Resultados de búsqueda para la etiqueta [Cali ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 30 Apr 2024 19:35:24 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Del cielo Cali la sucursal https://arquine.com/del-cielo-cali-la-sucursal/ Tue, 30 Apr 2024 17:30:16 +0000 https://arquine.com/?p=89600 Me tardé demasiado en leer Que viva la música (1977), la legendaria novela del escritor caleño Andrés Caicedo. En los años setenta, Caicedo era un joven fascinado por la cultura popular del momento: el cine, el rock, las drogas y la vida nocturna salsera que por aquel entonces empezaba a surgir en Cali, sobre todo […]

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Me tardé demasiado en leer Que viva la música (1977), la legendaria novela del escritor caleño Andrés Caicedo. En los años setenta, Caicedo era un joven fascinado por la cultura popular del momento: el cine, el rock, las drogas y la vida nocturna salsera que por aquel entonces empezaba a surgir en Cali, sobre todo en sus barrios populares. Cínico, malherido por el mundo en el que creció, Caicedo se suicidó muy joven, de apenas veintiséis. Nunca supo a qué grado la salsa permeó la cultura e historia de su ciudad, tanto, que hoy se autoidentifica como la “capital internacional de la salsa”. 

Al libro llegué tarde y ya en este punto me incomodó su construcción de La Mona, protagonista y narradora principal de la novela. En cambio, disfruté los pasajes referentes a la cultura salsera setentera, cuando se trataba todavía de una escena nocturna transgresora y malvista. Hay un pasaje grandioso del libro en el que La Mona nos cuenta lo que sintió un joven amigo suyo al entrar al mítico concierto de Richie Ray y Bobby Cruz del 68, evento que para muchos fue un parteaguas, una clara señal de que el romance entre Cali y la salsa iba para largo:

Bastó esa primera visión repentina para saber que ya estaba integrado al extremo más furioso de los colores, al lado más vistoso de un mundo que recién se desplegaba. Maravilla tener los sentidos todos aguzados, dispuestos a florecer ante un embate de trompetas. Maravilla de reconocerse en un estado de adormecimiento, de agobiante fofa espera, anterior a esta entrada, a este empalme de luces y de voces que te dicen: “Agúzate que te están velando.” Maravilla de sabor, abría la boca y lo envolvía en sus perfumes, propios únicamente de la dicha primera y del estado más profundo de los sueños. Maravilla de tumbao, de que a cada paso de miles de personas el suelo amenazara con hundirse, el techo venirse abajo, castigo de Dios por tanta alegría junta. 

Sonora Juventud

Me imaginaba yo que aquel joven del concierto era hoy en día algo muy parecido al señor panzón, de pelo canoso y más o menos largo que me abrió la puerta en el Museo Pioneros de la Salsa en Cali. Me dejó entrar al primer piso de una pequeña casa con un vestíbulo y dos cuartitos. Atrás, en lo que alguna vez fuera el comedor, su hermano chimuelo atendía el bar (el museo tenía la virtud de tener también un barra de cervezas). El señor me señaló un pequeño grupo de gente y dijo que estábamos esperando a que llegaran más. El museo de los pioneros de la salsa caleña solo podía recorrerse en una visita colectiva guiada por él. 

En realidad, el sitio se concentraba en la historia de una banda en concreto: la Sonora Juventud, formada por los primos Córdova, en los años cincuenta. Por medio de su música y memoria material –partituras, fotografías, instrumentos– el señor nos explicó lo que llevó a estos primos a mezclar ritmos afrocaribeños como el son montuno, la guaracha y el guaguancó, un proceso que la diáspora boricua en Nueva York pronto empezó a conocer como salsa. El recorrido también nos llevó a los grilles, los salones de baile donde esta y otras bandas empezaron a tocar, y en donde la gente aprendió a bailar siguiendo las claves obtenidas del cine mexicano de ficheras. 

En algún punto, el recorrido derivó en clase de música, seguida por una clase de baile. Esto mostró la conveniencia de una visita colectiva, si bien la verdadera razón solo se nos reveló al final del recorrido, cuando se nos mostró el poster noventero de una banda de salsa. Era la misma Sonora Juventud, pero en la tercera generación de músicos. Resultó que él, nuestro guía, era parte de la banda y miembro de la familia Córdova. En la fotografía aparecía veinte años más joven, luciendo un traje verde al igual que el resto de los músicos y con una trompeta en la mano. 

–Tocamos esta misma noche –nos anunció. 

Tenía sentido que él fuera el guia. De ese modo, el museo era una expresión muy honesta sobre el valor de contar tu historia, que es la historia de tu familia, de una banda, de la salsa en Cali. Al final, ¿quién en Cali no contaba con alguna historia personal o familiar o conocida que de alguna u otra manera estuviera atravesada por la salsa? En algún sentido, cada habitante tenía su Richie Ray y Bobby Cruz. 

Barrio Obrero

Unos días después visité el Museo de la Salsa del Barrio Obrero. Eln un comienzo era la cochera de una casita blanca. En algunos aspectos se parecía al otro museo: también había bar, también se recorría con visita guiada y también derivaba en clase de baile (esta vez el guía era un joven llamado Marlon). Pensé que lo de bailar era de particular importancia en estos museos, porque era esa la forma como mucha gente en Cali había aprendido de salsa: se escuchaba en todos lados, se aprendía a bailar desde temprano, se empezaba a disfrutar de múltiples maneras y poco a poco iban llegando las historias, se iban recordando los clásicos, se conformaba y reconformaba el canon propio. 

El soporte material de este museo era la colección personal del fotógrafo salsero Carlos Molina, que andaba por allá atrás en el bar. Molina, protagonista de la escena ochentera, le había tomado foto a todo el mundo y esos retratos tapizaban ahora las dos largas paredes del museo, como si se tratara de un mausoleo. Además, había discos, instrumentos, ropa y otros objetos. A través de esta colección vuelta al público, Marlon nos contó la historia de la salsa en el Barrio Obrero. Contó que las mercancías del puerto de Buenaventura entraban a Cali en un tren que paraba justo ahí. Entre las mercancías había discos caribeños que pronto empezaron a venderse en las tiendas del barrio. Entonces, para bailar, se comenzó a sintonizar en las bocinas de la plaza la cubana Radio Progreso. Luego aparecieron los mejores grilles de la ciudad e incluso los agüelulos, tardeadas salseras para la juventud del barrio. Todavía hoy, aunque la época dorada de salsa ya fue, el barrio sostiene esta identidad. Sus paredes están tapizadas con la cara de Piper Pimienta y Fruko y sus Tesos. En el Barrio Obrero, sugirió Marlon al final, la cultura seguía y seguiría siendo salsera. Para recordar eso estaba el museo, un homenaje barrial a la salsa.   

Museos

Me gustó que los museos se trataran de cantar, bailar y tomar, una fiesta al fin. Fue lindo ver el amor que los dos guías sentían por esta música, pese a estar separados de su mejor época por cuarenta años de vida. Disfruté que los museos fueran hechos por gente como ellos, que quizá no tenían estudios de curaduría o museografía, pero que entendían mucho de salsa, del valor de juntar y exhibir la memoria material de esa cultura, y de la importante función que espacios barriales como estos tienen para la preservación de una memoria colectiva. Al final, ¿qué es la historia de la salsa en Cali sino el agregado infinito de todas esas historias personales y familiares, todas esas intimidades con la música, toda esa mezcolanza de canciones, espacios de vida y recuerdos? 

Ya saliendo, en el taxi que dejaba atrás el Barrio Obrero y la cara de Piper Pimienta, me pregunté qué pensaría de estos lugares el joven cínico Andrés Caicedo, ahora que la salsa en Cali no es un fenómeno emergente, sino una larga y apasionada historia de amor, no tan distinta de la que cantaban tantas de sus letras. 

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La arquitectura de la desigualdad en Colombia https://arquine.com/la-arquitectura-de-la-desigualdad-en-colombia/ Wed, 10 Nov 2021 15:13:34 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-arquitectura-de-la-desigualdad-en-colombia/ Cali es una de las ciudades más desiguales del mundo. La historia de su desigualdad está escrita en su arquitectura, repleta de favelas en expansión, casas de lujo fortificadas y búnkeres intimidatorios que pertenecen tanto a los jefes de los carteles como a la policía.

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Texto y fotografía: Kurt Hollander

 

Cali es una de las ciudades más desiguales del mundo. La historia de su desigualdad está escrita en su arquitectura, repleta de favelas en expansión, casas de lujo fortificadas y búnkeres intimidatorios que pertenecen tanto a los jefes de los carteles como a la policía.

Cuando a principios de año estalló una huelga nacional en Colombia, que sacó a miles de personas a las calles para protestar contra el modelo social y económico del país, las imágenes y los vídeos dieron la vuelta al mundo. Sin embargo, las causas fundamentales de las protestas fueron menos discutidas en los medios de comunicación internacionales. Las reivindicaciones de los manifestantes para detener las reformas del gobierno que destruyen las pensiones y el sistema de salud pública y aumentan los impuestos para la clase trabajadora eran en realidad bastante modestas, dado que Colombia tiene algunas de las mayores desigualdades económicas y sociales de toda América, y también algunos de los mayores niveles de violencia (incluida la violencia patrocinada por el Estado).

Colombia lleva más de cincuenta años en guerra consigo misma. El gobierno ha luchado contra las guerrillas mientras ignoraba (o incluso ayudaba) a las organizaciones criminales fuertemente armadas que producen y distribuyen cocaína y también aterrorizan a las comunidades marginales en un intento de apropiarse de sus tierras. La violencia de estos grupos armados ha producido uno de los mayores números de refugiados internos del mundo. En las últimas décadas, Cali, la tercera ciudad más grande del país y el centro de producción de cocaína, ha absorbido un gran número de estas personas desplazadas, en su mayoría de ascendencia afrocolombiana o indígena, exacerbando los niveles ya extremos de pobreza, desigualdad y delincuencia que existen en la ciudad.

 

Arquitectura de la desigualdad

La arquitectura de Cali tiene sus raíces en la profunda desigualdad de la ciudad. Allí, el estatus social de una familia se mide a menudo por la altura de su casa. Por ello, los caleños tienden a amontonar cubos de ladrillo y cemento uno encima de otro, sin tener en cuenta los riesgos de los terremotos o de un diseño defectuoso. Cada piso que se añade es un peldaño más en la escala social, que vale cualquier posible riesgo de seguridad.

Siguiendo a sus homólogos estadounidenses, los condominios de gran altura siguen siendo el sueño de las clases medias colombianas y proliferan por toda Cali. Su construcción conlleva la eliminación de la naturaleza, especialmente en las estribaciones de la cordillera de los Andes que recorren el oeste de la ciudad. Aunque estas exuberantes y verdes colinas, que dan a la ciudad su belleza, suelen estar protegidas, promotores inmobiliarios sin escrúpulos se saltan las restricciones burocráticas para construir allí condominios cerrados de gran altura, profanando el paisaje.

Al mismo tiempo, las favelas se han extendido verticalmente en muchas colinas que rodean la ciudad, creando monstruos arquitectónicos y condiciones sociales insalubres, precarias y violentas.

 

 

Pisos extra.

 

Club Colombia

En los años setenta, el sur de Cali, especialmente barrios como Ciudad Jardín, agraciados por la presencia de amplias avenidas, grandes parques y grandes casas modeladas según el modelo de los suburbios estadounidenses, se convirtieron en las zonas residenciales más codiciadas, lejos de la plaga urbana de los barrios superpoblados, congestionados y plagados de delincuencia de las zonas bajas de la ciudad. Sin embargo, la arquitectura de estos barrios exclusivos, diseñada para defenderse de las clases bajas (vallas eléctricas, puertas altas y puestos de seguridad), es inevitablemente fea.

La arquitectura en Cali se sobrealimentó a partir de los años 70, cuando los miles de millones de dólares de beneficios de la cocaína del Cártel de Cali cayeron como la nieve sobre la ciudad. En los años 80, en el apogeo del Cártel de Cali, los reyes de la cocaína invadieron exclusivos barrios residenciales, como Ciudad Jardín, en el sur de la ciudad, comprando lujosas casas o construyendo mansiones al lado. Estas construcciones destacaban por la cantidad de columnas clásicas, fabulosas piscinas interiores y exteriores, y suelos, paredes y techos de mármol importado, brillantes símbolos de riqueza y éxito que bien merecían el riesgo de ser encarcelados.

Aunque los nuevos ricos suelen volcar el dinero en sus casas para presumir de su recién adquirido estatus, en Cali estas lujosas viviendas se han ocultado en su mayoría tras altos muros fortificados. Incluso las paredes internas de las propias casas eran más gruesas para permitir pasillos ocultos y cajas fuertes para guardar oro, joyas, dinero en efectivo y cocaína (según cuenta la leyenda, muchos de los trabajadores contratados para construir estos espacios secretos fueron asesinados antes de que pudieran dar la información a las autoridades).

Gastar inmensas sumas de dinero en el sector inmobiliario y de la construcción no solo era una forma rápida de ascender en la escala social, sino también la mejor manera de blanquear los beneficios ilegales. Gran parte del dinero que se blanqueaba se movía por la ciudad mediante una flota de vehículos blindados registrados a nombre de una empresa de transporte de fondos de propiedad legal del cártel de Cali. Más que transportar dinero sucio, estos bloqueos casi impenetrables sobre ruedas eran la forma perfecta de introducir y sacar de la ciudad grandes cargamentos de cocaína y armas.

 

Club Colombia.

 

A pesar de estar entre los habitantes más ricos de la ciudad y ser propietarios de equipos de fútbol, un banco y una cadena de farmacias, los capos del Cártel de Cali tenían prohibido el acceso al círculo más alto de la sociedad caleña, en concreto al Club Colombia, un club social de élite que acoge a la crème de la crèmede la ciudad. Fundado en 1930 e inspirado en el Jockey Club de Bogotá, el Club Colombia cuenta con una membresía que proviene de las familias europeas originales de la ciudad, incluidos los propietarios de las plantaciones de azúcar y de la industria (el cártel del otro polvo blanco) que aún controlan la mayor parte de la economía formal y la cultura de Cali.

Molestos por el rechazo de la alta sociedad, los jefes del Cártel de Cali se adelantaron y construyeron una copia exacta del Club Colombia, en tiempo récord y con un presupuesto ilimitado, que pasó a conocerse como el Búnker del Cártel de Cali. Además de varias casas familiares (donde vivían los miembros armados del Cártel), el edificio principal era una estructura de piedra de cincuenta metros de altura con ventanas a prueba de balas, un helipuerto en su tejado y un aparcamiento subterráneo para veinte coches con túneles secretos (uno de los cuales conducía a un lago en un parque cercano). Todo el complejo estaba rodeado por un muro exterior de seis metros de altura vigilado por cámaras de circuito cerrado.

Con la caída del Cártel de Cali y el encarcelamiento de los capos, el gobierno se encontró con la propiedad de más de mil casas, apartamentos, terrenos y fincas gigantes en Cali y sus alrededores confiscados a los narcos, incluido el Búnker del Cártel de Cali. Veinticinco de estas propiedades en Cali están actualmente a la venta. Las propiedades confiscadas, sin embargo, no son una inversión muy atractiva. La mayoría de los edificios están ya decrépitos gracias al abandono de muchos años, mientras que otros han sido invadidos y utilizados como viviendas o negocios (incluso las propiedades que están en buen estado no atraen a los compradores cuando se subastan a precios de ganga, ya que los posibles compradores temen que los antiguos propietarios, muchos de los cuales están cumpliendo largas condenas en cárceles estadounidenses o colombianas, regresen algún día y exijan que se les devuelvan las escrituras).

El Centro Nacional de Estupefacientes (DNE), encargado durante décadas de administrar todas las propiedades confiscadas a los narcos, resultó ser en sí mismo una organización criminal. Decenas de funcionarios públicos, entre ellos exdirectores de la DNE y congresistas, se quedaron con un centenar de propiedades fuera de la lista para su propio beneficio, cobrando alquileres mínimos o firmando escrituras a cambio de cuantiosos sobornos, que luego invirtieron en casas de lujo en Miami y Cartagena. La DNE fue finalmente cerrada en 2014, y sus exdirectores y varios congresistas encarcelados por corrupción.

 

 

Palacio de Justicia.

 

Cultura del búnker

Hay otros búnkeres que definen el paisaje urbano de Cali. Los edificios de la administración pública, los juzgados, las cárceles, las comisarías y las bases militares, es decir, toda la arquitectura social de la detención y el encarcelamiento en la ciudad, están modelados como búnkeres fortificados. Escondidos detrás de altos muros protegidos por torretas, camuflados para integrarse en la expansión de la ciudad cuando se ven desde el aire, estos fortines de cemento son menos brutalistas que brutales.

De hecho, de todas las estructuras arquitectónicas, estos búnkeres urbanos son quizás los más feos, diseñados para infundir terror en los corazones de los ciudadanos, conscientes de los muchos miles de personas inocentes que «desaparecen» al interior de estas estructuras para no volver a ser vistas. Estos búnkeres, sin embargo, son quizás una forma más honesta de arquitectura; diseñar nuevos edificios gubernamentales coloridos y brillantes para la tortura del Estado sería realmente horrible.

En Cali hay dos Palacios de Justicia donde el gobierno castiga a los delincuentes de la ciudad. El más antiguo y grandioso, también conocido como Palacio Nacional, una construcción de cinco pisos diseñada en estilo Luis XVI en 1928 por el arquitecto belga Joseph Maertens, con majestuosos balcones y cúpulas de bronce en el techo, es uno de los edificios más emblemáticos y elegantes de Cali. El Búnker de Justicia, un monolito de hormigón de trece plantas construido en la década de 1980 con minúsculas ventanas encajadas en un bloque de cemento, no se parece en nada a una cárcel.

 

Búnker de Justicia.

 

Está previsto construir un monolítico Búnker de Justicia 2 en el terreno arrasado de lo que hasta hace poco era el barrio obrero de El Calvario, poblado por modestas casas colombianas con colores pastel desvaídos y detalles art decó en funcionales construcciones de cajas de zapatos. Gracias al total abandono del gobierno, en las últimas dos décadas el barrio se ha deteriorado hasta convertirse en un importante centro de distribución de drogas. Los traficantes de basuco, la forma más barata y adictiva de la cocaína, se hicieron con varios edificios abandonados y los fortificaron, sellando las ventanas y las puertas.

El abandono a largo plazo y la destrucción final de este tradicional barrio obrero forman parte de un proceso continuo de aburguesamiento en Cali. El Calvario acabó siendo demolido por completo en 2019 (un gigantesco búnker de basuco fue el último edificio que quedó en pie) para hacer sitio a un futuro centro comercial de lujo y condominios. En Colombia, la «renovación urbana» es el equivalente arquitectónico de la limpieza social, por la que barrios enteros de clase trabajadora fueron barridos.

Antes y después: un barrio de clase trabajadora que antes era próspero y que se sumió en la delincuencia y la pobreza fue demolido para hacer sitio a un futuro juzgado, condominios y un centro comercial de lujo.

 

Arquitectura ofensiva

Parte de la fea arquitectura de Cali ha sido objeto de violentas críticas. En 2007, la principal estación de policía del centro de la ciudad fue volada en pedazos por un coche bomba, atribuido a un grupo de guerrilla urbana. Un agente de policía murió y cuarenta y dos resultaron heridos por la explosión. Desde entonces, un tanque gigante aparcado en la calle de acceso a la comisaría del centro de la ciudad se ha convertido en parte de la antiarquitectura de la ciudad. En 2008, el Búnker de Justicia fue sacudido por un coche bomba atribuido a la guerrilla izquierdista, dejando cuatro muertos y veintiséis heridos. Durante las protestas del paro nacional de este año, varios edificios gubernamentales fueron atacados y muchas comisarías fueron vandalizadas e incendiadas.

Durante las dictaduras militares de Chile y Argentina, empresas como Ford permitieron a la policía nacional y a los militares crear centros de detención clandestinos dentro de sus fábricas, que sirvieron de base para torturar y asesinar a dirigentes sindicales y activistas estudiantiles. En la actualidad, la policía de Cali ha creado espacios ad hoc similares para detener ilegalmente a cientos de manifestantes acorralados durante las protestas pacíficas. En el lujoso centro comercial El Éxito, el aparcamiento, prohibido a la prensa y a los observadores de derechos humanos, estaba lleno de casquillos de bala y tenía manchas de sangre en la pared.

Los centros comerciales en general pueden ser vistos como puestos de avanzada militarizados de la economía formal de Estados Unidos, blocaos fortificados en los que se venden productos importados a precios elevados con los beneficios expatriados, lo que por supuesto es parte de la razón por la que la economía colombiana va tan mal. El hecho de que muchos de estos exclusivos centros comerciales que venden productos importados de EE. UU. fueran objeto de vandalismo durante las protestas indica algo de la consideración que tienen los lugareños sobre ellos.

Más que una mera crítica, el vandalismo de los edificios gubernamentales y los centros comerciales de Cali, especialmente durante el paro nacional, son protestas contra las desigualdades sociales, la corrupción y la violencia patrocinada por el Estado que tiene lugar entre las paredes de estos edificios. En Cali, los crímenes de la arquitectura son los que se cometen no contra el buen gusto, sino contra la naturaleza, las comunidades marginadas y la clase trabajadora.


Texto publicado originalmente en Jacobin. Se publica aquí con permiso de los editores y el autor.

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El Trébol de Cali https://arquine.com/obra/el-trebol-de-cali/ Thu, 01 Sep 2016 16:12:45 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/obra/el-trebol-de-cali/ A través de pequeñas acciones arquitectónicas, el colectivo Arquitectura Expandida, en colaboración con distintos grupos y vecinos de la ciudad, recuperó el espacio de El Trébol en un proyecto en el que conviven dinámicas de recuperación de la memoria barrial e intercambio, con una pista de skate, una huerta ornamental y una biblioteca comunitaria, en el que confluyen talleres vinculados a la literatura, la danza, la capoeira, la música y las artes plásticas que, de acuerdo a sus diseñadores, "entender la arquitectura como un proceso de resistencia creativa."

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Proyecto Arquitectónico: Arquitectura Expandida | Ana López Ortego, Harold Guyaux, Viviana parada, Randy Orjuela, Marina Tejedor, Felipe González, Bryan Orjuela | Red de vecinos amigos del Trébol
Colaboradores: Colectivo Territorios Luchas, Dast, Colectivo Monstruación, Colectivo Amnesia Selectiva, Colectivo Biciterritorializando, Alto Riesgo Creativo, Juegos Traslúcidos, la Francia Skateboarding.
Ubicación: Barrio Ciudad de Cali. Patio Bonito, Kennedy. Bogotá D. C.
Fotografía: Arquitectura Expandida
Año: 2015

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El Trébol (Kennedy, Bogotá, 2015) es un proceso de recuperación de lo que fue un espacio comunitario que tuvo un fuerte uso vecinal y que por diversas razones se dejó abandonar hasta convertirse en una ruina arquitectónica de columnas concreto y muros de ladrillo sobre los que el tiempo dibujó historias a través de murales, graffitis y otras expresiones urbanas.

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La recuperación del espacio busca consolidar un lugar de encuentro para talleres, conversatorios, proyecciones y exposiciones, que se desarrollan desde las primeras asambleas, talleres de diseño participativo y de forma paralela al proceso de autoconstrucción. En el trébol conviven dinámicas de recuperación de la memoria barrial y de intercambio de pedagogías territoriales, con una pista de skate, una huerta ornamental y una biblioteca comunitaria, en el que confluyen talleres vinculados a la literatura, la danza, la capoeira, la música, la bicicleta y las artes plásticas. Las decisiones de diseño espacial están condicionadas por la escasez de recursos materiales, ya que los fondos se consiguieron mayoritariamente a través de actividades que tradicionalmente la comunidad ha utilizado para la autoconstrucción barrial y por las estrategias de tipo legal que permiten intervenir sin supeditar el proceso a un complejo y dispendioso proceso burocrático de permisos. Bajo estas premisas se mantiene la estructura existente que utiliza de base, pudiendo argumentar que se trata de un cambio de cubierta. Esto permite, además, reflexionar en torno a la rehabilitación del patrimonio, con la recuperación de una herencia de dudoso valor arquitectónico, pero invaluable estimación comunitaria.

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La estructura y elementos del cerramiento se ejecutan en guadua —material local, económico de carácter cálido y de fácil adecuación a procesos de autoconstrucción—. El revestimiento se ejecuta con materiales de uso común en los barrios informales: teja de zinc, teja plástica y policarbonato alveolar que, no solamente permite diseñar un espacio transparente, como elemento de invitación; también ofrece la posibilidad de generar un efecto invernadero controlado, adecuado a las temperaturas de Bogotá.

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Este proceso auto organizativo confronta la fragilidad físico-espacial, cultural y administrativa de los espacios públicos en los barrios de origen informal. No solamente el déficit cuantitativo y la falta de inversión son un problema, el lote en el que se encuentra el Trébol figura con diferentes propietarios en diversas bases de datos públicas, por lo que parte de la iniciativa de recuperación está relacionada con una resistencia vecinal a procesos de especulación de suelos, haciendo prevalecer el valor de uso del espacio común, por encima del valor de cambio. El Trébol nos permite, en definitiva, entender la arquitectura como un proceso de resistencia creativa.

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Cali de película: ciudad, cine y pornomiseria https://arquine.com/cali-de-pelicula-ciudad-cine-y-pornomiseria/ Fri, 20 Mar 2015 18:24:58 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/cali-de-pelicula-ciudad-cine-y-pornomiseria/ En 1971 Santiago de Cali, capital del departamento de Valle de Cauca y la tercera ciudad más poblada de Colombia, fue la sede de los VI Juegos Panamericanos. Para entonces, Cali llevaba el epíteto de la Capital Deportiva de América en gran medida por su Estadio Olímpico Pascual Guerrero, pero la infraestructura no era suficiente […]

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En 1971 Santiago de Cali, capital del departamento de Valle de Cauca y la tercera ciudad más poblada de Colombia, fue la sede de los VI Juegos Panamericanos. Para entonces, Cali llevaba el epíteto de la Capital Deportiva de América en gran medida por su Estadio Olímpico Pascual Guerrero, pero la infraestructura no era suficiente para recibir a los comités olímpicos de las 32 naciones participantes. Como es costumbre en los grandes eventos deportivos, además de un crecimiento infraestructural, hubo una campaña propagandística descomunal a fin de posicionar el evento.

Como parte de la maquinaria propagandística estaban por supuesto las cámaras de cine. Pero no todas formaban parte del cine oficial: Carlos Mayolo y Luis Ospina recorrían la fiesta deportiva para, además de cuestionar precisa e incisivamente “¿Qué significa cine oficial?”, montar un retrato de los extremos propios de esta justa deportiva. Por un lado, el entusiasmo de un evento como los Panamericanos, sintetizado en las secuencias iniciales de muchachas locales derritiéndose frente a los deportistas extranjeros. Por otro lado, las comunidades invisibles que padecieron del impacto negativo de una infraestructura excluyente. El resultado: Oiga vea!, un cortometraje documental dual, que recorre estos extremos haciendo explícita la opresión silente del falso desarrollo promovido por la administración de los juegos.

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En esta cinta vemos ya una crítica contra lo que seis años después Mayolo y Ospina nombrarían como “pornomiseria”: la explotación mercantilista de la miseria ajena por medio del cine o, en general, de los medios de comunicación. Con motivo de la presentación de su película “Agarrando pueblo” (1977) en París, los realizadores escribieron un texto titulado “¿Qué es la pornomiseria?”:

“Si la miseria le había servido al cine independiente como elemento de denuncia y análisis, el afán mercantilista la convirtió en válvula de escape del sistema mismo que la generó. Este afán de lucro no permitía un método que descubriera nuevas premisas para el análisis de la pobreza sino que, al contrario, creó esquemas demagógicos hasta convertirse en un género que podríamos llamar cine miserabilista o pornomiseria.”

Y lo vemos transparente como el caño donde estuvo la cámara de Mayolo y Ospina años antes de Agarrando pueblo, el año de los Juegos Panamericanos, cuando en la segunda parte de Oiga, vea! la lente deja los complejos deportivos para acercarse a los cinturones de miseria desde los cuales las edificaciones modernas se yerguen al fondo como un presagio del desastre. El mismo caño que viene destapado, como dice uno de los testigos locales de los barrios bajos de Cali, desde el hipódromo hasta desembocar en el Cauca.

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“El canal de la muerte lo hemos bautizado”, dice otro de los habitantes de las colonias marginales de Cali a Mayolo y Ospina. Y otro más: “todo eso nos inunda. Y creen que con limosnas van a solucionar el problema.”

Así la pornomiseria trasciende los discursos mediáticos para permear los planes populistas frecuentes en el desarrollo urbano latinoamericano. El desinterés por la comunidad de la que uno forma parte. Y como la pornomiseria pretende “limpiar las conciencias”, también “las limosnas” buscan limpiar la negligencia e incompetencia de los responsables del presupuesto destinado al desarrollo social (desde la educación, la salud, la infraestructura, etcétera). En este caso, un Santiago de Cali tajado por el desarrollo se convierte también en una premonición del desastre más allá de las fronteras colombianas: México y Brasil como ejemplos más claros.

Mayolo y Ospina, con otras obras como Cali de película o Carne de mi carne, formaron parte de un impulso artístico que desde Santiago de Cali buscó revelar técnicas propias del contexto, que no dependieran de la importación de modelos de producción ni narrativos. Autonomía sintetizada en el término “Caliwood”, término que no solamente a los narradores y profesionales de la comunicación habrá de servirles de inspiración, sino también a los que diseñan las ciudades. Las películas citadas en este texto están disponibles en línea (comenzando por YouTube).

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