Resultados de búsqueda para la etiqueta [Cartografía ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Thu, 14 Sep 2023 15:42:26 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 El mapa como discurso https://arquine.com/el-mapa-como-discurso/ Tue, 06 Jul 2021 13:31:39 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-mapa-como-discurso/ Un dilema constante en los estudios urbanos está en la representación del espacio que tiene que ver, otra vez, con esquemas normativos con los que se constituyó la representación espacial como concepto y como objeto. Desde el punto de vista de varios autores, los mapas son discursos de representación y dominio o, al menos, así fue como surgieron y buena parte de su reproducción se ha dado en esta línea. 

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El simulacro no es lo que oculta la verdad, es la verdad la que oculta que no hay verdad, el simulacro es verdadero

Jean Baudrillard 

 

Un dilema constante en los estudios urbanos está en la representación del espacio que tiene que ver, otra vez, con esquemas normativos con los que se constituyó la representación espacial como concepto y como objeto. Desde el punto de vista de varios autores, entre ellos Montoya, los mapas son discursos de representación y dominio o, al menos, así fue como surgieron y buena parte de su reproducción se ha dado en esta línea. 

En teoría, el objetivo de contar con mapas fue el de tener instrumentos de medición y orientación para definir rutas y recorridos, así como trazar y delimitar lugares, sin embargo, nos dice Montoya, de este objetivo totalmente pragmático surgió de manera paralela otra función: “configuración de lo real” (2007), es decir, una función que alberga una abstracción cargada de símbolos, que “supone ir a lo emergente y a las relaciones y territorios que se están creando” (Piedrahita, 2018); el mapa no es el territorio, pero sí influye sobre él.

Este intento de “configurar lo real” con su carga simbólica ha perpetuado pensamientos hegemónicos sobre las nociones de espacio y territorio[1] que siguen vigentes hasta nuestros días. En el griego clásico, siglo VI a.C, Anaximandro realizó un mapa que representaba el mundo de forma circular con un centro en el Mar Egeo, rodeado todo el resto del mundo terrestre por el océano, esta representación, claramente responde a un pensamiento político que colocaba a Grecia en el centro del mundo (Montoya, 2007, pág. 158).

La representación cartográfica que hoy conocemos del mundo, la representación de Mercator, que adquirió popularidad en los siglos XVII y XVIII ya con las colonias europeas consolidadas en América Latina (el “nuevo continente”), tiene un enfoque similar a la cartografía de Anaximandro para Grecia. Si bien el mapa de Mercator era un mapa que funcionaba predominantemente como GPS analógico para los viajes marítimos (el cual había sido distorsionado justamente para poder servir en este contexto (De Régules, 2003)), comenzó a reproducirse y utilizarse para básicamente cualquier representación de la tierra y, siglos después, seguimos mirando el mundo con una distorsión tal que, “casualmente”, nos presenta al norte global considerablemente más grande de lo que es en realidad, así como el centro ubicado en Europa. 

En este contexto, ¿qué sucede en Ciudad de México con las representaciones espaciales del territorio? 

Primero es necesario reconocer la ambivalencia territorial de la Ciudad de México; por un lado el límite político-administrativo que se reconoce como un territorio con 16 alcaldías y que, al mismo tiempo, tiene una relación permanente e intrínseca con su periferia a la que a veces niega y otras no, pero justo esa negación hace importante entender el vínculo de todos los municipios conurbados del Estado de México y uno del Estado de Hidalgo con el territorio político de la Ciudad de México. 

Y por otro, el discurso de megalópolis que incluso trasciende fronteras en donde la “megaciudad” de los 22 millones de habitantes se hace presente como un conglomerado homogéneo y que no implica esta división administrativa a la que, internamente como habitantes, estamos habituados a escuchar y reconocer. 

Mike Davis (2014) en Planeta de ciudades miseria hace una referencia sobre los asentamientos en Iztapalapa y Nezahualcóyotl como pertenecientes a la mega urbe que considera Ciudad de México, su análisis parece no haber requerido esta diferencia político-administrativa, pero que hubiese hecho saltar a cualquier académico nacional por lo que esta diferencia implica no solo en términos de gestión pública, si no también simbólicos. 

Para los estudios urbanos y para la planificación urbana, la representación territorial a través de los límites político-administrativos es moneda de cambio para hacer más “eficiente”[2] la lectura y definición de la administración a diferentes escalas territoriales. Esta representación institucional, determinada a través de los límites municipales, es predominantemente fragmentadora porque niega o acepta, a discreción, fenómenos que van más allá de los territorios configurados, especialmente cuando hablamos de zonas metropolitanas. La información que tenemos de esos territorios está configurada justamente así y nos obliga a tener una lectura desde este enfoque, limitando las interpretaciones de una ciudad con la complejidad que nos ofrece la metrópoli de la Ciudad de México.

Derivado de lo anterior, surge el cuestionamiento sobre los instrumentos institucionales para representar el espacio y la búsqueda de mecanismos que sean críticos ante estas formas de representación del espacio. John Harley, considerado por algunos como el padre de la cartografía crítica, toma un posicionamiento respecto de las visiones objetivistas de la representación espacial:

El punto de partida de Harley es justamente el distanciamiento del pensamiento positivista, racionalista y objetivista; propiciando un cambio de enfoque en la historiografía convencional que dirige a la cartografía hacia una ruptura con esa epistemología univocal para considerar el mapa como una «construcción social», ubicando al cartógrafo en el contexto de su época, como un miembro de la sociedad en sentido amplio. (Montoya, 2007, pág. 163)

La visión de Harley, siguiendo también el trabajo de Guattari y Deleuze, es el de reconocer al cartógrafo como un sujeto social y al mapa como una construcción social y que los instrumentos de representación y el resultado que de todo esto deriva no es neutro, ni imparcial (Harley, 2001) (Piedrahita, 2018).

Es decir, es necesario hacer contralecturas de las representaciones tradicionales, cuestionar qué es lo que implica para un habitante asumirse ciudadano de un territorio determinado, asumirlo desde la lectura sociodemográfica institucional o entender el cómo vive su ciudad a partir de representaciones de la percepción (Lynch, 1998): ¿es habitante solo quien tiene residencia en un espacio?, ¿las personas que “solo” trabajan o estudian la Ciudad de México no son habitantes?, ¿cómo abordar su participación ciudadana en las lecturas de lo espacial? 

Beatriz Piccolotto (2004) nos dice que “mapear significaba conocer, domesticar, someter, conquistar, controlar, contradecir el orden de la naturaleza. En los mapas se producía un territorio limitado y continuo sobre una naturaleza discontinua e ilimitada”, en más de una ocasión he escuchado a colegas funcionarios, consultores urbanos y académicos decir algo así como “aquello que no se puede medir no existe”, añado a esta frase que aquello que no se puede mapear tampoco existe para la planificación urbana como la conocemos hoy porque, desde el rigor de la intervención, no tendría razón de ser un fenómeno urbano que no puede identificarse espacialmente. Los mapas, entonces, se convierten en un instrumento obligado. ¿Cómo darle la vuelta a esta obligatoriedad que parte de lo normativo para representar la complejidad de los fenómenos urbanos?

 


Notas:

 

  1. Aquí se retoma la propuesta de López y Ramírez  para la noción de territorio: “es mucho más concreta y particular que la de espacio, refiere a una dimensión de la superficie terrestre, y por último, alude a una adscripción política, que no tiene la de espacio” (López & Ramírez, 2015, pág. 37).
  2. Esto se pone en tela de juicio por diversas problemáticas resultado de esta representación, por ejemplo, en México existe un problema permanente respecto a la definición de los límites territoriales municipales, resultado de procesos históricos y políticos que no han logrado resolverse y que, incluso con esas discrepancias, los municipios continúan administrando territorios con todas las limitaciones que ello conlleva. 

 


Trabajos citados

Lynch, K. (1998). La imagen de la ciudad. Barcelona: Gustavo Gili.

Davis, M. (2014). Planeta de ciudades miseria. Madrid: Akal.

De Régules, S. (2003). El mundo no es como lo pintan: mentiras y verdades de un mapa. ¿Cómo ves?(39).

Harley, J. (2001). The new nature of maps: essays in the history of cartography. Baltimore: The Johns Hopkins University Press.

Montoya, V. (2007). El mapa de lo invisible. Silencios y gramática del poder en la cartografía. Universitas Humanística(63), 155-179.

Piccolotto, B. (2004). Decifrando mapas: sobre o conceito de “território” e suas vinculaçoes com a cartografia. 193-234.

Piedrahita, C. L. (2018). La cartografía: enfoque crítico y experimentación metodológica para el estudio de las realidades sociales. En P. V. Claudia Luz Piedrahita Echandía, Indocilidad reflexiva (págs. 123-132). CLACSO.

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Los nombres de las cosas y de los lugares https://arquine.com/nombres-cosas-lugares/ Tue, 25 Sep 2018 14:00:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/nombres-cosas-lugares/ Sabiendo que los nombres son expresiones de poder a lo largo del tiempo y el espacio, deberíamos estudiar más los nombres de las cosas, sus orígenes y sus contextos y así entenderíamos mucho más de por qué vivimos como vivimos. Ya sea a la escala de un continente, un país, una ciudad o un barrio, todo tiene una razón de ser, aunque esa razón pueda ser por demás chusca.

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Toda la vida me han fascinado los nombres de las cosas y los lugares. De pequeño podía pasar horas frente al mismo atlas que ya había ojeado tantas veces para analizar las letras que componían lugares tan distantes de México como Turkmenistán o la isla de Nauru. Siempre me gustaron las palabras eslavas y los nombres túrquicos, así que conforme fui creciendo lleve esta obsesión al ámbito académico lo cual se reflejó en mis mapas toponímicos del Kurdistán. Conforme fui estudiando el mundo antiguo de Mesopotamia y las lenguas de la región (árabe, turco, persa y kurdo), llegué a fascinarme aún más con el origen y significado de las palabras y cómo muchas de estas han viajado hasta México trayendo su historia consigo. No es secreto para nadie que el español, o mejor dicho el castellano, que se habla en México contiene nombres y palabras provenientes del oriente como también del mundo prehispánico.

 

La vida y las carreras que decidí estudiar me han permitido cumplir mi sueño de viajar por México y otras partes del mundo. Mis profesores de geografía me enseñaron el valor de observar, así que le imprimí mi toque personal y una de las cosas en las que siempre me he fijado es en el nombre de las cosas y los lugares. El nombre de las calles, de las colonias, de las ciudades y hasta de los países y continentes tienen un trasfondo político.

En todos los casos los nombres pueden explicarse por cuestiones históricas. En México no es de sorprender que en el 100% de las localidades mexicanas o, citando a una maestra que tuve en secundaria, “hasta en el pueblito más pueblito”, encontraremos en las calles principales, avenidas y colonias (principalmente frente a la catedral o capilla que le da su centro de origen) los nombres que sirven para la construcción del mito del Estado mexicano. Los héroes (que no necesariamente son personas) que dan sustento al cuento de ficción que nos enseñan en las clases de historia durante la secundaria. Me refiero a los Juárez, Hidalgo, Revolución, Insurgentes, Independencia, Morelos, Guerrero, Zapata, Villa, Madero, Flores Magón, Constitución de [insertar fecha] y un largo etcétera. Por medio del nombre de las calles estos “héroes” a veces hasta pareciera que “jalaban parejo hacia la misma dirección”, cuando en realidad representaban ideas completamente distintas. No me cabe la menor duda que no es coincidencia que Ricardo Flores Magón llegue a lo mucho a un eje vial y a una estación del Metro en la Ciudad de México mientras que gente de la calaña de Madero, Juárez o Carranza sean incluso una delegación. Los nombres son siempre elementos de aquellos que detentan el poder y es por medio de los nombres que se pueden construir muchos mitos. Al Estado le conviene recordar a los hermanos Flores Magón pero no le conviene profundizar de más sobre el tema, por ello no cabe dentro de la categoría de los “héroes principales”. Estos héroes, como bien señalan autores como Benedict Anderson, Amin Maalouf o Shlomo Sand, también pueden ser elementos geográficos (como plantas, ríos o montañas) que reafirmen la identidad nacional con el territorio en el que está asentada la “nación” en cuestión. También los elementos prehispánicos que reafirman la “identidad mestiza” mexicana están presentes en las calles de todo el país; en Michoacán son purépechas, en Sonora yaquis, en Yucatán mayas y en la Ciudad de México náhuas.

Hay un fenómeno aún más interesante y es el nombre de calles que se fueron formando por procesos un tanto azarosos. En alguna ocasión me encomendaron caminar todas las calles en un cuadrante que iba desde el Viaducto a río Churubusco y desde Eje Central hasta La Viga. Pasando por el viejo poblado de San Andrés Tetepilco (absorbido hoy día por la mancha urbana) me encontré con la calle de Amacuzac. El curso de ésta era bastante curioso pues no era recto ni continuo y sin embargo llegaba hasta el mismísimo Viaducto. La calle desaparecía por momentos y de la nada volvía a aparecer con el mismo nombre. Cuando llegué a casa y la busqué en un mapa localicé la calle y la seguí con el dedo hasta llegar hasta Culhuacán, donde cambia de nombre (muy cerca de Canal Nacional). Tenía una forma parecida a la de un río. Dicho y hecho mi investigación me llevó a darme cuenta que este Amacuzac es el cauce de un viejo río que descendía desde el Iztaccihuatl (a no confundir por el río Amacuzac que fluye por Morelos). Todavía hoy me quedo con la duda sobre la razón de los parches que cortan su camino por la ciudad. Casos muy semejantes pueden encontrarse en el Centro Histórico de la Ciudad de México, e incluso nombres muy peculiares como la “Calle de la Amargura” en lo que hoy es República de Honduras. Basta con tomar un mapa del siglo XVI y un cronista de la época de la ciudad de su preferencia para, por medio del nombre de las calles, dar un viaje por el tiempo.

No es secreto tampoco para nadie que el 95% de las colonias que se llaman Solidaridad en México son zonas con fama de ser peligrosas. El motivo me fue explicado durante alguna de mis prácticas de campo en licenciatura, aunque ruego a mis lectores disculpen si estoy errado y me corrijan. Hasta donde estoy enterado el nombre “Solidaridad” corresponde a uno de esos planes impulsados por el gobierno de Salinas para integrar a los “marginados” a la dinámica productiva de la ciudad. Eso sí a las afueras de la misma y con sólo lo básico para sobrevivir, donde no estorben y no cuesten demasiado. 

Ya que estamos enumerando casos específicos otra anécdota interesante es que la colonia Buenos Aires de la Ciudad de México no se llama así por la capital de Argentina, sino por los “buenos aires” (claramente un eufemismo) que se podían oler en sus inicios cuando el Viaducto aun no estaba entubado. Igual de interesante es el caso de la plaza, y posterior estación del Metro, “Etiopía”, bautizada así en honor a la visita de Haile Selassie, en tiempos en que la política exterior mexicana rechazó enérgicamente (junto con la Unión Soviética) la intervención italiana en Etiopía. Aparentemente en Addis Abeba, la capital etíope, hay una plaza con el nombre de México. Nunca he ido a Etiopía.

Saliéndonos un poco del centralismo de la capital no es de sorprender que una ciudad tan de la época colonial como Morelia tenga nombres en el centro de la ciudad de ese periodo (tipo Virrey de Mendoza o García Obeso). Eso sí, sin olvidar las raíces purépechas de la región, como sucede en la colonia Vasco de Quiroga (personaje icónico para la historia de Michoacán) en calles como “Carpinteros de Paracho”, “Cobreros de Santa Clara”, “Tejedores de Aranza”, “Lacas de Uruapan” y un largo etcétera. Otro ejemplo más al norte podría ser encontrado en la ciudad de Tijuana, pues Valentín Elizalde dejó plasmada en su canción “118 balazos” la calle “Sánchez Taboada” que se refiere a un gobernador priista de Baja California.

Podría pasarme horas mencionando más anécdotas, como la de la colonia Aurora, en Nezahualcóyotl, que tiene nombres de canciones, la UVM rodeada de los equipos más viejos del futbol mexicano y mundial (Atlas, Atlante, Botafogo, River Plate, Partizán, etcétera), la historia del mercado de La Viga y sus alrededores u otros ejemplos curiosos más en lugares como Guadalajara. Pero bueno, eso ya es también tarea de cada quien. Sin embargo, hay nombres que por más que busco y busco no me hacen sentido debido a la desproporción de su importancia.

Vemos que por ejemplo en la Ciudad de México uno de los ejes viales más importantes se llama Montevideo y que una de las principales calles del Centro Histórico es República de El Salvador o República de Uruguay. No es absolutamente nada en contra ni de Uruguay ni de El Salvador. Todo lo contrario, me gustan los nombres de esas calles. Sin embargo no puedo dejar de preguntarme ¿por qué Montevideo y no Buenos Aires?, ¿por qué Uruguay y El Salvador están situadas en el mero centro y no Guatemala y Chile?, ¿quién elije el orden?

A escala internacional también me he llevado una que otra sorpresa. Recuerdo estar paseando por las calles aledañas a la Piața Victoriei (Plaza de la Victoria) de Bucarest, Rumania, y toparme para mi sorpresa con que la calle “Mexiko” era justo la primera en el orden. En la Ciudad de México, en la colonia Portales, la calle de Rumania es una de las más anchas a escala barrial pero no está a lado del Zócalo ni del Ángel. En el parque Maçka, en İstanbul, me encontré también sorpresivamente con estatuas de Emiliano Zapata y de O’Higgins como motivo de la revolución mexicana y la independencia chilena, respectivamente. Inmediatamente vino a mi mente el reloj otomano de las calles del Centro Histórico. En la capital de Albania, Tirana, una de las calles principales se llama Rruga George W. Bush, lo cual nos dice mucho sobre las recientes políticas de aquel país.

La gran duda que me carcome es quién pone esos nombres, ¿qué título universitario hay que tener para definir que la calle “Mexiko” esté junto a una de las plazas más importantes de Bucarest o que la calle de Bulgaria atraviese dos colonias enteras de la Ciudad de México? ¿Por qué hay colonias con nombres tan originales y tan representativos del folklore local y otras con nombres tan burdos como “Calle 32”? La conclusión a la que llego es que, sabiendo que los nombres son expresiones de poder a lo largo del tiempo y el espacio, deberíamos estudiar más los nombres de las cosas, sus orígenes y sus contextos y así entenderíamos mucho más de por qué vivimos como vivimos. Ya sea a la escala de un continente, un país, una ciudad o un barrio, todo tiene una razón de ser, aunque esa razón pueda ser por demás chusca.

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To understand, make a map https://arquine.com/para-comprender-haz-un-mapa/ Thu, 03 Oct 2013 14:38:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/para-comprender-haz-un-mapa/ ¿Para qué hacer un mapa? para comprender una realidad podría ser una respuesta. Sin embargo, los mapas no son objetos cerrados pues 'nunca están completamente formados y acabados. Es más, son transitorios, efímeros. Son contingentes, relacionales y contexto-dependientes. Los mapas están siempre en un continuo estado de mapeo'.

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Dibujar el mapa, trazando cada uno de los recodos de la ciudad, es un modo de recorrerla y conocerla. El rastro del dibujo no es más que una huella de este recorrido”
Martí Perán (1)

La frase de Perán remite a la otra afirmación: “to understand, make a map” –para comprender, haz un mapa. Lo hemos desarrollado y realizado muchas veces. Podemos hacer un dibujo esquemático de la ciudad para explicar como llegar a un lugar, revisar GoogleMaps o nuestro GPS cuando desconocemos como llegar a un lugar o realizamos mapas mentales para entender las relaciones entre las cosas. Ambas sentencias vienen de algún modo a resolver la pregunta ¿para que sirve un mapa? La respuesta podría ser la de traducir una realidad de forma y manera que permita comprenderla de un solo vistazo.

Pese a ser desarrollado como una ciencia, no se puede decir que el ejercicio de la cartografía sea completamente objetivo sino que este se encuentra acotado muchas veces por el conocimiento de quien lo realice y con que instrumentos. Tomemos un ejemplo: al entrar en la exposición Cartografías contemporáneas. Dibujando el pensamiento, celebrada el año pasado en el Caixa Forum, uno de los documentos que más llamaba la atención, tanto por lo singular como por la fecha en la que se produjo –siglo XVI– eran las Relaciones topográficas de Felipe II. Este documento tenía por objeto ofrecer una descripción detallada y minuciosa de todos los asentamientos bajo su mandato, atendiendo no sólo a aspectos geográficos sino además a  sociológicos, demográficos, estratégicos y económicos de cada localidad. Ante la dificultad que suponía este trabajo para una sola persona y debido a la extensión del territorio y a las malas comunicaciones, se encargó en una carta a todos obispos y párrocos hacer la labor de campo realizando una descripción detallada del asentamiento respondiendo a un cuestionario de 24 preguntas. El resultado fue una amalgama, a cada cual más distinta, de interpretaciones y representaciones de las poblaciones: desde textos detallados a enumeraciones, desde mapas a dibujos de escudos o elementos singulares con los que si alguien hubiera hecho el mapa del reino español utilizando los documentos de Felipe II su desarrollo habría supuesto un ejercicio de imaginación más que un ejercicio de transcripción.

Así, pese a basarse en un punto común de partida los resultados arrojan como la subjetividad y el lenguaje de quien “dibuja” es parte importante del desarrollo de la cartografía. Un mapa –tenga forma de plano o no– es una forma de escritura, una subjetivación, transcripción o codificación de lo real; una forma de desplegar el conocimiento y, por consiguiente, una herramienta que permite trabajar sobre ella, esto es, aprenderla, recorrerla y modificarla. Michel de Certeau se refería a al mapa como “una palabra hablada, (…) transformada constantemente en función de las múltiples costumbres que la rodean, situada como un acto del presente (o de “un” tiempo), y modificada por las transformaciones causadas por sucesivas contextualizaciones”. El mapa –nos dice de Certeau– no es un elemento cerrado, sino algo que puede evolucionar y transformarse en función del contexto cultural que se sitúe. Los mapas ­–comentan Kitchin y Dodge en Rethinking maps. Progress in Human Geography– “nunca están completamente formados y acabados. Es más, son transitorios, efímeros. Son contingentes, relacionales y contexto-dependientes. Los mapas están siempre en un continuo estado de mapeo”.

Quizás por eso también hacemos mapas. Para hacer otros nuevos. Un mapa alimenta así a otro, permite ampliar y conocer otras realidades a través de ellos. Al leer un mapa construimos una imagen y por ello leer un mapa es un ejercicio de imaginación, hacia el presente, el pasado o el futuro. La cartografía no sería sólo la representación sino una forma de explorar e imaginar la realidad. Representar –en sus posibles variables: desde un texto a un plano, desde una fotografía a un sonido– es conocer lo que ésta es, lo que no es y lo puede ser. Quizás (siempre quizás) por eso hacemos planos o mapas. Es lo primero que hacemos para entender un espacio. Lo medimos, lo acotamos, lo traducimos y comprendemos y una vez allí, imaginamos y repensamos otros mundos posibles a la hora de proyectar o construir, en un ejercicio constante de escritura y sobreescritura. To (re)imagine, make a map.

ogormanJuan O’Gorman. Ciudad de México. 1949

(1) En PERÁN, Martí. DF. Publicado en su web.

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