Resultados de búsqueda para la etiqueta [#CiudadInSostenible ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 18 Jul 2023 14:39:00 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Xochimilco en el siglo XXI https://arquine.com/xochimilco-en-el-siglo-xxi/ Fri, 07 Jan 2022 15:05:05 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/xochimilco-en-el-siglo-xxi/ Una de las afirmaciones del libro "Xochimilco en el siglo XXI" (Turner, 2021), de Luis Zambrano y Rubén Rojas, es que "la ciudad no puede vivir sin Xochimilco y no lo ha podido hacer desde su fundación. Esta simbiosis de aproximadamente dos mil años, que ha sido altamente benéfica, sólo se ha roto en las últimas décadas. La ruptura es reciente, pero ha sido tan grande que está poniendo en peligro tanto a Xochimilco como a la ciudad misma."

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Una de las afirmaciones con las que inicia el libro Xochimilco en el siglo XXI (Turner, 2021), de Luis Zambrano y Rubén Rojas, es que los habitantes de la ciudad vivimos en un lago. Este hecho es popularmente conocido, pero desde hace tiempo la ciudad se planea sin tomar en cuenta sus implicaciones. “Sobre el sedimento del lecho lacustre hemos instalado concreto, casas, edificios y calles”, dicen los autores. “[Hemos] modificado su dinámica hidráulica con tajos, bordos y calzadas; cambiado su diversidad, lo que ha ocasionado la aniquilación de algunas especies y el desplazamiento de otras; importado algunas nuevas y cultivado las que nos son útiles”. Las consecuencias de esta actividad han modificado otros aspectos que forman parte del tejido urbano, como el olor, la humedad y la calidad del aire y, sobre todo, la relación que los capitalinos mantienen con sus propios ecosistemas naturales. Son prácticas culturales las que han modificado a la naturaleza urbana. Si antes de la colonia, los habitantes de Xochimilco basaban su economía en la agricultura hídrica, los procesos de modernización vieron en el agua un elemento que debía ser entubado y utilizado meramente como drenaje. Los autores mencionan que “la urgencia y los nuevos modelos de desarrollo impulsaron a ganarle terreno a la naturaleza, así que se colocó una capa de asfalto por encima de casi [todas] las corrientes de agua para darle espacio a los automóviles”, concluyendo que “las avenidas que cubren estas corrientes siguen teniendo sus nombres originales, como ocurre con los ríos San Joaquín, Consulado, Churubusco, Mixcoac y La Piedad”. 

Xochimilco es una de las zonas más afectadas por una lógica que dicta que modernizar es sinónimo de desecar. Pero la forma en la que Zambrano y Rojas se aproximan a este hito urbano es una que no separa lo natural de lo orgánico, idea que se fundamenta en la misma historia del humedal. Xochimilco es una intervención artificial sobre el medioambiente: las chinampas (el método de agricultura mexica) son formaciones humanas. Paradójicamente, Xochimilco es una evidencia de cómo la ciudad puede aprovechar ecosistemas sin devastarlos, pero, si “la chinampería necesita primordialmente del agua y del sedimento para ser naturalmente fértil”, sucede que “con la política extractiva que prevaleció durante más de cincuenta años, las chinampas estuvieron a merced del desecamiento y la erosión”. El desarrollo moderno no sólo alteró a la ecología, sino también a la sociedad y a la economía. Los productores de Xochimilco abandonaron sus tierras para migrar hacia una vida urbana, comenzaron las disputas por la utilización del agua y de las tierras, y la Ciudad de México implementó iniciativas que transformaron al humedal en un mero recurso utilitario para la vida de quienes habitan las zonas más centrales de la ciudad, lo que mantiene casi intacto un intercambio tributario entre productores rurales y el centro.

Antes de proponer una serie de soluciones con las que se podría restaurar al ecosistema de Xochimilco, los autores reflexionan sobre los significados que la ecología tiene para los seres humanos. Es verdad que los ecosistemas pueden proveer de servicios, como sucede con las chinampas, que posibilitan la siembra de alimentos. También, mucha de la diversidad botánica de la zona captura la huella de carbono de manera orgánica, algo que la geoingeniería ha pensado mediante experimentos más complejos. Pero “quizá uno de los peores problemas sobre el concepto de servicios ecosistémicos es la visión utilitarista de un ecosistema. La palabra servicios sugiere una relación unidireccional de provisión de la naturaleza al ser humano”. Bajo esta perspectiva, “la naturaleza se vuelve un sirviente del humano, a la cual hay que maltratar mucho para que siga sirviendo bien” e, igualmente, se vuelve la “culpable de los desastres meteorológicos”. Los decretos de zonas protegidas, la reducción de peces exóticos, así como la transformación de las chinampas en refugio, la cual permitiría el incremento de especies endémicas y agua limpia, son algunos de los ejes que pueden dirigir las acciones para conservar un humedal con el que se podría obtener un futuro mucho más sostenible para la ciudad. Sin embargo, la acción más fundamental es la de resignificar las diferencias entre naturaleza y ciudad, tomando en cuenta los últimos avances de la ciencia, pero también las técnicas que no se encuentran legitimadas por los saberes institucionales. Para los autores, los seres humanos han sido los protagonistas de Xochimilco ya que, desde su formación, ha representado una posibilidad de que intervenir a la naturaleza puede hacerse de manera benéfica para una comunidad entera. En su momento, la colonización no fue de la mano del extractivismo, y esto es lo que Zambrano y Rojas piden revisar, ya que:

La ciudad no puede vivir sin Xochimilco y no lo ha podido hacer desde su fundación. Xochimilco, visto como un socioecosistema, no se puede concebir sin la interacción de los humanos a partir de sus canales de transporte y de chinampas productivas; sin ellas sería un lago más. Esta simbiosis de aproximadamente dos mil años, que ha sido altamente benéfica, sólo se ha roto en las últimas décadas. La ruptura es reciente, pero ha sido tan grande que está poniendo en peligro tanto a Xochimilco como a la ciudad misma.

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Aeropuerto Jewel Changi de Safdie Architects https://arquine.com/obra/aeropuerto-jewel-changi-de-safdie-architects/ Thu, 25 Mar 2021 10:00:55 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/aeropuerto-jewel-changi-de-safdie-architects/ Al cumplir su misión como conector de las dos terminales existentes, Jewel combina dos ambientes: un mercado intenso y un jardín paradisíaco, para crear una nueva tipología centrada en la comunidad, como el corazón y el alma del aeropuerto de Changi. Jewel conjuga la experiencia de estar en la naturaleza con instalaciones culturales y de ocio, afirmando dramáticamente la idea del aeropuerto como un centro urbano estimulante y vibrante, y haciendo eco de la reputación de Singapur como “ciudad dentro de un jardín”.

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Semana del vidrio presentada por:

Control acústico y seguridad


Nombre del proyecto: Aeropuerto Jewel Changi
Arquitectos: Safdie Architects
Página web: safdiearchitects.com
Vidrio: Solarban® 70 y Solarban® 72 Starphire® de Vitro Arquitectónico
Ubicación: Changi, Singapur
Fotografía: Timothy Hursley, Darren Soh
Fecha: 2019


 

 

Al cumplir su misión como conector de las dos terminales existentes, Jewel combina dos ambientes: un mercado intenso y un jardín paradisíaco, para crear una nueva tipología centrada en la comunidad, como el corazón y el alma del aeropuerto de Changi. Jewel conjuga la experiencia de estar en la naturaleza con instalaciones culturales y de ocio, afirmando dramáticamente la idea del aeropuerto como un centro urbano estimulante y vibrante, y haciendo eco de la reputación de Singapur como “ciudad dentro de un jardín”.

El centro de acceso público de 135,700 metros cuadrados incluye instalaciones para operaciones aeroportuarias terrestres, jardines interiores, atracciones, ofertas minoristas, restaurantes y cafeterías e instalaciones hoteleras, todo bajo un mismo techo. Jewel se conecta directamente a la Terminal 1 y a las Terminales 2 y 3 a través de puentes peatonales, involucrando tanto a los pasajeros en tránsito como al público en general.

Cada uno de los ejes cardinales está reforzado por jardines de entrada que orientan a los visitantes y ofrecen conexiones visuales entre los elementos internos del programa de Jewel y las otras terminales del aeropuerto. En el corazón de Jewel se encuentra el Forest Valley, un jardín interior aterrazado que ofrece diversas experiencias espaciales e interactivas con senderos para caminar, cascadas y zonas tranquilas de descanso. En medio de las más de 200 especies diferentes de árboles y flora, se encuentra la cascada interior más alta del mundo, un “vórtice de lluvia”, que cae desde un óculo en el techo abovedado hasta el jardín de Forest Valley, siete pisos más abajo.

La cascada, en sus momentos pico, fluye a más de 10,000 galones por minuto, ayudando a enfriar el entorno del paisaje y recogiendo suficiente agua de lluvia para ser reutilizada en todo el edificio. Alrededor de los jardines hay un mercado desarrollado en cinco niveles con acceso al jardín a través de una serie de cañones verticales. La geometría de Jewel se basa en un techo de cúpula toroidal semiinvertida que mide 200 metros de ancho en el tramo más largo y se soporta sólo de manera puntual a lo largo del borde del jardín.

La estructura integrada y el sistema de fachada permiten un interior casi libre de columnas. Para lograr un nivel de confort adecuado tanto para desarrollo de las diversas actividades, como para mantener con vida la gran variedad de árboles y plantas con adecuada luz solar, fue necesario un sistema integrado de acristalamiento, sombreado estático y dinámico, y un sistema de ventilación por desplazamiento innovador y eficiente. A cada panel de vidrio se le incorporó una cámara de aire de 16 milímetros para aislar el ruido emitido por los aviones. El laminado aplicado y el tipo de vidrio permitieron reducir drásticamente las frecuencias de las aeronaves para proporcionar paz y confort acústico a los visitantes del aeropuerto.

Jewel está programado para recibir el estatus GreenMark Platinum de Singapur. En el quinto nivel se encuentra el Canopy Park, que incluye 14,000 metros cuadrados de atracciones integradas dentro de los espacios del jardín. Estos incluyen estructuras de red suspendidas dentro de los árboles, una caminata catenaria suspendida en un puente con fondo de vidrio, un laberinto de setos plantado y un laberinto de espejos e instalaciones en colaboración con artistas de renombre internacional. Las características adicionales incluyen una caminata de topiario, exhibiciones hortícolas y una plaza de eventos para 1,000 personas. Con Jewel, el aeropuerto se ha convertido en sí mismo en un destino.


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Entre lo sostenible y lo insostenible https://arquine.com/entre-lo-sostenible-y-lo-insostenible/ Tue, 09 Jun 2020 04:29:44 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/entre-lo-sostenible-y-lo-insostenible/ Un podría asegurar que actualmente muy pocos se atreven a cuestionar la importancia de la sostenibilidad como proyecto a largo plazo para la sobrevivencia de nuestra sociedad y de los recursos naturales en el planeta que habitamos.

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La tragedia y la comedia de la sostenibilidad

Un podría asegurar que actualmente muy pocos se atreven a cuestionar la importancia de la sostenibilidad como proyecto a largo plazo para la sobrevivencia de nuestra sociedad y de los recursos naturales en el planeta que habitamos. Este cambio de paradigma, tuvo su punto de inflexión hace casi dos décadas mediante la publicación, casi al mismo tiempo, de dos reflexiones sobre el tema. Por un lado, el reporte del comisionado Sir Nicholas Stern para el gobierno británico The Stern Report on Global Warming[1] en donde, entre sus conclusiones, afirmaba que el costo por no hacer nada ante los efectos del cambio climático seria mucho mayor que el nivel de inversión necesario para mitigar el calentamiento global en aquel momento. Por otro lado, el libro Heat del periodista del diario The Guardian, George Monbiot describió los cambios necesarios para mitigar la gran crisis por los efectos del cambio climático. Esto, según sus palabras, implicaría fuertes, si no drásticos cambios en el estilo de vida de toda la sociedad global.  Ambos textos, coincidían en una sola cuestión: la relación entre el hombre y la naturaleza debía de cambiar.

Con toda proporción guardada, la revista Arquine, dedicó hace 11 años, un número a La sostenibilidad. En el número 48, se describían proyectos que apuntaban hacia un urbanismo más afín con los retos de la crisis ocasionada por el cambio climático. Incluía textos que reflexionaban respecto al mayor riesgo que se vislumbraba si no se rectificaba el curso de la planificación en las ciudades y colocaba sobre la mesa la discusión de la agenda de la sostenibilidad para el diseño y la arquitectura dirigido al público latinoamericano. Todo esto con gran elocuencia y usando la razón —propia de la ingeniería— para mostrar diseños en donde se atenuaba o eliminaba, según el grado de ambición, el impacto ecológico.

En 2020, nuevamente la revista dedica un número al tema: Ciudad (in)sostenible. Como inicia su editorial, “la sustentabilidad ya perdió sentido”; la revista coloca la reflexión no en lo que no ha sucedido en poco más de 10 años sino en minúsculas practicas emergentes, como el reciclaje y la reconstrucción que han sucedido en múltiples geografías y ciudades como parte de la nueva agenda verde. La publicación busca encontrar un futuro “mas esperanzador” y su título se entiende como un doble ultimátum.

Así como los textos de Stern y Monbiot, los números de Arquine, separados por más de una década, coinciden en un punto fundamental: la relación hombre-naturaleza. En algunos temas de las publicaciones, se muestra este optimismo empedernido en demostrar que todo puede cambiarse y ser mejor; y en otros artículos y proyectos se abordan temas críticos, con suficiente realismo para demostrar que todavía no se ha hecho nada y que el riesgo aumenta a medida que pasa el tiempo.

Esta dualidad por el idealismo y realismo sobre la agenda sostenible, tiene mucho más historia. Y todo lo que muestran —tanto las publicaciones de Stern y Monbiot por un lado, como los dos números de Arquine por el otro— es que la humanidad siempre se ha debatido por la agenda verde —seguirla o no— como un gran péndulo: en algunos momentos de la historia esta ha sido fervientemente perseguida, derivado del temor por una tragedia por venir y, en otros, ha rozado la comedia por negarla al afirmar que el cambio climático es una gran mentira ambientalista.

El comienzo

Lo cierto es que la agenda verde dista mucho de ser una novedad. Desde el siglo XV, en el trabajo de León Batista Alberti, existía un profundo conocimiento respecto a la ecología y ya se planteaba una forma de edificación en donde se considerasen aspectos económicos, lógicos y estéticamente atractivos. Esto no sólo se aplicó al diseño de edificios individuales sino también a la planeación de ciudades enteras, en donde los resultados mostraban un entendimiento lógico para con el entorno natural.

Durante varios siglos este conocimiento fue cultivado y amplificado basado en un ejerció lógico y práctico. Durante la Ilustración —precisamente en el siglo XVIII— en donde se redefinió el uso de la razón como ápice del desarrollo intelectual, este conocimiento sirvió para el lanzamiento de la arquitectura hacia la modernidad, dentro de un lapso relativamente corto. En esta época surgieron figuras como Goethe, quien sin esfuerzo, combino arte y ciencia, y Caspar David Friedrich, cuyas pinturas demuestran una forma sofisticada de relación entre el ser humano y naturaleza –quizá ilusoria pero que ciertamente no refleja contradicción o tensión alguna; la interacción ciertamente parece operar para ambos lados, entorno natural y el entorno construido o hecho por el hombre.

Quizá el resultado final extremo de esta interrelación en nuestra civilización es la planta nuclear o, algo más común, las plantas para reciclaje de residuos sólidos. Es dentro de esta narrativa donde estuvo el énfasis del informe Stern y el número 48 de Arquine: una lectura de la sostenibilidad mediante una puesta en valor de la ingeniería y la lógica sobre el como “reparar” y  “construir” una mejor relación del hombre con la naturaleza.

Pero también podríamos hacer otra lectura de nuestra cultura, no lineal, y sin seguir el progreso de la razón como método de entendimiento. ¿Qué sucede si la lectura la hacemos basada en la cultura y la narrativa de los desastres o catástrofes? Esta narrativa se fundamenta en la tensión entre la Naturaleza y la Humanidad. En ella se describe cierto tipo de castigo aplicado al hombre por parte de la naturaleza y, en algunas ocasiones, del hombre castigando a la naturaleza. Desde Ovidio hasta las graves inundaciones de Tabasco en el 2007, representan esto perfectamente. Dentro de dicha narrativa subyace un discurso fundamentalmente antimoderno que expresa la creencia de que la raza humana debe buscar una muerte prematura de la mano de la naturaleza. Dentro de esta línea de pensamiento, quizá el último de los discípulos sea el reportero británico George Monbiot, cuyo reclamo al gobierno de su país ha sido utilizado como estandarte de todos aquellos que prevén una cierta hecatombe que acabe con la sociedad occidental.

El presente

Estas dos narrativas completamente opuestas de la relación hombre-naturaleza se han presentado y elaborado de manera impresionante y elocuente. La lectura de Arquine entre lo sostenible y lo (in)sostenible es un nuevo capítulo dentro de estas narrativas con la salvedad de que en esta ocasión, lo planteado en ambos números es aspirar a un futuro esperanzador por restablecer el equilibrio en esta relación. El numero 48, lo presenta de forma trágica —apuntando a las grandes transformaciones de infraestructura y la planificación urbana necesarias sobre una agenda verde—, casi redentora;  y el número 91 a través de una astuta comedia de como diversas prácticas arquitectónicas están buscando redefinir nuestra relación con la naturaleza en pequeña escala es decir, desde abajo.

Ambas ideologías —si me permiten llamarles así— observan el mismo fenómeno pero en términos contradictorios: por un lado, como un proceso lineal  razonable y, por otro, como una cultura narrativa de desastrosas manipulaciones hasta cierto punto cómicas. Es mi impresión que la confusión actual sobre la sostenibilidad y la insostenibilidad es generada por la tensión provocada por estas dos líneas de pensamiento.

Más allá de emitir un juicio de valor, lo evidente es que no hemos sido capaces de desintegrar el nudo que generan ambas narrativas, ni entendemos cuando cualquiera de ellas, parecen hablar con elocuencia. Esta polaridad está vigente y ciertamente el intento por entender lo que es la insostenibilidad abre la posibilidad de nuestro contexto ecológico hacia el futuro.

Notas:

1. Conclusiones clave sobre el informe Stern se pueden consultar aquí: https://web.archive.org/web/20070926221448/http://www.thefirstpost.co.uk/index.php?menuID=2&subID=1055&p=3 Para el informe completo consultar: https://web.archive.org/web/20061114045919/http://www.hm-treasury.gov.uk/independent_reviews/stern_review_economics_climate_change/stern_review_report.cfm

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Confinamiento y desigualdad https://arquine.com/confinamiento-y-desigualdad/ Tue, 21 Apr 2020 07:14:02 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/confinamiento-y-desigualdad/ El confinamiento no es ni ha sido igual para todos. El aislamiento físico subraya las desigualdades sociales a través de las distintas formas de habitar nuestros propios espacios. Las condiciones y las realidades son distintas.

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Es innegable que estamos viviendo un acontecimiento histórico. El 2020 llegó para quedarse en la memoria de los habitantes del planeta tierra, gracias a la aparición de un nuevo virus que nos mantiene incrédulos observando cómo se va expandiendo y acabando con la vida de los habitantes de los países de todo el mundo.

Los gobiernos establecieron la estrategia quédate en casa para evitar, o tratar de evitar el contagio masivo, las escuelas detuvieron sus clases presenciales y pasaron al sistema on line, tomando por sorpresa tanto a los alumnos como a los maestros, dejando a la vista la poca preparación, habilidades e infraestructura de algunas escuelas para evitar perder las colegiaturas y el ciclo escolar. La economía ya de por sí dañada, hoy está casi detenida. Sólo las actividades indispensables como el abasto, logística y otras, se mantienen en activo, pero a un ritmo más que lento y los trabajadores manteniendo una sana distancia para poder llevar a cabo su trabajo por mínimo que sea. El quédate en casa ha servido para demostrar que hoy más que nunca estamos conectados y, que la tecnología es y será fundamental en toda sociedad que quiera sobrevivir.

Sin embargo, el confinamiento no es, ni ha sido igual para todos, el aislamiento físico subraya las desigualdades sociales a través de las distintas formas de habitar nuestros propios espacios. Las condiciones y las realidades son distintas. No ha sido lo mismo recluirse en una residencia de Las Lomas, Valle de Bravo, Tepoztlán, Cuernavaca o, en un departamento de la Condesa, Santa Fe o Polanco que en cualquier urbanización informal o popular dentro de una vivienda a la que difícilmente se le puede llamar digna.

Es cierto que la pandemia es un problema de salud, sin embargo, si lo vemos más allá de ese marco nos daremos cuenta que también es un problema social, económico y urbano que ha dejado al descubierto la enorme desigualdad social y económica que existe en nuestro país y en toda América Latina, resultado de un modelo neoliberal. Este modelo ha permitido e impulsado las inversiones privadas en vivienda, oficinas, plazas y centros comerciales que, al multiplicarse, fueron conformando la exclusividad urbana, el simbolo del capitalismo y del consumo en las ciudades y sociedades modernas. El cambio del siglo XX al XXI representó la transición entre modelos económicos. De la sustitución de importaciones al libre mercado; del estado del bienestar a la globalización neoliberal y a la tercerización; de la ciudad industrial a la informacional y de redes (Castells, 1995).  Este cambio de modelos es fundamental para entender como ha influido la economía y en particular el modelo económico en la conformación y ordenamiento del territorio en las ciudades.

En contraste a la exclusividad urbana, se ha descuidado la vivienda social, mucha autoconstruída y emplazada en asentamientos irregulares, carentes de todo tipo de servicios, segregada, fragmentada y excluída de la ciudad formal.

De lo anterior surgen dos modelos de ciudad, uno en el cual se construyen productos con determinado valor dentro de un espacio sin carencia de servicios y equipamientos, al que únicamente tienen acceso ciertos sectores económicos. El resultado es la aparición de zonas con mayor plusvalía que otras, la urbanización capitalista. Y por otro, aparecen urbanizaciones populares e informales, territorios y espacios segregados sin servicios ni equipamiento mínimo. Urbanizaciones donde el habitar se convierte más en un acto de superviviencia del cual no se tiene documentación en las redes sociales, es el planeta de ciudades miseria de Mike Davis.

No es suficiente la ayuda y la colectividad sólo en las tragedias o situaciones de emergencia como la actual, debe ser una actitud permanente que nos distinga como país. Pero también urge replantear la distribución de recursos a los sistemas de salud y vivienda social y popular. Los modelos de ciudad mencionados no surgen de la nada o se inventan, son resultado de planteamientos políticos y modelos económicos.

No, no ha sido lo mismo el quédate en casa para mantenerse activo en las redes sociales compartiendo ejercicios, yoga, meditación, lecturas, recetas y todo un cúmulo de banalidades dignas de nuestra sociedad líquida (Bauman, 2003), a tener que salir a la informalidad laboral y vivir al día. Hablar y mostrar nuestras vidas desde el privilegio es sólo eso: un privilegio que después de la pandemia deberíamos valorar.


Referencias:

Bauman, Z. (2003). Modernidad Líquida. México: Fondo de Cultura Economica.

Castells, M. (1995). La ciudad informacional, tecnologias de la informacion, estructuracion economica y el proceso urbano-regional. Consultado en http://www.ub.edu/geocrit/b3w-98.htm

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Proyecto de los ojalás: para después de la peste https://arquine.com/proyecto-de-los-ojalas-para-despues-de-la-peste/ Mon, 20 Apr 2020 06:55:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/proyecto-de-los-ojalas-para-despues-de-la-peste/ La catástrofe está aquí. Esto es un modesto llamado a la insurrección. A no ser víctimas cobardes o ignorantes de un flagelo planetario. A no dejar de pensar en un futuro mejor para todos.

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La catástrofe está aquí. Esto es un modesto llamado a la insurrección. A no ser víctimas cobardes o ignorantes de un flagelo planetario, de la misma peste de que hablaba Albert Camus. A no dejar de pensar en un futuro mejor para todos. Estas reflexiones parten de que habrá un mañana. Un mañana peor si todos nos dejamos. Y un mañana que puede, no sin sacrificios, ser al final del día dolorosamente, gozosamente mejor, más justo, más solidario.

Ojalá, bien se sabe, es una expresión de origen árabe que quiere decir Quiera Dios. Es frecuentemente usada por todos. Sirva aquí para enderezar una serie de planteamientos arquitectónicos y urbanos, incluso cívicos, que pueden encontrar en esta trágica coyuntura una inédita oportunidad. Nada será mañana lo mismo que conocimos. La pregunta es si para peor o para mejor. Va esta apuesta, en colaboración con algunos colegas, de que nos espera un mejor futuro.

1. Contaminación atmosférica. Es factible medir ahora la sensible reducción de partículas suspendidas, de emisiones al aire, de descargas contaminantes en cauces y cuerpos de agua. Etcétera. Con esos datos, contrastados con los “usuales”. Se pueden focalizar los medios concretos e inmediatos con los que podamos mantener, ya, esos índices ahora corregidos. Ojalá.

2. Movilidad. Un porcentaje sensible de los vehículos de combustión está ahora parado. Y todo lo indispensable está ocurriendo. La contaminación del aire según algunos medios ha bajado a la mitad en las zonas metropolitanas. Se reinaugura el silencio, la calma, la humanización de las calles, de los parques. La fauna tan perseguida regresa. Es perfectamente factible ahora reglamentar sumariamente el uso de esos vehículos, con todas las excepciones que vengan al caso. Y migrar masivamente a los vehículos eléctricos que sean estrictamente necesarios. Por lo pronto, las casas que tienen dos autos o más, deberán de inmovilizar permanentemente los autos sobrantes. Preservar la situación actual, en cuanto a la movilidad, es un gran reto: y más grandes serán los beneficios. Ojalá.

3. Desarrollo urbano. Es el momento de poner un enérgico freno a la manera como hasta hoy se ha venido “haciendo” las ciudades. Ese sistema está en bancarrota, podrido por la usura y la codicia, por la ineptitud y la corrupción, tanto de autoridades como de ciertos promotores. Es el momento de que los arquitectos y urbanistas (que debe ser lo mismo), geógrafos, ingenieros, historiadores, sociólogos y demás gente de buena voluntad que venga al caso, aprovechen la inacción y el ocio para generar, a partir del desastre, los modelos urbano-arquitectónicos a comenzar a aplicarse YA. Ojalá.

4. Y la lista sigue. Qué triste que sea hasta que nos llegue este coronavirus, este horrendo producto de la rapacidad capitalista y del consumismo cada vez más feroz, nos pongamos a meditar con hondura y humildad, con lucidez y audacia, lo que debe llegar. Antes de. Ojalá.

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Volver a la ciudad de mañana https://arquine.com/volver-a-la-ciudad-de-manana/ Mon, 13 Apr 2020 13:37:59 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/volver-a-la-ciudad-de-manana/ Puede ser el tiempo para, tras la demolición de las certezas, proponer un mejor, más justo y sustentable futuro. ¿Cuál debiera ser el futuro de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, de nuestros territorios?

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Todas las naciones sobre la emergencia. El planeta se convulsiona, mientras todas las aparentes certezas se desvanecen en el aire. Es claro: es imperativo atender primero, y con todos los recursos disponibles, la amenaza mortal. Pero puede también ser el tiempo para, tras la demolición de las certezas, proponer un mejor, más justo y sustentable futuro.

¿Cuál debiera ser el futuro de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, de nuestros territorios?

Ciertamente no el que la inercia destructiva fue perfilando a lo largo de las décadas. A guisa de reflexión, es posible decir que el coronavirus nació de una ciudad y una civilización descompuestas. Y nosotros, desde Guadalajara, Tepatitlán o Puerto Vallarta, corríamos sobre esa ola de putrefacción e inequidad, de nula sustentabilidad, de tristeza, contaminación y fealdad.

Aprendamos del desastre, acompañemos a enfermos y moribundos, acatemos todas las precauciones. Pero ora pensemos qué hacer para no seguirnos despeñando en el desastre, cuya actual muestra es un virus que quiere comerse al mundo y que es una clarísima señal de la descomposición planetaria. Volvamos a la vida simple, frugal, que nuestra pobreza nos demanda. Erijamos nuevas ciudades, nuevas arquitecturas que sepan ser limpias, modestas y livianas. Busquemos la lógica, la simplicidad, la belleza. Todo esto es muy ajeno al actual sistema que se tambalea. El consumismo voraz, la corrupción política, la sumisión de la ciudadanía -por no decir su complicidad- la insolidaridad, muestran ahora y con claridad los esquemas erróneos y criminales que desembocaron en un estatus quo ahora en irreversible quiebra.

Afrontemos el futuro, asumamos culpas y errores, construyamos juntos, sobre estas ruinas, la ciudad venidera. Se sabe, es un asunto demasiado importante para ser dejado en las manos de los políticos. Tendrá que venir quizá una ordenada e incruenta insurrección civil. La agenda es vasta, los retos inmensos. No le hace. Como dijo Dylan, “we shall overcome”. Podremos librarla.

Pensemos, imaginemos, proyectemos. Es la hora de la esperanza y el coraje.

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El diseño y el Green New Deal https://arquine.com/el-diseno-y-el-green-new-deal/ Wed, 08 Apr 2020 02:45:17 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-diseno-y-el-green-new-deal/ Cualquiera sea la forma que adopte el Green New Deal, se realizará y comprenderá a través de edificios, paisajes y otras obras públicas. Los arquitectos paisajistas tienen conocimientos y habilidades, desde gestión ecológica hasta análisis de sistemas, mapeo y visualización, que son esenciales para ese proyecto.

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Publicado en colaboración con Places Journal.


Ojalá fuera público: el jardín de la azotea en el campus de Facebook en Menlo Park, a lo largo de la Bahía de San Francisco. [Diseñado por CMG Landscape Architecture con Gehry Partners; foto de Trey Ratcliff]

 

Si los arquitectos paisajistas quieren rehacer el mundo, podemos comenzar rehaciendo nuestra disciplina.

No sé cuándo comenzó el mito de los arquitectos paisajistas como salvadores del clima, pero sé que es hora de matarlo. The New Landscape Declaration —un libro que surge de una cumbre en 2016 a la que asistieron los pensadores más brillantes en nuestro campo— enmarca la arquitectura del paisaje como una “necesidad cada vez más urgente”, si no es que la base de la sociedad civil. A medida que los ingenieros dieron forma al entorno construido del siglo XIX y los arquitectos del siglo XX, los arquitectos paisajistas han reivindicado este siglo como propio.[1] Esa es una declaración audaz para una profesión oscura cuyos 15,000 miembros estadounidenses pasan la mayor parte de su tiempo diseñando pequeños parques, patios de oficinas y proyectos residenciales para clientes privados. Sin embargo, no sólo los arquitectos paisajistas ven un gran futuro para el campo. El famoso diseñador industrial Dieter Rams ha dicho que si comenzara su carrera hoy, se centraría en los paisajes, no en las máquinas. Y los funcionarios públicos han reclutado arquitectos paisajistas para la primera línea del desarrollo urbano (como el High Line de James Corner y Public Square de Thomas Woltz enmarcan Hudson Yards) y la resistencia climática (como el programa federal Rebuild by Design vincula la recuperación de huracanes a la defensa costera).[2]

Pero si The New Landscape Declaration buscaba articular y elevar nuestros ideales profesionales, en su mayoría dejaba al descubierto la brecha entre la retórica y la realidad. El libro llegó en otoño de 2017, unos meses después de que David Wallace-Wells publicara su alarmante artículo, “La tierra inhabitable”, con su memorable frase de apertura que dice: “Es, lo prometo, peor de lo que piensas”. Esa queja de 7,000 palabras se expandió más tarde en un libro de grandes ventas, con agradecimientos a las docenas de escritores climáticos, científicos y activistas que informaron la investigación del autor. Esta es la descripción más completa de los medios convencionales sobre el movimiento climático, y no contiene ninguna mención del trabajo de arquitectos paisajistas. No hay comentarios sobre Rebuild by Design. Es como si la arquitectura del paisaje no existiera. Dejando a un lado las críticas justificadas del encuadre apocalíptico de Wallace-Wells, ¿qué significa que los arquitectos paisajistas falten en este libro destacado sobre un tema que reclamamos como nuestro? ¿Es nuestra disciplina una necesidad? ¿Estamos cerrando la brecha entre los ideales y la práctica? No estamos, lo prometo, salvando al mundo.[3]

Ian McHarg. [Cortesía de los Architectural Archives de la Universidad de Pennsylvania]

En 1969, Ian McHarg publicó Design with Nature, que argumentó que los arquitectos paisajistas “deben convertirse en los administradores de la biosfera”.[4] Desde entonces, ha surgido un género completo de escritura sobre diseño, autoproclamada como importante, en defensa de la premisa de que las crisis sociales y ecológicas se abordan mejor a través del diseño en general y de la arquitectura de paisaje en particular. Gran parte de esto toma la forma de propaganda sobre la primacía y el excepcionalismo de nuestra profesión —postulando seriamente que una barrera contra inundaciones más bonita en el bajo Manhattan, algunos arrecifes de ostras cerca de Staten Island o un parque de bolsillo rodeado de torres de lujo son obras ideales de diseño, ejemplos de lo que Erle Ellis llama el “buen antropoceno”.[5] The New Landscape Declaration es uno de esos trabajos de propaganda. Este ensayo no lo es.

Desde donde estoy sentado —en el antiguo departamento de McHarg, en un centro que lleva su nombre, en el 50 aniversario de su libro más importante— esa retórica suena hueca. Como mi colega Richard Weller observa: “Cuando se pronuncia la palabra manejo, los arquitectos paisajistas asienten con aprobación o ruedan los ojos. Por un lado, nuestras declaraciones de manejo nos distinguen como una profesión y son apropiadas a la magnitud de la crisis ecológica. Por otro lado, las pretensiones de manejo son, como James Lovelock indicó al principio, solo arrogancia: en nuestro caso, una pequeña profesión con un complejo de inferioridad inspirado en un líder carismático… que continúa haciendo declaraciones infladas sobre su propósito y capacidad”.[6]

He pasado la mayor parte de mi vida profesional fuera de las instituciones de élite que han moldeado la cultura del diseño en los Estados Unidos. Crecí en una casa de clase trabajadora en la zona rural de Arkansas y estudié paisaje en la universidad estatal, antes de pasar a la política, unirme a la administración Obama y luego a la oposición organizada a Trump.[7] Nunca ha sido obvio para mí que la arquitectura de paisaje esté en el centro de los movimientos sociales de hoy, y me preocupa que tantos colegas hagan esa afirmación, borrando efectivamente el trabajo de los organizadores y activistas de la comunidad, sin mencionar el apoyo tangible de los aliados en campos como la sociología, el derecho y la ciencia que trabajan para el cambio sistémico. Al igual que las otras profesiones de diseño, la arquitectura del paisaje tal como se practica hoy en día es un asunto en gran medida apolítico, organizado en torno a las relaciones con clientes y proyectos, principalmente al servicio de los intereses de una élite económica. Podemos anhelar impartir un cambio a nivel de sistemas, pero estamos trabajando en sitios discretos, con herramientas incrementales, dentro de estructuras que producen injusticia. Antes de pedirle al mundo que vea el diseño como una necesidad urgente, debemos mirar esos sitios, herramientas y estructuras y rehacer nuestras disciplinas para que sean más útiles, en este momento, para los movimientos e ideales que aspiramos a servir.


Inundación de la costa de Nueva Jersey tras el huracán Sandy. [Mark C. Olsen / U.S. Air Force]

 

Una falla al reconstruir por diseño

¿Qué harían los diseñadores con mil millones de dólares para gastar en resiliencia climática? Gracias a un concurso federal, sabemos la respuesta. En 2013, la Fuerza de Tarea de Reconstrucción del Huracán Sandy y el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos concibieron Rebuild by design, que buscaba “promover la innovación mediante el desarrollo de soluciones contextuales escalables a nivel regional que aumenten la resiliencia”.[8] Reflejando la ideología de la administración Obama, y ​​las simpatías del secretario de Desarrollo Urbano y de Vivienda (HUD), Shaun Donovan, él mismo arquitecto, el programa fue concebido como un concurso de diseño, enfrentando equipos y comunidades entre sí por un conjunto limitado de recursos. Las propuestas experimentales de resiliencia serían probadas por actores privados en (para usar el lenguaje del neoliberalismo) un mercado de ideas.[9]

Esto fue inusual. La mayoría de los esfuerzos de recuperación ante desastres, al menos en los Estados Unidos, buscan reconstruir ciudades siguiendo un plan unificado. Su objetivo es restaurar el statu quo, incluso si eso significa volver a colocar a las personas, los edificios y las infraestructuras en zonas de alto riesgo. Tales esfuerzos evitan las grandes preguntas sobre cómo organizar los paisajes de manera diferente. También a menudo se ven obstaculizados por programas redundantes o contraproducentes. La reconstrucción se basaba en la creencia de que los diseñadores, trabajando estrechamente con las comunidades, podrían hacerlo mejor. [10]

La convocatoria inicial atrajo casi 150 propuestas, y se eligieron diez equipos para participar en la competencia. Después de un proceso de análisis regional y selección de sitios, HUD anunció, en junio de 2014, que seis diseños ganadores recibirían fondos sustanciales para un mayor desarrollo y construcción. En la ciudad de Nueva York, la mayor parte de ese dinero fue para un equipo liderado por Bjarke Ingels Group, que propuso The BIG U, un sistema de barrera contra inundaciones alrededor del Bajo Manhattan, que comprende bermas y muros de inundación retráctiles, unidos con parques costeros y servicios recreativos ($ 335 millones). También hubo importantes premios para SCAPE y sus colegas, quienes desarrollarían Living Breakwaters, un programa de restauración del ecosistema y estabilización de la costa a lo largo de Staten Island ($ 60 millones), y la Universidad de Pennsylvania y Olin Studio, que liderarían Lifelines, un proyecto para fortalecer Hunts Point Market en el Bronx ($ 20 millones).[11] Fuera de la ciudad, había planes integrales para Meadowlands de MIT, ZUS y Urbanisten ($ 150 millones), para Hoboken de OMA ($ 230 millones) y para el Condado de Nassau de Interboro ($ 125 millones).

Aunque varios de estos proyectos ahora están paralizados o restringidos, Rebuild by Design ha disfrutado de una cobertura de prensa notablemente favorable, un testimonio de la sofisticación de sus impulsores y de la falta general de conocimiento sobre el diseño y el cambio climático en muchos medios de comunicación. Las imágenes vuelan por nuestras noticias. Sin embargo, esas representaciones brillantes no nos ayudan a ver lo qué arquitectos paisajistas podrían (o no) aportar a los esfuerzos de recuperación en Houston y Galveston después del huracán Harvey; Puerto Rico y las Islas Vírgenes después de María; las Carolinas después de Florencia; los estados occidentales después de otra devastadora temporada de incendios forestales; o el Medio Oeste, gravemente inundado mientras escribo. No necesitamos propuestas de diseño divertidas; necesitamos proyectos construidos de alto impacto: prototipos para los futuros resilientes que nos han prometido.

 

SCAPE, Rompeaguas vivo, propuesta para Rebuild by Design.

Fuera de la prensa académica, la primera crítica verdaderamente sustantiva de la lenta recuperación del huracán de Nueva York se produjo en un artículo de 2016 en Rolling Stone. El periodista climático Jeff Goodell citó a un arquitecto anónimo que dijo, sobre la visión de BIG, “cuando esté hecho, será un gran muro tonto”, una predicción que surgió tres años después, cuando el alcalde Bill de Blasio anunció un “nuevo plan para el Bajo Manhattan a prueba del clima” con sólo un vestigio del trabajo de BIG. La reconstrucción también fue criticada en una entrevista de 2017 en The Baffler, en la que la historiadora ambiental Ashley Dawson cuestionó la noción de que la participación de la comunidad en el proceso de diseño podría interrumpir significativamente el régimen neoliberal de recuperación de desastres: “Existe el peligro de que estemos tan desesperados por tener una perspectiva esperanzadora que realmente no estemos involucrados en la crítica más grande de lo que está haciendo el capitalismo y las formas en las que el desarrollo continúa poniendo en peligro a las personas vulnerables en las ciudades”.[12] Pero las revisiones independientes de Rebuild by Design son raras. Más comunes son los artículos que se leen como comunicados de prensa ligeramente reelaborados, o evaluaciones financiadas por los propios programas que solo encuentran fallas menores en la ejecución.[13]

Sin embargo, aquí estamos, más de seis años después del huracán, y ninguno de estos trabajos está en construcción. El BIG U está efectivamente muerto. Aunque muchas de las mismas firmas de diseño están involucradas en el nuevo esquema para el Bajo Manhattan, la ciudad ha desechado años de planificación comunitaria y ha anunciado una solución de ingeniería convencional: extender el área de tierra con relleno, agregar muros cercanos a la costa y desatar otra ronda del desarrollo inmobiliario de hiper lujo para ayudar a pagar el costo de la nueva infraestructura costera. Mientras tanto, Lifelines pasó a llamarse Proyecto de Resistencia de Hunts Point, y nuevos consultores están trabajando en un pequeño piloto que produce estudios conceptuales para la generación de energía de respaldo en dos centros de distribución de alimentos. Atrás quedó la visión de crear empleos de cuello verde a través de una “incubadora de resiliencia”, donde podrían probarse nuevos métodos y materiales de control de inundaciones. Y no se han asegurado fondos para la planta de tri-generación propuesta y la micro-red que haría la transición de la comunidad a una fuente de energía más limpia. En la costa sur de Staten Island, los arrecifes de ostras de Living Breakwaters siguen avanzando, pero sin la lista planificada de servicios y desarrollo recreativo.[14]Nada de esto es sorprendente. Los proyectos de infraestructura a menudo pasan por una extensa revisión pública; los primeros procesos de diseño y planificación informan las rondas posteriores. El financiamiento viene en etapas, o no llega. Pero aquí los resultados no coinciden con la escala de la emergencia climática o la afirmación de que Rebuild by design podría hacer las cosas mejor y más rápido que, por ejemplo, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército. A medida que estas propuestas se abren paso a través del proceso de revisión y documentación de la Ciudad de Nueva York, se parecen menos a los productos de una competencia de diseño innovador y más al tipo de proyectos de protección costera y litoral vivo propuestos por el Informe de la Iniciativa Especial de Recuperación y Resiliencia del Alcalde Bloomberg: obras de ingeniería civil en lugar de arquitectura del paisaje.[15] Sin embargo, eso no ha impedido que HUD y la Fundación Rockefeller promuevan la reconstrucción como un modelo global para la adaptación climática impulsado por la comunidad. La Competencia Nacional de Resiliencia ante Desastres y el desafío Resilient by Design en el Área de la Bahía de San Francisco involucraron a muchos de los mismos actores, métodos e ideas, a pesar de que nadie puede demostrar que el modelo de adaptación climática a través concursos es efectivo.[16]

 

Con varios socios, BIG ha propuesto fortalecer el Bajo Manhattan (Rebuild by design); proteger el arroyo Islais de San Francisco con superbloques flotantes (Resilient by Design); y construir ciudades para refugiados climáticos en el océano abierto (ONU-Hábitat).

Imaginemos que el Bajo Manhattan eventualmente obtiene su muro y Staten Island su estabilización de la costa, después de que los diseños con grandes conceptos se reducen mediante ingeniería de costos a grandes infraestructuras tontas. ¿Puede un concurso de diseño considerarse un éxito si no logra entregar proyectos que de otra manera no se habrían materializado? ¿Deberíamos replicar este modelo, que ha estimulado una intensa rivalidad entre las comunidades por recursos limitados, perpetuar un ciclo de funcionarios públicos con resultados demasiado prometedores para los residentes vulnerables y exacerbar la fatiga de la planificación, y exportarlo a otros lugares?[17] ¿Deberíamos organizar concursos llamativos en ciudades costeras saturadas de talento para el diseño, lugares que idearán planes de adaptación climática con o sin HUD y Rockefeller, a medida que el resto de la nación se ahoga y se quema? En las democracias capitalistas, generalmente hay una pequeña ventana para completar los principales proyectos de infraestructura en el período posterior al desastre, cuando la financiación nacional se vierte y las complejas políticas de retirada gestionada y desarrollo urbano se ven sacudidas temporalmente. Las ciudades que tienen la oportunidad de hacer una inversión generacional en infraestructura, reasentamiento y adaptación equitativa no pueden darse el lujo de desperdiciarla.

En Nueva York, la administración de Blasio ya ha anulado los compromisos con la vivienda asequible y la infraestructura de tránsito.[18] Si llegara otra tormenta antes de que los proyectos de reconstrucción empezaran, la ciudad tendría una excusa para reiniciar los planes de adaptación y volver al tipo de soluciones tecnócratas y de ingeniería que históricamente ha favorecido. También existe la posibilidad de interrupciones políticas o económicas: un cierre del gobierno que retrasa o mata los proyectos, o una revocación de fondos federales por parte de una administración corrupta. Recientemente, se supo que una de las escisiones de Rebuild de la Fundación Rockefeller, la Iniciativa de las 100 Ciudades Resilientes, parece disolverse antes de que se realice alguno de sus planes.[19] Si la reconstrucción por diseño se cancelara por completo, como el tren de alta velocidad de California, no sería necesariamente culpa de las empresas de diseño involucradas. Pero representaría un fracaso más grande y más importante para la arquitectura del paisaje, un fracaso para volver a politizar la profesión y determinar lo que es posible en y a través de nuestro trabajo al construir un movimiento para apoyar el desarrollo urbano alineado con nuestros valores. Nuestra dependencia actual de la benevolencia de la élite para lograr un cambio socava cada objetivo declarado en The New Landscape Declaration.

E incluso si estos proyectos se completaran según lo diseñado, los resultados podrían decepcionarnos. El cambio de imagen de BIG podría acelerar la gentrificación en el Lower East Side. Los arrecifes de ostras de SCAPE podrían no proporcionar la protección prometida. El agnosticismo de la arquitectura del paisaje hacia cuestiones de justicia social, y su obsesión con los debates improductivos como el equilibrio disciplinario adecuado del arte y la ciencia, han producido puntos ciegos en la forma en que nos relacionamos con el mundo. ¿Puede una práctica vinculada a bienes inmuebles de lujo y desarrollo urbano ofrecer algo significativo a las comunidades afectadas por el calentamiento global y la desigualdad extrema? Dicho de otra manera, ¿puede la arquitectura del paisaje ser tanto un instrumento del neoliberalismo como una fuerza activista en la lucha contra el cambio climático y por la justicia social? Si no puede, necesitamos encontrar nuevas formas de imaginar nuestra misión y alcance disciplinario.

La práctica contemporánea se centra en los sitios, no en los sistemas; y en deseos de élite, no en intereses públicos. Nuestro trabajo es limitado en escala y subordinado a los mandatos del cliente. En lugar de desafiar o subvertir estas restricciones estructurales centrales, Reconstruir simplemente modifica la máquina de recuperación y reurbanización ante desastres. Tal incrementalismo ha sido una característica clave de la arquitectura del paisaje, y mucho activismo basado en el diseño, durante décadas. Aunque algunos académicos han acreditado a los diseñadores con roles centrales en los movimientos sociales y ambientales, desde la Era Progresista, hasta el New Deal, y la política radical de los años 60 y 70 en Estados Unidos, diría que los arquitectos paisajistas rara vez contribuyeron a la organización y la política de esos movimientos. 20 En general, hemos sido espectadores del progreso, no actores principales. Si la brecha entre nuestras ambiciones e impacto alguna vez se reduce, no será a través de declaraciones de nuestros principios. Debemos repensar cómo la arquitectura del paisaje se relaciona con los movimientos sociales y políticos.

 

Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux diseñaron Ocean Parkway en Nueva York, con el primer carril bici en los Estados Unidos.

 

Realineamientos

Podríamos comenzar reconsiderando esas épocas anteriores. Los arquitectos paisajistas, los urbanistas y los urbanistas se vieron obligados a asumir nuevos roles en tiempos de cambio cultural, no porque fueran líderes del movimiento, sino porque estaban en sintonía con los movimientos que ocurrían a su alrededor. Celebre la participación de los diseñadores en las reformas progresivas o del New Deal, si lo desea, pero no olvide que los diseñadores a menudo han sido arrastrados en otras direcciones, por ejemplo, al convertirse en cómplices de programas de renovación urbana en los años 50 y 60 y de la producción neoliberal de ciudades desde la década de 1980 hasta hoy

Los historiadores suelen rastrear el surgimiento de la arquitectura del paisaje estadounidense hasta el genio de Frederick Law Olmsted.[21] Hijo de padres ricos y bien conectados, Olmsted fue un periodista exitoso antes de embarcarse en una carrera que moldearía profundamente el nuevo campo de la arquitectura del paisaje. Planificó y supervisó la construcción de Central Park en la ciudad de Nueva York, dirigió la Comisión Sanitaria de los Estados Unidos durante la Guerra Civil y fundó una empresa que diseñó docenas de parques y campus universitarios en todo el país, incluido el Prospect Park de Brooklyn, el Riverside suburbano de Chicago y Emerald Necklace en Boston. Olmsted también participó en la conservación de Yosemite y las Cataratas del Niágara, los primeros parques administrados por el estado. Pero no logró estas cosas como un héroe solitario. Se benefició del trabajo de activistas y organizaciones que lideraron los movimientos de embellecimiento urbano  y asentamientos humanos, y participó en campañas de salud pública destinadas a remediar los problemas de hacinamiento y contaminación en las ciudades estadounidenses.

La carrera privilegiada y amplia de Olmsted estableció el modelo  para la arquitectura de paisaje como una empresa generalista que podría manejar cualquier aspecto de la planificación, el diseño o la gestión de entornos naturales y construidos. Que tanta actividad humana caiga dentro de ese alcance puede ser la razón por la cual los arquitectos paisajistas se sienten facultados para hacer grandes reclamos disciplinarios en nuestros días. Pero parece que hemos olvidado una lección más importante: el afán de Olmsted de entrar en la arena política y desafiar el statu quo. Sus escritos y diseños abogaban por una reconfiguración poderosa, incluso radical, del uso de la tierra estadounidense, dando lugar a espacios públicos generosos en las ciudades y sentando las bases en Yosemite y Niagara para la protección federal de la tierra.[22] Su argumento para el plan maestro de Riverside se basó en un análisis político agudo; entendió tanto la revolución en la tecnología del transporte ferroviario como la necesidad de mantener las comunidades de dormitorios compactas y conectadas a los centros urbanos. Y reconoció el vasto y creciente poder del gobierno federal, situándose lo más cerca posible de él.

En un ensayo que conecta las primeras obras de Olmsted con los movimientos de salud pública de la década de 1860, Theodore Eisenman encuentra un “eco” de la tesis de los “pulmones de la ciudad” promovida por los reformadores sociales. El Comité de Higiene Pública de la Asociación Médica Americana, por ejemplo, había abogado por la creación de parques urbanos desde 1849, cuando el futuro diseñador de Central Park todavía era un caballero agricultor y periodista[23]. Garrett Dash Nelson, escribiendo sobre los viajes de Olmsted en Inglaterra a los 28 años , muestra que su política precedió a su sensibilidad de diseño:

Aunque el trabajo de Olmsted como arquitecto paisajista es la fuente de su continua fama e interés de parte de los estudiosos, la reorientación de su historia intelectual en torno a este año formativo muestra que… Olmsted fue un crítico social primero, y un paisajista después… que su sensibilidad estética se basaba en principios de reorganización social.

Mucho antes de que Olmsted encontrara su vocación profesional, “entendió que el paisaje era un registro de deseo social y que también podría ser un instrumento de reforma social”.[24] Si la Sociedad Estadounidense de Arquitectos Paisajistas quiere sostener a Olmsted como padre fundador, también sostengamos el credo político que animó su trabajo: “Es el deber principal del gobierno, si no es el único deber, proporcionar medios de protección para todos sus ciudadanos en la búsqueda de la felicidad contra los obstáculos, por lo demás insuperables, que el egoísmo de las personas o las combinaciones de personas pueden interponer en esa búsqueda”.[25]

 

Greenbelt, Maryland, planeado por Resettlement Administration dirigido por Rexford Guy Tugwell durante el New Deal. [Jason Reblando, de New Deal Utopias]

 

Los movimientos sociales y políticos que dieron forma a la práctica de Olmsted sentarían las bases para las reformas de la era progresista y más tarde para el New Deal del presidente Franklin Roosevelt. Los urbanistas y diseñadores ambientales como Jane Addams, Gifford Pinchot, Martha Brooks Hutcheson y Benton MacKaye formaron un puente desde la era progresiva hasta el New Deal, y cuando tuvieron la oportunidad de ingresar al servicio público, luchando por la justicia de la vivienda, la conservación de la tierra y gestión de recursos ambientales en todos los niveles de gobierno. Los programas New Deal como Tennessee Valley Authority, Works Progress Administration, Civilian Conservation Corps, National Planning Board, y Resettlement Administration canalizaron poder y recursos a arquitectos paisajistas, proporcionando a profesionales no políticos un flujo constante de trabajo diseñando nuevas ciudades, planeando parques nacionales y bosques, construcción de infraestructura pública y desarrollo de planes de gestión de recursos en las zonas rurales del sur y oeste.[26]

Pero aquí nuevamente vemos a los diseñadores como participantes, no líderes de los movimientos sociales de su tiempo. En la era de la posguerra, pasaron por el mismo realineamiento cultural que el resto del país, reorientando su trabajo lejos de las obras públicas y la conservación de la tierra y hacia el desarrollo de áreas verdes y parques bordeando carreteras, lejos de las ciudades y hacia los suburbios. Los paisajistas también hicieron lo que, en retrospectiva, fue el error fatal de prestar sus habilidades técnicas a programas de renovación urbana que reforzaban la segregación racial.[27] Cuando comenzó la reacción violenta a la renovación urbana, provocada por La muerte y la vida de las grandes ciudades estadounidenses de Jane Jacobs, los planificadores y diseñadores perdieron gran parte de su acceso a proyectos a gran escala, y aquellos que aún trabajaban para agencias públicas vieron disminuir su poder. Como argumenta Thomas Campanella, se convirtieron en cuidadores profesionales, “reactivos en lugar de proactivos, correctivos en lugar de preventivos, sujetos a reglas e incomunicados y cualquier cosa menos visionarios”.[28]

El movimiento ambiental impulsado por Silent Spring de Rachel Carson logró un gran éxito en la regulación de la contaminación, influyendo en la aprobación de la Ley Nacional de Política Ambiental (1970), la Ley de Agua Limpia (1972) y la creación de la Agencia de Protección Ambiental, pero fue menos exitoso en lograr un programa verdaderamente sostenible de uso de la tierra. Dicho de otra manera, tuvo una tremenda influencia sobre cómo vivimos, pero casi nada sobre dónde vivimos. Fue en esta época cuando Ian McHarg produjo el trabajo seminal que lo convertiría en el arquitecto paisajista más importante del último medio siglo. McHarg era una figura singular en el campo, un intelectual público que se mezclaba con personas como Margaret Mead, Julian Huxley y Loren Eiseley, moviéndose entre la academia (como presidente de arquitectura de paisaje en Penn), el gobierno (como asesor de las comisiones de la Casa Blanca, grupos de trabajo y juntas de política ambiental), y medios populares (como presentador del programa de CBS The House We Live In); y a través de estas actividades buscó colocar el diseño ambiental en el centro de la vida estadounidense. Su objetivo era reinventar casi todo sobre la disciplina de la arquitectura del paisaje: sus métodos de investigación, su alcance y escala de impacto, y su posición cultural y política. Por un breve momento, pareció que tendría éxito.

 

Ian McHarg. [Cortesía de los Architectural Archives de la Universidad de Pennsylvania]

 

En Design with Nature, McHarg presentó una nueva filosofía de la arquitectura del paisaje y un nuevo método analítico en el que se entiende un lugar al examinar y organizar sus datos ecológicos. Fue pionero en el modelo de “pastel de capas” que subyace en el marco de los Sistemas de Información Geográfica (SIG) que hoy domina el campo. En el centro de esta cosmovisión había una profunda fe en el positivismo: la filosofía de la ciencia que sostiene que la objetividad es posible, que el conocimiento se produce a través de la deducción empírica, y que a través de la observación científica aprendemos verdades generalizables sobre el mundo social y físico. McHarg creía que las habilidades de los arquitectos paisajistas eran especialmente adecuadas para este modo de análisis ambiental y, además, que racionalizar el proceso de diseño elevaría la profesión y le daría un “pasaporte a la relevancia y la utilidad social productiva”.[29] Los arquitectos paisajistas podrían convertirse en mapeadores consumados y sintetizadores de datos, utilizando sus habilidades de análisis y visualización para unirse a la creciente tecnocracia dentro del gobierno federal y ejerciendo el poder que vino con eso.

El positivismo de McHarg, con su hibris tecno-utópica, expandio el campo, abriendo nuevas oportunidades para la planificacion y analisis ambiental a escala territorial. Pero McHarg también estableció límites externos en ese campo expandido, prescribiendo ciertos métodos de análisis, modos específicos de operación e invención que aún definen nuestro trabajo, especialmente en el sector público. En su opinión, la arquitectura del paisaje debía ser un ejercicio de resolución de problemas, en el que la respuesta “correcta” esperaba ser descubierta.[30] Un tema persistente en los escritos de McHarg fue que los datos, especialmente Big Data, cambiarían las políticas para mejor, como si lo único que evitara que la humanidad disfrutara de una sociedad más justa, saludable y sostenible fuera la incapacidad de poner las estadísticas correctas en frente de las personas adecuadas.[31] Moa Carlsson ha rastreado el papel de McHarg en la proliferación de la arquitectura del paisaje basada en datos. Como escribe, él “vio la ecología como una ‘emancipación para la arquitectura del paisaje’ y la visualizó como ‘el único puente entre las ciencias naturales y las profesiones de planificación'”.[32] Apenas una década después del Design with Nature, los ecologistas tuvieron que lidiar con la política devolutiva de la era Reagan. Y en nuestro tiempo de desinformación armada, la fe de McHarg en la ciencia y la racionalidad parece pintoresca.[33]

Los arquitectos paisajistas aún no han tratado de manera significativa las consecuencias imprevistas de la filosofía racional de McHarg; con el hecho de que su legado tecnocrático dejaría el campo mal equipado para negociar las principales realineamientos culturales y políticos del neoliberalismo: el vaciamiento de los gobiernos en todos los niveles, la privatización de los servicios públicos y una creencia menguante en la capacidad de los gobiernos para provocar un gran cambio positivo.[34] A partir de la década de 1980, los urbanistas y diseñadores se vieron obligados a defender todo, desde el aire limpio hasta el transporte público y la educación pública a través de la lente estrecha de los análisis de costo-beneficio. La arquitectura de paisaje, una profesión pequeña y centrada en el cliente, sin presencia institucional o política real, se vio abrumada por el surgimiento de un movimiento antigubernamental y anticientífico entre los conservadores. A finales de siglo, la arquitectura de paisaje se había convertido una vez más en una empresa impulsada por proyectos, dependiente de los intereses privados de élite que ahora dan forma a la urbanización, incluso en espacios aparentemente públicos.[35]

En los puntos clave de la política política de la última década: Occupy Wall Street, las protestas de Standing Rock y, ahora, el Green New Deal, los arquitectos paisajistas han estado notablemente ausentes. Nuestro campo ha respondido al neoliberalismo con prácticas corporativas globales cada vez más grandes, una proliferación de firmas de diseño boutique y un retiro del servicio público. Hemos cedido la mayor parte del trabajo del gobierno a los ingenieros. Las sociedades profesionales han despolitizado aún más el campo, asegurando que los arquitectos paisajistas estén excluidos del proceso de formulación de políticas y limitados por los límites que impone.[36]

 

 

Diseñando un Green New Deal

Ahora nos enfrentamos a un nuevo cálculo. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU nos advierte que para evitar una catástrofe, las sociedades humanas tienen doce años para transformar por completo la forma en que usamos la energía y la tierra, haciendo cambios en una escala para la cual “no existe un precedente histórico documentado”.[37] Cualquiera que sea el campo de la arquitectura del paisaje, desde Olmsted hasta Hutcheson, desde McHarg hasta SCAPE, ahora debe ser otra cosa. Debe ser impulsado por los sistemas, debe abandonar la autoestima mesiánica y debe buscar la solidaridad y el compromiso con la izquierda resurgente, que se está uniendo en torno a la justicia ambiental y social. En los grandes proyectos políticos de nuestra generación, lograremos más de lo que podríamos mediante la administración apolítica.[38]

En el contexto estadounidense, eso significa que los diseñadores deberían alinearse detrás del Green New Deal, que es el único movimiento de personas que trabajan lo suficientemente rápido y piensan lo suficiente como para enfrentar la crisis climática.[39] Tal como se formula actualmente, el Green New Deal es un conjunto de posiciones riesgosas y ambiciosas, que implican la descarbonización de la economía, las inversiones nacionales en adaptación climática y una fusión de la política de la clase trabajadora y ambiental con un programa de justicia social. La representante Alexandria Ocasio-Cortez enmarcó su resolución del Congreso apoyando estos principios como una “Solicitud de Propuestas”. En otras palabras: “Hemos definido el alcance y hacia dónde queremos ir”, y ahora tenemos que identificar y colaborar en “proyectos”. (¡Habla el lenguaje de los arquitectos paisajistas!) Gran parte del desarrollo de políticas hasta ahora ha sido dirigido por Rhiana Gunn-Wright y sus colegas del grupo de expertos New Consensus. Pero su trabajo se centra necesariamente en estrategias económicas y políticas nacionales. Ninguna organización ha dado un paso adelante para articular la escala, el alcance y el ritmo extraordinarios del cambio de paisaje que está implícito.[40]

Por supuesto, una solicitud de propuestas no es un plan. Pero el New Deal de FDR tampoco era un plan; fue una serie de programas de improvisación, algunos de los cuales tuvieron éxito y otros no, y todos evolucionaron con el tiempo. Del mismo modo, el Green New Deal es una inversión generacional en planificación y diseño que transformará radicalmente el panorama social y físico de los Estados Unidos. Es la idea de diseño más grande en un siglo.

Y está sucediendo sin nosotros. En febrero de 2018, planteé este punto a una audiencia de aproximadamente mil arquitectos paisajistas profesionales en una conferencia en Atlantic City. En el salón de baile teñido de humo de un casino, en una ciudad devastada por Donald Trump, en una isla de barrera que pronto será borrada, cerré mi discurso señalando el respaldo del Green New Deal por parte del Instituto Americano de Arquitectos (ningún grupo de radicales, eso). Pregunté cuándo la ASLA podría seguir su ejemplo. No me di cuenta de que el presidente de la sociedad, Shawn Kelly, estaba en la audiencia, y no esperaba que usara sus breves comentarios al día siguiente para menospreciar tanto a “ese plan verde” como a mí personalmente por plantear el problema. Kelly me llamó un “gruñón” que no entiende cómo funciona la política nacional.

Eso no impidió que los miembros presionaran a los líderes para que emitan una declaración sobre el Green New Deal unos días después, aunque sea una resolución tibia y no vinculante que contenga “varias recomendaciones sobre cuestiones sociales y económicas que están más allá del alcance del mandato de la Sociedad y políticas existentes, asuntos sobre los cuales no podemos tomar una posición formal ”, lo que decepcionó a los proponentes incluso cuando enfureció a algunos miembros más conservadores.[41] Permítanme decir que, como un gruñón que tiene al menos una leve idea sobre cómo funciona la política, los arquitectos paisajistas deben estar formando coaliciones con no diseñadores en el movimiento climático si queremos participar profesionalmente en el proyecto histórico mundial de abordar los impactos del cambio climático.

Pero la resolución no es realmente el punto. Comencé este ensayo sugiriendo que si los arquitectos paisajistas desean rehacer el mundo, primero debemos reconstituir nuestra disciplina como algo más que una empresa orientada al cliente. Eso resuena con un artículo reciente de la editora de Places, Nancy Levinson, en el que pregunta cómo los diseñadores pueden “contribuir a una realineación de la política, una revitalización del servicio público y un compromiso renovado con la gestión de proyectos de la nación”.[42] La respuesta es mirarnos a la cara. Podemos comenzar donde dejó el New Deal de FDR, y donde el Green New Deal aún no se ha definido, revitalizando la constelación de agencias alfabéticas dedicadas al diseño y la gestión del entorno construido. Los líderes políticos expondrán los trazos generales: inversiones en investigación de energía limpia, una nueva política industrial federal, gasto público para la adaptación climática en comunidades vulnerables. Pero los arquitectos paisajistas están en condiciones de realizar los proyectos necesarios para el Green New Deal: la creación de una red inteligente distribuida y una red ferroviaria de alta velocidad, la adaptación de ciudades vulnerables con infraestructura verde y la retirada gestionada de las zonas costeras y desérticas —y argumentar que el éxito dependerá de nuestra capacidad para planificar, diseñar y administrar transformaciones radicales. Es necesario el renacimiento de una burocracia activista del diseño federal para el éxito de un New Deal verde. También presenta una oportunidad única para crear modelos alternativos de práctica en arquitectura del paisaje.

En un grado significativo, esta burocracia de diseño ya está en su lugar; solo necesita un mandato mayor y más fondos, y más de nosotros, arquitectos paisajistas, encontrando nuestro camino al servicio público. Las palancas de poder existentes incluyen la Autoridad del Valle de Tennessee y el Servicio de Servicios Rurales, las principales agencias encargadas de construir y mantener servicios de electricidad, agua y telecomunicaciones en comunidades no atendidas por los mercados y la industria privada. También contamos con el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE. UU., La Oficina de Administración de Tierras (BLM) y la Comisión Reguladora Federal de Energía, que están equipados con misiones a escala nacional para transformar el entorno construido. El Cuerpo de Ejército opera importantes infraestructuras a lo largo de las costas estadounidenses y las vías navegables interiores y podría ser responsable del desarrollo de una estrategia nacional de adaptación. Del mismo modo, el BLM podría supervisar un plan nacional de conservación que ubique la mitad de la tierra del país en áreas protegidas —siguiendo la lógica de la propuesta de E. O. Wilson Half-Earth.[43] FERC podría supervisar una reconstrucción radical de la red nacional como una red distribuida de infraestructura de generación, transmisión y almacenamiento de energía limpia, liderada por cooperativas locales de energía.[44] También podríamos imaginar una misión de obras públicas más fuerte dentro de la Comisión Regional de los Apalaches y la Autoridad Regional del Delta, los canales principales a través de los cuales las inversiones federales se canalizan a estas regiones de escasos recursos. Ya existen como organizaciones de planificación de facto. Solo necesitamos visiones alternativas sobre cómo usarlas de manera que promuevan las ambiciones sociales y espaciales del Green New Deal.

Y podemos imaginar revivir las agencias que se disolvieron cuando la coalición New Deal colapsó. Una Administración de Reasentamiento del siglo XXI administraría la migración interna, desestructurando los lugares que perderemos por el cambio climático y construyendo nuevas comunidades para absorber la próxima ola de refugiados climáticos. Un Cuerpo de Conservación Civil restaurado y la Administración de Progreso de Obras serían conductos para una garantía federal de empleos, poniendo a millones a trabajar construyendo una red nacional de techos verdes e infraestructura verde, y reparando cada paisaje tóxico en el país. Una nueva Administración de Servicios Agrícolas gestionará la rápida transformación de nuestro sistema agrícola, a medida que los cambios en la precipitación y la temperatura desplacen las tierras agrícolas viables del Sureste y Medio Oeste a las Grandes Llanuras y el Noroeste Pacífico. También podríamos revivir los programas de la era del New Deal en escritura, fotografía y otras artes documentales, para ayudar a la nación a hacer frente a la agitación y la pérdida. Y necesitaremos nuevas autoridades locales, similares al ARC y al DRA, pero en otras áreas del país, especialmente a lo largo de la costa del Golfo y en las Grandes Llanuras. Crear y operar estos instrumentos gerenciales es un trabajo que los arquitectos paisajistas pueden hacer bien. Pero tenemos que apoyarnos en el Green New Deal, y no ceder ese espacio a la multitud habitual de tecnócratas (economistas, ingenieros, planificadores y algunos arquitectos) que competirán por los roles gerenciales.

Eso significa que nuestras sociedades profesionales necesitan encontrar formas de capacitar a una generación creciente de arquitectos paisajistas para carreras en el servicio público, o, como nos han demostrado los organizadores detrás de The Architecture Lobby, necesitaremos construir nuevas instituciones. A partir de mañana, la ASLA y la Landscape Architecture Foundation podrían ofrecer premios y becas para diseñadores dedicados al trabajo burocrático y político, como lo hacen por la excelencia en la práctica privada. Podrían argumentar que los espacios e infraestructuras verdaderamente públicos están financiados por impuestos y administrados por gobiernos, no por socios corporativos o la clase de donantes. Necesitamos desmantelar las filosofías del neoliberalismo y el filantrocapitalismo que sustentan muchos proyectos de desarrollo urbano, y retirar el apoyo a las nuevas empresas tecnológicas urbanas disruptivas. Como escribe Levinson, “los autodenominados agentes de cambio no solo no están dispuestos a impulsar acciones significativas que puedan amenazar los sistemas que les han permitido acumular una gran riqueza; a menudo han causado o contribuido a los mismos problemas que dicen resolver. El modus operandi no es la reforma estructural sino la generosidad personal. La arena no es la política electoral sino el libre mercado. El ethos es el patrocinio y el voluntariado”.[45] Demasiados líderes en nuestro campo ocupan posiciones de increíble poder y prestigio, mientras mantienen que deben sacar lo mejor de un mal sistema. Pero no podemos contentarnos simplemente con reducir la brecha entre nuestros ideales y nuestra realidad. La política del diseño pertenece al centro de la arquitectura del paisaje, y nuestras instituciones tienen la obligación de hacer más.

Los educadores también tienen la responsabilidad única de cambiar la cultura de la profesión. Los estudiantes que deseen llenar los rangos de la nueva burocracia de diseño necesitan cursos en administración pública y finanzas, teoría política y organización comunitaria. Podemos ofrecer becas y premios por logros de interés público y otorgar créditos de pasantía por trabajar con campañas políticas u organizaciones comunitarias. Y podemos reconocer, a través de nuestros programas públicos, nuestra beca y otros aspectos de la educación del diseño fuera del estudio, el momento extraordinario en el que nos encontramos, nuestra complicidad para crearlo y nuestra responsabilidad de desarrollar alternativas.

Cualquiera sea la forma que adopte el Green New Deal, se realizará y comprenderá a través de edificios, paisajes y otras obras públicas. Los arquitectos paisajistas tienen conocimientos y habilidades, desde gestión ecológica hasta análisis de sistemas, mapeo y visualización, que son esenciales para ese proyecto. Ahora es nuestra oportunidad de volver a institucionalizar la experiencia en diseño en el gobierno y, al mismo tiempo, romper el dominio del neoliberalismo que ha socavado las ambiciones de la arquitectura del paisaje. Empecemos.[46]

 

 


Gracias a Frederick Steiner, Richard Weller, Karen M’Closkey, Kian Goh, Sean Burkholder y Daniel Aldana Cohen, quienes ofrecieron comentarios invaluables sobre borradores anteriores de este ensayo. También estoy agradecido con Ananya Roy, Melany De La Cruz-Viesca, Laure Murat, Abel Valenzuela y sus colegas de la UCLA por invitarme a comenzar a trabajar estas ideas para una conferencia en noviembre de 2017. Finalmente, no puedo agradecer lo suficiente a Josh Wallaert, Nancy Levinson y sus colegas de Places Journal por sus generosos comentarios, tiempo y energía, sin los cuales este ensayo nunca hubiera sido posible.


 

Notas

  1. “Estamos entrando en la era de la arquitectura del paisaje”, dijo Barbara Deutsch, directora ejecutiva de la Landscape Architecture Foundation, en la cumbre de 2016 en Filadelfia, que condujo a la publicación de la Declaración del nuevo paisaje, que sintetizó las discusiones entre los arquitectos paisajistas sobre el futuro del campo. (La cumbre marcó el 50 aniversario de la “Declaración de preocupación” original.) En una introducción al libro resultante, Richard Weller escribió: “Nos encontramos en una posición histórica y culturalmente importante … [como] los ingenieros lideraron el siglo XIX, arquitectos el XX, y este es nuestro momento “. Kelly Shannon utilizó su declaración para enmarcar la arquitectura del paisaje como “una necesidad cada vez más urgente”, y más tarde organizó una conferencia sobre ese tema en la Universidad del Sur de California. Lea Weller y Shannon (y muchos otros) en The Landscape Architecture Foundation, The New Landscape Declaration: A Call to Action for the Twenty-First Century (Rare Bird Books, 2017). [Esta nota fue editada después de la publicación para aclarar que The New Landscape Declaration fue emitida después de la cumbre.]
  2. Para un excelente perfil de Dieter Rams, ver Alexandra Lange, “Lo que hemos aprendido de Dieter Rams y lo que hemos ignorado”, The New Yorker, 28 de noviembre de 2018. Los arquitectos paisajistas ahora son comisionados regularmente para público de alto perfil. obras que, en generaciones anteriores, eran dominio de arquitectos. Eso incluye la High Line de Corner (“Arquitectos paisajistas, ya no son doncellas”, dijo Lange) y la Plaza Pública de Woltz (descrita por Shannon Mattern, en su ensayo definitivo sobre Hudson Yards, como “un desafío extraordinario … [que] debe unir las edificios y negociar grandes disparidades en escala). Ver Lange, “Lecciones del High Line”, Design Observer, 31 de octubre de 2011; y Mattern, “Ciudad instrumental: la vista desde Hudson Yards, circa 2019”, Places Journal, abril de 2016, https://doi.org/10.22269/160426. Para una crítica más reciente de cómo la arquitectura, el paisaje y el neoliberalismo convergen en Hudson Yards, no se pierda Kate Wagner, “Fuck the Vessel”, The Baffler, 21 de marzo de 2019. Otros proyectos de paisaje tratados como canon contemporáneo incluyen la ciudad de Nueva York Bryant Park (OLIN) y Brooklyn Bridge Park (MVVA) y el Lurie Garden de Chicago en Millennium Park (Gustafson Guthrie Nichol), todos espacios urbanos de lujo producidos en ciudades de importancia mundial a un costo público enorme. Para una descripción maravillosa de la práctica actual, vea Brian Davis y Thomas Oles, “From Architecture to Landscape”, Places Journal, octubre de 2014, https://doi.org/10.22269/141013.
  3. Me siento obligado a notar que estoy extremadamente preocupado por el encuadre, la narración y las conclusiones del libro de Wallace-Wells. Una consecuencia del analfabetismo climático en muchas grandes compañías de medios es que lo poco que publican sobre el tema es hiper-apocalíptico. (Las historias más precisas y matizadas sobre el cambio climático no reciben clics ni calificaciones). Pero puede ser una profecía autocumplida asustar intencionalmente a la gente y tratar nuestra ruina colectiva como inevitable. Este es precisamente el tipo de libro que esperaría de un escritor nuevo en este tema y un ecosistema de medios fundamentalmente no equipado para abordar la ciencia y la política climática. Un buen informe debe ayudar a los lectores a visualizar futuros alternativos (como los arquitectos paisajistas están capacitados para hacerlo). Ver Richard Campanella, “How Humans Sank New Orleans”, The Atlantic, 6 de febrero de 2018; Neena Satija, Kiah Collier, Al Shaw y Jeff Larson, “La tormenta perfecta de Houston”, The Atlantic, 4 de marzo de 2016; y Kate Wagner, “El palacio y la tormenta”, The Baffler, 23 de octubre de 2018.
  4. Design with nature (Doubleday, 1969) sigue siendo el libro más vendido en arquitectura del paisaje y a menudo se coloca junto a Silent Spring de Rachel Carson (Houghton Mifflin, 1962) como uno de los textos más importantes del movimiento ecologista de la década de 1960. También es uno de los pocos arquitectos paisajistas lo suficientemente famosos como para obtener un obituario en The New York Times. [Esta nota final se corrigió después de la publicación para indicar que no era el único arquitecto paisajista en recibir un obituario de NYT, como se informó originalmente.]
  5. Ver Erle C. Ellis, “La ciencia sola no salvará la Tierra. La gente tiene que hacer eso ”, The New York Times, 11 de agosto de 2018; y An Ecomodernist Manifesto (2015), un artículo de posición muy publicitado del The Breakthrough Institute que incluye a Ellis entre sus cofirmantes. Argumenta que un “buen Antropoceno” implica un desacoplamiento intencional de las actividades humanas y el mundo natural, lo que requerirá transformaciones sociales, económicas y tecnológicas en el lugar donde vivimos, cómo vivimos y cómo usamos la tierra. En este sentido, pertenece al campo de los tecno-utópicos que nos harán creer que la innovación y la inventiva, en lugar del cambio de comportamiento y político, son la salida de la crisis climática. Considero que el razonamiento es increíblemente preocupante, especialmente porque lo adoptan los educadores de diseño y los profesionales que cooptan los mitos de Silicon Valley que están cada vez más expuestos como fraudulentos.
  6. Richard Weller, “¿Mayordomía ahora? Reflexiones sobre la razón de ser de la arquitectura del paisaje en el siglo XXI”, Landscape Journal 33 (2): 85-108, https://doi.org/10.3368/lj.33.2.85.
  7. Durante la administración de Obama, trabajé en la Oficina de Asuntos Urbanos y Oportunidades Económicas del Consejo de Política Nacional de la Casa Blanca, donde ayudé a coordinar los programas de subvenciones entre agencias, la reglamentación y las revisiones regulatorias, y los esfuerzos de colaboración en torno a la vivienda, el desarrollo urbano y la política ambiental. Allí conocí a Ezra Levin y Leah Greenberg, que ahora son codirectores del equipo detrás del movimiento Indivisible. Fui coautor de The Indivisible Guide (2016) y pasé gran parte del año siguiente ayudando a establecer Indivisible como una organización política viable y ahora inmensamente poderosa. Esas experiencias moldearon mi forma de pensar sobre el diseño, y especialmente su ausencia de la vida política y cívica de este país.
  8. Esta descripción de Rebuild by Design se encuentra en el informe de la Iniciativa Especial para la Recuperación y Resiliencia de la Ciudad de Nueva York, “Una Nueva York más fuerte y resistente” (2013). La reconstrucción fue un modelo para la práctica de la administración Obama de asociarse con gobiernos locales y organizaciones filantrópicas en proyectos financiados y administrados conjuntamente, particularmente en los ámbitos del diseño y la política de desastres. En este caso, la Fundación Rockefeller y el HUD lideraron el programa, mientras que la investigación de la competencia fue dirigida por Eric Klinenberg del Instituto de Conocimiento Público de la Universidad de Nueva York, y la Asociación del Plan Regional, la Sociedad Municipal de Arte, y El Instituto Van Alen. Cerca de otras 200 agencias gubernamentales y más de 500 organizaciones comunitarias participaron en la reconstrucción e informaron directamente al Huracán Sandy Task Force, creado por el presidente Obama para supervisar los esfuerzos de recuperación regional más amplios.
  9. Esto también fue un sello distintivo del estilo de política de la administración Obama. Un ejemplo de alto perfil es el programa educativo “Carrera hacia la cima”, que proporcionó subvenciones relativamente pequeñas a los estados y distritos que encontraron formas creativas de perseguir una agenda de reformas. Este enfoque competitivo y neoliberal fue ampliamente criticado por los sindicatos de docentes, la NAACP, la Urban League y muchos otros defensores de la educación pública. Ver Michele McNeil, “Los Grupos de Derechos Civiles piden una nueva agenda federal de educación”, Semana de la Educación, 26 de julio de 2010; y Seyward Darby, “La agenda de educación de Obama no es anti-minoría”, The New Republic, 27 de julio de 2010.
  10. Para una visión general del régimen federal de recuperación de desastres en los Estados Unidos, ver Robert Olshansky y Laurie Johnson, Clear as Mud: Planning for the Rebuilding of New Orleans (Routledge, 2010); Jaimie Hicks Masterson, et al., Planning for Community Resilience: A Handbook for Reducing Vulnerability to Disasters (Island Press, 2014); Karl Kim y Robert Olshansky, editores invitados, “Planning for Disaster Recovery”, número especial del Journal of the American Planning Association 80 (4); y Liz Koslov, “The Case for Retreat”, Public Culture 28 (2): 359-87, https://doi.org/10.1215/08992363-3427487. La recuperación de desastres ha seguido las tendencias más amplias de privatización y “reinvención del gobierno”, popularizada por Reagan e implementada bajo Clinton. Para más información sobre la privatización de la recuperación ante desastres, ver Kevin Fox Gothan y Miriam Greenberg, Crisis Cities: Disaster and Redevelopment in New York and New Orleans, (Oxford University Press, 2014); y Naomi Klein, The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism (Picador, 2008).
  11. Declaración de interés: Penn’s Weitzman School of Design, que estaba en el equipo de Lifelines, es mi hogar profesional (como director del Centro McHarg) y uno de los socios académicos de Places Journal.
  12. Jeff Goodell, “¿Se puede salvar Nueva York en la era del calentamiento global?”, Rolling Stone, 5 de julio de 2016; Bill de Blasio, “Mi nuevo plan para proteger el clima del Bajo Manhattan”, New York Magazine, 13 de marzo de 2019; Joseph Hanania, “Para salvar East River Park, la ciudad intenta enterrarlo”, The New York Times, 18 de enero de 2019; y Zach Webb, “Un desastre desigual: preguntas y respuestas con Ashley Dawson”, The Baffler, 15 de septiembre de 2017.
  13. La Fundación Rockefeller ha financiado varios informes, eventos y un libro, que generalmente han sido exuberantes sobre los éxitos de Rebuild by Design, mientras que minimizan las deficiencias reconocidas. Consulte Reconstruir por diseño (2015) [PDF], y evaluaciones de programas realizadas por el Urban Institute, “Evaluación: Reconstruir por diseño Fase 1” (junio de 2014) [PDF] y “Evaluación preliminar de resultados” (diciembre de 2016) [PDF]. Entre las mejores críticas independientes, ver Robert Lewis, “Por qué la barrera de tormentas” La Gran U “podría terminar como” Media J “”, WNYC, 27 de octubre de 2017; y Kian Goh, “Flows in Formation: The Global-Urban Networks of Climate Change Adaptation”, Urban Studies 10 (1): 1-19, https://doi.org/10.1177/0042098018807306.
  14. Las perspectivas para este proyecto innovador no están claras. Las ostras ya no se encuentran en la zona costera frente a la costa sur de Staten Island, y nadie sabe si los arrecifes pueden atraer suficientes ostras para crecer verticalmente a medida que aumenta el nivel del mar, lo que será clave para cumplir la promesa de protección costera. El rápido aumento de la acidez del océano también es una amenaza. Para obtener más información sobre la relación entre el cambio climático, la acidez y el colapso de la población de mariscos, lea Richard A. Feely, et al., “Resumen científico de la acidificación de los océanos en las aguas marinas del estado de Washington: Panel de la Cinta Azul de la Iniciativa de mariscos de Washington”, Informe especial de la NOAA ( Noviembre de 2012) [PDF]; Nina Bednarsek et al., “Disolución extensa de pterópodos vivos en el Océano Austral”, Nature Geoscience 5 (2012): 881-85, https://doi.org/10.1038/ngeo1635; Anaelle Lemasson, et al., “Vinculación de los impactos biológicos de la acidificación de los océanos en las ostras con los cambios en los servicios de los ecosistemas: una revisión”, Journal of Experimental Marine Biology and Ecology, 492 (2017): 49-62, https: // doi. org / 10.1016 / j.jembe.2017.01.019; George Waldbusser, et al., “Tasas de disolución de conchas de ostras en aguas estuarinas: efectos del pH y el legado de conchas”, Journal of Shellfish Research, 30 (3): 659-69, https://doi.org/10.2983/035.030. 0308; y Trevor Branch, et al., “Impacts of Ocean Acidification on Marine Seafood”, Trends in Ecology & Evolution, 28 (3): 178-86, https://doi.org/10.1016/j.tree.2012.10.001 .
  15. El informe de SIRR, “Una Nueva York más fuerte y resistente” (véase la nota 8) describe “un sistema integrado de proyectos costeros discretos que, juntos, constituirían los elementos de un enfoque de múltiples capas [que] también incluye medidas de resiliencia para edificios y protecciones para infraestructura crítica “. En la práctica, esto significa construir varios cientos de pequeños proyectos de ingeniería costera: diques, mamparos, diques, costas vivas, mejorar la nutrición de las playas, las puertas de las mareas y otras formas de protección estructural y no estructural. Por lo tanto, el plan apuesta por la capacidad de la ciudad para mantener el agua fuera, siguiendo lo que el arquitecto paisajista Jack Ahern describe como una mentalidad “a prueba de fallas”. Ver Ahern, “De a prueba de fallas a seguridad de fallas: sostenibilidad y resiliencia en el nuevo mundo urbano”, Landscape and Urban Planning 100 (4): 341-43, https://doi.org/10.1016/j. landurbplan.2011.02.021. Dos de las principales diferencias entre el enfoque SIRR y Rebuild by Design son (a) SIRR propone un enfoque de adaptación basado en sistemas (aunque muy defectuoso), mientras que RBD se enfoca en proyectos únicos y espera que sean replicados (¡de alguna manera!) a mayor escala; y (b) SIRR propone una infraestructura dura monofuncional mientras que RBD intenta construir una infraestructura verde y gris multifuncional.
  16. En particular, Resilient by Design carecía de un mecanismo de financiación para el desarrollo y construcción de proyectos. Los diseños estaban destinados a inspirar apoyo público y financiación, lo que aún no ha sucedido. Ver John King, “Para un mundo de aumento del nivel del mar, un escaparate de soluciones propuestas”, San Francisco Chronicle, 12 de septiembre de 2018.
  17. En entrevistas con más de 30 diseñadores, líderes de la comunidad y administradores directamente involucrados en Rebuild by Design, una opinión se compartió casi universalmente: que la estructura de una competencia obligó a los equipos, de diseñadores en un extremo y organizaciones comunitarias en el otro, a invertir cantidades increíbles de tiempo y energía para un proceso que no garantizaba que produjera nada para ellos. Esto resultó aceptable para las empresas de diseño, quienes lo vieron como una oportunidad de desarrollo comercial y estaban felices de perder en Rebuild by Design si conducía a comisiones más grandes y más lucrativas. Pero para las comunidades en cuestión, el Lower East Side, Hunts Point y partes de Staten Island, fue visto como una instancia más de explotación, en la que algunos de los residentes más vulnerables de la ciudad invirtieron esperanzas en un proceso de planificación que produjo poco , en su caso, mejora material. Vea más en mi próximo libro Drowning America: The Nature and Politics of Adaptation (Penn Press, esperado 2020).
  18. Ameena Walker, “Iniciativa de vivienda asequible de Bill de Blasio, en su defecto para los neoyorquinos de bajos ingresos, dice el informe”, Curbed, 16 de septiembre de 2017.
  19. Christopher Flavelle, “El programa de resiliencia climática de Rockefeller dijo estar en peligro”, Bloomberg, 28 de marzo de 2019.
  20. Para una encuesta sobre el papel de los arquitectos paisajistas y diseñadores en el New Deal, ver Phoebe Cutler, The Public Landscape of the New Deal (New Haven: Yale University Press, 1985). Para más información sobre las orientaciones apolíticas del diseño, consulte Daniel M. Abramson, Arindam Dutta, Timothy Hyde y Jonathan Massey (Agregado), Gobernando por diseño: arquitectura, economía y política en el siglo XX (University of Pittsburgh Press, 2012) ; y Damian White, “Just Transitions / Design for Transitions: Preliminary Notes on a Design Politics for a Green New Deal”, Capitalism Nature Socialism (2019): 1-20, https://doi.org/10.1080/10455752.2019.1583762.
  21. Existe una extensa beca sobre Frederick Law Olmsted por parte de historiadores y críticos urbanos y ambientales. Para empezar, ver Thomas Fisher, “Frederick Law Olmsted y la Campaña por la Salud Pública”, Places Journal, noviembre de 2010, https://doi.org/10.22269/101115; y Witold Rybczynski, Un claro en la distancia: Frederick Law Olmsted y América en el siglo XIX (Nueva York: Scribner, 2005).
  22. Cabe señalar que los principios fundacionales de ese sistema federal de conservación ahora están en disputa. Aunque el cineasta Ken Burns ha postulado que los parques nacionales fueron quizás la mejor idea en la historia de Estados Unidos, los científicos ahora cuestionan la conveniencia de la “conservación de la fortaleza”, o la limitación de las tierras silvestres protegidas, en lugar de integrarlas en áreas residenciales. Además, los historiadores (blancos) acaban de comenzar a considerar las formas en que la conservación de la tierra está implicada en el despojo violento de los pueblos indígenas.
  23. Theodore Eisenman, “Frederick Law Olmsted, Infraestructura verde y la ciudad en evolución”, Journal of Planning History, 12 (4): 287-311, https://doi.org/10.1177/1538513212474227.
  24. Garrett Dash Nelson, “Caminando y hablando a través de caminatas y conversaciones: viajando en el paisaje inglés con Frederick Law Olmsted, 1850 y 2011”, Journal of Historical Geography, 48 (2015): 47-57.
  25. Frederick Law Olmsted, “El valle de Yosemite y los grandes árboles de Mariposa: un informe preliminar (1865)”, Landscape Architecture 43 (1952): 12-13.
  26. Cutler describe esto como una era expansiva para los arquitectos paisajistas, que canalizó a cientos de jóvenes diseñadores al servicio civil. Su trabajo varió desde desarrollar sus propios planes y proyectos hasta servir como gerentes de proyecto en sitios más grandes y complejos desarrollados para la Autoridad del Valle de Tennessee y la Administración de Reasentamiento. Es importante destacar que este trabajo fue en gran parte gerencial; arquitectos paisajistas en estaciones burocráticas relativamente anónimas supervisaron una porción significativa de los proyectos de obras públicas entregados en esta era.
  27. Charles Waldheim y otros defensores contemporáneos de la teoría del urbanismo paisajístico han intentado reinterpretar algunos trabajos del período de renovación urbana, en busca de restos de redimibilidad en proyectos como Lafayette Park (Detroit) que surgieron a través de la limpieza de barrios marginales y las prácticas de línea roja. Aunque Waldheim afirma, sin citar, que Lafayette Park estaba destinado a ser (y hasta el día de hoy sigue siendo) una comunidad de ingresos mixtos y raza mixta, sus argumentos son fundamentalmente sociales. Dependen de las afirmaciones de que Lafayette Park anticipó la expansión post-fordista y posterior a la Segunda Guerra Mundial y, por lo tanto, es un modelo para patrones de desarrollo dispersos en otras partes de los Estados Unidos, proporcionando “viviendas en la ciudad central a un grupo de residentes de clase media con las comodidades percibidas de afueras.” Lea más en el capítulo 6 de Waldheim, Paisaje como urbanismo (Princeton: Princeton University Press, 2016). Pero tenga en cuenta: el vecindario de Lafayette Park es 2.5 más blanco que el promedio de Detroit, los residentes ganan 1.4 veces más; y el nivel educativo es 2.5 veces mayor.
  28. Thomas Campanella, “Jane Jacobs y la muerte y la vida de la planificación estadounidense”, Places Journal, abril de 2011, https://doi.org/10.22269/110425. Campanella no está solo en su evaluación del legado de Jacobs. Katherine Einstein y sus colegas de la Universidad de Boston analizaron las actas de casi 100 reuniones de planificación y zonificación de la construcción de nuevas viviendas en Massachusetts. Descubrieron que tanto los funcionarios elegidos como los designados probablemente tratarían las reuniones públicas como la única fuente de aportes de la comunidad en su proceso de toma de decisiones, y que los participantes en esas reuniones eran desproporcionadamente “residentes mayores, hombres, veteranos, votantes en las elecciones locales, y propietarios de viviendas “, que” se oponen abrumadoramente a la construcción de nuevas viviendas “, a menudo en múltiples reuniones. Ver Katherine Levine Eastman, Maxwell Palmer y David M. Glick, “¿Quién participa en el gobierno local? Evidencia del acta de la reunión ”, Perspectives on Politics 17 (1): 28-46, https://doi.org/10.1017/S153759271800213X.
  29. Ian McHarg, “Un método ecológico para la arquitectura del paisaje”, Landscape Architecture, 57 (2): 105-07.
  30. Susan Herrington, “La naturaleza de la ciencia de Ian McHarg”, Landscape Journal, 29 (1): 1-20, https://doi.org/10.3368/lj.29.1.1. Para más información sobre la filosofía de diseño de McHarg y su recepción, vea Frederick Steiner, “Ponga verde la tierra, restaure la tierra, sane la tierra”, en Frederick Steiner, Richard Weller, Karen M’Closkey y Billy Fleming, Eds., Design with Nature Ahora (Lincoln Institute of Land Policy Press, 2019); y Richard Weller y Billy Fleming, “¿Ha fallado la arquitectura del paisaje?” The Dirt, 23 de marzo de 2016.
  31. Para obtener más información sobre la fetichización contemporánea de Big Data y la toma de decisiones, lea “Databodies in Codespace” de Shannon Mattern, Places Journal, abril de 2018, https://doi.org/10.22269/180417; y Shannon Mattern, “Metodolatría y el arte de la medida”, noviembre de 2013, https://doi.org/10.22269/131105.
  32. Moa Karolina Carlsson, “Agencia de pensamiento y humanos de sistemas de diseño ambiental: Método ecológico de McHarg y Experimento de educación interdisciplinaria de Steinitz y Rogers”, Landscape Journal, 37 (1): 37-52. Ella cita a McHarg, “Un método ecológico”, https://doi.org/10.3368/lj.36.2.37.
  33. Carlo Florenzi, “Nunca se fue”, Jacobin, 4 de marzo de 2018.
  34. A medida que nos acercamos al 50 aniversario de Design with Nature, podemos ver el último medio siglo de la arquitectura del paisaje como una respuesta a McHarg y sus métodos. Su filosofía inspiró a los adherentes pero también a la revuelta, parte de un patrón cíclico más amplio en la arquitectura del paisaje, ya que el péndulo oscila entre un énfasis en la ciencia y el arte, la sostenibilidad y la belleza, el impacto social y el valor intrínseco. James Corner articuló las motivaciones detrás de la revuelta actual, quejándose de que “la arquitectura del paisaje contemporáneo [bajo la influencia de McHarg] se ha basado más en modos de ecología objetivistas e instrumentales, mientras que la creatividad del diseño se ha reducido con demasiada frecuencia a dimensiones de resolución de problemas ambientales y apariencia estética. . ” Muchos profesionales se sienten sofocados por las nociones de optimización y aptitud defendidas por McHarg, y han tratado de centrar el diseño, en lugar de la planificación, dentro de la práctica de la arquitectura del paisaje. Ver Corner, “Ecología y paisaje como agentes de creatividad”, en George Thompson y Frederick Steiner, Eds., Diseño y planificación ecológica (Wiley, 1997), 80-108.
  35. La privatización de los servicios públicos y el espacio público es fundamental para el dilema de la arquitectura del paisaje contemporáneo, ya que las posiciones retóricas de los diseñadores sobre la justicia y el clima a menudo están en desacuerdo con los intereses financieros y políticos que guían el desarrollo urbano en los Estados Unidos. James Corner, en Landscape Urbanism: A Manual for the Machinic Landscape, Ed. Mohsen Mostafavi y Ciro Najle (AA, 2003), argumentan que el ámbito central del urbanismo paisajístico es reclamar influencia estructural sobre los proyectos. (Parafraseado en Richard Weller, “Landscape (Sub) urbanism in Theory and Practice”, Landscape Journal 27 (2): 247-67.) Implícito en este reclamo estructural es un abandono de los otros procesos en los que la arquitectura del paisaje una vez se ejerció, tales como la política ambiental, los movimientos sociales y ambientales y la planificación a gran escala. Al litigar con éxito su posición, Corner y otros urbanistas paisajistas han alejado a la profesión del énfasis de McHargian en la política, la política y la planificación; y hacia un enfoque en la representación, la fenomenología y un modo silencioso de práctica organizado en torno a proyectos y clientes.
  36. El compromiso político de la Sociedad Estadounidense de Arquitectos Paisajistas suele ser bipartidista, lo que lo hace discutible. La sociedad tiende a tomar posiciones sobre los proyectos de ley que ya están garantizados para pasar por el Congreso: legislación completa sobre calles e infraestructura, fondos de conservación en el Proyecto de Ley Agrícola, etc. En asuntos donde ASLA tiene la oportunidad de tomar posiciones más arriesgadas y potencialmente más significativas, la sociedad generalmente expresa ambivalencia. A continuación, presento el ejemplo reciente de una declaración débil sobre el New Deal verde.
  37. Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, “Calentamiento global de 1.5 ° C”, informe especial, octubre de 2018. Para una explicación clara del Green New Deal en el contexto del informe del IPCC, lea David Roberts, “The Green New Deal, Explained, “Vox, 21 de diciembre de 2018, actualizado el 30 de marzo de 2019; y David Roberts, “Esto es una emergencia, maldita sea”, Vox, 23 de febrero de 2019.
  38. En una mesa redonda digital, el Centro McHarg comenzó a recopilar ideas sobre diseño y activismo en 2018. Dos comentarios parecen particularmente relevantes aquí. Kian Goh escribe: “Los diseñadores deben ir más allá de la simple alianza con los movimientos sociales y ser cómplices del cambio. Esta es una propuesta espinosa para profesiones que a menudo son cómplices de instituciones de poder político y capital. [Pero] los diseñadores deben estar en movimientos, tomar en serio las teorías del cambio social, aprender de y ser parte de la organización política “. Su colega en la UCLA, Ananya Roy, argumenta que “la planificación urbana, el diseño urbano y la arquitectura a menudo están convenientemente alejados de temas tan desagradables”. La prisa por despolitizar la arquitectura del paisaje, que estimuló las innovaciones en la representación y los métodos, también cortó las conexiones entre la profesión y los residentes y activistas de la comunidad a la que siempre ha aspirado a servir. El texto completo de sus contribuciones, y otros, se puede leer en línea.
  39. Para la escritura más interesante sobre este tema hasta la fecha, lea Kate Aronoff, “Con un New Deal verde, así es cómo podría verse el mundo para la próxima generación”, The Intercept, 5 de diciembre de 2018; Daniel Aldana Cohen, “Un nuevo acuerdo verde para la vivienda”, Jacobin, 8 de febrero de 2019; y Greg Carlock y Julian Brave Noisecat, “¿Cuál es tu nuevo negocio verde?” Crooked Media, 6 de febrero de 2019.
  40. Vea el hilo de Twitter de Ocasio-Cortez el 10 de febrero de 2019, invocando el marco de una “solicitud de propuestas”. Hasta la fecha, solo dos organizaciones han desarrollado algo parecido a un marco o análisis de alcance para desarrollar aún más el New Deal Verde. Uno es New Consensus, que aconsejó a Alexandria Ocasio-Cortez sobre la resolución que presentó en la Cámara. Rhiana Gunn-Wright y Robert Hockett representan mejor su trabajo, “The Green New Deal: Mobilizing for a Just Prosperous and Sustainable Economy” (febrero de 2019) [PDF]. Consulte el sitio web del nuevo consenso para obtener actualizaciones. La otra organización que está haciendo un buen trabajo es Data Progress, el grupo de expertos progresivo dirigido por Sean McElwee, donde la investigación de Green New Deal está dirigida por Greg Carlock del World Resources Institute. Ver Greg Carlock, Emily Mangan y Sean McElwee, “Un nuevo acuerdo verde: una visión progresiva para la sostenibilidad ambiental y la estabilidad económica” (septiembre de 2018).
  41. Consulte la sección de comentarios en “Declaración de ASLA sobre el New Deal verde”, The Dirt, 13 de febrero de 2019.
  42. Nancy Levinson, “Open and Shut”, Places Journal, enero de 2019, https://doi.org/10.22269/19010.
  43. E. O. Wilson, Half-Earth: Our Planet’s Fight for Life (Liveright, 2017).
  44. Ver Myles Lennon, “Descolonizing Energy: Black Lives Matter and Technocientific Expertise between Transitions Solar”, Energy Research & Social Science, 30 (2017): 18-27, https://doi.org/10.1016/j.erss.2017.06. 002.
  45. Levinson, ibid.
  46. Con Daniel Aldana Cohen y Kate Aronoff, estoy organizando un evento, “Designing the Green New Deal”, en septiembre de 2019 en The McHarg Center, University of Pennsylvania. Se combinará con un estudio avanzado e interdisciplinario en el semestre de otoño, centrado en las implicaciones del entorno construido de la propuesta. Al escribir estas líneas, los oradores confirmados incluyen a Naomi Klein, Jane McAlevey, Stephanie Kelton, Kate Orff, Varshini Prakash, Julian Brave Noisecat, Rhiana Gunn-Wright, David Roberts, Leah Stokes, Kerene Taylor, Raj Patel, Nicholas Pevzner, Nancy Levinson, Jennifer Light y Peggy Deamer.

 

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Tras la geoingeniería. Conversación con Holly Jean Buck https://arquine.com/tras-la-geoingenieria-conversacion-con-holly-jean-buck/ Fri, 03 Apr 2020 14:45:23 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/tras-la-geoingenieria-conversacion-con-holly-jean-buck/ El futuro próximo alberga muchas posibilidades. Pero las tecnologías no dictan esas posibilidades. Los arquitectos y los diseñadores tienen un gran rol para cambiar los términos de la conversación, pero también para animar la polarización.

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La retórica del activismo ambiental ocasionalmente representa a las técnicas e instrumentos de la tecnología como lo que llevó al planeta a la crisis en la que se encuentra actualmente, mientras que la iniciativa privada y los intereses gubernamentales cooptan mediante sus recursos a la investigación científica, dirigiéndola hacia agendas contrarias a las de las decisiones que pueden tomarse democrática y colectivamente. El binarismo de la discusión genera la pregunta obvia: ¿qué se puede hacer? “La gente que sufre de fatiga apocalíptica o la que cree que es inevitable un futuro nada promisorio, tal vez tengan menos incentivos para hacer el trabajo duro para la transformación socioecológica”, dice Holly Jean Buck en su ensayo “On the Possibilities of a Charming Anthropocene”. Para la diseñadora y geógrafa, el reto no es el de plantear soluciones para atender necesidades ecológicas desentendiéndose de las implicaciones políticas. La crisis climática es, para Buck, un tiempo que demanda nuevos marcos no sólo para la acción, sino también para el pensamiento. En el mismo ensayo, apunta: “¿Este deseo de inventar un nombre para esta nueva época ecológica confía en la incapacidad de inventar una nueva época cultural o económica? ‘Era de la Información’ parece una categoría débil e inadecuada como un nombre para nuestro tiempo. Sin embargo, no sabríamos qué estamos haciendo en el Antropoceno sin la recopilación de datos ambientales. La informática ambiental figurará en la reconstrucción, la creación de ciudades, la agricultura inteligente, las redes inteligentes y otras prácticas relacionales.” En resumen, la crisis climática no es una situación en la que el inciso A es mejor que el B: es necesario complejizar las herramientas.

En 2019, Holly Jean Buck publicó en la editorial Verso Books el libro After Geoengineering, Climate Tragedy, Repair and Restoration, en el que difunde una práctica científica todavía en estado experimental: la geoingeniería. Buck describe una disciplina potencial, aunque compleja:

«La geoingeniería es un significante problemático que tiene que entenderse junto a otros conceptos. Básicamente, dos características que definen mejor la geoingeniería como una intervención al sistema climático son a) intencionales y b) de gran escala. De esto, se derivan dos categorías generales: una consiste en generar métodos para remover carbono de la atmósfera, y así cambiar el sistema climático de manera global, reduciendo concentraciones de gases con efecto invernadero. La otra técnica que se propone es la geoingeniería solar, que se refiere al bloqueo de la luz solar para enfriar nuestra atmósfera. La principal forma con la que se busca lograr eso, y que ha sido muy discutida, es la de inyectar aerosol y otras partículas en la estratósfera para que circulen en el transcurso de un año, con el fin de construir una suerte de escudo que bloquee una pequeña fracción de radiación solar. Otra investigación que se ha desarrollado es la de provocar mayor tránsito de nubes: hacer nubes más brillantes para que puedan reflejar mejor la luz solar y que la reboten».

Estas posibilidades tecnológicas permanecen en un plano teórico, por lo que todavía no se conocen sus resultados. Incluso, Buck señala que hay técnicas que se han implementado a otras escalas distintas a la global, como el almacenamiento de carbono, y que han sido probadas por las industrias de combustibles fósiles. «La geoingeniería es para entender el hecho de que hay un sistema complejo que se puede intervenir de manera ingenieril para que, en el mejor de los casos, los resultados del cambio climático puedan ser modificados u observados con el fin de poder mejorar las intervenciones. Pero el término es incluso omitido por algunos activistas que quieren dejar de lado la perspectiva de la ingeniería o la usan como un contrapunto para describir un mejor ángulo para comprometerse con la Tierra, sea a través de una ecología de crecimiento, algo mucho más holístico. Es una forma de pensar bastante binaria».

Nuevamente, el discurso interpreta según agendas civiles o económicas el potencial de la tecnología, aunque es importante cuestionarse quién diseña y para qué diseña técnicas e instrumentos que puedan responder a las modificaciones climáticas que ha forjado la actividad humana. ¿Cómo, entonces, la discusión social puede imaginar tecnologías? Vemos que la tecnología no funciona por sí misma; la operan una diversidad de intereses que, de hecho, no han sido del todo discutidos de manera colectiva. «El cómo las tecnologías se construyen significa cosas distintas para contextos muy diferentes entre sí. No hay una receta para controlar su diseño. Creo que mi respuesta tendrá más sentido si hablo de un par de ejemplos específicos más que hablar desde la generalidad. Hay una pregunta respecto a qué tanto la flexibilidad es inherente a la tecnología. La forestación es algo a lo que se considera un proceso participativo, porque puede ser aplicada y ajustada a varios tipos de contextos locales y a través de conocimientos locales. Mientras tanto, la captura y almacenamiento de carbono, un modelo que ya ha sido pensado por los gobiernos y el cual busca responder al cambio climático, nos indica que necesitamos confiar en almacenamientos y capturar carbono a una mayor escala geológica. Es más difícil imaginar que esto pueda suceder bajo un control colectivo, local y participativo, porque la historia del almacenamiento de carbono ha sido contada por empresas de petróleo multinacionales. Por eso es mayor reto imaginar cómo una tecnología como esa —cuyo desarrollo y aplicación ya se encuentra en las manos de las industrias de combustibles fósiles— pueda ser tomada por una sociedad civil. Creo que esto da algunos puntos de partida, y algunos cuestionamientos. Uno es que mucha de la tecnología que podría servir para atender el cambio climático, en la realidad de Estados Unidos y probablemente también en la europea, es financiada por el gobierno. Aún cuando pensemos en lo que ocurre en el sector privado, mucha de su actividad es costeada con el dinero de los impuestos. Esto quiere decir que el dinero público ya tiene una partida destinada para el desarrollo de técnicas similares a la de la captura de carbono, que serían más difundidas en gobiernos que fueran progresistas. De hecho, muchas de las demandas del discurso sobre el cambio climático respecto a la tecnología piden que las mismas sean apoyadas de manera global y pública. Es un punto de vista radical, pero no es radical si comparamos el desarrollo de esas tecnologías con la proporción de la crisis. Otra cuestión que se ha discutido es la de la nacionalización de las compañías y de las tecnologías que utilizan. Pero lo que se ha explicado al público con mayor frecuencia, al menos en Estados Unidos, es que esa transición hacia lo nacional de parte de las compañías de combustibles fósiles ha sido empujada por los liberales.  No creo ser una experta para decir cómo es que esto puede aplicarse al contexto mexicano, pero mi punto principal sería que hay vías para pensar la apropiación y control públicos de estas tecnologías». 

La tecnología es un producto del capital. Sus mecanismos son producidos lejos de la esfera pública, además de que el conocimiento que pueda existir al respecto también es dirigido, a veces con un sesgo ideológico. Para Buck, una forma de trascender el binarismo alrededor de la tecnología es asumiendo que activistas y científicos trabajan bajo un sistema determinado, no de manera apologética o resignada, sino críticamente. «Todos vivimos bajo el capitalismo. Creo que debemos entender que hay estructuras que ya están más que formadas. Pero, pensando en los humanos que trabajan bajo este sistema, hay aspectos que reflexionar. Los científicos que están investigando las técnicas de geoingeniería y los activistas que se oponen a éstas navegan el mismo sistema. El científico tal vez se encuentre en una situación en la que, debido al efecto del neoliberalismo en las universidades, se tenga que incrementar la precariedad aún en contra de su voluntad. Necesita financiamiento filantrópico, pero también necesita generar investigación que pueda ser atractiva para otras fuentes económicas que no sean convencionales para su práctica, lo cual lleva a que la ciencia climática en su nivel más básico no esté, de hecho, en donde tenga que estar. Tal vez la ciencia tenga buenos objetivos, pero el que pueda alcanzarlos también se ve influido por las condiciones de su labor. Todo esto también aplica para el activista. Ellos también necesitan hacer que sus ideas sean atractivas para que se puedan difundir con mayor facilidad y que puedan obtener el capital social al que puedan convertir en donaciones económicas. Como humanos, estamos estancados en este sistema tan terrible, y de hecho sí hay gente que está intentando navegar lo mejor que puede. Y si bien eso es verdad, no deja de ser importante vigilar la política económica y la industria social, y tratar de entender qué estructuras y qué acciones se ponen en marcha ahí porque, de hecho, sí tienen resultados perversos».

En After Geoengineering, Buck plantea que los sistemas tecnológicos a grandes escalas producen una sociedad dividida en “expertos” y en “usuarios”. Para la autora, los mecanismos de la tecnología tendrían que “estar sujetos a un diseño público”, con el fin de volverlos más reflexivos. «Muchos de los expertos y los responsables políticos mantienen una idea del público como algo que debe ser consultado y gestionado, pero que no debe realmente incluirse. Eso es todo un reto: los expertos sólo protegen su propio territorio. Al mismo tiempo creo que hay conversaciones, provenientes de otras disciplinas, que han cambiado la narrativa. Pienso en lo que ha provocado el mundo de la tecnología: la gente ha manifestado frustración por ser instrumentalizada como meros usuarios a los que hay que vigilar: se vuelven sujetos a los que se puede controlar algorítmicamente. Por esto ya ha surgido una discusión que propone procesos más participativos mediante los cuales puede existir mayor apropiación tecnológica. Existe la posibilidad de que se dé una reacción similar ante estas divisiones entre la experticia y el público, y que esté dirigida a las políticas climáticas». Para lograr esto, Buck propone una solución clásica: fortalecer la educación, aunque no con el fin de construir una mayor conciencia climática en los estudiantes. Se requiere repensar la relación que se tiene con el clima y con todo lo que eso abarca —el aire, los océanos, la biodiversidad. El desarrollo de estas aproximaciones es nombrado por Buck como “habilidades críticas de diseño”. «Cuando planteé eso pensaba en la educación primaria y sobre cómo la tecnología ha posicionado a los estudiantes como meros usuarios, como lo es un iPad. La interface no trabaja en términos de lo que puedas crear o programar. ¿Eso qué tiene que ver con la manera en que las tecnologías están modificando el paisaje y la geografía? Creo que la educación tiene que alentar a todos los jóvenes estudiantes a pensar qué relación tienen con el paisaje y el clima desde el lugar de un diseñador. No desde un sitio heurístico o de control, sino desde una perspectiva que establezca relaciones, que sea una aproximación responsiva que implique prestarle atención a lo que está a tu alrededor, a lo ecológico y a lo que involucra a otros humanos. Tal vez sea difícil de entender un modelo educativo de esta naturaleza, puede llegar a ser tan abstracto que pareciera que utiliza más la ficción especulativa que la ciencia. Pero no es sólo el clima lo que requiere esta atención, o el diseño. Debemos también pensar en los retos por los que atravesarán los mares, o en la disminución de la actividad polinizadora o en la biodiversidad. Y en todas estas nuevas consecuencias que el antropoceno trae consigo cuando se le describe como un momento en el que hay que gestionar la crisis. ¿Qué pasaría si se le comienza a pensar más como una oportunidad para forjar y diseñar que para simplemente tomar las medidas del cambio climático? Creo que algo así debe empezar desde los inicios de la educación. Es muy difícil obtener capacidades a posteriori. Lo tendremos que hacer así de todas maneras, pero podríamos pensar también en el papel que juega la escuela».

Otra de las capacidades que Buck piensa debe alentarse es la de observar el contenido político en la crisis climática. «El futuro próximo alberga muchas posibilidades. Pero las tecnologías no dictan esas posibilidades. Uno de los temas principales es qué pasará si continuamos esta tendencia política hacia el autoritarismo, que ha provocado también el resurgimiento de la democracia y el pensamiento colectivo. Es posible pensar la eliminación de carbono y la ingeniería solar en estos dos escenarios tan distintos. Me aterra cómo un régimen autoritario pueda utilizar alguna de estas técnicas. La migración climática puede ser resuelta por la ingeniería solar, y esto puede ser usado también para los fines de un nacionalismo radical. Es un futuro perfectamente posible, considerando dónde estamos ahora. El reto es qué alternativas podemos manejar también en torno a la política. La tecnología puede ser una parte de un programa mucho más largo y que esté enfocado en la eliminación de carbono, un programa que litigue para que la eliminación de carbono sea investigada colectiva y democráticamente. Para eso se requiere más imaginación, pero es nuestra responsabilidad articular alternativas y posibles desarrollos para estas técnicas».

Una declaración lapidaria que se lee en After Geoengineering tiene que ver con la sustentabilidad: “Ser sustentable es como darle otro arreglo a las sillas de la cubierta del Titanic mientras se está hundiendo. No se hace lo suficiente como para modificar por completo nuestras relación extractivista y degenerativa con la naturaleza.” Este tiempo de crisis climática es también uno de “soluciones” que sean pensadas por la arquitectura y el diseño urbano. Para Buck, no hay otra solución más que una radical: la restauración de los entornos geográficos. Igualmente, Buck ha estudiado el discurso mediático, ya que los medios de comunicación también forman parte del imaginario sobre la crisis climática. Aquí, una conclusión:

«Los medios están muy fragmentados actualmente y es muy difícil encontrar siquiera posturas. Creo que los medios más difundidos en Estados Unidos, como el New York Times o el Washington Post, han hecho hoy un mejor trabajo que el año pasado en su cobertura sobre el cambio climático. Pero hay gente a la que no le llega la información de esas fuentes de noticias porque prefieren prestarle atención a otras. Navegar esa fragmentación mediática es todo un desafío para poder hablar de participación pública en el diseño de algo como la ingeniería solar. Seguramente el público no estará en contacto con información confiable. De hecho, creo que la mayoría de la gente no sabe sobre los procesos para remover carbono. Creo que el lenguaje en torno a la regeneración es más ambicioso en contraste con el de la sustentabilidad, que es un término bastante corporativo. Lo que nos permite hablar de restaurar el clima a un estado previo a la crisis es que estamos, de hecho, enfrentándonos al daño que se ha hecho y que no queremos proseguir. Si consideras el contexto del norte de México, y la forma en la que el delta del Río Colorado ha sido desecado por Estados Unidos, quien controla el río desde hace décadas, imaginar un delta sustentable no va más allá de señalar la historia del daño ecológico y el potencial de una futura restauración de ese ecosistema. Pero si partes de un marco que contemple la regeneración, las posibilidades de lo que se puede hacer se abren más. Los arquitectos y los diseñadores tienen un gran rol para cambiar los términos de la conversación, pero también para animar la polarización. Por ejemplo, en la región del Colorado, hay arquitectos que han visualizado cómo podrían ser la Laguna Salada y otros ecosistemas si se les devolviera el agua. Con la visualización del paisaje se puede especular una intervención hecha por humanos para restaurar ese medio ambiente. Este ejemplo es una herramienta muy poderosa para la participación pública y el compromiso colectivo. Ese puede ser un papel para arquitectos y arquitectas, y probablemente hay otros.»

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Ciudad Socio-Técnica del futuro | UN Studio https://arquine.com/obra/ciudad-socio-tecnica-del-futuro-un-studio/ Thu, 02 Apr 2020 15:00:13 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/ciudad-socio-tecnica-del-futuro-un-studio/ Con la Ciudad Socio-Técnica, UN Studio, en colaboración con un equipo multidisciplinario de expertos, ha creado una nueva visión urbana para el sitio de prueba del Distrito Central de Innovación (CID, por sus siglas en inglés) en La Haya. El sitio de prueba en el DCI cubre un área de un kilómetro cuadrado en el centro de La Haya.

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Con la Ciudad Socio-Técnica, UN Studio, en colaboración con un equipo multidisciplinario de expertos, ha creado una nueva visión urbana para el sitio de prueba del Distrito Central de Innovación (CID, por sus siglas en inglés) en La Haya. El sitio de prueba en el DCI cubre un área de un kilómetro cuadrado en el centro de La Haya. Actualmente es un importante centro de infraestructura dentro del triángulo de la Estación Central y dos estaciones cercanas, pero en la visión futura de la Ciudad Socio-Técnica se convierte en un distrito verde y autosuficiente. El proyecto comenzó en enero de 2018, cuando diez equipos de diseño multidisciplinarios se encargaron de investigar nuevas formas de hacer ciudades utilizando cinco lugares de prueba en Ámsterdam, Rotterdam, La Haya, Utrecht y Eindhoven.

El concepto de UN Studio para la Ciudad Socio-Técnica combina los dos desafíos más grandes que enfrenta el futuro de las ciudades (urbanización y sostenibilidad), y se enfoca específicamente en las preguntas: ¿cómo puede un área como el DCI, a pesar de una densidad extremadamente alta, ser autosuficiente en el futuro y neutral en uso de energía? ¿Cómo es un distrito tan urbano? ¿Y cómo puede conectar la tecnología que se requiere con las personas que viven y trabajan allí? Con la capa urbana elevada que cubre las vías ferroviarias existentes, la visión urbana de UN Studio distingue una serie de “dominios” técnicos que se refieren a los principales problemas de transición de nuestro tiempo: energía, circularidad, movilidad, adaptación climática, gestión del agua y producción de alimentos. Cada uno de estos dominios se visualiza como “puertas de enlace,” intervenciones arquitectónicas físicas que ofrecen soluciones prácticas a los problemas, además de funcionar como símbolos atractivos para los temas específicos: una estación de energía geotérmica como ícono para la transición energética, una estación (Hyperloop) como un hito para la movilidad, una planta de tratamiento de agua (Biopolus) como símbolo de circularidad.

El modelo de las puertas de enlace se basa en la idea de que la interacción es un requisito para la innovación. Las puertas de enlace forman catalizadores para la reunión, conectan barrios y personas y, por lo tanto, forman el caldo de cultivo para la innovación. El concepto de las puertas de enlace está inspirado en la ubicación misma. La existencia de tres estaciones interurbanas, a poca distancia unas de otras, presenta una oportunidad sin precedentes para transformar esta área en un Superhub Metropolitano —un sistema de terminales estrechamente vinculadas, de tamaño comparable al aeropuerto de Ámsterdam-Schiphol. También brinda la oportunidad de crear espacio para nuevas formas de movilidad sostenible, como el Hyperloop, con un sistema flotante de scooters eléctricos y, posiblemente, unidades autónomas que interconectan los diferentes modos de transporte público. Después de la construcción de la capa urbana elevada, el Superhub Metropolitano puede convertirse gradualmente en un centro de la ciudad.


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Límites de la ciudad: qué tan localizada está la clave de nuestro futuro urbano https://arquine.com/limites-de-la-ciudad-que-tan-localizada-esta-la-clave-de-nuestro-futuro-urbano/ Fri, 27 Mar 2020 14:57:52 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/limites-de-la-ciudad-que-tan-localizada-esta-la-clave-de-nuestro-futuro-urbano/ A medida que cada ciudad trabaja a través de los medios para aumentar su propia independencia, vemos formas fabulosas y frescas de identidad local que se fortalecerán.

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Michael Sorkin falleció el 26 de marzo a causa de complicaciones por Covid-19. Sorkin nació en Washington D.C. el 2 de agosto de 1948. Estudió arquitectura en la Universidad de Chicago, en el MIT y en la Universidad de Columbia. Sorkin fue reconocido como arquitecto y urbanista, profesor y un agudo crítico. Escribió en varios periódicos y publicó más de una docena de libros. En el 2005 fundo Terreform, un estudio de investigaciones urbanas sin fines de lucro. En su obituario en la Architectural Record recuerdan que, dos meses antes de las elecciones del 2016 en los Estados Unidos, Sorkin escribió: “Las civilizaciones están marcadas por sus prioridades, y las nuestras se centran en prisiones, centros comerciales y McMansions y muy poco en buenas viviendas para todos, comunidades completas y sostenibles, energía verde, movilidad racional, estructuras de socorro. La política programa nuestra arquitectura.” El texto que sigue se publicó en el número 87 de la revista Arquine.


¿Cuál es la extensión real de la ciudad? A medida que las megaciudades, las regiones en expansión y las megalópolis caracterizan cada vez más la urbanización, resulta más difícil reconocer la ubicación o la lógica de los límites. Pero mientras nuestras ciudades ya no están amuralladas, cada una de ellas aún está encerrada por múltiples membranas, visibles e invisibles, que la definen tanto internamente como en relación con el planeta.

Las ciudades siempre se han entendido en términos de abasto (cuencas hidrográficas, abasto de alimentos, de energía, de conocimiento, cantidad de población), pero a medida que las ciudades modernas han crecido, sus bordes se vuelven cada vez más elásticos y discontinuos. Donde una vez los alimentos vinieron de la periferia y variaban según las estaciones, un viaje al supermercado ahora ofrece productos que, desafiando el tiempo y el espacio, llegan desde todos los rincones del mundo: el carrito de compras promedio contiene artículos que han viajado miles de “kilómetros-alimento”.

Esto puede resultar en enormes costos ambientales y en una cadena alimenticia dominada por compañías multinacionales depredadoras, sin mencionar los productos genéticamente modificados y fortalecidos para viajar. La nuestra es cada vez más una época de grandes parecidos.

Pero la gloria de las grandes ciudades descansa en su individualidad. Ya sea económico, social, morfológico, político, ambiental, racial o cultural, un sentido legible de la ventaja es crucial para la singularidad —la diferencia— de las ciudades. A medida que las fuerzas históricas que hicieron que Praga, Fez, Suzhou o Quito son barridas, las ciudades se ven ahuecadas de las autenticidades que las conformaron, de su genius loci, de su espíritu especial de lugar.

Las ciudades de hoy deben luchar con urgencia para preservar y ampliar las lógicas de su propia localidad, para profundizar las estrategias de cooperación e invención que, al mismo tiempo, conservan y consiguen cualidades únicas que han surgido históricamente de la interacción entre bioclima, cultura y sociabilidad. Me preocupo, por esto, no solo cuando veo arquitecturas y comercios estériles e idénticos en todas partes, sino cuando ordeno una bebida en el aeropuerto de Logan (a través del cual he estado viajando este semestre en mi papel de académico multinacional típico) a un barman favorito con un profundo —y en peligro de extinción— acento del norte de Boston.

Irónicamente, en esta era de crecimiento urbano exponencial, asistimos a la desaparición de las ciudades. A medida que la corteza de “ciudad-idad” genérica se extiende por todo el mundo y el dominio del control económico y cultural neoliberal se acelera, nuestro urbanismo se vuelve cada vez más genérico: un Starbucks en cada esquina y un iPhone en cada mano. Cada vez más, entendemos y producimos ciudades como nodos en un sistema global, no como singularidades.

Estas ciudades se sellan contra el clima y el medio ambiente, identifican en exceso la cultura urbana histórica simplemente copiando formas antiguas y olvidan el gran proyecto de las ciudades como lugares de autorregulación y expresión. Estos lugares “modernos” son degradados ambientalmente, falsos y hostiles a los derechos tanto de los individuos como de las comunidades.

El argumento a favor de una idea revitalizada de “lo local” no surge simplemente de la nostalgia, sino de un complejo que incluye el ejercicio de los derechos, la libertad de creatividad, las posibilidades de cimentar a la comunidad y asumir la responsabilidad de nuestro impacto en nuestro asediado planeta. Las ciudades, correctamente planificadas y administradas, son una parte crítica de la solución a nuestra crisis ambiental, una crisis señalada por los barrios marginales urbanos, la contaminación y los sistemas defectuosos de infraestructura social y física. El tránsito masivo, los vecindarios caminables y completos, la producción local de alimentos y bienes y un intercambio sensible y recíproco entre la forma y el lugar ofrecen una gran esperanza tanto para el medio ambiente como para el dinamismo, la comodidad y la relevancia del lugar. Las ciudades pueden ser enormemente eficientes si se planifican y viven adecuadamente.

En Terreform, nuestro centro de investigación urbana, hemos pasado casi una década participando en un experimento mental, centrado principalmente en Nueva York. Nos preguntamos cuáles son los límites de la capacidad de la ciudad para la autosuficiencia en los componentes básicos de su respiración: alimentos, aire, agua, clima, fabricación, construcción, residuos, movimiento, etc., y cómo Nueva York (y otras ciudades) evolucionan, ¿deberían dedicarse a asumir la responsabilidad directa de sus impactos planetarios?

Si bien esas fantasías de autarquía tienen una larga historia —a veces problemática—, la idea de la autosuficiencia ofrece una prueba dramática no sólo de voluntad sino de tecnología, morfología y comunidad. En la medida que los gobiernos nacionales demuestran niveles cada vez más altos de indiferencia e incompetencia para enfrentar nuestra crisis compartida, se vuelve cada vez más crítico que la responsabilidad se transfiera tanto a las localidades como a las personas, especialmente a aquellos que son los mayores consumidores y contaminadores: nosotros mismos.

Basándonos en un modelo de sustitución de importaciones (otro concepto molesto, aunque amado por Jane Jacobs, que sigue siendo nuestra urbanista más influyente), hemos estudiado la posibilidad marginal de que la ciudad se defienda cada vez más a sí misma al reducir su huella ecológica a las dimensiones de sus límites políticos.

Nuestros motivos son triples. Primero, para ver realmente hasta dónde puede llegar una ciudad densa como Nueva York para satisfacer sus necesidades. En segundo lugar, para compilar una enciclopedia de formas y tecnologías que podrían desplegarse en cualquier ciudad que esté interesada en asumir una mayor responsabilidad por su papel en el entorno global, y examinar las morfologías nuevas y singulares que podrían surgir en respuesta a las particularidades del lugar. Y, por último, afirmar que las ciudades altamente autónomas son un baluarte clave en el cultivo de la democracia, la seguridad, la identidad y la felicidad de sus habitantes. Las ciudades que son demasiado grandes no pueden ser bien gobernadas. Y las ciudades demasiado dependientes carecen del dinamismo de la invención y el intercambio que deben asegurar sus futuros como seres vivos.

Comenzamos nuestra investigación con la comida. Esto nos pareció un buen punto de partida debido a su centralidad e improbabilidad. La ciudad de Nueva York está obsesionada con la comida y la diversidad y profundidad de nuestra cocina es, sin duda, una de nuestras firmas globales. Pero nuestras preocupaciones culinarias van más allá de lo que comemos, e incluyen preguntas sobre cómo se produce, distribuye, prepara y comparte esa comida. En los últimos años, hemos visto una proliferación de invernaderos en las azoteas, cooperativas de alimentos, agricultura apoyada por la comunidad y atención a las desigualdades de nutrición. Una de las manifestaciones de nuestra ciudad dividida es el desierto alimentario: las grandes áreas en las que los productos frescos (no importa la ecología) son difíciles de encontrar y en las que la comida rápida domina la dieta. Y nuestras inquietudes sobre los agronegocios, la higiene, la desaparición de la “lentitud”, el desperdicio y otros aspectos sociales, ambientales y políticos del sistema alimentario que no son secundarios.

Estamos a favor de las ideas de localismo y esto se extiende no sólo a la ciudad en general, sino también a una estructura urbana basada en vecindarios fuertes y “completos”. Para nosotros, esto significa que un buen vecindario debe proporcionar todas las necesidades de la vida cotidiana: empleo, comercio, cultura, recreación, educación, etc., a poca distancia del hogar. Esto significa que la combinación de usos locales será refinada y aumentada y que la variedad de personas también será amplia. Después de todo, si tanto el banquero como el barista (¡y el granjero!) caminan al trabajo, sus necesidades de vivienda deberán satisfacerse dentro del vecindario. Creemos en cerrar tantos circuitos como sea posible a nivel local y eso significa que la apariencia de la ciudad cambiará. La agricultura, la eliminación de desechos, la producción de energía, la captura de agua, la producción industrial benigna y otras funciones clave se harán visibles y cercanas.

Para cultivar la comida de Nueva York, primero investigamos un enfoque totalmente distribuido, buscando ubicaciones en toda la ciudad y observando todas las escalas de producción, desde cajas en ventanas hasta rascacielos agrícolas. En los términos más crudos, descubrimos que teóricamente era posible cultivar alimentos suficientes para alimentarnos a cada uno de nosotros con 2,400 calorías nutritivas al día dentro de la ciudad, aunque con una variedad comprometida y un gasto adicional considerable. El principal problema “práctico” no era tanto el espacio como la energía, y calculamos que el sistema requeriría el equivalente de la producción de dos docenas de plantas nucleares para calefacción, iluminación y construcción. No hace falta decir que esto se apartó un poco del espíritu del proyecto.

Sin embargo, en el curso de la investigación de la posibilidad marginal de la autosuficiencia al 100 por ciento, descubrimos muchos puntos precisos, tecnologías que podrían mejorar dramáticamente y de manera realista la sostenibilidad, la autonomía y la localidad de la ciudad.

Nuestro inventario de sitios sugirió miles de posibilidades, desde patios traseros hasta lotes baldíos, calles renovadas, muros en crecimiento y actividades agrícolas a gran escala en tejados industriales. Muchos de estos sitios ya son económicos y muchos —desde frijoles que crecen en sótanos hasta lechugas en palomares— ya están en uso. Además, Nueva York es en gran medida una ciudad de cocinas colectivas: solo piense en los restaurantes que envían cenas calientes a todos los rincones de la ciudad y en todos los grandes proveedores de comida a domicilio e institucionales.

A medida que cambian los hábitos, especialmente en entornos para la preparación y el consumo de comidas, las ciudades deben responder en consecuencia. Nuestro trabajo busca encontrar una amplia variedad de posibles transformaciones en cada área investigada que invente sus propias nuevas formas de practicidad, economía y disfrute. Por lo tanto, hemos analizado la forma en que la ciudad podría producir 30 por ciento de sus alimentos internamente, la forma como en un radio de 80 kilómetros se podría producir el abasto alimentario y la posibilidad de que un plan estatal convierta el canal Erie en zona de abasto alimenticio.

No hace mucho tiempo, todas las ciudades dependían de sus zonas interiores contiguas para su suministro de alimentos y muchas ciudades contemporáneas continúan esta relación íntima entre producción y lugar. La Habana cuenta con un sistema de jardines compartidos, los famosos “organipónicos”, que cultivan virtualmente suficientes frutas y verduras dentro de los límites de la ciudad para abastecer a toda la población. Detroit está comprometido en una enorme conversión de lotes abandonados en granjas. La agricultura vertical a gran escala está en marcha en climas tan diversos como los de Suecia y Singapur. Hace poco, Gotham Greens, el mayor productor de la ciudad de Nueva York, abrió una granja de invernadero de 75,000 pies en la parte superior de una nueva fábrica en Chicago que, según se prevé, producirá un millón de libras de vegetales al año (¡y 40 empleos!).

Estos ejemplos nos intrigan no solo desde el punto de vista de una mayor autonomía sino también por su capacidad para crear nuevos patrones de diversidad económica urbana y, algo crucial para nosotros como arquitectos y diseñadores, para inventar formas novedosas del híbrido formal/social. Sugieren la forma en que una mezcla urbana —el verdadero ADN de la ciudad— se transformará para mejorar la sostenibilidad, la equidad y el placer.

A medida que cada ciudad trabaja a través de los medios para aumentar su propia independencia, vemos formas fabulosas y frescas de identidad local que se fortalecerán.

El cargo Límites de la ciudad: qué tan localizada está la clave de nuestro futuro urbano apareció primero en Arquine.

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