El cargo El brutalismo no puede ser lo de hoy apareció primero en Arquine.
]]>El brutalismo surgió en Inglaterra en los años 50 del siglo pasado como respuesta a la reconstrucción que se requería en la posguerra. La palabra brutalismo se deriva en parte del término francés béton brut, “concreto en bruto”, y celebra el uso del concreto expuesto, sin acabados y de bajo mantenimiento en grandes cantidades. El brutalismo buscaba atender una demanda intensiva de viviendas, pero sin pensar en necesidades futuras. Los edificios brutalistas se caracterizan por mostrar este material al desnudo y utilizar elementos estructurales a la vez como decorativos.
Y aún cuando la exposición incluye proyectos prácticamente recién inaugurados, cabe preguntarse si hoy, cuando las crisis ambientales nos rebasan, ese tipo de arquitectura se mantiene vigente, aunque sea como inspiración para las nuevas generaciones. Durante el siglo pasado, el estilo brutalista tenía sentido porque respondía a la crisis de ese momento —la posguerra y la crisis económica—. Pero hoy luchamos contra nuevas crisis humanitarias, como la emergencia climática y el aumento de la huella de dióxido de carbono (CO2), que tienen consecuencias graves para nuestra supervivencia.
La industria de la construcción es una de las más contaminantes del mundo. Es responsable del 38% de las emisiones de CO2 a nivel global, por detrás del sector energético y de combustibles fósiles, la agricultura, el sector de la moda, o la industria alimentaria y de transporte. Los materiales más usados en la construcción son: cemento (48.8%), concreto (15%), azulejos y losetas (12.3%), aluminio (10.6%), madera y piedras. Sin embargo, todos estos materiales tienen en común que su extracción y producción causan una huella de carbono perjudicial para el medioambiente. La industria del cemento produce 20 billones de toneladas de concreto cada año, lo que posiciona este material de fabricación humana como el más utilizado de la historia y el segundo recurso que más se consume en el planeta, sólo superado por el agua. Pero si bien el uso de este material ha expandido la construcción de obras de infraestructura, es cada vez más alarmante la enorme huella de carbono que deja a su paso. (Huella de Carbono: qué es y cómo reducirla, 2021).
El cemento, ingrediente clave del concreto, contribuye con alrededor de 8% de las emisiones globales de CO2, de acuerdo a lo estimado por el instituto Chatham House. Entre 50% y 60% de las emisiones de CO2 se generan durante la descomposición de la piedra caliza y otros materiales calcáreos para producir clínker. Es difícil reducir las emisiones relacionadas con la producción de clínker porque están asociadas con la transformación de la piedra caliza, que es el núcleo del proceso. También es importante mencionar que para su producción se usan cantidades enormes de agua. (Haiman El Troudi, “El cemento y su enorme huella de carbono”, 2022). Durante el siglo XX, el concreto fue el material más consumido y aceptado por nuestra sociedad por el comportamiento estructural y la seguridad que produce, así como por la abundancia de mano de obra y su asequibilidad.
Otro tema que puede cuestionarse a partir de esta muestra y que, aunque no lo parezca, también tiene sus vínculos con cuestiones medioambientales, es la inclusión, o más bien, su falta de ella. En la exposición hay trabajos realizados por más de 50 arquitectos del género masculino y sólo se incluye a 5 del género femenino. Por supuesto, esto es un reflejo de la época —de los años 50 en que comenzó el movimiento brutalista—. Pero debemos reflexionar, a partir de la misma exposición, si esa arquitectura monumental y monolítica puede corresponder a sociedades como las nuestras, con otras maneras de entender el género —o los géneros: más de dos—, el medioambiente, y muchas otras cosas.
Es claro que la exposición intenta tratar cierto periodo y cierto estilo, pero más allá de la revisión histórica y estilística, ¿qué podemos reflexionar a partir de eso sobre un momento como el que vivimos, que exige mayor responsabilidad con el medio ambiente y mayor inclusión desde nuestras prácticas? Cuando se habla cada vez de materiales y formas de producción muy distintas a la del concreto armado, como la inteligencia artificial, la fabricación digital, el retorno a lo vernáculo o la producción social del hábitat, ¿deberíamos leer la arquitectura brutalista con una visión más amplia y crítica que la de sólo un material y un estilo? ¿Hasta dónde la revisión crítica del pasado cercano, en arquitectura y más allá, puede también incubar ideas innovadoras para el desarrollo de nuestro entorno construido?
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]]>Para acabar de dar contexto al término, el curador nos recuerda la conexión con el béton brut (concreto aparente) de las obras expresionistas de Le Corbusier en la posguerra. Y, ahora sí, del uso del término empleado por los británicos Alison y Peter Smithson para adjetivar uno de sus proyectos y acuñado en el artículo New Brutalism, publicado por el crítico de arquitectura Reyner (no Rynar, por cierto) Banham en la revista Architectural Review de diciembre de 1955. De hecho, el lema de Banham para el nuevo brutalismo era “más una ética que una estética”, por lo que en estricto sentido las casas privadas quizá deberían quedar fuera por responder, sobre todo, a criterios formales. A su vez —como apunta Alejandro Hernández Gálvez—, el nuevo brutalismo que proponía Banham surgía como respuesta al realismo social(ista) que pretendía responder al modernismo travestido de estilo internacional, mientras que en México, “nuestro” brutalismo se dio como una afirmación del establishment nacional-revolucionario priista.
Benjamín Rubén Méndez Savage. Insurgentes Sur 1824. Ciudad de México, 1967. Fotografía: Marcos Betanzos (2023)
A los brutalistas británicos —Smithson y Banham— se sumarían con los años las obras en los Estados Unidos de Marcel Breuer, como el museo Whitney; y de Paul Rudolph, especialmente con la escuela de arte y arquitectura de Yale. Un estilo que, en palabras del curador de la muestra, se resume como “todo lo que privilegia la forma sin expresar la función, que no recurra a la expresión tecnológica (hightech) ni a historicismos (posmodernismo).” Un gran cajón de sastre, en el que (casi) todo cabe.
Es cierto, como menciona Arañó, que el brutalismo —como expresión más que como estilo— aparece en destacadas construcciones monumentalistas al servicio del poder, como narra Deyan Sudjic, y que en México tuvo su auge en los años setenta, ochenta y noventa, aún sin asumir el término (Teodoro González de León lo detestaba y el mismo Francisco Serrano asegura que su arquitectura no está vinculada al estilo brutal), con extraordinarias obras expresionistas que privilegian la forma y uso contundente de materiales como el concreto aparente (el béton brut, de nuevo). Las obras de estos arquitectos mencionados, así como las de Abraham Zabludovsky, Agustín Hernández y, posteriormente, Aurelio Nuño, Agustín Landa, Augusto Quijano, Alberto Kalach o Rafael Pardo, entre otros, permiten hilvanar una continuidad formal y estilística. Sin embargo, cuesta aceptar la ausencia de obras tan emblemáticas e imprescindibles como la casa GGG de Kalach, punto de partida de muchas de las casas exhibidas y construidas dos décadas más tarde; o la biblioteca Vasconcelos del mismo autor, que no sólo cumple los criterios de la curaduría sino que, quizá, sea la obra más notoria de la arquitectura mexicana del siglo XXI. A su vez, resulta difícil justificar la inclusión, por citar alguna, de la Unidad Habitacional Integración Latinoamericana, un conjunto de vivienda colectiva proyectado por Sánchez Arquitectos y Asociados, de tabique aparente y discreta volumetría, que sigue los lineamientos de la modernidad. O incluir una serie de edificios cuyas fachadas son la expresión de retículas, avaladas por un conocido antecedente loosiano de la primera década del siglo pasado (el hotel Camino Real en Ixtapa, de Ricardo Legorreta; o el edificio IBM, de Augusto H. Álvarez, entre otros) de autores alineados con claridad filosófica y de manera estilística con tendencias antagónicas al brutalismo, y que difícilmente podrían aceptar esta etiqueta.
Francisco Alcalá Horta. Palacio Municipal de Nezahualcóyotl. Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, 1975. Fotografía: Marcos Betanzos
Ya adentrados en el siglo XXI, la agenda global cuestiona el uso de materiales con un fuerte y nocivo impacto sobre el medioambiente (como el concreto), privilegia la arquitectura colaborativa y la equidad de género, en contra de las viriles expresiones de autor. En este contexto, y con perspectiva histórica, una revisión del brutalismo no deja de ser de sumo interés. Y, sin duda, una exposición de arquitectura de esta envergadura debe ser bien recibida y celebrada, y un periodo tan significativo merece el análisis cabal que, de seguro, el catálogo de la muestra —cuando se publique— argumentará debidamente. Aunque sería difícil justificar lo que apunta el curador, que “el brutalismo ha vuelto como una manera más eficiente de construir y responder a los retos medioambientales.”
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