Resultados de búsqueda para la etiqueta [Arquine 108 ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 09 Jul 2024 17:03:39 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 El groundscape y el territorio https://arquine.com/el-groundscape-y-el-territorio/ Mon, 08 Jul 2024 20:01:04 +0000 https://arquine.com/?p=91540 El groundscape es un proyecto inmenso e invisible, como un sistema de raíces que aumenta la ciudad-región. Porque no lo vemos, no lo medimos. Es subterráneo, un lugar de negación atávica y de oscuridad. Los programas de arquitectura subterránea, aún en el limbo, requieren nuevas lógicas de diseño y métodos de construcción específicos.

El cargo El groundscape y el territorio apareció primero en Arquine.

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Dominique Perrault no sólo encabeza uno de los despachos arquitectónicos más importantes de Francia y la Europa continental, sino que también ejerce una intensa actividad intelectual y programática. En uno año en el que los Juegos Olímpicos tendrán su sede en París, el también ganador del Praemium Imperiale (2015) ha puesto en práctica su concepto de groundscape (en respuesta a la exterioridad paisajística del landscape). El texto que sigue —publicado integralmente en el número 108 de la revista Arquine— puede leerse como manifiesto de esta arquitectura (y poética) de la relación, y viene acompañado de imágenes de uno de los proyectos más recientes y que mejor encarna las ideas llevadas a cabo por Dominique Perrault Architecte (dpa/Paris): la Estación Villejuif igr (iniciada en 2013 y completada en 2023) que, con sus 50 metros de profundidad, servirá de terminal para el Grand Paris Express, el ferrocarril metropolitano de la capital francesa.

A los arquitectos y urbanistas siempre se les ha pedido que lean el futuro de la ciudad, pero hoy deben enfrentarse a la brutalización de la historia. Una generación de crisis acumulativas, vinculadas entre sí, cuya velocidad de aceleración y complejidades buscan ser anticipadas por la sociedad y los Estados. Es a esta época de ruptura sin precedentes a la que pertenece la futura metrópoli y es a partir de su singularidad excepcional que se decidirá la vida de sus habitantes y de los recién llegados a ellas.

¿Cuál es este nuevo horizonte? El suelo, el espesor subcutáneo de la ciudad donde la arquitectura puede infiltrarse. Debajo de la epidermis urbana se mantienen como reserva volúmenes latentes. Un recurso disponible. Lugares escondidos donde la imaginación arquitectónica puede desarrollarse. Lugares multiplicables y receptivos a nuevos usos. Un nuevo espacio público capaz de redefinir la urbanidad y la ciudad, de espesar la superficie del suelo.

El groundscape es un proyecto inmenso e invisible, como un sistema de raíces que aumenta la ciudad-región. Porque no lo vemos, no lo medimos. Es subterráneo, un lugar de negación atávica y de oscuridad. Los programas de arquitectura subterránea, aún en el limbo, requieren nuevas lógicas de diseño y métodos de construcción específicos. La genialidad del gesto arquitectónico es hacer que la luz entre, introducir aire, volumen y fluidez bajo tierra. Crear espacio y abrirlo de manera generosa para que todos vivan allí, ampliar el dominio. Lanzar la arquitectura hacia arcanos de nuevas dimensiones. Disponerla para experimentos atrevidos. Hacerla entrar en crisis hasta que supere sus límites.

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La realidad en las ciudades: entre inundaciones y sequías https://arquine.com/la-realidad-en-las-ciudades-entre-inundaciones-y-sequias/ Fri, 05 Jul 2024 16:24:09 +0000 https://arquine.com/?p=91494 Acaba de publicarse el número más reciente de la revista Arquine 108 — Suelos, en la que, por coincidencia, aparecerá una obra, aún en proceso, que visité junto a Juan Carlos Cano, uno de los arquitectos responsables del proyecto, además de amigo y colega de hace muchos años: la Utopía Estrella y el humedal en […]

El cargo La realidad en las ciudades: entre inundaciones y sequías apareció primero en Arquine.

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Acaba de publicarse el número más reciente de la revista Arquine 108 — Suelos, en la que, por coincidencia, aparecerá una obra, aún en proceso, que visité junto a Juan Carlos Cano, uno de los arquitectos responsables del proyecto, además de amigo y colega de hace muchos años: la Utopía Estrella y el humedal en Iztapalapa.

En estas mismas páginas, y en números anteriores de Arquine, se ha ejemplificado cómo el agua se está convirtiendo en un tema central para la agenda del diseño arquitectónico. Tal es el caso del Parque la Quebradora, de Loreta Castro y Manuel Perló (Arquine 97); el Acuario de Mazatlán, de Tatiana Bilbao (Arquine 104 — Futurismos); o el Parque Ecológico Lago de Texcoco, de Iñaki Echeverria; y el Malecón de Villahermosa, de Mauricio Rocha y TaAU (estos dos últimos proyectos, aparecidos en Arquine 108), entre algunos otros.

Todas estas obras de colegas muy cercanos demuestran el creciente interés por entender cómo hacer arquitectura y construir en la era de la emergencia climática. Me temo que los esfuerzos son valiosos, pero su efectividad es paliativa y muy localizada. Como lo ha repetido George Monbiot: “el planeta sobrevivirá el cambio climático, pero gran parte de la raza humana probablemente no”.

El Acuario de Mazatlán es un gran ejemplo de arquitectura social y cultural de bajo costo, pero se encuentra ubicado dentro de un frágil ecosistema de humedales y una laguna interior al frente de mar. Si llega una gran tormenta o un huracán, veremos cómo se “adapta” o “sobrevive”. No es sólo que vaya a perder su función como infraestructura pública en caso de un daño masivo. También el cambio climático eliminará especies marinas y esto alterará su forma de explicar las cosas. En suma, el edificio puede convertirse en lo que Christian Mendoza llamó “Una ruina para el futuro”. El parque La Cantera, inaugurado con toda pomposidad por la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) justo antes de la pandemia en 2020, en las cercanías de la Ciudad Universitaria de la UNAM, bien podría haber tenido una función primaria de vaso regulador y captador de lluvia a gran escala para suministrar agua en las colonias cercanas, además de otros programas recreativos. El diseño final se enfocó más en lo lúdico y recreativo, e ignoró casi por completo la importancia de la adaptación al cambio climático como parte programática. El recientemente inaugurado Malecón de Villahermosa, que tiene un notable diseño de paisaje, carece de un sistema de recolección de agua debajo del gran talud a orilla del río Grijalva, con lo que se podría mitigar la subida del río en caso de lluvias extremas; por eso, resulta un gran espacio público, pero con riesgos de ser destruido por la próxima tormenta “inusual” que llegue al Golfo de México.

Es decir que hay tres ejemplos de oportunidades perdidas en donde los proyectos resuelven programas de funcionalidad muy concretos, pero no atisban la posibilidad de un cambio de vocabulario de la forma arquitectónica. Con la excepción del acuario, en el que la optimización del costo es el objetivo subyacente, ningún otro de estos proyectos busca explorar cómo la arquitectura podría ayudar a transformar la economía de la naturaleza, como lo expresaba Bellamy Foster J. en su libro The Return of Nature: Socialism and Ecology (2020).

Parque ecológico y humedal en Bucarest (Rumania), obra del despacho Arup (2002). Foto: Pablo Lazo

Los desafíos climáticos —como el exceso de lluvias e inundaciones, o la falta de lluvia y las sequías extremas— pueden potenciar la agenda disciplinaria de la arquitectura hacia la ecología. Desde que Ernst Haeckel acuño el término ecología en 1864, la relación entre la acción de construir (la arquitectura) y la acción de mantener lo existente en el medio (la ecología, como la definió George Tansley en el siglo XVIII), no ha habido un mejor momento como ahora para buscar un sistema integrado que formule soluciones o programas para ambas partes.

La optimización del costo de construir, así como la reducción de las emisiones de calor de los edificios, son procesos convergentes entre la arquitectura y la ecología que ya tienen camino recorrido. Hay muchos ejemplos exitosos de esto, pero el reciente discurso de proyectos sociales y a gran escala en las ciudades mexicanas no lo toman en cuenta.

Por varias décadas se ha negado los efectos del cambio climático. La industria de la construcción, en la que la arquitectura es el principal vehículo para definir lo que se hace y cómo se hace, desempeña un papel fundamental en la activación de los cambios en los programas —y la forma de lo que se diseña—. No sólo es el suelo lo que impacta la arquitectura, sino toda la economía de la ecología.

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Suelos barrocos. 
Conversación con Seth Denizen https://arquine.com/suelos-barrocos-conversacion-con-seth-denizen/ Wed, 03 Jul 2024 16:39:40 +0000 https://arquine.com/?p=91410 El estadounidense Seth Denizen ha conjuntado, como pocos, la práctica como arquitecto paisajista con estudios de biología evolutiva y geografía. En su trabajo, el suelo mexicano ha dejado una huella profunda, de manera casi literal. Esta conversación de Denizen con Santiago Aurelio Mota es parte del contenido del número 108 de la revista Arquine: Suelos.

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Conversación con Seth Denizen apareció primero en Arquine.

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El estadounidense Seth Denizen ha conjuntado, como pocos, la práctica como arquitecto paisajista con estudios de biología evolutiva y geografía. En su trabajo, el suelo mexicano ha dejado una huella profunda, de manera casi literal: como en el examen (e imitación) de las representaciones del suelo y la flora en el Libellus de medicinalibus indorum herbis, mejor conocido como Códice De la Cruz-Badiano (1552-1553), obra de los sabios indígenas Martín de la Cruz y Juan Badiano; o sus dibujos de la serie Thinking Through Soil, por medio de los cuales ha estudiado el detritus natural y antropogénico del Bordo de Xochiaca (Estado de México) o el Valle del Mezquital (Hidalgo). En esta conversación con el diseñador e investigador mexicano Santiago Aurelio Mota —quien ha estudiado el impacto de las urbanizaciones contemporáneas a escala medioambiental—, ambos viajan desde el Barroco del siglo xvi hasta el de nuestros días por medio del suelo, ese cimiento que se da por sentado e inamovible, pero que se mueve y transforma a través del tiempo y las sociedades. Este es un fragmento de la entrevista que publicamos en el número 108 de la revista Arquine: Suelos.

 

Santiago Aurelio Mota: Es importante comenzar distinguiendo los conceptos yuxtapuestos de suelo como tierra; y suelo como terreno, territorio. Existe un entendimiento predominante del suelo como espacio matematizado, parcela o lote, con las connotaciones implícitas de propiedad y especulación de capital. Este concepto de suelo predomina en la planeación urbana, con daños colaterales para las disciplinas del diseño y el entorno construido. En contraste, tu trabajo se refiere al suelo como la materia misma que se encuentra entre la superficie y la profundidad geológica. Es raro encontrar a alguien que trabaje con el tema de suelos y provenga tanto del diseño como de la biología evolutiva. Tu trayectoria es única, realmente, y podría iluminar nuestra conversación. Entonces, antes de sumergirnos en el tema, ¿cómo terminaste pensando con y mediante los suelos?

Seth Denizen: Cuando estudiaba arquitectura del paisaje, me di cuenta de que prácticamente todo lo que hacíamos requería suelo. Estábamos obligados a intervenir en el suelo, y nuestros proyectos dependían de manera directa de este, pero cuando hacía preguntas al respecto nadie sabía realmente nada. Y esa paradoja básica se convirtió en mi interés principal: ¿cómo es que el suelo es tan importante para todo lo que hacemos y, sin embargo, nadie sabe casi nada al respecto? Me sorprendió descubrir un agujero gigante, del tamaño de una ciudad, en la cartografía edáfica. No sólo ignoramos mucho (o todo) acerca de los suelos, sino que nadie sabe nada sobre los más importantes para los diseñadores: los suelos urbanos. Básicamente, en tanto la humanidad ha sido capaz, cada vez, de darle más forma al suelo a lo largo de su historia, menos podemos decir sobre él en el lenguaje de la taxonomía edáfica. El suelo es de una opacidad muy particular para la Modernidad europea occidental del siglo xx. El suelo también cae en la brecha categórica, sobre todo en ese momento clave en el que lo vivo se convierte en lo no vivo, y viceversa. Además, el suelo es un material tanto sólido como líquido, lo cual es extraño, ¿verdad? Para la ley, la distinción entre sólido y líquido es lo que nos ayuda a decidir entre los derechos de la tierra, el agua subterránea o el petróleo. ¡Eso es extraño!

 

SAM: En diseño, la representación es central, no hay posibilidad de diseño sin representación. Tu trabajo privilegia de manera muy importante la representación. La entiendo aquí de dos maneras distintas. La primera es la proyección tradicional de ideas en un plano —disegno y proiezione—, la comunicación de imaginaciones y posibles condiciones futuras. La segunda es la representación entendida desde la jurisprudencia: presentarse uno mismo ante otros para obtener personalidad jurídica, derechos y responsabilidades. Tus dibujos incluyen agentes y relaciones que han sido borrados a lo largo de la historia del canon del diseño. En ese sentido, tu manera de dibujar es radical y pienso que se deriva en parte de tu investigación sobre el Códice Badiano. ¿Podríamos discutir sobre qué tan central es la representación en tu discurso e investigación en estas dos vías del pensamiento sobre los suelos?

SD: En cierto sentido, el Códice Badiano me enseñó cómo dibujar el suelo, punto. Mi trabajo es un intento sincero de pensar por medio del Códice Badiano, pero como una provocación en términos de representación. Para mí es muy claro que estamos viendo en ese códice una representación de relaciones ecológicas que desafían nuestra comprensión occidental —categórica y tradicional— de las plantas y el suelo como (entes) separados ontológicamente. En el Códice Badiano reconozco que estas categorías se vuelven borrosas. El suelo y las plantas se dibujan juntos por razones pragmáticas.

Quiero dibujar siguiendo el Códice Badiano, porque creo que es más preciso para hablar sobre el mundo. Nos enseña que cuando hablamos de suelos y plantas, necesitamos pensar en ellos como una relación, y no como un conjunto de objetos. En el Códice Badiano el suelo es necesario para conocer la vegetación, y la vegetación es necesaria para conocer el suelo. Si extendemos esta idea al entorno urbano, significa que también debemos pensar en la forma en que la ciudad produce suelo y la forma en que el suelo produce ciudad. Cuando en verdad queremos ser específicos, necesitamos desarrollar representaciones que abarquen toda nuestra capacidad para describir lo que está sucediendo.

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Mundos subterráneos https://arquine.com/mundos-subterraneos/ Wed, 26 Jun 2024 19:59:27 +0000 https://arquine.com/?p=91276 Entender en profundidad el suelo implica repensarlo hoy como una materia compleja y viva: la manifestación más o menos estable, en un tiempo también más o menos corto, de procesos que llevan miles de años en desarrollarse.

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Sous le pavés, la plage!

 

París, 1804. Un sabio alemán y un joven aristócrata venezolano se encuentran en un salón de la alta sociedad. El sabio era Alexander von Humboldt, quien recién había regresado de su largo viaje por el continente americano, entonces dominio del imperio colonial español. El joven era Simón Bolívar, que algunos años después lideraría la lucha por la independencia en parte de Sudamérica y, además, se daría el tiempo para escribir el poema “Mi delirio sobre el Chimborazo” (1822), dedicado al volcán que Humboldt escaló en 1802, sin alcanzar la cima, y al que el sabio consideraba la punta más alta del mundo —lo es, dicen, si la medida se toma desde el centro mismo de la Tierra—. Un año después, pero en Roma, Bolívar volvió a encontrarse a Humboldt, ahora en compañía de un pequeño grupo de científicos. El destino de la expedición era la ciudad de Nápoles. Tenían planeado escalar el Vesubio. Bolívar se les unió. El 26 de julio de 1805, pocos días después de que llegaran a Nápoles, un fuerte terremoto sacudió la ciudad. Semanas después, entre el 11 y 12 de agosto, el Vesubio escupió rocas incandescentes y lava. Humboldt y su grupo, incluido Bolívar, subieron hasta el cráter. La leyenda quiere que haya sido ahí, ante ese abismo humeante, que el joven sudamericano reafirmó su voluntad de liberar al subcontinente del yugo español, teniendo al sabio alemán como testigo.

Otro científico germano había escalado hasta el cráter del Vesubio 167 años antes, descendiendo incluso al interior, colgado de una cuerda sostenida por su guía, hasta donde el calor y el olor a azufre lo permitieron. Era Athanasius Kircher, un sacerdote jesuita con intereses amplísimos, que escribió más de 40 libros dedicados, entre otras cosas, a China, los jeroglíficos egipcios, la óptica y el magnetismo, el Arca de Noé o la construcción de la Torre de Babel. Su ciencia, al contrario de la de Humboldt, aún no era del todo moderna, sino que estaba muy cerca todavía de la alquimia que le dio origen. Eso resulta evidente en el índice de su libro Mundus subterraneus (1665), que derivó de su exploración del Vesubio. El libro trata de geometría y metalurgia; de fósiles, que interpreta como signos que la naturaleza imprime en algunas piedras; y de los habitantes de ese mundo subterráneo, que incluye dragones y demonios. Según escribe William Parcell, Mundus subterraneus “representa un puente entre los sistemas de pensamiento medievales y el movimiento empírico creciente que hoy, en retrospectiva, consideramos como la revolución científica.” En esa obra Kircher argumentó, entre otras cosas, que todos los volcanes del planeta, al igual que los océanos y mares, se conectaban bajo la superficie de la Tierra mediante sistemas de canales. Las diferencias entre esas maneras de entender el mundo, y la ciencia con la que lo interpretaban Kircher y Humboldt, pueden verse en varias imágenes.

Una es la sección del Vesubio, incluida en el libro de Kircher, donde vemos un gran fuego en el interior del cráter, un gran fuego con casi ninguna diferencia al de un horno o una fogata, si no es que por su monumental tamaño. En esa imagen, el interior del volcán no parece conectado al centro de la Tierra y a todos los demás volcanes del planeta, como en otro famoso grabado que presenta una sección del mundo entero. En el caso de Humboldt, no se trata de una imagen del Vesubio, sino del volcán americano que también hizo delirar a Bolívar: el Chimborazo. O, más bien, de su perfil simplificado. Si el dibujo se limitara al volcán, tendría algo de ingenuo. Pero, al igual que el Vesubio de Kircher, también es una sección. Sólo que, en lugar de revelarnos el interior cavernoso del Chimborazo, el corte nos muestra un plano blanco lleno de palabras: rubus floribundus, persea sericea, avicennia germinans o, en lengua vulgar y de manera respectiva, una mora silvestre, un aguacate, un mangle. El diagrama de Humboldt está enmarcado por dos columnas con más palabras y cifras que, juntas, pintan un cuadro completo de la naturaleza del volcán, de cómo la altura, humedad, precipitación pluvial y las distintas variedades de plantas forman parte de lo que hoy llamamos un ecosistema. El nombre francés que le dio Humboldt a esa imagen, cuya influencia en la manera de presentar información y datos científicos fue enorme, es tableaux physique: a la vez tabla y pintura. Y, en alemán, Naturgemälde, cuadro de la naturaleza. La diferencia va más allá del interior vacío y con fuego del esquema de Kircher, o del interior textual de Humboldt. Ambos quieren entender la naturaleza. Pero si para Kircher lo natural ya ha sido escrito, de maneras diversas que incluyen hasta los fósiles, Humboldt anota los nombres que la ciencia humana ha dado a cada una de las plantas que se encuentran en ella.

Pocos años después del encuentro entre Humboldt y Bolívar, Georges Cuvier —zoólogo, geólogo, paleontólogo y muchas otras cosas más— empezó a publicar a partir de 1807 sus hallazgos de huesos animales en el subsuelo parisino. En 1832, junto con Alexandre Brongniart, también geólogo e ingeniero de minas, Cuvier publicará su Corte teórico de los distintos terrenos, rocas y minerales que entran en la composición del suelo de la cuenca parisina. En su ensayo “Les atlas historiques de ville et l’administration du passé metropolitain au xixe siècle” [“Atlas históricos de la ciudad y la administración del pasado metropolitano en el siglo xix”], Stéphane Van Damme explica cómo en ese siglo:

Al enfatizar las dificultades de interpretar el pasado urbano y la creciente necesidad de identificar el objeto metropolitano para el mayor número de personas posible, los estudiosos —sean arquitectos, ingenieros, arqueólogos, geólogos, paleontólogos o botánicos— cuestionan la unidad urbana. ¿Esta se define por su extensión, su densidad demográfica, sus edificios (criterios estéticos incluidos), su funcionalidad económica o política, su profundidad histórica, sus características geológicas? ¿Sigue siendo un territorio natural como sugieren la tesis de las grandes cuencas geológicas (parisina, londinense, etc.) o las investigaciones botánicas?

 

La investigación del subsuelo en las ciudades conjuntaba el trabajo de científicos y técnicos —si es que la diferencia entre el conocimiento puro y su aplicación aún tenía sentido en ese momento—. Van Damme comenta los fines evidentemente utilitarios del Atlas souterrain de Paris, elaborado entre 1841 y 1859 por el ingeniero Eugène de Fourcy. En Nineteenth-Century Urban Cartography and the Scientific Ideal: The Case of Paris, Antoine Picon, escribe con respecto al Atlas de Fourcy:

El subsuelo del atlas era representativo de las diversas preocupaciones culturales y políticas que se expresaban por medio de la cartografía. En el momento de su publicación, la cartografía del subsuelo, en particular, tenía un significado político y social. En las diversas láminas del atlas, la sorprendente oposición entre los patrones irregulares de lo subterráneo y la geometría más simple de la superficie tenían algo que ver con el miedo a lo oculto, lo oscuro y lo reprimido, como si lo subterráneo actuara cual una especie de sustituto de todo tipo de amenazas. Entre estas amenazas, el miedo al malestar social también estaba presente en el deseo de hacer visibles todos los niveles de la ciudad, de reemplazar el suelo, por así decirlo, con vidrio transparente.

En 1863, Louis Figuier, periodista y divulgador científico, publica su libro La Terre avant le deluge [La Tierra antes del diluvio], que se convertirá, según presumía él mismo, en su obra más vendida. Se trata de un libro para niños —en el prólogo, Figuier dice que el primer libro que se debería poner en las manos de un niño debería ser uno de historia natural—, que “propone exponer las diversas transformaciones que ha sufrido la Tierra para llegar a su estado actual, describiendo su estructura interior.” El frontispicio del libro es un “corte ideal de la superficie sólida del globo terrestre, mostrando la superposición y disposición de terrenos sedimentarios y eruptivos”. En la parte superior del corte, el que corresponde a la era geológica presente, hay un volcán actual, en erupción, y podemos seguir la línea anaranjada de la lava, que se engrosa mientras atraviesa las distintas capas de suelo hasta llegar al fondo, donde yacen el granito eruptivo y materias líquidas desconocidas. La travesía por el espacio, desde la superficie de la Tierra hasta su centro, es también un viaje en el tiempo y una expedición de lo conocido a lo desconocido.

Parece irrefutable la necesidad de conocer esos mundos subterráneos para mantener la estabilidad de la última capa, la humana (cada vez más artificial). Y también parece lógica la intención de multiplicar esa capa humana no sólo hacia arriba, piso tras piso y sobre columnas, sino también en profundidad, cual Torre de Babel invertida. En su libro L’urbanisme souterrain (1995), Sabine Barles y André Guillerme señalan el inicio de ese urbanismo subterráneo, al menos en Francia, con el trabajo del arquitecto y urbanista Eugène Hénard (quien en 1906 inventó las glorietas para agilizar el tráfico), y sus ideas sobre la calle del futuro publicadas en 1911 en la revista estadounidense American City. La idea de Hénard era tan lógica como simple: la única manera de hacer crecer en capacidad y usos las calles existentes de una ciudad, sin tener que transformarla radicalmente o destruirla, es hacia abajo, en la profundidad del suelo. A Hénard siguió, en Francia, el trabajo de Édouard Utudjian, fundador en 1933 del gecus [Grupo de Estudios y Coordinación del Urbanismo Subterráneo], que llegó a realizar congresos internacionales en cinco ocasiones (París, 1937; Róterdam, 1948; Bruselas, 1949; Nueva York, 1964; y Varsovia, 1965). Siguiendo las ideas de Hénard, Utudjian y el gecus planteaban llevar la ocupación del subsuelo a una escala urbana, dedicándolo principalmente a la circulación de automóviles, pero también a liberar el suelo (el nivel cero) de todas aquellas funciones mecánicas o de almacenamiento que no requirieran iluminación y ventilación naturales. En algún momento, el interés por el suelo como un complejo de fuerzas y materias —y contenedor de historias múltiples acumuladas y aún en proceso, vivas— pasó a ser un interés más simple, meramente económico, que no buscaba otra cosa que extraer materia útil para algo más, en otra parte, y obtener así una ganancia a cambio. La minería se volvió el modelo de producción general, incluso para la arquitectura y el urbanismo, especies de minería por sustitución, “piezas de equipos de minería que devoran activamente el planeta”, como escribe Mark Wigley, para quien “la arquitectura se eleva mediante agujeros dispersos por todo el planeta.”

Podemos imaginar lo que habría pensado Athanasius Kircher —mientras colgaba de una cuerda a la mitad del cráter del Vesubio, aguantando la respiración y el calor— si pudiera ver a dónde nos ha llevado nuestro interés por el mundo subterráneo: extracción de materia, desecho de residuos —sustancias descompuestas—, y la multiplicación de niveles o pisos en profundidad en muchas ciudades grandes. Kircher concebía el mundo subterráneo de una manera distinta. Creía en la investigación racional y empírica de los secretos de la naturaleza, que están ahí para incitarnos a estudiarlos, e incluso para avanzar teorías —visiones— que sabía imposibles de verificar de manera empírica, como los sistemas de conductos que atraviesan la Tierra y conectan fuego, aire y agua —como se mostraba en sus dibujos en sección del planeta—. Pero también dejó lugar en el mundo subterráneo, como en su libro, para dragones y demonios que, suponemos, nunca vio.

Entender en profundidad el suelo implica repensarlo hoy como esa materia compleja y viva que interesó a Kircher y que, sin ser el mismo tipo de materia, también era concebida por Humboldt, Cuvier o Figuier: la manifestación más o menos estable, en un tiempo también más o menos corto, de procesos que llevan miles de años en desarrollarse y que frecuentemente van acompañados de eventos catastróficos —una erupción volcánica, el diluvio universal, el meteorito que se llevó a los grandes dinosaurios, o también, nosotros mismos, la humanidad como fuerza geológica—. Por supuesto, esto no es un argumento en favor de la existencia de dragones o demonios, tampoco se trata de revivir la tradición de hacer ofrendas antes de excavar una cimentación, o de volver a plantar un poste para los dioses tutelares —que no otra cosa significa genius loci—, que cuando se entienden como símbolos o alegorías de sistemas y fuerzas muy reales, no dejan de tener cierto sentido. Lo que resulta indudable hoy es que debemos trabajar para entender que es muy distinto construir en el suelo —teniéndolo por materia inerte y sin atributos, y empujar aún más abajo esa capa que supuestamente demarca al Antropoceno de otras capas estratigráficas, para hacerles la vida más difícil a geólogos futuros— y otra muy distinta construir con el suelo —humilde y humanamente, palabras emparentadas con humus, palabra que en latín designa al suelo, la tierra de la que somos parte.

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Arquine 108 | Suelos https://arquine.com/evento/arquine-108-suelos/ Tue, 18 Jun 2024 21:39:01 +0000 https://arquine.com/?post_type=evento&p=91032 Arquine les invita a Jams sobre el nuevo número de la Revista Arquine 108 | Suelos, una conversación para reflexionar sobre los escenarios y proyectos de partida que pretenden remediar el suelo

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Arquine les invita a Jams sobre el nuevo número de la Revista Arquine 108 | Suelos, una conversación para reflexionar sobre los escenarios y proyectos de partida que pretenden remediar el suelo, transformándolo para evitar que se siga deteriorando. El suelo, el recurso más valioso y escaso de la ciudad, del territorio y, a su vez, del planeta. 

Participan:
Juan Carlos Cano, Loreta Castro, Iñaki Echeverría, Erika Loana, Óscar Rodríguez

La cita será en El Museo Experimental el Eco | RSVP:  difusion@arquine.com

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A cielo (medio) abierto https://arquine.com/a-cielo-medio-abierto/ Fri, 24 May 2024 22:18:35 +0000 https://arquine.com/?p=90464 En cuestión de días será la presentación en sociedad (cosa que sucede cuando una revista, libro u otro objeto cualquiera de celulosa empieza a recorrer las calles) de Arquine 108 — Suelos, un número en el que, como dice su nombre en plural, les lectores de esta revista podrán ver proyectos y ensayos que regresan […]

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En cuestión de días será la presentación en sociedad (cosa que sucede cuando una revista, libro u otro objeto cualquiera de celulosa empieza a recorrer las calles) de Arquine 108 — Suelos, un número en el que, como dice su nombre en plural, les lectores de esta revista podrán ver proyectos y ensayos que regresan al fundamento de la vida sobre la Tierra. Bípedos o no, siempre hay un suelo debajo de nosotros, aunque pocas veces pensemos más allá de la corteza fina que nos sostiene, sin considerar las capas estratigráficas (cada vez más antropogénicas), las conexiones planetarias entre volcanes y placas tectónicas, o la inconcebible biomasa y diversidad que contiene un metro cúbico de suelo.

Volcanes, mundos subterráneos, groundscapes futuros, parques ecológicos y renovaciones que servirán como esponjas como respuesta (quizá insuficiente) frente al cambio climático, todo eso recorre una A108 —nomenclatura que usamos para hablar de los números de marras, en un afán por ahorrarnos caracteres en chats y correos electrónicos— que de cierta manera es una secuela de las ideas depositadas (metáfora terrena) en Trazas (107). A reserva de no revelar de qué tratará A109 (en el que ya hemos empezado a trabajar), puedo decir que, con facilidad, podría conformar una trilogía con sus dos hermanas más recientes; y, para más suspenso, incluso a finales de 2024 podrían completar una tetralogía con A110. Ojalá sí, ojalá no, ojalá quién sabe.

Como fuere, al terminar las revisiones, veía de nuevo algunas de las fotos, láminas y mapas de este número. Las más notables: el Naturgemälde que Humboldt hizo del Chimborazo, una imagen cosmogónica de esa cumbre andina; el Plano general de las obras de desagüe en el sur del Valle de México (1866), de M. Téllez Pizarro, en el que vemos una ciudad a punto de desecarse; o las coloridas secciones y estratos de la artista científica, o científica poetisa, Orra White Hitchcock. Pensaba en la potencia visual de A108, que incluso dejó fuera a varias imágenes excepcionales. 

Como una foto del volcán Xaltepec, en Tláhuac, mi alcaldía de residencia. Este volcán rojizo, de apenas 2,489 metros de altura, es una de las referencias para el skyline chaparro del oriente de la ciudad, mismo que es posible observar desde hace 10 años, sobre todo, en las estaciones de metro que corren desde Calle 11 hasta Zapotitlán. El Xaltepec es la más sobresaliente de las formaciones volcánicas que conforman la sierra de Santa Catarina, junto con el Yuhualixqui, Tetecón, Tecuauhtzin, Guadalupe y La Caldera. Son volcanes de cierta belleza sangrante, por sus laderas explotadas por la minería local de tezontle y basalto y que, durante algunas partes del año, se cubren de terciopelo verde. Cuando el sistema de lagos del noroeste del valle de México, mejor conocido como Lago de Texcoco, aún no se había desecado, esta era una zona que incluso llegó a llamarse Península de Iztapalapa. Hasta el siglo XVI, esta prolongación de tierra se encontraba entre los lagos de Xochimilco y Chalco. Fue declarada área de conservación en 1998, pero eso no ha impedido que el explosivo crecimiento urbano del siglo XXI haya convertido las faldas de esos volcanes en uno de los sitios más famosos (e infames) de la urbanización desorganizada de esta zona entre Iztapalapa y Tláhuac. 

Entre los habitantes y vecinos, esta sierra es conocida simplemente como Las minas, a secas (nadie los llama volcanes). Es posible llegar a ellas a pie o en uno de los autobuses guajoloteros que van rumbo al Estado de México y cruzan por las colonias aledañas, caracterizadas por su pésima pavimentación, iluminación dudosa y edificios de ladrillo gris expuesto. Una vez ahí, los volcanes imponen su altura y un paisaje que, más que distópico, parece liminal: como si uno saliera de la ciudad del todo, allí es posible recorrer paisajes de arena roja y rocas de diversa coloración, al tiempo que ve un constante trasiego de maquinaria pesada y vehículos blindados (de militares, narcos y lo que sea). El Xaltepec, pese a esto, tiene algo de legendario: para niños que tienen en sus túmulos y colinas el mejor parque para bicicletas; por la facilidad con la que uno puede encontrarse pertenencias personales (se afirma que por ser desechos de basura); o por los incendios en su cima, que dan la impresión de que el volcán ha vuelto a despertar. Yo mismo he paseado por ahí, sobre todo alrededor del Yuhualixqui, que corona, por así decirlo, las colonias San Lorenzo Tezonco y La Estación. Es fácil encontrar en esos parajes de arena roja, que en la noche parecen llevar a un desierto lejano, credenciales extraviadas, ropa, basura y, por supuesto, huesos y cenizas.

Todo esto viene a cuento por la reciente controversia en la que, se supone, se halló un crematorio a cielo abierto en el volcán Xaltepec. La denuncia la puso Ceci Patricia Flores Armenta, fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora. Tras una llamada anónima, la activista se dirigió al Xaltepec y, tras algunas pesquisas, anunció por medio de su cuenta de X el hallazgo de un lote calcinado, rodeado de pertenencias personales. El escándalo fue inmediato, en gran parte por la reputación de Flores quien, desde la desaparición de sus hijos Alejandro Guadalupe Islas Flores (en 2015) y Marco Antonio Sauceda Rocha (en 2019) , ha atravesado el país de sepulturas comunes que es México para desenterrar todo tipo de fosas clandestinas. La autora de Madre buscadora. Crónica de la desaparición (Fondo Blanco, 2023) abrió el caso como noticia criminal y, para el 19 de abril de 2024, las autoridades ya habían realizado acciones de búsqueda a lo largo de Las Minas.

Como Pablo Ferri refiere en una crónica reciente (El País México, 11 de mayo de 2024), el caso ha sido casi descartado. El consenso pericial es que los restos óseos tienen un origen animal, sobre todo perros, y que los documentos y objetos son sólo basura. Restos que han llegado de muchas partes de la ciudad a esas laderas que, por otro lado, sirven a corredores y hasta a un rancho balneario, el Parque Xalli, que tiene palapas y una tirolesa. En este territorio que comparte con Iztapalapa los índices de criminalidad y parte de su cultura urbana, la noticia, si bien no pareció inverosímil, sí fue desacreditada por los habitantes. 

Caso cerrado o no, el asunto recuerda el parentesco que el concepto de “cielo abierto” da a cosas en apariencia tan disímiles como una mina o un crematorio. El caso de las primeras es literal y está a la vista de todo aquel que recorra las carreteras de México: con sus círculos concéntricos, la minería metálica contemporánea destruye literalmente el paisaje y lo deja como un agujero irremediable. Es tanto un ecocidio como un acto explícito, y hasta de una literalidad insultante, de extractivismo. El Xaltepec y sus volcanes vecinos no son los únicos que han sido sujetos a esta expoliación: ahí está también el caso de los humedales en Xochimilco y Tláhuac, que han despertado una defensa del territorio por parte de los chinamperos.

Ese movimiento no ha sido el único que enlaza la realidad global, que es la de la explotación de los suelos y recursos naturales, a otros sucesos que han cambiado de manera radical la vida cotidiana en Tláhuac: como la debacle que supuso la caída de la línea 12 del metro en 2021, apenas reparada; o movimientos demográficos inesperados como la inmigración haitiana que, a instancias de las autoridades migratorias mexicanas, en un momento llegó a concentrar a una gran mayoría de los refugiados por las turbulencias políticas del país caribeño en campamentos temporales y muy endebles en el Bosque de Tláhuac. Pareciera que, por fin, tras décadas (cuando no siglos) de periferización, el oriente de la ciudad ha entrado a las grandes corrientes historia mundial por causa del extractivismo, los movimientos geopolíticos internacionales (que, en el caso haitiano, tienen sus raíces en el colonialismo y el racismo más primigenios), el crimen organizado y una lógica metropolitana que jamás dejará que el suroriente de la Ciudad de México deje de ser una periferia.

Como mencionaba en otro lado, los campos de concentración están más cerca de lo que creemos, tanto en espacio como en tiempo. 

Y esto puede constatarse sobre todo en las ciudades, como lo han hecho varias teóricas y pensadoras en la última década, concebidas como campos de exterminio a cielo abierto. Eso incluiría, de manera menos foucaultiana que mbembiana, espacios donde se realiza la tanatopolítica (el arte de decidir y tener la potestad de quién vive y quién muere): las prisiones, escuelas, manicomios y sus pares: las ciudades, convertidas en espacios de encierro. No es sólo que la compartimentalización extrema de lugares como las unidades habitacionales replique, en gran medida, el enjaulamiento de otros lugares, o que haya una clara demarcación en las ciudades entre centros y periferia; es que ahora incluso nos enfrentaremos a islas o domos de calor, en las que el asfalto y el concreto a los que la arquitectura y la urbanización modernas nos han acostumbrado convierten las urbes en gigantescas trampas para millones de personas. 

Sirva esta pequeña reflexión sobre los espacios de encierro a cielo abierto para pensar que, después de todo, siempre se ve hacia arriba desde un suelo, desde un fundamento. Aunque todos tendremos que regresar, tarde o temprano, al suelo (ya sea en un ataúd, hechos cenizas o convertidos en proteínas, fármacos o incluso microplásticos), es imposible no pensar en mirar al cielo. Aquí sirve un concepto astrológico cuyo nombre me parece digno de investigarse y trasladarse a metáforas más fundamentadas: el medium coeli o cielo medio, concepto fundamental para los lectores y confeccionadores de horóscopos (hermeneutas de personajes, más que de personas de tal o cual signo), y cuya definición recojo de la AstroWiki:

el cielo medio simboliza el ámbito de la vida en el que un individuo deja su huella en el mundo exterior. Al ser el punto en el que el individuo abandona la protección y la intimidad simbolizadas por el Imum Coeli [el fondo del cielo] en el ejercicio de una profesión, el Medium Coeli […] representa la profesión del individuo o, más exactamente, su vocación (“destino”). Representa la posición pública o social. [El cielo medio simboliza] una relación con un colectivo más indefinido al que el individuo aporta algún tipo de contribución. 

Así como A108 comenzará su circulación por el mundo terrestre, después de estar alojado sobre todo en servidores y discos duros, también es destino de estos ejemplares regresar al suelo (quizá a uno más inhóspito que el de los árboles que le dieron origen). Pero pienso en nuestro transcurso por la tierra y ese cielo medio que, en el mundo editorial, es el de la conversación silenciosa entre lectores y productos escritos.

El cargo A cielo (medio) abierto apareció primero en Arquine.

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