Resultados de búsqueda para la etiqueta [Copa Mundial Brasil 2014 ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:21:24 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 Orden y progreso https://arquine.com/orden-y-progreso/ Tue, 10 Jun 2014 23:45:14 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/orden-y-progreso/ En los últimos años, la arquitectura de mundiales y olimpiadas parece ser usada para imponer un orden sobre el territorio; permitir la tabula rasa para usarlo con fines de lucro, desplazando y expulsando todo aquello que no pueda ser controlado, buscando la construcción de una imagen de consumo. Una noción que olvida que la ciudad no puede ser una foto, sino que debe estar en constante redefinición y disputa.

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Hace unos pocos meses se difundía en distintos medios y redes sociales una foto realizada por el periodista Yasuyoshi Chiba que mostraba a un policía posando ante las cámaras mientras lucía el equipamiento que usarán un total de 200 funcionarios de cara a la Copa Mundial de Fútbol. La imagen no podía contrastar más al ver la clara militarización que están sufriendo los cuerpos del Estado –no sólo en Brasil, sino en otros muchos otros países en los últimos años– inmersa en un lujoso salón de baile. La fotografía en cuestión acompañaba un texto del propio periodista donde se explicaba como la policía brasileña se preparaba de cara al mundial. Es una de las clásicas muestras mediáticas que hacen los países que se disponen a afrontar una competición de alto nivel: demostrar –en este caso ante la FIFA y sus inversores– que están preparados ante cualquier acontecimiento agresivo que pueda surgir. Y no es de extrañar que se quiera mostrar este estado de preparación.

En los últimos meses –aunque es algo que ya resuena desde la elección de Brasil como sede del Mundial y los Juegos Olímpicos– muchos de nosotros, desde la precavida distancia, hemos visto como las redes sociales se llenan de protestas, mensajes y hashtags que denuncian el costo humano del mundial, los gastos desorbitados que provoca –que no parecen quedar claros bien a quién benefician de forma más directa– las presuntas acciones violentas que están sufriendo los habitantes de las favelas o los desalojos y desplazamientos forzados que están provocando las obras de los estadios y la infraestructura que los acompaña. Algo que, lamentablemente, no suena a nada nuevo, en los últimos años, mundiales y olimpiadas han servido más que para regenerar una ciudad, para atraer a una masa de especuladores y constructores que parecen priorizar sus propios intereses que los de la comunidad que los acoge.

REUTERS AMAZONAS PRESS© REUTERS AMAZONAS PRESS

La arquitectura es entonces usada para imponer un orden –muchos activistas han llamado como “limpieza social”sobre el territorio y permitir su tabula rasa para que este pueda ser usado con fines de lucro, desplazando todo aquello que no pueda ser controlado y reconfigurando las fronteras sociales sobre el espacio urbano. Así, como apuntaba Rodrigo Díaz en Los elefantes blancos del Mundial parece que para muchos “lo importante no es el campo de juego” –o la construcción de una ciudad– “sino la imagen de país que éste transmite hacia el exterior”.

Quedarse en esa pura imagen es uno de los grandes peligros que acompaña estos grandes procesos de transformación urbana que olvida o niega la complejidad de la ciudad. Una imagen estática, fija y no cambiante –sintetizada en este caso en la piel brillante de los estadios– no hace sino apartar, sacar fuera del marco de nuestra mirada, todo aquello que pueda desestabilizarla, obviando los problemas reales. La arquitectura al servicio de la imagen no es sino el mecanismo último de la imposición de un orden que busque mostrar un retrato de progreso de un determinado Estado, una ciudad o una un poder institucional –sea público o privado– más interesado en intereses económicos. La ciudad no puede ser una foto, sino que debe estar en constante redefinición y disputa, siempre cambiante y transformándose.

Puede que eso suene difícil en un mundo donde muchas infraestructuras –como en el caso de los estadios o las carreteras– requieran no sólo un gran desembolso económico, sino también material, de fuerza y de tiempo. No se trata de negar las grandes obras, sino que estas no impidan la acción social por parte de una ciudadanía crítica. Quizás entonces necesitemos menos policías armados con las últimas tecnologías para mostrar nuestro progreso.

  wikiValter Campanato/ABr – Agência Brasil | Vía Wikipedia

 

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Los elefantes blancos del Mundial https://arquine.com/los-elefantes-blancos-del-mundial/ Tue, 10 Jun 2014 19:33:56 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/los-elefantes-blancos-del-mundial/ En el fútbol–negocio de hoy el teatro es más importante que los artistas, y a la hora de ganar un Mundial los países organizadores no dudan en comprometer cifras descomunales para la construcción de infraestructura espectacular, totalmente desmesurada para la realización de sólo 64 partidos. En el Mundial del siglo XXI lo importante no es el campo de juego, sino la imagen de país que éste transmite hacia el exterior. Que no se note pobreza en un país rico en ella, que en la fiesta mundialista no hay espacio para la austeridad

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Antiguamente, cuando sólo participaban 16 equipos, un país requería de cuatro estadios para realizar una Copa Mundial de Fútbol. En teoría, el mismo número de estadios sería suficiente para albergar un Mundial contemporáneo que cuenta con el doble de participantes, pero con un calendario que fija no más de cuatro encuentros en un mismo día. Al menos en lo que respecta a los recintos deportivos, el problema suena sencillo; sin embargo, los crecientes requerimientos de la FIFA y la megalomanía, falta de planeación y sentido común de los organizadores se encargan de complicarlo.

Valga el ejemplo de los argentinos, que sólo ocuparon cuatro estadios en 1978, y 36 años después todavía no saben muy bien qué hacer con el elefante blanco de Mar del Plata, que ve acción tarde, mal y nunca ante la falta de un equipo en la ciudad que juegue en la división de honor del fútbol albiceleste. En Sudáfrica, un país sin tradición futbolística y con inmensas cifras de pobreza, botaron dinero a raudales en la construcción de al menos tres estadios de lujo que hoy rara vez abren sus puertas. El Stade de France en Saint-Denis, que con un costo de construcción de 400 millones de dólares supuso la mayor inversión en infraestructura de la Copa del 98 en Francia, hoy es más ocupado en espectáculos artísticos que en eventos deportivos, los que no alcanzan a cubrir sus altos costos de mantenimiento (el Paris Saint Germain sigue jugando en el tradicional Parque de los Príncipes, que no se ocupó en la Copa).

Es cierto que en España se jugó en 14 ciudades y 17 estadios, pero todos ellos estaban ya construidos al momento de disputarse la Copa del 82. Si hasta se utilizó el viejo templo de Sarriá, un estadio de barrio que en sus pastos vio caer a la espectacular selección brasilera de Telé Santana en manos de la triste, especuladora, pero eficiente Italia de Rossi, Zoff, Conti y compañía. Cuatro años más tarde México organizó un Mundial más que decente (probablemente el último en que se vio buen fútbol) construyendo un solo estadio, el Corregidora de Querétaro, y reciclando once, política que repitió Italia el año 90, cuando sólo se levantó un recinto nuevo, el San Nicola de Bari, obra de Renzo Piano y que todavía sigue siendo usado por el mediocre equipo de la ciudad.

estadios_1Estadio Nicola di Bari | Estadio Soccer City

En el fútbol–negocio de hoy el teatro es más importante que los artistas, y a la hora de ganar un Mundial los países organizadores no dudan en comprometer cifras descomunales para la construcción de infraestructura espectacular, totalmente desmesurada para la realización de sólo 64 partidos. En el Mundial del siglo XXI lo importante no es el campo de juego, sino la imagen de país que éste transmite hacia el exterior. Que no se note pobreza en un país rico en ella, que en la fiesta mundialista no hay espacio para la austeridad. Brasil quiere demostrar al mundo por qué es la primera letra de los países BRIC, y por ello se embarcaron en una aventura de 11.3 mil millones de dólares para la ejecución de infraestructura, de los cuales un tercio se ha destinado a la remodelación de siete estadios y la construcción de cinco nuevos (en un país donde sobran lugares para jugar al fútbol). La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa: los estadios fantasma de Sudáfrica agarran sus vuvuzelas y se instalan en Brasil. De las doce ciudades sede, cinco no cuentan con equipos en la primera división local. Nadie sabe muy bien qué se hará con la Arena Pantanal de Cuiabá, un coloso de 265 millones de dólares, una vez que se dé el silbatazo final en el último de los cuatro partidos a disputar allí. Sus 43 mil butacas difícilmente podrán ser llenadas por los torcedores del Mixto y el Operário, clubes locales que deambulan sin pena ni gloria en las divisiones inferiores del fútbol local. Más escandaloso aún es el caso del flamante Estadio Nacional de Brasilia, que costó más de 700 millones de dólares (el doble del presupuesto original), y que una vez concluido el torneo necesitará de una inversión extra de unos 130 millones para terminar obras exteriores. Esto en una ciudad que ya cuenta con dos estadios que difícilmente son llenados por el Brasiliense y el Bezerrao, discretos equipos locales que ni en el más delirante de los sueños han llevado a un partido las 72 mil personas que caben en la nueva construcción.

estadios_2

Por supuesto que no todo es despilfarro. Gran parte de la millonaria inversión quedará en infraestructura tremendamente necesaria, como los nuevos corredores de transporte masivo, inspirados en la premisa básica del plan de transporte de Brasil 2014: al estadio nadie llega en automóvil. El estándar de algunas de estas obras, como los recientemente inaugurados corredores de BRT de Belo Horizonte y Río, es de alto nivel, aprovechando la oportunidad de la construcción de infraestructura para la completa regeneración de la calle, mejorando el espacio público, la conectividad con otros medios, y la accesibilidad a pie y en bicicleta. La multimillonaria inversión en telecomunicaciones, que llena un vacío de décadas, también quedará para beneficio de todo un país.

Sin embargo, existe la razonable sensación de que los avances que las ciudades sede experimentarán no alcanzarán a tapar a los elefantes blancos que el Mundial con toda seguridad dejará. Los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona demostraron que un gran evento deportivo puede ser aprovechado para regenerar vastas zonas de la ciudad. Un Mundial es distinto, pero la premisa de la oportunidad urbana detrás de él se mantiene. Todo parece indicar que en gran medida Brasil dejó pasar esta oportunidad. Los estadios con suerte estarán terminados para disputar partidos en ellos, pero gran parte de las obras en las afueras, que son las que goza toda la ciudadanía, tendrán que esperar una eternidad para que se lleven a cabo.

Los brasileros desarrollaron el mejor fútbol del mundo en estadios que básicamente son obras negras habitables: una mole de concreto con bancas de madera y un rectángulo de pasto comepiernas al medio. Todo esto se olvidó el 2014. En un Mundial diseñado por empresarios, políticos y publicistas, el fútbol es lo de menos.

estadios_3Estadio Mané Garrincha | Brasilia

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Activismo urbano o la nueva gestión para la ciudad https://arquine.com/activismo-urbano-o-la-nueva-gestion-para-la-ciudad/ Tue, 10 Jun 2014 16:15:08 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/activismo-urbano-o-la-nueva-gestion-para-la-ciudad/ En medio de la fiebre pre-mundial que vive Brasil, la ciudad de São Paulo parece estar sumida en una depresión y sufre la llegada del evento. Es el último eslabón de una enfermedad que padecen todas las ciudades en Brasil. Por décadas, las ciudades han sido cuidadas –y desarrolladas– por un grupo selecto de políticos (elegidos democráticamente), especuladores de suelo y normas dictadas por uno de los dos grupos anteriores. Pero las acciones urbanas recientes: manifestaciones, demostraciones, apropiaciones del espacio público, etc., buscan demostrar que la ciudad ya no puede estar más al cuidado de pocos. Éste es un territorio de un colectivo, amplio, diverso y heterogéneo que quiere una gestión más diversificada, responsable y transparente.

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En medio de la fiebre pre-mundial que vive Brasil, la ciudad de São Paulo parece estar sumida en una depresión y sufre la llegada del evento.  Si pensamos que la frase en portugués “tudo bem?”, es la respuesta al saludo más común en este país – y siempre ofrece una tranquilidad con aire de optimismo, ahora brilla por su ausencia en conversaciones. Este debería de ser momento de preparación para la gran fiesta pero desafortunadamente no lo es.

Desde las manifestaciones de junio hace un año, las continuas huelgas del transporte público que llevan semanas colapsando las principales ciudades, hasta la gran escasez de agua potable que sufre São Paulo desde comienzos de este año, son muestras de cómo la ciudad protesta brutalmente y utiliza, el mundial y principalmente los estadios, como los espacios para materializar la inconformidad de muchos servicios precarios que afectan a la gran mayoría de la población. En el día a día por un lado, se percibe un optimismo, inseguro, raro, generalizado en todo el país y –por el otro, las demonstraciones cerca de los estadios expresan un repudio total ante la fiesta que está por comenzar.

En medio de esta paradoja, las áreas emblemáticas de São Paulo no tienen el aspecto festivo, tipo carnaval, que me cuentan en otros mundiales, transformaron plazas y calles en espacios de celebración. Pero hay quienes están sacando provecho de la coyuntura y se la están apropiando para generar un cambio social importante.

Durante un evento la semana pasada, converse con Gustavo Pandolfo -uno de los artistas de grafiti más famosos junto con su hermano Octavio, los famosos Os Gemeos. A su modo de ver, esta circunstancia paradójica es el último eslabón de una enfermedad que padecen todas las ciudades en Brasil. Su planteamiento era el siguiente: por décadas la ciudad ha sido cuidada –y desarrollada– por un grupo selecto de políticos (elegidos democráticamente), especuladores de suelo y normas dictadas por uno de los dos grupos anteriores. Pero lo que vemos con todas estas acciones urbanas recientes: manifestaciones, demostraciones, apropiaciones del espacio público, etc., es que la ciudad ya no puede estar más al cuidado de pocos. Éste es un territorio de un colectivo, amplio, diverso y heterogéneo que quiere una gestión más diversificada, responsable y transparente. Llamémosle abertura –o transparencia exigida– pero lo cierto es que la sociedad civil de las grandes ciudades brasileñas, reclama incluir intereses diversos en la gestión de la ciudad y dejar atrás el modelo basado en hacer ciudad puramente con aspiraciones políticas o que atendían intereses minoritarios. “Hoy, nos piden un grafiti en una zona de la ciudad para justamente potenciar una acción de regeneración urbana e incluir a los okupas que viven en algunos edificios en el proceso…”, me decía Octavio, “que absurdo parece sonar esto si proviene de la secretaria de planeación urbana, no?”

IMG_1137Os Gemeos, Parque Ibrapuera, São Paulo, Brasil | Fotografía Pablo Lazo

Su reflexión me llevo, durante el mismo evento, a pensar en la posibilidad de que la ciudad, en este caso São Paulo, debiese redefinir el cómo se gestiona. Lo que en Europa se habla de nuevos modelos de gobernanza implica, justamente, comenzar a pensar en otro modelo, menos político y rígido, por un más de propósitos para  buscar consensos y que sea sostenible a largo plazo. Si lo adaptamos a la condición de Brasil –y me atrevería a afirmar que también en otros países en Latinoamérica– también sería un modelo que incluyese la improvisación como parte fundamental del activismo con que la sociedad civil tiene que negociar, por un lado, con las condiciones sociales tan extremas que existen en el día a día y, por el otro, crear un sistema flexible y adaptable a los consensos que se vayan logrando.

Ciertamente esto no se logra de un día a otro y requiere, como lo decía el ex alcalde de Barcelona, Joan Clos, y precisa de un intenso rediseño de las políticas públicas y estructuras jurídicas.  Lo que sorprende de Brasil es la improvisación con que, durante el último año, esta ciudad y la gente que vive en ella han intentado abrir este espacio para discutir el modelo vigente y cambiarlo.

El proyecto urbano del Parque Augusta, muestra como la sociedad civil, bien organizada y con un objetivo claro y pragmático –en este caso, defender una cuadra que por muchos años ha servido como parque a los residentes de un área del centro– ante el propio dueño del terreno –una compañía inmobiliaria que pretende convertir el terreno en privado y construir cinco torres. La sociedad –y la ciudad– ganó en enero de este año el derecho a exigir al promotor, mantener al menos el 65% del área como pública y crear un gran parque.

El otro ejemplo importante es, justamente, el fenómeno de apropiación de los escenarios de la Copa para que diversos grupos manifiesten sus inquietudes. Quien piense que las posibles demostraciones van a echar a perder la fiesta del futbol, se equivocan. Los brasileños saben muy bien lo que el futbol es para ellos. Pero esto no impide que utilicen la plataforma mediática del evento para realmente preguntarle al gobierno, Tudo bem? Y que la gente y los visitantes escuchen, algo distinto esta vez: não, tudo vai mudar (todo va a cambiar) y entiendan que la gestión de esta ciudad ciudad está lista para el cambio.

049Fotografía Pablo Lazo

*Arquitecto, Director Asociado, Ove Arup & Partners

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