Resultados de búsqueda para la etiqueta [ciudad y literatura ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Thu, 22 Aug 2024 19:13:26 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La casona y la semilla https://arquine.com/la-casona-y-la-semilla/ Thu, 22 Aug 2024 19:13:26 +0000 https://arquine.com/?p=92556 La casona Hace mucho que no escuchaba hablar de Francesca Gargallo (1956-2022). Recordaba con vaguedad la vez que vino a hablarnos a la facultad (quedamos asombradas). Años después, vi en redes la triste noticia de su fallecimiento. Y, luego, al chico que mencionó su nombre en la puerta de un bazar, mientras se terminaba su […]

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La casona

Hace mucho que no escuchaba hablar de Francesca Gargallo (1956-2022). Recordaba con vaguedad la vez que vino a hablarnos a la facultad (quedamos asombradas). Años después, vi en redes la triste noticia de su fallecimiento. Y, luego, al chico que mencionó su nombre en la puerta de un bazar, mientras se terminaba su cigarro. Me contó que conoció a Francesca en la acampada a propósito del movimiento Ocupa Wall Street frente a la Bolsa Mexicana de Valores y que así había llegado a La Casona, una mansión abandonada en Santa María la Ribera (Ciudad de México), que Gargallo compró con una herencia y habilitó para que distintas colectivas hicieran uso de sus espacios. En La Casona surgieron, entre otras cosas, un huerto orgánico y también Enchúlame la Bici, un taller de reparación de bicicletas en donde participaba el chico del bazar.

La Casona se construyó y aún hoy se sostiene por la convicción de Gargallo de abrir espacios de conversación e intercambio, redes de cooperación y amistad capaces de recuperar eso que la feminista y marxista Silvia Federici llama los comunes: medios, conocimientos, recursos, memorias y prácticas necesarias para la construcción de una vida colectiva digna y compartida. De esas redes de complicidad, que Gargallo construyó en vida, se deriva también la publicación póstuma, por parte de la cooperativa editorial Heredad, de dos de las tres novelas que comprenden una saga especulativa montada sobre un escenario de colapso planetario.

Dafne

Mientras leía las novelas de Gargallo, pensaba mucho en el chico aquel: en la acampada en plena crisis de 2011 (que en México coincidió con la estrategia necropolítica del calderonismo), en La Casona renaciendo de las ruinas, en las bicicletas que ese muchacho repara ahí diario… Ahí había algunas claves dispersas para entender el proyecto novelístico de Gargallo que, sin duda, estaba volcado a reflexionar sobre el periodo neoliberal tal como se vivió en México desde finales de los 80 y con el cambio de milenio.

Más allá de México, las novelas (La costra de la tierra y La semilla, ambas publicadas en 2024, y parte de la trilogía La Madre Tierra) nos insertan en un planeta colapsado ecológica y socialmente, derruido por un paradigma neoliberal en el que el crecimiento era un fin en sí mismo, y el credo del desarrollo no preveía distribuciones sociales de ningún tipo. Dafne, una periodista griega que dota a la novela de una perspectiva global, recuerda así su paso por las antiguas selvas de Brasil, ya convertidas en meros monocultivos de extracción:

Echó a andar hasta la frontera con Paraguay, y empezó a bajar los ríos del Mato Grosso, las cañadas de selvas desaparecidas, los miles de kilómetros de sembradíos rociados de plaguicidas con su gente adentro, niños que tosen, mujeres guaraníes con el bebé cubierto de pústulas en los hombros y la voluntad de no reproducirse en el vientre. Soya, un mar de soya transgénica, un océano con islitas de un maíz tan triste que ni los animales lo comen, maíz para biodiesel, carne para ser quemada.

En medio de semejante panorama, imaginar el futuro se volvió una tarea en verdad insoportable. O, como dice Dafne en la novela: “el futuro… ahora pensaba en él como en una próxima artritis, fatiga, terror de Alzheimer.” Y, sin embargo, la saga de Gargallo nos invita (de hecho, nos obliga) a contemplar el futuro, tanto en sus escenarios de terror como en sus atisbos de esperanza, por más mínimos y fugaces que sean.

La semilla

La semilla (plan campesino de solteras) nos sitúa específicamente en La Mixteca, en un escenario donde ciertas corporaciones transnacionales —con el apoyo por agencias gubernamentales y policíacas— han obligado a las comunidades campesinas de la región, por medio de la coerción y la desinformación, a cultivar una semilla de maíz transgénico que sólo estas empresas venden (bajo el argumento ya conocido del mayor rendimiento productivo). Esto, a su vez, conduce a la paulatina desaparición de múltiples variantes regionales del maíz, seleccionadas y cultivadas por las comunidades locales durante años. Las conversaciones que circulan por las páginas de la novela se sitúan en este marco y desarrollan algunas de sus posibilidades: ¿cómo se vería un campo en donde un puñado de corporaciones controlan una semilla e imponen el monocultivo?; ¿qué sucedería con las formas de vida, cultivo y tenencia de la tierra de una región como La Mixteca?; ¿qué pasaría, por ejemplo, si una plaga atacara la variante única del maíz y ya quedara poco o nada de otras variedades (algunas quizá capaces de resistir a esta plaga en concreto)?; ¿qué sucedería, digamos, si un grupo de campesinas, académicas y periodistas tratara de alumbrar esta situación en el panorama represivo del México neoliberal?

Nuevos cercamientos

Silvia Federici ha argumentado que, ante la crisis sistémica de los años 70, el capitalismo vio la necesidad de reactivar un proceso de despojo y acaparación de recursos que la autora llamó nuevos cercamientos. Los nuevos cercamientos consisten en despojar a las comunidades de los medios para reproducir y sostener su vida, de tal forma que la gente se vea obligada a abandonar la tierra y trabajar por un salario bajo (a menudo luego de haber migrado a lugares donde viven en una situación legal precaria). Así, dice Federici, los nuevos cercamientos producen trabajadoras explotadas, vulnerables, deslindadas de sus comunidades de organización y resistencia. La tierra, a su vez, pasa a manos de peces más gordos. Se trata de un proceso que Marx llamó acumulación originaria, ocurrido durante el auge del capitalismo en la modernidad temprana a partir de dispositivos de despojo y represión (mejor ejemplificados por la colonización). A diferencia de Marx, Federici argumenta que el cercamiento no es sólo originario, sino que es un proceso continuo del capital que se acelera en determinados contextos y momentos (sobre todo ahí donde ha sido resistido).

Los escenarios especulativos que circulan por la novela de Gargallo van en esta misma dirección: el colapso ecológico, el acceso desigual al agua, el sometimiento del campesinado por medio de la semilla de propiedad corporativa y la plaga en la variante impuesta del maíz conducen a una situación donde la agricultura de subsistencia —la milpa— se torna cada vez más difícil, lo cual lleva al abandono del campo, la migración hacia Estados Unidos y la acaparación de tierras por grandes empresas de monocultivo: “Las rancherías se mostraban abandonadas. En Calecilla, un perro macilento aulló y a su paso, y de una casa, alguien le aventó un palo sin mostrarse. La tierra entera se había despoblado”. Así, en el juego de la especulación, Gargallo articula una teoría sobre los cercamientos en conversación directa con interlocutoras como Federici, a la vez que muestra la soledad, el abandono, la deshidratación y el silencio como indicios de un mundo cada vez más inhabitable.

La multitud

Siguiendo cierta estructura popular de la ciencia ficción, La semilla plantea una trama de aventura o misión colectiva: un grupo híbrido de biólogas, periodistas y campesinas empieza a develar el asunto de la plaga del maíz. Conforme la novela avanza, el grupo se enfrenta a las fuerzas opresivas de la metrópoli neoliberal (grupos criminales, instituciones gubernamentales, agencias policiacas). Al mismo tiempo, la resistencia crece y se organiza de una forma provisional e improvisada: “contingentes de más de cuarenta organismos no gubernamentales, mujeres y hombres de sus casas, taxistas, curiosos, estudiantes, feministas, jubilados”. Lo que Gargallo plantea se parece a lo que Antonio Negri llamó la multitud (este filósofo, por cierto, participó al igual que Federici en la Autonomía italiana de los años 70, un movimiento juvenil que trató de resistir los primeros embates del neoliberalismo en ese país). Según Negri, los movimientos sociales más sólidos de la etapa neoliberal (como la propia Autonomía) articularon una forma organizativa heterogénea, una red constituida por múltiples grupos, organizaciones y sujetos aliados, y, sin embargo, independientes hasta cierto punto uno del otro.

Si La semilla se lee en el tono de una misión o aventura liderada por esta multitud, La costra de la tierra, en cambio, se lee como una larga conversación entre amistades sobre la posibilidad de la vida misma en el planeta. Pero en esa larga conversación aparece también la estructura de la multitud en la que Gargallo localiza algo de esperanza, pues es en la construcción de vínculos, conversaciones, de intercambiar y compartir conocimientos y perspectivas, donde se va gestando una resistencia en común y una imaginación y experimentación colectivas con las que se puede lograr otra forma de habitar el planeta. En este sentido, la propuesta de las novelas no difiere tanto de la idea que estructura la arquitectura y la vida de un sitio urbano como La Casona.

Peripheria

Gargallo de seguro sabía que su proyecto novelístico se mantendría en los márgenes de la “literatura mexicana” contemporánea (muy posiblemente así lo buscaba). Al final, está claro que es ahí donde estas novelas pueden hacer sentido y tener eco. Por eso no sorprende que Manuel Amador haya organizando un grupo de lectura en la librería Peripheria de Ecatepec (Estado de México). Peripheria es un sitio que se sabe marginal, tanto en términos geográficos (está localizada en uno de los barrios al noreste de la capital, donde se carece de espacios culturales), como por su especialización en géneros como la ciencia ficción y la fantasía (géneros periféricos en el canon nacional). Amador coordinó un grupo en el que se leía y respondía a las novelas a partir de dibujos. Cuando le pregunté la razón por la que había organizado el grupo en Peripheria, me dijo que quería conversar sobre la vida en medio de la catástrofe planetaria tal como se observa desde un lugar como Ecatepec (donde él trabaja desde hace tiempo). Cuando le pregunté qué le había gustado del proyecto, me dijo que lo más importante había sido la construcción de un grupo de amigas: es decir, de una conversación —una semilla— que, de alguna manera, ya forma parte de las múltiples redes de complicidad colectiva a las que Gargallo dedicó su quehacer político, intelectual y urbano.*

Referencias

  • Silvia Federici, Reencantar el mundo: el feminismo y la política de los comunes, Traficante de Sueños, 2020.
  • Francesca Gargallo, La semilla (plan campesino de solteras), Heredad, 2023.
  • Francesca Gargallo, La costra de la tierra, Heredad, 2023.

*Agradezco al profesor Manuel Amador por la conversación que tuvimos por notas de voz en Whatsapp.

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Un extravío nocturno por Dublín https://arquine.com/un-extravio-nocturno-por-dublin/ Fri, 01 Mar 2024 15:09:17 +0000 https://arquine.com/?p=88075 Propulsados por una lectura en grupo (y en pandemia) del 'Ulises' joyceano, dos argentinos (uno arquitecto y el otro traductor) se embarcaron en su Bloomsday particular.

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La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una estrecha relación con los libros: como receptáculos de su historia, sus teorías y hasta sus ficciones; pasado, presente y futuro que pueden apreciarse en las dimensiones y volúmenes de la mancha tipográfica. Presentamos ahora, como parte de la producción editorial de Arquine 106  – Libros, una lectura de Mientras Dublín dormía, el Bloomsday particular de dos argentinos, propulsado por la lectura (en grupo y en pandemia) del Ulises joyceano.

 

Un libro es, en sí mismo, un viaje. La portada y el título dan las primeras pistas; la sinopsis comienza a colocar algunas ideas en la mente. El resto es descubrimiento. La experiencia de envolverse en un nuevo libro implica visitar ciertas paradas conocidas para, después, adentrarse en lo desconocido.

Mientras Dublín dormía (Fruto de Dragón, Argentina, 2023) es un viaje a la capital irlandesa en las últimas horas del 16 de junio de 1904, al final del recorrido de Leopold Bloom y Stephen Dedalus, personajes principales del Ulises, de James Joyce. Los autores, Daniel Merro—arquitecto y escritor— y Hugo Savino —escritor y traductor—, encontraron en la literatura compartida en un taller de lectura el incentivo para hacer una relectura y traducción del recorrido en clave arquitectónica; primero, por medio del dibujo; y, después, del relato como en una bitácora de viaje: un repaso topográfico y simbólico del Dublín de principios del siglo XX.

“La ciudad es una para el que pasa sin entrar, y otra para el que está preso en ella y no sale; una es la ciudad a la que se llega por primera vez, otra la que se deja para no volver”, dice Italo Calvino en Las ciudades invisibles. [1] Cuando Joyce escribió Ulises, en el autoexilio, Dublín era para él ya un recuerdo. Y, no obstante, la describió de memoria para que sus protagonistas, Leopold y Stephen, la recorrieran como “una geografía posible de la conversación” —en palabras de los autores—, a la luz de sus propios pensamientos y las charlas que compartían. Un Dublín que es el mismo para ambos y, sin embargo, tan distinto para cada uno, dependiendo de la circunstancia específica, de la religión heredada, del lado del río en el que se ha nacido. [2]

Los autores de este libro eligieron el fragmento nocturno de Ulises para sumergirse en la ciudad taciturna, siguiendo los pasos de Bloom y Dedalus en su experiencia de recorrerla con los pies y la mirada, con los recuerdos y las expectativas. Ambos vuelven a trazar la ruta emprendida por los personajes y comparten con ellos barrios, farolas, encuentros y discusiones por medio del relato, ilustraciones de los puntos principales del recorrido, así como un plano de Dublín (que viene como añadido al libro). Así, redescubren lugares emblemáticos como el almacén, la taberna, la panadería o la iglesia; pero también las calles, chimeneas, puertas y ventanas georgianas —dependiendo del espectador, con sus respectivos encuadres de la ciudad o del interior de las casas— tan características del paisaje dublinés. En este recorrido hacen también un tránsito de escalas, que va de la experiencia urbana a la doméstica: de los escenarios típicos de la vida pública, hasta los detalles de la vida privada, cuyo centro está —como indica tanto esta crónica como la novela— en la cocina, el último punto del recorrido.

Así, Mientras Dublín dormía resulta ser un viaje de ida, un extravío por la noche profunda de la mente joyceana, un Dublín del pasado, o uno que probablemente nunca existió, traído al presente por Merro y Savino, para arquitectos y no arquitectos. El libro ofrece una perspectiva alternativa de los intrincados caminos de la literatura de Joyce para quien ya la ha leído, y una posible guía de viaje para quien está por adentrarse en ella y la ciudad que retrata. Es un relato que conjuga la literatura como itinerario; la ciudad y la arquitectura como soportes para la experiencia del recorrido, en el que los autores reivindican el valor del viaje como acto de descubrimiento: leer, caminar, observar, dibujar, escribir; repetir.

Fruto de Dragón es un proyecto editorial de Córdoba (Argentina) fundado y dirigido por Agustina Merro, que publica libros ilustrados sobre viajes, territorios y ciudades, en diversos formatos y géneros. Guiada por una mirada subjetiva del espacio, la editorial intenta captar las múltiples formas de recorrer y habitar poéticamente los lugares.

Referencias

[1] Italo Calvino, Las ciudades invisibles (Madrid: Siruela, 1998).

[2] James Joyce nació en Dublín el 2 de febrero de 1882. En 1904 dejó Irlanda para trasladarse a Zúrich (Suiza), aunque terminó dando clases en Pola (Croacia) y después en Trieste (Italia). De 1915 a 1919 vivió en Zúrich. En 1920 se trasladó a París, donde vivió los siguientes 20 años y conoció a Sylvia Beach, propietaria de la librería Shakespeare & Co., un acontecimiento decisivo para la publicación de Ulises. Huyendo de la ocupación nazi, Joyce regresó a Zúrich en 1940, donde murió un año después.

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Novísimas ciudades https://arquine.com/novisimas-ciudades/ Mon, 26 Feb 2024 19:11:01 +0000 https://arquine.com/?p=87872 La (i)lógica inmobiliaria está transformando las ciudades como si un Sulkas Perkunas (arquitecto diletante y visionario de la ciudad hecha de un solo edificio) en estado de desquiciamiento añadiera, sin ton ni son, pasajes nuevos a libros clásicos.

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La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una estrecha relación con los libros: como receptáculos de su historia, sus teorías y hasta sus ficciones; pasado, presente y futuro que pueden apreciarse en las dimensiones y volúmenes de la mancha tipográfica. Presentamos ahora, como parte de la producción editorial de Arquine 106  – Libros, este ensayo acerca de la lógica inmobiliaria que está transformando las ciudades como si un Sulkas Perkunas (personaje de Giovanni Papini caracterizado por ser un arquitecto diletante y visionario de la ciudad hecha de un solo edificio) en estado de desquiciamiento añadiera, sin ton ni son, pasajes nuevos a libros como la Ilíada, libretos de Shakespeare o las ensoñaciones de poetas como Jorge Cuesta y Salvador Novo.

Un edificio más 

Hace unos días nos invitaron a conocer un nuevo desarrollo inmobiliario sobre José María Vértiz, a media cuadra de Eugenia, en la Ciudad de México, con el fin de que invirtiéramos en las adecuaciones locativas para abrir un espacio destinado a la venta de alimentos y bebidas. Nos lo ofrecieron por “tan sólo” 30 mil pesos mensuales, más gastos de mantenimiento y, además, con la promesa de recuperar nuestra inversión desde el primer día. 

Llegamos al amanecer, antes de las ocho, y nos estacionamos sobre la avenida, que aún era un gran monstruo aletargado en ambas direcciones. Frente al local, comentamos la muerte de las palmeras por cierta plaga. En abril de 2022 desenterraron la que vivió durante un siglo en la glorieta de, precisamente, la Palma. Los viveros de Coyoacán tienen las suyas, hoy amarillas. Qué curioso: a los árboles, cuando mueren, se les desentierra. 

Local One es el nombre del desarrollo inmobiliario y antecede, por tanto, a Local Two, Three y los que sigan. La tirada de la empresa es construir conjuntos habitacionales para “personas de diferentes partes del mundo” y ser capaz de ofrecerles “la comodidad de desarrollar sus rutinas sin tener que abandonar el complejo”. ¿El tiraje de esta primera edición?: 45 departamentos “tipo estudio”, amueblados por GAIA. 

A Bobi le dolió la cabeza tras ver los murales de arte urbano, según nos confesó después en la cafetería de enfrente; María casi se desmaya sobre el mosaico indefendible de la terraza. Yo no dejaba de pensar en un cuento de Papini, mientras que el promotor nos hablaba de sinergias, de expansión, del mercado creciente en la Narvarte. ¿Por qué, habiendo tantos imperios gastronómicos —como Ojo de Agua o Delirio—, pensaron en nosotros, que ni sabemos cocinar? Más aún: ¿bajo qué criterios asociaron nuestro proyecto al suyo? 

Algo, en definitiva, hicimos mal. 

Portada de Gog de Giovanni Papini en 1931

Una ciudad en un edificio 

Sulkas Perkunas es el protagonista del cuento “Novísimas ciudades”, de Giovanni Papini. Arquitecto diletante, y acaso delirante, diseña proyectos de ciudades enteras. Su poética es inapelable: “¿Imagina usted a un poeta moderno que quiere introducir un verso suyo en medio de un canto de la Ilíada o una escena de su invención a la mitad de un acto de Shakespeare? Y, sin embargo, lo que se pide a los arquitectos modernos, y que éstos bellacamente realizan, es un absurdo de ese género.” 

Al multimillonario excéntrico Gog, protagonista de los cuentos de Papini, se le ofrecen varias opciones. Destaca una: la ciudad constituida por un solo edificio. Dice Perkunas: “Me di cuenta de que las viejas ciudades, creadas lentamente por culturas y épocas heterogéneas, eran ridículamente polítonas y, por mucho que se haga, irremediables. Ha llegado, según mi opinión, la era de la creación total y la ciudad diferenciada”. 

Imagino a Sulkas Perkunas como un Antonio Averlino o un Francesc Eiximenis de nuestros tiempos, al que se le caen los pergaminos de su maletín, los tachonea, traza nuevos planos de una ciudad mágica. Averlino describió en 25 volúmenes la imaginaria Sforzinda (Trattato d’Architettura, 1464). Eiximenis también aportó el diseño de una ciudad ideal (Dotzè del Crestià, 1392) que resonaría, décadas después, en la utopía de Tomás Moro. 

Sulkas Perkunas también podría ser el barón Haussmann, Le Corbusier, Frank Lloyd Wright. Su consigna es la misma: construir novísimas ciudades. Habría que desenterrar los cimientos, erigir la ciudad definitiva como se compone, desde cero, una sinfonía. Eso diría Perkunas. Qué curioso (parte 2): a los edificios, cuando mueren, también se les desentierra. 

Pianta di Sforzinda

Parafraseando a Percy 

“La poesía no es ningún poder que se ejerce de acuerdo con los designios de la voluntad. Ningún hombre puede decir: voy a componer una poesía”, decía Percy B. Shelley en su Defensa de la poesía. 

Entonces, tal vez, ningún hombre puede decir que va a construir una ciudad. [1] 

Otra de poetas… y campesinos 

En la república de Platón los poetas no tienen cabida; en la ciudad de Eiximenis, los campesinos tampoco. Alguna vez escribió Rimbaud: “la mano en la pluma equivale a la mano en el arado”. ¿Coincidencia? Uno de los dos filósofos dijo de ellos: “Son bestiales y rústicos y orates y sin razón, y bestias fuertes maliciosas”. 

En el centro de la Ciudad de México abundaban de esos a inicios del siglo XX: Villaurrutia, Novo, Gorostiza, Pellicer, y, antes de ellos, un tal López Velarde que, adelantado a su tiempo, trajo a cuestas su propia campiña sagrada: “Me contó el campanero esta mañana / que el año viene mal para los trigos. / Que Juan es novio de una prima hermana / rica y hermosa. Que murió Susana.” [“El campanero”] 

Después de él, comenzó a llegar al naciente espacio urbano el campesinado mexiquense, poblano, tlaxcalteca, hidalguense. El lugar propio de las relaciones dejó de ser el orbe rural, la vida agrícola de donde el hombre robó el fuego y la técnica ancestral a sus antiguos dioses. La ciudad fue sitio del naciente progreso. 

Entonces ocuparon las viviendas más accesibles: casonas, casitas, casuchas y hasta claustros transformados en vecindades. A muchos ya no les alcanzó para vivir en el centro y se asentaron en las periferias. Campesinos, maestros de historia y geografía, tahúres, pulidores de lápidas, colocadores de alfombras, electricistas: sospecho que ninguno contrató los servicios especializados de un arquitecto. 

En aquel México de los 40, cada quien desarrolló y estabilizó su casa. Tal vez los agricultores, al salir de sus provincias, llevaron consigo la simple ciencia del centeno, la rosa primitiva, su tosca poética del mundo que desde siempre les dictó en secreto las claves de la argamasa, el amasijo y los adobes. Anónimos campesinos auto construyeron colonias enteras. (Quizá por eso Eiximenis sonó la alerta para excluirlos.) 

Años después, durante la industrialización del México moderno, el antiguo campesinado trabajaba ya en las inmediaciones del ferrocarril de Cuernavaca, donde los empresarios asentaron algunas de las primeras fábricas: General Motors, Chrysler, General Tire. En tan sólo unas décadas (1940-1980), la población había crecido como en ningún otro momento de la historia nacional. En ese entonces, quizá la ciudad perteneció en uso a la clase trabajadora, que trazó, al andar, su propia geografía, su historia de clase. 

Portada “Modernidad y blanquitud” Edición de Bolsillo de Bolivar Echeverría. Ediciones Era

Ciudad en blanco 

Como pensaría Sulkas Perkunas, el crecimiento y la expansión de una ciudad ideal supone arrasar con lo existente. Los pobres primero. 

A finales de los 50, el alcalde de la ciudad, Ernesto Uruchurtu, mandó a construir la prolongación Paseo de la Reforma, casi que influido por los grandes bulevares de Haussmann en París. Ah, los árboles escuetos, las grandes vidrieras iluminadas, “la foule que se agita bajo la luz caliente de los mecheros”. [2] ¡Y la nieve, claro, la nieve que cae como arrojada por un arpa telúrica! 

El funcionario desarticuló con dicha obra una de las colonias más populares y típicas del centro, la Guerrero, que tan importante había sido para la reproducción de la identidad urbana en ciernes. Desde ese momento, algunos dicen que se acentuó un proceso de deterioro y abandono que luego se hizo evidente en otros barrios del centro. Con el paso del tiempo, la ciudad se volvió obsoleta. 

Interesante la opinión de Bolívar Echeverría: en esos mismos años 50, la Ciudad de México recibió otro agravio mayor cuando sus gobernantes decidieron extirpar al centro su nervio intelectual y cultural, para congregarlo en un lugar retirado, que fue la Ciudad Universitaria. “Esa conexión íntima”, escribió Echeverría en uno de sus ensayos de Modernidad y blanquitud: que existía entre la vida intelectual y la del conjunto de la sociedad en el centro de la ciudad de México sufre un golpe definitivo cuando, cortada como con bisturí, la primera es trasladada y concentrada en el campus de la Ciudad Universitaria mientras la segunda queda abandonada culturalmente a la manipulación televisiva. Aparece una ruptura entre la ciudad y su alta cultura, su “intelectualidad”. [“El 68 mexicano y su ciudad”, 2010] 

No sorprende que los años 70 fueran, en respuesta, un período de intensa actividad y protesta laboral, de organización de sindicatos estudiantiles, de un creciente despertar democrático tanto en áreas urbanas como en organizaciones campesinas. La Unión de Vecinos de la Colonia Guerrero tal vez reclamaba su derecho a una ciudad —una geografía, una historia de la clase obrera— que les había sido arrancada en aras del progreso. 

En las décadas siguientes, debido al alto costo del suelo y las rentas, más de un millón de habitantes emigraron hacia Chimalhuacán, Ciudad Nezahualcóyotl, Valle de Chalco, Ixtapaluca. Aumentó, por supuesto, el tráfico. La desindustrialización causada por un nuevo modelo económico trajo consigo el cierre de General Motors, Chrysler, General Tire. Y solos, como las fábricas, también los edificios de uso habitacional. 

La ciudad, de noche, quedaba vacía cuando los trabajadores regresaban a su casa GEO, o ARA, ciudad-dormitorio, Ciudad de la Igualdad Perfecta, que, dicho sea de paso, también aparece en el Gog de Papini: “Está formada por millares de casas absolutamente iguales: de la misma altura, del mismo estilo, del mismo color, con el mismo número de ventanas y cuartos.” 

En fin. Cuando se es de imaginación corta, una ciudad en blanco es ideal para los ejercicios de baldía especulación. 

 

La última de campesinos 

No dejo de pensar en la casa de López Velarde y en el grupo de campesinos que quizá la construyó. 

A Efraín Huerta un verso de Borges se la recordaba: “el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe”; y este, a su vez, lo llevaba a un verso de Discépolo: “Pobre mina que nació en un conventillo, / con los pisos de ladrillo, el aljibe y el parral”. Yo quisiera imaginarla con los ojos de Salvador Novo cuando describe la que habitó, de niño, en Jiménez (Chihuahua): 

Nuestra casa era una de las más grandes. Tan holgada, en realidad, para los tres que la habitábamos que no estaba toda amueblada, ni visitábamos todos sus amplios cuartos sino cuando, por la noche, mi padre los recorría con una luz en la mano para cerciorarse de que estuvieran cerradas todas las ventanas y todas las puertas […] El patio central de la parte principal de la casa, al que daban todas las habitaciones, tenía un brocal de pozo cerca del comedor, y un jardincillo rústico, que prosperaba sin cuidado en aquel clima agradable y fecundo. 

Sea como sea, sigue en pie. 

En los altos círculos del poder político y económico se decidió que la ciudad crecería hacia lo alto y aprovecharía los “vacíos ociosos” que dejó el terremoto de 1985. La reconstrucción de la ciudad quedó en las manos, una vez más, del campesinado que, según algunas estimaciones, ascendió a 73 mil hombres. En año y medio construyeron casi 40 mil viviendas del mismo tipo y tamaño; rehabilitaron 7 mil más. 

Imagino que uno de los campesinos dice, con la vista al cielo: “el año viene mal para los trigos”. Y otro le responde: “aguántate a las lluvias del verano”. 

 

Sulkianas 

—Equipada para albergar a pobres o ricos, la microvivienda incluye dos recámaras, sala, baño, cocina y área de servicio en tan sólo 22 metros.2 La única diferencia será la localización: unas, por supuesto, en exclusivas zonas céntricas de smart cities dotadas de infraestructura y servicios urbanos de punta; las otras, para qué decirlo. 

“O la ciudad del novísimo Renacimiento, simétrica, conciliada con la euclidiana geometría, de clásicas proporciones, sin fallas ni fisuras ni pobres: una ‘ciudad compacta’ en una línea recta que se extiende auráticamente a lo largo de 120 kilómetros en el desierto árabe. 

“O bien, si lo prefiere, una ciudad fantasma en China, para el sujeto nuevo del mañana…” 

La última de poetas 

De haber sido mexicano, seguro que a Jorge Cuesta lo hubiese incluido en la Antología de la poesía moderna mexicana (1928), que, por cierto, él y otros poetas discutieron en la calle República de Brasil número 42, en el centro histórico de la Ciudad de México. Sin embargo, nació chileno (y también así murió). Más aún, el poema que transcribo es de 1950, año en que Luis Buñuel presentó Los olvidados; tantito antes, Novo publicó Novísima grandeza mexicana (1946). Aunque no pareciera, hablaban de la misma ciudad. Sin más: 

Cuando el hombre dejó las madrigueras
de la turbina, cuando desprendió
los brazos de la hoguera y decayeron
las entrañas del horno, cuando sacó los ojos
de la rueda y la luz vertiginosa
se detuvo en su círculo invisible,
de todos los poderes poderosos,
de los círculos puros de potencia,
de la energía sobrecogedora,
quedó un montón de inútiles aceros
y en las salas sin hombre, el aire viudo
el solitario aroma del aceite.
[Pablo Neruda, Canto general] 

Qué curioso (parte 3): a un poeta, cuando muere, tal vez lo entierra un campesino.  

Cada época tiene a su poeta. ¡Ah, y el frío ardiente que hacía! 

Hace mucho tiempo 

Tuve una amiga que, al parecer, buscaba una ciudad en un hombre. 

 

Referencias

[1] Breve lista de hombres, y una mujer, que quizá se dijeron a sí mismos “voy a construir una ciudad”: Hernán Cortés, Rómulo, Antonio Averlino, Francesc Eiximenis, Rodrigo Sánchez de Arévalo, Alonso García Bravo, Georges-Eugène Haussmann, Le Corbusier, Oscar Niemeyer, Bernhard Förster y Elisabeth Förster-Nietzsche, Vitrubio, Ahmed Shah I, Josep Lluís Sert, Frank Lloyd Wright, Mohammed ben Salman, Sulkas Perkunas… 

[2] Esta referencia pertenece a una reseña publicada en 1902 en Revista Moderna, citada por José Mariano Leyva en su artículo “Terreno hostil. La ciudad de México a través de los ojos decadentes”. Compilado en Diario de campo, año 3, número 13 (2013), INAH. 

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