Resultados de búsqueda para la etiqueta [Colombia ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 30 Apr 2024 19:35:24 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Del cielo Cali la sucursal https://arquine.com/del-cielo-cali-la-sucursal/ Tue, 30 Apr 2024 17:30:16 +0000 https://arquine.com/?p=89600 Me tardé demasiado en leer Que viva la música (1977), la legendaria novela del escritor caleño Andrés Caicedo. En los años setenta, Caicedo era un joven fascinado por la cultura popular del momento: el cine, el rock, las drogas y la vida nocturna salsera que por aquel entonces empezaba a surgir en Cali, sobre todo […]

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Me tardé demasiado en leer Que viva la música (1977), la legendaria novela del escritor caleño Andrés Caicedo. En los años setenta, Caicedo era un joven fascinado por la cultura popular del momento: el cine, el rock, las drogas y la vida nocturna salsera que por aquel entonces empezaba a surgir en Cali, sobre todo en sus barrios populares. Cínico, malherido por el mundo en el que creció, Caicedo se suicidó muy joven, de apenas veintiséis. Nunca supo a qué grado la salsa permeó la cultura e historia de su ciudad, tanto, que hoy se autoidentifica como la “capital internacional de la salsa”. 

Al libro llegué tarde y ya en este punto me incomodó su construcción de La Mona, protagonista y narradora principal de la novela. En cambio, disfruté los pasajes referentes a la cultura salsera setentera, cuando se trataba todavía de una escena nocturna transgresora y malvista. Hay un pasaje grandioso del libro en el que La Mona nos cuenta lo que sintió un joven amigo suyo al entrar al mítico concierto de Richie Ray y Bobby Cruz del 68, evento que para muchos fue un parteaguas, una clara señal de que el romance entre Cali y la salsa iba para largo:

Bastó esa primera visión repentina para saber que ya estaba integrado al extremo más furioso de los colores, al lado más vistoso de un mundo que recién se desplegaba. Maravilla tener los sentidos todos aguzados, dispuestos a florecer ante un embate de trompetas. Maravilla de reconocerse en un estado de adormecimiento, de agobiante fofa espera, anterior a esta entrada, a este empalme de luces y de voces que te dicen: “Agúzate que te están velando.” Maravilla de sabor, abría la boca y lo envolvía en sus perfumes, propios únicamente de la dicha primera y del estado más profundo de los sueños. Maravilla de tumbao, de que a cada paso de miles de personas el suelo amenazara con hundirse, el techo venirse abajo, castigo de Dios por tanta alegría junta. 

Sonora Juventud

Me imaginaba yo que aquel joven del concierto era hoy en día algo muy parecido al señor panzón, de pelo canoso y más o menos largo que me abrió la puerta en el Museo Pioneros de la Salsa en Cali. Me dejó entrar al primer piso de una pequeña casa con un vestíbulo y dos cuartitos. Atrás, en lo que alguna vez fuera el comedor, su hermano chimuelo atendía el bar (el museo tenía la virtud de tener también un barra de cervezas). El señor me señaló un pequeño grupo de gente y dijo que estábamos esperando a que llegaran más. El museo de los pioneros de la salsa caleña solo podía recorrerse en una visita colectiva guiada por él. 

En realidad, el sitio se concentraba en la historia de una banda en concreto: la Sonora Juventud, formada por los primos Córdova, en los años cincuenta. Por medio de su música y memoria material –partituras, fotografías, instrumentos– el señor nos explicó lo que llevó a estos primos a mezclar ritmos afrocaribeños como el son montuno, la guaracha y el guaguancó, un proceso que la diáspora boricua en Nueva York pronto empezó a conocer como salsa. El recorrido también nos llevó a los grilles, los salones de baile donde esta y otras bandas empezaron a tocar, y en donde la gente aprendió a bailar siguiendo las claves obtenidas del cine mexicano de ficheras. 

En algún punto, el recorrido derivó en clase de música, seguida por una clase de baile. Esto mostró la conveniencia de una visita colectiva, si bien la verdadera razón solo se nos reveló al final del recorrido, cuando se nos mostró el poster noventero de una banda de salsa. Era la misma Sonora Juventud, pero en la tercera generación de músicos. Resultó que él, nuestro guía, era parte de la banda y miembro de la familia Córdova. En la fotografía aparecía veinte años más joven, luciendo un traje verde al igual que el resto de los músicos y con una trompeta en la mano. 

–Tocamos esta misma noche –nos anunció. 

Tenía sentido que él fuera el guia. De ese modo, el museo era una expresión muy honesta sobre el valor de contar tu historia, que es la historia de tu familia, de una banda, de la salsa en Cali. Al final, ¿quién en Cali no contaba con alguna historia personal o familiar o conocida que de alguna u otra manera estuviera atravesada por la salsa? En algún sentido, cada habitante tenía su Richie Ray y Bobby Cruz. 

Barrio Obrero

Unos días después visité el Museo de la Salsa del Barrio Obrero. Eln un comienzo era la cochera de una casita blanca. En algunos aspectos se parecía al otro museo: también había bar, también se recorría con visita guiada y también derivaba en clase de baile (esta vez el guía era un joven llamado Marlon). Pensé que lo de bailar era de particular importancia en estos museos, porque era esa la forma como mucha gente en Cali había aprendido de salsa: se escuchaba en todos lados, se aprendía a bailar desde temprano, se empezaba a disfrutar de múltiples maneras y poco a poco iban llegando las historias, se iban recordando los clásicos, se conformaba y reconformaba el canon propio. 

El soporte material de este museo era la colección personal del fotógrafo salsero Carlos Molina, que andaba por allá atrás en el bar. Molina, protagonista de la escena ochentera, le había tomado foto a todo el mundo y esos retratos tapizaban ahora las dos largas paredes del museo, como si se tratara de un mausoleo. Además, había discos, instrumentos, ropa y otros objetos. A través de esta colección vuelta al público, Marlon nos contó la historia de la salsa en el Barrio Obrero. Contó que las mercancías del puerto de Buenaventura entraban a Cali en un tren que paraba justo ahí. Entre las mercancías había discos caribeños que pronto empezaron a venderse en las tiendas del barrio. Entonces, para bailar, se comenzó a sintonizar en las bocinas de la plaza la cubana Radio Progreso. Luego aparecieron los mejores grilles de la ciudad e incluso los agüelulos, tardeadas salseras para la juventud del barrio. Todavía hoy, aunque la época dorada de salsa ya fue, el barrio sostiene esta identidad. Sus paredes están tapizadas con la cara de Piper Pimienta y Fruko y sus Tesos. En el Barrio Obrero, sugirió Marlon al final, la cultura seguía y seguiría siendo salsera. Para recordar eso estaba el museo, un homenaje barrial a la salsa.   

Museos

Me gustó que los museos se trataran de cantar, bailar y tomar, una fiesta al fin. Fue lindo ver el amor que los dos guías sentían por esta música, pese a estar separados de su mejor época por cuarenta años de vida. Disfruté que los museos fueran hechos por gente como ellos, que quizá no tenían estudios de curaduría o museografía, pero que entendían mucho de salsa, del valor de juntar y exhibir la memoria material de esa cultura, y de la importante función que espacios barriales como estos tienen para la preservación de una memoria colectiva. Al final, ¿qué es la historia de la salsa en Cali sino el agregado infinito de todas esas historias personales y familiares, todas esas intimidades con la música, toda esa mezcolanza de canciones, espacios de vida y recuerdos? 

Ya saliendo, en el taxi que dejaba atrás el Barrio Obrero y la cara de Piper Pimienta, me pregunté qué pensaría de estos lugares el joven cínico Andrés Caicedo, ahora que la salsa en Cali no es un fenómeno emergente, sino una larga y apasionada historia de amor, no tan distinta de la que cantaban tantas de sus letras. 

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La arquitectura anfibia del amazonas https://arquine.com/la-arquitectura-anfibia-del-amazonas/ Mon, 10 Jul 2023 13:45:36 +0000 https://arquine.com/?p=80436 Leticia, una pequeña ciudad en medio de la selva amazónica, ubicada a orillas del río Amazonas en el punto donde el río es más angosto, fue fundada en 1867. Viviendo durante siglos tan cerca del río más grande y volátil, sus habitantes han adaptado sus vidas y arquitectura a los altibajos del río Amazonas, tanto que los antropólogos los han llamado una "cultura anfibia".

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Si es cierto, como afirmó el filósofo griego Heráclito, que nunca puedes bañarte dos veces en el mismo río, es especialmente cierto para el Amazonas. El río Amazonas es el ejemplo perfecto de flujo constante: su velocidad, profundidad y ancho varían enormemente, y su línea de flotación sube y baja increíbles 15 metros de un mes a otro.

Para empeorar las cosas, cada cinco años desde 2005 la Amazonía ha experimentado sequías históricas. En estos mismos años, debido a los cambios climáticos extremos, el río Amazonas ha crecido a niveles no vistos en más de un siglo, con siete de las diez mayores inundaciones en la cuenca del Amazonas ocurriendo en los últimos 13 años. Estos cambios extremos afectan no sólo a la flora y la fauna dentro del río y en las áreas circundantes, sino que también afectan las vidas y los medios de subsistencia de los humanos que viven en uno de los ríos más largos y más grandes del mundo.

Leticia, una pequeña ciudad en medio de la selva amazónica, ubicada a orillas del río Amazonas en el punto donde el río es más angosto, fue fundada en 1867 como una ciudad portuaria perteneciente a Perú, pero en 1933 pasó a formar parte oficialmente de Colombia Aún así, Leticia tiene más contacto, a través del río Amazonas, con ciudades brasileñas y peruanas que cualquier otro centro urbano colombiano. Durante muchas décadas después de su fundación, el único contacto de la ciudad con el mundo más allá del Amazonas fueron los sacerdotes católicos que llegaron en avión para convertir a la población indígena local y los colonos que masacraron a la población indígena local en su búsqueda de riqueza fácil. Hasta 1980, solo había unas 12.000 personas viviendo en la ciudad y sus alrededores.

Foto Kurt Hollander

Hoy, Leticia forma una sola ciudad de 100.000 habitantes con Tabatinga, la ciudad brasileña ubicada a cinco minutos a pie del centro de Leticia, mientras que al otro lado del río se encuentra la localidad peruana de Santa Rosa. Al habitar esta triple frontera, los lugareños deben navegar por tres conjuntos diferentes de leyes, monedas, cocinas, costumbres y culturas. Además de los dos idiomas oficiales diferentes (español y portugués), también se hablan decenas de lenguas indígenas en las calles de estas ciudades.

La mayoría de los habitantes de la ciudad, especialmente los dueños de los negocios locales, son descendientes de europeos o mestizos. Las principales comunidades indígenas están ubicadas en la selva, aunque muchas familias indígenas también viven a orillas del río o en el río mismo.

Foto Kurt Hollander

El corazón económico de Leticia es su puerto. Canoas de madera hechas a mano y pequeñas lanchas fuera de borda traen pescado y productos frescos (plátanos, yuca, frutas exóticas) todos los días para venderlos en el mercado al otro lado de la calle del puerto. Durante gran parte del año, el río abraza las paredes del puerto. La carga se descarga directamente en el malecón desde los botes, mientras que la gente de la ciudad puede subirse a cualquiera de las docenas de taxis acuáticos que transportan a la gente arriba y abajo del río y sus afluentes.

En la temporada de lluvias, el río a menudo se desliza sobre las bolsas de basura apiladas por docenas en altura, cruza la calle e inunda el mercado. Sin embargo, durante la estación seca, el nivel del agua del río desciende decenas de metros por debajo de la pared del malecón. Para llegar a las lanchas hay que descender del malecón y bajar dos docenas de escalones de cemento y luego vadear varios metros entre lodo y basura.

Foto Kurt Hollander

Cuando el río está en su nivel más bajo, seis casas grandes que descansan sobre inmensos troncos de árboles redondos se inclinan en un ángulo escarpado en la colina debajo del puerto, como ballenas varadas. Cuando el río comienza a crecer, los edificios se posan mitad en tierra y mitad en el agua. Cuando el río alcanza su nivel más alto, estas casas flotantes se balancean suavemente sobre el caudaloso río Amazonas, atadas con cuerdas gruesas a anclas de metal en el malecón.

Se pueden ver casas flotantes similares arriba y abajo de las orillas del río Amazonas. Varios grupos indígenas han vivido en la orilla del río en la triple frontera antes de que existiera cualquiera de las ciudades que hoy hay ahí. Viviendo durante siglos tan cerca del río más grande y volátil, han adaptado sus vidas y arquitectura a los altibajos del río Amazonas, tanto que los antropólogos los han llamado una “cultura anfibia”. Los propietarios de estas casas no pagan renta, no poseen escrituras o títulos oficiales de propiedad de la tierra, y no tienen una dirección fija, por lo que son verdaderamente “poblaciones flotantes”.

Foto Kurt Hollander

Aunque las comunidades indígenas locales han construido casas anfibias durante siglos, ha aparecido una nueva variedad de arquitectura flotante en la orilla del río. Los flotantes, como se les llama en español (flutuantes en portugués), son viviendas que también sirven como gasolineras, ferreterías, oficinas, tiendas de abarrotes, restaurantes o bares a canoas y embarcaciones. También hay terminales para botes flotantes e incluso estacionamientos flotantes. Algunos de los flotantes están construidos como botes de fondo plano, pero la mayoría, al igual que las casas flotantes, usan troncos gigantes de árboles de la selva amazónica amarrados al fondo de las construcciones para flotar.

Cuando el nivel del agua del río Amazonas comienza a descender, surge una pequeña isla frente al puerto de Leticia. Los residentes locales martillan tablones de madera para crear un solo puente improvisado sobre la entrada del río para conectar su isla con la ciudad.

Foto Kurt Hollander

Llamada Isla de la fantasía, ha sido poblada durante los últimos 50 años por aproximadamente 200 familias indígenas. Esta isla no se considera oficialmente parte de Leticia. Una zona muerta para el consumidor: sin calles, parques, hoteles, restaurantes, bares o cafés, el área se representa en Google Maps como un área gris vacía en el borde de la ciudad.

El pueblo situado en lo alto de la isla sufre un cambio radical total a lo largo del año. Cuando el río está bajo, generalmente de septiembre a febrero, el río Amazonas se retira al otro lado de la isla y los residentes siembran plantas y cultivos y pueden caminar hasta el puerto. Cuando el río crece, generalmente entre los meses de marzo y agosto, los jardines quedan enterrados bajo el río y los residentes deben usar canoas cada vez que desean salir de sus hogares.

Para sobrevivir a la subida y bajada del río Amazonas, las casas de la Isla de la fantasía deben ser anfibias por la fuerza de la naturaleza. Los palafitos, casas de uno o dos pisos construidas sobre pilotes de madera hundidos en la tierra, están diseñados para funcionar tanto en tierra como a media profundidad. Cuando el río cubre la isla, los palafitos parecen estar flotando en la superficie del agua y los pilotes de madera que los anclan a la isla quedan ocultos a la vista. Cuando las aguas retroceden, estas casas flotan sobre pilotes muy por encima de la tierra.

Foto Kurt Hollander

Al construir su casa, la gente normalmente calcula la altura de los pilotes a partir de la línea de agua del año pasado, una línea que permanece visible en los árboles y las casas durante todo el año. Sin embargo, cualquier fluctuación en el nivel del agua del nuevo año puede provocar inundaciones dentro de la casa. Cuando el nivel del agua supera la altura de la casa, los propietarios deben construir andamios para elevar sus pisos por encima del agua invasora, tirando del piso, tablón por tablón, y reconstruyéndolo más alto, a menudo varias veces al año. Por lo tanto, los palafitos están construidos para ser fácilmente reconstruidos, y tanto las casas como los pilotes de madera sobre los que están construidos están hechos de la misma madera dura del Amazonas que las canoas resistentes al agua.

Foto Kurt Hollander

Aunque los residentes viven sin pagar alquiler, La isla de la fantasía no es una isla paradisíaca. Formada como está a partir de depósitos de sedimentación transportados por el río a lo largo del tiempo, la isla no ofrece tierra sólida sobre la cual construir viviendas y, por lo tanto, se considera una propiedad inmobiliaria de alto riesgo. Además, no hay electricidad, internet, agua corriente ni alcantarillado en la isla. La mayoría de las casas son chozas de costillas que esconden la pobreza extrema detrás de colores brillantes. Debido al constante flujo y reflujo del río, más las intensas inundaciones estacionales, los terrenos de las orillas de la Isla de la fantasía están en constante erosión. En el Amazonas, todo lo sólido eventualmente se desvanece en el agua, y esta isla se dirige en esa dirección.

Foto Kurt Hollander

Debido a la deforestación que está diezmando la selva amazónica y al aumento de las temperaturas en todo el mundo, el río Amazonas, el cuerpo de agua más cambiante y proteico del mundo, sufre continuamente transformaciones cada vez mayores. Aunque generalmente se considera un principio universal, el concepto de flujo de Heráclito ha sido alterado esencialmente por las obras del hombre y, por lo tanto, es imposible predecir en qué se encontrarán los residentes locales en este recodo particular del río Amazonas en los años. por venir y cómo, en todo caso, sus comunidades se mantendrán a flote.

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Luvina y la Vecindad https://arquine.com/luvina-y-la-vecindad/ Tue, 16 May 2023 14:54:09 +0000 https://arquine.com/?p=78653 Mi primera vez en Luvina fue por accidente. Había ido a conocer las Torres del Parque, los famosos multifamiliares que Rogelio Salmona construyó entre la antigua plaza de toros y la Macarena, un barrio empinado al oriente de la ciudad que se ha ido gentrificando poco a poco. Frente a las Torres, tras una cortina […]

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Mi primera vez en Luvina fue por accidente. Había ido a conocer las Torres del Parque, los famosos multifamiliares que Rogelio Salmona construyó entre la antigua plaza de toros y la Macarena, un barrio empinado al oriente de la ciudad que se ha ido gentrificando poco a poco. Frente a las Torres, tras una cortina de lluvia que azotaba furiosamente la Carrera 5, estaba Luvina. Tanto el café como la librería los atendía un señor ya grande, si no mal recuerdo con el pelo largo y canoso amarrado en una cola. El señor daba vueltas por las mesas, desperdigadas entre estantes y columnas de libros. Conversaba y reía con la clientela, que en su mayoría parecía ser regular, conocida. Por lo menos ese era el trato que el señor le daba. 

Volví un tiempo después a Luvina y ahí estaba todavía el señor, que se acercó a nuestra mesa. Conocía todas las editoriales independientes locales y me mostró un par de libros de un escritor de la primera mitad del siglo XX, José Antonio Osorio Lizarazo. Uno era la ya mítica novela de ciencia ficción Barranquilla 2132. El otro, publicado por Laguna Libros, era su primera novela, titulada La casa de vecindad (1930). Esa tarde salí de Luvina con ambos. Un tiempo después, me enteré en redes que la librería había cerrado sus puertas. 

Curiosamente, La casa de vecindad es el diario de un tipógrafo cincuentón desempleado. A causa de la introducción de los linotipos en los años 20, su oficio de toda la vida ha desaparecido. Encima, los precios de esa Bogotá en plena modernización se han disparado, en especial la renta. “¡Pero qué precios!” recalca el hombre “¡Es imposible vivir”. Orillado, no le queda más que alquilar un cuarto en una vecindad en el barrio de Los Mártires. Odia la vecindad, sus chismes, sus pleitos, su alcoholismo, las condiciones de vida que se soportan ahí en general. Dice en repetidas ocasiones que la vecindad está maldita, condenada. Y si, en las primeras páginas, él confía en que aquel descenso al inframundo bogotano no es sino una escala temporal, un accidente, conforme pasa el tiempo el hombre comienza a sospechar que la maldición de la vecindad ya se ha posado sobre él también. 

El hombre vuelve a su diario –esas páginas que nosotros leemos– en busca de un refugio, un espacio donde exteriorizar la frustración y encontrar una suerte de compañía. Porque, sobre todas las cosas, el tipógrafo se siente solo, abandonado, escupido por un mundo que ya no lo quiere ni lo reconoce. El problema es que el diario, al cual acude como un escape de la realidad, es en realidad un laberinto donde nuestro tipógrafo se va perdiendo, enredado en su propia narrativa de lo que está pasando. Por momentos, la escritura le revela una salida a su soledad, como cuando se le aparece fugazmente la idea del socialismo, que él mismo rápidamente descarta. En su lugar, el hombre se obsesiona por cuidar a su joven vecina, una madre soltera que no quiere sus atenciones: “¿Y quién me dice a mí que usted no es igual a los demás hombres y que al fin procurará cobrarme, como todos, estos servicios de apariencia desinteresada? ¡Todos son iguales! ¡Todos son iguales, señor! Y no quiero ir rodando de uno a otro”. Pero él insiste en que sus intenciones son “puras,” las de un padre cuidador. Nunca reconoce su violencia o su egoísmo.   

La novela de Lizarazo se trata de la caída de un hombre maduro en las grietas de una Bogotá que, de pronto, se ha vuelto irreconocible. Una ciudad que ha perdido sus espacios de siempre, sus formas, en las que ya nadie se sabe tu nombre o tu historia y en la que conviven cotidianamente las más diversas realidades. En suma, una ciudad moderna. Para nuestro tipógrafo, demasiado maduro como para ajustar, estos cambios se viven con un profundo desentendimiento y una paralizante confusión. Poco a poco, el hombre va descendiendo a los submundos que la nueva dinámica ha fabricado por toda la ciudad, a la par de sus nuevos y relucientes edificios: vecindades, callejones, prostíbulos, casas de empeño… El diario se convierte, de pronto, en la única posibilidad de dejar rastro de este proceso de lenta y exasperante desintegración. 

No podía no pensar en Luvina. No podía no pensar que cerró, que el señor se fue, con su canosa cola de caballo y su pesada memoria de librero curtido, a quién sabe qué desconocidas partes de esa ciudad “incoherente y fatal”, en palabras del tipógrafo. ¿Era una casualidad o por qué el señor me había colocado aquel libro en las manos? Por fortuna el espacio se volvió otra librería, pero aun así duele que Luvina no exista más y que no quede mucho rastro, como tantos otros espacios que, tercos en su resistencia durante años, un día ya no aparecen en esa esquina en donde deberían estar.  

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La Fábrica de la Cultura, el centro histórico y la transformación urbana de Barranquilla https://arquine.com/la-fabrica-de-la-cultura-el-centro-historico-y-la-transformacion-urbana-de-barranquilla/ Wed, 03 May 2023 15:43:27 +0000 https://arquine.com/?p=78264 Barranquilla es una ciudad de 1,2 millones de habitantes ubicada en el norte de Colombia. Durante la primera década del 2000, surgen en Barranquilla nuevos liderazgos e ideas de cambio, que han logrado convertirse en un proceso de transformación urbana referente para Colombia. 

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Barranquilla es una ciudad de 1,2 millones de habitantes ubicada en el norte de Colombia. Está ubicada en la desembocadura del río Magdalena, la arteria fluvial comercial más importante del país, en el mar Caribe. Su condición de puerto y las actividades industriales, comerciales y culturales asociadas, le han garantizado una posición privilegiada en la historia del país. Sin embargo, a consecuencia de la corrupción y la desidia de sus gobernantes, durante la segunda mitad del siglo XX la ciudad experimentó una decadencia socioeconómica y un sentimiento de desesperanza por parte de sus habitantes. Como reacción a esta situación, durante la primera década del 2000, surgen en Barranquilla nuevos liderazgos e ideas de cambio, que han logrado convertirse en un proceso de transformación urbana referente para Colombia. 

Partiendo del análisis de la Fábrica de la Cultura, uno de los equipamientos públicos construidos como parte de la renovación del centro histórico de la ciudad, este texto provee un recorrido por el proceso de transformación que ha experimentado Barranquilla en los últimos 15 años. En este sentido, reconoce los avances en la dotación de infraestructura como colegios, parques, centros culturales y deportivos. Adicionalmente, el texto hace un llamado a consolidar el modelo de desarrollo de la ciudad a través del fortalecimiento de los sistemas urbanos. Si bien la ciudad ha logrado avanzar en la renovación o construcción de importantes piezas urbanas como el centro histórico, el Malecón del Río Magdalena y más recientemente la recuperación de la Ciénaga Mallorquín, es necesario robustecer los sistemas de espacio público, las redes peatonales y de transporte publico, de arbolado y equipamientos y fomentar usos complementarios y de comercio a lo largo de elementos que conecten los hitos. De esta manera, la ciudad logrará maximizar el impacto social de sus intervenciones y consolidar una ciudad para el disfrute y bienestar de su ciudadanía. 

 

La Fábrica de la Cultura 

Barrio Abajo es uno de los sectores fundacionales de Barranquilla y hace parte hoy del centro histórico de la ciudad. Este barrio fue declarado como bien de interés cultural de Colombia por su representatividad histórica y el valor arquitectónico condensado en edificios de la época republicana.[1] Sin embargo, el centro histórico dista del imaginario de apacibles centros históricos europeos o de los cascos históricos del Caribe, con  casonas coloniales, tiendas boutique y restaurantes, como ocurre en Ciudad de Panamá o Santo Domingo en República Dominicana. Al caminar por sus calles, se deambula entre talleres, tiendas, sastrerías, vendedores ambulantes, bicicletas, carros y camiones, que apenas dejan apreciar los edificios que, a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, conformaron el corazón comercial de uno de los puertos más importantes de Colombia. Si bien algunos conflictos de uso afectan el centro histórico actualmente, barrio abajo es escenario de prácticas culturales, allí han vivido artistas del Carnaval y está relacionado con las actividades que dieron origen a la ciudad. 

En este contexto, el gobierno de Barranquilla en conjunto con la ETH de Zurich deciden desarrollar la Fábrica de la Cultura, un equipamiento público para preservar y fomentar las manifestaciones culturales de la región, bajo el entendimiento de estas como instrumentos de cohesión social. La Fábrica sobresale del perfil urbano debido a su altura, el edificio está compuesto por una torre de seis plantas que alberga los talleres para la práctica de artes y oficios y dos niveles soterrados que contienen un auditorio. Esta estrategia de densificación en altura, similar a la tipología de gimnasio vertical desarrollada por Alfredo Brillembourg y Hubert Klumpner en Caracas,[2] libera un espacio central que conforma una plaza interior. Este espacio articula la nueva construcción con una antigua fábrica de tabaco, recuperada e integrada al proyecto y que demarca el paramento exterior del edificio y define la relación de este con la calle. 

El programa de la Fábrica está compuesto por espacios de uso flexible que acomodan diferentes prácticas artísticas y eventos. Estos salones se distribuyen en la torre según un esquema modular, que se acomoda vertical y horizontalmente para configurar las condiciones espaciales necesarias para practicar, por ejemplo, baile, música, escultura o pintura. Según Diego Cerezuela, arquitecto coautor del proyecto “esta condición de flexibilidad, asegura el desarrollo de una infraestructura adaptable, en la cual la apropiación de la gente define el uso de los espacios. Estos, si bien tienen una insinuación de uso desde el diseño, pueden evolucionar a otros usos no concebidos por nosotros como arquitectos”. Adjunto a estos espacios, el proyecto cuenta con las áreas administrativas y técnicas, un teatro soterrado y una terraza. Esta terraza permite una panorámica del centro de Barranquilla hacia el sur-oriente y hacia el norte una vista del río Magdalena, el determinante físico, económico y cultural más importante de la ciudad. 

Además de la plaza, el segundo elemento articulador del proyecto es la escalera en caracol, concebida como una extensión de la calle. Pintada de rojo, la escalera conecta las circulaciones perimetrales de los pisos superiores que funcionan, en conjunto con la fachada flotante, como aislante térmico. Ubicada en el caribe Colombiano, Barranquilla tiene una temperatura que oscila entre los 25 y los 33 grados centígrados, condición que requiere la implementación de estrategias de diseño bioclimático. Además de el colchón térmico que conforman las circulaciones y la fachada flotante, el edificio es altamente poroso y abierto a las brisas, asegurando así que solo el 40% de los espacios requieran climatización mecánica. El proyecto tiene en la terraza paneles fotovoltáicos que sirven como cubierta y que reducen el consumo de energía de la red y con sistemas de filtración de aguas lluvias que disminuyen el consumo de agua.

 

La Fábrica de la Cultura y el centro histórico

La Fábrica de la Cultura cuenta con dos componentes que tienen como objetivo integrar el edificio con el barrio: la plaza que se concibe como un espacio público y la escalera que es la continuación de la calle. Ambas estrategias buscan aumentar el carácter público del barrio que, si bien ostenta hoy algunas intervenciones que han logrado recuperar espacios y edificios públicos, es un lugar central abundante en actividad donde predominan las fachadas cerradas, los andenes angostos y la carencia de espacio público. Por esta razón, y luego de caminar por calles y andenes ocupados por vehículos y azotados por el sol, al entrar a la plaza central de la Fábrica predomina una percepción de calma.  

Este proyecto es una de las acciones más recientes realizadas por la administración de Barranquilla encaminadas a renovar el centro histórico de la ciudad. Este proceso incluye también la recuperación del Paseo Bolívar, conocido hasta el inicios del siglo XX como Calle Ancha y a lo largo de la cual se construyeron los principales edificios institucionales y comerciales de la época.[3] Otro proyecto relevante es la recuperación del antiguo edificio de la aduana, que alberga hoy un archivo y una biblioteca y que es sede de varias entidades públicas y privadas de la ciudad. A nivel urbano, se destaca también la intervención de la Plaza San Nicolás, proyecto diseñado por Opus Estudio, que incluyó la construcción del espacio público alrededor de la iglesia con el mismo nombre y la regularización del comercio en la zona.[4] Por último, es necesario nombrar el Museo y el Parque Cultural del Caribe, diseñados por el Equipo de Mazzanti[5] y el edificio de la Intendencia Fluvial donde se encuentran hoy las oficinas de la Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo. 

Cada una de estas intervenciones tiene un valor funcional, patrimonial y urbano significativo, no obstante es difícil entenderlos como piezas de un proyecto de renovación del centro debido a la fragilidad de los elementos públicos que los conectan. Por ejemplo, caminar entre la Fábrica de la Cultura y la Plaza de la Aduana o el Paseo Bolívar, recorridos de menos de 15 minutos, es difícil. La ausencia de una red peatonal continua, la carencia de arborización que mitigue el impacto del calor del caribe y, en general, la falta de intervenciones de espacio público complementarias, hacen los recorridos poco agradables. Si bien Barranquilla ha consolidado en su centro los nodos de una estrategia similar a los proyectos de acupuntura urbana implementados en el centro histórico de Barcelona, en el proyecto Favela-Barrio de Río o en los Proyectos Urbanos Integrales de Medellín,[6][7] las conexiones de espacio público y actividad son todavía débiles. 

Al respecto, Rafael Obregón, urbanista Colombiano considera que “los proyectos urbanos deben construirse desde los sistemas, dentro de los cuales se deben considerar sobre todo cinco: parques y espacio público, red peatonal y vehícular, equipamientos públicos y privados, comercio y transporte público”. En este sentido, es necesario reconocer el esfuerzo que ha realizado Barranquilla para detonar la transformación de su centro histórico a través de proyectos con énfasis en protección patrimonial y promoción de la cultura. Sin embargo, la ciudad debe aprovechar la oportunidad de consolidar este proceso de renovación del centro a través de proyectos que trascienden las piezas y se conviertan en un sistema con un mayor impacto en la estructura física y en las dinámicas urbanas del sector. 

 

El centro histórico y la transformación de Barranquilla

La renovación del centro histórico es uno de los componentes de un proceso de transformación urbana de mayor envergadura que adelanta Barranquilla desde hace más de 15 años. Según Mauri Jimenez, después de haber sido una de las ciudades más importantes del país en la primera mitad del siglo XX, por la relevancia de su puerto y las actividades económicas asociadas a este, a partir de los años 60, la ciudad experimentó un periodo de decadencia socioeconómica y entró en un letargo administrativo.[8] Como reacción a esta situación, a inicios de la década del 2000 surgen en la ciudad liderazgos políticos que trajeron ilusión de cambio a la ciudadanía. Estas iniciativas combinaron acciones de corto plazo, como la pavimentación de vías y canalización de arroyos con apuestas de largo plazo, dentro de las cuales la más significativa fue el saneamiento de las finanzas de la ciudad. 

A finales del año 2002, la ciudad se encontraba en quiebra y se acogió a un Acuerdo de Reestructuración de Pasivos con la nación para modificar las condiciones de la deuda existente, mejorar el perfil de deuda y evitar condiciones de impago.[9] Lo anterior, aunado al fortalecimiento de las herramientas de recaudo fiscal y al desmonte de concesiones que, en manos de terceros desfinanciaron al distrito, aseguraron que la ciudad, en pocos años, pasara de la quiebra, a implementar algunos de los proyectos urbanos más emblemáticos del país. Para Ricardo Vives, arquitecto barranquillero: “la transformación reciente de Barranquilla ha pasado por diferentes etapas que incluyen el saneamiento de las finanzas, acciones simples con gran impacto en el bienestar como la pavimentación de vías y canalización de arroyos y la construcción de colegios, centros de salud y parques”. Adicionalmente, Vives destaca que, una vez la ciudad logró avanzar en el desarrollo infraestructuras para garantizar derechos esenciales, empezó a soñar con proyectos de gran envergadura como la infraestructura deportiva desarrollada para los juegos Centroamericanos y del Caribe del 2018, el Malecón del Río y más recientemente el Ecoparque Ciénaga Mallorquín.

La transformación urbana y la infraestructura construida ha tenido un enfoque social. De acuerdo con la Alcaldía de Barranquilla, en los últimos 14 años se han intervenido más de 120 colegios.[10] Igualmente, con el programa “Todos al Parque”, ganador del WRI Prize for Cities 2021-2022, la ciudad ha intervenido de 250 parques y recuperado 1,5 millones de metros cuadrados de espacio público, lo cual ha tenido efectos significativos en la reducción de la criminalidad y en el florecimiento de las economías de los barrios.[11] Adicionalmente, utilizando los Juegos Centroamericanos y del Caribe como excusa, la ciudad construyó y  adecuó 13 escenarios deportivos, dentro de los cuales se sobresale la renovación y recuperación patrimonial del estadio Romelio Martinez realizada por Giancarlo Mazzanti.[12] Estos ejemplos, en conjunto a la construcción de centros de salud, centros de atención a adultos mayores y a migrantes han impactado positivamente los indicadores de desarrollo social de la ciudad. 

Dentro de los proyectos estratégicos, Rafael Obregón cree que el Malecón del Río Magdalena es el proyecto más importante de Barranquilla pues constituye un nuevo ideario y se convierte en una evidencia de la posibilidad de transformar la ciudad para su ciudadanía, luego de tantos años de desidia. Adicionalmente, Obregón considera que el proyecto tiene un carácter simbólico que mejora la percepción de la ciudad por parte de sus habitantes. Desde su importancia simbólica, Obregrón compara el Malecón con el museo Guggenheim de Bilbao. Ambos proyectos son intervenciones de frente de río con una vocación pública, construidas en zonas anteriormente industriales, que logran cambiar la imágen del área y de la ciudad. 

 

(C) Veronica Restrepo R.

Consolidar un modelo de ciudad y un referente para el caribe 

La Fábrica de la Cultura, la renovación del centro histórico y el Malecón del Río Magdalena hacen parte de un amplio listado de proyectos urbanos y arquitectónicos que, en poco más de 15 años, han logrado cambiarle la cara a una ciudad, anteriormente azotada por la corrupción y la desidia. Este proceso de transformación obedece a varias razones, dentro de las cuales se mencionan la buena planeación, la construcción de un proyecto de ciudad a largo plazo y la continuidad política de sus dirigentes. Adicionalmente, paralelo a esta transformación física, Barranquilla ha implementado múltiples programas sociales, convirtiéndose en una de las ciudades con mayor inversión per cápita de Colombia. 

Los logros urbanos y sociales de Barranquilla en los últimos años son notables. Sin embargo, la ciudad debe avanzar hacia la consolidación de un modelo de ciudad que logre atar las piezas ya construidas. Volviendo a la idea de los sistemas de Rafael Obregón, la ciudad necesita fortalecer la red de parques y arbolado, el espacio público, las redes peatonales,  y los equipamientos y promover usos complementarios y comercio a lo largo de corredores que conecten los proyectos antes enunciados. 

La consolidación de estos sistemas puede analizarse desde dos escalas: la escala del barrio y la escala de la ciudad. En la escala del barrio, y tomando como referencia la Fábrica de la cultura y el centro histórico, es necesario desarrollar proyectos integrales que conecten intervenciones puntuales y configuren sectores de actividad con equipamientos, parques, comercio y usos complementarios. En la escala de la ciudad, conectar barrios y proyectos estratégicos a través de corredores de actividad, garantizará la consolidación de un modelo de ciudad donde los sistemas aseguren la cohesión y la continuidad urbana. En el caso de Barranquilla, conectar el centro histórico con la centralidad del estadio Romelio Martínez, el barrio Prado, el río, el Malecón y la Ciénaga Mallorquín lograría este propósito. 

Entendiendo la transformación urbana como un proceso que toma tiempo, Barranquilla avanza hacia la consolidación de una ciudad más pública que provee la infraestructura para el progreso social de sus habitantes. La concreción de la planificación urbana desde los barrios e iniciativas como Barranquilla 2100 asegurarán que se consolide este proceso. Un proceso que debe ser un referente de transformación para la región y para ciudades del Caribe que, a través del saneamiento de sus finanzas, la planificación a largo plazo y el desarrollo de ambiciosos proyectos urbanos, apuesten por mejorar la calidad de vida de sus habitantes. 

 

Notas

 

  1. Cartografía PEMP CH Barranquilla https://www.barranquilla.gov.co/cultura/patrimonio/pemp/pemp-centro-historico/cartografia-pemp-ch-barranquilla
  2.  Vertical Gymnasium (Gimnasio Vertical™) https://www.nsl.ethz.ch/en/projekt/vertical-gymnasium-gimnasio-vertical/
  3.  That the Mayor make destroy thatched houses”: The process of urban transformation in Barranquilla at the end of nineteenth century and in the beginning of twentieth http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_abstract&pid=S1794-88862012000100008
  4.  Recuperación Centro Histórico de Barranquilla https://www.opusestudio.com/chb 
  5.  Museo del Caribe https://www.elequipomazzanti.com/es/proyecto/parque-cultural-del-caribe/
  6.  Informalidad y Urbanismo Social en Medellín https://www.eafit.edu.co/centros/urbam/articulos-publicaciones/Documents/111103_RS3_AEcheverri_%20P%2011-24.pdf 
  7.  Repensar la Ciudad Desde los Sistemas de Acupunturas Urbanas https://upcommons.upc.edu/bitstream/handle/2099/15169/292_297_%20Luis%20Diego%20Barahona.pdf?sequence=1&isAllowed=y 
  8.  Transformación Urbana de Barranquilla vs COVID-19, un duelo inesperado https://dspace.unia.es/bitstream/handle/10334/6526/10_Jimenez.pdf 
  9.  Acuerdos de Reestructuración de Pasivos (ARP) https://www.barranquilla.gov.co/hacienda/acuerdos-de-restructuracion-de-pasivos-arp 
  10.  13 colegios y una nueva institución serán entregadas en Barranquilla en el 2022https://www.barranquilla.gov.co/mi-barranquilla/13-colegios-y-una-nueva-institucion-seran-entregadas-en-barranquilla 
  11.  Todos al Parque https://prizeforcities.org/project/todos-al-parque 
  12.  Estadio Romelio Martínez https://www.elequipomazzanti.com/es/proyecto/romelio-martinez-2/ 

 

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Leticianeidad 3: Fantasías tropicales https://arquine.com/leticianeidad-3-fantasias-tropicales/ Tue, 08 Nov 2022 15:08:47 +0000 https://arquine.com/?p=71530 Con la excepción de su función turística, todo otro contacto con la selva está prohibido dentro de los límites de esa propiedad privada. Conservar significa entonces extraer al ser humano de la ecuación ecológica, porque las reservas parten de la premisa errónea de que cualquier tipo de intervención humana es dañina de por sí.

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Nuestro plan original era buscar a la Sandra en las reservas ecológicas que existen a lo largo de “los kilómetros”, sobre todo a partir del 11. Sin saber que le ladrábamos al árbol equivocado, una tarde nos presentamos en una reserva donde Valeria tenía un contacto. Se trataba del encargado, un señor muy agradable que estaba dispuesto a colaborar, pero que al final le respondía a los dueños (uno de los cuales, siguiendo la tradición hacendada, no vivía en Leticia). Nos recibió en una palapa de unos seis o siete metros de altura, con un techo de hoja amarradas al estilo de las malocas. Aunque no estuviéramos lejos de la carretera, el ambiente había cambiado de golpe y ahora sólo se escuchaban los insectos y el crujido intermitente de alguna rama. Era como si, de pronto, hubiéramos aparecido en un campamento abierto en algún claro en mitad de la selva, con apenas dos o tres estructuras de lo más rudimentarias.

El encargado nos pasó a tomar un tinto a la “cocina,” una estructura de madera sin barnizar, con techos de hoja y pared de mosquitero, cubierta por la eterna sombra de la selva, con un foco colgado por ahí. Valeria le explicó el proyecto y él quedó en que hablaría con los dueños. Le pagamos una noche de hospedaje en las cabañas escondidas más adentro de la reserva en lo que se fraguaba el permiso, y luego del tinto uno de los guías nos condujo hacia allá adentro. Trepamos entonces a otra altura de la selva, otro punto de vista, tal como se percibía panorámicamente a través de la pared de mosquitero. 

Cuando oscureció, el mismo guía nos llevó a caminar por las trochas que serpenteaban por la propiedad. El tour venía incluido con el hospedaje. Esa noche, a la luz de nuestras humildes linternas de cabeza, fue la primera vez que caminé en la selva. Mi impresión fue la de sentirme observado sin ser capaz de identificar qué me observaba y desde dónde. También me gustó caminar a una hora en la cual el ruido es ya apenas un murmullo de insectos y moscos, interrumpido solo a veces por un crujido o algún golpe o quizá el canto desvelado de cierta rana. 

Nos levantaron los pájaros desde temprano. En la cocina, el encargado bebía su tinto. Nos dijo que los dueños no querían que buscáramos a la Sandra ahí. 

Lo mismo sucedió con otras reservas, pese a que los permisos gubernamentales estuvieran al día. Nos sorprendió la respuesta ya que estas reservas se presentan antes que nada como espacios de conservación ecológica. En teoría, el turismo es solamente la forma como puede sostenerse esta “noble” misión. Por eso nos pareció lógico preguntar ahí para empezar. Pero, para las reservas, conservación no significa investigación, significa prohibir la intervención humana en su propiedad para permitir que la selva resurja ahí donde fue talada o donde está en riesgo de ser urbanizada. Con la excepción de su función turística, todo otro contacto con la selva está prohibido dentro de los límites de su propiedad privada. 

Conservar significa entonces extraer al ser humano de la ecuación ecológica, porque las reservas parten de la premisa errónea de que cualquier tipo de intervención humana es dañina de por sí. Esto sin duda incluye a los potreros y balnearios que talan la selva alrededor de “los kilómetros” para explotar la tierra. Pero también incluye a la biología, que a veces tiene que manipular especímenes, e incluso la cacería y otras prácticas de las comunidades indígenas de la zona. A su entender, todas las anteriores son igual de dañinas, aunque en el fondo sepamos que no es así y que, además, para culturas que se han formado en la selva, resulta absurda la idea de separar al humano del ecosistema. Como dice Davi Kopenawa,  “en el bosque, los seres humanos somos la “ecología”. Pero también lo son los xapiri (espíritus), las presas, los árboles, los ríos, los peces, el cielo, la lluvia, el viento y el sol. Lo es todo lo que llegó a ser en el bosque. Somos los habitantes del bosque, nacimos en medio de la “ecología” y crecimos aquí.” (393). 

De esto probablemente deriva una idea de conservación mucho más interesante que la de colonizar tierras para convertirlas en jardínes privados. Sobre todo porque, en la prática, ya sea desde la ingenuidad o el cinismo, estas reservas son complejos ecoturísticos que también usan la selva y que son parte fundamental de la urbanización emergente de “los kilómetros.” Una noche en la terraza de Ana, ella y Gabriel nos hicieron ver que las reservas operan esencialmente como hoteles. A la propiedad se le saca provecho de esta forma. Y si los miembros de las comunidades de la zona ––que fungen como constructores, guías, peones y cocineras–– representan la fuerza de trabajo, la selva es el gran capital invertido por los terratenientes (de ahí la importancia real del “no tocar”). 

La arquitectura, en este contexto, es la encargada de asegurar un flujo de turistas, ofreciendo un hospedaje de primera. Una experiencia, más bien. El café en la cocina rústica rodeada de árboles, la cabaña en las alturas, el paseo nocturno, el olor de la selva por la mañana…todo esto. Y, casi sin darse cuenta, uno se desliza a una fantasía. Por eso en casa de Ana nos decían que las reservas eran un lugar para que el turista urbano realice sus fantasías coloniales sobre el Amazonas, para que encarne un par de días la figura literaria del explorador que se interna en un bosque virgen, puro y salvaje, un bosque que ningún otro hombre ha pisado antes. 

Dice mucho el que la operación arquitectónica principal sea la del aislamiento de la carretera. Los senderos, que en el paseo nocturno se sentían infinitos, en realidad se mantienen lo suficientemente lejos de los bordes de la propiedad como para que no se escuchen los vallenatos del vecino. Lo mismo la zona principal de la reserva que, separada de “los kilómetros” por un sendero, se aparta de sus sonidos como si no tuviera nada que ver con ellos. Esto es necesario para que la fantasía de la selva salvaje funcione para el turista y para que las reservas se pongan su disfraz ecologista. Pero es bien sabido que las reservas crecen junto a la carretera, dentro de su sistema. Y a su alrededor surgen a su vez satélites en la forma de tiendítas, puestos de empanadas o artesanías, pues, aunque lo nieguen, estos espacios son una de las grandes fuerzas de gravedad allá en la urbanización emergente de la carretera.  

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Buenaventura: Palafitos para la esperanza, un relato ante la discriminación desde una postura de privilegio https://arquine.com/buenaventura-palafitos-para-la-esperanza-un-relato-ante-la-discriminacion-desde-una-postura-de-privilegio/ Mon, 17 Oct 2022 03:34:47 +0000 https://arquine.com/?p=70278 El puerto de Buenaventura es el más productivo de Colombia. Sin embargo, conviven en una tremenda desigualdad, otras economías cotidianas, cuyas dinámicas son realmente el sustento de la mayoría de la población que lo habita, mayoritariamente afrodescendientes.

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Antecedente: Para ustedes querides lectores, es importante saber que este relato no existiría sin una red de privilegios que me han permitido presentar la experiencia. Siendo un relato donde la discriminación es un tema focal, y donde pretende haber un mensaje de esperanza, valga la aclaración que hacerlo desde esa malla privilegiada es de entrada una autocrítica. Asumo entonces el cuestionamiento natural ante mi descripción y postura, que ustedes al leer la crónica elaboren desde la suya.

La historia comienza gracias al privilegio de ser académico de tiempo completo de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, el de contar con la extraordinaria colaboración para impartir un curso intersemestral, de mi calificadísima colega María del Pilar Álvarez; de recibir el apoyo incondicional de mi Institución en todos los niveles jerárquicos: Rectoría, Vicerrectoría, División, Departamento y Coordinación de programa, para concretar un curso colaborativo interuniversitario; de tener como amigos y anfitriones a las y los maravillosos docentes de las Universidades Pontificias Javerianas de Cali y Bogotá: Jaime Hernández, Iván Osuna, Carolina Cruz y Maritza Granados; y sobre todo, el inmenso privilegio de haber contado con el esfuerzo colectivo de la población afrodescendiente de Buenaventura, que en todo momento estuvo dispuesta a cuidarnos.

Partimos desde Cali, un martes a medio día. La expectativa de un viaje que duraría según el GPS unas tres horas y media o cuatro, cruzando la cordillera occidental de los Andes Colombianos para llegarnos a orillas del océano pacífico, donde se encuentra la gran bahía que cobija al puerto y ciudad de Buenaventura, llenaba de curiosidad y ansia por surcar la ruta. El trayecto se alargó más de lo esperado ya que una avería en el autobús obligó a una estancia de un par de horas más a mitad del viaje, hasta que llegara otro vehículo de relevo, situación que no se desaprovechó y sirvió para que estudiantes y docentes tanto de México como de Colombia, rompiéramos las distancias protocolarias y conviviéramos a un nivel de camaradería, recordando y compartiendo anécdotas personales de otros viajes y experiencias similares. Al final, tras unas ocho horas totales e imágenes imponentes del paisaje andino, cruzábamos ya de noche los puentes que nos conducían a nuestro alojamiento en el corazón neurálgico de la ciudad: La isla del Cascajal. La visualización de lo que ya habíamos estudiado y analizado bibliográficamente, tendría que esperar hasta el día siguiente. Tocaba recogerse; al amanecer nos adentraríamos a una ciudad muy especial.

El puerto de Buenaventura, es el más productivo de Colombia según el análisis trabajado académicamente, y desde la perspectiva de la economía global. Sin embargo, conviven en una tremenda desigualdad otras economías cotidianas cuyas dinámicas son realmente el sustento de la mayoría de la población que ahí habita. 

Rodeada de esteros con bosques tropicales y manglares, la Isla del Cascajal como su nombre lo indica, ha ido ganando terreno al mar a partir de dos estrategias polares: Por una parte, aquella de las grandes inversiones que, financiadas en combinación por el Estado y la iniciativa privada, llena de recursos de alta tecnología para generar una instalación portuaria de gran calado, cuyas dimensiones ocupan más o menos la mitad de la isla. Por otra parte, aquella practicada por las comunidades de pesca local, mayoritariamente afrodescendientes, que han llegado a lo largo del tiempo por procesos migratorios diversos, todos ellos relacionados con la discriminación, el abuso y la explotación, a establecerse con una dignidad creativa sublime a pesar de la precariedad de los recursos, manejando una dinámica de aprovechamiento y comprensión del sitio envidiables, tan conectadas con las sístoles y diástoles de la marea, corazón que en su palpitar, produce y reproduce la vida de miles de especies que habitan el territorio, que pareciera han estado ahí por siempre. 

En esta opción, una serie de pilotes de madera se van extendiendo elegantemente hacia el mar, cual largos dedos que se estiran buscando la vida. Sobre los pilotes, se construyen plataformas donde se erigen pequeñas casas de madera, y largos puentes de tablas como circulación para acceder a ellas: palafitos surgidos de quién sabe qué memoria ancestral propia, o recordados en su transitar migratorio por otras regiones del continente, donde pueblos originarios compartieron su sapiencia y algo más, con los abuelos de estos grupos afrodescendientes.

La expresión arquitectónica de las construcciones no puede ser más coherente con la practicidad de la necesidad: hacia la circulación peatonal, la casa se presenta con fachadas muy atendidas, que expresan el orgullo de cada familia por su espacio habitable y la necesidad por la belleza en el sentido más profundo de su significado. El detalle en el trabajo de la madera es cuidado en su ensamblaje y sus remates, en su acabado y su manutención, sin desestimar calidad y sin desperdiciar recursos. Por otra parte, el volumen restante de la edificación, ese que “no se ve” desde la “calle”, es básico, cien por ciento pragmático, sin desperdiciar material o energía en estéticas triviales, aunque no por ello ajeno a una armónica proporción constructiva.

La calle se va rellenando poco a poco, al paso del tiempo, hasta convertirse en terreno sólido, para que entonces, nuevos dedos comiencen a extenderse sobre el mar, pues la población crece y la necesidad de espacio es mucha.

Abajo, en el territorio que sólo le pertenece a la marea, se quedan los botes de pesca encallados en el lodo durante la bajamar, en espera de ese reloj preciso de la naturaleza, que indicará durante la pleamar, la hora de ir a pescar. El ritual sucede rítmicamente a lo largo de las 24 horas del día, que no se marcan por un reloj mecánico, sino por la relación entre el sol, la luna, las estrellas y el océano, con mucha mayor exactitud que la mecánica relojera humana.

Las actividades también se rigen por este ritmo, mucho más pertinente que el 9:00 a 17:00 del horario laboral urbanita e industrial: Quien espera el momento de la pesca extiende sus redes al sol, mientras llega la hora de embarcar. Los niños juegan en la calle, o en la “Cancha” que con buena voluntad consiguieron gestionar los habitantes de uno u otro barrio. Quien atiende la casa, saca la ropa al sol, cuando éste está en pleno, por que hay ocasiones que llueve todo el día. Se cocina, se dialoga, se convive. Quienes han llegado a la vejez, cuidan a los más pequeños, y observan desde el porche sombreado de las casas, el transitar de la vida entre los jóvenes. Un bosque de pilotes de madera espera debajo de todo esto mientras poco a poco y casi se percibirlo va subiendo el nivel del agua.

Al llegar la pleamar, cambia la dinámica, quien pesca se alista a subir las redes al bote, y a embarcar en grupos balanceados, donde los más experimentados adiestran a los más novatos. Quien no tiene edad aún para salir a navegar, aprende observando a quienes aprenden haciendo. Parten los barcos en horarios que no obedecen a otro patrón, que la naturaleza misma, a la madrugada o por la tarde, y así como esperan partir, esperan a regresar cuando el agua tenga el nivel permitido para llegar al hogar.

La ciudad de los pescadores se extiende con un nutrido tejido urbano, donde los barrios son reconocidos entre ellos y celosamente cuidadas sus fronteras. No es tan sencillo transitar de un barrio a otro, la necesidad de sobrevivir ha construido barreras invisibles, enemistades, enconos. Tradiciones culturales traídas en la memoria desde la lejanía, se reconstruyen adaptativamente entre los habitantes de cada barrio y, por lo tanto, transgredir las fronteras sin permiso, es considerado una agresión.

Nosotros en cambio, desde el privilegio, pudimos pasar de un barrio a otro, cuidados por los mismos habitantes que, quizá porque conservan en las instituciones educativas la confianza que han perdido ante los partidos políticos y las administraciones, se han puesto de acuerdo y dejado rencillas y rencores para brindarnos con calidez unos minutos de su vida, y compartirnos su casa y su cotidianeidad. Entre silbidos se pasan la voz, para avisar hacia dónde va recorriendo el grupo. Siempre hay alguien a la cola asegurándose que los rezagados no se pierdan, siempre hay alguien a la cabeza, para recibir y conducir a quienes van encabezando la marcha.

La complejidad social y cultural de esta mitad de la ciudad, se inscribe en la memoria recóndita de la esencia del universo, donde los opuestos complementarios no están opacados por la hipocresía de la corrección política, están a flor de piel dispuestos a explotar cada segundo, tanto en la belleza luminosa de la vida, como en la trágica penumbra de la muerte.

Juzgar desde el privilegio, es una manifestación equívoca del ego, aunque muy común desde dicha plataforma. Aprender de aquello que nos es ajeno, es mucho más incómodo, pues es realmente complicado; requiere desnudarnos de todos los prejuicios que nos visten, y dejar expuesta el alma al escrutinio detenido y crítico, de quienes conforman los otros mundos, los mundos a los que no estamos acostumbrados.

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La perse https://arquine.com/obra/la-perse/ Fri, 25 Mar 2022 07:00:29 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/la-perse/ El 4 de septiembre de 2020, el gobierno local lanzó el programa "Bogotá a cielo abierto", la reapertura de 100 calles para cenar al aire libre y reactivar sus servicios. En este marco, se les pidió a Colab-19, Taller Architects y SCA que diseñaran un comedor para un cliente, que en resumen, no tenía fondos. Concluyeron que diseñar en un contexto que estaba en medio de una crisis socioeconómica les pedía pensar más allá de los materiales de construcción.

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El 4 de septiembre, el gobierno local lanzó el programa “Bogotá a cielo abierto”, la reapertura de 100 calles para cenar al aire libre y reactivar sus servicios. En este marco, se les pidió a Colab-19, Taller Architects y SCA que diseñaran un comedor para un cliente, que en resumen, no tenía fondos. Concluyeron que diseñar en un contexto que estaba en medio de una crisis socioeconómica les pedía pensar más allá de los materiales de construcción, por lo que concluyeron que el diseño debía hacerse con elementos que ya formaran parte de nuestras rutinas diarias y que pudieran reciclarse o reutilizarse en la arquitectura para ahorrar costos.

También pensaron en el distanciamiento físico no sólo como una solución horizontal sino también vertical, lo que facilitó colocar mesas adicionales para aumentar la ocupación de la plaza. Como resultado las ventas de los restaurantes dentro de la plaza aumentaron un 300% durante el primer mes. Este es un momento inusual en la historia reciente en el que entidades públicas y privadas buscan nuevas soluciones para reactivar la economía.


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Intercambiador del Mesón de los Búcaros https://arquine.com/obra/intercambiador-del-meson-de-los-bucaros/ Wed, 15 Dec 2021 07:00:57 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/intercambiador-del-meson-de-los-bucaros/ La intersección de la Carrera 27 con la Avenida Quebrada Seca en el municipio de Bucaramanda es un sitio de tránsito entre el Oriente, la Costa Atlántica y el Centro país, lo que lo convierte en una puerta urbana, y un lugar con potencial simbólico para la ciudad.

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La intersección de la Carrera 27 con la Avenida Quebrada Seca en el municipio de Bucaramanda es un sitio de tránsito entre el Oriente, la Costa Atlántica y el Centro país, lo que lo convierte en una puerta urbana, y un lugar con potencial simbólico para la ciudad. 
Su potencial radica en la capacidad de relación urbana dada su estratégica posición en la ciudad siendo un punto medio entre equipamientos de importancia y el centro tradicional, siendo este un tema de gran aporte en valor urbano a la ciudad.


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La arquitectura de la desigualdad en Colombia https://arquine.com/la-arquitectura-de-la-desigualdad-en-colombia/ Wed, 10 Nov 2021 15:13:34 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-arquitectura-de-la-desigualdad-en-colombia/ Cali es una de las ciudades más desiguales del mundo. La historia de su desigualdad está escrita en su arquitectura, repleta de favelas en expansión, casas de lujo fortificadas y búnkeres intimidatorios que pertenecen tanto a los jefes de los carteles como a la policía.

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Texto y fotografía: Kurt Hollander

 

Cali es una de las ciudades más desiguales del mundo. La historia de su desigualdad está escrita en su arquitectura, repleta de favelas en expansión, casas de lujo fortificadas y búnkeres intimidatorios que pertenecen tanto a los jefes de los carteles como a la policía.

Cuando a principios de año estalló una huelga nacional en Colombia, que sacó a miles de personas a las calles para protestar contra el modelo social y económico del país, las imágenes y los vídeos dieron la vuelta al mundo. Sin embargo, las causas fundamentales de las protestas fueron menos discutidas en los medios de comunicación internacionales. Las reivindicaciones de los manifestantes para detener las reformas del gobierno que destruyen las pensiones y el sistema de salud pública y aumentan los impuestos para la clase trabajadora eran en realidad bastante modestas, dado que Colombia tiene algunas de las mayores desigualdades económicas y sociales de toda América, y también algunos de los mayores niveles de violencia (incluida la violencia patrocinada por el Estado).

Colombia lleva más de cincuenta años en guerra consigo misma. El gobierno ha luchado contra las guerrillas mientras ignoraba (o incluso ayudaba) a las organizaciones criminales fuertemente armadas que producen y distribuyen cocaína y también aterrorizan a las comunidades marginales en un intento de apropiarse de sus tierras. La violencia de estos grupos armados ha producido uno de los mayores números de refugiados internos del mundo. En las últimas décadas, Cali, la tercera ciudad más grande del país y el centro de producción de cocaína, ha absorbido un gran número de estas personas desplazadas, en su mayoría de ascendencia afrocolombiana o indígena, exacerbando los niveles ya extremos de pobreza, desigualdad y delincuencia que existen en la ciudad.

 

Arquitectura de la desigualdad

La arquitectura de Cali tiene sus raíces en la profunda desigualdad de la ciudad. Allí, el estatus social de una familia se mide a menudo por la altura de su casa. Por ello, los caleños tienden a amontonar cubos de ladrillo y cemento uno encima de otro, sin tener en cuenta los riesgos de los terremotos o de un diseño defectuoso. Cada piso que se añade es un peldaño más en la escala social, que vale cualquier posible riesgo de seguridad.

Siguiendo a sus homólogos estadounidenses, los condominios de gran altura siguen siendo el sueño de las clases medias colombianas y proliferan por toda Cali. Su construcción conlleva la eliminación de la naturaleza, especialmente en las estribaciones de la cordillera de los Andes que recorren el oeste de la ciudad. Aunque estas exuberantes y verdes colinas, que dan a la ciudad su belleza, suelen estar protegidas, promotores inmobiliarios sin escrúpulos se saltan las restricciones burocráticas para construir allí condominios cerrados de gran altura, profanando el paisaje.

Al mismo tiempo, las favelas se han extendido verticalmente en muchas colinas que rodean la ciudad, creando monstruos arquitectónicos y condiciones sociales insalubres, precarias y violentas.

 

 

Pisos extra.

 

Club Colombia

En los años setenta, el sur de Cali, especialmente barrios como Ciudad Jardín, agraciados por la presencia de amplias avenidas, grandes parques y grandes casas modeladas según el modelo de los suburbios estadounidenses, se convirtieron en las zonas residenciales más codiciadas, lejos de la plaga urbana de los barrios superpoblados, congestionados y plagados de delincuencia de las zonas bajas de la ciudad. Sin embargo, la arquitectura de estos barrios exclusivos, diseñada para defenderse de las clases bajas (vallas eléctricas, puertas altas y puestos de seguridad), es inevitablemente fea.

La arquitectura en Cali se sobrealimentó a partir de los años 70, cuando los miles de millones de dólares de beneficios de la cocaína del Cártel de Cali cayeron como la nieve sobre la ciudad. En los años 80, en el apogeo del Cártel de Cali, los reyes de la cocaína invadieron exclusivos barrios residenciales, como Ciudad Jardín, en el sur de la ciudad, comprando lujosas casas o construyendo mansiones al lado. Estas construcciones destacaban por la cantidad de columnas clásicas, fabulosas piscinas interiores y exteriores, y suelos, paredes y techos de mármol importado, brillantes símbolos de riqueza y éxito que bien merecían el riesgo de ser encarcelados.

Aunque los nuevos ricos suelen volcar el dinero en sus casas para presumir de su recién adquirido estatus, en Cali estas lujosas viviendas se han ocultado en su mayoría tras altos muros fortificados. Incluso las paredes internas de las propias casas eran más gruesas para permitir pasillos ocultos y cajas fuertes para guardar oro, joyas, dinero en efectivo y cocaína (según cuenta la leyenda, muchos de los trabajadores contratados para construir estos espacios secretos fueron asesinados antes de que pudieran dar la información a las autoridades).

Gastar inmensas sumas de dinero en el sector inmobiliario y de la construcción no solo era una forma rápida de ascender en la escala social, sino también la mejor manera de blanquear los beneficios ilegales. Gran parte del dinero que se blanqueaba se movía por la ciudad mediante una flota de vehículos blindados registrados a nombre de una empresa de transporte de fondos de propiedad legal del cártel de Cali. Más que transportar dinero sucio, estos bloqueos casi impenetrables sobre ruedas eran la forma perfecta de introducir y sacar de la ciudad grandes cargamentos de cocaína y armas.

 

Club Colombia.

 

A pesar de estar entre los habitantes más ricos de la ciudad y ser propietarios de equipos de fútbol, un banco y una cadena de farmacias, los capos del Cártel de Cali tenían prohibido el acceso al círculo más alto de la sociedad caleña, en concreto al Club Colombia, un club social de élite que acoge a la crème de la crèmede la ciudad. Fundado en 1930 e inspirado en el Jockey Club de Bogotá, el Club Colombia cuenta con una membresía que proviene de las familias europeas originales de la ciudad, incluidos los propietarios de las plantaciones de azúcar y de la industria (el cártel del otro polvo blanco) que aún controlan la mayor parte de la economía formal y la cultura de Cali.

Molestos por el rechazo de la alta sociedad, los jefes del Cártel de Cali se adelantaron y construyeron una copia exacta del Club Colombia, en tiempo récord y con un presupuesto ilimitado, que pasó a conocerse como el Búnker del Cártel de Cali. Además de varias casas familiares (donde vivían los miembros armados del Cártel), el edificio principal era una estructura de piedra de cincuenta metros de altura con ventanas a prueba de balas, un helipuerto en su tejado y un aparcamiento subterráneo para veinte coches con túneles secretos (uno de los cuales conducía a un lago en un parque cercano). Todo el complejo estaba rodeado por un muro exterior de seis metros de altura vigilado por cámaras de circuito cerrado.

Con la caída del Cártel de Cali y el encarcelamiento de los capos, el gobierno se encontró con la propiedad de más de mil casas, apartamentos, terrenos y fincas gigantes en Cali y sus alrededores confiscados a los narcos, incluido el Búnker del Cártel de Cali. Veinticinco de estas propiedades en Cali están actualmente a la venta. Las propiedades confiscadas, sin embargo, no son una inversión muy atractiva. La mayoría de los edificios están ya decrépitos gracias al abandono de muchos años, mientras que otros han sido invadidos y utilizados como viviendas o negocios (incluso las propiedades que están en buen estado no atraen a los compradores cuando se subastan a precios de ganga, ya que los posibles compradores temen que los antiguos propietarios, muchos de los cuales están cumpliendo largas condenas en cárceles estadounidenses o colombianas, regresen algún día y exijan que se les devuelvan las escrituras).

El Centro Nacional de Estupefacientes (DNE), encargado durante décadas de administrar todas las propiedades confiscadas a los narcos, resultó ser en sí mismo una organización criminal. Decenas de funcionarios públicos, entre ellos exdirectores de la DNE y congresistas, se quedaron con un centenar de propiedades fuera de la lista para su propio beneficio, cobrando alquileres mínimos o firmando escrituras a cambio de cuantiosos sobornos, que luego invirtieron en casas de lujo en Miami y Cartagena. La DNE fue finalmente cerrada en 2014, y sus exdirectores y varios congresistas encarcelados por corrupción.

 

 

Palacio de Justicia.

 

Cultura del búnker

Hay otros búnkeres que definen el paisaje urbano de Cali. Los edificios de la administración pública, los juzgados, las cárceles, las comisarías y las bases militares, es decir, toda la arquitectura social de la detención y el encarcelamiento en la ciudad, están modelados como búnkeres fortificados. Escondidos detrás de altos muros protegidos por torretas, camuflados para integrarse en la expansión de la ciudad cuando se ven desde el aire, estos fortines de cemento son menos brutalistas que brutales.

De hecho, de todas las estructuras arquitectónicas, estos búnkeres urbanos son quizás los más feos, diseñados para infundir terror en los corazones de los ciudadanos, conscientes de los muchos miles de personas inocentes que «desaparecen» al interior de estas estructuras para no volver a ser vistas. Estos búnkeres, sin embargo, son quizás una forma más honesta de arquitectura; diseñar nuevos edificios gubernamentales coloridos y brillantes para la tortura del Estado sería realmente horrible.

En Cali hay dos Palacios de Justicia donde el gobierno castiga a los delincuentes de la ciudad. El más antiguo y grandioso, también conocido como Palacio Nacional, una construcción de cinco pisos diseñada en estilo Luis XVI en 1928 por el arquitecto belga Joseph Maertens, con majestuosos balcones y cúpulas de bronce en el techo, es uno de los edificios más emblemáticos y elegantes de Cali. El Búnker de Justicia, un monolito de hormigón de trece plantas construido en la década de 1980 con minúsculas ventanas encajadas en un bloque de cemento, no se parece en nada a una cárcel.

 

Búnker de Justicia.

 

Está previsto construir un monolítico Búnker de Justicia 2 en el terreno arrasado de lo que hasta hace poco era el barrio obrero de El Calvario, poblado por modestas casas colombianas con colores pastel desvaídos y detalles art decó en funcionales construcciones de cajas de zapatos. Gracias al total abandono del gobierno, en las últimas dos décadas el barrio se ha deteriorado hasta convertirse en un importante centro de distribución de drogas. Los traficantes de basuco, la forma más barata y adictiva de la cocaína, se hicieron con varios edificios abandonados y los fortificaron, sellando las ventanas y las puertas.

El abandono a largo plazo y la destrucción final de este tradicional barrio obrero forman parte de un proceso continuo de aburguesamiento en Cali. El Calvario acabó siendo demolido por completo en 2019 (un gigantesco búnker de basuco fue el último edificio que quedó en pie) para hacer sitio a un futuro centro comercial de lujo y condominios. En Colombia, la «renovación urbana» es el equivalente arquitectónico de la limpieza social, por la que barrios enteros de clase trabajadora fueron barridos.

Antes y después: un barrio de clase trabajadora que antes era próspero y que se sumió en la delincuencia y la pobreza fue demolido para hacer sitio a un futuro juzgado, condominios y un centro comercial de lujo.

 

Arquitectura ofensiva

Parte de la fea arquitectura de Cali ha sido objeto de violentas críticas. En 2007, la principal estación de policía del centro de la ciudad fue volada en pedazos por un coche bomba, atribuido a un grupo de guerrilla urbana. Un agente de policía murió y cuarenta y dos resultaron heridos por la explosión. Desde entonces, un tanque gigante aparcado en la calle de acceso a la comisaría del centro de la ciudad se ha convertido en parte de la antiarquitectura de la ciudad. En 2008, el Búnker de Justicia fue sacudido por un coche bomba atribuido a la guerrilla izquierdista, dejando cuatro muertos y veintiséis heridos. Durante las protestas del paro nacional de este año, varios edificios gubernamentales fueron atacados y muchas comisarías fueron vandalizadas e incendiadas.

Durante las dictaduras militares de Chile y Argentina, empresas como Ford permitieron a la policía nacional y a los militares crear centros de detención clandestinos dentro de sus fábricas, que sirvieron de base para torturar y asesinar a dirigentes sindicales y activistas estudiantiles. En la actualidad, la policía de Cali ha creado espacios ad hoc similares para detener ilegalmente a cientos de manifestantes acorralados durante las protestas pacíficas. En el lujoso centro comercial El Éxito, el aparcamiento, prohibido a la prensa y a los observadores de derechos humanos, estaba lleno de casquillos de bala y tenía manchas de sangre en la pared.

Los centros comerciales en general pueden ser vistos como puestos de avanzada militarizados de la economía formal de Estados Unidos, blocaos fortificados en los que se venden productos importados a precios elevados con los beneficios expatriados, lo que por supuesto es parte de la razón por la que la economía colombiana va tan mal. El hecho de que muchos de estos exclusivos centros comerciales que venden productos importados de EE. UU. fueran objeto de vandalismo durante las protestas indica algo de la consideración que tienen los lugareños sobre ellos.

Más que una mera crítica, el vandalismo de los edificios gubernamentales y los centros comerciales de Cali, especialmente durante el paro nacional, son protestas contra las desigualdades sociales, la corrupción y la violencia patrocinada por el Estado que tiene lugar entre las paredes de estos edificios. En Cali, los crímenes de la arquitectura son los que se cometen no contra el buen gusto, sino contra la naturaleza, las comunidades marginadas y la clase trabajadora.


Texto publicado originalmente en Jacobin. Se publica aquí con permiso de los editores y el autor.

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Villa de Leyva: Congelada entre el tiempo y el páramo https://arquine.com/villa-de-leyva-congelada-entre-el-tiempo-y-el-paramo/ Thu, 16 Sep 2021 17:50:38 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/villa-de-leyva-congelada-entre-el-tiempo-y-el-paramo/ Al norte de Bogotá, en la región de Boyacá, entre los valles que se forman por el tridente andino que caracteriza a esta cordillera en el territorio colombiano, la Villa debe su nombre a Andrés Díaz Venero de Leyva, primer gobernante del Nuevo Reino de Granada, y su fundación en la localización actual data de 1572.

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Era 2017 y, trabajando por Bogotá en el que fue el primer Taller intersemestral con las Universidades Javerianas de dicha ciudad y la de Cali, tocó un fin de semana largo. Originalmente no había planeado nada, pero estando ahí el ansia de conocer más nos empujó a mi colega Pilar Álvarez, a mí, y a un par de estudiantes a buscar algún paraje que nos diera otras perspectivas diferentes a las obtenidas en la capital Colombiana.

Así surgió, por medio de un rastreo en la red, el nombre de Villa de Leyva y las imágenes nos terminaron de convencer para realizar la excursión.

Al norte de Bogotá, en la región de Boyacá, entre los valles que se forman por el tridente andino que caracteriza a esta cordillera en el territorio colombiano, la Villa debe su nombre a Andrés Díaz Venero de Leyva, primer gobernante del Nuevo Reino de Granada, y su fundación en la localización actual data de 1572, aunque a decir de los textos consultados en sitios oficiales de la ciudad y de turismo del país —no hay mucho en la red y evitamos Wikipedia, aunque no está del todo errada— tuvo un par de emplazamientos anteriores, que fueron descartados porque violentaban las leyes de Indias, al intentar ubicarlos en territorios sagrados para los indígenas locales.

El asentamiento iba destinado a los soldados españoles que, al término de la guerra con que se culminó la conquista de la región, se encontraban desempleados, por lo que la Villa debía ser un ejercicio logístico para generar despensas agrícolas. Esta circunstancia generó que, para la retícula prototípicamente renacentista que seguían las Ordenanzas de Felipe II con que se genera la traza, las dimensiones en la plaza mayor parezcan desproporcionadas con la escala de la ciudad y sus edificios. La retícula se gira para definir sus ejes nororiente a sur poniente en un sentido, y perpendicularmente del morponiente al sur oriente en el otro, acomodándose a la orografía y a la hidrografía del valle.

Mientras el río va rodeando la ciudad por el norte, al oriente se levanta la sierra de Iguaque, protegida actualmente como parque nacional con su peculiar ecosistema de páramo, ese productor natural de agua donde se quedan atrapadas las nubes y la vegetación es rala para adaptarse al poco oxígeno de alturas por encima de los 3000 metros sobre el nivel del mar, y que al impregnarse con la humedad del aire, condensa ésta en agua. El vital líquido escurre entonces erosionando la superficie del cerro y genera las quebradas en vertiginosas pendientes que dibujan su trayectoria como sombras en la piel de la montaña.

Con ese marco, la arquitectura de la ciudad se desarrolla con una expresión que he encontrado recurrente en las tipologías del altiplano colombiano, en especial las galerías de madera que se cuelgan a la fachada.

No deja de ser de una belleza peculiar la austera expresión de la Parroquia del Rosario, apareciendo como una silueta atrapada en la cinta urbana de la Plaza que, repentinamente, se suelta a partir de su campanario bajo y su tejado rematado a dos aguas. El interior es de una simplicidad rigurosa, donde la estructura marca la pauta del espacio, solo exacerbado por el remate churrigueresco del retablo principal. Esa cinta se respalda con el evento ya narrado del páramo montañoso, creando un contraste entre lo definido por el arte y oficio, contra lo configurado por la naturaleza.

En una dimensión que da para caminarla sin problemas en un día, el peinado de la retícula se resalta por otras plazas, las unas derivadas de la presencia de los mendicantes, como San Francisco y San Agustín, u órdenes de asistencia como El Carmen, las otras, civiles, donde la uniformidad de las viviendas establecen un patrón de vanos y macizos jugando a los ritmos verticales y horizontales.

La Villa tuvo su máximo esplendor hacia finales del siglo XVII, decayendo su economía significativamente ya en el XVIII. El monocultivo del trigo, que potenció su origen y crecimiento, terminó agotando la tierra y congelando a la arquitectura de la población en el tiempo, aunque los originales indígenas prefieren la versión donde la Diosa tierra castiga la producción como penitencia a la sustitución que se hizo, discriminando al local maíz por el trigo europeo.

Como se ha reflexionado en otras narraciones de esta sección, la paralización de la economía propicia que ya en el siglo XIX los románticos, enamorados de los parajes que aluden a un pasado no tan remoto en el tiempo, aunque sí retirado del paso comercial decimonónico, y los intelectuales ávidos de escenarios inspiradores, revivan a la Villa ahora como destino para el descanso y aislamiento espiritual. Esto no impide que el asentamiento tenga su nombre inscrito en la lucha de independencia colombiana, ya que justamente es el tipo de sitio donde uno puede reunirse a plantear escenarios futuros sin que le estén molestando demasiado. El congelamiento tiene sus ventajas.

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