El cargo La política del límite. María Verónica Machado en Casa Vecina apareció primero en Arquine.
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A finales de 2016, el entonces candidato a la presidencia por los Estados Unidos, Donald J. Trump, declaró ante la prensa que construiría un muro que separara la frontera entre México y Estados Unidos. Si bien, poco tiempo después Trump “precisó” que no pretendía generalizar a los mexicanos, cuando en aquella conferencia pronunciaba la palabra migrante estaba hablando de todos los migrantes, y bajo su discurso, todos los migrantes son criminales, drogadictos, violadores. El deseo de Trump por la construcción persiste. El 21 de junio, a través de su cuenta de Twitter, el ahora presidente, citando estadísticas de una encuesta hecha por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, IISS por sus siglas en inglés, escribió que dado que México era el país más “mortal” después de Siria, reafirmaba su promesa de campaña: una construcción que no sólo divide un territorio, si no que señala (señalar en su acepción acusatoria) los cuerpos de la población migrante. Como lo señala Léopold Lambert en su texto Un muro: el futuro de la arquitectura (publicado en Arquine No.79), “el control espacial de los cuerpos en un contexto político de ingeniería de la identidad nacional encuentra en el muro el dispositivo perfecto”. El límite que traza ese muro todavía inexistente pero no por ello menos palpable (el muro sólo sería una consecuencia física del racismo estadounidense cada vez más dominante), además de la posible consolidación de un nacionalismo igual de mortal que la guerra contra el narcotráfico, también ha desatado réplicas y protestas, discusiones en torno a la identidad y a lo que representan los cuerpos ante los muros sociales y políticos.
En este contexto, la instalación La política del límite de la venezolana María Verónica Machado, además de enmarcarse en una coyuntura, representa un gesto cuya fuerza aporta a los debates actuales sobre identidad. Formada en la residencia cultural de Casa Vecina, La política del límite no adquiere significado a través de un objeto, como lo fue Estructuras comunicantes de Anónima Arquitectura, también construida en el mismo programa de Casa Vecina. La propuesta de Machado opera de una forma mucho más conceptual: se trata de subvertir el concepto de frontera tanto en lo arquitectónico como en lo subjetivo. Machado trazó con mil tubos de PVC el dibujo cartográfico de la frontera entre México y Estados Unidos entre dos edificios que, a su manera, son opresivos. Una iglesia (la conquista ideológica de México) y un rascacielos, la Torre Latinoamericana (una encarnación de los problemáticos inicios de la modernidad nacional). Después de haber trazado la frontera, la esparció en todo el perímetro del atrio. Al principio, pudo haber existido sólo un recorrido, el de la línea entre dos países, pero a través de su diseminación La política del límite se transforma en una caminata inmersiva que permite leer la experiencia múltiple de lo que significa un límite y de lo que implica atravesarlo. En cada tubo se imprimieron frases referentes a la migración y a la movilidad de autores como Marina Garcés y Gabriel García Márquez, pero también de migrantes y de ciudadanos. No leemos a la masa generalizada, sino a la voz particular de los individuos que se han enfrentado a los diversos muros de la época.
La instalación de Machado logró pensar el muro como un dispositivo que puede albergar, polifónicamente, las protestas contra el límite que representa, protestas que lo fragmentan.
Una línea es un punto que fue a dar un paseo.
A line is a dot that went for a walk.
Paul Klee
El límite se representa con una línea y la línea es un punto en movimiento. Así es como María Verónica Machado, arquitecta/ artista venezolana, profesora invitada en el Posgrado Espacio efímero, traza la frontera entre Estados Unidos y México, como una matriz de puntos difuminada en el espacio.
Para su propuesta para la residencia cultural en el Atrio de San Francisco, la artista aprovecha la trama del pavimento del lugar y dibuja la línea divisoria entre los dos países para experimentar con el espacio del límite, donde el límite se espacializa y ocupa todo el espacio para construir un territorio de relaciones, cruces, encuentros y diálogo. Al fin y al cabo, el límite es el encuentro entre dos partes.
La instalación – como apunta Machado- trabaja con el pensamiento y la palabra, interactúa con el medio, se altera y vibra con el aire. Se transforma desde la informalidad de la acción humana, materializándose a través de productos estandarizados, ordenados desde la retícula que organiza el pavimento, haciendo brotar mensajes desde las juntas del mismo.
Esta pieza se formaliza anclando tubos de PVC de tres metros en las juntas de las baldosas del suelo (la separación entre estos elementos varían entre 40, 80 y 120 centímetros). En cada uno de estos tubos, se puede leer un mensaje o pensamiento de personas reales que pertenecen a uno de los dos lados de este límite.
Este tipo de instalaciones en el espacio público, deben ofrecer diferentes experiencias para el visitante. Es importante que puedan disfrutarla independientemente de cómo transitan por el dispositivo. En esta ocasión, el ciudadano puede adentrarse a este campo de tubos blancos por el pasillo central – la frontera- o aventurarse entre el sembrado aparentemente aleatorio pero perfectamente organizado. Algunos, inmersos en la lectura de cada uno de los mensajes mientras avanzan absorbidos por el espacio, otros corren haciendo slalom (zigzag entre los elementos verticales) alterando la estabilidad de estas líneas corpóreas, que sin querer chocan entre sí y con la unión de sus textos, se generan nuevos mensajes. Muchos jóvenes aprovechan este paisaje artificial para tomarse su selfie y compartir su vivencia inmediatamente en sus redes sociales.
El proyecto de Machado nace de la frontera, del límite o de la separación, pero logra convertir la instalación en un lugar de encuentro, dinámico, de reflexión y lúdico, ofreciendo al público múltiples maneras de experimentar el espacio.
El cargo La política del límite. María Verónica Machado en Casa Vecina apareció primero en Arquine.
]]>El cargo El deporte urbano. Conversación con Erik Carranza apareció primero en Arquine.
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Christian Mendoza: ¿Cuáles son las nociones que el despacho que tiene sobre el espacio público?
Erik Carranza: En principio, el espacio público en esta ciudad es un slogan político. En realidad, hay ciertas acciones que ha emprendido el gobierno para la recuperación de los espacios. Creo que como oficina nos molesta mucho la idea de “recuperación”, porque significa que en algún momento lo perdimos, y eso no es cierto. Sucede que en algún punto de nuestras vidas decidimos irnos a los suburbios, meternos a los centros comerciales y creímos que la vida iba a desarrollarse en esos entornos. Cuando nos dimos cuenta de que estar en esos entornos era aislarse, consumir y no habitar la ciudad, se decidió que el espacio público tenía que integrarse y recuperarse. Pero, históricamente, el espacio público siempre ha sido utilizado. Es un sitio donde suceden muchas cosas, desde violencia y manifestaciones, hasta encuentros celebratorios. Cuando empezamos a registrar fotográficamente parques y jardines y el mobiliario de los juegos, nos dimos cuenta de que las ideas propias del suburbio estaba permeando a los parques. Instalar un castillo de plástico nos recordaban a los eventos Tupperware en los que varias personas se juntaban para hacer dinámicas de juego y rolaban sus casas cada fin de semana para generar una economía. Estos espacios de plástico son eso: son espacios cerrados y que además no abren mucho la imaginación de los niños. Si estás en un barco pirata, en la historia siempre habrá un malo y un bueno. En cambio, estos juegos de concreto de Alberto Pérez Soria, o los juegos metálicos de los que se desconoce la autoría, probablemente configurados en los sesenta, te permiten ser niño toda la vida, contar muchas historias e imaginar una gama mucho más amplia de espacios que la de un castillo. Eso debería ser el espacio público: un lugar con distintas interpretaciones y usos, no solo los de convivencia. Creemos que el espacio público es solamente para que todo el mundo esté feliz, pero también lo necesitamos, de vez en cuando, lleno de granaderos. Necesitamos que, de repente, algo genere fricción para entender que en verdad hace falta recuperar, en todo el sentido de la palabra, los espacios.
CM: Este acercamiento que Anónima hace al espacio público, ¿es a partir de la nostalgia, de retomar una práctica arquitectónica?
EC: Sí hay nostalgia del juego. La práctica en la oficina tiene mucho que ver con eso. Hay líneas muy tradicionales que tienen que ver con el proyecto –obra, construcción, supervisión. Nosotros, cuando empezamos, sabíamos que queríamos hacer todos esos procesos de diferente manera. Nos interesan los temas periféricos de la arquitectura, también una arquitectura que esté en los límites de lo artístico y de cuestiones antropológicas y sociológicas. No solamente es el juego, también nos interesa la comida, las posibles relaciones que pueda provocar el objeto con el sujeto. Creemos que el primer elemento arquitectónico debe ser el cuerpo. El cuerpo genera tensión y espacios. En Estructuras comunicantes el objeto y el sujeto generan las condiciones de la instalación.
CM: Parte de las políticas públicas han planteado a los parques como una necesidad, como los aparatos para hacer ejercicio que han ido apareciendo en algunos puntos de la ciudad…
EC: El punto de vista ahí es económico. Una empresa se está metiendo a la bolsa muchos millones de pesos porque tiene un contrato substancioso con el gobierno para instalar gimnasios urbanos en los lugares menos indicados, como un bajo puente, una vía de alta velocidad o donde la gente no los use. La pregunta que lanzamos con este tipo de intervenciones va poco más allá de lo económico –que tampoco tiene nada de malo atender el flujo económico de una ciudad. Piensa un poco más allá y puedes tener un juego de estos materiales en todos lados. Creo que, al final, tienes que mediar la cuestión económica de un partido político en turno, gobernante, con una empresa, con la ciudadanía que va a ocupar ese tipo de espacio. Por lo general, están vacíos esos gimnasios, funcionan muy pocos, al contrario de los antiguos: las barras, las escaleras. Hay uno muy cerca de Ciudad Universitaria que le dicen el gimnasio de los hombres callados, que va la gente a ejercitarse, y el único contacto que tienen es el visual. Nunca se atreven a establecer comunicación, por una cuestión de vanidad, porque son hombres con hombres haciendo ejercicio. En Chapultepec está el Valle de los mamados, donde chicos van y se ejercitan.
CM: ¿Estructuras comunicantes es un dispositivo social o arquitectónico?
EC: Lo que se pretende es establecer comunicación. Que una persona de la tercera edad se siente y recuerde cuando ocupaba este tipo de espacios, y que los niños también establezcan nexos con ellos. Hay una distancia muy grande entre niños y adultos mayores, cuando tendrían que estar intercambiando los unos experiencia y los otros energía. Eso es lo que queremos lograr.
Daniela Jay: Las estructuras que proponen rompen con esquemas que se siguen en Europa. Y la instalación del despacho busca reflejar la cultura mexicana. ¿Cómo llegaron a la idea de responder no a tendencias extranjeras sino al sitio específico?
EC: Partimos primero del análisis de los parques. Antes del resultado final, trazamos mapas, diagramas y formamos un registro fotográfico. Es un trabajo que ha llevado tres años registrando los juegos de los parques, y nos dimos que las estructuras metálicas son casi únicas. No tienen nada que ver con un playground en Estados Unidos o con una superestructura en Europa. Conservan muchas características de la arquitectura mexicana. Creo que Miquel Adriá lo dijo un día en alguna conferencia: la arquitectura mexicana es monumental, trabaja con la luz y trabaja con el vacío. Y los juegos infantiles tienen esas cualidades, con el agregado de que se puede interactuar un poco más con ellos. Es casi como un render preliminar, donde estás habitando el wireframe. Aunque, pienso que a la arquitectura mexicana le hace falta transiciones. Siempre remata contra el piso, y hace falta pensar en la curva, como lo hacía Niemeyer; en figuras que puedas patinar, en las que puedas acostarte, etcétera. La instalación, evidentemente, tiene una impronta mexicana, pero puede ser activada de distintas maneras.
CM: La estructura, también, está basada en el reciclaje…
EC: La estrategia principal cuando ingresamos la convocatoria de Casa Vecina era que las 16 delegaciones donaran o prestaran tres estructuras. Si se hubiera logrado ese esquema, hubiéramos podido regresar tres instalaciones. El tema fue la cuestión administrativa: metes una carta y te responden un año después. Los tiempos administrativos son otra realidad. Este país vive en otra temporalidad. Cuando se necesitan las cosas, suceden años después. Cuauhtémoc, Azcapotzalco y Gustavo Madero le entraron al proyecto y nos dieron algunas estructuras que albergaban en campamentos con la condición de que se rehabiliten en diferentes lugares. Las restantes sí se compraron, pero bajo la idea de poder tener al menos cuatro o cinco piezas a menor escala como estructuras comunicantes en otros lugares. Debemos regresar después para ver cómo desmontamos la instalación, cómo la cortamos y cómo podemos construir un par o tres de las mismas. Aunque la residencia en Casa Vecina termina con la activación de estructuras comunicantes, para nosotros comenzó hace tres años y continuará.
CM: ¿A qué crees que haya obedecido el cambio en la forma de construir espacios deportivos?
EC: Por un lado, se encuentran las necesidades de la gente. Por otro, las necesidades de las empresas con los gobiernos. Es interesante encontrar el Deportivo Guelatao, un edificio de tres pisos con alberca, o El Asoleadero, un edificio que estaba abandonada y que la actual administración volvió a atender, o si vas por Correo Mayor hay unos edificios originalmente comerciales que se convirtieron en máquinas deportivas. En la planta baja se desarrolla toda la actividad comercial y del segundo al cuarto piso hay gimnasios. El cuerpo va dictando como tienes que ir generando los espacios. La instalación buscó tener cruces con los equipos de corredores de Madero, con las niñas que hacen hula hoop en La Alameda. Buscamos romper la noción de clase de gimnasio, y que en vez de pagar por ir a ver a un instructor puedas usar el espacio orgánicamente.
El cargo El deporte urbano. Conversación con Erik Carranza apareció primero en Arquine.
]]>El cargo Oficios, ciudad y acción apareció primero en Arquine.
]]>Si pudiéramos realizar un mapeo acerca de los diversos oficios que se encuentran en esta urbe heterogénea podemos diagnosticar que, por lo general, los oficios responden a una necesidad barrial, a un territorio específico y a un contexto histórico-cultural y social. Uno a uno, boleros, plomeros, carpinteros, alambreros, costureras, mecánicos, afiladores o carboneros, transmiten su conocimiento de boca en boca que con el pasar del tiempo se modifican o mutan hacia nuevos saberes y quehaceres de lo que es y significa su labor en la ciudad y sus contextos históricos, sociales y espaciales.
Pensando un poco en lo que dice Pierre Bordieu estos saberes y quehaceres se convierten en algo que llamaríamos el HABITUS: el conjunto de sistemas organizadores de las prácticas y representaciones objetivamente adaptados a una meta. Este término se refiere a las prácticas individuales y colectivas que terminan siendo producto de la historia y que por tanto influyen en la ciudad, la arquitectura y el arte. El HABITUS se entiende entonces como un proceso de conocimiento y toma de conciencia no uniforme que se hace todo el tiempo de manera fragmentada, parcial o diversa.
Los efectos del HABITUS -que no siempre son concientizados- permiten el sentido común en las diversas sociedades donde se logra un consenso de las prácticas y el mundo, la armonización de las experiencias colectivas o individuales. Su presencia activa en las experiencias se registra en cada organismo bajo esquemas de percepción, de pensamiento y de acción que de cierta manera permiten su constancia a través del tiempo.
En este sentido, han surgido diversos proyectos de investigación urbana y acción artística que conforman un híbrido entre los oficios y su impacto en la sociedad contemporánea y que buscan generar preguntas y conductas que pueden recrear repercusiones diferentes en el otro o los otros. De entre esos ejemplos se encuentran el proyecto activista Bordando por la paz cuya acción, además de exhibirse en el espacio público, realiza maratones de bordado, generando y exigiendo conciencia de lo que sucede en un país que, ante las pérdidas humanas, hace caso omiso o, peor aún, mantiene una actitud de cotidianidad ante ello. A este colectivo se le puede sumar Fuentes Rojas que, en un principio, intervenían parte de las fuentes del Centro Histórico con pintura roja para después activarse -también- a través del bordado.
Desde la acción activista hasta aquella de tonos situacionistas como el clásico de Francis Alÿs, podemos encontrarnos con las acciones de remembranza colectiva en Bogotá con Elvira Santamaría, con las sesiones de bordado colectivo con Amor Muñoz o con los recientes proyectos de residencia de Giacomo Castagnola (Perú) y Anja Franke (Dinamarca) en Casa Vecina, donde, justamente, a partir de un mapeo de los oficios del Centro Histórico se puede pensar en sus productos como una artesanía urbana que corresponde al cambio o desplazamiento de la ciudad misma, con sus nuevos escenarios y procesos que dan lugar a un conocimiento diverso y transformado. Un HABITUS que correspondería a urbes multi-étnicas, multi-funcionales y multi-territoriales en las que cada barrio o colonia debiera de generar parte de su historia y memoria colectiva.
El cargo Oficios, ciudad y acción apareció primero en Arquine.
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