Resultados de búsqueda para la etiqueta [Biblioteca Pública de Seattle ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 08 Jul 2022 07:29:19 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 El poder de la arquitectura https://arquine.com/poder-arquitectura/ Mon, 02 Sep 2019 13:37:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/poder-arquitectura/ El arquitecto y el ingeniero, tanto como quienes gobiernan y administran, cada uno debe responder desde sus saberes y conocimientos específicos y cumplir con sus compromisos y obligaciones, pero en un proceso que más que simbolizar la arquitectura del poder, ponga en operación el poder de la arquitectura

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“Le damos forma a nuestros edificios y, después, nuestros edificios nos conforman a nosotros.” Debe ser una de las frases de Winston Churchill más apreciadas por arquitectos, pues supone la importancia social y cultural de los edificios y ciudades que construimos. Se podría complementar con aquella otra, también favorita del gremio, de Octavio Paz: “la arquitectura es el testigo insobornable de la historia”. Aunque esta resulta más problemática pues algunos de los criterios con los que definimos qué es un buen o un gran edificios o una buena y bella ciudad, no necesariamente coinciden con aquellos para definir las mejores épocas o momentos para la sociedad o, de menos, para todos en la sociedad y un gran edificio puede resultar testigo insobornable de un gobierno poco democrático o incluso tiránico. Haría falta entonces agregar una tercera referencia. En el primer texto que publicó Georges Bataille, en 1918 cuando tenía 21 años, se dolía de los daños sufridos por la catedral de Reims durante la Gran Guerra y los describía como un ataque a la civilización y la cultura enteras. Pero en 1929, en un texto titulado Arquitectura, Bataille escribió:

“La arquitectura es la expresión del ser mismo de las sociedades, de la misma manera como la fisonomía humana es la expresión del ser de los individuos. Sin embargo, es sobre todo la fisonomía de los personajes oficiales (prelados, magistrados, almirantes) a la que se debe referir esta comparación. En efecto, sólo el ser ideal de la sociedad, aquél que ordena y prohibe con autoridad, se expresa en las composiciones arquitectónicas propiamente dichas.”

En diez años, el pensamiento de Bataille había pasado de la defensa y dolor por daño al edificio símbolo a la crítica de esa misma arquitectura como símbolo de poder.

 

Y aunque la crítica de Bataille es inobjetable, quizá habría que contrastarla no con el elogio de grandes monumentos sino con aquello que otras arquitecturas —incluso a veces a pesar de su condición monumental— han hecho posible. Frederick Law Olmsted, periodista y viajero, crítico de la práctica de la esclavitud en su país, es famoso sobre todo por el diseño de grandes parques, después de haber ganado el concurso para el Central Park de Nueva York. Para Olmsted, esos grandes parques tenían una función más allá de la urbana y lo que hoy llamaríamos ecológica: eran parte de un empeño democrático. Olmsted creía —según escribe Scott Roulier— que el éxito de Estados Unidos en el esfuerzo por mantener vivo el experimento democrático “dependería de la efectividad de una multitud de instituciones cívicas y de buen gobierno y de la planificación a nivel local y nacional. Pero estaba especialmente ansioso por demostrar la contribución que el diseño urbano creativo y reflexivo podría hacer al desarrollo de capacidades democráticas.”

 

No sólo las grandes parques tienen ese peso ene l experimento democrático —que el hecho mismo de su singularidad podría limitar. También las pequeñas intervenciones. Tras la Segunda Guerra, el arquitecto holandés Aldo van Eyck construyó cientos de pequeños parques con juegos infantiles en terrenos baldíos de la ciudad de Amsterdam. Para van Eyck los parques de juegos eran espacios abiertos a la imaginación lúdica y la convivencia, elementos fundamentales de la democracia y no estaban restringidos a un uso infantil, aunque su visión urbana se resumiera en la idea de que una ciudad que no está pensada para los niños simplemente no está pensada.

 

Cuando el presidente de Francia Georges Pompidou propuso la construcción del centro cultural que hoy lleva su nombre, no sólo se pensó en el museo de arte moderno que la mayoría de los turistas que lo visitan conoce, sino que se le sumó una gran biblioteca, muy frecuentada por jóvenes, y un centro de investigación y creación musical, entre otros programas. Pero los arquitectos que ganaron el concurso internacional que se convocó para su diseño —los entonces desconocidos Renzo Piano, Richard Rogers y Gianfranco Franchini— propusieron un edificio que sólo ocupaba la mitad del terreno y en el espacio liberado, mediante un gesto aparentemente mínimo —inclinar la plaza para bajar un nivel al entrar al centro cultural— lograron un espacio tan vivo como los otros que forman el complejo. Eso lo entendió Rem Koolhaas cuando ganó el concurso para la biblioteca central de Seattle planteando que, más allá de los espacios para guardar libros y los espacios para leerlos, la biblioteca debía entenderse como un baluarte de lo público —tanto espacio como audiencia. Como en muchas bibliotecas de los Estados Unidos, en la de Seattle conviven estudiantes y estudiosas, niñas y ancianas, con personas en situación de calle que no sólo la utilizan como resguardo físico durante el día sino que ahí leen o llenan formularios en las computadoras.

 

La filósofa francesa Sylviane Agacinski escribió un ensayo en el que analiza la problemática relación, revelada ya desde las palabras mismas, entre el ejercicio y el abuso de autoridad y la autoría en la construcción de monumentos y ciudades, aquellos en las que sólo se expresa, en los términos de Bataille, “el ser ideal de la sociedad, aquél que ordena y prohibe con autoridad.” Pero también explicó en otro texto lo que llama la invención repartida, algo que rebasa, aunque la incluye, lo que hoy llamamos arquitectura participativa. Se trata de entender que más allá de considerar el uso —o la forma— como una «condición restrictiva», se le puede entender como un recurso para la invención compartida, repartida. Sí, el arquitecto y el ingeniero, tanto como quienes gobiernan y administran, cada uno debe responder desde sus saberes y conocimientos específicos y cumplir con sus compromisos y obligaciones, pero en un proceso que más que simbolizar la arquitectura del poder, ponga en operación el poder de la arquitectura.

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La P de público https://arquine.com/la-p-de-publico/ Sat, 22 Oct 2016 15:52:34 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/la-p-de-publico/ Koolhaas presentaba su proyecto para la Biblioteca Pública de Seattle como un bastión de espacio público. El uso que le dan decenas de homeless como refugio confirma esa condición en ciudades cada vez más acosadas por la privatización de lo público.

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Se acercaba una tormenta a la costa noroeste de los Estados Unidos. Los meteorólogos preveían que sería una de las peores en décadas, mientras los noticieros advertían hacerse con víveres, agua y baterías para cuando la energía eléctrica fuera cortada por los fuertes vientos. El sábado al medio día llovía en Seattle. Era una llovizna constante que empapaba la ropa y los zapatos, pero una llovizna, no un aguacero. Menos una tormenta. A las dos de la tarde los encargados de la Biblioteca Pública de Seattle anunciaron que, extraordinariamente, cerraría en media hora a causa de la tormenta por venir. Un edificio revestido todo en vidrio no podía arriesgar a sus ocupantes si las fachadas cedían al viento. La gente salía por las largas escaleras eléctricas color amarillo. Filas de visitantes tan largas como las escaleras. Algunos iban cargados con bultos más bien grandes y vistiendo largos abrigos encima de largos sacos encima de largas camisas, como llevando toda su ropa puesta y como llevando todas sus pertenencias en los bultos que cargaban. Y así era.

En diciembre de 1999, Koolhaas y OMA escribieron en la presentación a su propuesta para el concurso de la Biblioteca Pública de Seattle que la biblioteca representaba uno de los últimos universos moralmente incuestionables: un albergue comunitario para actividades “buenas” (o necesarias). Afirmaban que esa bondad estaba conectada íntimamente con el valor del libro y que, al surgir otros medios de almacenamiento y transmisión de la información, la biblioteca se veaía amenazada, a punto de ser tomada por sus enemigos, los bárbaros medios electrónicos. Eso mataría aquello. Al mismo tiempo que la letra impresa era acosada por los formatos digitales, según Koolhaas y su equipo el ámbito público era sustituido por formas cada vez más sofisticadas y entretenidas de lo privado. Si el chip y el bit sustituían al libro, el anuncio luminoso y la pantalla suplantaban a la calle y a la plaza. Aquellas ideas se tradujeron en un diagrama en el que con palabras en color gris oscuro se dibujaban bloques de almacenamiento de información y, entre estos y con letras en color verde y amarillo, zonas de estar, incluyendo las áreas de lectura. El edificio construido sigue rigurosamente al diagrama que expresaba aquellas primeras ideas.

En la ciudad neoliberal no sólo se mermó, consumido por lo privado, el espacio público entendido como calle y plaza sino también como bien y bienestar. Esa ciudad se ha convertido en una eficaz máquina para producir desigualdad y pobreza. Es notable el creciente número de desamparados o excluidos en muchas ciudades del mundo antes llamado desarrollado. Homeless, es el nombre preciso en inglés, mientras los franceses les llaman con una sigla que es un eufemismo: esdéef, sans domicile fixe, y en nuestra sociedad no tener un domicilio fijo es casi peor que no tener nombre. El domingo la Biblioteca prometía abrir en su horario habitual, de medio día a seis de la tarde, si la tormenta lo permitía. Y lo permitió. La tormenta no pasó de una lluvia constante en la noche y vientos que lograron romper algunas ramas de árboles viejos. A las 11:30, frente a la puerta principal de la Biblioteca, se empezaba a formar un grupo de personas esperando que abrieran las puertas. Algunos turistas. Otros, eran los mismos que el día anterior salieron cargando bultos y vestidos con largos abrigos sobre largos sacos sobre largas camisas. Los homeless de la ciudad buscaban refugio en la Biblioteca que ofreció, desde su concepción, ser un baluarte ya no sólo del libro y de la información sino de lo público. Mientras los turistas nos ocupábamos en recorrer los diez niveles del edificio, pasando de un espacio abierto a otro a través de las plataformas que hacen las veces de contenedores de libros y paseando por escaleras y rampas que son casi un laberinto —como debe tenerlo cualquier gran biblioteca se respete—, los homeless encontraban amparo y domicilio en sus salas de lectura. Ahí no sólo se refugiaban ese día del viento y la lluvia, como otros días lo hacen del frío o del calor. También leían, buscaban información en la red o respondían, supongo, correos personales, escuchaban música o, en las salas acondicionadas para eso, la tocaban. El éxito de la Biblioteca Pública de Seattle como refugio y más, como centro comunitario ya ha sido comentado en varios medios locales. No es una condición única de ese edificio sino compartida con muchas bibliotecas públicas en distintas ciudades de los Estados Unidos y de otras partes del mundo. Y hoy, también en muchas ciudades, estos edificios, universos moralmente incuestionables, refugios de lo público, están también bajo el ataque de “políticas” —el nombre nunca fue menos adecuado— que ceden ante la voracidad de lo privado haciendo que, quizá, al sdf haya pronto que sumarle otras siglas: sin domicilio fijo y sin espacio público.

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