Resultados de búsqueda para la etiqueta [arqueología ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Thu, 29 May 2025 14:23:10 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 De la Venus de Willendorf, migraciones y jabones https://arquine.com/de-la-venus-de-willendorf-migraciones-y-jabones/ Mon, 14 Mar 2022 15:15:21 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/de-la-venus-de-willendorf-migraciones-y-jabones/ En 1908 fue descubierta, al sur de Viena, una figura femenina de unos 30 mil años de antigüedad. Los adornos en el cuerpo de la figura han sido interpretados como indicio del uso de técnicas textiles y de la posición de las mujeres en las sociedades paleolíticas. Un estudio reciente sitúa el origen del material de la estatuilla al sur de los Alpes, indicando migraciones posiblemente relacionadas con cambios climáticos. La Venus de Willendorf también puede comprarse como molde para hacer jabones.

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No hay mucho escrito sobre Frederick Fawcett. Nació en 1853 y murió en 1926. Entre esas dos fechas trabajó como policía para el gobierno colonial británico en la India. Además, fue arqueólogo y antropólogo aficionado, que es lo que realmente ha hecho que su nombre sea recordado. En 1890, Fawcett advirtió que los petroglifos de las cuevas de Edakkal, en la región de Kerala, al sur de la India, eran prehistóricos —hoy están fechados por lo menos 6 mil años anteriores a nuestra era.

En el número de diciembre de 1926 de la revista Man —hombre, genero masculino y en singular, publicación del Instituto Real de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda que se imprimió desde 1907 y hasta 1965—, se publicó una carta al editor, firmada en Viena, el 22 de octubre de ese año por Frederick Fawcett:

Sr. Es bien sabido que una figura de piedra de una mujer, regordeta, con los pechos, el abdomen y las partes sexuales vívidamente acentuadas, fue encontrada en 1908 en Willendorf, en la región de Wachau, en Austria. Otra figura de mujer, con un tipo diferente de belleza, se encontró en el mismo lugar en septiembre pasado. También se encontraron algunos artefactos, y el Dr Bayer no ha dudado en asignar eso hallazgos al periodo Aurignaciano. Visité el sitio hace unos días. Yace a unos 100 metros a la izquierda de la orilla del Danubio (a unas 60 millas arriba de Viena), y a unos 20 metros del nivel actual del río. El sitio es un claro entre las montañas y el río, con una pendiente ligera desde las colinas que lo flanquean, el suelo está compuesto de arena y lodo, claramente aluvial. De hecho, fue un caso de noli me tangere. Un visitante al sitio, de hecho, no necesita descender del tren, ya que puede ver todo desde la ventana del vagón, cuando el tren reduce la velocidad al acercarse a la pequeña parada de Willendorf.

Después, Fawcett comenta que el Dr. Bayer se dio cuenta de su visita por las huellas que dejó en un suelo muy fácil de marcar. Y agrega unas líneas sobre la segunda Venus que se encontró, más delgada, sin el brazo izquierdo ni la cabeza.

 

Plano de la excavación de Willendorf en 1908, con la posición de la figurilla. En The anthropomophic figurines from Willendorf, Walpurga Antl-Weiser.

 

En 1883, Ferdinand Brun había enviado un reporte al Museo de Historia Natural de Viena señalando un nuevo sitio para la investigación arqueológica que fue llamado Willendorf I. El arqueólogo Josef Szombathy, curador de la colección prehistórica del museo, se hizo cargo de las excavaciones. Pero fue hasta julio de 1908 que las excavaciones se realizaron de forma sistemática, debido a la construcción de una línea ferroviaria. La supervisión local estuvo a cargo de Hugo Obermaier y Josef Bayer. El viernes 7 de agosto de 1908, Josef Vera, uno de los trabajadores de la excavación, encontró la figura femenina tallada en piedra que hoy conocemos como la Venus de Willendorf. 

En su texto “The female image: a ‘time-factored’ symbol. A study in style and aspects of image use in the upper Paleolithic,” Alexander Marshack dice que la Venus de Willendorf se encuentra, geográfica y estilísticamente, entre las Venus del sur de Italia y las orientales de las planicies de Rusia y Siberia y agrega que es muy estilizada y está exquisitamente labrada:

Primero, anoto que está cubierta en ocre. […] El uso de ocre representaba una forma común de marcar simbólicamente en el Paleolítico superior, y generalmente incluía colorear la figura femenina. Es posible que también se usara sobre el cuerpo en momentos determinados o para ciertos rituales o ceremonias.

[…] La Venus de Willendorf tiene un peinado elaborado, pero no tiene cara. La ausencia de cara en muchas figurillas ocurre en varios grados de representación. […] El peinado, cuando es representado con el cuidado que se aprecia en la de Willendorf, es particularmente significativo. Probablemente representa uno de los signos o símbolos de la mujer fértil y madura.

 

 

Marshack también anota que la Venus, pese a sólo tener 11 centímetros de altura, tiene esculpidos brazaletes que aparentan ser de algún material perecedero y tejido en zigzag. Además, “también tiene una vulva exquisitamente labrada en forma de campana.” Los brazaletes y la suposición de que la figurilla porta un gorro y no un peinado, han puesto la atención de los estudiosos en una tecnología distinta al labrado de piedra y, al menos, contemporánea que, por la naturaleza perecedera de los materiales que trabaja, no dejó rastros más que en este tipo de representaciones: los textiles hechos con fibras naturales. En el artículo “The ‘Venus’ Figurines. Textiles, Basketry, Gender, and Status in the Upper Paleolithic,” la antropóloga Olga Soffer, junto con J. M. Adovasio y D. C. Hyland, explican que los tocados y adornos de figuras como la Venus de Willendorf sugieren la importancia de los textiles en el Paleolítico superior y cómo esas tecnologías se relacionan con las mujeres, su trabajo y su posición en aquellas sociedades. Para Camilla Power, en Women in Prehistoric Art, las más de doscientas figurillas femeninas del mismo periodo resaltan el significado del estatus ritual y reproductivo de las mujeres.

En un artículo publicado por Nature el 28 de febrero de este año, The microstructure and the origin of the Venus from WIllendorf, Gerhard W. Weber et al. reportan que el análisis con una micro-tomografía computarizada de la Venus de Willendorf, labrada hace aproximadamente 30 mil años, “puede explicar el origen así como la elección del material y las características particulares de su superficie,” encontrando un gran parecido con material que se encuentra en las cercanías del lago de Garda, al sur de los Alpes, cerca de Verona, lo que sugiere “considerable movilidad de la gente del Gravetiense, transportando artefactos de sur a norte.” Aunque los resultados del estudio no pueden asegurar el lugar exacto de donde proviene el material en que fue labrada la Venus de Willendorf, los estudiosos dicen que se puede establecer con certitud que la estatuilla —o la piedra sin trabajar aún— fue transportada de lo que hoy es Italia hacia la región del Danubio, “probablemente como resultado de una serie de incidentes indirectos que pudieron requerir de años o, incluso, generaciones” y que coinciden con cambios climáticos que quizá obligaron a las comunidades de cazadores-recolectores a buscar nuevos hábitats.

 

Labrada por la gente del Paleolítico hace 25 mil años, la figura original de Venus es una de las representaciones más antiguas del cuerpo humano. Nuestro molde para jabón de la Venus de Willendorf es perfecto ya sea para fiestas temáticas de la Era del Hielo o para el/la cazador(a)-recolector(a) de tu vida.

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Sala Beckett https://arquine.com/product/sala-beckett/ Sat, 17 Oct 2020 21:10:32 +0000 https://arquine.com/?post_type=product&p=68428 Editor: Arquine
Co-editor: Flores & Prats
Textos: Ricardo Flores, Eva Prats, Toni Casares, Manuel Guerrero, Juan José Lahuerta
Cubierta: Pasta flexible
Tamaño: 21.7 x 29.7 cm
Páginas: 328
Edición: Español
ISBN: 978-607-9489-55-7

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La Sala Beckett es un teatro, pero sobre todo es un espacio de creación y de encuentro. Nace de la necesidad de un nuevo espacio para el pequeño teatro del barrio de Gràcia, que llegó al límite de capacidad. El ayuntamiento de Barcelona cedió el edificio abandonado de una antigua cooperativa obrera para que, tras un concurso, se convirtiera en la nueva Sala Beckett. El edificio carecía de valor patrimonial y tras décadas de abandono, estaba en un notable estado de deterioro. La propuesta de Ricardo Flores y Eva Prats mantiene la estructura del edificio original, recupera el patrimonio físico y la memoria acumulada, en lugar de apostar por una nueva construcción. Como arqueólogos contemporáneos los arquitectos inventariaron todos los restos de los elementos del edificio original -puertas, ventanas, pavimentos, rejas, rosetones, plafones- y sin caer en historicismos, les dieron nuevas vidas, en una narrativa que hilvana programas, escalas y anécdotas. Dos salas de teatro, una cafetería, aulas, vestíbulo y servicios generales, conforman el programa final del destilado de ocho años de trabajo, con un proyecto que costó una cuarta parte de lo presupuestado originalmente. “En la nueva Sala Beckett -apunta Juan José Lahuerta- los residua y los detritus del edificio en ruinas que Flores & Prats encontraron quedan investidos de los valores morales que les otorga su redención a través del valor de uso, y que los convierte en lo verdadero.”La Sala Beckett es un espacio donde el objetivo no es hacer productos que funcionen, sino productos que interroguen, que creen dudas, que tengan ganas de cambiar cosas con espíritu crítico.

 

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Repensando las ciudades, desde sus bases https://arquine.com/repensando-las-ciudades-desde-sus-bases/ Mon, 16 Sep 2019 05:20:34 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/repensando-las-ciudades-desde-sus-bases/ Nuevo trabajo en antropología, arqueología y psicología muestra cuán similares somos a los antiguos cazadores-recolectores y lo que esto significa para una comprensión más radical de las ciudades del siglo XXI.

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Las ciudades empiezan en la mente —o así lo pensó Elias Canetti.[1] Los antiguos cazadores-recolectores debieron haber considerado la existencia de colectivos mucho más grandes de aquellos en los que vivían. La prueba, creía, se encontraba en los muros de las cuevas, donde con fidelidad representaban especies que se movían juntas en masas innumerables. Sin duda también consideraron la ilimitada sociedad de los muertos, superando en número a los vivos por órdenes de magnitud. Canetti especuló que las ciudades empezaban en la mente de “masas invisibles”, cuando la gente sólo podía imaginar sus propias sociedades escalando para rivalizar con otros colectivos. Avances actuales en la antropología, la arqueología y el estudio del conocimiento humano nos permiten ver que el autor búlgaro-austriaco-británico andaba tras de algo.

De estudios sobre cazadores-recolectores modernos, obtenemos la idea de que nuestra capacidad de cohesión social evolucionó en el contexto de pequeños grupos de recolectores que comprendían entre 25 y 50 personas en relación de estrecho parentesco. Cuando los recolectores se unían en grupos mayores —para compartir comida, conocimiento, trabajo o encontrar pareja— se supone que esos pequeños grupos eran los bloques para construir algo mayor. Si evolucionamos para interactuar en grupos tan estrechamente unidos, entonces vivir en grandes sociedades —ciudades, naciones y más— va en contra de la línea evolutiva y debe requerir todo tipo de andamiaje de apoyo para lograr que funcione: la invención de la burocracia, del gobierno central, de las agencias especializadas de aplicación de la ley, etc.[2] Ese modelo estándar de una “sociedad humana tradicional” es hoy un poco más complicado. Sabemos también que está equivocado y que es importante ver por qué, pues eso empieza a mostrar lo que podría ser realmente universal acerca de la cohesión en las sociedades humanas.

La historia evolutiva convencionalmente inicia con grupos discretos de recolectores “anidados” dentro de una jerarquía. ¿Qué quiere decir esto? La idea básica es que las unidades sociales elementales se replican a una variedad de escalas, como fractales en la naturaleza o en las matemáticas; pero a diferencia de los fractales en matemáticas, que no tienen límite superior, el crecimiento de los fractales sociales está supuestamente limitad por un rango de factores inherentes, o al menos ese ha sido el conocimiento académico tradicional por mucho tiempo. La unidad más básica de la sociedad humana “antigua” se suponía era la familia basada en la unión de una pareja, que invertían de manera compartida en su descendencia para formar “grupos residenciales” más grandes, de unas 100 o 150 personas. La cercanía biológica era el criterio óptimo de inclusión, así que en su composición, estos grupos residenciales se suponía que eran parecidos a familias nucleares o sus extensiones. Al formarse estos grupos mayores, o así va la teoría, las ligas sociales que los unían se debilitaban y surgía el conflicto. Entre mayor el grupo, menos estable resultaba. Los cazadores-recolectores actuales se supone que son un ejemplo de este tipo de sistema social primordial; pero ahí aparece el gusano en la manzana.

Nuevos estudios en la demografía de cazadores-recolectores de nuestros días —haciendo comparaciones estadísticas de una muestra global de casos, como los hazda en Tanzania y los martu australianos— muestra que las estructuras sociales “anidadas” no existen realmente.[3] El problema clave reposa en la composición de los “grupos residenciales”. Resulta que, revisándolos de cerca, el parentesco biológico primario es menor al 10% del total de los miembros. Muchos participantes provienen de un campo más amplio de individuos que no comparten relaciones genéticas cercanas, están esparcidos en amplios territorios e incluso puede que no hablen la misma primera lengua. Potencialmente incluyen a todos aquellos que se reconocen mutuamente como hadza, martu, baYaka, !Kung San, etc.

Todo lo anterior puede parecer contrario a la intuición. Es como si las sociedades modernas de recolectores existieran simultáneamente en dos escalas radicalmente distintas: una de lazos estrechos y otra virtualmente sin límites, con muy poco entre las dos. Pero desde un punto de vista cognitivo, ese es precisamente el punto. La capacidad neurológica de cambiar entre escalas es lo que hace que la cognición humana sea notablemente distinta a la de otros primates.[4] Los recolectores actuales no son diferentes en ese sentido de los habitantes de las ciudades modernas o de los antiguos cazadores-recolectores. Todos tenemos la capacidad de sentir ligas con millares de otros que puede que nunca conozcamos: tomar parte en una macro-sociedad, que existe la mayoría del tiempo como “realidad virtual” –un mundo de relaciones posibles, con sus propias reglas, papeles y estructuras que se mantienen en la mente y que son actualizadas mediante el trabajo cognitivo de la producción de imágenes y rituales. Los recolectores pueden existir a veces en pequeños grupos, pero no viven en sociedades a pequeña escala —y probablemente jamás lo han hecho.

Nada de lo anterior equivale a decir que el tamaño absoluto de una población no importa en la evolución social. Lo que significa es que no importa en las maneras que solemos asumir. En al menos un sentido, Canetti tenía razón. La sociedad de masas existe en la mente antes de que se vuelva una realidad física; y crucialmente, también existe en la mente después de convertirse en una realidad física. Las ciudades son un caso particular. Son cosas concretas, pero nunca estables. La gente se mueve constantemente y entran y salen de nuestra vista, a veces de manera cotidiana o por temporadas o festividades, para visitar a parientes en otros lugares, para realizar encuentros de negocios, etc. Sin embargo, las ciudades tienen una vida que trasciende todo esto. Eso no se debe a los números absolutos. Se debe a que comúnmente pensamos y actuamos como gente que pertenece a la ciudad —como partes de un cuerpo civil, como londinenses o neoyorquinos. Como lo plantea el distinguido sociólogo urbano Claude Fisher:

La mayoría de los habitantes de la ciudad llevan vidas sensibles circunscritas, raramente van al centro, no conocen zonas de la ciudad en las que ni viven ni trabajan y ven (en cualquier sentido sociológicamente significativo) sólo a una pequeña fracción de la población de la ciudad. Ciertamente, pueden en alguna ocasión —durante las horas pico, juegos de futbol, etc.— estar en la presencia de miles de extraños, pero eso no tiene necesariamente ningún efecto directo en sus vidas personales. […]Los urbanitas viven en pequeños mundos sociales que se tocan pero no se interpenetran.[5]

Todo lo anterior aplica en igual medida a las ciudades antiguas (como dijo Aristóteles de Babilonia, “su captura, dos días después, aun era desconocida para una parte de la ciudad.”) Estas observaciones se hicieron hace mucho tiempo, y pueden parecer obvias, pero colocarlas a la luz de debates evolutivos resulta importante pues arrojan dudas sobre algunas convicciones fuertemente arraigadas sobre cómo se originaron las ciudades y en lo que pueden convertirse.

¿Resultaba vivir en ciudades un reto difícil para que lo venciera nuestra especie, causando todo tipo de nuevas tensiones sociales, obligándonos a inventar soluciones a problemas sin precedentes? Para algunos, es ahí donde la “complejidad social” realmente inicia, con la forja de instituciones y tecnologías para hacer posible la vida organizada a escala urbana. Para otros, significa el punto en el que tuvimos que renunciar a libertades básicas para evitar el caos, delegando nuestro futuro a nuevas clases de administradores, sacerdotes, reyes y políticos-guerreros que tomaran decisiones por nosotros y mantuvieran el orden. Como hemos visto, los estudios evolucionistas apuntan ahora en la dirección opuesta: vivir en ciudades puede no haber sido difícil o contra-intuitivo de ningún modo, pues las ciudades son cierto tipo de grupo ilimitado y —desde el punto de vista de la cognición  humana— vivir en grupos sin límites es efectivamente lo que siempre hemos estado haciendo.

¿Pero qué hay de la evidencia real de ciudades antiguas? Desde al menos los días de Gordon Childe, celebrado arqueólogo en la primera mitad del siglo XX, los estudiosos han tratado de identificar trazos universales de evolución social, asociados con la nueva escala de las poblaciones urbanas. Asentamientos habitados por decenas de miles de personas aparecieron por primera vez en la historia humana hace unos 6,000 años. En los más antiguos ejemplos en cada continente, encontramos las semillas de nuestras ciudades modernas; pero en tanto esos ejemplos se multiplican y nuestro entendimiento de los mismos aumenta, la posibilidad de acomodarlos todos en una esquema evolutivo claro disminuye. No es sólo que algunas ciudades antiguas carezcan de las características esperadas de división de clases, monopolios de la riqueza y jerarquías administrativas. La imagen que surge sugiere no sólo variabilidad, sino experimentación consciente de la forma urbana, desde el momento mismo de su origen. Intriga que mucha de esa evidencia va en contra de la idea de que las ciudades marcaron una “gran ruptura” entre ricos y pobres, conformada por los intereses de las elites gobernantes.

De hecho, sorprendentemente pocas de las primeras ciudades muestran signos de regímenes autoritarios. No hay evidencia de la existencia de monarquías en los primeros centros urbanos del Medio Oriente o del sur de Asia, que datan del cuarto y temprano tercer milenio antes de nuestra era. Incluso antes del origen de la monarquía en Mesopotamia, fuentes escritas nos dicen que el poder en las ciudades permaneció en las manos de concejos y asambleas populares que se autogobernaban. En otras partes de Eurasia encontramos evidencia persuasiva de estrategias colectivas, que promovieron relaciones igualitarias en aspectos clave de la vida urbana desde un inicio. En Mohenjo-Daro, una ciudad con tal vez 40,000 residentes, fundada en las orillas del Indo alrededor del 2600 antes de nuestra era, la riqueza material estaba separada de la autoridad religiosa y política, y gran parte de la población habitaba viviendas de gran calidad. Mil años antes, en Ucrania, asentamientos prehistóricos ya existían en una escala similar, pero sin evidencia asociada de construcciones monumentales, una administración central o marcadas diferencias en cuanto a riqueza. Al contrario, encontramos ordenamientos circulares de casas, cada una con su jardín anexo, formando barrios alrededor de salas de asamblea; un patrón urbano de vida, construido y mantenido de abajo hacia arriba, que duró en esa forma más de ocho siglos.[6]

 

Un patrón similar de experimentación surge de la arqueología en las Américas. En el Valle de México, a pesar de décadas de búsqueda activa, no se ha encontrado evidencia de una monarquía en los restos de Teotihuacan, que tuvo sus días de gloria alrededor del año 400 de nuestra era. Tras una fase temprana de construcción monumental, que erigió las pirámides del Sol y de la Luna, la mayoría de los recursos de la ciudad se canalizaron a un prodigioso programa de vivienda pública, proporcionando apartamentos multifamiliares para sus residentes. Dispuestos en una trama uniforme, estas villas construidas en piedra —con sus finamente aplanados pisos y muros, servicios integrales de drenaje y patios centrales— estaban disponibles para los ciudadanos sin importar su riqueza, estatus o etnia a la que pertenecieran. En un principio los arqueólogos consideraron que estas construcciones eran palacios, hasta que se dieron cuenta de que prácticamente toda la población de la ciudad (todos los 100,000 habitantes) vivían en esas condiciones “palaciegas”.[7]

Un milenio después, cuando los europeos llegaron por primera vez a Mesoamérica, encontraron una civilización urbana de sorprendente diversidad. La monarquía era visible en las ciudades, pero moderada por el poder de guardianes urbanos conocidos como calpulli, quienes se turnaban para cumplir con las obligaciones del gobierno municipal, distribuyendo los cargos más altos entre un amplio sector del altepetl (o ciudad-estado). Algunas ciudades tendían al absolutismo, pero otras experimentaban con un gobierno colectivo. Tlaxcala, en el valle de Puebla, fue muy lejos en esa última dirección. Al llegar, Cortés la describió como una Arcadia comercial, donde “el orden del gobierno hasta ahora observado entre las gentes se parece mucho a las repúblicas de Venecia, Génova y Pisa, pues no hay un señor supremo.” La arqueología confirma la existencia de una república indígena, donde las estructuras más imponentes no eran palacios o templos-pirámide, sino las residencias de ciudadanos comunes, construidas alrededor de plazas en barrios con características uniformemente de alta calidad y elevadas sobre grandes terrazas.[8]

La arqueología contemporánea muestra que la ecología de las primeras ciudades era también mucho más diversa y menos centralizada de lo que alguna vez se pensó. La jardinería y crianza de animales a pequeña escala eran comúnmente centrales en sus economías, como también los recursos de ríos y mares, y la caza y recolección de alimento silvestre en los bosques o humedales, dependiendo el lugar en que se encontraran en el mundo.[9] Lo que gradualmente aprendemos de la historia de los primeros habitantes de las ciudades es que no siempre dejaron una huella dura en el ambiente o sobre cada una; y ahí también hay un mensaje contemporáneo. Cuando los urbanitas de nuestros días toman las calles reclamando el establecimiento de asambleas ciudadanas para atacar los problemas del cambio climático, no están yendo contra el desarrollo de la historia o de la evolución social, sino que siguen su curso. Nos reclaman un poco de la chispa de creatividad política que en principio dio vida a las ciudades, con la esperanza de discernir un futuro sustentable para el planeta que compartimos.


Notas:

1.Canetti, Elias, 1981. Muchnik Editores, Barcelona.

2. Dunbar, Robin I.M. 2010. How Many Friends Does One Person Need? Dunbar’s Number and Other Evolutionary Quirks. Cambridge, MA, Harvard University Press.

3. Bird, Douglas W. et al. 2019.  “Variability in the organization and size of hunter-gatherer groups: foragers do not live in small-scale societies.” Journal of Human Evolution 131: 96-108; véase también Hill, Kim et al. 2011. “Coresidence patterns in hunter-gatherer societies show unique human social structure.” Science 331: 1286–1289; David Wengrow y David Graeber. 2015. “Farewell to the childhood of man: ritual, seasonality, and the origins of inequality.” (The Henry Myers Lecture). Journal of the Royal Anthropological Institute 21 (3): 597–619.

4. Bloch, Maurice. 2013. In and Out of Each Other’s Bodies: Theory of Mind, Evolution, Truth, and the Nature of the Social. Boulder, Co.: Paradigm.

5. Fischer, Claude S. 1977. “Comment on Mayhew and Levinger’s ‘Size and the density of interaction in human aggregates’.” American Journal of Sociology 83 (2): 452–455.

6. Mieroop, Marc Van De. 2013. “Democracy and the rule of law, the assembly, and the first law code,” en H. Crawford (ed.), The Sumerian World. Abingdon; New York: Routledge, pp. 277–289; Possehl, Gregory L. 2002. The Indus Civilization: A Contemporary Perspective. Walnut Creek: Altamira; Wengrow, David. 2015. Cities before the State in Early Eurasia. (The Jack Goody Lecture). Halle: Max Planck Institute for Social Anthropology; Chapman, John, Bisserka Gaydarska y Duncan Hale. 2016. “Nebelivka: assembly houses, ditches, and social structure.” En J. Müller et al. (eds.), Trypillia Mega-Sites and European Prehistory, 4100–3400 BCE. London and New York: Routledge, pp. 117–132.

7. Froese, Tom, Carlos Gershenson and Linda R. Manzanilla. 2014. “Can government be self-organized? A mathematical model of the collective social organization of ancient Teotihuacan, Central Mexico.” PLOS One 9 (10): e109966; Robb, Matthew H. 2017. Teotihuacan: City of Water, City of Fire. San Francisco: Fine Arts Museums of San Francisco and University of California Press.

8. Fargher, Lane, Richard E. Blanton, and Verenice Y Heredia Espinoza. 2010. “Egalitarian ideology and political power in prehispanic Central Mexico: the case of Tlaxcalan.” Latin American Antiquity 21 (3): 227–251; Fargher, Lane et al. 2011. “Tlaxcallan: the archaeology of an ancient republic in the New World.” Antiquity 85: 172–186.

9. Pournelle, Jennifer. 2003. Marshland of Cities: Deltaic Landscapes and the Evolution of Mesopotamian Civilization. University of California: San Diego.


David Wengrow es arqueólogo y autor de los libros What Makes Civilization? y The Origins of Monsters. Este ensayo se publicó originalmente en inglés y aparece en español con permiso de su autor.

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