Resultados de búsqueda para la etiqueta [Byung Chul Han ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 01 Dec 2023 15:37:48 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Un afuera inagotable https://arquine.com/un-afuera-inagotable/ Thu, 03 Jun 2021 13:00:48 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/un-afuera-inagotable/ Sólo afuera es inagotable porque solo ahí soy más que yo mismo, porque afuera está el otro; quitando limites, borrando fronteras. Viajar es precisamente ir al otro, intentando comprenderlo. Sólo ahí, en la comunicación real, habrá una comunidad “más universal que las que trazan fronteras contra otro.”

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A Marcela García

 

No hay centros, solo afueras.

Las afueras son el territorio de lo humano.

Josep María Esquirol 1

 

Sobre el margen del lago más profundo de Centroamérica, compuesto por 3 volcanes, incontables cerros y once pueblos nombrados como santos, comencé estas líneas. El lago lleva por nombre Atitlán, que proviene del náhuatl y significa: entre las aguas. Al transitar entre sus pueblos, hurgué también entre mi geografía mental y el centro que alberga mis pensamientos para preguntarme:

¿Por qué la necesidad de viajar aún en medio de una pandemia? Aunque adquirí el virus hace más de 6 meses, todos conocemos cuales siguen siendo los riesgos. Sea por necesidad de justificar o por encontrar la cualidad ética de mi desplazamiento, encontré en mis aguas los siguientes pensamientos:

Entre algunas de las diferencias de ser turista y viajero —dice Byung-Chul Han—, es que el turista no está estrictamente “en camino”, porque el camino para el turista es meramente un trámite que no requiere atención ni narración: el turista “despoja a los espacios intermedios de cualquier semántica” 2. Además, su llegada es un falso encuentro hacia lo otro, puesto que viajan con todo lo que son para reproducirlo a donde vayan, mientras que el viajero salta de su cerco para ser más que el mismo.

Comencé justificando mi viaje desde ese otro espacio: el camino que es también un lugar posibilitado de nuevos sentidos; un espacio no sólo físico, sino inteligible. Ir en camino a otro lugar, es también saber trasladarse a un nuevo pensamiento, habitar su recorrido y unir lo separado. 

A medida que las redes y la virtualidad absorben el mundo construido, este parece perder su cualidad hasta agotarse. Quienes viajamos y hacemos partícipes a la atención, es innegable la continua y creciente similitud de los lugares: a mayor “desarrollo”, mayor estandarización del espacio: mismas políticas, palabras, estrategias urbanas. Mismas arquitecturas. A mayor tecnología, mayor relatividad de las distancias y por ende, la disolución de la aventura y la diferencia. Todo es posible en un clic, todo se reduce, todo cabe en algoritmos.

Ya a escala inmediata, la pandemia ha transformado también nuestro amor hacia el afuera. Ya no se considera ni se piensa igual la inmediatez de exponernos más allá de “nuestras” casas. Sustituida nuestra posición, se habla incansablemente de un reinventar y coexistir en el adentro, pero ¿dentro de qué? puesto que no está volcada la atención y la consideración propiamente a un espacio y su re-significación existencial, sino a la extensión de la virtualidad que se hace en él.  Estamos de pronto en un mundo en que la espera y a la distancia se anulan, acaso existen en la lentitud de la infraestructura y en la espera que pone todo en blanco tras la caída de una señal. Cuando la señal vuelve; traga la sala, la recamara o la barra de la cocina, se hace presente en aparatos que yacen en el muro, en el escritorio, en el cajón o sobre la cama, vuelve todo tiempo productivo y a todo lo expone a un mundo sin interior.

La mediación tecnológica hoy penetra y organiza también a eso que llamamos bienes esenciales, y que habitan en otros interiores: organiza la salud, la educación, la distribución de los vienen y alimentos; de pronto nada parece estar fuera del margen digital. 

Aunado a ello, nuestros territorios se quedan sin agua y se incendian sus bosques sin control, mueren los animales y se secan los cultivos; menos los que pertenecen a empresas extranjeras como la producción de berries y aguacates, que tienen un verdor inigualable en medio de un desierto por sequías. Pueblos sin agua para que empresas extranjeras puedan producir agroindustria que se exporta a otros lugares, refresqueras y embotelladoras que deciden donde se distribuye la vida, extractivismo y neo-colonialismo creciente, sin límites ni fronteras. 

Como en la Matrix de las hermanas Wachowski: el afuera se vuelve de a poco tuberías y electricidad, mugre y aceite, amenaza y oscuridad. A donde vayas, el mismo peligro. El afuera se vuelve el patio necesario para las piezas de otro mundo que se está construyendo sobre el nuestro. Estamos frente a un régimen de la indeterminación virtual. 

Al tiempo le hace falta de pronto su asidero donde transformarse, un espacio donde se demore, donde mutar, el tiempo se ve obligado a ser de pronto un flujo interminable. Comenzamos a habitar como turistas la propia vida: sin atención ni narración que nos salve. 

Este pequeño texto, tiene por intención hacer ver el afuera que existe más allá de las narrativas dominantes apocalípticas. Se trata, no solo de com-probar que ese afuera aún existe, sino también, cuáles son sus valores y fundamentos para asegurarnos que tengan cabida en nuestras vidas.

 

 

El desierto que ampara

En un desierto contigo,

mis días fluirían apacibles;

yo dormiría sin temores

sobre las rocas escarpadas

Antoine de Bertín 3

 

En su libro La resistencia Intima, Josep María Esquirol dedica un breve capítulo a hablar del desierto como lugar de sentido, pero ¿por qué hablar de fecundidad en un lugar que parece vacío?

Nos dice: “El amparo, solo tiene sentido en el desierto. (…) es precisamente en medio de la planicie desértica donde el rostro del otro aparece como tal pidiendo acogida. (…) Sobre una planicie, imploran cobijo y suplican palabra. En el desierto la palabra es una tienda.” 4

El desierto de Josep, es la posibilidad de sentirnos entre nosotros sin límites, sin propiedad, sin pertenencia, desnudos de posesiones, precarios. Humanos. Sin cercos, sin interrupciones, queda el otro como tienda y su tienda no tiene puertas.

Un viaje, una huida, un trasladarse a lo que no soy, ni tengo —a lo que no poseo—, me descubre en el otro, frágil y necesitado, real. 

En la película Nomadland, Fern, una mujer que vive en una furgoneta, visita una comunidad en el desierto para aprender su forma de vivir; sin trabajos fijos ni lugar establecido, un lugar sin cercos donde todos son bienvenidos a formar parte de una comunidad que no se establece, que se reúne solo temporalmente. Los gestos de Fern son evidentes: reparte su poca comida y regala sus pertenencias a los desconocidos, y en su diminuta entrega, se abre en palabra y gesto a esos otros que se convertirán de a poco en relaciones afectivas.

Como escribió Edmond Jabès en, El libro de la hospitalidad: “Aquel que carece de lugar —decía un sabio— hace, de su deseo de tener uno, su verdadero lugar”

Es el deseo de pertenecer y no la pertenecía, el que hace sentirnos acompañados. Vivir el desierto, el desamparo, es necesario para entendernos necesitados de los otros, y poder, también, aprender a entregar todo lo que tenemos más allá de nuestra propia precariedad.

En mi viaje a Guatelama, conocí a Rudy Bamaca, un joven mexicano de Chiapas cuyas dificultades y desigualdades en nuestro país le orillaron a emigrar al país vecino en busca de trabajo. Desamparado de su tierra, de su hogar y de parte de su familia, Rody me abrió su vida por el simple gesto de ser un ser descolado; me ofreció su morada para no gastar en hospedaje y me invitó a mostrarme la capital con sus ojos y experiencia. Al caminar por sus calles, me señaló su lugar favorito de comida al que va cuando le alcanza el dinero. Antes de despedirme, le dejé lo suficiente para que pudiera comer en el lugar. Hoy, estoy a la espera de un pequeño paquete que, con mucha dificultad y orgullo, me ha enviado como sorpresa. El desierto y el desamparo son lugares donde engendrar otra familia, allí donde vamos desnudos o a desnudarnos de lo que creemos que es nuestro. 

Rudy sabe que nuestras palabras compartidas fueron tiendas que nos salvan en lugares desconocidos, allí donde no podemos dominar y conquistar, sino apenas extendernos brevemente.

“En el desierto uno se vuelve otro: aquel que conoce el peso del cielo y la sed de la tierra; aquel que ha aprendido a cantar con su propia soledad (y con la de los otros)” —Edmond Jabès 5

 

 

La palabra que (me) salva

 

El turista consume su vida, el viajero la escribe. Todo viaje es relato.

Marc Augé 6

 

Al principio de este texto, mencioné que para Han la diferencia de un viajero y un turista es su capacidad narrativa y semántica. El Poeta colombiano Santiago Gamboa, es un eco a este pensamiento: “En el fondo todo es escritura. La diferencia entre un viajero y un turista es sólo lo que escribe.”

Pero además de aquello que se escribe, es lo que se dice, es lo que el teórico Michel Onfray, nombra como verbo: cristalizar una versión. En su libro: Teoría del viaje, nos dice:

“Para que cobre sentido, el viaje gana con su paso por un trabajo de fijación, de comprensión. Lo que no entra dentro de una forma nítida y precisa se diluye, se va, se esparce. (Como la memoria) se ejerce, se solicita, ella procura ser, si no, perece, muere, se seca.” 7

Aunque fijar significa también dejar afuera lo que no cabe en un sentido, aceptarnos como humanos es también ser conscientes de lo poco que podemos abarcar, y que sin un hilo conductor, la vida se escapa sin cauce y sentido.

Sin la narración, todo quedaría en la indefinición y en el ruido de la vida. Puede que en cambio, lo que quede fuera, algún día se hable en otro lugar, enlace otro tema, brote en otro texto. Viaje la palabra y la vivencia como el cuerpo en un autobús. 

Decir es importante porque el decir es ya un camino del viaje. Y el regreso, también nos lleva a nuevos lugares, brotan ríos y se escurren entre nuestra geografía mental, llenan el lago y reverdece sus límites.

Sólo afuera es inagotable porque solo ahí soy más que yo mismo, porque afuera está el otro; quitando limites, borrando fronteras. Viajar es precisamente ir al otro, intentando comprenderlo. Sólo ahí, en la comunicación real, habrá una comunidad “más universal que las que trazan fronteras contra otro.”

Cada frontera, nos dice Chantal Maillard, es un combate, es violencia, “y sin embargo, las dos partes del muro son el mismo muro”. Si miráramos el muro más que los lados que genera, quizás entenderíamos que sin añadiduras, sin cercos, somos lo mismo. 

Tal vez narrar se tenga que hacer mirando cada muro del mundo, y como decía Derridá: descubrir que solo tengo una lengua, (y) no es la mía. 

 

 

Más allá de la hospitalidad, la muerte que viene:

A vivir hay que aprender toda la vida y, cosa que quizá te extrañará más, toda la vida hay que aprender a morir.

Anneo Séneca 8

 

A través de un habitar el desierto común, del salir afuera, brota el amparo y la resistencia, que lucha contra lo más radical y verdaderamente inevitable de nuestras vidas: la muerte.

Salir afuera definitivamente es perder la diferencia y reconocernos en lo único que compartimos sin escapatoria.

El viaje nos acerca a la muerte, no como resignación, sino como sentido, ¿para qué he de imponerme en un lugar donde yo he de perecer?, y más aún ¿Por qué querría ser yo  un mundo vacio, donde me puedo llenar de otros, ser otros, pensarme otros, amar otros?, el viaje enseña a morir de a poco y a transformarnos en lo que realmente somos: parte de la vida que se vive en nosotros.

Terminando mi viaje por Guatemala, escribí buscando dar sentido a lo que no ha de volver, las palabras fueron tienda ante la desnudes de mi sentido:

Mirando hacia atrás,

la niebla desciende desde los volcanes

hasta borrar la carretera. 

Des-aparecido el camino recorrido,

me despido.

Adiós vida. 

Sé, que sobre tus más bellos caminos

—como el de hoy—

también irá cayendo,

ligero,

el blanco que todo lo anuda.

Sólo irán quedando los espasmos

de haber recorrido lo impensable;

y estas palabras,

que confirman que algo se ha ido ya.

Viajo,

porque asido a la ventana,

—donde todo se mueve—

entiendo que la vida debe ser tomada como un paisaje:

Nada nos ata,

todo es infinitamente nuevo,

todo está llegando, 

todo yéndose,

todo respira;

hasta llegar la niebla,

hasta borrar los límites.

 

Siempre afuera:

Si todo lo reconociéramos como afuera y nada como centro, podríamos tejer una red de afueras, de tiendas, de refugios, que serían amplios espacios de convivencia. Puede que la anarquía no coincida con el caos, sino más bien con el ayuntamiento.

Josep María Esquirol

 

Si como, dice Josep, la anarquía coincide con el ayuntamiento, con la unión, es necesario juntar, juntarlo todo, no en datos ni en estadísticas, no en transporte ni en control, no en economías ni en productividad, sino en cuerpo, mundo y palabra, en gesto y sentimiento de vulnerabilidad compartida. No vivir en la acumulación, derogar los partidos que nos parten en cada elección, dejar de elegir, unirnos en bondad y generosidad, dar todo lo que creemos nuestro, para que nada quede en cercos, para que todo sea un afuera inagotable.

 


  1. Esquirol, Josep María (2018). La penúltima bondad. Acantilado
  2. Han, Byung-Chul (2017). El aroma del tiempo. Herder.
  3. Pau, Antonio (2019). Manuel de Escatología. Trotta.
  4. Esquirol, Josep María (2015). La resistencia intima. Acantilado.
  5. Jabès, Edmond (2014), El libro de la hospitalidad. Trotta.
  6. Augé, Marc (2003), El tiempo en ruinas, Gedisa.
  7. Onfray, Michel (2016). La teoría del viaje. Poética de la geografía. Taurus.
  8. Séneca, Anneo (1986). Cartas a Lucilio. Gredos.

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Un habitar sin occidente https://arquine.com/un-habitar-sin-occidente/ Tue, 10 Dec 2019 07:30:43 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/un-habitar-sin-occidente/ En un mundo enfermo de productividad, donde los recursos son cada vez más limitados y escasos, una forma de resistencia y cuidado es el no hacer, no producir; acudiendo al ocio, a la contemplación, a la negación de sí mismo como un proyecto que, en realidad, es el de alguien más.

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“Si un hombre camina la mitad del día en el bosque por amor a él, corre el peligro de ser considerado como un haragán. Pero si ocupa todo el día, como comerciante, en cortar árboles y dejar la tierra baldía antes de tiempo, es valorado como un ciudadano laborioso y emprendedor. ¡Como si el único interés de una cuidad en sus bosques fuera cortarlos!”

Henry David Thoreau 1

“Si la vida cobra un sentido para mí, es más bien cuando estoy en la cama y dejo errar mis pensamientos sin objeto. Para mí, el (ser humano) tan sólo existe de verdad cuando no hace nada. En cuanto actúa, en cuanto se prepara para hacer algo, se vuelve una criatura lamentable”

E. M. Cioran 2

Puesto que no hemos comenzado nuestra vida, sino que la comienzan por nosotros; solemos arrastrar palabras, conceptos, imaginarios y valores sin posibilidad de demorarnos en su análisis o reflexión. “Cuando comenzamos a narrarnos nuestra historia es porque con toda seguridad no hemos sido nosotros los que hemos comenzado,” 3 dice el filósofo Peter Sloterdijk. O en palabras de Ortega y Gasset: “La vida no nos la hemos dado nosotros, sino que nos la encontramos siendo (…), sin anuncio previo, el ser humano se descubre y sorprende teniendo que ser en un ámbito impremeditado, imprevisto, en este de ahora, en una coyuntura de determinadas circunstancias.” 4 Podría decirse que, más que vivir, muchas veces somos vividos por el contexto o la cultura en la que crecemos, eso a lo que llamamos moral: formas de vida, y de donde proviene la palabra morar; donde se vive. Rimbaud lo dice de forma condensada en una carta dirigida a Georges Izambard en 1871: “Nos equivocamos al decir: yo pienso; deberíamos decir; me piensan. Yo es otro.” 

Entre esos valores mantenidos y engrandecidos por la cultura, persisten una y otra vez; el incesante crear y la incuestionable productividad. Baste pensar el mito del comienzo humano,donde se nos narra que somos lo que somos; gracias a la liberación de las manos y nuestro virtuosismo para hacer algo con ellas: transformando el mundo nos trasformamos en lo que somos. Si es desde el mito de la religión, el cristianismo, por ejemplo, no muestra diferencias significativas: venir al mundo es “aprovechar el tiempo para la conversión”, a tal grado que, “la pérdida de tiempo, entre algunos devotos, sobre todo entre los presbiterianos, era considerado el primer pecado y, en principio, como el más grave de todos” 5. Más tarde el concepto del pecado por la pérdida de tiempo seria derogado de la iglesia y absorbido por el estado desde el discurso de la modernidad productiva, a tal grado que, efectivamente, hemos naturalizado el sospechar del que vaga por el bosque y vemos con normalidad a quien lo consume y vuelve un desierto. 

Así, el mito de lo humano se relaciona con valores occidentales que han prevalecido y se han exacerbado con el paso del tiempo hasta el cansancio: hacer, crear, producir, poseer y acumular, o acaso dejar ir aquello creado a cambio de otra cosa; es decir, ser un buen neg-ociante (el que niega el ocio y con ello el reposo). Pero, ¿y si dejar de hacer, crear o producir, fuera otra posibilidad de vida, o al menos poder ejercitarlo de vez en cuando?

Esto es lo que propone el filósofo Byung-Chul Han contra el dominio de los valores capitalistas que lo han cubierto todo: “Bello es el ser sin apetito”, escribe en un mundo que le parece hambriento y cuyo estomago no es nuestro: también no lo impusieron.  

Ya en la arquitectura, es curioso notar cómo después de agotarse el discurso moderno corbusiano de construir “máquinas para habitar” —una arquitectura que surgió, sobretodo, tras la productividad vertiginosa de la revolución industrial—, la labor del arquitecto no se encaminó jamás en dejar de producir, crear o construir. Se empeñó, más bien, en climatizar el concepto de habitar, entregando su tiempo a la búsqueda por materializar desde una perspectiva más “sensible” o “poética” para el habitante. 

Pero, ¿y  si pudiéramos habitar más bien lo no hecho o lo que surge sin proyección?

En palabras del filósofo español Luis Álvarez Falcón: “Construir, habitar, pensar, parecen recurrentes en el discurso de una arquitectura desestabilizada que ha ido travistiendo, según su conveniencia, las insuficiencias de nuevos postulados formales, generando una moda: una arquitectura de poder y de ambición, devuelta consumo, especulación e ignorancia.” 6

Contra el reduccionismo del gremio que minimiza y ridiculiza al concepto de habitar y lo confunde con construir muros de materiales toscos y techos de madera roída, que logran —según ellos— una armonía con el mundo, así como utilizar acero dispuesto a oxidarse y derramar su patina sobre el piso para generar “ambientes” o “atmosferas” idóneas para la vida, describo brevemente formas de habitar sin construir y planear. Es decir, sin valores occidentales y capitalistas; sin pro-yectar: ese arrojar hacia adelante como promesa. Formas de habitar que son contingentes y, literalmente, improductivas desde la visión de los valores occidentales.

 

Caminar sin mí

El yo es una voluntad que ha de ocuparse para ser algo, para ser lo que llamamos yo —¿llamamos? ¿Quiénes?

Chantal Maillard

Ya al principio del texto habíamos esbozado que el “yo es otro”, y ese otro que me constituye es la cultura, una forma de vida que no hice yo. Si nuestro yo se ha forjado en valores occidentales, sabríamos que es ante todo un yo que se busca en lo productivo, que, en efecto, se debe ocupar en algo para sentirse existiendo. Pero, ¿podemos existir sin ser productivos? Para David Le Bretón es posible, y una de esas formas es caminando: 

“El caminante es libre en sus movimientos, en su ritmo, no debe nada a nadie, y nadie le viene a recordar sus responsabilidades. Está en otro lugar, nadie sabe quién es ni hacía dónde va. (…) las exigencias de la vida social se relajan. Caminar es un ejercicio lúdico y controlado de desaparición, una reapropiación feliz de la existencia.” 7

Sobre si el caminar es una forma de desaparecer de sí, el filósofo Byung-Chul Han comulga con la idea y escribe:

“El caminar despide toda forma de retención. No solo se refiere a la relación con el mundo, sino también a la relación consigo mismo, (…). Caminar significa hacer que también “el sí mismo esté en camino”. El hombre que no habita en sí mismo, está en casa. Más bien, está de huésped en sí mismo. Se renuncia a todo tipo de posesión y de posesión de sí mismo. (…) El yo depende de la posibilidad de posesión y concentración. Oikos (casa) es el lugar de esta existencia económica”. 8

Aquí Han revela uno de los valores occidentales que más dominan nuestra forma de pensamiento: la posesión. Sin la casa que me envuelve y donde me agrado, donde me extiendo, sin el yo que me define y afianza, soy menos. Caminar es una forma de ejercitar la perdida de posesión, extensión y dominación. El yo que es voluntad se pierde; disperso del yo, habito sin mí. O en palabras de Han: no habito en ninguna parte. 

 

Un espacio sin propiedad

La filósofa Chantal Maillard en sus diarios: India, analizó la diferencia que hay entre el occidente y el oriente para vivir un espacio. Mientras que el occidente atiende y entiende al espacio para “apropiárselo”, el oriental “pertenece” a él. Así, mientras que en el primero domina el yo, en el segundo hay un nosotros, pero sin mí. 

“Los lugares, en India, no se poseen, se hacen. Se hacen entre todos, con el movimiento, acompasando el cuerpo. Poseer un lugar es hacer del lugar un objeto; mediante su posesión se pretende hacer más amplia la propia extensión. El lugar poseído extiende el yo, lo afirma, lo refuerza, lo engorda. Cuanto más inseguro está el yo, más necesita poseer, apropiarse de otras extensiones, hacerlas propias. Pero el yo, como el propio mundo, es ilusorio para el indio. Tal vez sea por eso por lo que sus lugares emblemáticos son móviles: las aguas de los ríos, el sonido de las campanas o las vacas, que bien pudieran entenderse como lugares sagrados, templos itinerantes cuya voluntad ha de respetarse. Cuando una vaca está recostada en medio del camino, el tráfico se adapta, la rodea como lo haría la corriente de un arroyo con una piedra en su lecho, integrándola en el propio cauce. Hay una diferencia fundamental entre la pertenencia y la posesión. Pertenecer va asociado a compartir; no a poseer, a excluir. Y los espacios no se poseen, se comparten.” 9

Sin agregar demasiado, demostraríamos cómo la arquitectura contemporánea sigue reproduciendo no sólo el valor occidental de la propiedad privada sino incluso la propiedad en aquello a lo que solemos llamar como público, puesto que velamos por su apropiación; si bien, no de un solo individuo, si de grupos morales determinados, es decir, de eso que justamente conforma al yo. Por eso, el otro, radicalmente otro, como el vagabundo, es preferible sea desplazado de lo público, o acaso apropiárselo también: convirtiéndolo en alguien productivo para el lugar. 

En Colombia es bien conocido bajo el término “resocialización”, educar a las personas que viven en dichos espacios y convertirlos en “agentes aptos” para el lugar. ¿Su trabajo?, mantener dicho espacio organizado, vigilado y limpio. Se vuelven productivos para la estandarización del espacio a una sola ideología: la occidental. 

 

La no-arquitectura

“La vivienda tradicional nunca estaba acabada en el sentido en que hoy decimos que un bloque de pisos o de apartamentos se entrega llave en mano. A diario remiendan la tienda sus moradores, la levantan, la extienden, la desmontan. La casa de labor florece o decae con la prosperidad y el número de sus ocupantes; a menudo puede apreciarse desde lejos si los hijos han abandonado ya el hogar paterno o si los viejos han muerto.”

Ivan Illich 10

El Consejo Nocturno, en su libro: Un habitar más fuerte que la metrópoli,  que se caracteriza por ser un texto improductivo —en el sentido de que no puede servir al sistema actual— y sin autor definido —sin un yo como individuo—, propone axiomas para una no-arquitectura, es decir, eliminar aquella forma de construir que tiene un inicio y un fin, entendiendo que la “morada”, no solo es lugar de los hábitos, sino que “ella misma es un hábito”. Un perpetuo hacerse. Cómo las casas de Illich: se levantan, extienden y desmontan a diario, se trata de una “disciplina de construcción no profesionalizable”, así, “cada una de sus partes corresponde a la temporalidad singular de sus tratos con el mundo, ya sean los siclos de cosecha o las fiestas que las componen”, no una arquitectura que vela por extender al yo, ese lugar de propiedad y pertenencia, sino por reproducir lo que me rodea, una “prolongación en formas del entorno: no su refrenamiento o dominación: un iglú no es más que la continuación por otro medios del viento glaciar, pero vuelto habitable” 11.  Es decir, no extiende un yo, sino lo otro.

 

Un camino por recorrer

Volviendo al valor incuestionable del hacer, el escritor colombiano Juan Londoño, asevera: “La creación se da viviendo. Se crea no solamente en la techné —en la técnica—, sino también en el acontecer” 12: caminar sin mí, habitar sin mí, construir sin mí, son acontecimientos en lo que también creamos.

Hace apenas pocos días, un maestro cuya renuncia a ciertos proyectos gubernamentales tengo grabada en la memoria, publicó en sus redes sociales una cita del arquitecto español César Portela, que decía: “(A los arquitectos) habría que juzgarlos por los proyectos y las obras que hacen, pero también por las que no hacen, por las que no quisieron hacer, por las que se negaron a hacer”. 13

En un mundo enfermo de productividad, donde los recursos son cada vez más limitados y escasos, una forma de resistencia y cuidado es el no hacer, no producir; acudiendo al ocio, a la contemplación, a la negación de sí mismo como un proyecto que, en realidad, es el de alguien más. Un entendimiento de las palabras desde los valores no occidentales. Una nueva historia —o tal vez  una no-historia—- que nos narre no lo hecho sino lo que se ha dejado de hacer para permitirnos seguir habitar este mundo.


Notas:

  1. THOREAU, Harvy David, “La vida sin fundamentos”, Editorial del cardo; versión digital; 2010, recuperado de: https://www.biblioteca.org.ar/libros/157597.pdf
  2. VÉLEZ, Fernando Araújo (26 Jul 2019). “E. M. Cioran: Se lanza un aforismo como se da una bofetada” (Vivir para filosofar)”. El Espectador, recuperado de: https://www.elespectador.com/noticias/cultura/e-m-cioran-se-lanza-un-aforismo-como-se-da-una-bofetada-vivir-para-filosofar-articulo-873009
  3. SLOTERDIJK, Peter, “Venir al Mundo, Venir al Lenguaje” Ed. Pre-Textos, España; 2006.
  4. ORTEGA Y GASSET, José, “El hombre y la gente”. Revisa de Occidente Madrid, Madrid, España; 1957.
  5. SAFRANSKY, Rüdiger, “Sobre el tiempo”. Ed. Centre de Cultura Contemporània de Bercelona (CCCB), Madrid, España; 2013. 
  6. ÁLVAREZ FALCÓN, Luis, (Enero 2013) “Arquitectura y fenomenología. Sobre La arquitectónica de la «indeterminación» en el espacio”, eikasia, recuperado de: http://www.revistadefilosofia.org/47-47.pdf
  7. LE BRETON, David, “Desaparecer de sí: una tentación contemporánea”, Ediciones Siruela, Madrid, España; 2016. 
  8. HAN, Byung-Chul, “FILOSOFÍA DEL BUDISMO ZEN”, Herder Editorial, España; 2017. 
  9. MAILLARD, Chantal, “India”, Editorial PRETEXTOS; Valencia, España; 2014.
  10. ILLICH, Iván (5 Jul 1983) “La reivindicación de la casa”. El país, recuperado de: https://elpais.com/diario/1983/06/05/opinion/423612014_850215.html
  11. Consejo nocturno, “Un habitar más fuerte que la metrópoli”, La Rioja, España: Pepitas Ed., 2018.
  12. LONDOÑO, Juan E. (20 Ene 2018) “El Dioniso de Hugo Mujica: una estética panteísta”, Universität Hamburg, recuperado de: https://www.academia.edu/40687539/El_Dioniso_de_Hugo_Mujica_una_esteica_panteista 
  13. (3 Jul 2018) PORTELA, César, Discurso en honor a Carles Martí Arís con motivo de su nombramiento como Magister Honoris Causa. ETSAB | UPC., recuperado de: https://www.facebook.com/alejandro.aagg 

 

Imagen: RIVERA, Diego, (1933), Murales de la industria de Detroit, Detroit Institute of Arts, US.

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Violencia blanca https://arquine.com/violencia-blanca/ Sun, 02 Aug 2015 18:32:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/violencia-blanca/ La arquitectura moderna hizo del blanco una expresión completamente utilitaria, relacionada con la higiene y la salubridad. El color banco constituía un nuevo escenario, limpio de gérmenes, que acabó por volverse contra el habitante. Su aspecto duro, homogeneizaba al habitante hasta hacer casi imposible que la vida pudiera desarrollarse.

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Violencia blanca es el nombre de una exposición realizada en el marco del proyecto artístico 1 Mes / 1 Artista, un pequeño espacio ubicado en el Centro Histórico de ciudad de México. Realizada por la artista japonesa Seiko Yamamoto esta obra parte de la arquitectura moderna como leitmotiv.

Su inició es sencillo, Yamamoto toma el color predominantemente blanco que caracterizaba a esta arquitectura –que tenía en su origen criterios puramente utilitarios vinculados a la higiene y la salubridad– para establecer una crítica hacia lo impersonal y poco sensible que resulta este tipo de espacios. La artista japonesa recurre a su propia biografía para cuestionar los valores aún vigentes: “En [Senri Nueva Ciudad] –la ciudad donde creció la artista, construida de cero en 1970 de acuerdo a valores modernos– no puedo sentir ni el olor que genera un ser humano”.

Alejandro Hernández Gálvez exponía en Arquine cómo se cuestionaba este modelo arquitectónico incluso en su propia época. Aldous Huxley –creador del libro Un mundo feliz– acusaba a Le Corbusier –padre espiritual del Movimiento Moderno– de realizar una arquitectura fuera de todo valor humano, cuyo aspecto era más propio de “una consulta de dentista” que de una vivienda.

Pasados los años, no es ningún secreto que el carácter hospitalario de la arquitectura moderna era una de sus máximas. La creencia y necesidad tras un principio de siglo XX plagado de enfermedades y malas condiciones de vida fruto de la industrialización y la guerra que se necesitaba una nueva arquitectura que resolviera los males que aquejaban al ser humano era casi una doctrina.

“Las paredes de vidrio, como los Rayos-X, son instrumentos de control. Del mismo modo que los rayos-x exponen el interior del cuerpo a la mirada pública, la casa moderna expone su interior. Lo que antes era privado se somete ahora al escrutinio público” –Beatriz Colomina

Pero el siglo XX no sólo vio nacer nuevas viviendas sociales –donde existía un proyecto de estado que cuidaba el cuerpo social– sino que vino acompañado de nuevas formas en la fábrica, la escuela o el hospital. Todos estos espacios asociados a modelos disciplinarios, donde la conducta y el cuerpo son observados y fijados por la mirada constante de un observador omnipresente. La arquitectura moderna –con sus paredes de cristal– evolucionó hasta convertirse en un dispositivo médico, cercana a una máquina de rayos X, que exponía en su totalidad al sujeto que la habitaba.

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“Las cosas de cristal no tienen ‘aura’. El cristal es el enemigo del misterio, y lo es también de la propiedad” –Walter Benjamin

“La transparencia deshace todos los límites y umbrales” –Byung Chul Han (1)

Su herencia puede estar en lo que el filosofo coreano-alemán Byung Chul Han denomina Sociedad de la transparencia: una sociedad que se exhibe y expone –ya sea a través de la arquitectura o las redes sociales como Facebook– en la que habitar ya no es posible.

Han alude a Heidegger y apunta que ya no podemos “estar en paz,” lo que deriva en una sociedad llena de perturbaciones como “el agotamiento, el cansancio o la depresión”. Sentimientos nada lejanos a aquellos de los que se lamentaba la señora Farnsworth sobre la casa de descanso que le había realizado Mies van der Rohe. Su queja apuntaba al estrés de estar en constante exposición, de vivir en “una radiografía” donde no se podía esconder ni ocultar. Pero el filósofo apunta, además, otro aspecto: la arquitectura moderna y su modelo disciplinario –establecido por Foucault en los psiquiátricos o las cárceles– ha sido sustituída por una nueva arquitectura, la de “gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos” que nos llevan a una sociedad del rendimiento, donde el cuerpo se (auto)explota y (auto)consume (2).

Resulta pues paradójico que aquella arquitectura cuyo objeto era la mejora del cuerpo físico acabara por alterar el cuerpo psíquico. Habrá que preguntarse entonces cómo conseguir una nueva ciudad y una nueva arquitectura que sea capaz de, por lo menos, alterar la vida para mal lo menos posible.

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(1) Sobre esto mismo Han apunta también que a la sociedad de la transparencia le resulta sospechoso todo aquel que tiene algo que ocultar. Pensemos entonces en los nuevos métodos de vigilancia y escaneo de aeropuertos y otras redes de transporte. Ocultarse, nos dice Han, es negativo y resulta peligroso.

(2) Vease también la exposición Indisposición general. Ensayo sobre la fatiga, comisariada por Martí Peran para Fabra i Coats Centre d’Art Contemporani en Barcelona.

El cargo Violencia blanca apareció primero en Arquine.

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