce el esquema legal y el objetivo financiero. También es notoria la oposición muy generalizada al proyecto, y el desgaste ciudadano y político que se ha dado. Pero los equívocos se pueden corregir, las alternativas pueden variar. Y los mismos actores, u otros, pueden empezar correctamente una intervención urbana bien aceptada por la ciudadanía, y altamente benéfica para la ciudad. Pero es indispensable reflexionar, recapacitar, y actuar en consecuencia.

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Lo que pase en México, la ciudad, nuestra capital, es de la incumbencia de todos los mexicanos. Pisar su suelo, gozarla y sufrirla, es patrimonio absoluto de quienes vivimos en este país, de quienes la frecuentan o la visitan, de quienes solamente oyen de ella pero saben que ahí reside una parte central de lo que nos reúne como nación, de lo que cada quien es. Y de lo que la ciudad representa en un mundo globalizado.

Por otro lado, está el obvio centralismo centenario y sus consecuencias. Y una de ellas: por vías claras o insospechadas lo que sucede en México en materia de urbanismo y arquitectura repercute, con mayor o menor fortuna (generalmente con menor) en muchas de las ciudades y los pueblos de la provincia.

Por ambas razones —porque México es de todos y porque sus medidas urbanas y sus tendencia arquitectónicas suelen tener amplio eco— es importante conocer y tomar partido sobre la propuesta de intervención en un tramo de la avenida Chapultepec capitalina. ¿Qué se intenta allí? Construir, sobre el arroyo de la vía pública, un segundo y un tercer piso que estarían destinados a albergar un centro comercial combinado y coronado por jardines más o menos improbables. Curiosamente, con la inclusión puntual de algunos locales destinados al ejercicio de las artes se pretende envolver al proyecto bajo la denominación de “corredor cultural”.

El proyecto de intervención nace de un primer y gran equívoco que atenta contra un principio urbano elemental: el espacio público —en este caso formado por banquetas y arroyos vehiculares— es un patrimonio irrenunciable de la ciudad y no debería ser sujeto de explotación comercial permanente —o por 40 años— por particulares, por más paliativos que se presenten como deseables. En cualquier manual de uso del espacio urbano se distingue entre el suelo urbano que es propiedad privada –sujeto siempre al bien común— y el espacio público formado por calles (que incluyen, claro, las banquetas), plazas, jardines, parques, etcétera, al que todos los ciudadanos tienen libre acceso.

Un segundo equívoco: los vecinos y propietarios preexistentes que se alinean —con mayor o menor fortuna— a lo largo de la avenida, tienen un derecho palmario al libre aprovechamiento de su espacio público frontero, a su amplitud, a su aire y a su luz. Y es en estas propiedades en donde las fuerzas económicas y las voluntades urbanas deben actuar para obtener un mejor corredor citadino. Insertar construcciones y usos comerciales sobre el espacio público supone ejercer una violencia contra esos derechos históricos. Y no sólo los de propietarios, vecinos o locatarios, sino los de cualquier peatón o usuario.

Es un hecho de que el actual segmento de la avenida Chapultepec que se pretende intervenir tiene tanto grandes deficiencias como grandes posibilidades. Es adecuado que se piense en intervenirlo para tener un mejor espacio urbano. Pero para este propósito existen opciones. La opción que se debate consiste fundamentalmente en acumular una fuerte inversión entre la glorieta de Insurgentes y el remate de la avenida, concentrando las acciones en la edificación de un segundo y un tercer piso sobre la vía pública, con ciertas intervenciones y mejoras en el actual nivel de la calle. Lo anterior con los equívocos enunciados antes.

Pero hay otra opción: canalizar a la fuerza económica convocada para repartir (y potenciar) sus efectos positivos sobre un corredor mucho más incluyente, que se extienda desde la entrada del bosque de Chapultepec por toda la avenida del mismo nombre y que irá después prácticamente hasta el aeropuerto. Es una intervención mixta: la inversión privada mejora, diversifica y densifica las propiedades particulares adecuadas a lo largo del corredor, con lo que se genera una plusvalía muy atractiva para inversionistas y propietarios (y para la ciudad). Por supuesto, como se hace en otros países, parte de esa plusvalía se enfoca al arraigo y mejoría de habitantes y locatarios actuales, al mismo tiempo que genera una densificación de vivienda apropiada y dirigida a diversos estratos sociales.

Paralelamente, el detonador indispensable de la intervención será el arreglo integral de la avenida, conforme a los principios que ya se han mostrado públicamente (ver ilustración): banquetas de quince metros densamente arboladas, laterales, camellones también fuertemente arbolados y carriles para bicicletas independientes de los necesarios para el flujo del tránsito automotor. El corredor debería tener, además, extensiones que conecten eficazmente al tráfico peatonal y ciclista entre los tejidos citadinos aledaños. Podrá ser un eje urbano que haga eco, en términos contemporáneos y adecuados, al del cercano Paseo de la Reforma.

Obviamente, estas acciones de la autoridad sobre el espacio público tendrán un costo. Pero es un asunto de ingeniería financiera y de voluntad política: dichos costos serían recuperados en un plazo muy razonable con la plusvalía y las inversiones que paralelamente se emprenderían.

Bien se saben todos los esfuerzos de los promotores hechos hasta ahora. Se conoce el esquema legal y el objetivo financiero. También es notoria la oposición muy generalizada al proyecto, y el desgaste ciudadano y político que se ha dado. Pero los equívocos se pueden corregir, las alternativas pueden variar. Y los mismos actores, u otros, pueden empezar correctamente una intervención urbana bien aceptada por la ciudadanía, y altamente benéfica para la ciudad. Pero es indispensable reflexionar, recapacitar, y actuar en consecuencia.

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Hay patrimonio https://arquine.com/hay-patrimonio/ Tue, 15 Sep 2015 22:48:27 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/hay-patrimonio/ Louis Kahn decía que las ciudades se conforman de instituciones, y que si uno quisiera “hacer una ciudad, tendría que considerar [primero] la organización de las instituciones”. Existe una responsabilidad del arquitecto de pensar no en resolver un programa arquitectónico a través de una forma sino de concebir el espacio a partir de las necesidades de la institución que albergarían. Un buen edificio es aquel que resuelve las necesidades de lo que la gente asocia tangible y simbólicamente con una institución humana. Si pensamos que nuestro patrimonio son nuestras ciudades y que nuestras ciudades son nuestras instituciones, ¿estamos contestando bien las preguntas? ¿estamos haciendo las preguntas correctas, o simplemente estamos tapando, pintando y centralizando aún más nuestros problemas?

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Al tiempo que en el sureño Coyoacán se frenaban las excavaciones en los alrededores de la plaza de la Conchita porque expertos del INAH habían encontrado restos del empedrado antiguo debajo de los adoquines contemporáneos y medio metro de tierra apisonada (1); habitantes de la localidad de Vicente Guerrero, en Tlaxcala, demolían a plena luz del día la Capilla del Santo Cristo, una estructura de mampostería, sencilla pero muy digna, del siglo XVIII. El INAH, en una pausa que le permitió el arduo trabajo que implicaba la salvaguarda de tres piedras coyoacanenses, no tardó en llamar a la demolición, en pomposa rueda de prensa (2), un “acto de barbarie”, y de amenazar a quien resultara responsable con una demanda penal por “daños al patrimonio”. Por su parte, vecinos afirmaban haber intentado llamar la atención de las autoridades sobre el estado ruinoso de la estructura, y el riesgo que esto representaba para la población local, y decidieron tomar cartas en el asunto ante el caso omiso y antes de que ocurriera una tragedia. (3) El linchamiento mediático no se hizo esperar, y nuestros imparciales y muy dignos comentaristas de redes sociales no tardaron en etiquetar a los vecinos de la localidad de ignorantes e indios.

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Por otra parte, y en vísperas del esperado Tercer Informe de Gobierno del presidente Peña Nieto, el mandatario mexicano tuvo a bien inaugurar, con bombo y platillo, el macro mural “Pachuca se pinta”, con el cual presume el avance social en materia de seguridad en las áreas conurbadas de las ciudades mexicanas (4). (La lógica es sencilla: ante el desempleo y la marginación, la brocha y el tambor.) El mural, de 20 mil metros cuadrados y realizado por los habitantes del periférico barrio de Palmitas, de la capital hidalguense, se yergue imponente y colorido sobre las fachadas de las casas a las cuales adorna. La estética del panorama recuerda, sin duda, a las favelas de Rio de Janeiro, que por su puesto llegaron a esa apariencia sin gobierno federal detrás. Dejando esto de lado (¿quién dijo que había algo malo en copiar?), en el video oficial (5) se observa a algunos vecinos agradeciendo las acciones y la protección del gobierno, porque por fin pueden decir que ellos viven en el cerro de los “colores de alegría”. La identidad, al parecer, cuesta poco.

Al mismo tiempo, el presidente refuerza su nulo interés por el desarrollo urbano al asignar a Rosario Robles (ex titular de la Secretaría de Desarrollo Social y en cierta medida responsable del aumento de los índices de pobreza en este sexenio) a la hasta ahora ignorada Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano. Esta Secretaría, establecida por el régimen con miras a contrarrestar los doce años de muy fallidas políticas de vivienda panistas (6), se ha convertido en la última escala antes de la puerta trasera de la ignominia de los miembros del gabinete de Peña Nieto. Así, pues, a tres años de priismo, en términos de desarrollo urbano, esta gran nación puede presumir un mural (Ok, no: un macro mural).

Un último caso, que ha generado mucha más polémica por encontrarse en el corazón de la Ciudad de México, es el del parque lineal y Corredor Cultural (sic) Chapultepec. Ya mucho se ha escrito al respecto y no ahondaré en él, pero lo traigo a colación por que me parece que es un ejemplo más del estado de las cosas construidas del país. Agregaría esto: sorprende que uno de los argumentos más repetidos en defensa de este proyecto es que aumentará el número de metros cuadrados de “espacio público” de nueve mil a ciento diez mil (7). Ingenuos los que pensamos que el espacio público lo tejen las personas y las comunidades a través de las relaciones que establecen entre sí —es decir, que el espacio público es un acto—, y no como nuestros superhéroes urbanos, que afirman que con cifras y más cifras basta: para ellos el espacio público son números, no gente.

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Retomo estos tres casos, en apariencia tan disímiles, porque me parecen sintomáticos de nuestra política patrimonial. En un discurso presentado en la última reunión del CIAM en 1959 en Otterlo, Holanda, Louis Kahn decía, frente a la última generación de arquitectos modernos (aquellos que separaron a las ciudades en funciones específicas, y que negaron a la historia para imponer sus ideas) que las ciudades se conforman de instituciones, y que si uno quisiera “hacer una ciudad, tendría que considerar [primero] la organización de las instituciones”. Pensaba, pues, que existía una responsabilidad del arquitecto (o urbanista, o político) de pensar no en resolver un programa arquitectónico a través de una forma —que él llamaba diseño— sino de concebir el espacio a partir de las necesidades de la institución que albergarían. Es decir, más que la estructura superficial, un buen edificio para Kahn es aquel que resuelve las necesidades de lo que la gente asocia tangible y simbólicamente con una institución humana.

Así, pues, si pensamos que nuestro patrimonio son nuestras ciudades y que nuestras ciudades son nuestras instituciones, cabe preguntarse ¿estamos contestando bien las preguntas? Y aún más, ¿estamos haciendo las preguntas correctas, o simplemente estamos tapando, pintando y centralizando aún más nuestros problemas? Ante la desoladora situación, ¿no será que nos estamos enfocando en la forma y no en el fondo?


1) Nota del Reforma (solo subscriptores) http://busquedas.gruporeforma.com/reforma/Libre/VisorNota.aspx?id=1313396%7CArticulosCMS&md5=c3689cb8281cb8d3b0e3f2d00ddc1824

2) Acá la rueda de prensa: https://www.youtube.com/watch?v=N9H1ZYMQc5E

3) Las declaraciones, recogidas de este artículo, son brutales. http://www.eluniversal.com.mx/articulo/estados/2015/07/30/si-nos-van-detener-que-nos-lleven-todos

4) Acá la nota: http://www.info7.mx/a/noticia/604561

5) Video oficial de Presidencia: https://www.youtube.com/watch?v=y1sOAaOwRv4

6) Acá un texto magistral al respecto: http://www.magis.iteso.mx/content/las-ruinas-que-dej%C3%B3-el-boom-de-la-vivienda-popular-en-m%C3%A9xico

7) Acá la información oficial de ProCDMX: http://www.ccchapultepec.mx/descripcion/

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Por petición popular: otra vez Chapultepec https://arquine.com/por-peticion-popular-otra-vez-chapultepec/ Sat, 12 Sep 2015 15:50:39 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/por-peticion-popular-otra-vez-chapultepec/ Pensándolo bien, el segundo piso es una frontera, una barrera de desencuentros: el estigma social de tener “a los de arriba y a los de abajo” lo hace absurdo y peyorativo. Una propuesta a contra sentido de lo que ahí pasa. Porque los movimientos son transversales a la avenida. La ciudad es para caminarla y las calles son públicas y las mejores están llenas de gente. Las calles son el lugar de encuentro, de socialización y manifestación.

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La verdad, celebro la concatenación de todos los arquitectos que se han involucrado en las redes sociales, como se dice. Un montón de propuestas y contrapropuestas relacionadas con los cómos para intervenir en avenida Chapultepec. Hace mucho tiempo que no había tal discusión y efervescencia. Lo celebro y aventuro una hipótesis : la autoridad lo ha percibido, se está dando cuenta que no puede actuar a espaldas de la sociedad. Se tardaron, justo este mes que cumplimos 30 años de los sismos y del despertar ciudadano. A partir de esa fecha la sociedad cambió: salió a la calle a demandar soluciones ante la pasividad y mendacidad del Gobierno. Por lo pronto logró que la reconstrucción se hiciera en los mismos lugares de la destrucción —un adelanto: construir hacia adentro de la ciudad; una idea de vanguardia que se ha tardado en consolidar. Y por eso viene al caso lo de avenida Chapultepec.

Nadie con sentido común duda que hay que hacer algo en avenida Chapultepec. Se debe impulsar la renovación de la Zona Rosa, hoy en severa decadencia urbana y sobre todo enorme reserva de suelo para reforzar a Reforma con usos complementarios, incluidos los de la vivienda de variados tipos, para hacer un segmento nuevo de ciudad incluyente, tolerante y con visión de ciudad futura. Diría que la mejor movilidad es no moverse y para ello la ciudad debe ofrecer zonas renovadas con usos mixtos y heterogeneidad social, donde la vida cotidiana se resuelva con felicidad. La pregunta entonces es cómo intervenir una zona.

La autoridad nos pretende vender la idea de que no tiene recursos para invertir en remodelar la avenida y que para hacerlo necesita a la iniciativa privada, lo cual sucede en las grandes ciudades del mundo. Yo no estoy en contra de eso. Estoy en contra de realizar un segundo piso sobre la avenida, ahogando el Acueducto y su preexistencia en el lugar: unas fotos de cómo era en los treintas dicha avenida paralela a Reforma debieran darles vergüenza a las autoridades de haber permitido semejante deterioro de la vía pública. Y un dato que ofende: Mazarik, con todo y su granito chino tiene una superficie semejante a Chapultepec (2.3 kilómetros y 26 metros de ancho de Mazarik, contra 1.3 kilómetros y 28 metros de ancho) y allá si hubo dinero público (420 millones) para invertir y acá no. Por lo que dicen se deben invertir mil millones y hacer un centro comercial para recuperar la inversión. Lo inaudito es pretender construir encima de las calles ese centro comercial. Sin duda sentaría un precedente negativo que seria después muy difícil de contener. El argumento es que el estacionamiento que actualmente utiliza la SPDF encima de la losa tapa del Metro no es calle. Bueno, tampoco es predio, ¿dónde está la  boleta predial?

Lo grave es que la autoridad tiene ya un proyecto ejecutivo que por razones de “confidencialidad” no enseña y dice que se trata de un espacio para la cultura. La cultura popular dice que cuando algo camina como pato, grazna como pato y tiene plumas es… pato. Lo mismo podemos decir de la propuesta en Chapultepec: es un centro comercial por más que lo disfracen al preguntar cuándo se ha visto un Centro Comercial con locales para cultura o con cine al aire libre. La respuesta es: ¡nunca!, y menos a 30 metros de altura sobre una azotea de, ¡eureka!, un centro comercial.

Deberíamos preguntarle a la gente que nos dijera que piensa de un parque, un segundo piso, una fuente, un árbol, una plaza, una calle. Aventuro que sus respuestas coincidirían: parque: Chapultepec; segundo piso: para el coche; fuente: la del acueducto de Chapultepec; árbol: el de la calle de Veracruz; plaza: el Zócalo; calle: la de Veracruz. La realidad es que estas preguntas están en el espacio público de avenida Chapultepec y pueden ser evocadas para hacer un proyecto socialmente sustentable, es decir, con la gente a favor y que genere un sentido de lugar. La Condesa, la Roma y la Cuauhtémoc son colonias que tienen pertenencia, que han cambiado y se han enriquecido al aceptar nuevos pobladores. El proyecto de avenida Chapultepec debe ser un detonador de mejoría, no un alto riesgo para la ciudad o un elefante blanco con un superpuesto e impuesto segundo piso que pretende ser, eufemísticamente, un parque lineal en vez de llamarlo por lo que es: un pasillo en el aire que separa en vez de unir. La otra pregunta que nos hacemos los vecinos es por qué  siempre hacer algo donde supuestamente es atractivo y donde se garantiza el negocio privado: ¿no se pueden hacer proyectos en otra áreas de la ciudad que lo requieren? ¿El oriente, por ejemplo?

Pensándolo bien, el segundo piso es una frontera, una barrera de desencuentros: el estigma  social de tener “a los de arriba y a los de abajo” lo hace  absurdo y peyorativo. Una propuesta a contra sentido de lo que ahí pasa. Porque los movimientos son transversales a la avenida; porque la gente cruza la Roma y la Condesa para ir a la Juárez. Pensar que en la vida diaria vas a detener arriba a la gente que tiene que trabajar diario y anda a las carreras es como “diseñar” a nuevas personas en un determinismo skinneriano físico. Ya sabemos que eso no funciona.

En el proceso debo reconocer que Simón Levy ha estado presente en reuniones abiertas y escuchado críticas fuertes. Inclusive le oí decir que no está simulando la consulta y que una avenida Chapultepec a nivel está más cerca de su corazón. Ayudémosle entonces y asistamos masivamente a la consulta del 27 y manifestemos libremente nuestra  visión.

Hay una mejoría en el cuestionario que tenía muchas preguntas cargadas: ahora  son sólo 5 preguntas no tendenciosas —el Consejo de Parques lo está proponiendo. Se presentará para votar y será vinculante, como lo manifestó el Jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera al decir se hará lo que quieran los vecinos. Espero una participación vecinal alta: el tema lo vale y sobre todo establecerá un precedente de cómo pensar la ciudad. Por lo pronto cumplamos con nuestro deber ciudadano. La ciudad es para caminarla y las calles  son públicas y las mejores están llenas de gente. Las calles son el lugar de encuentro, de socialización y manifestación.

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Techos financieros https://arquine.com/techos-financieros/ Fri, 11 Sep 2015 17:59:09 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/techos-financieros/ El espacio público es un concepto escurridizo y complejo. A diferencia del espacio privado que no puede existir sin limites, distancias, valores o propietarios, el espacio público tiende a lo ilimitado, a lo anónimo, a lo vago y sin un poseedor especifico. Lo público de ciertos espacios está más en relación con lo cualitativo que con lo cuantitativo, lo privado del espacio en cambio, suele ir en sentido contrario, tiende a las cantidades, a lo medible, a lo intercambiable —entre más metros tanto mejor. Sin embargo entre ambos se conforma una relación simbiótica: cada uno adquiere su identidad gracias a la existencia y por la convivencia con el otro.

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The new boulevard as the agent of form and this hope and this treaty between art and technique was perhaps the most urban product of the nineteenth century, and it´s final apotheosis; a tool of social, moral, and government progress; a monument to the ideal of a city as well as the site of provocation of its febrile economic life; a vista, a path of movement, a defense of order, a home for the alien crowds of the new urban landscape; the very epitome of social life as well as its implied critique, it precipitated the contradictions of its century in real life according to the substance of dreams.

— Anthony Vidler *

El espacio público es un concepto escurridizo y complejo. A diferencia del espacio privado que no puede existir sin limites, distancias, valores o propietarios, el espacio público tiende a lo ilimitado, a lo anónimo, a lo vago y sin un poseedor especifico. Lo público de ciertos espacios está más en relación con lo cualitativo que con lo cuantitativo, lo privado del espacio en cambio, suele ir en sentido contrario, tiende a las cantidades, a lo medible, a lo intercambiable —entre más metros tanto mejor. Sin embargo entre ambos se conforma una relación simbiótica: cada uno adquiere su identidad gracias a la existencia y por la convivencia con el otro.

La escisión y la pulverización de la red pública de espacios urbanos plurifuncionales y mixtos que en buena medida provocó el automóvil y el suburbio, fomentaron la aparición de otra índole de espacios “pseudo” públicos y colectivos: el “shopping mall” y los parques temáticos; grandes áreas dedicadas al consumo masivo, que utilizan algunas cualidades físicas extraídas de tipologías consolidadas, como las calles o jardines para inducir y alentar ese consumo. En si, eso no es ni bueno ni malo per se, no veo nada desafortunado en hacer buenos centros comerciales o buenos parques de diversiones, el problema comienza cuando se excluye o se sustituye lo público por lo privado y se crea confusión entre lo público y lo colectivo, con lo exclusivo y lo particular, con- fundir y hacer negocio del ocio —cuya raíz latina es la misma: “otium” que designaba un tiempo de hibernación opuesto al: negotium del trabajo durante del resto del año— pervierte la naturaleza de ambos.

Porque de un tiempo a la fecha al espacio público se le ha venido asociando y confundiendo con el ocio, con el tiempo libre y lo recreativo, esta confusión y distorsión, ha permeado a la rehabilitación que del ámbito de lo público han venido proponiendo alcaldías o municipalidades en muchas partes del mundo al interior de las ciudades, y en un momento en el que la revalorización del ámbito público ha cobrado carácter de derecho civil, las autoridades responden muchas veces con recuperaciones históricistas, o fashionistas, creando mas bien escenografías nostálgicas o de diseño de marca, acompañadas con equipamientos de ocio o entretenimiento cultural, deportivo, casi siempre con un carácter lúdico, y la mayoría de las veces mas bien banal. Se rehabilitan calles o parques públicos como si se tratara de espacios de consumo o de ocio; con la misma estética y sentido como si se tratara de parques temáticos o centros comerciales. Ante el éxito y la demanda de esos espacios de negocio controlado, ingreso controlado y diseño controlado, una parte de la ciudadania les ha adoptado para refugiarse de la hostilidad que en muchas ocasiones el espacio público posee, invadido por autos, contaminación, ruido, delincuencia, o desorden generalizado, sobre todo las clases medias desbordaron y acudieron a estos “lugares pseudo-públicos” a ejercer su derecho al ocio —claro, pagando por ello.

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El espacio público es todo lo que no está incluido en el catastro —otro latinismo que designa un limite entre lo gravable y lo no gravable, entre lo mío y lo nuestro, entre lo de todos y lo de uno. Pero lo nuestro lo es sobre todo para circular, para trabajar o para estar, no para consumir tiempo libre, o para la recreación. Resulta pertinente recordar que se les ha llamado a los mercados: plazas, en alusión al sitio donde se practicaba el intercambio comercial, y Mall a los pasajes comerciales como se nombra a las grandes avenidas procesionales anglosajonas. Esta toponimia sirve para recordarnos el origen histórico y plurifuncional del ámbito de lo público. Una calle que permita la libre circulación, cómoda y ágil, con comercios, escuelas, oficinas, bares, y casas en sus frentes, con transeúntes, flâneurs, clochards, hombres de negocios, o desocupados es un espacio público. No se requieren entreteinment, amusements o amenities para constituirse público. En el mejor de los casos, la recreación y el regocijo llegarán después, nunca antes. El espacio público lo ha sido por su vocación de crisol para amalgamar toda clase de individuos, actividades, celebraciones, pero también de conflictos, encuentros y desencuentros, no a base de cirugía plástica, maquillaje o con implantes de silicona, hipsterizados —diríamos hoy— dedicados al ocio “turístero”y principalmente exclusivista.

Times Square ya era un espacio “hiper-público” mucho antes de la “disneyficación” de la intersección y de su peatonalización, sólo que abarcaba otra modalidad de lo público y aun con sus dealers y prostitutas, nunca dejó de ser una referencia metropolitana. En el foro romano —paradigma de lo público— hay que pagar un boleto y cruzar un torniquete de supermercado para poder ingresar. Pareciera que en la actualidad no basta con que un espacio pueda ser público, debe parecerlo: debe tener un acceso, una salida, una taquilla, señales y zonas delimitadas para lo uno o lo otro, no para lo uno y lo otro. La asepsia formal y social parece ser la norma y no la excepción en la gran mayoría de recuperaciones de todo el mundo. No debería ser la segregación o la separación del espacio entre ocio y negocio lo que haga más o menos público un espacio, tampoco la separación de usos, de flujos o de actividades, las mejores calles del mundo no son las calles peatonales, mucho menos por las que sólo circulan autos. Lo son las que comparten y conservan de manera ordenada y equilibrada distintas actividades y funciones: la convivencia de peatones, autos, comercio, clases sociales, etnias, es lo que nos hace recorrerlas y las hace memorables: Regent Street, Saint Honorè, Madison, Copacabana, avenida 9 de Julio o Paseo de la Reforma, entre muchas otras, contienen desde siempre esa mezcla virtuosa.

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Para poder situar la discusión en torno al proyecto llamado “Corredor Cultural Chapultepec” que se ha dado en los últimas semanas encuentro necesario aludir a estos temas. Hasta ahora parece que la discusión se ha centrado más en una solución determinada y no en un problema: da la impresión que se ha planteado primero la solución antes de conocer bien a bien cual es el problema y si es que éste existe. Y si, existe, es y ha sido desde hace décadas la desfuncionalización de la avenida Chapultepec, donde no pasa nada o muy poco a lo largo de la calle o dentro de los predios que le dan frente. Su carácter público no está disminuido por los pocos metros cuadrados de espacio caminable o por la carencia de amenidades, sino por la falta de actividad comercial, inmobiliaria, habitacional: por la falta de usuarios en la calle. Por eso la banqueta es hoy tan angosta. Por ello hablar de más o menos metros cuadrados no es el mejor parámetro para medir un espacio público que está desusado: ¿mas o menos metros de qué, y con respecto a qué?

La creación de un paso elevado que albergará “amenidades culturales” y áreas jardinadas para la recreación de los ciudadanos, que duplicará o quintuplicará el “espacio público” según el proyecto presentado, creo que sólo suplantará la calle bajo él y falsificaría un parque para no llegar a ser ni lo uno ni lo otro. Hacer un viaducto elevado para peatones ayuda a intimidar la convivencia posible con pautas civilizadas entre peatones, bicicletas, comerciantes, automóviles, autobuses, niños, ancianos, adultos, árboles, ideas, deseos y mercancías, amalgamados en esa prodigiosa herramienta de la que habla Vidler; la calle. Habría que reactivar y restaurar el espacio que ya existe en la avenida y no contribuir a su devaluación. Crecerlo y levantarlo sin ton ni son, sería como ampliar una casa vacía, sin huéspedes. No debiéramos confundir la calle con un parque o viceversa. Algunos maestros modernos preconizaron el fin de la calle y quisieron sustituirla por el parque —entre ellos Le Corbusier. Fallaron. La calle sigue en su sitio y más viva que nunca. Y lo mismo lo están los parques, complementados uno al lado del otro, conviviendo pero no yuxtapuestos.

Muchos hablan del high line” neoyorkino como referencia a esta nueva tipología de parque elevado, pero aun en ese ejemplo tan logrado —mas allá de su pre-existencia— las partes bajas son siempre desagradables e inhóspitas y es muy pronto para juzgar la futura evolución y uso de ese espacio ante su repentino éxito, y menos es aun el de sus replicas.

La iniciativa de recuperar Chapultepec como una gran avenida con espacio público de calidad a la par de Reforma de la que es contrapunto, y de comercializar y refuncionalizar nodos importantes de concentración es una gran oportunidad. También lo es rescatar la Glorieta de los Insurgentes y lo es la rehabilitación funcional y comercial del CETRAM Chapultepec. No lo es tanto —estoy convencido— crearle un techo a una calle que no lo necesita y que requiere vida urbana y no sub-urbana. El viaducto elevado es una tipología característica de la vida suburbana.

Ciudadania y gobierno debemos ser críticos y sobre todo autocríticos. Esa gran iniciativa en avenida Chapultepec que lanza el Gobierno del Distrito Federal puede verse lastrada por esos metros cúbicos de tejido adiposo sobre la calle que no mejoran en nada el espacio público, sino que lo inhabilitan y lo desconfiguran. La propuesta original de FR-EE debería prevalecer: un diseño a nivel que articule y potencie todas las virtudes que la calle posee y destierre las inconsistencias que no le dejan resurgir.

Vale la pena aprovechar la iniciativa del gobierno para preguntar sobre el proyecto y dar argumentos técnicos y urbanos claros y bien fundamentados. Este no es un tema de encuestas o de mayorías, es un tema de mucha información, de especialistas y técnicos, y de cordura. Es tan malo no preguntar nada como preguntar todo, o preguntar mal.


*VIDLER, Anthony; The scenes of the street and other essays. The Monacelli Press, NY. 2011

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Las cosas por su nombre https://arquine.com/las-cosas-por-su-nombre/ Fri, 11 Sep 2015 16:01:27 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/las-cosas-por-su-nombre/ A propósito del Corredor Cultural Chapultepec se anuncia una consulta ciudadana, pero para que sea efectiva los participantes deberían estar plenamente informados de las consecuencias del proyecto: hay estudios a fondo del proyecto y los beneficios para los inversionistas, pero no se ha publicado o no hay estudios independientes y desinteresados de los efectos adversos en la zona urbana en cuanto la vialidad, ni de como puede afectar a los vecinos, ni de los problemas de saturación urbana. No hay una explicación de porque es necesario un ‘parque’ elevado pegado al enorme Parque de Chapultepec, ni porque hacen falta espacios culturales adicionales en la zona de la cuidad que cuenta con más espacios culturales que el resto la ciudad.

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Creo que todos los interesados que estén a favor y consideren necesario mejorías y remodelación del tramo de la Avenida Chapultepec que va entre los estaciones del Metro Insurgentes y Chapultepec deberían tener en cuenta lo siguiente.

El propósito de un proyecto como el Corredor Cultural Chapultepec debe tener su origen en el uso de una propiedad pública destinada para el beneficio urbano y comunitario. Para realizar esto se propone financiarlo a través de la creación de espacios nuevos con locales comerciales a través de inversiones privadas.

El proyecto recientemente presentado al público propone un paseo elevado de dos o tres pisos para uso comercial y de recreo. Nombrar el proyecto ‘Corredor Cultural Chapultepec’ siembra desconfianza entre los ciudadanos, pues, ni será un parque, ni es un proyecto cultural, sino un corredor comercial con paseos arbolados. Esto no tiene nada de malo en sí, siempre y cuando haya un balance entre los intereses del los promotores y el público.

La empresa promotora del proyecto ha presentado en los medios su plan y ha anunciado que habrá una consulta ciudadana. Como es lógico, su presentación es atractiva e idealizada, apuntando todos los bienes y ventajas que puede traer consigo, y en donde se da entender que el propósito del proyecto es que su efecto resultará en una renovación paulatina de la Zona Rosa.

Hasta ahora bien. Se anuncia una consulta ciudadana, pero para que sea efectiva los participantes deberían estar plenamente informados de las consecuencias del proyecto: hay estudios a fondo del proyecto y los beneficios para los inversionistas, pero no se ha publicado o no hay estudios independientes y desinteresados de los efectos adversos en la zona urbana en cuanto la vialidad, ni de como puede afectar a los vecinos, ni de los problemas de saturación urbana. No hay una explicación de porque es necesario un ‘parque’ elevado pegado al enorme Parque de Chapultepec, ni porque hacen falta espacios culturales adicionales en la zona de la cuidad que cuenta con más espacios culturales que el resto la ciudad.

No se habla claramente de las consequencias en cuanto la vialidad de una avenida agobiada de tráfico a menudo colapsada y más aún si se propone achicarla. En las imágenes publicadas ilustrando el proyecto solo se ven algún y otro coche y no hay representación de la cantidad de locales comerciales propuestos dando una impresión distinta a la realidad venidera. Según el Arquitecto Alberto Kalach estos locales comerciales ocuparán un espacio equivalente a dos grandes tiendas Costco. Esto se llama ‘dorar la píldora’.

Las medicinas que uno compra indican sus contraindicaciones: advierten los  posibles efectos adversos para que uno pueda estar bien informado antes de tomarla. Pero también venden otras que no tienen información ni de para que sirven, ni como se toma, ni de por donde se meten, sino solo avisan ‘consulte a su médico’, así absolviéndose de toda responsabilidad.

La ciudadanía, con razón, desconfía de esos grandes proyectos cuando no están bien informados de sus propósitos. Todavía tiene muy presente el desafortunado caso de la ‘Estela de Luz’ que en lugar de ser un monumento al Bicentenario es ya conocido como un monumento a la corrupción e impunidad.

Para que haya confianza ciudadana en la buena fe de ese proyecto y para el bien de todos los involucrados, es necesario que antes de hacer una consulta precipitada, se de un tiempo adecuado para que el público esté bien informado de los pros y contras antes de emitir su opinión.

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