Resultados de búsqueda para la etiqueta [amazonía ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Tue, 20 Dec 2022 01:05:25 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Leticianeidad 4: En el cabildo https://arquine.com/leticianeidad-4-en-el-cabildo/ Tue, 20 Dec 2022 07:00:05 +0000 https://arquine.com/?p=73578 Darío es colaborador de Valeria y estudiante de biología en la Universidad Nacional de Colombia. Es de Leticia. Cuando no está estudiando en Bogotá, Darío toma fotografías de animales que se encuentra en la selva, sobre todo herpetos.

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En colaboración con Darío Alarcón Naforo

 

Íbamos en la moto muy rápido por los kilómetros, camino a CIHTACOYD. Era uno de mis últimos días en Leticia. Ya para entonces nos habíamos dado por vencidos de encontrar a Sandra. Las reservas cerraron sus puertas y las caminatas con Pelacho por el kilómetro 11 no dieron resultado. En la moto, Darío y yo hablábamos del skate. Me contaba que la primera vez que vio una patineta fue en casa del Doctor Silva, un médico que llegó a Leticia de otro lado y se especializó en toxicología. Mantenía en su casa una colección abundante de serpientes, de las que extraía el veneno para estudiarlo. Una tarde, Darío se metió a robar zapotes y lo que le llamó la atención fue una patineta. Luego la vio otra vez en MTV, pero no fue sino hasta mucho tiempo después que por fin pudo hacerse de una tabla. Resultó un buen patinador. En su cuarto tenía un par de premios colgados por ahí y ahora era considerado un veterano en Leticia. Me dijo que patinaría hasta que el cuerpo se lo prohibiera.

–Saco mucho de las cosas que tengo guardadas.

Hace tiempo que el asfalto de los kilómetros se había vuelto tierra. En algún punto, el camino simplemente se terminó frente a la selva. Ahí estacionamos la moto y nos internamos por una trocha ancha que Darío llamaba el “camino nuevo.”

Darío es colaborador de Valeria y estudiante de biología en la Universidad Nacional de Colombia. Es de Leticia. Cuando no está estudiando en Bogotá, Darío toma fotografías de animales que se encuentra en la selva, sobre todo herpetos. En su cuenta de instagram (@dario.alarcon) lleva este minucioso registro de especies, donde a menudo complementa la clasificación científica con el conocimiento tradicional sobre ciertos animales. En el cabildo ya lo conocen como Culebrero. Él y su madre Maritza se involucraron en el proceso del cabildo desde el inicio, en el primer mambeadero que surgió en Leticia. Eventualmente, los abuelos le encomendaron la tarea de filmar una serie de videos en los que se explicara el proceso político de asentamiento a partir del cual se formó esta comunidad, el Cabildo Indígena Herederos de Tabaco, Coca y Yuca Dulce.

Una media hora después, dimos con un claro en la selva. Esparcidas entre las chagras de yuca y coca había pequeñas casas de madera. Estábamos en el cabildo. Mientras dábamos la vuelta, Darío me contó el proceso de asentamiento. Primero era socavar, limpiar las plantas rasas y pequeños árboles. Después venía la tumba de los árboles más altos, que se dejaban secar para posteriormente quemarse, un proceso que nutría la tierra y permitía la siembra de la chagra. Finalmente venía la construcción, que empezaba por la maloca a la cual nos acercábamos lentamente.

Un gallo atravesaba la cancha de tierra muy tranquilo. Desde afuera, la maloca era una estructura circular de madera con un techo de hojas y una chimenea en el vértice para expulsar del interior el humo y el aire caliente. Por adentro, la maloca era una sombra refrescante, algunas hamacas, los pensadores donde se sientan los abuelos en la noche. Darío sirvió dos vasos de agua. Yo le pregunté por qué le habían encargado a él los videos.

–Me vieron un potencial donde no había –dijo, riéndose. No sabía nada de videos. Fue un reto. Pero un reto bonito.

En los videos, la cámara le da la palabra a varios habitantes del cabildo, que conversan mientras llevan a cabo sus tareas diarias. “Nosotros venimos de una tradición oral” me explicó Darío, de ahí la lógica de los videos. Las voces reconstruyen a coro la joven historia del cabildo. Cuentan que empezó como una idea de tres mujeres, a partir de la cual se formaron reuniones entre personas de pueblos Murui, Miraña, Okaina y Bora que, por diversas razones –trabajo, educación, violencia–, se tuvieron que desplazar a Leticia, el centro urbano. Puesto que este desplazamiento es común, el cabildo desde entonces ha incorporado a miembros de quince pueblos diferentes. Eventualmente, decidieron asentarse en un territorio fuera de la ciudad. Oficialmente, donde hoy está CIHTACOYD se consideraba un terreno baldío, pero en el primer video Silvestre Teteye, gobernador del cabildo, explica: “nosotros, comprendiendo desde lo tradicional, sabemos que ninguno de los territorios están baldíos sino que están cubiertos por cada uno de estos pueblos”. Se refiere a los pueblos Yagua, Cocama y Magüta, que son las autoridades tradicionales en esta parte del Amazonas. Después de recibir su aprobación, continúa Silvestre Teteye, se sentaron para “desde el tabaco y la coca hacer la conexión con los espíritus de estos territorios solicitándoles el permiso”. Solo tras esto inició el asentamiento: la preparación del terreno, la siembra de la chagra, la presencia de la maloca y la construcción de las casas. Los últimos videos muestran las diversas maneras como los integrantes habitan el espacio, ahora que ya existe.

Salimos de la maloca y emprendimos el regreso. Darío me comentó que seguía trabajando en los videos. Dijo que le parecía importante documentar este proceso, al mismo tiempo que sentía un conflicto por estarse apartando del carácter estrictamente oral de la palabra. De cierta manera, es otra más de las negociaciones que le toca hacer a menudo: entre la biología y el conocimiento tradicional, entre la escuela y la palabra de los abuelos, entre las noches en el mambeadero y los días en la dinámica urbana de Leticia o Bogotá. CIHTACOYD había desaparecido hace mucho, apenas unos cuantos metros después de que nos internamos por la trocha. Muy rápido la selva se cerró sobre nosotros. El camino subía y bajaba por las caprichosas escaleras que las raíces de algunos árboles inventaban ante nosotros.

–No me gusta la ciudad– comentó Darío, cuando ya llegábamos a la moto.

Uno o dos días después de la visita al cabildo, nos fuimos de Leticia sin haber visto ni siquiera el más mínimo rastro de Sandra. Durante buena parte de un vuelo de dos horas a Bogotá, debajo de nosotros solamente se veía la selva, surcada por el culebreo ondulante de cientos de vertientes. No sabíamos que, unos meses más tarde, dos Sandras se aparecerían como si nada una tarde adentro de la casa de Darío.  

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Leticianeidad 3: Fantasías tropicales https://arquine.com/leticianeidad-3-fantasias-tropicales/ Tue, 08 Nov 2022 15:08:47 +0000 https://arquine.com/?p=71530 Con la excepción de su función turística, todo otro contacto con la selva está prohibido dentro de los límites de esa propiedad privada. Conservar significa entonces extraer al ser humano de la ecuación ecológica, porque las reservas parten de la premisa errónea de que cualquier tipo de intervención humana es dañina de por sí.

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Nuestro plan original era buscar a la Sandra en las reservas ecológicas que existen a lo largo de “los kilómetros”, sobre todo a partir del 11. Sin saber que le ladrábamos al árbol equivocado, una tarde nos presentamos en una reserva donde Valeria tenía un contacto. Se trataba del encargado, un señor muy agradable que estaba dispuesto a colaborar, pero que al final le respondía a los dueños (uno de los cuales, siguiendo la tradición hacendada, no vivía en Leticia). Nos recibió en una palapa de unos seis o siete metros de altura, con un techo de hoja amarradas al estilo de las malocas. Aunque no estuviéramos lejos de la carretera, el ambiente había cambiado de golpe y ahora sólo se escuchaban los insectos y el crujido intermitente de alguna rama. Era como si, de pronto, hubiéramos aparecido en un campamento abierto en algún claro en mitad de la selva, con apenas dos o tres estructuras de lo más rudimentarias.

El encargado nos pasó a tomar un tinto a la “cocina,” una estructura de madera sin barnizar, con techos de hoja y pared de mosquitero, cubierta por la eterna sombra de la selva, con un foco colgado por ahí. Valeria le explicó el proyecto y él quedó en que hablaría con los dueños. Le pagamos una noche de hospedaje en las cabañas escondidas más adentro de la reserva en lo que se fraguaba el permiso, y luego del tinto uno de los guías nos condujo hacia allá adentro. Trepamos entonces a otra altura de la selva, otro punto de vista, tal como se percibía panorámicamente a través de la pared de mosquitero. 

Cuando oscureció, el mismo guía nos llevó a caminar por las trochas que serpenteaban por la propiedad. El tour venía incluido con el hospedaje. Esa noche, a la luz de nuestras humildes linternas de cabeza, fue la primera vez que caminé en la selva. Mi impresión fue la de sentirme observado sin ser capaz de identificar qué me observaba y desde dónde. También me gustó caminar a una hora en la cual el ruido es ya apenas un murmullo de insectos y moscos, interrumpido solo a veces por un crujido o algún golpe o quizá el canto desvelado de cierta rana. 

Nos levantaron los pájaros desde temprano. En la cocina, el encargado bebía su tinto. Nos dijo que los dueños no querían que buscáramos a la Sandra ahí. 

Lo mismo sucedió con otras reservas, pese a que los permisos gubernamentales estuvieran al día. Nos sorprendió la respuesta ya que estas reservas se presentan antes que nada como espacios de conservación ecológica. En teoría, el turismo es solamente la forma como puede sostenerse esta “noble” misión. Por eso nos pareció lógico preguntar ahí para empezar. Pero, para las reservas, conservación no significa investigación, significa prohibir la intervención humana en su propiedad para permitir que la selva resurja ahí donde fue talada o donde está en riesgo de ser urbanizada. Con la excepción de su función turística, todo otro contacto con la selva está prohibido dentro de los límites de su propiedad privada. 

Conservar significa entonces extraer al ser humano de la ecuación ecológica, porque las reservas parten de la premisa errónea de que cualquier tipo de intervención humana es dañina de por sí. Esto sin duda incluye a los potreros y balnearios que talan la selva alrededor de “los kilómetros” para explotar la tierra. Pero también incluye a la biología, que a veces tiene que manipular especímenes, e incluso la cacería y otras prácticas de las comunidades indígenas de la zona. A su entender, todas las anteriores son igual de dañinas, aunque en el fondo sepamos que no es así y que, además, para culturas que se han formado en la selva, resulta absurda la idea de separar al humano del ecosistema. Como dice Davi Kopenawa,  “en el bosque, los seres humanos somos la “ecología”. Pero también lo son los xapiri (espíritus), las presas, los árboles, los ríos, los peces, el cielo, la lluvia, el viento y el sol. Lo es todo lo que llegó a ser en el bosque. Somos los habitantes del bosque, nacimos en medio de la “ecología” y crecimos aquí.” (393). 

De esto probablemente deriva una idea de conservación mucho más interesante que la de colonizar tierras para convertirlas en jardínes privados. Sobre todo porque, en la prática, ya sea desde la ingenuidad o el cinismo, estas reservas son complejos ecoturísticos que también usan la selva y que son parte fundamental de la urbanización emergente de “los kilómetros.” Una noche en la terraza de Ana, ella y Gabriel nos hicieron ver que las reservas operan esencialmente como hoteles. A la propiedad se le saca provecho de esta forma. Y si los miembros de las comunidades de la zona ––que fungen como constructores, guías, peones y cocineras–– representan la fuerza de trabajo, la selva es el gran capital invertido por los terratenientes (de ahí la importancia real del “no tocar”). 

La arquitectura, en este contexto, es la encargada de asegurar un flujo de turistas, ofreciendo un hospedaje de primera. Una experiencia, más bien. El café en la cocina rústica rodeada de árboles, la cabaña en las alturas, el paseo nocturno, el olor de la selva por la mañana…todo esto. Y, casi sin darse cuenta, uno se desliza a una fantasía. Por eso en casa de Ana nos decían que las reservas eran un lugar para que el turista urbano realice sus fantasías coloniales sobre el Amazonas, para que encarne un par de días la figura literaria del explorador que se interna en un bosque virgen, puro y salvaje, un bosque que ningún otro hombre ha pisado antes. 

Dice mucho el que la operación arquitectónica principal sea la del aislamiento de la carretera. Los senderos, que en el paseo nocturno se sentían infinitos, en realidad se mantienen lo suficientemente lejos de los bordes de la propiedad como para que no se escuchen los vallenatos del vecino. Lo mismo la zona principal de la reserva que, separada de “los kilómetros” por un sendero, se aparta de sus sonidos como si no tuviera nada que ver con ellos. Esto es necesario para que la fantasía de la selva salvaje funcione para el turista y para que las reservas se pongan su disfraz ecologista. Pero es bien sabido que las reservas crecen junto a la carretera, dentro de su sistema. Y a su alrededor surgen a su vez satélites en la forma de tiendítas, puestos de empanadas o artesanías, pues, aunque lo nieguen, estos espacios son una de las grandes fuerzas de gravedad allá en la urbanización emergente de la carretera.  

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Leticianeidad 2: La Triple Frontera https://arquine.com/leticianeidad-2-la-triple-frontera/ Thu, 15 Sep 2022 12:42:12 +0000 https://arquine.com/?p=69152 Construido a través de estructuras que se montan y desmontan fácil (como los puentes), que se multiplican si es necesario (como las parrillas), que mutan para acomodar a un pariente (como los puestos), o que se acuerdan sobre la marcha, el puerto se caracteriza por lo provisional de su infraestructura. Aún así, buena parte de economía regional pasa por esos muelles, formal, informal o de cualquier otro tipo.

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El mirador

Para llegar a Tabatinga, hay que seguir derecho por la Avenida Internacional hasta que, pasando la gasolinera de los helados ricos, los letreros comerciales empiezan a estar en portugués. Entonces ya estás en Brasil. Íbamos en el asiento trasero de un motocarro (o tuk tuk) con dirección al puerto. Cuando se detuvo, le pagamos al chofer más de la cuenta en pesos para que nos devolviera cambio en reais, una práctica habitual de su oficio. 

Atravesamos el puerto y subimos por un callejón al mirador, donde nos gastamos el cambio en unas cervezas. El cuerpo gordo y desparramado del río Amazonas estaba enfrente. A lo lejos se enroscaba entre la selva. Más cerca, en la misma orilla que Tabatinga, alcanzaba a verse Leticia, mientras que al otro lado del río se asomaban los palafitos de Santa Rosa del Yavarí, un pequeño asentamiento peruano. 

Una lancha larga y angosta te cruza sin ningún problema de Leticia o Tabatinga a Santa Rosa y a la inversa. Esas embarcaciones rebotan todo el tiempo entre las tres bandas de la triple frontera, en una carambola que arrastra de un lado a otro modas, marcas, parientes, negocios, ritmos, fayuca hecha en China, frutas, predicamentos evangélicos y un sin fin más de eslabones que, en conjunto, caracterizan la cultura regional. Sin tanta aduana, me pareció una cultura plenamente fronteriza en la que se confunden tres países, dos lenguajes oficiales (entre otros), varios credos, tres monedas (aunque el peso peruano circula poco) y productos provenientes de los tres puntos, de Inca Kola a Pony Malta, de gas brasileño a cerveza Póker. 

 Por otra parte, antes de que algún tratado firmado lejos de ahí partiera la zona en tres países, la región funcionaba de acuerdo a otra geografía política y cultural que, con sus mutaciones, sobrevive. De las poblaciones indígenas y sus intercambios proviene la memoria histórica de la región, que se traduce en el conocimiento necesario para aprovechar recursos como los peces de río o los frutos de temporada, para cultivar las chagras de yuca, explicar la importancia de plantas como el tabaco y la coca y para habitar ese ecosistema en general. Esta otra geografía, que se traslapa y permea la cultura cotidiana de la trifrontera, diluye aún más la validez que la división política del mapa tiene en la vida diaria. 

El puerto

En los muelles, la actividad no cesaba. Lanchas cargando pasajeros y pencas de plátano verde asediaban desde varios frentes. Su técnica de arribo consistía en clavarse entre dos de las muchas embarcaciones estacionadas para luego empujarse de éstas hasta abrirse un hueco. La gente desmontaba en una primera estación y, haciendo equilibrio con sus bultos, atravesaba un puente improvisado con tablones (mismo que se levantaría fácilmente al llegar las secas). En la orilla, las parrillas de pollo asado que se habían montado temprano rebosaban de gente y, cruzando la calle, ya sonaba el funky en los puestos del mercado, que empezaban a revelar sus cremas, brochas, pinzas, sombras y delineadores. 

Construido a través de estructuras que se montan y desmontan fácil (como los puentes), que se multiplican si es necesario (como las parrillas), que mutan para acomodar a un pariente (como los puestos), o que se acuerdan sobre la marcha, el puerto se caracteriza por lo provisional de su infraestructura. Aún así, buena parte de economía regional pasa por esos muelles, formal, informal o de cualquier otro tipo. Empujada por Manaus, Tabatinga es la ciudad más grande de la zona y en su puerto confluyen lenguajes, prácticas culturales, formas de vida y economías. Su arquitectura improvisada permite la articulación de lo que Verónica Gago llama la economía abigarrada latinoamericana: una red donde se confunden formalidad e informalidad, piratería y autogestión comunitaria, emprendimiento y cooperación, el comercio global y el tráfico de coca que se siembra y raspa adentro de la selva, que las mulas de Perú y Colombia transportan en lancha hacia Tabatinga y que luego sale por el río en dirección a Manaus. Por eso es que, en la trifrontera, nociones como globalización, libre comercio o autonomía pueden tener muchas caras a la vez. 

Gago explica que la economía abigarrada forma configuraciones inestables que todo el tiempo están mutando. En otras palabras, la gente allá se gana la vida como puede, alternando chambas, dando y recibiendo apoyo familiar, camellando un tiempo en el negocio de unos parientes, sobreviviendo otro rato con una beca o levantando alguna cooperación o emprendimiento con un parche. Mantenerse es un reto diario para casi cada habitante, y a menudo exige transitar y adaptarse a un lado y otro de las fronteras. En este contexto, la provisionalidad de la arquitectura portuaria tiene sentido. Al final, es una arquitectura flexible que responde ágilmente a necesidades cambiantes, modalidades económicas diversas y a distintas tradiciones constructivas de la región. Pero, sobre todo, es una arquitectura que garantiza fronteras porosas, porque de esa condición dependen buena parte de los habitantes en su día a día.

 

La Copa América

Si esta porosidad se traduce en una cultura fronteriza y cosmopolita, esto no necesariamente cancela el deseo de pertenecer a algún tipo de nación. En los puestos del mercado junto al puerto dominan las playeras de las tres selecciones, en todas las tallas, para mujer y para hombre, de varios niveles de pirata. La noche del partido de Copa América entre Colombia y Brasil, la verdeamarela celebró en pleno Leticia, igual que Perú unos días antes y con tremendo escándalo. Cuando Colombia le ganó a Uruguay en cuartos, la gente en Leticia salió por fin a desahogarse en una caravana de motos que le dio la vuelta a toda la ciudad. 

Ana y Gabriel, del posgrado en estudios amazónicos, me contaron que la explosión urbana de Leticia se remonta al boom de la coca en los setenta, cuando empezaron a llegar migraciones del interior en busca de fortuna. Algunas de esas migraciones constituyen poblaciones con negocios, jerarquías, barrios y tradiciones propias. Lo entendí un sábado que fuimos a la fiesta de San Pedro en el barrio opita. La gente del Huila ocupó la calle con mesas de plástico y preparó lechona (un cerdo relleno de arroz cocinado a fuego lengo, como carnitas). La vieja guardia vestía sus trajes tradicionales. Toda la tarde, “el Sanjuanero” y otros joropos se encargaron de reunir a esa gente y llevarla a su tierra, lejos de Leticia. 

Pero es verdad que esos eran días patrios, de fiesta y fútbol. Pronto desaparecían y con el guayabo sólo quedaba el movimiento arrullador de las lanchas que rebotan sin cesar, como diría Guimarães Rosa, entre las tres orillas del río. 

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Amazonia urbana, una breve prehistoria https://arquine.com/amazonia-urbana-2/ Thu, 12 Sep 2019 13:00:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/amazonia-urbana-2/ Amazonia ha sido recurrentemente representada por estados e imperios, incluso por las ciencias naturales, como una geografía vacía y sin historia. Nada más alejado de la realidad.

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Amazonia ha sido recurrentemente representada por estados e imperios, incluso por las ciencias naturales, como una geografía vacía y sin historia. Nada más alejado de la realidad. El bosque tropical más vasto del mundo cuenta con una historia urbana fascinante. El fraile extremeño y dominico Gaspar de Carvajal, cronista de la expedición de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana, al descender el Napo y el Amazonas entre 1541 y 1542 describió una serie de asentamientos que poblaban largas extensiones de las riberas de ambos ríos. El segundo bergantín de la expedición que había partido desde Quito hacia el oriente en busca de El Dorado, y que fue construido cerca de la desembocadura del río Napo, era atacado incesantemente por flotillas de canoas que se reaprovisionaban velozmente. Las grandes y organizadas ciudades interconectadas por caminos y sinuosos esteros que elogia Carvajal en su crónica, formaban un sistema complejo de cacicazgos o señoríos eficientemente vinculados entre sí.

La compleja constelación social que se entretejía con la selva en el siglo XVI fue casi olvidada por los estudiosos de la prehistoria americana durante centurias. Sin embargo, las cerámicas que emergían cuando se excavaban los suelos de Marajó, Manaus, Santarém, Iquitos, el Beni, los llanos de Mojos, o a lo largo del mismo Napo, tierra de los antiguos Omaguas, parecían apuntar hacia la existencia precolombina de sofisticadas sociedades en la región. En la década de los 60, la arqueóloga estadounidense Betty Meggers y su esposo Clifford Evans lideraron el establecimiento de la arqueología amazónica moderna. Sus hallazgos de cerámica en los promontorios de Marajó atrajeron una atención sin precedentes hacia una región donde los métodos estratigráficos tradicionales de la arqueología son difíciles de aplicar. Los suelos amazónicos son sumamente acuosos y dinámicos: sus capas se revuelven incesantemente. Paradójicamente, Meggers, la pionera de la arqueología moderna en la región fue la principal promotora del estancamiento parcial de la disciplina. En su influyente libro Amazonia: Man and Culture in a Counterfeit Paradise (Amazonia: hombre y cultura en un paraíso ilusorio, 1971), postuló que los suelos de Amazonia, en su mayoría ácidos y pobres, eran incapaces de sustentar una agricultura intensiva, prerrequisito —como lo había establecido el arqueólogo australiano V. Gordon Childe en 1935— de toda urbanización. El convincente “determinismo medioambiental” de Meggers contribuyó a perpetuar el mito de Amazonia como una zona paleolítica, congelada en el inicio de los tiempos. Cuando le preguntaron a Meggers cómo explicaría la existencia de cerámica compleja en el Amazonas, respondió que probablemente era resultado de incursiones andinas en la cuenca. Sin embargo, existían anomalías —de aquéllas que según Kuhn obligan a las ciencias a desenrollarse— que ponían en duda la teoría de Meggers, por lo menos en ciertas áreas del trópico sudamericano. Una de ellas era la edad de algunas cerámicas amazónicas: las más antiguas de aquéllas conocidas en el continente. En base a sus estudios etno-arqueológicos, el antropólogo estadounidense Donald Lathrap se atrevió a lanzar la hipótesis, en la década de los 70, de que el movimiento “civilizatorio” había sido al revés: los amazónicos habían plantado algunas de las semillas (literal y figurativamente) que facilitaron el surgimiento de las grandes culturas andinas. Las semillas de cacao más antiguas que se conocen, por ejemplo, se han encontrado en el Alto Amazonas; y el maíz, de origen mesoamericano, fue —según estudios genéticos— inicialmente domesticado en la cuenca amazónica.

En la década de los 80, la arqueóloga estadounidense Anna Curtenius Roosevelt publicaría evidencia contraria a la hipótesis del determinismo medioambiental de Meggers. Trabajando en estrecha colaboración con arqueólogos brasileños, Curtenius R. aplicó tecnologías geofísicas de teledetección a su investigación arqueológica. Dichas tecnologías se estaban aplicando en Brasil al estudio geológico de territorios complejos y sus recursos. Los arqueólogos brasileños estuvieron entre los que lideraron su transferencia a los estudios de campo de la arqueología en Amazonia y otros lugares. Curtenius lideró, además, la excavación de la Caverna da Pedra Pintada, en el estado de Pará, entre 1990 y 1992. La datación sugiere que la pintura rupestre se ubica entre las más antiguas del hemisferio occidental y que pobladores amazónicos ocuparon la caverna por primera vez hace diez u once mil años. Cerámica que data de hace 7.500 años denota una re-ocupación. Los descubrimientos de la Caverna revolucionaron las narrativas arqueológicas, pues revirtieron su orden al ubicar la cerámica amazónica entre las más antiguas de América. En el año 1991, Curtenius R. publicó Moundbuilders of the Amazon: Geophysical Archaeology on Marajo Island, Brazil (Constructores de montículos de Amazonia: arqueología geofísica en la Isla de Marajó, Brasil). En este libro, su autora postula que en Amazonia pre-colombina se desarrollaron sociedades complejas cuyos logros culturales tangibles incluyen la domesticación y semi-domesticación de infinidad de especies útiles (alimenticias, medicinales, artesanales y constructivas), técnicas imbatibles de manejo forestal, policultivo intensivo, cerámica, sistemas de asentamiento sustentados por considerables infraestructuras públicas, y otros signos de complejidad social. Este vasto territorio, sin embargo, ha sido representado como una selva sin historia, una terra nullius pronta a la apropiación y la colonización.

Además de la cerámina antigua, otra “anomalía” que ponía en duda la teoría de Meggers, era la presencia de terra preta, un humus oscuro y sumamente fértil que existe en varios lugares habitados de Amazonia, generalmente acompañada de terra mulata, a lo largo de un sinnúmero de arterias fluviales de diversas escalas e incluso en las zonas interfluviales. Ambas tierras son aptas para la agricultura intensiva y se sabe ahora que ambas son antropogénicas. La arqueología satelital, combinada con investigaciones de sitio, está cartografiando con cada vez mayor precisión la extensión, ubicación y profundidad de estas tierras negras. El arqueólogo brasileño Eduardo Neves, entre otras importantes contribuciones, ha recopilado las cartografías de varios colegas en un esfuerzo por visualizar la magnitud de la presencia de estas tierras fértiles en la cuenca. A los suelos existentes hay que añadir los “suelos ahumados” que con gran dedicación atizan los pueblos amazónicos. Susanna Hecht describió en detalle cómo los Kayapó utilizan el fuego de manera contenida, como una suerte de “fuego tibio,” para fijar el carbono y generar suelo fértil ahumando la hojarasca que se acumula en el bosque y las chakras. Estos suelos sirven de fermento para los policultivos, cuya lógica de bosque productivo o cultivado imita la compleja lógica de la selva, cuya densa biomasa prospera, en aparente paradoja, incluso sobre los suelos ácidos en los que se enfocó Meggers. La ciencia todavía no ha logrado explicar satisfactoriamente cuáles son los complejos mecanismos mediante los cuales se reproduce la vida sobre un estrato mineral que normalmente se asociaría con la infertilidad. La selva se alimenta de sí misma y prospera reabsorbiendo su sistema de incesantes ciclos de vida y muerte. La lógica cíclica de la selva y la agricultura concebida como policultivo contribuyen a desarticular la hipótesis del determinismo medioambiental.

La ecologista brasileña Carolina Levis, cuyo trabajo se concentra en comprender cómo poblaciones humanas pasadas y presentes han domesticado y domestican forestas, ha reunido una serie de estudios disgregados sobre la ubicación y distribución de especies tradicionalmente utilizadas en la selva. Cada especie vegetal cuenta con una huella espectral distintiva y única. Gracias a los avances tecnológicos es ahora posible programar a un satélite para que mapee una especie en particular mediante la identificación de su huella espectral. Levis y sus colaboradores sintetizaron la información existente para aproximadamente cincuenta especies utilizadas en la dieta, la medicina y la construcción tradicionales. Los resultados son reveladores: como puede verificarse en los mapas de la figura 2, la distribución de especies útiles en grandes tramos de Amazonia no responde a un patrón evolutivo ni medio ambiental. Este tipo de investigación, que sintetiza el conocimiento generado por varias disciplinas (etnobotánica, biogeografía, ecología, y otras) está demostrando que Amazonia es un foresta tropical altamente antropogénica a pesar de su escala continental. Si se hace un esfuerzo por comprender este fenómeno dentro de un marco ontológico indígena, en el cual el concepto de “naturaleza” se pulveriza y el de “ciudad” se dispersa y redefine como constelación de asentamientos vinculados por vías fluviales o senderos y caminos, la relación entre sociedad humana y medio ambiente se establece como simbiótica.

Evidencia adicional que apoya la tesis de Lathrap sobre el papel germinal que jugaron las culturas de la cuenca amazónica en el desarrollo regional de América del Sur, fue desvelada por la deforestación en Acre. Conforme la “modernización” agrícola y ganadera de Brasil pelaba la selva, cientos de formaciones territoriales de evidente impronta humana comenzaron a emerger de la oscuridad. El arqueólogo brasileño Ondemar Dias fue el primero en divisar, en 1977, lo que el geógrafo brasileño Aleu Ranzi llamaría “geoglifos”. Gracias a sus sobrevuelos por la región, Ranzi pudo describir una serie de inscripciones en el paisaje. En colaboración con otros geógrafos y arqueólogos, recabó información medio ambiental que le permitió inferir que las formaciones de tierra eran construcciones estratégicas en una foresta que había sido hábilmente conformada y manejado por milenios.

En el Alto Amazonas, en Bolivia, en la década de los 70, cuando las compañías petroleras estaban penetrando las selvas en su búsqueda de combustibles fósiles, el ingeniero de petróleos Kenneth Lee se quedó fascinado con las grandes y complejas formaciones de tierra que aparecían conforme se realizaban los trabajos de prospección. Lee se volvió un arqueólogo amateur y atrajo la atención a la región de arqueólogos profesionales especializados en el trópico como Clark Erickson, quien ha estudiado con profundidad las sociedades precoloniales del Beni. En 1961, el geógrafo estadounidense William Denevan ya había notado la presencia de lo que llamó “arqueología agrícola” en el Beni. Casi todas las estructuras de tierra se esparcían en una amplia llanura, los Llanos de Mojos, donde los Jesuitas habían reducido a la población indígena entre 1668 y 1767, dejando maravillosas estructuras y reveladores relatos a su paso. Los caciques de los habitantes del Baures, aseveraban, tenían el poder para declarar guerras, movilizar solados, mantener el orden público y organizar las actividades agrícolas. En la década de los 90, un equipo boliviano-estadounidense liderado por Erickson dio inicio a una rigurosa y extensiva investigación de la arqueología del paisaje en esta zona, la región nororiental del Beni. Erickson argumenta que allí habitó una de las culturas más complejas, densas y elaboradas de Amazonia. En sus palabras, “los caminos formales [del Beni] son transformaciones planificadas, a gran escala, del paisaje” (Erickson, año, 21). Según varios antropólogos que estudiaron la organización política hereditaria de los baure, la describieron como un ejemplo clásico de “señorío”, cacicazgo o curacazgo. Sus poblaciones incluían grandes plazas públicas punteadas en su centro por una casa del señor o templo. Alrededor de la plaza se hallaban cientos de casas organizadas a lo largo de calles o amplias avenidas. Algunos de los poblados estaban protegidos por altas palizadas o rodeados por profundos fosos. (Erickson, año). Se estima que los pueblos prehispánicos del Beni abandonaron sus islas de bosques, terraplenes y canales entre 1400 y 1700 e.c. (Mann 2000). Erickson infiere que un complejo mosaico de sociedades interconectas por una red de intercambio y comunicación hilvanada con alianzas o guerras, habitó los Llanos de Mojos. Este sistema de señoríos se expresa en los miles de kilómetros lineales de canales y caminos que dejó inscritos en el palimpsesto amazónico, así como en las huellas de grandes asentamientos humanos y los sistemas de agricultura intensiva que les dieron sustento. Los arqueólogos aseguran que no existe suficiente evidencia etnográfica, arqueológica o histórica como para afirmar que en la Amazonía existió alguna forma de autoridad centralizada y represiva, o la división jerárquica del trabajo que caracteriza las sociedades estatales. Erickson sugiere que las geomorfologías del Beni, por ejemplo, fueron erigidas por sociedades “heterárquicas”, un término que utiliza para describir a los grupos de comunidades entrelazadas por redes flexibles de parentesco, alianza o asociación informal (Mann 2000).

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Vivienda colectiva del Amazonas https://arquine.com/vivienda-colectiva-del-amazonas/ Thu, 29 Aug 2019 13:00:48 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/vivienda-colectiva-del-amazonas/ Los Yanomamis viven en grandes casas comunales de forma circular llamadas yanos o shabonos. En algunas se pueden alojar hasta 400 personas. La zona central de la vivienda es utilizada para actividades colectivas como rituales, fiestas, juegos, entre otras.

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Un millón de indígenas que viven en las selvas del Amazonas están en peligro inminente debido a los graves incendios reportados en la región en las últimas semanas, según denuncia el Grupo Internacional de Derechos de las Minorías (MGR), que exige medidas concretas a los líderes reunidos en la cumbre del G7 en Biarritz.
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Una de las tribus que podría ser más afectada son los Yanomamis, quienes conforman el pueblo indígena relativamente aislado más numeroso de América del Sur. Viven en las selvas y montañas del norte de Brasil y del sur de Venezuela. Hoy en día su población oscila aproximadamente a las 35.000 personas.

Los Yanomamis viven en grandes casas comunales de forma circular llamadas yanos o shabonos. En algunas se pueden alojar hasta 400 personas. La zona central de la vivienda es utilizada para actividades colectivas como rituales, fiestas, juegos, entre otras.

Según Graziano Gasparini​ en su libro Arquitectura Indígena en Venezuela​. Los shabonos son unas formas elementales de construcción de una protección para ser habitados. Conforman habitualmente un círculo irregular que alberga en su centro el espacio comunitario. Este círculo está formado por una serie de paravientos llamados “tapirí” con una sola pendiente. En ocasiones, en lugar de formar un círculo, forman una hilera. ​Cada paraviento pertenece a una familia, la parte más baja de la construcción sirve como espacio de almacenaje y de protección.

​Los tapiri se unen hasta formar un circulo y solo dejan unas puertas que conectan el shabono con el exterior. ​

​Cada familia tiene una hoguera propia donde prepara la comida durante el día y por la noche cuelgan las hamacas cerca del fuego hasta el amanecer. ​

Tradicionalmente sus asentamientos están ubicados en la zona interna de la selva, ubicados en territorios cercanos a caños menores de la red de ríos de la región, hoy en día los asentamientos más poblados se encuentran en el Alto Orinoco.
La vivienda Yanomami es levantada con soluciones técnicas y formales primitivas, y su estructura circular permite que todo gire alrededor de él.

El tamaño de la vivienda colectiva lo determina la cantidad de habitantes de cada comunidad, sus medidas oscilan entre los 20 y los 50 metros de diámetro con techos de tierra.

Lo esencial de la vivienda es el gran espacio colectivo que se funde en la integración de los espacios techados y abiertos, una concepción espacial que es consecuencia de una vida colectiva ancestral, arraigada y compartida para toda la comunidad.

El shabono es una vivienda efímera, dura aproximadamente dos años luego de que su techumbre empiece a ceder por el agua de la lluvia. El siguiente edificio se construirá en el mismo sitio donde luego de quemar los restos del anterior, se levanta la nueva que los albergará por los siguientes meses.

A diferencia de otras etnias, cuya arquitectura reclama de manera permanente el territorio que ocupa, la estructura Yanomami se reinserta en la naturaleza con el paso del tiempo, se comporta como una piel que se renueva periódicamente.

Los Yanomamis creen firmemente en la igualdad entre las personas, las decisiones son tomadas por consenso y normalmente después de largos debates en los que todos los habitantes de la comunidad pueden opinar.

Su contacto con el resto de la civilización ha sido lento, pero es cada vez más inevitable. La tranquilidad cotidiana de esta tribu está en riesgo desde 1980, cuando la explotación del oro en plena Amazonía, la deforestación de la selva, los cambios en el ecosistema y la política han ido devastando el territorio en el que estos habitan.


 

Imágenes y referencias: Marcos Wesley, Kristian Bengtson, Carlo Zacquini, Charles Vincent, Arquivo ISSA, Inga Goetz, Charles Brewer Carías, Napoleón Chagnon, Graziano Gasparini, Luise Margolies, Bárbara Brändli,  Universidad Central de Venezuela, Oswald Iten.

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