Resultados de búsqueda para la etiqueta [común ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Wed, 24 Jul 2024 01:10:22 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 Los comunes o ¿dónde quedaron ‘nuestros’ aguacates? https://arquine.com/los-comunes-o-donde-quedaron-nuestros-aguacates/ Mon, 22 Jul 2024 19:45:54 +0000 https://arquine.com/?p=91880 Entre arquitectos, urbanistas y planificadores se tiende a tomar la propiedad privada de la tierra, en general y en particular en entornos urbanos, como algo dado y sin alternativas —salvo la del espacio público—. Pero quizá repensar la noción misma de propiedad de la tierra sea fundamental para pensar ciudades sostenibles. O, de menos, para saber dónde quedaron nuestros aguacates.

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Columna inspirada en hechos reales.

 

En algunas regiones de Europa, durante la Edad Media, robar de la cosecha ajena era considerado un crimen grave, de peor tipo que robarle el bolso o la cartera a alguien, aunque era una afrenta de menor gravedad que un homicidio. La pena podía llegar a la amputación de la mano, normalmente la derecha, para evitar, se supone, que el ladrón volviera a robar y, sobre todo, para dejar una marca visible que lo señalara de por vida. Se consideraba que era una afrenta así de grave porque la producción de comida, entre todas las actividades humanas, seguía requiriendo la mayor cantidad de trabajo. Pero, sobre todo cuando fue imponiéndose, a partir del siglo XIII, la idea de la propiedad privada de la tierra, y de sus frutos. Porque, más allá de lo que diga su amigo liberal de confianza —sea neo o clásico, da igual—, la propiedad privada, en especial la propiedad privada de la tierra, no es algo ni “natural” ni “consustancial”, ni siquiera es un “derecho fundamental” de los seres humanos. La propiedad privada de la tierra es una noción con una historia relativamente reciente en la historia humana —unos 7 siglos frente a 200 mil años— y que, además, no se pensó como evidente en todo el mundo, sino que fue impuesta a la fuerza en muchas regiones del planeta —algo así como: “te voy a explicar: la propiedad de la tierra es un derecho fundamental del hombre… blanco, así que ahora yo soy el dueño de todo esto.”

Vivo en un edificio construido a finales de los años 50 en la colonia Hipódromo —aunque decimos que está en la Condesa—. Tiene 6 pisos, con 4 departamentos en cada uno, excepto los 2 últimos que sólo tienen departamentos al frente, y cuartos de servicio del lado del patio, lo que da un total de 20 departamentos. En el patio trasero, hacia donde se orientan los cuartos de servicio, hay una jardinera de no más de 1 metro de ancho con plantas, arbustos y un par de árboles. Uno de los árboles es un aguacate y cada año da aguacates… Tras la cosecha, que hace el jardinero que cuida la jardinera, aparece una canasta llena de aguacates en el vestíbulo para que cada uno de los habitantes del edificio, propietarios o inquilinos, disfrute de los frutos de nuestro árbol, llevándose a casa algunos aguacates.

Hace unos días en el chat del edificio, una persona, habitante de uno de los departamentos que también tienen vista al patio trasero, explicó que desde su balcón se ve el árbol de aguacates, y que unos, que había visto colgando de las ramas, ya no estaban ahí. No hemos visto en el vestíbulo la canasta con los aguacates comunitarios, así que, intrigado, preguntó: ¿dónde quedaron nuestros aguacates?

Hace un par de años instalaron en el edificio un sistema de cámaras de vigilancia. En el vestíbulo del edificio se instaló también una pantalla de televisión que, dividida en una retícula de 3 × 3, tiene 8 recuadros con imagen y uno negro, así que supongo hay 8 cámaras instaladas. A los pocos meses de instaladas las cámaras, el automóvil de algún vecino fue ligeramente raspado por otro automóvil. Nadie dijo nada. En el chat del edificio, el afectado dijo que, ya que nadie confesaba su crimen, habría que revisar las grabaciones del sistema de vigilancia. Fue entonces cuando recibimos la terrible noticia por parte del administrador: no había grabaciones. Ustedes aprobaron un presupuesto para cámaras, pero jamás se habló del servidor necesario para grabar y archivar los videos. Si en lugar de un chat hubiera sido una reunión física, todos nos habríamos visto las caras unos a otros preguntándonos a quién colgarle encima semejante idiotez. Entonces, ¿para qué sirve el sistema de vigilancia? El problema fue resuelto, previo pago de una cuota extra, algunas semanas después. Por suerte, si así quieren llamarle, el progreso tecnológico nos permite tener, en un edificio de la Condesa, un sistema de vigilancia que hace unas décadas era imaginable sólo para la Casa Blanca o el Kremlin. Por algunas semanas o meses —dependiendo de qué tanta capacidad de memoria asignáramos a las grabaciones— tendríamos el registro de todo lo que pasaba en las áreas que abarca el sistema de cámaras. Por suerte, el patio trasero y su jardinera estaban incluidos en su rango.

“Quiero que se revisen las grabaciones del sistema de vigilancia”, escribió en el chat el vecino que había alertado sobre la desaparición de nuestros aguacates. La persona de la empresa que administra el edifico respondió prontamente: “con mucho gusto, ¿de qué fechas?” “Desde hace quince días para acá”, fue la respuesta, seguida por: “y quiero estar presente”. No pude evitar imaginar esta escena como una en una serie de detectives: una habitación forense con un muro lleno de monitores, el especialista en videovigilancia sentado frente a una pantalla más grande controlando la velocidad de la reproducción y el vecino, que dejó de ver aguacates donde antes los había visto, acompañado de otros dos que serían testigos, todos ellos siguiendo la proyección con suma atención, cuadro por cuadro: “ahí están, ahí están, siguen… ¡desaparecieron!, ¿vieron?: ahí se ven, ahora no se ven.” Y entonces, el especialista en videovigilancia haría un acercamiento a la sombra entre los árboles y una captura de su imagen, para procesarla con los programas de reconocimiento facial mediante inteligencia artificial más sofisticados y compararlos con las fotos de las dos personas que se turnan el puesto de conserje. Porque, ¿quién más iba a ser? Todos los que vivimos en el edificio sabemos que tendremos derecho a tomar, de la canasta en el vestíbulo, los aguacates que se nos den la gana —sin abusar, calculando que alcance para todos—. ¿Por qué un vecino iba a robarse sus propios aguacates?

Aquí cabe una digresión para preguntarnos, más bien, ¿por qué afirmamos que son nuestros aguacates? Sí, ya sé: son frutos del árbol que está en nuestro patio trasero; pero, ancestralmente, en relación a los frutos de la tierra, la propiedad del terreno es sólo uno de los factores que servían para decidir la propiedad de lo cultivado. Porque los frutos de la tierra se cultivan y cosechan y nosotros no hacemos eso. Más aún, quienes vivimos en departamentos con vista a la calle podemos ignorar la existencia del aguacate y sus frutos.

No es que minimice la importancia de nuestros aguacates, claro que no. Tengo noticias de la importancia del aguacate, de su consumo creciente y casi obsesivo en Estados Unidos y de cómo la demanda de aguacates, también creciente, no sólo ha tenido efectos en el intercambio económico entre ese país y el nuestro, sino que incluso es un factor para que los campesinos michoacanos decidan si cultivar aguacate o amapola.

Al contrario, pienso que entender por qué a nuestro vecino le preocupan tanto sus aguacates —y esta frase no esconde ninguna alusión sesgada a la etimología de la palabra— nos podría llevar a replantear las complejas relaciones entre propiedad, comunidad, vivienda, territorio, producción y sostenibilidad, por mencionar sólo algunas problemáticas. Y el problema no son los aguacates en específico, sino cuándo son nuestros, pero no tuyos; lo que aplica, también, al terreno, las edificaciones, las plazas, los parques, las calles con sus banquetas, tu casa y su patio trasero con arbustos y, quizá, un árbol que, por suerte o gracias al trabajo de alguien, dará aguacates o limones. Por ahí pasan buena parte de los cuestionamientos y las probables respuestas a los problemas de sustentabilidad que nuestras ciudades enfrentan desde hace años. Porque, quizá, la sustentabilidad de nuestras ciudades dependa de replantear quién es ese nosotros en la frase “nuestros aguacates” o, dicho con mayor claridad, replantear la propiedad de la tierra y los usos comunes de la misma.

Termino citando in extenso la introducción de Álvaro Sevilla Buitrago a su libro Against the Commons. A radical History of Urban Plannig (2022), que espero pronto pueda comentar con la profundidad que se merece, no sin antes aventurar el lema de una primera fase para un proceso de desmantelamiento de la idea de propiedad privada: colectivicemos los patios traseros para que los aguacates sean realmente nuestros.

 

Imagine un paisaje en el que las viviendas se entrelazan con talleres, fábricas y huertos colectivizados. Imaginemos un tejido urbano abigarrado con enclaves rurales y franjas de tierras de cultivo donde los humanos conviven con el ganado. Imaginemos un lugar en el que las redes metabólicas, los ciclos de nutrientes y materias primas, y los flujos de energía estén contenidos y controlados en gran medida por las comunidades locales. Trabajo y ocio se alternan y mezclan en calles impregnadas de una atmósfera de intensa convivencia. Los espacios públicos son, de manera simultánea, lugares de trabajo, comercio y celebración colectiva, vagamente delimitados y reinventados de forma continua por los usuarios, de acuerdo con sus necesidades diarias. Mujeres y niños son protagonistas activos de esta constelación de acontecimientos y encuentros. Son los principales agentes de la vida comunitaria, y la imbuyen de los distintos ritmos de reproducción social. Las minorías de diferentes orígenes étnicos y culturales también desempeñan un papel fundamental a la hora de definir estos entornos como mosaicos de prácticas sociales heterogéneos, a veces contradictorios. Imaginemos un conjunto de archipiélagos de centralidad entrelazados y jerarquías espaciales superpuestas que hacen que el territorio sea difícil de leer, comprender y monitorear. Las instituciones y élites estatales han perdido gran parte de su jurisdicción sobre esta red de asentamientos, que siguen, de manera parcial, desvinculados de dinámicas nacionales y globales más amplias. Sus espacialidades giran en torno a las minucias desordenadas de las necesidades y arreglos cotidianos; las relaciones de mayor escala están subordinadas desde su estructura. La propiedad privada existe, pero como un régimen relativo, no exclusivo y variable en el espacio y el tiempo. La propiedad está integrada y depende de acuerdos consuetudinarios más amplios de tenencia y uso que desdibujan los límites entre posesión individual y colectiva. En estos entornos, la idea misma de lo urbano está enmarcada por representaciones, narrativas e identidades que emanan de redes locales y las refuerzan como entornos autónomos. Imaginen un régimen de urbanización que no está orientado al crecimiento sino más bien a la autorreproducción comunitaria, la creatividad y el cuidado cooperativos, el juego y el placer.

Este libro cuenta la historia de cómo esos aspectos se convirtieron en eso: imaginación. Hoy en día, un número creciente de teóricos críticos, historiadores radicales e investigadores militantes evocan la forma subyacente detrás de muchos de estos fenómenos con un concepto difícil de alcanzar: los bienes comunes. Descrita como la principal línea de frente de las luchas en curso por la transformación social, la idea de los bienes comunes está en el centro de las visiones emergentes de un futuro poscapitalista. En el pasado, sin embargo, las configuraciones y disposiciones mencionadas con anterioridad eran ingredientes esenciales de espacios sociales muy reales. Al reflexionar sobre el potencial explosivo de las metrópolis contemporáneas como lugares de encuentro, diferencia y antagonismo, activistas y académicos radicales retratan la urbanización como un catalizador para el renacimiento de los bienes comunes. Los planificadores espaciales progresistas también lamentan su desaparición y se esfuerzan por revivirlos.

Esto es una triste ironía porque, como veremos, la planificación urbana y la urbanización capitalista han sido en realidad agentes clave en la descolectivización de la sociedad y la destrucción del espacio comunal. Esta agencia negativa ha sido poco estudiada en las evaluaciones históricas y teóricas existentes de la disciplina, que tienden a describir el “proyecto de planificación” como un esfuerzo benéfico para mejorar las condiciones físicas, económicas, ambientales y sociales de las ciudades. Al mismo tiempo, las explicaciones existentes sobre la toma de los bienes comunes en las ciencias sociales a menudo descuidan su dimensión geográfica, o presentan el espacio como un receptáculo inerte, no como un instrumento activo movilizado para producir o destruir formaciones comunales. En otras palabras, se presta poca atención a la mecánica de la desposesión espacial y a cómo funcionan técnicas y procedimientos particulares para articular estos procesos. Esto inhibe nuestra capacidad para captar y revertir dinámicas que obstaculizan las supuestas potencialidades emancipadoras de planificar y limitan el desarrollo de las urbanizaciones como un proceso de liberación colectiva.

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Arquitectura, experticia e injusticia https://arquine.com/arquitectura-experticia-e-injusticia/ Tue, 28 Apr 2020 07:46:08 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquitectura-experticia-e-injusticia/ Como gremio tenemos mucho que ofrecer a la comunidad. No creo que tengamos que ser hechos a un lado, pero también tenemos un largo, enorme trecho que andar para aprender y poder mostrar nuestro valor a partir del reconocimiento del valor de los otros.

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Experticia y legitimidad
Quienes nos hemos formado en las universidades en diferentes niveles para ser arquitectos —así como después hemos seguido nuestra formación a partir de la práctica profesional— hemos adquirido un grado de experticia importante que nos brinda ciertas credenciales. Sin embargo, también existen otros ámbitos de experticia informal que, aunque no validados por los parámetros de las instituciones modernas, no dejan de implicar el dominio de un saber. Asimismo, por otra parte, formamos parte de una disciplina en la convergen diferentes tipos de pensamiento, tan necesarias unos como otros para dar realidad a la obra arquitectónica: el conocimiento técnico, el pensamiento ético y el pensamiento estético. Estas tres formas de pensamiento son profundamente diferentes.

En la primera, el conocimiento técnico, se cuenta con un conocimiento de patrones recurrentes a los que llamamos leyes naturales, que hay que conocer si queremos conseguir que la obra se materialice: el saber ingenieril en tanto tal. Por otro lado, el saber ético parte de la vida social y humana a la que queremos dar lugar: una sociedad ¿ordenada, libre, colaborativa? Se trata del proyecto de mundo al que aspiramos a través de ciertos principios directrices: ciudades utópicas, la Ville Spatiale de Yona Friedman, por ejemplo, donde cada uno estaría en la facultad de dar forma final a su sitio inscrito en una gran estructura común que además compartiría ciertas estrategias básicas, como que todos y cada uno de sus habitantes contara con los conocimientos básicos para la supervivencia: producir nuestros propios alimentos, operar máquinas elementales… ¡Cómo resuena esto en tiempos de Coronavirus! Finalmente, el pensamiento estético que, lejos de consistir en el conocimiento de regla alguna, partiría del encuentro producido entre nuestro entendimiento y nuestra imaginación cuando por la vía de la sensibilidad captamos un mundo tan armonizado que parece demandar una aceptación universal por la belleza. Al menos esta sería la versión kantiana que hará un reconocimiento a un sentido común estético que, no por ser común no requiere entrenamiento, pero que, por supuesto, no está asociado al aprendizaje de reglas fijas ni de leyes universales a diferencia del conocimiento tecnocientífico.

Bueno, y ¿por qué esta explicación conceptual de diferentes formas de pensamiento viene al caso? Porque extrañamente, a pesar de nuestra experticia, como gremio tendemos a confundirlas: creemos que, porque podemos pensar sensatamente en una solución técnica, también podemos imponer a otros lo que es bello, porque somos unos supuestos “dueños del gusto”. Es verdad que nos entrenamos y que todo pensamiento requiere trabajo, pero ¿qué nos hace pensar que en la vida que excede las aulas universitarias y los espacios del taller no se entrena también la sensibilidad? Por otra parte, de lo que sin duda estamos escasos es de pensamiento ético, parece que nos ha vendido muy bien un tipo de mundo al que ni cuestionamos y al que respondemos sólo como fieles modeladores del sueño de otro. Y vaya, estaría muy bien entender los sueños de otro, pero no sólo del capital, sino también el sueño de los colectivos. Y no sólo para responderles, sino para descubrir su saber, su ethos y su sensibilidad que, en una de esas, nos da una buena lección.

 

Grados de experticia
Además de la discusión por la experticia y su naturaleza por tipo de forma de pensamiento, es importante también que destaquemos que, en efecto, se puede ser un desconocedor. Si bien la experticia es más que la formación con credenciales académicas, tampoco quiere decir que todos sepamos hacer todo. Sin embargo, es fundamental que reconozcamos que se puede ser experto fuera de las instituciones que reconocemos como válidas, y este reconocimiento es un acto de justicia. Tenemos el ejemplo de la organización de Milagro Sala en Argentina, donde un gran colectivo social se convirtió en un rival impresionante para las más fuertes constructoras del lugar, como una lección de experticia más allá de las instituciones establecidas y también como un llamado a la autonomía.

Durante años hemos sido muy limitados en la comprensión de lo que es la experticia en nuestra disciplina, pero, peor aún, hemos ejercido un sinfín de injusticias epistémicas y morales al negarle al otro —debido a nuestros prejuicios de clase o etnia, entre otros— su condición de sujeto pensante (de sujeto epistémico), lo cual es ya un atentado ético-moral. Como gremio tenemos mucho que ofrecer a la comunidad. No creo que tengamos que ser hechos a un lado, pero también creo que tenemos un largo, enorme trecho que andar para aprender y entonces sí, poder mostrar nuestro valor a partir del reconocimiento del valor de los otros.

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¿Cómo vivir juntos? https://arquine.com/como-vivir-juntos/ Fri, 04 Oct 2019 05:01:44 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/como-vivir-juntos/ Hashim Sarkis, curador de la 17ª Bienal de Arquitectura en Venecia, propone el tema ¿Cómo viviremos juntos? Ante eso, el INBAL ha vuelto a optar por un método poco claro para seleccionar la obra que se mostrará el próximo año.

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El 12 de enero de 1977 Roland Barthes dictó la sesión de presentación de su primer curso en el Collège de France, cuyo título era Comment vivre ensemble? Sur l’idiorrythmie: ¿cómo vivir juntos?, sobre la idiorritmia. Barthes inició distinguiendo entre el método y la cultura, diciendo que el primero es —y esto etimológicamente— un camino a seguir para llegar a un objetivo, mientras que la cultura —“la paideia de los griegos,” dice Barthes— es una fuerza, una manera de intentar domesticar una idea que a su vez tiene su propia fuerza. Barthes apuesta por la cultura, no por el método, y la fuerza a la que en principio se enfrenta es la de un fantasma. “Un fantasma (lo que al menos yo llamo así): un retorno de deseos, imágenes, que merodean, se buscan en nosotros, a veces toda una vida, y a menudo sólo cristalizan gracias a una palabra.” Esa palabra es para Barthes, en este caso, idiorritimia.

Entre 1900 y 1901 Benjamin Laurès publicó en Échos d’Orient un trío de textos sobre los monasterios del monte Athos. Los dos primeros dedicados a la vida cenobítica y el tercero a la idiorrítmica. “Existen entre estas dos categorías de casas religiosas —escribió— dos diferencias fundamentales. Los monjes de un koinobion —palabra que viene del griego koinos, común, y bios, vida— viven bajo un régimen monárquico y no tienen posesiones propias; aquellos que viven en un monasterio idiorrítmico, al contrario, gozan de un gobierno democrático y tienen el privilegio de la propiedad privada.” Para Barthes idiorritmo es “casi un pleonasmo, pues rythmós es, por definición, individual” —la manera particular como algo fluye— e idios, es lo propio, lo particular. Barthes quiere pensar, desde la cultura, ese fantasma en que se le convierte la idea de la idiorritmia, la idea de una manera de vivir juntos sin que se imponga una forma hegemónica, un orden jerárquico. A Barthes le ocupa el vivir-juntos “como hecho esencialmente espacial (vivir en el mismo lugar),” pero entendiendo que, “en estado bruto, el vivir-juntos es también temporal”: la contemporaneidad.

En el tercer volumen de su obra Esferas, titulado Espumas, Peter Sloterdijk escribió:

“Quien estudia la historia de la arquitectura reciente en su conexión con las formas de vida de la sociedad mediatizada reconoce inmediatamente que las dos innovaciones arquitectónicas con mayor éxito en el siglo XX, el apartamento y el estadio deportivo, están en relación directa con las dos tendencias sociopsicológicas más amplias de la época: la liberación de individuos, que viven solos, mediante técnicas habitacionales y mediáticas individualizantes, y las aglomeración de masas, igualmente excitadas, mediante acontecimientos organizados en grandes construcciones fascinógenas.”

El fantasma de Barthes busca una forma intermedia, lo dice, “entre dos formas excesivas: una forma excesiva negativa: la soledad, el eremitismo, y una forma excesiva integrativa: el coenobium, laico o no.” Barthes reconoce que esa forma intermedia es “utópica, edénica, idílica, excéntrica” y que nunca prosperó. ¿Por qué buscarla entonces? ¿Por qué preguntarse por esa manera de vivir-juntos pero no revueltos? Quizá por lo que el filósofo Tristan García apunta en su libro Nous —Nosotros (2016)—: “admitamos que el sujeto de la política somos nosotros. La primera persona del plural tiene esto de particular, en contraste con la primera del singular, que permite una variación permanente de amplitud, ya que puede designar tanto “tu y yo” como la totalidad de lo vivo y más allá.”

Acaso por la actualidad de esos temas en tiempos en que el individualismo tanto se reafirma como se cuestiona mientras de nuevo hay quienes interrogan la noción de lo común o quienes la explotan, como mera coartada para el negocio, bajo lemas como co-working o co-living, es que Hashim Sarkis, curador de la 17ª Muestra internacional de arquitectura de la Bienal de Venecia, que tendrá lugar el próximo año, decidió titularla, casi como un eco al curso de Barthes, ¿Cómo viviremos juntos? La propuesta de Sarkis parece sumarse o complementar la línea de otras anteriores en Venecia —como People meet in architecture, dirigida por Kazuyo Sejima en el 2010 o Common Ground, a cargo de David Chipperfield dos años después. Sobre el tema, Sarkis escribe:

“Necesitamos un nuevo contrato espacial. En el contexto de las divisiones políticas cada vez mayores y de la creciente desigualdad económica, llamamos a los arquitectos a imaginar espacios en los que podamos generosamente vivir juntos: juntos como seres humanos quienes, a pesar de nuestra individualidad en aumento, anhelamos conectarnos unos con otros y con otras especies a lo largo del espacio, digital y real; juntos en tanto nuevos hogares buscando espacios más diversos y dignos para habitar; juntos como comunidades emergentes que exigen igualdad, inclusión e identidad espacial; juntos a lo largo de fronteras políticas para imaginar nuevas geografías de asociación; y juntos como un planeta que enfrenta crisis y requiere acciones globales para que todos podamos continuar viviendo.”

Ante esta provocación a pensar juntos, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) ha optado de nuevo por un método poco claro para seleccionar la obra que se mostrará el próximo año en Venecia, convocando a que se envíe “obra pública o privada, realizada en México, en los últimos cinco años y que responda a los objetivos de la convocatoria realizada por el curador designado de la Bienal de Venecia” y que será seleccionada por “un comité técnico interdisciplinario, integrado por reconocidos profesionistas.” Hasta ahora, según lo anunciado, no hay curador y por tanto no hay criterios curatoriales propios del pabellón mexicano, y aunque la bienal veneciana “hace un llamado a los curadores de las participaciones nacionales para tratar uno o más de los subtemas de la exhibición”, el INBAL prefiere sumarse de manera ambigua a la propuesta de Sarkis y anunciar que “los miembros del comité técnico determinarán los criterios de selección de las propuestas y su decisión será inapelable,” sin dar a conocer los nombres de dichos miembros ni aclarar a los convocados cuáles criterios curatoriales —inexistentes o secretos, al parecer— se usarán para elegir lo que será expuesto.* Mismos modos que el INBAL ha usado en anteriores bienales de arquitectura en Venecia con disparejos resultados, por lo que se podría suponer, aludiendo a Barthes, que si bien parece ya encontraron su método de selección, este se basa en rechazar la posibilidad de pensar críticamente la participación en esta bienal de arquitectura como un problema cultural y no como la mera exhibición de una colección de edificios más o menos buenos y más o menos recientes.

 


 

*PS. Si se solicitan las bases de la convocatoria por correo, se recibirá un poco más de información, pero no necesariamente mejor. Se suma una breve e insustancial historia de la participación de México en la Muestra de arquitectura de la Bienal de Venecia, los requisitos y formatos para entregar proyectos, un calendario y el nombre de los miembros del comité técnico: Lucía Jiménez, como presidenta, Marcos Mazari, Mauricio Rocha, Maria de los Ángeles Vizcarra de los Reyes, Alejandra Caballero Cervantes y Pablo Landa, como vocales, y Gabriela Gil Verenzuela, como comisario y secretaria técnica. También se dice que el “curador designado” es parte de dicho comité, pero no se aclara quién. Quedan, pues, muchas interrogantes abiertas: ¿por qué no publicar toda la información de manera abierta?, ¿para qué incluir en esa información un repaso insustancial de los anteriores pabellones ?, ¿por qué repetir acríticamente algunas ideas del curador general de la bienal? Si el “curador designado” ya tiene alguna idea y posición sobre cómo abordar el tema, ¿por qué no hacerla pública para que los convocados sepan, dado el caso, qué y cómo presentar? Si no tiene idea de cómo tratará el tema, ¿la irá construyendo a partir de una colección de proyectos distintos, quizá con muy poco en común? Y los proyectos que resulten excluidos de la selección que se vaya haciendo con criterios aun no aclarados, ¿podrían haber presentado de otra manera que resultara pertinente? Al final, la gran duda es si los convocantes desconocen cómo se plantea la participación de un país, cuando resulta buena o memorable, en una bienal como la de Venecia. Y esta es una duda retórica, pues sabemos que tanto los encargados del INBAL como algunos de los participantes en el comité técnico han ido a la Bienal de Venecia. Entonces, ¿por qué seguir jugando este juego de la “participación” abierta?, ¿mera torpeza o ganas de disfrazar el proceso de selección justo de eso, de “participativo”?

[nota agregada el 6 de octubre]

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Ladrillos, bloques y otros elementos abandonados y parches https://arquine.com/obra/alborde-ladrillos/ Thu, 25 Jul 2019 15:00:33 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/alborde-ladrillos/ Habitar la hacienda donde creció, es lo que determina esta intervención. El cliente heredó un establo y escogió este espacio para convertirlo en su última vivienda.

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Volver.

Habitar la hacienda donde creció, es lo que determina esta intervención. El cliente heredó un establo y escogió este espacio para convertirlo en su última vivienda. En la arquitectura para animales, no hay decoración. Las vacas no tienen caprichos estéticos. Sumado al abandono, el establo cumple con lo mínimo: no caerse. El bajo presupuesto y la urgencia de habitarlo son parte vital del proyecto. Utilizamos la vieja y conocida fórmula del que no tiene más remedio: trabajar con lo que hay a la mano.

 

 

El sentido común, no es tan común.

Las limitaciones obligan a ser rigurosos. Donde hay un problema aplicamos una solución: parchar. Si desarmar la estructura de cubierta, retocar las piezas que aún sirven, reemplazar lo que no está en buen estado y volver a armar, nos toma mucho tiempo, no lo hacemos. Añadimos a lo existente parches. Picar la pared para pasar las instalaciones eléctricas y de agua, colocar tuberías y sellar la pared, imposible: todo queda visto. La cubierta mal-cubre e impermeabilizar todo y volver a entejar, no. Donde hubo teja ahora hay una lámina asfáltica que se apoya en la subestructura original.

La cercanía de la tierra y la lluvia hacen que el espacio sea húmedo. Alejamos el agua de la casa con un ducto perimetral y prolongamos los aleros. La teja en mal estado se utiliza como grava en el ducto perimetral y la teja en buen estado se utiliza para los aleros.
El interior es obscuro. Hacer ventanas más grandes significa rehacer dinteles y desechar marcos y vidrios originales. Además el clima es frio, la casa está ubicada a 3300 metros sobre el nivel del mar. Si la cubierta resuelve calor y luz, matamos dos pájaros de un tiro: tragaluces.

Se necesita completar los límites de las habitaciones y los vanos principales. No podemos cargar más peso a las paredes originales: necesitamos un material ligero. Además debe ser lo más rápido y barata posible: duelas de madera. El cliente tiene embodegado piezas sanitarias y puertas, las re-utilizamos.

Listo, que bonito Frankenstein.

 

Mentir de verdad.

Los materiales necesitan protegerse del uso y del tiempo. En un inicio, nos vimos envueltos en la figura del buen arquitecto contemporáneo; cada material es lo que es, pero no teníamos tiempo, ni dinero. El esfuerzo que representa adecuar cada material con el único objetivo de deleitar la vista y así salvar un discurso estético, convierte al proyecto más en una escenografía que en una intervención elemental de reciclaje y rehabilitación. Crisis. De pronto mentir es la actitud más honesta: pintar todo.

Elegimos el color pensando en que estamos en el campo. Hicimos pruebas pisando las paredes para encontrar el color que camufle mejor el uso, hicimos un estudio de la cromática del polvo y de las manchas inevitables de humedad en zonas lluviosas. El resultado: color sucio.

La pintura funciona en todo menos en el piso. En el piso debía tener otras características: a más de sellar el material, debe resistir el uso que demanda su función. En conclusión: si era pintura, debía ser una mucho más cara; no aplica. La mejor opción, baldosas de cemento. Buen precio y resuelve todos los espacios de la casa: se ve bien cuando está limpio y se ve bien cuando está sucio.

El Fin.

Todo lo que nos preocupa en el interior, no es un problema en el exterior. Porque el polvo que se desprende de los materiales por el paso del tiempo o por el uso, afuera es irrelevante. Afuera el establo siempre fue habitable: afuera no hicimos nada.

 

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