Resultados de búsqueda para la etiqueta [Carlos Monsiváis ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 19 May 2023 19:41:54 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 El Zócalo: un mundo https://arquine.com/el-zocalo-un-mundo/ Fri, 19 May 2023 18:40:04 +0000 https://arquine.com/?p=78758 El Zócalo de la capital es un gran vacío físico, rodeado de edificios que, en conjunto, representan dos formas de poder: la iglesia y el gobierno. Más que hablar de los símbolos que moran en esta plaza, podríamos hablar de esta tensión física entre el barroco y la planicie.

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El Zócalo de la capital es un gran vacío físico, rodeado de edificios que, en conjunto, representan dos formas de poder: la iglesia y el gobierno. Más que hablar de los símbolos que moran en esta plaza, podríamos hablar de esta tensión física entre el barroco y la planicie; entre un perímetro cuadrado que recibe a todas las manifestaciones y un centro que afianza el oficialismo (con exposiciones dedicadas a las fuerzas armadas, por ejemplo). Hemos aceptado la afirmación que las plazas públicas son un símbolo, al borde de que intelectos como el de Carlos Monsiváis, hicieron que la identidad y el espacio del Zócalo fueran uno mismo. En esa gran monumentalización del vacío se puede escrutar la historia de un país, siempre contradictoria y dolorosa. “Ningún mexicano prescinde del Zócalo, so pena de sentirse sólo cosmopolita o ni siquiera local”, dijo. “No aludo a las vanidades chovinistas o a los nacionalismos, sino a un sentimiento más complejo: el acceso a las visiones panorámicas del pasado y a las soledades muy concurridas del presente”. Desde que Octavio Paz propusiera a la figura del laberinto para reflexionar sobre la ontología de la nación, en el pensamiento mexicano permeó una idea: los sucesos siempre son símbolos que aparecen en algún escenario espacial, al borde de que este Nobel de literatura llegó a afirmar que la matanza del 2 de octubre era una forma del inconsciente prehispánico encarnando en uno de los lugares fundamentales para la conquista española. 

Estos han sido años donde se han intentado gestionar los símbolos. Las bardas de contención que se colocaron frente a Palacio Nacional en la primera marcha feminista realizada después de los momentos más cruentos de la pandemia fueron un punto de partida muy productivo para hablar sobre la resignificación de los monumentos a partir de pintas, consignas y memoriales efímeros. También, la llamada Glorieta de Colón (donde se encontraba una estatua de Cristóbal Colón, el almirante que inició la historia de extractivismo y genocidio en el continente americano) hizo las veces de un foro de discusión pública sobre cómo recordamos el pasado colonial. Incluso, algunas de estas líneas fueron proveídas por quienes, de hecho, pueden decidir colocar o retirar estatuas; es decir, por las autoridades públicas. Y las autoridades (y sus tomas de decisiones) también han sido miradas bajo nociones que buscan simbolizar sus capacidades y agencias, porque se ha creído que interpretar es una cualidad intelectual, un instrumento que puede arrojar lecturas más imbricadas sobre el panorama. Por eso, algunos se atreven a proponer lo “mesiánico” como una metáfora pertinente para describir la política actual. 

“Hoy es un momento en que el proyecto de interpretación es en gran medida reaccionario, asfixiante.” Esto lo escribió Susan Sontag en 1964, en un ensayo titulado “Contra la interpretación”. “Interpretar es empobrecer, agotar el mundo, para establecer un mundo sombrío lleno de ‘significados’. Es momento de convertir al mundo en este mundo”. El Zócalo es un gran vacío donde es posible que el poder pueda ejercer lo que le corresponde, al grado de arrogarse el derecho a gestionar los símbolos (los significados, en palabras de Sontag) que se encuentran colocados en los espacios que habitamos. Es el poder el que puede provocar las discusiones sólo con la intención de dificultarlas. ¿Necesitamos “música de calidad” en los conciertos gratuitos del Zócalo? ¿Una gran mayoría que quiere estar en el concierto de su artista favorito está siendo atacada por una élite abstracta y con un rostro cada vez más difuso (o bien, un rostro que puede ser el propio en las circunstancias adecuadas)? Sin embargo, mientras estamos considerando algunas nociones sobre entretenimiento, Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, dijo en un reciente TikTok“ ¡Vamos a volver a llenar el Zócalo de la Ciudad de México!”. Tal vez sea momento de hacer que el mundo sea mundo, y de decir que un espacio medular para la vida cotidiana de la Ciudad de México está siendo instrumentalizado.

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Los 41: el baile y la ciudad https://arquine.com/los-41-el-baile-y-la-ciudad/ Fri, 26 Mar 2021 12:46:16 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/los-41-el-baile-y-la-ciudad/ El Baile de los 41 es paradójico. Aquella madrugada de 1901, anónima y caricaturizada, es un antecedente de una ciudad que al tiempo que se modernizaba en su infraestructura, era incapaz de reconocer y nombrar algunas realidades que la misma ciudad cobijaba.

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Se puede afirmar que el llamado mito fundacional de la lucha por los derechos de la comunidad LGBT fue iniciado por un hecho urbano. En 1969, los clientes asiduos del bar Stonewall Inn, hartos del asedio policiaco, iniciaron los disturbios que después se transformarán en manifestaciones; es decir, en organización política. Sin embargo, lo que se ha asimilado como el inicio de una “revolución” para la ciudadanía LGBT, en realidad narra solamente la historia de una sola comunidad y de una única ciudad. Lo que propone la aparición de un disidente sexual en el espacio urbano se entiende a partir del territorio, físico y político, de Occidente. Por supuesto, existen otras historias sobre cómo la comunidad LGBT gestionó su vida en espacios urbanos, pero la de la Ciudad de México es por demás particular ya que no puso del todo en la superficie las realidades negadas de la otredad sexual, así como no legó nombres de activistas que pudieran ser recordados por la memoria colectiva. Lo nuestro se trató de un baile conformado por quienes se piensa que fueron aristócratas prominentes; baile que  causó un verdadero revuelo, pero uno que dejó en el anonimato a los involucrados. 

Hace 120 años, el 17 de noviembre de 1901, la policía arriba a la calle de la Paz en el Centro Histórico para detener un baile en el que fueron sorprendidos 41 hombres, la mitad de ellos vestidos de mujer. Antes de comentar brevemente la naturaleza sexual de este encuentro, quisiera proponer una hipótesis: la Ciudad de México inició el siglo XX con dos escándalos que le dieron mucha tela a la nota roja, a la crónica y a la literatura de la época. El primero sucedió en 1899 y concierne a Sofía Ahumada, quien se arrojó desde una de las torres de la Catedral Metropolitana. La diferencia en la manera como la prensa trató la nota de su muerte y el baile de los 41 es importante, ya que, en el caso de Sofía Ahumada, en casi toda la prensa de la época (desde la sensacionalista hasta la más seria) se habló no sólo sobre el suicidio sino sobre qué había motivado a una muchacha joven a quitarse su propia vida. Algunos periodistas criticaron la impudicia de la mujer, ya que sus paños menores (y sus entrañas) quedaron expuestos en la vía pública. Otros rastrearon a la familia y al supuesto novio que la orilló a cometer el pecado mortal. 

Por otro lado, lo sucedido en 1901 tuvo como respuesta uno de los mejores grabados de José Guadalupe Posada, quien dedicara una imagen acompañada de una copla que hacía escarnio a los que afrontaron la virilidad. Por supuesto que la prensa no dejó de reprobar enérgicamente la degeneración que se vivió en la calle de la Paz, pero no se conoce la lista de los asistentes al baile, así como no se sabe mucho sobre sus destinos. Se ha propuesto que la posición social de quienes fueron aprehendidos por la policía fue un factor que les ganó el anonimato. Sofía Ahumada vivía en una vecindad del centro, por lo que recibió algo que en términos contemporáneos se entendería como revictimización mediática, mientras que, en otro extremo, se ha llegado a decir que Ignacio de la Torre y Mier, entonces yerno de Porfirio Díaz, estaba entre los asistentes en el Baile de los 41. Entre ambos hechos, las jerarquías están así de contrastadas. También, la misma condición de hombres de los 41 es una posibilidad de que hayan conseguido el anonimato: suele pasar que la reputación masculina es más importante que la femenina. Pero, si bien estos aspectos son significativos, también lo es que la época pudo nombrar con mayor facilidad un suicidio femenino que la homosexualidad masculina, porque así de grave era la falta que se había cometido. En el caso de los 41, el anonimato y la ridiculización fue una manera de materializar al deseo homosexual en la Cuidad de México. 

El crítico literario Robert McKee Irwin, en un texto dedicado a este baile, comenta que, para 1901, “el paisaje sexual cambiaba”: 

La modernización rápida de la ciudad provocaba cambios en papeles de género, las obras más sexualmente escandalosas de la literatura francesa y las nuevas teorías de sexología europea circulaban entre los letrados, […]. En cuanto al tema de lo que se llamaría la homosexualidad masculina, el proceso de Óscar Wilde [se comentó] con reacción de espanto y disgusto en los periódicos de 1895.

El autor señala que, a pesar de que la sexualidad se volvía parte de la discusión pública, el baile de los 41 fue narrado en la prensa popular a través del humor al tiempo que no se decía mucho si estos hombres habían sido debidamente procesados por la ley o si tenían el derecho a defenderse. En la misma medida en que un acto de travestismo apareció en el discurso público, las historias de quienes fueron sorprendidos en la calle de la Paz fueron desvanecidas. McKee Irwin no deja de mencionar la jerarquía social de los asistentes al baile, pero establece que “la prensa no publica entrevistas con los 41 sino que inventa su autoexpresión a través de la farsa. Todos  –la prensa, los policías, el gobernador, los comandantes militares, ‘las comadritas’– tienen mucho que decir sobre estos hombres, pero a nadie le interesa saber su punto de vista.” Si partimos de la idea de que la ciudad tiene una relación cercana con las vidas que se viven en sus calles, podemos esbozar que la capital que vivieron los 41 estuvo cifrada más por la necesidad del anonimato que por la de ocultar el deseo con el fin de incrementarlo.

Una representación reciente de este suceso toma en cuenta esta relación entre la ciudad y las posibles vidas de quienes acudieron al encuentro: la película El baile de los 41 (2020).  Dirigida por David Pablos, los personajes recorren una ciudad que por lo general vemos vacía. La explanada del Palacio de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, hoy Museo Nacional de Arte, así como las calles de Madero y de Tacuba son algunas de las locaciones por las que estos homosexuales, burgueses acaudalados, transitan sin que sean espiados por una ciudad que, para ese momento, era populosa y en la que coexistían la clase alta con los habitantes de las vecindades. Pareciera que Pablos imagina una ciudad en la que los secretos sexuales pueden fraguarse porque la alta sociedad la puede dominar, al borde de que no vemos a nadie más que a los protagonistas encontrarse en casonas y en hoteles sin que ninguna otra presencia urbana interrumpa la construcción de sus afectos. Sólo estos aristócratas en específico pueden expresar su deseo sexual en la ciudad. Pablos propone que el baile de los 41, más que una reunión concebida en una clandestinidad forzada, es una sociedad secreta que lamentablemente fue disuelta por una redada policial, más por una serie de descuidos que porque la homosexualidad fuera de por sí penada por la ley.

Irónicamente, una novela publicada en 1906, titulada Los cuarenta y uno: novela crítico-social y firmada con el seudónimo de Eduardo A. Castrejón puede darnos una idea mucho más precisa de cómo los 41 fueron partícipes de una ciudad que comenzaba a ser moderna en su infraestructura y en su vida cotidiana. Escrita con un tono pedagógico y aleccionador, la historia de Castrejón no sólo denuncia el vicio de la homosexualidad sino como éste es detonado por “la pobreza que se vive en la ciudad: sin un correcto dominio de las pasiones –acrecentado por el hacinamiento– las personas dan rienda suelta a sus instintos”, a decir de José Antonio Martínez Díez Barroso en su artículo “Hombría y ciudad”. Para el autor de la novela crítico-social, que un grupo de homosexuales pudiera disfrutar de su sexualidad es porque la misma urbe, al concederles el anonimato, permitía que esos hombres pudieran construir su identidad, definir entre iguales sus prácticas afectivas, reconocerse en la clandestinidad sin temer a las represalias. Díez Barroso comenta: “En la ciudad, el anonimato propició la libertad individual que, a su vez, liberó algunos tabúes sexuales. En el campo y la provincia sólo se murmuraba, porque todos se conocían entre sí. La mancha urbana y la era del crecimiento industrial (con todo y su inestabilidad económica y ambiental) colocaron a la ciudad como un bastión de lo novedoso y lo innovador.” No es que a los 41 les perteneciera la capital por su posición social sino que, a pesar de ésta, tuvieron que concebir sus encuentros en el anonimato. Ni siquiera hombres poderosos del siglo XIX pudieron declarar su verdadera inclinación sexual, como señala Carlos Monsiváis en “Los 41 y la gran redada”: “En las operaciones de la mentira, lo que afianza el control del patriarcado es el temor a ser descubierto.” 

Para Díez Barroso, “al nombrar las cosas cobran sentido, realidad”. Las formas de visibilizar a los 41 tuvieron repercusiones en la ideología y en el espacio urbano. Por una parte, se sabe que Eduardo A. Castrejón fue un militar y político con una carrera medianamente exitosa. Un teniente y diputado narró la historia de los 41 y, según relata McKee Irwin, sucedió que en los colegios militares se saltara el número 41 en el conteo de los cadetes. Esta cifra representó a la homosexualidad misma y, como tal, fue negada en instituciones masculinas como la militar. Asimismo, el grabador José Guadalupe Posada presentó su caricatura de los 41 de una manera contundente: “¡Aquí están los maricones! / Muy chulos y coquetones”. Desde 1901, la palabra maricón es sinónimo de homosexual y tiene equivalentes en otras descripciones como puto o joto, las cuales se materializan en una diversidad de espacios y situaciones que van del insulto en la calle, pasando por el coro en los estadios de fútbol hasta llegar a las recientes pintas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. No se conocen los nombres de los 41, pero sí se conoce una caricatura de ellos que nos deja muy en claro qué es lo que eran. A su vez, en su novela, Castrejón dejó en claro qué hombres eran los que sí hacían un verdadero aporte a la vida social y urbana: los obreros, una idea que fue replicada por el muralismo mexicano, cuya imagen de la masculinidad puede ser consultada en casi todos los espacios institucionales de la capital. 

Sin embargo, el Baile de los 41 es paradójico. Aquella madrugada de 1901, anónima y caricaturizada, es el primer antecedente de una ciudad que no sólo se modernizaba en su infraestructura. Es el primer antecedente de que en la ciudad no sólo estaban coexistiendo el matrimonio heterosexual, la iglesia y el gobierno. Ese anonimato, contradictorio como es, es lo que inicia otras historias sobre ciudad y vividas en la ciudad, unas que, afortunadamente, ya pueden ser nombradas con mayor precisión.

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Salvador Novo era una calle. Conversación con Luis Felipe Fabre https://arquine.com/salvador-novo-era-una-calle-conversacion-con-luis-felipe-fabre/ Fri, 11 Aug 2017 19:38:50 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/salvador-novo-era-una-calle-conversacion-con-luis-felipe-fabre/ En Escribir con caca, nuevo libro del poeta Luis Felipe Fabre, el autor revisa la figura de Salvador Novo, persona pública bastante controvertida en un momento en que el espacio público de la Ciudad de México, así como su arte público, servía a una propuesta ideológica no sólo política sino también de género: sólo los hombres posrevolucionarios, sólo los funcionarios más rectos y más patrioteros, podían construir la nueva ciudad.

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y al fin abrió la puerta

y dejó que la calle entrara al jardín.

Salvador Novo

En Escribir con caca, nuevo libro del poeta Luis Felipe Fabre, el autor revisa la figura de Salvador Novo, escritor que, a pesar de los años, continúa siendo un personaje complejo. Novo fue una persona pública bastante controvertida en un momento en que el espacio público de la Ciudad de México, así como su arte público, servía a una propuesta ideológica no sólo política sino también de género: sólo los hombres posrevolucionarios, sólo los funcionarios más rectos y más patrioteros, podían construir la nueva ciudad. El muralismo, ese brazo del primer oficialismo priista, retrató a Novo a cuatro patas. Para lo que para ellos era detrimento, más bien se trataba de una realidad. “Novo nació en la Ciudad de México, pero su niñez la pasó en Torreón, en el norte. Cuando regresó a la capital para estudiar, un poco huyendo de la Revolución, también descubrió la libertad. No es lo mismo alguien que pasa toda su vida en la ciudad a quien regresa y la redescubre. Y lo que fascina a Novo, en este redescubrimiento, es la fascinación por las posibilidades que ofrece la ciudad: un redescubrimiento y un autodescubrimiento. Yo creo que fue explorando la ciudad conforme se fue descubriendo a sí mismo, a su propia sexualidad y su propia posibilidad de libertad. La ciudad que le tocó, toda, sucedía en el centro, la preparatoria nacional estaba en San Ildefonso, y también le tocó la ciudad nocturna. Tenemos crónicas de la ciudad desde siempre, pero la ciudad nocturna, la ciudad secreta (¡la ciudad moderna!), la ciudad gay, la ciudad de los cabarés, Novo es el primero en narrarla, en trazar la primera guía por esa sección oscura. ¿Qué pasa en los cuartos de azotea? ¿Qué pasa en la entonces calle de Plateros? Va pasando la familia con los niños, van a comprar cosas a La Esmeralda, ¿pero qué con ese señor que estaba parado ahí enfrente? Esa narración es un aporte de Novo. Tiene, también, un gusto por lo popular, que igual se puede emparentar. Ama los centros nocturnos, ama la lucha libre. Antes que Monsiváis. Monsiváis toma estos sitios que señaló Novo y lleva su análisis de la ciudad a otro nivel, al nivel de los estudios culturales. Podría decirse que Monsiváis, después de Novo, es el segundo gran inventor de la Ciudad de México. Son los inventores de la ciudad: nos contaron cómo es la ciudad, y nosotros nos la creímos”.

Novo vuelve públicos esos bajos fondos mientras que en los muros de la ciudad apenas incipiente se narraba la épica revolucionaria. “Había un proyecto ideológico que puso en marcha un concepto sobre lo que tenía que ser un espacio público. Ese proyecto dijo mucho cuando Novo aparece en uno de los murales de Diego Rivera, en la Secretaría de Educación Pública, en cuatro patas y con orejas de burro. Ante Novo, estaba esta ciudad posrevolucionaria, modernizadora. Le tocó ver su expansión. No podría decir si Novo lamenta lo que pasa con la ciudad, conforme va modernizándose. En estas épocas, Novo la revisa a través de su pasado. Es alguien que la traza de la modernidad hacia la ruina arqueológica. Tal vez el amor de Novo hacia la ciudad vaya al revés: de la modernidad hacia el pasado prehispánico. Ese también fue su camino estético. Su escritura comienza muy moderna, muy de vanguardia. Es interesante que, antes de que el mundo se peleara con todo el mundo (como siempre sucede con el mundo de la cultura), Novo colaborara en la revista de los estridentistas, con Actual. Novo tuvo poemas en esa publicación, mismos que los estridentistas luego desearían haber borrado, aunque luego ellos mismos tuvieron la ingenuidad en plantear como proyecto de ciudad a Xalapa. En ese momento, Novo estaba fascinado por la idea de un proyecto moderno, aunque después sus intereses se vuelven más conservadores, en parte por sus peleas con quienes abanderaban la modernidad. Estos proyectos modernizadores tienen detrás machismos, hipocresías y dobles discursos, y eso provocó que Novo se replegara y que su camino fuera de la utopía a la nostalgia”.

 

Aunque Novo, además de ser caricaturizado por Diego Rivera, también sufrió un vilipendio público después de sus desafortunadísimas declaraciones sobre la matanza del 2 de octubre. Los estudiantes escribieron grafitis en su casa en los que se leía Popular entre la tropa (es leyenda que Novo, antes de que existiera el cruising, rondaba las cercanías del Colegio Militar). Como señala Fabre, “parece que todo sucede en las paredes”. “Novo es muy público. Incluso, su idea de ser una prostituta literaria, tiene que ver con su idea de persona pública: una callejera. Hay algo de él que siempre está pasando hacia fuera. Hay una anécdota muy divertida. Llega a los baños del INBA y encuentra un grafiti que decía Salvador Novo es puto. En vez de borrarlo, empieza a poner nombres de otras personas, mucho más importante que él, y que también eran putos. El gesto de alguien más conservador, o menos público, hubiera sido intentar borrar el grafiti, la escritura del baño público. Pero él colabora con esa escritura, así sea para que la quiten más rápido, porque si pones que el ministro tal es puto seguramente la borran mucho más rápido. Además, él es muy icónico. Es alguien a quien le gustaba ser reconocido en la calle. Incluso, él se convirtió en calle. Era una costumbre que los cronistas de la ciudad tuvieran su calle, pero en el caso de Novo es muy congruente con quién es su personaje. Si alguien merece tener una calle es ese callejero. Los grafitis en su casa, estar en los murales, el cuadro de Manuel Rodríguez Lozano que lo retrata atravesando la ciudad sobre un taxi, construyen a Novo como calle. De hecho, en su juventud, tiene el apodo de una calle. A él y a Villaurrutia les llaman las chicas de Donceles. De joven, tuvo el nombre de una calle, y ya de viejo él acaba poniendo su nombre a una calle. Ahí se puede sintetizar una trayectoria muy importante para la Ciudad de México, y sobre la relación entre Novo y la Ciudad de México”.Esta relación entre Novo y lo urbano queda muy alejada de la tradición europea del flâneur. “Creo que Novo vivía la Ciudad de México, no la estetizaba. Era un ciudadano. La recorría porque tenía que moverse, tenía que visitar a no sé quién, tenía que ir a tal lugar. Eso es distinto a la persona que lo hace como una cosa estética. En Novo no estaba esa idea un tanto preciosista de la ciudad. Lo interesante de Novo es que ama la ciudad en su oscuridad. No tenía una postura nada contemplativa. Era alguien que la recorría con utilitarismo gozoso, no como un performance. Novo marca muy bien la diferencia entre quien hace un grafiti y hace un mural. Novo está más cercano a los grafiteros que a los muralistas. Son dos motivos muy diferentes por los cuales pintar una pared”. Además, su persona pública tocaba lo que le rodeaba. “Novo ponía en marcha esa otra manera de sociabilidad que era el chisme. Era una persona pública, y absolutamente todo lo contaba. En sus crónicas, en sus columnas, sabes con quién cenaba porque incluso sus espacios cerrados eran parte de su hit, ya que hacía crónicas de la alta sociedad para gente que no tenía acceso. Exhibía, de una manera bastante snob, su mundo elevado. Era abrir la ventana, abrir la puerta. Una cosa de escaparatismo. Hay ese poema precioso que se titula ‘Epifania’ que trata de una sirvienta que de repente ya no está en la casa. El niño de la casa especula que se escapó con el novio. Un día reaparece la sirvienta, y el niño le pregunta dónde estaba. Epifania se ríe, abre la puerta y la calle entra en el jardín. Esa irrupción del afuera en el adentro, esa puerta que se abre y que la calle entre en el espacio de la exquisitez, es Novo y sus columnas sobre la alta sociedad”.

La ciudad y sus políticas han cambiado mucho desde que Novo la recorriera y la narrara. Por consecuencia, la faz de la vida nocturna ya no es la misma.  “Hay un ensayo increíble de Monsiváis que se llama ‘La nueva noche popular”. Habla de un momento distinto para la vida nocturna de la Ciudad de México en los noventa. Es un momento distinto, porque se comienza a retomar la ciudad postemblor. La Ciudad de México se vive de manera muy distinta años después del temblor. En ese ensayo, Monsiváis empieza a hablar de los primeros table dance, de una ciudad con menos oferta pero con ofertas más extremas. Ahora creo que hay más ofertas pero menos extremas. De alguna manera, la vida nocturna se ha hipsterizado bastante. Por supuesto, siguen existiendo espacios extrañísimos, bastante alejados de la estetización. Y también, actualmente, el enemigo de la vida nocturna son las inmobiliarias, no la moral. Creo que eso es lo que estamos padeciendo. Si de pronto quieren cerrar los antros de República de Cuba, es para gentrificar esa calle. Ya no tiene que ver tanto con ese carácter puritano, sino con el saqueo de la ciudad. Eso, y los ligues cibernéticos, han también reinventado la vida nocturna. Esas aplicaciones que te van diciendo a cuántos metros está alguien. Lo que era más interesante de la vida nocturna gay, y que Novo la relató muy bien, era que de dónde provienes, vale madres. Coincides en el bar, ligas, no importa si eres de Chalco, del Centro o de Las Lomas. La cosa que veo con las aplicaciones es que acabas sólo ligando con el vecino. Y ese vecino te va a aparecer siempre, hasta que se muda alguien a tu barrio. Se están perdiendo los espacios de mezcla social, algo que hacía muy interesante la vida gay. De nuevo, hay bastiones que resisten, como El Oasis, lugares que han tenido que luchar contra el gobierno, bastante obcecado en convertir al Centro en lo que nunca va a poder ser, esa Plaza Antara que desea el señor Slim. El Centro siempre será un lugar de mezcla”.

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Biblioteca Carlos MonsiváisCarlos Monsiváis Library https://arquine.com/biblioteca-monsivais/ Wed, 19 Dec 2012 23:33:34 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/biblioteca-monsivais/ Este espacio reúne el acervo personal que formó Carlos Monsiváis durante sus 74 años de vida. La relación del escritor y cronista de la ciudad se toma como eje rector del proyecto al generar recorridos direccionados por medio de bloques y lecturas espaciales en tres dimensiones.

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Este espacio reúne el acervo personal que formó Carlos Monsiváis durante sus 74 años de vida. La relación del escritor y cronista de la ciudad, autor de Los rituales del caos, se toma como eje rector del proyecto al generar recorridos direccionados por medio de bloques y lecturas espaciales en tres dimensiones. Ubicada en una crujía del ala poniente de la Biblioteca de México José Vasconcelos en La Ciudadela, ahora Ciudad de los libros y la imagen, el espacio, diseñado por JSa (Javier Sánchez) resguarda y exhibe el acervo personal que formó la mente del escritor. Para Monsiváis, la ciudad es el lugar donde se narra y la literatura es un lugar donde se reinventa esa narración. Su biblioteca era una ciudad de letras que fue evolucionando hacia un modelo apocalíptico y entrópico. Es por esto que la biblioteca conserva la diversidad de las cualidades espaciales al plantear un orden dentro del caos como potencial arquitectónico.

El espacio genera un recorrido direccionado por medio de bloques, presentando distintas alternativas en tres dimensiones. Resuelta en dos niveles, la biblioteca cuenta con un diseño de piso —como abstracción plástica del gusto por los gatos del escritor— a cargo de Francisco Toledo. El primero se caracteriza por su variedad de recorridos y espacios comprimidos por los libreros que hacen alusión a la biblioteca original. En cambio, el segundo se resuelve en un circuito y permite una visión amplia del conjunto. Los diferentes recorridos convergen en dos distintas áreas abiertas destinadas a la consulta, beneficiadas por la doble altura y luz natural. Más de 27 mil ejemplares del escritor forman parte del acervo reunido en libreros que varían en dimensiones y texturas, así como distintas gamas de color.

© Jaime Navarro

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La ciudad de los libros como imagen https://arquine.com/la-ciudad-de-los-libros-como-imagen/ Tue, 04 Dec 2012 21:54:59 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-ciudad-de-los-libros-como-imagen/ Además de ser una obra asignada a arquitectos por la voluntad personal de una funcionaria, planeada y construida en un tiempo ridículamente menor al que se necesitaba, se trata de una ocurrencia que hace de los libros y la lectura un gusto privado.

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Hace poco discutía con algunos amigos sobre los proyectos arquitectónicos de Conaculta en este sexenio. Les decía que, resumido en una palabra, pensaba que estaban mal. Les di tres razones. Primero, una que ya he comentado [La arquitectura del sexenio, Arquitectura y democracia: no sin concursos y Que doce años no es nada], la manera como fueron asignados los proyectos: directamente y sin que mediara ningún concurso real, esas licitaciones entre tres firmas para ver cuál cobra menos honorarios no son, lo sabemos, concursos. La segunda razón, el tiempo, o más bien, su carencia. Se trata de obras proyectadas y construidas en un tiempo menor al que requieren lo que tiene consecuencias visibles y negativas: fallas en la planeación, una construcción nada cuidadosa cuando no francamente mala, un sobreprecio en la misma construcción a causa de las prisas y, muy frecuentemente, la inauguración de obras no terminadas y que muchas veces no lo serán como estaba planeado, menos cuando no se garantiza una continuidad institucional. La última razón, me parecen ocurrencias. La mayoría de esas obras fueron pimpeos de instituciones ya existentes, lo que pareciera ser una afirmación de la efectiva distribución de la oferta cultural en el país, algo que es totalmente falso.

Visité lo que bautizaron como La ciudad de los libros y la imagen en La Ciudadela. Confieso que iba predispuesto a encontrar todo medianamente mal. Cuando entré, una sinfónica ofrecía un concierto en uno de los patios. Había gente entrando, sentándose a oír la música y recorriendo las distintas bibliotecas. Pensé que lo correcto sería escribir que no, que me había equivocado y eso no estaba mal, al contrario. Pero me tomé el tiempo de recorrerla con calma y cambiar de opinión. Arquitectónicamente, el proyecto general de La Ciudadela, de Bernardo Gómez-Pimienta y Alejandro Sánchez, es bueno, hace que el viejo edificio –una fábrica de tabaco construida en 1807– recupere cierta presencia que había perdido con la mala intervención de Abraham Zabludovsky en 1988. Dentro de La Ciudadela se conservan por ahora las bibliotecas privadas de Carlos Monsiváis, José Luis Martínez, Jaime García Terrés, Alí Chumacero y Antonio Castro Leal. Cada biblioteca ha sido diseñada por un grupo de arquitectos distinto, aunque las diferencias entre cada una son sutiles: todas son una organización más bien clásica de libreros y algunas sillas y mesas. La factura de la construcción, tanto en los patios como en los fondos reservados es buena, aunque lo que inauguraron Calderón y Sáizar el pasado 21 de noviembre es la mitad del edificio completo: la otra parte sigue en obra.

Que el estado decida resguardar íntegras las bibliotecas personales de destacados escritores e intelectuales mexicanos es, sin duda, una idea necesaria y buena. ¿Por qué digo entonces que lo de La Ciudadela está mal? Cualquiera que haya ido a la Biblioteca México antes de su renovación sabe que funcionaba como una gran biblioteca de barrio. Con sus 450 mil ejemplares del Fondo México y el Reservado, era una gran sala para que estudiantes, principalmente de secundaria y preparatoria, hicieran sus tareas. Cuando, durante el gobierno de Fox, se hizo la Biblioteca José Vasconcelos –un concurso en el que participamos más de 500 oficinas de arquitectos y siete en la segunda fase, calificada por un jurado internacional de una docena de arquitectos y especialistas– la idea era construir “el cerebro” de un sistema nacional de bibliotecas que contaría con un acervo de más de 2 millones de libros. En la actualidad sigue sin pasar el medio millón con que se inauguró y, como pasaba en la Biblioteca México, funciona principalmente como un espacio para que jóvenes estudiantes hagan sus tareas –lo que, finalmente, no está mal. Pese a no ser la gran biblioteca que el gobierno de Fox prometió, es uno de los mejores edificios públicos que se hayan construido en México en las últimas décadas.

La nueva Ciudad de los libros y la imagen –al menos como la inauguraron Calderón y Sáizar– ya no es nada de eso. Es una elegante colección de colecciones de libros, ni siquiera de bibliotecas, en el sentido literal. Cuando se entra a cada uno de los fondos reservados, nos encontramos con una idealización casi fetichista de la biblioteca de sus viejos propietarios. Los libros están organizados, supongo que siguiendo la manera personalísima como lo hacían sus dueños, aunque al ser espacios distintos a aquellos que originalmente los albergaban, la exactitud de la reconstrucción es dudosa. Si uno quiere buscar un libro debe hacerlo en el catálogo en alguna de las escasas computadoras que hay en cada biblioteca o intentar que el espíritu de Monsiváis o García Terrés nos guíe hasta la obra que deseamos. También se puede tomar un libro al azar y sentarse en alguna de las 15 o 20 sillas que hay en cada biblioteca, sí: 15 o 20. Y si los encargados del fondo salen, el fondo se cierra, me pasó.

La experiencia debe ser invaluable para las decenas o acaso cientos de investigadores de la vida y obra de Monsiváis, García Terrés, Castro Leal o Martínez, y es interesante para los que nos gusta husmear en bibliotecas ajenas. Yo abrí varios libros de la de Monsiváis, tratando de encontrar lo que subrayaba pero, de siete libros que vi, sólo uno –sobre la vida de Fidel Velázquez– tenía algunas marcas: líneas verticales hechas con pluma al margen del párrafo que le interesó. También descubrí que Monsiváis compartía conmigo la afición por comprar colecciones de libros baratos en puestos de periódicos. Tiene, como yo, la biblioteca Borges, la de grandes pensadores de editorial Sarpe y la biblioteca de divulgación científica “Muy interesante” de ediciones Orbis. Son libros impresos en un muy mal papel que hoy, a menos de 30 años de haber salido a la venta, ya tienen las hojas amarillas y quebradizas. Imagino los esfuerzos que en pocos años habrá que hacer para conservar tales tesoros bibliográficos.

En la biblioteca de Alí Chumacero están, entre otros, varios ejemplares de los breviarios, de la colección popular y de las lecturas mexicanas del Fondo de Cultura Económica –pensándolo bien, creo que debo decidir a quién donaré mi biblioteca. ¿Exagero?, sí. También hay muchas obras valiosas y claro que lo más valioso son las colecciones completas y lo que nos revelan de quienes las atesoraron. Pero, pese a la belleza de los patios restaurados y de las bibliotecas recién adecuadas, ¿era ese el lugar para esa nueva institución? ¿a dónde se irán a sentar a hacer la tarea los cientos, si no es que miles de adolescentes que cada tarde llenaban la Biblioteca México, además de las exposiciones y el cineclub que ya funcionaban ahí? ¿se trataba de hacer elegantes bibliotecas de libros inalcanzables para sustituir otra siempre llena de jóvenes que seguramente no leían más que lo que la tarea les exigía, pero algo es algo? Eso, miles de jóvenes atareados, contrasta, por supuesto, con la idea de un fondo reservado para conservar bibliotecas de personajes notables.

Hace poco leía un largo texto de Paul Goldberger en Vanity fair sobre la Biblioteca Pública de Nueva York, su renovación a cargo de Sir Norman Foster, y la oposición de los usuarios a que sus más de 2 millones de libros fueran llevados a Nueva Jersey, y sustituidos por versiones electrónicas y la promesa de poderlos consultar dos días después en la biblioteca niuyorquina. En la ciudad de méxico, si quiere ir a la Biblioteca Nacional, hay que llegar al Centro Cultural Universitario, en Ciudad Universitaria, siempre que no sean vacaciones, cuando el sindicato la cierra. La Vasconcelos, como ya dije, nunca rebasó los 500 mil libros con que fue inaugurada, aunque cumple bien aquella función que también tenía La Ciudadela: una gran sala para hacer la tarea. Hoy ésta última, renovada, se llama ciudad de los libros y la imagen, aunque el nombre debiera ser La ciudad de los libros como imagen –lo que se demuestra en la exposición del gran fotógrafo y productor de telebasura Pedro Torres, con la que se adorna uno de los patios–. Muchos libros están a tres o cuatro metros de altura y aunque hay escaleras, no es fácil verlos o alcanzarlos. El colmo es la librería Alejandro Rossi donde también los libros, que uno debiera poder ver y hojear para decidirse a comprarlos, están allá arriba, a cuatro metros de altura, o bajo un suelo de vidrio, como hallazgo arqueológico, guardados cual objetos preciosos e inalcanzables.

En fin, lo confirmo, además de ser una obra asignada a arquitectos por la voluntad personal de una funcionaria, planeada y construida en un tiempo ridículamente menor al que se necesitaba, se trata de una ocurrencia que hace de los libros y la lectura un gusto privado, entre elegante y fetichista, cancelando así un espacio que, aunque feo y descuidado, era utilísimo –y no se por qué supongo que eso a Jaime García Terrés, director de la Biblioteca México, no le hubiera gustado mucho. Resumiendo, como le decía a mis amigos, La ciudad de los libros –como otros proyectos arquitectónicos encargados por Consuelo Sáizar este sexenio– está mal.

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Sensacional de Diseño Mexicano https://arquine.com/sensacional-de-diseno-mexicano/ Wed, 20 Jun 2012 15:13:25 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/sensacional-de-diseno-mexicano/ Ahora que el diseño perfecto es posible con el click de un mouse, el mundo industrializado está sintiéndose nostálgico por el diseño imperfecto. Nos damos cuenta ahora que una línea chueca a veces tiene más alma que una perfectamente derecha… Al aparecer en el horizonte la perfección verdadera.

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Los tres volúmenes de Sensacional de Diseño Mexicano son un homenaje al ingenio mexicano. Se trata de un proyecto editorial que cuenta con textos de escritores como Carlos Monsiváis y David Byrne, ahora trasladado a una producción de cortometrajes en el Canal Once con una serie de seis programas sobre la gráfica popular mexicana: “Rótulos a domicilio”; “Explosivo cartel de lucha libre”; “Vaquero, sentimental y pasional”; “Publicidades sonideras”; “Productos de novedad”; y “Gráfica poderosa”.

Resultado de más de una década de investigación y documentación realizada por Déborah Holtz, Juan Carlos Mena y Óscar Reyes, este proyecto documental bajo la dirección de Alejandro Strauss, muestra la cultura popular a través de sus imágenes y todos aquellos personajes que viven detrás de ellos. En escenarios como taquerías, arenas de lucha libre, talleres de rotulistas, despachos de diseño, y otros espacios creativos, se reflexiona sobre el legado y la importancia del arte popular como forma de expresión de tradiciones e identidad.

En su introducción al primer “Sensacional”, David Bryne suscribe que “ahora que el diseño perfecto es posible con el click de un mouse, el mundo industrializado está sintiéndose nostálgico por el diseño imperfecto. Nos damos cuenta ahora que una línea chueca a veces tiene más alma que una perfectamente  derecha… Al aparecer en el horizonte la perfección verdadera… le damos una mordida al jitomate perfecto, o a la enorme e inmaculada fresa, y nos damos cuenta de que algo se ha perdido. Sabor. Alma. Humor. Funk”. Así, esta serie devela ese mundo imperfecto capturando la esencia de la vida cotidiana en México y “…que se han vuelto piedra de toque para muchas de las manifestaciones artísticas contemporáneas en el mundo”. El “Sensacional” también se ha presentado como exposición a nivel nacional e internacional en países como Colombia, Estados Unidos, Egipto, España y Escocia.

 Rótulos a domicilio 

Explosivo cartel de lucha libre 

Vaquero, sentimental y pasional 

Publicidades sonideras  

Productos de novedad 

Gráfica poderosa 

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