Resultados de búsqueda para la etiqueta [Arquine100 ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Fri, 26 Apr 2024 21:54:21 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Atender la crisis climática implica recomponer los espacios que habitamos. Conversación con Francisco Serratos https://arquine.com/atender-la-crisis-climatica-implica-recomponer-los-espacios-que-habitamos-conversacion-con-francisco-serratos/ Wed, 26 Oct 2022 06:10:56 +0000 https://arquine.com/?p=70765 La arquitectura es una disciplina que tiene el mayor reto ante la crisis climática porque es la que ataja el peor de los retos por venir: el crecimiento de los océanos, el transporte público y el diseño de ciudades sustentables.

El cargo Atender la crisis climática implica recomponer los espacios que habitamos. Conversación con Francisco Serratos apareció primero en Arquine.

]]>
Francisco Serratos, licenciado en Literatura por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y maestro por la New Mexico State University, es ensayista, crítico y editor.

Christian Mendoza: En tu libro El Capitaloceno. Una crisis radical de la crisis climática (UNAM-Festina, 2020), mencionas que, “para entender la relación entre extinción y sociedad”, se tiene que hablar “de la división entre naturaleza y sociedad”. La ciencia, la economía y la arquitectura, han pensado desde hace milenios que la naturaleza es un recurso que debe servir a la civilización. ¿Puedes precisar qué es el Capitaloceno y cómo se distingue del Antropoceno?

Francisco Serratos: El Antropoceno es ya es un concepto asimilado en la cultura popular. Se ha popularizado precisamente por los reportes sobre la crisis climática y sus consecuencias. Sin embargo, a la gente le da mucha curiosidad el sentido de ese concepto. Yo no creo que el Antropoceno sea algo opuesto al Capitaloceno. Simplemente, son dos tipos de discursos que intentan crear una narración o argumentación sobre lo que estamos viviendo, sobre causas y consecuencias y sobre culpables y víctimas. Estamos viviendo una batalla de narraciones ideológicas sobre cómo llegamos hasta aquí y sobre cómo vamos a salir. El Antropoceno surge como un concepto digamos científico, pero a veces los científicos no tienen formación humanística o sociológica. Generan conceptos y los sueltan sin ser conscientes de cómo tiene una repercusión en los social y lo político. La pandemia es un ejemplo de los usos políticos que se le puede dar a una enfermedad y a una crisis. El concepto de Antropoceno, curiosamente, se plantea por primera vez en México, aunque ya tiene una larga trayectoria desde que comenzó la Revolución Industrial. El concepto es nombrado en un congreso celebrado en Cuernavaca gracias al climatólogo Paul Crutzen. Cuando uno se va a la raíz del Antropoceno —la era de la humanidad— se esconden muchas causas ideológicas de la crisis climática. A partir de entonces se empieza a cuestionar si somos todos los seres humanos quienes estamos destruyendo del mismo modo el planeta, si es nuestra naturaleza destruir los ecosistemas que sustentan nuestra vida o si son los sistemas políticos y económicos los que determinan la manera en que nos relacionamos con la naturaleza, con nuestro entorno. Ahí es cuando surge el Capitaloceno como una contranarrativa del Antropoceno. El Capitaloceno trata de redirigir la atención no hacia la humanidad en abstracto, como la culpable de lo que estamos viviendo, sino a condiciones históricas específicas. En el discurso político seguimos insistiendo en que no somos los humanos en tanto humanos quienes destruimos el planeta, sino los humanos actuando dentro de un sistema económico que nos lleva a relacionarnos con la naturaleza de manera destructiva. El concepto de Capitaloceno es un argumento histórico, social, político y económico sobre la crisis climática, sobre sus causas, efectos y, sobre todo, sobre nuestro futuro como especie de este planeta. 

CM: Hay quienes piensan que el cambio climático empezó con la conquista de América. ¿Cómo incluyes esta otra versión que habla sobre la conquista del territorio como una modificación climática?

FS: Yo partiría desde mucho más atrás. Las primeras víctimas del capitalismo fueron los mismos europeos. Las élites fueron agotando poco a poco las maneras de acumular riqueza y fue lo que los obligó a tener que navegar hacia otros territorios para encontrar nuevas rutas de comercio para que esas élites pudieran seguir enriqueciéndose. Entre 1350 y 1500 fue una época dorada del proletariado. Debido a muchos eventos climáticos y ambientales, como la peste bubónica que mató a miles y el comienzo de la Pequeña Edad de Hielo, no había campesinos suficientes para trabajar la tierra. Se organizaron para exigir mejores condiciones laborales y menos impuestos. Como el clima se estaba enfriando, los campos europeos ya no eran tan productivos. Esto les dio ventaja a los campesinos para negociar con los señores feudales. No será sino hasta la llegada del capitalismo que este campesinado sufrirá lo que Silvia Federici llama un proceso de desacumulación crónica. A partir de la llegada del capitalismo, estos campesinos van a perder muchos privilegios que habían ganado organizándose y la conquista de América les dará a aquellas élites una manera para no depender tanto de esos campesinos, al contar ahora con un continente lleno de gente, de recursos minerales baratos para explotar, lo que les permitió continuar con el proceso de acumulación. La misma Federici dice que la llegada del capitalismo produjo una miseria como no se había visto en la historia de la humanidad. La conquista es un gran capítulo en la historia del Capitaloceno porque fue la fundación del sistema que hoy vivimos: la explotación de la naturaleza y de la gente. No se puede separar una de la otra. Para sobrevivir, el capitalismo no puede pagar justamente por esos recursos, no sería sostenible como un sistema económico.

CM: ¿Cómo crees que esto tiene repercusiones en el territorio, el paisaje, las ciudades e, incluso, la arquitectura? 

FS: El capitalismo es una forma de organizar la naturaleza, además de que plantea la creación de los espacios que habitamos. Creo que la arquitectura es una disciplina que tiene el mayor reto ante la crisis climática porque es la que ataja el peor de los retos por venir: el crecimiento de los océanos, el transporte público y el diseño de ciudades sustentables. En la medida en que se calientan y se expanden los océanos, hay ciudades que están en riesgo de desaparecer. Durante el siglo XX Tokio se hundió cuatro metros, sólo por poner un ejemplo. Algunas otras ciudades, como Shanghái o Hong Kong, corren un riesgo similar. En Indonesia, la capital se mudó de Yakarta, ciudad con unos 10 millones de habitantes, debido, entre otras cosas, a la velocidad con la que se está hundiendo. En ese sentido, los espacios que habitamos hoy, sobre todo desde la implementación del neoliberalismo, se han convertido no en espacios para vivir y generar bienestar sino en espacios de especulación financiera. No hablo solamente de ciudades, sino también, por ejemplo, de bosques, a los que se le asigna un precio para ser conservados o explotados. Nosotros, como habitantes de esos espacios —aunque en realidad somos cohabitantes, ya que convivimos con animales no-humanos y plantas— nos volvemos simplemente inversores y consumidores de ese espacio. Si hablamos solamente de las ciudades, la cosa se pone un poco más grave. Con la algoritmización de las ciudades, el espacio público se disecciona para obtener ganancias. Los espacios se construyen y se diseñan en esos términos. Ulrich Brand y Markus Wissen dicen que los espacios urbanos son lugares pensados para construir lo que llaman “el modo de vida imperial”, un estilo de vida basado en zonas de sacrificio humano y no-humano. Como complemento a esta idea, el geógrafo Gray Brechin da una definición de ciudad como una mina invertida y estudia la construcción de San Francisco, ciudad fue creando en las periferias zonas de sacrificio ambiental. Las ciudades consumen demasiados materiales y lo peor de todo es que construyen y se expanden, pero quienes resultan beneficiados por estos nuevos espacios son una minoría. Otro caso es China, que es el mayor consumidor de concreto y materiales de construcción en el mundo. A mitad de siglo, cuando llega el Partido Comunista al poder, tenía nada más 69 ciudades. Hoy tiene 658 y se planean construir en las siguientes décadas cincuenta mil rascacielos sumados a los que ya existen. ¿De dónde va a salir ese material? Probablemente del Sur Global. Hay que recordar que en 2021 se anunció que, por primera vez en la historia de la humanidad, la masa antropogénica ha superado la biomasa del planeta. Ya hay más cosas manufacturadas por humanos que vida animal y vegetal en términos de masa. La mayoría de esta masa antropogénica es puro concreto. ¿Qué quiere decir esto? Que las ciudades, por la manera en la que se han diseñado, son grandes responsables de la crisis climática y recalco que esto beneficia a una minoría. Solucionar la crisis climática implica solucionar esa desigualdad y, por lo tanto, recomponer los espacios que habitamos. 

CM: Mckenzie Wark dice que es irónico que las arquitecturas que más se producen son las arquitecturas de la frontera. ¿Crees que esta vigilancia geopolítica modifique la manera en la que vivimos en las ciudades?

FS: Pienso en el ejemplo de Israel y Estados Unidos porque trabajan juntos en un mismo proyecto, que es la contrucción de fronteras. Recuerdo una frase que me gustó: la crisis climática va a “palestinizar” el mundo, en el sentido de que va a generar la construcción de muros para contener las masas migratorias causadas por eventos climáticos, algo que ya estamos viendo, digamos, con los migrantes de Haití. Estados Unidos concibe la crisis climática como una cuestión no humanitaria sino de defensa nacional. Ellos se están preparando de esa manera. También Europa está construyendo ese tipo de muros en el mediterráneo para controlar la migración de muchas personas de África que huyen de sequías intensas, de eventos climáticos extremos. Ante esto, hay que recordar que los países del Norte Global son responsables de casi el 80 por ciento de las emisiones históricas, sin olvidar que han agravado las ecologías en otros países con el extractivismo. Y en lugar de resarcir, lo que van a hacer es amurallarse pensando que así pueden aminorar los peligros que se avecinan: construyendo espacios urbanos y no urbanos donde la vigilancia y el control dominan nuestra vida cotidiana.

El cargo Atender la crisis climática implica recomponer los espacios que habitamos. Conversación con Francisco Serratos apareció primero en Arquine.

]]>
Territorios en movimiento. Conversación con Brigitte Baptiste https://arquine.com/territorios-en-movimiento-conversacion-con-brigitte-baptiste/ Tue, 18 Oct 2022 13:44:58 +0000 https://arquine.com/?p=70392 El diseño nos va a permitir crear nuevos mundos siempre y cuando se permita la libertad en la experimentación. El diseño tiene que ser experimentado, correr riesgos que tuerzan su sentido. Tiene que reorganizar los sistemas de relaciones que están presentes partiendo de una intervención que se hace bien con un objeto, bien con una institución, bien bajo la idea de que uno puede diseñar políticas o, incluso, diseñar planetas.

El cargo Territorios en movimiento. Conversación con Brigitte Baptiste apareció primero en Arquine.

]]>
Brigitte Baptiste es una bióloga colombiana. Estudió en la Pontificia Universidad Javeriana y realizó estudios de maestría en la Universidad de Florida. Actualmente es rectora de la Universidad EAN.

En su “Manifiesto ciborg”, la bióloga Donna Haraway planteaba que la manera de aproximarse al territorio que habitamos debía ser mediante una mirada que desmontara las certezas científicas, ya que el punto de vista humano es la única manera de entender lo que nos rodea, lo que trae como consecuencia que sólo miremos nuestro entorno para poder someterlo y explotarlo. Décadas más tarde, cuando es más que necesario repensar nuestra relación con el territorio, Brigitte Baptiste, igualmente bióloga, afirma que la lectura del territorio tiene que ser diversa y multiescalar, ya que los humanos cohabitamos con lo vivo y lo no-vivo, con un ecosistema del que sólo representamos una mínima parte. En esta conversación, la rectora de la Universidad EAN da algunas claves sobre su pensamiento respecto al territorio, las consecuencias de la arquitectura y las posibilidades que tiene el diseño ante un mundo cada vez más convulso. 

Christian Mendoza: Las maneras de entender el territorio son diversas y amplias. Disciplinas como la arquitectura y el urbanismo, tal vez hayan tenido una visión reductiva o limitada del territorio. Desde tu práctica científica, ¿cómo entiendes el territorio?

Brigitte Baptiste: Hace muchos años, yo inicié mi carrera como estudiante de arquitectura. Fui pasando del proceso creativo del hábitat humano hacia una construcción que fuera sensible al sitio. Hay muchas escuelas que hablan de eso. Sobre todo, recuerdo a Kevin Lynch, quien influyó mucho en lo que hice después: convertirme en bióloga y en ecóloga del paisaje. Con esto, cambia un poco la lente con que uno mira lo que llamamos “territorio”. Fundamentalmente, creo que el descubrimiento que hice fue que el territorio es un poco más complejo de lo que siempre creemos y requiere un análisis que lea simultáneamente varias escalas, que es a veces lo que la arquitectura no logra, sobre todo cuando no se conecta bien con el urbanismo y con procesos que se dan cuando se agregan otros fenómenos que rebasan a la arquitectura misma. La lectura que yo hoy hago del territorio está muy basada en la ecología del paisaje, la cual a su vez reposa en la complejidad física de procesos biológicos, así como en procesos culturales que no pueden controlarse y que, de hecho, son a menudo espontáneos. Si uno interfiere, se arriesga a muchas sorpresas.

CM: Has dicho que “nada es más queer que la naturaleza. ¿Cómo puede ayudar la teoría queer a entender un territorio cada vez más convulso y en disputa?

BB: La imagen que tengo es que los componentes del territorio los hemos tratado de definir demasiado. Hemos tratado de exprimir la cualidad ontológica de las cosas con las que nos encontramos para poder operar sobre ellas. Eso ha generado una ruptura. Diría yo que incluso un congelamiento de la realidad. Entre más tratas de definir los objetos como objetos puros, pierdes la noción de los efectos que tiene la conectividad y las relaciones que se pueden establecer a partir de la funcionalidad. La ecología queer intenta mirar a los objetos de soslayo. Si no tratas de iluminarlos de frente, probablemente se verán un poco más difusos y, por ende, más dispuestos a formar parte de una red de sentido de un ecosistema que ya está en movimiento. Este método puede ser muy pertinente porque reconoce que no hay nada puro, que no hay nada que cumpla las expectativas al cien por ciento. Es muy bueno ese gesto irónico que tenemos que hacer para acomodarnos a la realidad. Es una mirada torcida que, obviamente, tiene que ver con el deseo y con el temor a lo desconocido, pero también con la búsqueda de experimentar cosas raras. Eso es muy inspirador para mí. 

CM: Has hablado sobre cómo la ciencia moderna ha vuelto al territorio mero objeto de estudio. ¿Cómo se puede superar esa visión y entender, de otras maneras, la relación entre el territorio, los cuerpos que lo ocupan o los sujetos políticos que buscan controlarlo o gestionarlo?

BB: Hay que ablandar nuestra posición. Debemos confiar menos en las taxonomías, en el ordenamiento basado en la estructura. Hay que preferir una mirada relacional entre los sujetos que forman parte de un sistema. Hay que buscar pensar siempre más en sinergias que se establecen constituyendo niveles superiores de estabilidad o de funcionalidad. Sobre todo, se debe reconocer la complejidad de que el territorio es inabarcable e inagotable, además de que es perjudicial la pretensión de agotar al mundo con el conocimiento. Pareciera que siempre estamos a un paso de controlarlo completamente y esa aspiración simplemente es destructiva, porque deja en claro que no queremos formar parte de un sistema capaz de evolucionar y desplegarse a lo largo del tiempo para poder disfrutar lo que significa la vida. En este sentido, por eso creo que es tan importante la visión artística en la ciencia, la cual debe tener la capacidad de innovación y de interpretación libre de la realidad que esté lejos, por ejemplo, de la mera mímesis. Debe crearse un espacio que busque crear puentes entre las ideas de la funcionalidad territorial, la sostenibilidad y el futuro de lo humano. Definitivamente, se necesita una visión artística capaz de interpretar nuestra posición en él. 

CM: ¿Crees que la arquitectura y el urbanismo también tengan que ablandar sus posiciones?

BB: Por supuesto. En retrospectiva, mi experiencia en la arquitectura me reafirmó esa idea de una arquitectura más emparentada con el arte que una arquitectura cercana con la ingeniería. Estoy segura de que han sido los últimos años en los que la arquitectura ha tenido que resolver problemas prácticos muy urgentes, como la vivienda popular, la vivienda para millones de personas desplazadas. Eventualmente he tenido que hacer ciertas concesiones y ciertos sacrificios, pero esto también tiene que ver con la formación de los arquitectos y el poder del mercado sobre la arquitectura, ya que se da prevalencia al costo-efectividad y no necesariamente a las soluciones creativas, a las alternativas que pueden establecerse en todos los campos de la acción humana, entre un pensamiento creativo y un pensamiento eficiente.

CM: El diseño puede jugar un rol muy importante ante la crisis que ya llegó. ¿Cómo entiendes, desde tu propio trabajo, al diseño y de qué manera piensas que puede incidir positivamente para atender tal crisis?

BB: El diseño nos va a permitir crear nuevos mundos siempre y cuando se permita la libertad en la experimentación. El diseño tiene que ser experimentado, correr riesgos que tuerzan su sentido. Tiene que reorganizar los sistemas de relaciones que están presentes partiendo de una intervención que se hace bien con un objeto, bien con una institución, bien bajo la idea de que uno puede diseñar políticas o, incluso, diseñar planetas. Lo importante es el efecto disruptivo del diseño y los principios que guían su actividad. Es muy importante la premisa de que hay que sanar el planeta, de que hay que sanar las relaciones entre los seres humanos, reconstituir la viabilidad de la forma del habitar. Siendo más estrictos, hay que reconstituir el hábitat: nosotros tenemos la responsabilidad de compartir esto con otros seres vivos. El diseño tiene una potencia gigantesca en la medida en que, guiado por principios éticos y políticos, puede proponernos esas nuevas alternativas a partir de nuestra experiencia histórica, por lo que el diseño obviamente puede ser retro, puede ser lateral, puede ser queer, puede ser muchas cosas. Lo importante es que exista la voluntad del diseño.

CM: Por otro lado, cierta concepción del diseño, desde objetos hasta ciudades, ha tenido una cara hoy ya no tan oculta: colonial, extractivista, excluyente en muchos casos. ¿Cómo podemos pensar otras ideas de diseño? ¿Y cómo lograr que esos diseños atiendan a los lugares donde surjan y entiendan las historias que les dan origen, más allá de la hegemonía del diseño “moderno” posterior a la revolución industrial?

BB. Lo primero que debemos hacer es rescatar el papel de la complejidad y la relación de esa complejidad con la diversidad. Igualmente, debemos reconocer la diversidad como un producto de la historia larga. La diversidad que se consolida a lo largo de los siglos y de los milenios tiene un componente biológico, geológico, climático y, por supuesto, un componente de relacionamiento. Esta capacidad de volver a historizar  al territorio con otros ojos es muy importante. Por ejemplo, el sur estaba abocado a recuperar esa visión de sí mismo ante otras múltiples visiones, ante el multiverso. Todas esas lecturas que resultan invisibilizadas o exterminadas por el colonialismo tienen que resurgir en la medida que los discursos externos puedan ayudar a descubrir ciertas cosas o a innovar. Se deben crear perspectivas híbridas. Por supuesto que se puede evolucionar mediante las evidencias, pero eso puede llevar a que se implante un esquema completamente violento que destruye o desaparece a la diversidad. Ese proceso causa mucho daño. Todos los días trato de que las personas sean más sensibles al contexto en el cual están habitando y entiendan o construyan una interpretación propia, afectiva e interesada consigo mismas, y no una extractivista, temporal o efímera. Concluyo con eso porque estamos trabajando en una zona de deforestación en la Amazonia. Ahí decían que la gente es la que tumba la selva, buscando asentarse y hacer una vida. Pero, al momento siguiente, dicen que ese habitar es temporal y que quieren volver a la civilización. No tenemos ni siquiera un proyecto colonizador con aspiraciones de permanencia en donde hasta podamos ver una semilla de futuro, pero no por eso deja de ser un proyecto colonizador expropiador. Necesitamos hacer muchos experimentos con base en conocimientos que provengan de muchos frentes diferentes porque, de no ser así, el experimento lo único que va a hacer es tener un efecto recalcitrante sobre la línea de pensamiento que busca rediseñar el mundo. Una escuela de pensamiento unívoco sólo profundiza los problemas y no entrega un conjunto de soluciones posibles. Los experimentos debemos hacerlos hibridando puntos de vista.

El cargo Territorios en movimiento. Conversación con Brigitte Baptiste apareció primero en Arquine.

]]>
Historias de inclusión y exclusión: ningún espacio es autónomo. Conversación con Diane Davis https://arquine.com/historias-de-inclusion-y-exclusion-ningun-espacio-es-autonomo-conversacion-con-diane-davis/ Wed, 05 Oct 2022 02:17:53 +0000 https://arquine.com/?p=69648 Lo que identificamos como público es un artefacto, una consecuencia de cómo pensamos a quién pertenece, a dónde y quién tiene derecho a estar en qué lugar. En ese sentido, la definición de público requiere interrogación y debate. Y si no existe un "público" único, los diseñadores deben comprender la pluralidad de voces o esferas que se están involucrando a través de su trabajo creativo y proyectivo.

El cargo Historias de inclusión y exclusión: ningún espacio es autónomo. Conversación con Diane Davis apareció primero en Arquine.

]]>
Diane E. Davis es profesora en la GSD de Harvard. Con formación en sociología, ha investigado las relaciones entre urbanización y desarrollo nacional, gobernanza urbana comparada, práctica socioespacial en ciudades en conflicto, violencia urbana y nuevas manifestaciones territoriales de soberanía.

Francisco Brown: Recientemente coeditaste el más reciente número de la Harvard Design Magazine junto con Anita Berrizbeitia, con el tema “Publics”. Enmarcaste la idea del “público” a través de lentes profesionales multidisciplinarios. ¿Cuál es tu propia definición de los públicos?

Diane Davis: Esa es una pregunta difícil, y tal vez la respuesta provenga de comprender la idea original de este número particular de la revista, que surgió en respuesta a nuestro deseo de pensar en las relaciones entre las ciencias sociales y las profesiones del diseño. También había un contexto histórico particular que sustentaba esta ambición. Después de tanta protesta pública, desde Black Lives Matter hasta la insurrección del 6 de enero en el Capitolio Nacional, parecía importante reconocer que existe una multiplicidad de voces en cualquier sociedad determinada y, por lo tanto, múltiples públicos. En la revista queríamos traer diversos puntos de vista sobre cómo se construyen y moldean los públicos a través del diseño. Así que, en última instancia, quiero escapar de la cuestión de una definición única del público y decir que el punto de la revista es pensar en ello a través de varios lentes, en una variedad de escalas, con una variedad de actores involucrados en la producción de lo que podríamos llamar el ámbito público. Nuestro ensayo introductorio se llama “Whither the Public?”, con un signo de interrogación. Nos preguntamos si la esfera pública está siendo disminuida o desplazada por la privada, así como por otros medios que van desde la violencia y el racismo hasta la estigmatización. En gran medida, nuestras preocupaciones tenían que ver con la posicionalidad, si las personas son o no incluidas o excluidas en la llamada esfera pública. Lo que identificamos como público es, por lo tanto, un artefacto, una consecuencia de cómo pensamos a quién pertenece, a dónde y quién tiene derecho a estar en qué lugar. En ese sentido, la definición de público requiere interrogación y debate. Y si no existe un “público” único, los diseñadores deben comprender la pluralidad de voces o esferas que se están involucrando a través de su trabajo creativo y proyectivo.

FB: ¿Crees que estamos perdiendo o disminuyendo ese ámbito público en las ciudades de los Estados Unidos?

DD: Resaltamos la importancia de la lucha en la creación de espacios para el público, tratando de aclarar el punto de que tener una esfera pública o un ámbito público es y siempre será una batalla. Entonces, no estoy segura si diría que está desapareciendo o disminuyendo, pero hay más lucha sobre la noción de público porque la cuestión de quién puede estar dónde sin miedo a la expulsión, por violencia u otros medios, se está volviendo más polémica. Eso tiene que ver con algunas de las políticas actuales: el hecho de que el racismo, la xenofobia o el nacionalismo de derecha parecen estar usando definiciones cada vez más estrechas de quién pertenece al “aquí”. Como socióloga, sé que los supuestos normativos sobre quién se considera un sujeto “digno”, incluido quién pertenece a un barrio, una ciudad o una nación, son parte de esto. Sin embargo, la cuestión material de cómo se diseñan, gestionan, poseen o controlan los espacios también es importante. Principalmente me interesan los espacios de la ciudad, pero en el número, mi colega paisajista Anita Berrizbeitia reflexiona sobre estas cuestiones con respecto a los parques nacionales y otras ecologías no urbanas. También abordo todos estos temas a través de una lente sociológica. Para mí, siempre es esencial pensar en cómo la sociedad crea un marco y preguntarse para quién “representa” al público y dónde y cómo ese público es visible. Los diseñadores tienden a pensar en el espacio físico, donde pueden construir y crear algo, pero la pregunta es: ¿quién puede estar en ese espacio? Sin embargo, los espacios no son autónomos de la sociedad. El cómo se interpreta un espacio se da través de la lente de las normas, valores, ideas e ideologías de la sociedad y la historia. Las narrativas históricas sobre quién pertenece son, por lo tanto, cruciales para comprender si los espacios físicos pueden considerarse verdaderamente públicos. En el número, tratamos de involucrar una variedad de disciplinas, ya sea arquitectura, diseño urbano, arquitectura paisajista o planificación. Queremos animar a nuestros lectores a ver las luchas sociales y las condiciones sociales como parte integral de la comprensión de cómo se apropia, se usa y se abre al público el espacio físico, o no.

FB: Las narrativas históricas construidas sobre una historia nacional de la esclavitud que ha sido cuestionada, juegan un papel tan decisivo para entender la construcción del sistema excluyente en este país, especialmente en lo que respecta al territorio. La idea de públicos parece realzar la pluralidad de la sociedad humana conectando sus propios problemas estructurales.

DD: Tu referencia a la esclavitud me hace pensar en un artículo en particular que incluimos en la revista, escrito por el sociólogo afroamericano Elijah Anderson. Nos proporcionó una pieza llamada “Perpetual Stranger”, que mostraba sus reflexiones mientras caminaba por la idílica isla de Martha’s Vineyard, que es conocida por haber albergado un asentamiento de élite de la burguesía negra fundado a mediados del siglo XX cuando las leyes de Jim Crow y la segregación significaban que los vacacionistas negros a menudo eran rechazados de las principales playas y hoteles. Martha’s Vineyard fue visto como una especie de refugio para la comunidad. Por supuesto, mucha gente blanca vivía allí entonces, y todavía lo hace, y el sitio es el hogar de la tribu nativa americana Wampanoag. Pero se convirtió en uno de los pocos lugares donde profesionales afroamericanos muy exitosos podían comprar casas de verano y donde desarrollaron su propia comunidad basada en el ocio. Aun así, Elijah escribe sobre el hecho de que después de muchos años de residencia allí, no siempre se siente completamente bienvenido en la isla en la que ha vivido y vacacionado durante tantos años, debido a la forma en que el racismo y las cuestiones de pertenencia aún surgen en los encuentros públicos. El profesor Anderson es conocido por un libro maravilloso llamado Black in White Space. Basándose en esto, su ensayo destaca el punto sobre la historia de quién importa, y me lleva a reflexionar sobre lo terrible del imaginario nacional en los Estados Unidos, que se remonta a la esclavitud, pero se manifiesta en entornos contemporáneos. No importa lo que construya, no importa qué espacios públicos pueda diseñar, el espectro perdurable del racismo significa que todavía hay personas a las que no se les permite sentirse como en casa, incluso en los espacios donde imaginamos que deberían hacerlo. Vuelvo a mi punto de que ningún espacio es autónomo. Puede existir una historia y una narrativa que espera ser resucitada o apropiada  en formas que median entre lo que está diseñado para un espacio, cómo las personas se mueven en él y cómo las personas ven a los demás en ese espacio. Nuestra esperanza es que los diseñadores centren más su atención en revelar y desempaquetar estas dinámicas o cómo podrían disminuir sustancialmente la publicidad en espacios públicos diseñados formalmente.

Assemble

FB: En el número de la revista delinean una relación polémica entre el individualismo y el pensamiento colaborativo como ideologías dominantes. ¿Crees que los diseñadores o planificadores están luchando contra estos problemas estructurales?

DD: Algunos. En la revista presentamos el trabajo de Assemble, por ejemplo, que se basa en la idea de que hacer público un lugar o espacio. Crear más espacio para el público es una lucha activa incluso para arquitectos y diseñadores. En muchos de sus proyectos, Assemble reconfiguran espacios para hacerlos acogedores para colectivos y no sólo para individuos. Como socióloga, diría que sí: el público no es sólo la suma total de una serie de individuos autónomos que flotan. El público se trata de solidaridad, reconocimiento colectivo y darse cuenta de compartir una condición humana común. Creo que hay un papel importante para los diseñadores en hacer que se escuche este mensaje. Desafortunadamente, los diseñadores a menudo se ven obligados a pensar más en el cliente que paga por la construcción de su trabajo que en el público que lo usa. Por eso Assemble es tan interesante. Están adaptando sus innovaciones de diseño como un medio para reconocer, cuestionar y cambiar más profundamente cómo las personas usan los espacios urbanos para generar más inclusión, solidaridad y una comprensión crítica de que estamos en un mundo donde se hacen muchos esfuerzos por privatizarlo todo. Muchos de los llamados bienes públicos están bajo amenaza de privatización. Creo que hay un papel para los diseñadores en rechazar esto, aunque me gustaría ver a más diseñadores dar un paso al frente al hacerlo. Idealmente, podrían trabajar con nuevas técnicas y en asociación con ciudadanos y constructores de ciudades para fortalecer fundamentalmente las capacidades para una esfera pública más inclusiva en barrios y ciudades, y quizás con impactos positivos para la nación en su conjunto.

El cargo Historias de inclusión y exclusión: ningún espacio es autónomo. Conversación con Diane Davis apareció primero en Arquine.

]]>
Vivienda colectiva: las soluciones son siempre las mismas, pero nunca son iguales https://arquine.com/vivienda-colectiva-las-soluciones-son-siempre-las-mismas-pero-nunca-son-iguales/ Wed, 14 Sep 2022 13:39:06 +0000 https://arquine.com/?p=69147 Alejandro Aravena: " Las soluciones son las mismas de siempre, pero nunca son iguales. Nosotros aplicábamos lo incremental para resolver la escasez sin que ello significara una mala calidad. Simplemente diferíamos en el tiempo para alcanzar esa calidad. En ese sentido, la incrementalidad fue una herramienta posible. No la inventamos nosotros, ya que desde los sesenta era una solución en el PREVI de Lima, por ejemplo."

El cargo Vivienda colectiva: las soluciones son siempre las mismas, pero nunca son iguales apareció primero en Arquine.

]]>

Miquel Adrià: ¿Qué papel juega (o puede jugar) la arquitectura en la transformación social, desde la vivienda, como un derecho de los ciudadanos?

Alejandro Aravena: Parto de la experiencia que estamos viviendo hoy en Chile, que, aunque específica, creo que tiene rasgos universales. Estamos reescribiendo la constitución. Una de las razones es que hubo un desfase entre lo legal y lo legítimo. El 80% estuvo a favor de cambiar la constitución. La constitución representaba un sistema de reglas de convivencia que ya no era legítimo y nos vemos enfrentados a acordar las reglas del juego de la vida en común. En este sentido, el título de la bienal de Hashim Sarkis es muy pertinente para muchas sociedades en las que nos preguntamos cómo vamos a vivir juntos, entre gente distinta, etnias distintas, pobres y ricos, izquierdas y de derechas, donde hay un conjunto de fricciones y de debates, que en la ciudad se experimentan de maneras muy concretas. 

Con este “estallido”, como se le ha llamado en Chile, se hizo necesario partir de nuevo con los acuerdos fundamentales y colectivos para, eventualmente, reflejarlos en la Constitución. Entre otras cosas, estamos cuestionando por qué tenemos gente viviendo en condiciones inaceptables de inequidad. Esa inequidad se manifiesta especialmente en la ciudad y en la vivienda y, cuando es sostenida por demasiado tiempo, termina generando una reacción. Hasta octubre de 2019, el presidente afirmaba que, si se observaban los indicadores económicos, Chile era un oasis en la región; sin embargo, el caldo de cultivo de rabia y de resentimiento era grande. 

En el ámbito de la vivienda hablamos de la triple brecha: en primer lugar, una brecha entre la cantidad de vivienda social que se construye y la que se necesita. Sabemos que se requieren unas 90,000 viviendas y sólo se construyen 60,000. Esto en parte explica el aumento de asentamientos informales y campamentos exacerbado por la pandemia. Cuando entras en la espiral de la informalidad tenemos un problema social serio.. 

La segunda brecha tiene que ver con el tamaño de las viviendas. Toda la evidencia muestra que una familia de clase media vive razonablemente bien en una vivienda de 80 o 90 m2. Con los recursos disponibles en Chile se pueden construir viviendas entre 40 y 50 m2. Cuando no puedes entregar ese tamaño estás obligando a las familias a vivir en condiciones de hacinamiento, que hace que salgan a la calle enrabiados por haber vivido en condiciones de vida inaceptables. La evidencia muestra que cuando entregas viviendas de 40 m2, las familias duplican ese tamaño, porque no pueden vivir en menos espacio. Si no tienes un diseño para este tamaño, todo se acumula en forma de presión y fricción, algo que, de hecho, ocurrirá. 

La tercera brecha es la del tiempo. En un caso como el de Chile, el Ministerio tiene una lista y define el tiempo de espera para obtener una vivienda, que puede llegar a ser de 10 años. Una de las condiciones que se evalúa es que no hayas participado en la toma ilegal de un terreno. Viviendo en condiciones de hacinamiento, la tentación por ocupar un terreno es demasiado alta y la espera demasiado larga. 

Si mejoras la cantidad de viviendas al año y llegas a 90,000, dado que los recursos son finitos, no hay otra posibilidad que reducir aún más el tamaño. Por lo tanto, hay que poder resolver la triple brecha simultáneamente. La estrategia que hemos aplicado ante la escasez y el déficit es la de la incrementalidad. En primer lugar, porque eso va a ocurrir de todos modos: si las viviendas son de un tamaño insuficiente, las propias familias las van a ampliar, pero si esa realidad no se quiere ver y no se incorpora al diseño inicial, el proceso va a ser técnicamente complejo, caro, lento e inseguro. Por lo tanto, cuando decimos que los 40 m2 es mejor verlos como la mitad de una casa buena que como una casa chica, no es que entreguemos la mitad de una casa, sino que partimos de las restricciones de las políticas públicas y diseñamos para que queden alineadas con la realidad. Para que el diseño sea pertinente, hay que entender la lógica del problema, ver, escuchar y medir lo que va a ocurrir: si no sintonizo con esas fuerzas, la realidad va a pasar por encima. Muchas veces la sociedad espera del arquitecto que su aporte sea como una cosa de buen gusto o de ponerle un poco de rouge al gorila, como decía Richard Rogers. Si el diseño no se enfrenta de esta otra manera, se generan condiciones de habitabilidad tan complejas que la sociedad reacciona y dice “no más, se acabó”. En nuestro caso, en Chile fue tan brutal, que nos vimos obligados a partir de cero y reescribir la constitución. Desde la arquitectura tenemos una herramienta sintética en el núcleo de nuestra profesión: organizar las piezas en juego para llegar a una propuesta, no a un diagnóstico. Es una herramienta que puede contestar más de una pregunta a la vez, no sectorialmente, involucrando aspectos económicos, políticos, sociales, ambientales y estéticos. Cuanto más compleja sea la pregunta, mayor la necesidad de síntesis. Si no aportamos esa herramienta sintética, nos hacemos cómplices de esas sociedades que, por no reaccionar a tiempo, se convierten en bombas de tiempo. 

 

MA: La solución ya la teníamos, con la caja de herramientas ensayada desde ELEMENTAL. La vacuna funciona. El tema quizá sea exponenciar la solución. ¿Hacia dónde más puede ir la solución? ¿Hay otros modelos tipológicos?

AA: Las soluciones son las mismas de siempre, pero nunca son iguales. Nosotros aplicábamos lo incremental para resolver la escasez sin que ello significara una mala calidad. Simplemente diferíamos en el tiempo para alcanzar esa calidad. En ese sentido, la incrementalidad fue una herramienta posible. No la inventamos nosotros, ya que desde los sesenta era una solución en el PREVI de Lima, por ejemplo. O sin ir más lejos, la realidad misma: todas nuestras periferias son incrementales. La contribución no es el qué sino el cómo. Uno podría decir que entrega un lote con un pie de casa y luego lo incremental pudiera ser que construyen alrededor, pero eso produce deterioro, conflictos entre vecinos, no hay estructuras antisísmicas, etc. Y el resultado es tan malo como lo informal que ya estaba. La idea es que la incrementalidad en el tiempo signifique una mejora y no un deterioro de la condición inicial. Y eso requiere diseños muy concretos y específicos. Dicho eso, en Chile se pensaba que la informalidad era un problema de décadas atrás. Pero esto se ha gatillado de nuevo. Estamos ensayando una Unidad de Servicios Básicos, concentrando los elementos mínimos de baño, cocina y muro medianero en dos pisos, que debería medir 14 m2, que no es la casa sino la infraestructura de la casa. Radicalizamos todavía más la propuesta entregando aquello que no puede hacer una familia por su cuenta, que es la definición de una política pública. Al mismo tiempo de hacer todavía más elemental el diseño, estamos trabajando en la prefabricación de esa infraestructura, desde una planta robotizada que ayude a ganar tiempo fuera del terreno para llegar a ensamblar y no a construir.  

La otra línea que estamos trabajando, diametralmente opuesta, es tratar de participar en la discusión constitucional. Acaba de salir el libro ¿Cómo vamos a vivir juntos? como parte de una colección que contribuye a ese debate. Se resume en 11 lecciones de diseño participativo para responder a la pregunta que proponía Sarkis. La convención constituyente tiene como tarea reescribir las reglas de juego sobre cómo vivir juntos que, de alguna manera, quedaron invalidadas. Esto no es demasiado distinto al trabajo de un arquitecto cuando piensa cómo va a vivir una familia en una casa, o un grupo de familias en un edificio, en un barrio, una ciudad o un territorio.  Apareció el reto de incorporar una frase en la Constitución sobre el derecho a la vivienda o el derecho a la ciudad. La dificultad es que no puede ser demasiado específico —eso, más que un derecho, sería una ley —, ni demasiado genérico porque se arriesga quedarse en el plano de una declaración de intenciones inofensiva; todavía peor, podría crearse la expectativa y luego no poder satisfacerla. ¿Cómo frasear entonces el derecho a la vivienda en la Constitución? Yo no sabía qué responder, pero ofrecí preguntarle a alguien que, eventualmente, podía saber: Stephen Breyer, expresidente del jurado de los premios Pritzker y juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Lo llamé y me dijo: “No te puedo ayudar. Y la razón es que la Constitución de los Estados Unidos está basada en derechos negativos, y lo que tú me preguntas son derechos positivos. La gran diferencia entre ambos es que los primeros no tienen costo y los positivos sí. La Constitución de Estados Unidos busca evitar la interferencia del Estado o del gobierno en la libertad de expresión, de religión, de emprendimiento o de portar armas, y esa omisión no tiene costo. Los derechos positivos, en cambio, al tener costos y depender de recursos siempre escasos, implican preguntarse, por ejemplo, ¿quién es elegible para este derecho?, ¿en qué condiciones?, ¿qué dejo de pagar para pagar este derecho?”

Breyer me contactó entonces con Dieter Grimm, juez del Tribunal Constitucional de Alemania porque, me dijo, las constituciones europeas tienen una mayor tradición de derechos positivos. Grimm me respondió, entonces, que yo estaba preguntando por lo que se denomina como derechos sociales de segunda generación. De hecho, ya están los derechos medioambientales que son de tercera generación. Los derechos sociales, en cualquier caso, difieren de las libertades clásicas justamente porque tienen costos asociados y necesitan unas leyes para ser asignados. La dificultad está en que, dado que los recursos disponibles para garantizar los derechos son siempre limitados, si no se puede satisfacer un derecho, se corre el riesgo de llegar a deslegitimizar la Constitución misma. Y la necesidad de legitimidad era la razón misma por la que estamos reescribiendo la constitución en Chile. Aun así, decía Grimm, hay constituciones modernas que han garantizado derechos sociales. La de Sudáfrica del año 96, por ejemplo. En el artículo 26 dice que todo ciudadano tiene derecho al acceso a una vivienda adecuada. Pero como los que la escribieron se dieron cuenta que existía el riesgo de no cumplir un derecho, agregaron una segunda frase: el Estado se compromete a tomar todas las acciones necesarias para, con los recursos disponibles, garantizar el acceso a la vivienda descrito en el artículo anterior. De ese modo, desplazaron el foco del objetivo vinculante del derecho a la vivienda a que el ciudadano tenga derecho a exigir que el Estado tome las acciones necesarias para garantizar ese derecho. “Esto no es retórica”, decía Grimm, ya que un tribunal constitucional puede demandar al Estado para que tome estas acciones, pero no necesariamente significa que dote de viviendas a todos los ciudadanos. De hecho, esta es la aproximación que ha seguido Alemania con respecto a un medioambiente limpio. Con el cambio climático se ha articulado de este modo y el Estado tiene la obligación de tomar las medidas a su alcance. Es decir, se trata de un derecho de tercera generación.

MA: ¿Pudiste incorporar la frase clave?

AA:  No es una discusión técnica sino pública, popular. Y está en proceso. 

Arquine publicó su libro “ELEMENTAL. Alejandro Aravena” | Encuéntralo en la tienda online

El cargo Vivienda colectiva: las soluciones son siempre las mismas, pero nunca son iguales apareció primero en Arquine.

]]>
Sobre el pasado, el presente y el futuro de la disciplina arquitectónica https://arquine.com/sobre-el-pasado-el-presente-y-el-futuro-de-la-disciplina-arquitectonica/ Wed, 31 Aug 2022 06:46:56 +0000 https://arquine.com/?p=67820 Los espacios no son neutros, nos enseñan y nos construyen. El conocimiento debe situarse en las experiencias e iniciativas comunitarias e interseccionales, en una pedagogía inclusiva y multidisciplinar, y en una negociación constante del espacio público ante la precariedad, resultado de un enfoque neoliberal. Implica crear contranarrativas que se enfrenten al estatus quo en el diseño.

El cargo Sobre el pasado, el presente y el futuro de la disciplina arquitectónica apareció primero en Arquine.

]]>
Quisiera iniciar por situarme para que tengan una idea de la posición desde la que hablo. Siguiendo los pasos de las académicas de arquitectura y diseño, la doctora Luz Marie Rodríguez y la doctora Yara Maite Colón, me gustaría decir: “Primero, soy puertorriqueña. Siendo los llamados ciudadanos estadounidenses hispanos que viven en un territorio no incorporado (un eufemismo moderno para “colonia”), habito una de las tantas fronteras trazadas y controladas por los Estados Unidos. Segundo, represento la estadística demográfica actual que ubica al 50% de la comunidad puertorriqueña en el llamado “main-land” y al otro 50% en la tierra “menor”. He sido educada tanto en instituciones privadas como públicas”. En la Universidad de Puerto Rico, la Universidad de Cornell y Harvard GSD. Tercero, enseño y práctico la arquitectura y el diseño desde hace 22 años en/desde los Estados Unidos, España y Puerto Rico. Actualmente soy candidata doctoral de Harvard GSD y GSAS, soy profesora en Harvard GSD —co-enseño el curso Otherness and Canon: Episodes of a Dialogic Reading of the History of Architecture—, soy Catedrática Auxiliar (Assistant Professor) de la Universidad Ana G. Méndez en Puerto Rico, fui Directora del departamento de Arquitectura, Arquitectura Paisajista e Interiores de la Escuela International de Diseño y Arquitectura (2014-2018) y soy co-fundadora del taller Creando Sin Encargos (tCSE). El colectivo de diseño, investigación y activismo está compuesto por las profesoras de arquitectura y diseñadoras comunitarias Yazmín M. Crespo Claudio, Irmaris Santiago Rodríguez y Omayra Rivera Crespo. El mismo se fundó en el 2012 en San Juan, Puerto Rico. Nuestra metodología es horizontal y nos interesan los aspectos sociales de la arquitectura y el diseño desde una perspectiva interseccional, decolonial y crítica. Pretendemos analizar experiencias junto con espacios, imágenes y objetos. 

El tCSE fue seleccionado el pasado 15 de febrero de 2022 para participar en la 13a Bienal Internacional de Arquitectura de São Paulo —Travessias. De 272 participantes de África, Asia, Europa, América y el Caribe eligieron solo 23 propuestas de Producciones Insurgentes. La 13a Bienal Internacional de Arquitectura de São Paulo estará presentando el proceso y resultados finales de los Workshops Arquitecturas Colectivas (WAC) en La Perla (2013), Puerta de Tierra (2017) y Barrio Obrero, San Ciprián (2021). En dichos talleres se desarrollaron proyectos de co-diseño y construcción en espacios públicos, apoyando iniciativas comunitarias existentes. Esto se lleva a cabo en colaboración con los residentes (niños/as, jóvenes y líderes/as) de las comunidades, otros diseñadores, voluntarios, y estudiantes de arte, arquitectura y diseño. El propósito de los WAC es agenciar espacios de equidad, donde todas las voces sean tomadas en cuenta.

Regreso a la Universidad para estudiar un PhD en historia y teoría de la Arquitectura 18 años después de que enseñé por primera vez mi primer curso de diseño en la Universidad de Cornell, 8 años después de haber sido la Diseñadora Asociada del proyecto TKTS Booth en NYC, ganador del World Architecture Award 2009, 4 años de ser directora de departamento de arquitectura y 6 años después de iniciar el taller/plataforma tCSE. 

La arquitectura es nómada, serpentea entre recuerdos e historias que se originan en el espacio; es flâneuse de con·TEXTOS. La arquitectura a veces es un lenguaje inexplicable, pero sensato. Es cómplice de diálogos e historias llenas de referencias. Esta ideología permite una experimentación más amplia e introdujo una cierta poesía en mi proceso pedagógico, una forma de involucrar al lenguaje como un camino alternativo al territorio arquitectónico convencional. Con este lente amplio, abordo democráticamente (Paulo Freire) el tema del con·TEXTO. El contexto no sólo como el lugar de la construcción, sino también como el texto; las texturas de la arquitectura como registros de memoria. Para así estimular a los estudiantes a cuestionar, pensar críticamente, ser analíticos, perceptibles y realizar conclusiones informadas.

 

Sobre el pasado reciente de la disciplina arquitectónica

Los experimentos pedagógicos jugaron un papel crucial en la configuración del discurso y la práctica arquitectónica en la segunda mitad del siglo XX. Experimentos como juegos lúdicos, travesías, actos poéticos, el diseño participativo y el diseño-construcción (design-build) han sido poco examinados a pesar de su proyección en las metodologías de enseñanza. ¿Cómo estas pedagogías experimentales de las décadas de 1960 y 1970 reflejaron cambios sociales/tecnológicos más amplios? ¿Cómo desafiaron estas metodologías la enseñanza y el aprendizaje convencional? ¿Cuál fue la relevancia continua de estas pedagogías para la práctica artística y pedagógica en curso, y cuál es su legado? Esta investigación establece conexiones entre arquitectura, educación y territorio, sintetizadas a través de un concepto que podría llamarse el imaginario espacial, que evoca no solo los problemas prácticos y técnicos de la arquitectura y el arte, sino también problemas epistemológicos y nociones drásticamente alteradas de la experiencia arquitectónica y espacial. Siguiendo las críticas centrales a la educación formuladas por la Pedagogía del oprimido (1970) del educador brasileño Paulo Freire y la noción de desescolarización de Ivan Illich (1971), examino las contranarrativas de la pedagogía arquitectónica situadas en América Latina y el Caribe. Estas operan como currículos, poemas, diarios de viaje por el territorio latinoamericano, pedagogía activista e instalaciones site-specific, creando espacios de posibilidades. Las contranarrativas, por lo tanto, se basan en los recursos culturales de los contradiscursos para proporcionar a los diseñadores/estudiantes la posibilidad de desafiar las narrativas-maestras, dando lugar a formas alternativas de “emergencia y devenir” colectivo y organizativo (Vaara, p. 501). 

Según Foucault, los contradiscursos indican “saberes subyugados” (Power/Knowledge, p. 82) más allá de los saberes oficiales aprobados. Sin embargo, es a través de estos “saberes locales, populares, que la crítica realiza su trabajo” (p. 82). Como explica Lyotard (1984), tales contranarrativas son característicamente “pequeñas historias”: las pequeñas historias de aquellos individuos y grupos cuyos conocimientos e historias han sido excluidos u olvidados en la narración de las narrativas oficiales.

Y así, en el presente-presente regresamos a contrarrestar las metanarrativas dominantes y las narrativas “oficiales” y “hegemónicas.”

 

Sobre el presente de la disciplina arquitectónica

Los espacios no son neutros, nos enseñan y nos construyen. Hacer teorías y proponer una práctica desde la perspectiva feminista del diseño arquitectónico y el urbanismo en Puerto Rico implica un posicionamiento descolonial. El conocimiento debe situarse en las experiencias e iniciativas comunitarias e interseccionales, en una pedagogía inclusiva y multidisciplinar, y en una negociación constante del espacio público ante la precariedad, resultado de un enfoque neoliberal. Implica crear contranarrativas que se enfrenten al estatus quo en el diseño. 

Re-ocupar, 

re-escribir,

des-aprender,

y des-acelerar 

el crecimiento desmedido son algunas de las guías que le dan forma a un nuevo acercamiento basado en la observación pausada y detallada, el intercambio de saberes, el respeto a los recursos naturales, el conocimiento situado (Haraway, 1988) y el romper con construcciones sociales y del espacio asociadas al género, la etnia, la clase, u orientación sexual. Son visiones contrapuestas a una sociedad patriarcal que visibiliza la perspectiva holística de las mujeres. Así, proyectar contranarrativas de la pedagogía arquitectónica insiste en un andamiaje local que objeta la visión global eurocéntrica y afirma la visibilidad y el uso del espacio, puede surgir de las tradiciones, el conocimiento situado, los procesos participativos y el cuerpo en movimiento. Un ejercicio crítico que proyecta la des-jerarquización de la que escribe Arturo Escobar (2016) en su libro Autonomía y Diseño:

“La realización de lo comunal,” para preguntarse “por el papel de la academia en las nuevas visiones del diseño” y “por supuesto a plantear la des-jerarquización y des-elitización del conocimiento, es decir, a la descolonización epistémica como elemento integral de estas visiones.” (Escobar, Automía y Diseño p.248)    

Así, comencé la agenda del curso Othernes and Canon en el GSD considerando la arquitectura con ‘a’ minúscula —la exploración como un pensamiento en movimiento de manera expandida. La pedagogía como medio empuja otros temas a la agenda de la arquitectura y el territorio. En este viaje crítico, un estudio de los experimentos radicales de la educación afirma que la mejor manera de cambiar la disciplina es transformando la forma en que se enseña. Por eso manejo el salón de clases como un espacio de investigación, un espacio horizontal y una comunidad de aprendizaje. No veo el salón de clases como algo separado de otros trabajos sociales. Soy una académica-activista preocupada por la “imaginación revolucionaria.”

 

Sobre el futuro de la disciplina arquitectónica

El futuro parece haberse detenido en el presente y estar preparado para permanecer allí por un período indefinido. Mirar al futuro es comenzar desde este incierto “error.” Como ha señalado Giuliana Bruno, profesora de Estudios Visuales y Ambientales del Departamento de Arte, Cine y Estudios Visuales de Harvard, el error implica un punto de partida de un camino definido; la semiótica del término incorpora la noción de errar o preguntarse. El error —la desviación de una ruta— está ligado a tal asombro, y agregaré el cuestionamiento/discusión. De esta manera errante, investiga diferentes visiones de la producción del espacio y ayuda a los estudiantes a desarrollar y mejorar sus habilidades de pensamiento crítico, enseñarles a hacer preguntas ineludibles/sólidas/críticas para encontrar respuestas alteradoras/radicales/ destiempo. Es decir, desde la indignación y el cuidado, desde una ecología de saberes y abandonando enfoques normativos que buscan resolver tipologías/programas predeterminados. De esta manera, diseñar formas de estar en el mundo, quizás, en contraposición al objeto arquitectónico. El proyecto arquitectónico como agente de liberación a diferentes escalas. Y, la narrativa arquitectónica como autohistoria-teoría (Gloria Anzaldúa) en su multiplicidad de lenguajes.   

 

Sobre la mochila —Carrier Bag Theory

Toma un momento reflexionar sobre la teoría de la mochila de la autora estadounidense Ursula Le Guin; me atraen las preguntas sobre los objetos materiales que fabricamos y compramos y por qué les hacemos sitio. A través del tiempo, el ser humano siempre ha estado acompañado de rastros/vestigios de vida que en definitiva deprecian. Y si uno fuera a desarmar estos objetos de deseo, entonces quizás cada uno apuntaría a preguntas similares: ¿Hay algún valor en el ensamblaje constante del espacio? Y, si lo hay, ¿qué estamos tratando de capturar al hacerlo?

Si las palabras, las imágenes y los objetos materiales que nos rodean sirven como conexiones silenciosas con una fuerza vital fuera de nuestro entendimiento, entonces considero que vale la pena esforzarse por prestar mucha atención a los objetos que uno elige llevar consigo. Quizás estos objetos puedan narrar una historia para aquellos que no encuentran las palabras. Y es justo esta narrativa que forma mi pregunta a los estudiantes graduados de arquitectura, paisajismo, planificación y de arte e historia de Harvard GSD: 

¿Qué experiencia, espacio, imagen y/u objeto cargas en tu mochila?

De vez en cuando reflexiono sobre los objetos, lugares, espacios y su posible aura: como archivo, restos pretéritos y todas esas cosas supuestamente resistentes al cambio. Tal vez, incluso como registro arqueológico constituido por materias (medios, médiums, mediación, ambientes meditativos, materia, materialidad). Las ideas/objetos para la mochila surgieron luego de mi experiencia personal durante el Huracán María (2017), las protestas del Verano del 2019 y las réplicas del 2020 —todavía ocurriendo en Puerto Rico. También, otras Mochilas, por ejemplo: ‘mochila de inmigrantes’, ‘mochila de activistas’, y por supuesto la que estamos empacando actualmente la ‘mochila de ideas’. La Mochila como archivo y como medio es una invitación a reunir saberes situados y diferentes modos de contar el pasado para generar discurso; lo que Gloria Anzaldúa, estudiosa estadounidense de la teoría cultural chicana, la teoría feminista y la teoría queer, llamó haciendo teorías. “Necesitamos teorías que señalen formas de maniobrar entre nuestras experiencias particulares y la necesidad de formar nuestras propias categorías y modelos teóricos para los patrones que descubrimos.” 

El cargo Sobre el pasado, el presente y el futuro de la disciplina arquitectónica apareció primero en Arquine.

]]>
Desaprender para aprender críticamente. Conversacion con Cruz García https://arquine.com/desaprender-para-aprender-criticamente-conversacion-con-cruz-garcia/ Thu, 25 Aug 2022 13:27:32 +0000 https://arquine.com/?p=67527 "Debemos ser críticos: cuestionar todos los modos de conocimiento que asumimos tienen valor y a la vez tenemos que ser conscientes de nuestra posición dentro de esos sistemas de poder."

El cargo Desaprender para aprender críticamente. Conversacion con Cruz García apareció primero en Arquine.

]]>
Cruz García recibió el título de maestro en arquitectura en la Universidad de Puerto Rico. En Bruselas fundó con Nathalie Frankowski WAI Architecture Think Tank; juntos han publicado Narrative Architcture: A Kynical Manifesto y Pure Haradore Icons: A Manifesto on Pure Form in Architecture, Deshaciendo la arquitectura: manifiesto para una arquitectura antirracista

 

Alejandro Hernández: ¿Cómo describes las condiciones del contexto actual, en particular de lo que ustedes han planteado en relación al racismo y la arquitectura y la posibilidad de una enseñanza de la arquitectura anti-racista? ¿Es un discurso que se puede entender globalmente o es muy específico de los Estados Unidos?

Cruz García: Estamos en crisis planetaria, en un despertar en contra de todos los sistemas violentos: epistemológicos, materiales, psicológicos. Nos confrontamos a un vertiginoso ensamblaje que ya lleva 500 años ejerciendo su peso, con el experimento fallido del capitalismo que nos lleva de la trata trasatlántica de esclavos a los efectos asimétricos de la pandemia. Lo podemos ver en el contexto de Black Lives Matter pero también en las luchas de los pueblos originarios de las Américas. No tenemos más excusas para seguir con los modelos eurocéntricos de ayer. Hay un entramado innegable entre cuestiones de clase, de raza, de género y de ecología. Esto nos plantea un momento crítico para la educación, especialmente en arquitectura, ya que ésta ha ido de la mano los sistemas de asentamiento colonial. Se debe pensar desde la arquitectura los efectos materiales de los sistemas de planificación que determinan cómo vivimos y cómo nos relacionamos.

 

Alejandro Hernández: En una de las mesas que organizamos para preparar este número, Ana María Durán, que ha trabajado investigando la historia urbana del Amazonia, explicaba que cierta forma de entender lo urbano y la ciudad y la manera de ocupar el territorio, hizo que se presentara esa selva como un entorno “vacío” natural, sin ninguna intervención humana, y que entender, hoy, esas formas de ocupar el territorio nos puede presentar alternativas ante, entre otras, la crisis climática. Pero para ver eso, hay que deshacer esa manera eurocéntrica de concebir la ciudad y el mundo de la que hablas. ¿Cómo plantean esas posibilidades en su manual para una enseñanza de la arquitectura anti-racista? ¿Cómo se evita que la educación sea implícita o explícitamente cómplice de estrategias imperiales o coloniales que han destruido a otros pueblos y a la Tierra?

Cruz García: Debemos ser críticos: cuestionar todos los modos de conocimiento que asumimos tienen valor y a la vez tenemos que ser conscientes de nuestra posición dentro de esos sistemas de poder. Hace poco escuché una conferencia sobre el proyecto para una Universidad Indígena en la selva tropical de Colombia, hecho en un taller de la ETH de Zurich bajo la dirección de Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal donde al final parece que no hay otra manera de pensar el mundo: “estudiar” otras maneras de vivir como si lo que hubiera que hacer no fuera dejar de interferir con ellas. Estos gestos de caridad reflejan una relación asimétrica de poder que mezcla las universidades del imperio con el complejo industrial de las OGN sin fines de lucro. Tras cientos de años resistiendo o al margen del imperio y el capital, es casi un milagro que no hayan desaparecido esos modos de conocimiento. Hay cientos de pueblos en el mundo que viven en resistencia diaria, y más que romantizar eso como epistemologías para aprender dentro del salón, hay que buscar modos materiales para dejar de interferir. A nosotros nos toca desmantelar la máquina que sigue destruyendo, que sigue consumiendo y convirtiendo en mercancías el conocimiento y el valor material. En el Manual siempre hablamos de que no es suficiente pensar sobre esto sino que tenemos que llevarlo a la práctica de las maneras en que sea posible. No se trata de una provocación, sino de entender que no hay otro camino para llegar a un tipo de emancipación.

AH. Recordé aquél documental en el que se ve a James Baldwin diciendo: “estoy harto de que tú inglés, tu francés vengas a salvarme. De que sigan intentando salvarnos. Yo sé cosas de ti que no quieres saber y que te pueden salvar.” El saber de la arquitectura como disciplina, si lo entendemos como el que se conformó en Europa del renacimiento hasta inicios del siglo pasado, sabe muchas cosas pero, como en general el conocimiento construido desde el poder, no sabe lo que no sabe —y a veces no quiere saberlo. A veces esos otros saberes son incluidos, pero clasificados desde el centro, como apéndices de lo que ya se sabe. ¿Se puede evitar eso?

CC: Claro, en ese sentido es muy importante que las instituciones reconozcan que las personas son fundamentales. Pongo como ejemplo el libro Lo–TEK, Design by Radical Indigenism. Una autora blanca estadounidense, viaja por el mundo de una manera colonial, invadiendo espacios de pueblos que no quieren estar en contacto con los colonizadores, como si fuera Cristobal Colón descubriendo mundos. Del otro lado, sigue la dependencia de la aprobación de las instituciones al servicio del imperio sin gente que pueda hablar desde la subjetividad critica, de resistencia y autenticidad. Parece que se puede ir al origen, que siempre hacen falta interlocutores y traductores. El imperio es muy violento y busca personas que hablen como ellos, que sirvan para convertir el conocimiento en mercancía. 

Si las instituciones educativas no se disponen a invertir en la gente, todo seguirá siendo una performance. Un problema es que en muchas instituciones hay un desconocimiento histórico y material de su propia conformación colonial. El diagrama en espiral que presentamos en el manual es por tanto un reto, inclusive para nosotros. Todos los modos de conocimiento y de práctica deben ser atravesados, de manera interseccional, y vistos con lentes transfeministas, anti-imperialistas, anti-coloniales, de justicia ecológica. Lo que hemos aprendido, lo que hemos leído, el lenguaje que usamos, el valor que le damos a ciertos modos de conocimiento: si no somos capaces de verlo a través de esos lentes y otros que se nos escapan, no estamos haciendo nuestro trabajo. Y es un proceso continuo. Por eso el diagrama es una espiral, una forma que puede seguir creciendo sin fin.  

 

AH: En buena medida las universidades han funcionado como una maquinaria para que la burguesía se reproduzca y los cambios que adopta tienden a no afectar eso de manera radical. En algunos momentos y en ciertos lugares se han pensado espacios —físicos y de ideas— paralelos o en franca oposición a esas universidades. Universidades populares u obreras. Hay también otras formas de pensar la enseñanza, como la lectura en voz alta en las fábricas de puros cubanas, que ustedes reinterpretan con su serie Loudreaders. ¿Qué tanto otras formas de pensar y enseñar arquitectura dependen de abrir o inventar otros espacios?

CC: La universidad tiene grandes limitaciones en términos de accesibilidad y trabajar con ellas tiene sus riesgos. Cuando necesitas recursos puedes tener una mejor plataforma y más influencia, pero contribuyes con la máquina de autoreproducción burguesa. Ahora estamos trabajando con una editorial que después de encontrarse con el Manual nos ha contratado para hacer un libro de 100 conceptos de arquitectura. Son libros dirigidos al público general en el que buscamos reemplazar las discusiones despolitizadas de la arquitectura por temas introductorios que sean críticos y que también incluyan modos de resistencia: arquitecturas comunales, de justica social y ecológica, etc. Otros de nuestros proyectos como Loudreaders, Post-novis, o nuestros libros para niños nos sirven para expandir la conversación sobre la arquitectura más allá de la disciplina. Utilizamos estas plataformas para diseminar discursos, y para seguir aprendiendo de quienes están haciendo trabajo que consideramos digno y poderoso.

El cargo Desaprender para aprender críticamente. Conversacion con Cruz García apareció primero en Arquine.

]]>
Arquine No.100 https://arquine.com/arquine-no-100/ Tue, 31 May 2022 18:48:44 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/arquine-no-100/ Hace 25 años publicamos el primer número de la revista Arquine. Desde entonces, con una edición puntualmente trimestral, hemos construido cultura arquitectónica desde México.

El cargo Arquine No.100 apareció primero en Arquine.

]]>
Hace 25 años publicamos el primer número de la revista Arquine. Desde entonces, con una edición puntualmente trimestral, hemos construido cultura arquitectónica desde México. Como apuntaba en el primer texto editorial, teníamos “la vocación de dar a conocer nuevas propuestas arquitectónicas de calidad en Latinoamérica, así como las arquitecturas más interesantes de la comunidad internacional.” Añadía que “la revista Arquine es un proyecto hecho de proyectos. Es un instrumento de información y también un transmisor de ideas y opiniones. Es un canalizador de nuevas propuestas capaces de estimular el análisis, el conocimiento y la creatividad de la cultura arquitectónica internacional.” Describíamos cómo publicaríamos los proyectos privilegiando la calidad; identificábamos a nuestros potenciales lectores y reivindicábamos el derecho a opinar con columnas de autor. También, en esa primera edición, enumerábamos las secciones que estructurarían las páginas impresas y que mantuvimos en los siguientes números. En ese lejano septiembre de 1997 incluimos tres obras de López Baz y Calleja y otras tres de Waro Kishi. Cada decisión era un manifiesto de lo que queríamos ser y, con un impecable despacho mexicano y otro japonés, —creíamos— quedaba claro el rumbo que nos habíamos propuesto. De las cuatro secciones —Actual, Arquitectos y Obras, Análisis y Escuela—, la tercera fue una apuesta por el rigor académico y por la investigación. Un ensayo de Víctor Jiménez, autor de los recién restaurados estudios de Diego Rivera y Frida Kahlo, ponía la primera piedra en el reconocimiento a la modernidad temprana mexicana. En la primera sección, un texto de Ernesto Betancourt, socio fundador de Arquine, rompía lanzas en favor del proyecto de la frustrada Torre Cuicuilco de su mentor Teodoro González de León. También se estrenaron Jose Castillo y Bernardo Gómez-Pimienta, en aras de la pluralidad de opiniones. Y no menos anecdótica, tuvimos la portadilla en la página uno donde, en clave leonardodavinchesca, se podía leer al revés el borrador del índice manuscrito. El diseño de la revista fue una aventura emocionante que nos obligó a revisar todas las publicaciones de aquellos años —que diseccionábamos los hemerotecarios— y estuvo a cargo del Taller de Comunicación Gráfica (Patricia Cué, Uziel Karp y Estela Robles) con quienes hicimos nuestra la tipografía Avenir. Pero la historia de Arquine se remontaba a un par de años antes. Por un lado, al antecedente editorial que publicaban Enrique Norten, Isaac Broid, Humberto Ricalde y Alberto Kalach, con la participación de Adriana León. La revista A —por arquitectura— que, como toda revista religiosa, salía cuando dios quería, reflejaba el esfuerzo, los intereses y los proyectos de sus fundadores y sus conexiones internacionales. Con gran generosidad, a los pocos meses de que llegué a México, me aceptaron como parte del equipo y me apliqué en aportar saberes y trabajo por el justo trueque de tener asegurada una cena de pan y quesos casi cada lunes, que no era poco para un recién emigrado a un país pasmado tras la crisis de 1994. La revista A desapareció por inanición y fue la primera vez que me percaté de que, en México, más que muertos hay desaparecidos. Por otro lado, mi primera participación internacional en el evento masivo de la UIA 1996 en Barcelona, donde fue el baño de masas de Peter Eisenman pertrechado de la camiseta del Barça, me permitió acercarme a otros editores de revistas —Luis Fernández-Galiano de Arquitectura Viva, Mónica Gili de 2G, Vittorio Magnago Lampugnani de Domus y Francesco Dal Co, director entrante en Casabella—. Todos ellos fueron muy alentadores e inspiradores para el proyecto, todavía ignoto, de Arquine. En pocos meses, iluso y entusiasta, logré convencer a los amigos que se convertirían en socios fundadores que siguen conformando el consejo de administración hasta el día de hoy: Ernesto Betancourt, Gilberto Borja, Isaac Broid, Bernardo Gómez-Pimienta, Enrique Norten y Manuel Novodzelsky. Sin capital suficiente para poder imprimir los tres mil ejemplares del número uno, ni contactos con la industria de la construcción, pero con la osadía que da el hambre y la confianza en un proyecto singular, me entregué a la ardua tarea de vender publicidad, armado de paciencia y sonrisas frescas después de pasar horas en salas de espera. El número 2 no podía desviarse del rumbo prometido y los arquitectos publicados fueron Teodoro González de León que, a partir de entonces, sería un exigente mentor; Mathias Klotz de Chile, con el que años después publicaría dos monografías —una para Electa Editrice y otra de Arquine— y el extraordinario panorama de la arquitectura chilena que reunía Blanca Montaña. Dino del Cueto —que ya era autoridad en el tema— publicó el ensayo “Félix Candela, el mago de los cascarones de concreto”. Alejandro Hernández Gálvez, actual director editorial, escribió su primer texto en este número, junto a los de Isaac Broid y Humberto Ricalde. Con ellos se iría conformando un equipo informal de redacción. Además, en esta segunda edición publicamos un póster con las plantas de las obras más destacadas de González de León. Con el número tres dimos otra vuelta de tuerca y fue el primer número temático, dedicado a la arquitectura brasileña. Así, quedaba claro hacia dónde mirábamos y que no queríamos ser como tantas extintas publicaciones latinoamericanas que delataban su afán por ser francesas o norteamericanas. El texto editorial —por primera y única vez— no lo redacté personalmente, sino que lo escribió Ruth Verde Zein, curadora del contenido. El Análisis sobre la casa de Oscar Niemeyer estuvo a cargo de Carlos Eduardo Días Comas quien, junto a Ruth, sumaban dos extraordinarios autores brasileños que reforzaban nuestros primeros pasos. Un primer análisis de la realidad local me permitió exponer las obras recientes de Javier Sánchez en la Condesa, lo que sería un tema recurrente en los siguientes años. Arquine 4 se convirtió en pocos años en un número de culto. Agotado precozmente, el contenido incluía unas casas extraordinarias de Alberto Kalach (todavía con Daniel Álvarez) y otras de Tod Williams y Billie Tsien. Humberto Ricalde se explayó en su lectura del trabajo de Mathias Goeritz en el Museo Experimental el Eco y, celebrando los 100 años del natalicio de Alvar Aalto, ya reivindicábamos la importancia del proceso arquitectónico. En mi mejor estilo de aquellos años, “para ganar amigos” escribí un artículo sobre la arquitectura regiomontana del que sólo se salvaban tres arquitectos: Agustín Landa de la Ciudad de México, el suizo Alexandre Lenoir y el tejano James Mayaux. A su vez, Alejandro Hernández Gálvez estrenó su agudeza, que se acrecentaría con los años, para diseccionar la obra de Barragán. Con el primer aniversario, convocamos el primero concurso de Arquine, el cual sigue vigente, aún cuando por entonces se trataba de una competencia de ideas. Aquella edición invitaba a proponer activaciones para los estudios de Diego y Frida. No perdí la oportunidad de opinar, sin permiso, sobre un “mal” concurso privado, levantando asperezas sin necesidad, con efectos devastadores, ya que se canceló el resultado como consecuencia de tan desafortunada provocación. Con la revista siguiente iniciamos un número monográfico sobre casas mexicanas que se repetiría años después al ser el contenido más vendido. Obras de Isaac Broid, Enrique Norten o Mauricio Rocha, entre otros, iniciarían un seguimiento constante a sus respectivas trayectorias. Mi ensayo sobre nueve residencias de Abraham Zabludovsky sería el presagio del primer libro de Arquine, que llegaría dos años después. Colaboraciones de Ignasi Solà-Morales, Sara Topelson o François Chaslin —director por entonces de L’Architecture d’Aujourd’hui— reflejaban el empeño por incluir destacadas notas de autor. Con el número 7 sufrimos un descalabro. El despacho mexicano que íbamos a publicar adelantó el contenido a otra revista de la época y, entre indignación, celo y urgencia, corrimos a reemplazarlo con los proyectos más recientes de Javier Sánchez, despacho en plena efervescencia, junto con la obra del argentino Mariano Clusellas. Un interesante análisis compositivo de la obra de Barragán en su propia casa, a cargo de Axel Arañó, y un trabajo académico sobre la Ciudad Lacustre dirigido por Alberto Kalach con estudiantes de la UNAM y Harvard, sentaban las bases de dos temas recurrentes. A éste, le siguió un número con el trabajo del despacho mexicano de Martín Gutiérrez y el chileno Smiljan Radic. Además, publicamos los proyectos ganadores del primer concurso de Arquine, en el que los galardonados fueron Emmanuel Ramírez y Diego Ricalde, quienes años después fundarían el despacho MMX. No siempre fue fácil contar con colaboradores de calidad, por lo que en este número apareció una enigmática Manuela Salas, que bien pudiera haber sido un alter ego del editor —y un homenaje a sus respectivas abuelas—. El tercer año, con el número nueve, se estrenaba una arcaica versión digital de arquine.com para incluir más información en formatos elásticos que permitían las reacciones de los lectores. Se incluyeron las obras recientes de Isaac Broid y de Michael Rotondi; Jose Castillo nos llevaba por la casa que proyectó John Lautner en Acapulco y anunciábamos el 2º Concurso Arquine. Con el número diez, reunimos diez obras de interiorismo, una disciplina que siempre nos ha costado contarla sin que resbale hacia las socorridas revistas de estilo y vida. En este número y el siguiente anunciábamos el primer Congreso Arquine, que llegó para quedarse como uno de los encuentros anuales más destacados de arquitectura. Además, publicamos extensamente dos casas: una de Kalach y otra de Gómez-Pimienta, con todo lujo de detalles. En el verano del 2000 rompimos un tabú publicando un proyecto de Ricardo Legorreta, que hasta entonces habíamos evitado. El uso del color y cualquier resonancia barraganiana estaba excluida de la arquitectura mexicana de nuestra generación; sobre todo, en aquellos arquitectos que iniciaron la revista que precedió a Arquine. Con el número 13, recorrimos América, de norte a sur, con obras de Marlon Blackwell, Alfredo Hidalgo+Diego Vergara y Gerardo Caballero, y revisamos en el dossier el extraordinario legado de Francisco Artigas.

Asumimos riesgos con una portada con una imagen girada y en blanco y negro. No hubo ni quejas ni elogios, así que seguimos navegando y publicando a ciegas. Procedimos con un número “seguro” con obras de Teodoro González de León y Francisco Serrano, y apareció una nueva sección de Lecturas, resultado de la incorporación de Alejandro Hernández Gálvez como Jefe de Redacción. Con el número 15, mediante las obras de Enrique Norten y Ábalos & Herreros, ya hablamos de “las tersas texturas evanescentes de las pieles”. Además, Humberto Ricalde publicó un notable ensayo sobre la modernidad de don Augusto H. Álvarez. En verano del 2001 las protagonistas fueron las casas de playa; en otoño, los espacios para educar. La portada estuvo virada en negativo. No faltaron destacados colaboradores como Francisco Liernur, Fernanda Canales, Iñaki Ábalos, Carlos Eduardo Días Comas, Enrique X. de Anda, Richard Ingersoll, Federica Zanco, Josep María Montaner o Luis Fernández-Galiano. La portada del número 19 fue doble: coincidieron obras de Adrià+ Broid+Rojkind (quienes fueron Premio Cemex de ese año) y de Gilberto Borja, ambos socios fundadores de la revista, forzando una portada salomónica. Cada vez, quedaba más claro el interés editorial de Arquine, reportando las obras recientes de Javier Sánchez, Alberto Kalach o Mauricio Rocha, quien sería portada del número 20, donde Alejandro Hernández ya delataba sus intereses con el texto “Contra la arquitectura”. A partir del número 22, el diseño cambió de manos, conservando lo esencial, y David Kimura se ha ocupado hasta el día de hoy de hacer atractiva la revista, junto a Gabriela Valera, que se sumó al equipo de diseño desde el número 33. Siguieron números con clásicos locales: Serrano, Norten o LBC, que se cruzaban con obras de Rafael Iglesia, RCR, Winka Dubbeldam y Herzog & de Meuron. Un consejo editorial activo se reforzaba con Javier Barreiro, Jose Castillo, Fernanda Canales y Rozana Montiel. Y desde mi editorial seguía rompiendo lanzas en favor de los concursos y la igualdad de oportunidades. Con el número 26, regresamos al confort de las casas de autor y mi ensayo sobre la arquitectura latinoamericana de mitad del siglo XX se convertiría en un libro. Le siguió la sobriedad de Agustín Landa y Javier García Solera. Posteriormente, cerramos un número sobre los nuevos territorios que proponían Vicente Guallart, Raúl Cárdenas y Willy Müller. Un profundo ensayo de Juan Manuel Heredia sobre Juan O’Gorman certificaba el interés permanente por documentar la primera modernidad mexicana. Viéndolos retrospectivamente, los números 30’s y 40’s, incorporaron más diseño con Héctor Esrawe —y posteriormente Emiliano Godoy— en el consejo editorial. Las portadas, más abstractas, sumaron algunas obras de diseñadores y artistas, incluido Jan Hendrix, con un fold out. Fueron años en los que la atención se dirigió al panorama internacional, especialmente hacia la arquitectura brasileña y chilena, lo que se reflejaba en las páginas impresas. El número 30 recogía obras destacadas de la nueva generación del DF, por entonces el acrónimo de la Ciudad de México, con más aciertos que errores, tras el tamiz de los años. El número siguiente ilustraba obras de los participantes del congreso anual de Arquine —con Peter Eisenman, Federico Soriano, etc.— y desde entonces, cada septiembre, publicamos a los más destacados ponentes de nuestro encuentro anual. Con la euforia del cambio en Colombia, en el número 32 destacamos los mejores proyectos de la transformación urbana de Medellín y Bogotá. Con una portada de la ballena de Gabriel Orozco en la Biblioteca Vasconcelos, el 38 publicaba exhaustivamente el edificio más importante de México en lo que va de siglo, junto con obras de Giancarlo Mazzanti y Alejandro Aravena. El número siguiente se adentró, para no dejarlo, en la era urbana y las transformaciones metropolitanas, para seguir con arquitecturas y paisajes latinoamericanos. Con la primavera de 2008 publicamos un número de referencia con lo más notable de la vivienda colectiva del momento —ELEMENTAL, BIG, Coll-Leclerc—, certificando la importancia de un producto de primera necesidad en nuestras ciudades. Con la revista 46, rescatamos la arquitectura gloriosa de las olimpiadas del 68, junto con proyectos que se frustrarían ese mismo año en la Villa Panamericana de Guadalajara. Con el número 50 llega la primera revisión a fondo de lo que habíamos publicado hasta entonces, además de una apuesta por las que considerábamos eran las 50 voces emergentes del continente; elenco interesante que, con el paso del tiempo, creció, aunque otros muchos se diluyeran en el olvido. A su vez, las portadas trataban de sorprender al lector sin perder rumbo, incluyendo con mayor frecuencia los grandes autores globales. Por entonces, el equipo se reforzó con Isabel Garcés, Juan José Kochen, Maui Cittadini, Oscar Ramírez y Andrea Griborio, quien empezó coordinando el congreso anual e inició los programas de radio que se convertirían en La Hora Arquine. Con Arquine 51 surge un tema que será recurrente: “Re-pensar la arquitectura”. Arquitectos como Shigeru Ban o Lacaton & Vassal estaban tomando el relevo a los stararchitects, después de la crisis económica global de 2008. Siguieron números sobre paisaje, activismo y nuevas miradas a la producción latinoamericana. Con Arquine 60 celebramos nuestros 15 años con un gran número en el que publicamos algunas obras de aquel 2012, las cuales todavía son referentes de la arquitectura mexicana, como el Jardín Botánico de Tatiana Bilbao, la Tallera de Frida Escobedo o San Pablo de Mauricio Rocha, entre otros. Publicamos también unas radiografías y prospectivas donde cuantificamos a quiénes habíamos publicado en esos 15 años, con Javier Sánchez y Mauricio Rocha a la cabeza. Preguntamos a unas 100 arquitectas y arquitectos cuál obra mexicana destacaban de ese período, además de cuál trayectoria profesional y qué proyección a futuro vislumbraban. Ya entonces y todavía ahora, la obra que contaba con mayor reconocimiento era la Biblioteca Vasconcelos y, los arquitectos que prometían, cumplieron con las expectativas. Con el número 63, llegó un rediseño profundo que reflejaba las distintas expresiones de la plataforma poliédrica en la que se había convertido Arquine, mostrando unas nuevas portadas radicalmente distintas, diagramáticas y monocromas. A su vez, el consejo editorial se iba ampliando con más voces y nuevos colaboradores. El número 70 reunía proyectos urbanos, lo que sería tema y tendencia cada vez más frecuente. También hacía eco del resultado del nuevo aeropuerto. Si bien se criticaba la opacidad del concurso, se veía como la puerta de un futuro esperanzador. A su vez, la revista promovía otros productos de Arquine que irían asentándose, como las novedades editoriales, posgrados, concursos, festivales y congresos en Chile y Colombia. Con el 73, reaparecieron las fotos en portada y los números tendieron a ser cada vez más temáticos: “Madera”, “Concreto”, “Futuros”, etc. Además, las entrevistas y las conversaciones con destacados arquitectos pasaron a ser habituales, un recurso para acercar la lectura a un lector primordialmente visual. Los 20 años llegaron con los 80 números. Celebramos con 20 palabras clave (belleza, ecología, movilidad, sustentabilidad, ligereza, información, gente, urbanismo, etc.) que habían ocupado el escenario de la arquitectura, una disciplina cada vez más transversal. El número 85 quizá haya sido el ejemplar más gordo de la colección ya que añadimos un dossier especial de 48 páginas con los proyectos finalistas del MCHAP (Mies Crown Hall Americas Prize) en alianza con el IIT de Chicago. En el número 89, dos años después de los terremotos del 2017, publicamos las primeras obras que emergían del esfuerzo colectivo por la reconstrucción. Los últimos diez números delatan cierta tendencia y una adversidad. Ésta fue la pandemia que coincidió con el 91, dejando en bodega los números siguientes que no encontraron puntos de venta hasta el 94, el cual regresó a las librerías habituales, ampliándose a los quioscos hasta la edición 96. La tendencia fue el espacio público, la calle, la ciudad y la consciencia social. Con el número 99 y la reivindicación de la autonomía de la forma, la trayectoria trimestral de esta publicación llega a la centena con ganas de seguir. Así, en este número 100 decidimos reflexionar básicamente sobre cinco temas que nos parecen fundamentales desde la perspectiva disciplinar de la arquitectura contemporánea: la enseñanza, la vivienda colectiva, el espacio público, el territorio y el cambio climático. Y cada uno reúne cinco destacadas voces para sumar coralmente 25 propuestas que nos ayuden a vislumbrar y dibujar el camino que sigue. Un número de pausa y reflexión, para ver atrás y hacia adelante, para sentar las bases de una cultura que no puede ser sólo un bombardeo constante de información o la banalización de la arquitectura reducida a una colección infinita de imágenes. Un número que coincide con el rediseño de arquine.com, más eficiente y potente, y con un libro que reúne 25 obras construidas en Latinoamérica en los últimos 25 años que han sido referentes y parteaguas para el desarrollo de la disciplina y que resisten dignamente el embate del tiempo.


Puedes comprar la Revista Arquine No.100 aquí

Suscríbete a la Revista Digital de Arquine por solo 25 pesos al año. (Promoción válida del 1 al 30 de junio de 2022)

 

El cargo Arquine No.100 apareció primero en Arquine.

]]>