Resultados de búsqueda para la etiqueta [amazonas ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 12 Feb 2024 23:34:55 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 La Cabina de la curiosidad. Conversación con Marie Combette y Daniel Moreno Flores https://arquine.com/la-cabina-de-la-curiosidad-conversacion-con-marie-combette-y-daniel-moreno-flores/ Fri, 22 Sep 2023 14:21:04 +0000 https://arquine.com/?p=83238 Como parte del contenido del número 105 de la revista Arquine, con el tema Mediaciones, conversamos con los fundadores de esta oficina que, además, son unos de los conferencistas que participan en la X edición de Mextrópoli, Festival de Arquitectura y Ciudad.

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Fundada en 2019 en Quito, Ecuador, La Cabina de la curiosidad es un laboratorio de ideas y arquitectura cuya práctica modula diversas escalas, tanto constructivas como territoriales. Como parte del contenido del número 105 de la revista Arquine, con el tema Mediaciones, conversamos con los fundadores de esta oficina que, además, son unos de los conferencistas que participan en la X edición de Mextrópoli, Festival de Arquitectura y Ciudad, que hoy inicia con sus actividades.

Christian Mendoza: ¿Cuál es el origen de La cabina de la Curiosidad?

Daniel Moreno: Antes compartíamos un espacio al que le llamábamos Ideario Urbano. Era una casa que habitábamos por trueque a cambio de la transformación de la propia casa. Fue muy interesante porque esta casa tuvo muchísima energía: recibió a muchos jóvenes, y nosotros metimos mano en el cuidado y regeneración de la casa. Al mismo tiempo, estábamos generando una propuesta cultural, extendiendo muchas invitaciones a la ciudadanía, así como a artistas y gestores culturales. Esto sucedió entre 2018 y 2019. Nos encontrábamos en una zona donde ocurren muchos eventos culturales: La Floresta, en la ciudad de Quito. Compartíamos, tanto Marie como yo, esas ganas de transformar la urbe, la vivienda y, en general, la arquitectura, tomando en cuenta la parte constructiva pero también una parte onírica, hecha de dibujos e ideales que se van materializando con el pensamiento. Sin embargo, no dejamos de reconocer que podemos plantearnos retos para poder hacerlos realidad.

 

CM: Una idea clave en su práctica es hablar de “artilugios” en vez de “proyectos”. ¿Cómo se da este punto de partida?

DM: Desde que era estudiante, pensaba que en la arquitectura debían existir un jugador y un co-jugador. La arquitectura se completaba a partir de la acción y la interacción humana en los espacios. Para nosotros, ha sido fundamental tener una mente lúdica, sobre todo en el momento en el que nos preguntamos cómo deben ser las cosas, tomando en cuenta los usos y las dinámicas que deben funcionar en los proyectos. ¿Cómo podemos hacer que estos funcionen para el ser humano de una manera viva, que contemple al movimiento y de una manera que potencialice las acciones que se puedan ejercer en los espacios? Hemos ocupado los artilugios para que colaboren en la vida de los usuarios. A veces, estos son funcionales y constructivos. A veces son artilugios mentales. Hemos hecho escaleras que se levantan y que se bajan, puertas que son estanterías, mesas voladoras que se elevan dejando un espacio vacío y se bajan para usarse. 

 

¿Cómo surge su trabajo Los caminos del agua?

MC: El proyecto nace desde dos entidades. Daniel plantea una tesis sobre volver a las quebradas de la ciudad de Quito. Es decir, que la naturaleza vuelva a tomar posesión de su memoria. Llevamos a cabo una investigación de las quebradas y la memoria del agua. Por otro lado, una de las razones por las que yo llego a Ecuador en 2018 fue por mi deseo de cruzar el continente a través del Amazonas. Pero en vez de emprender el camino desde el viaje y la navegación, recorro el territorio con las líneas y el dibujo. Partiendo de esto, hicimos unas cartografías y, juntos, comenzamos a dibujar y a investigar sobre las quebradas de Quito. El noventa por ciento de las quebradas están actualmente tapadas. Entre la investigación en terreno, la investigación histórica y el dibujo, también hicimos exploraciones físicas de las quebradas para entender dónde nace el agua y el recorrido que realiza desde el volcán Pichincha hasta la ciudad. 

 

Este es un fragmento de la entrevista que puede leerse en el número 105 de la revista Arquine: Mediaciones.

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La arquitectura anfibia del amazonas https://arquine.com/la-arquitectura-anfibia-del-amazonas/ Mon, 10 Jul 2023 13:45:36 +0000 https://arquine.com/?p=80436 Leticia, una pequeña ciudad en medio de la selva amazónica, ubicada a orillas del río Amazonas en el punto donde el río es más angosto, fue fundada en 1867. Viviendo durante siglos tan cerca del río más grande y volátil, sus habitantes han adaptado sus vidas y arquitectura a los altibajos del río Amazonas, tanto que los antropólogos los han llamado una "cultura anfibia".

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Si es cierto, como afirmó el filósofo griego Heráclito, que nunca puedes bañarte dos veces en el mismo río, es especialmente cierto para el Amazonas. El río Amazonas es el ejemplo perfecto de flujo constante: su velocidad, profundidad y ancho varían enormemente, y su línea de flotación sube y baja increíbles 15 metros de un mes a otro.

Para empeorar las cosas, cada cinco años desde 2005 la Amazonía ha experimentado sequías históricas. En estos mismos años, debido a los cambios climáticos extremos, el río Amazonas ha crecido a niveles no vistos en más de un siglo, con siete de las diez mayores inundaciones en la cuenca del Amazonas ocurriendo en los últimos 13 años. Estos cambios extremos afectan no sólo a la flora y la fauna dentro del río y en las áreas circundantes, sino que también afectan las vidas y los medios de subsistencia de los humanos que viven en uno de los ríos más largos y más grandes del mundo.

Leticia, una pequeña ciudad en medio de la selva amazónica, ubicada a orillas del río Amazonas en el punto donde el río es más angosto, fue fundada en 1867 como una ciudad portuaria perteneciente a Perú, pero en 1933 pasó a formar parte oficialmente de Colombia Aún así, Leticia tiene más contacto, a través del río Amazonas, con ciudades brasileñas y peruanas que cualquier otro centro urbano colombiano. Durante muchas décadas después de su fundación, el único contacto de la ciudad con el mundo más allá del Amazonas fueron los sacerdotes católicos que llegaron en avión para convertir a la población indígena local y los colonos que masacraron a la población indígena local en su búsqueda de riqueza fácil. Hasta 1980, solo había unas 12.000 personas viviendo en la ciudad y sus alrededores.

Foto Kurt Hollander

Hoy, Leticia forma una sola ciudad de 100.000 habitantes con Tabatinga, la ciudad brasileña ubicada a cinco minutos a pie del centro de Leticia, mientras que al otro lado del río se encuentra la localidad peruana de Santa Rosa. Al habitar esta triple frontera, los lugareños deben navegar por tres conjuntos diferentes de leyes, monedas, cocinas, costumbres y culturas. Además de los dos idiomas oficiales diferentes (español y portugués), también se hablan decenas de lenguas indígenas en las calles de estas ciudades.

La mayoría de los habitantes de la ciudad, especialmente los dueños de los negocios locales, son descendientes de europeos o mestizos. Las principales comunidades indígenas están ubicadas en la selva, aunque muchas familias indígenas también viven a orillas del río o en el río mismo.

Foto Kurt Hollander

El corazón económico de Leticia es su puerto. Canoas de madera hechas a mano y pequeñas lanchas fuera de borda traen pescado y productos frescos (plátanos, yuca, frutas exóticas) todos los días para venderlos en el mercado al otro lado de la calle del puerto. Durante gran parte del año, el río abraza las paredes del puerto. La carga se descarga directamente en el malecón desde los botes, mientras que la gente de la ciudad puede subirse a cualquiera de las docenas de taxis acuáticos que transportan a la gente arriba y abajo del río y sus afluentes.

En la temporada de lluvias, el río a menudo se desliza sobre las bolsas de basura apiladas por docenas en altura, cruza la calle e inunda el mercado. Sin embargo, durante la estación seca, el nivel del agua del río desciende decenas de metros por debajo de la pared del malecón. Para llegar a las lanchas hay que descender del malecón y bajar dos docenas de escalones de cemento y luego vadear varios metros entre lodo y basura.

Foto Kurt Hollander

Cuando el río está en su nivel más bajo, seis casas grandes que descansan sobre inmensos troncos de árboles redondos se inclinan en un ángulo escarpado en la colina debajo del puerto, como ballenas varadas. Cuando el río comienza a crecer, los edificios se posan mitad en tierra y mitad en el agua. Cuando el río alcanza su nivel más alto, estas casas flotantes se balancean suavemente sobre el caudaloso río Amazonas, atadas con cuerdas gruesas a anclas de metal en el malecón.

Se pueden ver casas flotantes similares arriba y abajo de las orillas del río Amazonas. Varios grupos indígenas han vivido en la orilla del río en la triple frontera antes de que existiera cualquiera de las ciudades que hoy hay ahí. Viviendo durante siglos tan cerca del río más grande y volátil, han adaptado sus vidas y arquitectura a los altibajos del río Amazonas, tanto que los antropólogos los han llamado una “cultura anfibia”. Los propietarios de estas casas no pagan renta, no poseen escrituras o títulos oficiales de propiedad de la tierra, y no tienen una dirección fija, por lo que son verdaderamente “poblaciones flotantes”.

Foto Kurt Hollander

Aunque las comunidades indígenas locales han construido casas anfibias durante siglos, ha aparecido una nueva variedad de arquitectura flotante en la orilla del río. Los flotantes, como se les llama en español (flutuantes en portugués), son viviendas que también sirven como gasolineras, ferreterías, oficinas, tiendas de abarrotes, restaurantes o bares a canoas y embarcaciones. También hay terminales para botes flotantes e incluso estacionamientos flotantes. Algunos de los flotantes están construidos como botes de fondo plano, pero la mayoría, al igual que las casas flotantes, usan troncos gigantes de árboles de la selva amazónica amarrados al fondo de las construcciones para flotar.

Cuando el nivel del agua del río Amazonas comienza a descender, surge una pequeña isla frente al puerto de Leticia. Los residentes locales martillan tablones de madera para crear un solo puente improvisado sobre la entrada del río para conectar su isla con la ciudad.

Foto Kurt Hollander

Llamada Isla de la fantasía, ha sido poblada durante los últimos 50 años por aproximadamente 200 familias indígenas. Esta isla no se considera oficialmente parte de Leticia. Una zona muerta para el consumidor: sin calles, parques, hoteles, restaurantes, bares o cafés, el área se representa en Google Maps como un área gris vacía en el borde de la ciudad.

El pueblo situado en lo alto de la isla sufre un cambio radical total a lo largo del año. Cuando el río está bajo, generalmente de septiembre a febrero, el río Amazonas se retira al otro lado de la isla y los residentes siembran plantas y cultivos y pueden caminar hasta el puerto. Cuando el río crece, generalmente entre los meses de marzo y agosto, los jardines quedan enterrados bajo el río y los residentes deben usar canoas cada vez que desean salir de sus hogares.

Para sobrevivir a la subida y bajada del río Amazonas, las casas de la Isla de la fantasía deben ser anfibias por la fuerza de la naturaleza. Los palafitos, casas de uno o dos pisos construidas sobre pilotes de madera hundidos en la tierra, están diseñados para funcionar tanto en tierra como a media profundidad. Cuando el río cubre la isla, los palafitos parecen estar flotando en la superficie del agua y los pilotes de madera que los anclan a la isla quedan ocultos a la vista. Cuando las aguas retroceden, estas casas flotan sobre pilotes muy por encima de la tierra.

Foto Kurt Hollander

Al construir su casa, la gente normalmente calcula la altura de los pilotes a partir de la línea de agua del año pasado, una línea que permanece visible en los árboles y las casas durante todo el año. Sin embargo, cualquier fluctuación en el nivel del agua del nuevo año puede provocar inundaciones dentro de la casa. Cuando el nivel del agua supera la altura de la casa, los propietarios deben construir andamios para elevar sus pisos por encima del agua invasora, tirando del piso, tablón por tablón, y reconstruyéndolo más alto, a menudo varias veces al año. Por lo tanto, los palafitos están construidos para ser fácilmente reconstruidos, y tanto las casas como los pilotes de madera sobre los que están construidos están hechos de la misma madera dura del Amazonas que las canoas resistentes al agua.

Foto Kurt Hollander

Aunque los residentes viven sin pagar alquiler, La isla de la fantasía no es una isla paradisíaca. Formada como está a partir de depósitos de sedimentación transportados por el río a lo largo del tiempo, la isla no ofrece tierra sólida sobre la cual construir viviendas y, por lo tanto, se considera una propiedad inmobiliaria de alto riesgo. Además, no hay electricidad, internet, agua corriente ni alcantarillado en la isla. La mayoría de las casas son chozas de costillas que esconden la pobreza extrema detrás de colores brillantes. Debido al constante flujo y reflujo del río, más las intensas inundaciones estacionales, los terrenos de las orillas de la Isla de la fantasía están en constante erosión. En el Amazonas, todo lo sólido eventualmente se desvanece en el agua, y esta isla se dirige en esa dirección.

Foto Kurt Hollander

Debido a la deforestación que está diezmando la selva amazónica y al aumento de las temperaturas en todo el mundo, el río Amazonas, el cuerpo de agua más cambiante y proteico del mundo, sufre continuamente transformaciones cada vez mayores. Aunque generalmente se considera un principio universal, el concepto de flujo de Heráclito ha sido alterado esencialmente por las obras del hombre y, por lo tanto, es imposible predecir en qué se encontrarán los residentes locales en este recodo particular del río Amazonas en los años. por venir y cómo, en todo caso, sus comunidades se mantendrán a flote.

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Leticianeidad 2: La Triple Frontera https://arquine.com/leticianeidad-2-la-triple-frontera/ Thu, 15 Sep 2022 12:42:12 +0000 https://arquine.com/?p=69152 Construido a través de estructuras que se montan y desmontan fácil (como los puentes), que se multiplican si es necesario (como las parrillas), que mutan para acomodar a un pariente (como los puestos), o que se acuerdan sobre la marcha, el puerto se caracteriza por lo provisional de su infraestructura. Aún así, buena parte de economía regional pasa por esos muelles, formal, informal o de cualquier otro tipo.

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El mirador

Para llegar a Tabatinga, hay que seguir derecho por la Avenida Internacional hasta que, pasando la gasolinera de los helados ricos, los letreros comerciales empiezan a estar en portugués. Entonces ya estás en Brasil. Íbamos en el asiento trasero de un motocarro (o tuk tuk) con dirección al puerto. Cuando se detuvo, le pagamos al chofer más de la cuenta en pesos para que nos devolviera cambio en reais, una práctica habitual de su oficio. 

Atravesamos el puerto y subimos por un callejón al mirador, donde nos gastamos el cambio en unas cervezas. El cuerpo gordo y desparramado del río Amazonas estaba enfrente. A lo lejos se enroscaba entre la selva. Más cerca, en la misma orilla que Tabatinga, alcanzaba a verse Leticia, mientras que al otro lado del río se asomaban los palafitos de Santa Rosa del Yavarí, un pequeño asentamiento peruano. 

Una lancha larga y angosta te cruza sin ningún problema de Leticia o Tabatinga a Santa Rosa y a la inversa. Esas embarcaciones rebotan todo el tiempo entre las tres bandas de la triple frontera, en una carambola que arrastra de un lado a otro modas, marcas, parientes, negocios, ritmos, fayuca hecha en China, frutas, predicamentos evangélicos y un sin fin más de eslabones que, en conjunto, caracterizan la cultura regional. Sin tanta aduana, me pareció una cultura plenamente fronteriza en la que se confunden tres países, dos lenguajes oficiales (entre otros), varios credos, tres monedas (aunque el peso peruano circula poco) y productos provenientes de los tres puntos, de Inca Kola a Pony Malta, de gas brasileño a cerveza Póker. 

 Por otra parte, antes de que algún tratado firmado lejos de ahí partiera la zona en tres países, la región funcionaba de acuerdo a otra geografía política y cultural que, con sus mutaciones, sobrevive. De las poblaciones indígenas y sus intercambios proviene la memoria histórica de la región, que se traduce en el conocimiento necesario para aprovechar recursos como los peces de río o los frutos de temporada, para cultivar las chagras de yuca, explicar la importancia de plantas como el tabaco y la coca y para habitar ese ecosistema en general. Esta otra geografía, que se traslapa y permea la cultura cotidiana de la trifrontera, diluye aún más la validez que la división política del mapa tiene en la vida diaria. 

El puerto

En los muelles, la actividad no cesaba. Lanchas cargando pasajeros y pencas de plátano verde asediaban desde varios frentes. Su técnica de arribo consistía en clavarse entre dos de las muchas embarcaciones estacionadas para luego empujarse de éstas hasta abrirse un hueco. La gente desmontaba en una primera estación y, haciendo equilibrio con sus bultos, atravesaba un puente improvisado con tablones (mismo que se levantaría fácilmente al llegar las secas). En la orilla, las parrillas de pollo asado que se habían montado temprano rebosaban de gente y, cruzando la calle, ya sonaba el funky en los puestos del mercado, que empezaban a revelar sus cremas, brochas, pinzas, sombras y delineadores. 

Construido a través de estructuras que se montan y desmontan fácil (como los puentes), que se multiplican si es necesario (como las parrillas), que mutan para acomodar a un pariente (como los puestos), o que se acuerdan sobre la marcha, el puerto se caracteriza por lo provisional de su infraestructura. Aún así, buena parte de economía regional pasa por esos muelles, formal, informal o de cualquier otro tipo. Empujada por Manaus, Tabatinga es la ciudad más grande de la zona y en su puerto confluyen lenguajes, prácticas culturales, formas de vida y economías. Su arquitectura improvisada permite la articulación de lo que Verónica Gago llama la economía abigarrada latinoamericana: una red donde se confunden formalidad e informalidad, piratería y autogestión comunitaria, emprendimiento y cooperación, el comercio global y el tráfico de coca que se siembra y raspa adentro de la selva, que las mulas de Perú y Colombia transportan en lancha hacia Tabatinga y que luego sale por el río en dirección a Manaus. Por eso es que, en la trifrontera, nociones como globalización, libre comercio o autonomía pueden tener muchas caras a la vez. 

Gago explica que la economía abigarrada forma configuraciones inestables que todo el tiempo están mutando. En otras palabras, la gente allá se gana la vida como puede, alternando chambas, dando y recibiendo apoyo familiar, camellando un tiempo en el negocio de unos parientes, sobreviviendo otro rato con una beca o levantando alguna cooperación o emprendimiento con un parche. Mantenerse es un reto diario para casi cada habitante, y a menudo exige transitar y adaptarse a un lado y otro de las fronteras. En este contexto, la provisionalidad de la arquitectura portuaria tiene sentido. Al final, es una arquitectura flexible que responde ágilmente a necesidades cambiantes, modalidades económicas diversas y a distintas tradiciones constructivas de la región. Pero, sobre todo, es una arquitectura que garantiza fronteras porosas, porque de esa condición dependen buena parte de los habitantes en su día a día.

 

La Copa América

Si esta porosidad se traduce en una cultura fronteriza y cosmopolita, esto no necesariamente cancela el deseo de pertenecer a algún tipo de nación. En los puestos del mercado junto al puerto dominan las playeras de las tres selecciones, en todas las tallas, para mujer y para hombre, de varios niveles de pirata. La noche del partido de Copa América entre Colombia y Brasil, la verdeamarela celebró en pleno Leticia, igual que Perú unos días antes y con tremendo escándalo. Cuando Colombia le ganó a Uruguay en cuartos, la gente en Leticia salió por fin a desahogarse en una caravana de motos que le dio la vuelta a toda la ciudad. 

Ana y Gabriel, del posgrado en estudios amazónicos, me contaron que la explosión urbana de Leticia se remonta al boom de la coca en los setenta, cuando empezaron a llegar migraciones del interior en busca de fortuna. Algunas de esas migraciones constituyen poblaciones con negocios, jerarquías, barrios y tradiciones propias. Lo entendí un sábado que fuimos a la fiesta de San Pedro en el barrio opita. La gente del Huila ocupó la calle con mesas de plástico y preparó lechona (un cerdo relleno de arroz cocinado a fuego lengo, como carnitas). La vieja guardia vestía sus trajes tradicionales. Toda la tarde, “el Sanjuanero” y otros joropos se encargaron de reunir a esa gente y llevarla a su tierra, lejos de Leticia. 

Pero es verdad que esos eran días patrios, de fiesta y fútbol. Pronto desaparecían y con el guayabo sólo quedaba el movimiento arrullador de las lanchas que rebotan sin cesar, como diría Guimarães Rosa, entre las tres orillas del río. 

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Leticianeidad 1: Urbanización https://arquine.com/leticianeidad-1-urbanizacion/ Thu, 11 Aug 2022 15:00:14 +0000 https://arquine.com/?p=66722 Ese bosque así, en esas condiciones –joven, perturbado, habitado todavía por los fantasmas de otros sueños, amenazado por la cercanía latente de “los kilómetros”– atraía a ciertos habitantes...

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Este texto es el inicio de una serie que se publicará en los próximos meses

 

Las Veraneras

La casa estaba en una solitaria urbanización a las afueras de Leticia llamada Las Veraneras. El condominio vacacional que el nombre evocaba se traducía en un puñado de casas a lo largo de una calle de piedra y lodo. La mayoría lucían desiertas y, fuera de un viejo que picaba piedra a media calle, esa tarde que llegamos no se veía rastro de vida. La nuestra tenía dos pisos, un techo de lámina en dos aguas y un balcón de madera. Cuando abrimos la puerta, un tufo cálido de humedad nos recibió como un eructo. Por adentro, el lugar estaba en buenas condiciones, sobre todo considerando que no estaríamos ahí más de un mes. Aun así, se notaba que la casa llevaba tiempo desocupada porque una capa de polvo tapizaba todo el segundo piso y el óxido ya se estaba devorando la puerta del refrigerador y la estufa. Afuera, el piso del patio estaba cubierto de insectos muertos y caimos podridos que habían rodado del árbol de la esquina.

En realidad, la indiferencia con la que nos recibió Las Veraneras aquella tarde nunca cambió. Muy de vez en cuando pasaba por ahí una moto (el medio de transporte principal de Leticia). Un par de días se asomó alguien a vender fruta. A veces, cuando salía al porche a tomar café, me encontraba al mismo viejo del primer día. Seguía picando piedra, que luego montaba en su carretilla y transportaba a algún lugar que nunca vi.

Por las noches, en cambio, Las Veraneras despertaba al ritmo de una que otra fiesta de reguetón que se oía por ahí. Se levantaban también por estas horas los otros habitantes del condominio. En cuanto refrescaba un poco con el atardecer, arriba del baño del segundo piso empezaba un diálogo agudo entre unos murciélagos conocidos como chimbilás. Por esa misma hora salían de cacería los moscos y un poco más tarde las ranas, que croaban desde las jardineras. A lo largo de la noche se oía a los chimbilás ir y volver de la casa. En ocasiones se oían también pasos firmes en el tejado de lámina. Temprano en la mañana, cuando todavía estaban despiertos los pájaros, era cuando más actividad humana se percibía. Pero ya cerca del mediodía, con el calor en ciernes, todo sin importar, la especie dormía en Las Veraneras.

 

Leticia

Dos kilómetros más allá, pasando las pistas del aeropuerto que alguna vez fueron las canchas Villareal según Pelacho, está la ciudad de Leticia propiamente. Su centro de gravedad, su razón de ser, es una pequeña entrada del río Amazonas. El puerto es, por ende, un eje sobre el que se organiza buena parte de la actividad urbana. Alrededor del muelle principal se concentran el mercado de frutas y pescados, casas de cambio, puestos turísticos y almacenes donde uno encuentra cualquier cosa de primera necesidad, de utensilios de cocina a botas de hule; de electrodomésticos a machetes y útiles escolares (en la Distribuidora Marelva, por ejemplo, yo compré en esos primeros días una bomba para destapar el escusado y una cafetera de estufa).

Un par de calles más arriba, a salvo del agua, empieza el centro de Leticia, lleno de restaurantes, panaderías, tiendas de ropa (la playera de Selección Colombia en cada aparador), supermercados, peluquerías, helados, farmacias y lugares de tradición como un billar donde los viejos de Leticia se reúnen por la tarde a tomar una pola o un tinto y escuchar “Lágrimas negras” y otros boleros. Las motos circulan sin cesar por estas calles. En esta zona está también la plaza principal, conocida popularmente como el “parque de los loros” ya que todas las tardes, con el anochecer, llegan gritando cientos de pájaros, que rodean los árboles del parque en lo que parece una coreografía ensayada hasta que, una media hora después, cada quien se acomoda en su rama a dormir. Alrededor de la plaza están el cuartel de la marina, el Banco Nacional, el Museo Etnográfico, un bar y una iglesia que no tiene ni la relevancia ni la ostentación de las iglesias coloniales del interior. De hecho, la mayor parte de la gente se congrega en la esquina opuesta, frente al banco, ya que ese es el único punto de la ciudad donde uno puede acceder al wi-fi público. Muchas veces tuve que ir a esa esquina a mandar un correo o revisar mis mensajes, y siempre había otros fieles consultando el celular ahí.

Más adentro de la ciudad, lejos del río, las calles se vuelven residenciales. Abundan casitas de un piso pintadas de colores vivos, con un porche techado entre el patio o cochera y el interior. Una barda chaparra con algún tipo de enrejado barroco separa el patio de la calle. El porche, en específico, es un elemento importante en la dinámica leticiana. Durante el día, la gente monta ahí sus pequeños emprendimientos. En los porches se venden calabresas y pollo asado a la parrilla, se consigue un tinto o se improvisa una tiendita con productos básicos. Por las noches, tras desmontar el negocio, esos mismos porches se vuelven espacios en donde tomar el fresco o reunir a las amistades a beber hasta bien entrada la noche.

 

Los kilómetros

Entre el cuartel y el aeropuerto, al fondo de la ciudad, inicia una carretera que avanza hacia dentro de la selva hasta detenerse en el kilómetro 22, donde se desmiembra en un par de trochas abiertas por las comunidades de la zona. Las Veraneras está en el kilómetro 2 de esa carretera, todavía en la periferia de Leticia. Por ahí del kilómetro 4, la urbanización se vuelve más esporádica. De pronto aparece un hotel o un balneario, se cruza por un asentamiento indígena o se pasa junto a un rancho. Las reservas ecológicas a donde queríamos ir a investigar están ahí también, de ahí que la ubicación de Las Veraneras fuera idónea. En general esa era la zona por la que teníamos que caminar en las mañanas y en las noches. Y es que allá en “los kilómetros”, tal como es conocida esa carretera, las fronteras entre la selva y la ciudad son bastante más difusas que en Leticia (donde ya de por sí lo son), y todo el tiempo se están renegociando. Los kilómetros están llenos de huecos talados y parches que la selva está volviendo a reclamar. Una vez, caminando por ahí con Pelacho, nos detuvimos frente a una quebrada a esperar a que se hiciera de noche antes de adentrarnos al bosque por una trocha angosta que se abría paso en medio de las plantas que nos rodeaban. Pelacho dijo que estábamos parados sobre la antigua ladrillera. Se notaba que el bosque era joven, por los platanares y otros árboles bajos, pero de la construcción no había rastro alguno y parecía que la ladrillera no sobrevivía más que en la memoria de Pelacho. Lo cual nos interesaba porque ese bosque así, en esas condiciones –joven, perturbado, habitado todavía por los fantasmas de otros sueños, amenazado por la cercanía latente de “los kilómetros”– atraía a ciertos habitantes, incluyendo a la Sandra que habíamos ido a buscar.

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Amazonia urbana, una breve prehistoria https://arquine.com/amazonia-urbana-2/ Thu, 12 Sep 2019 13:00:41 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/amazonia-urbana-2/ Amazonia ha sido recurrentemente representada por estados e imperios, incluso por las ciencias naturales, como una geografía vacía y sin historia. Nada más alejado de la realidad.

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Amazonia ha sido recurrentemente representada por estados e imperios, incluso por las ciencias naturales, como una geografía vacía y sin historia. Nada más alejado de la realidad. El bosque tropical más vasto del mundo cuenta con una historia urbana fascinante. El fraile extremeño y dominico Gaspar de Carvajal, cronista de la expedición de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana, al descender el Napo y el Amazonas entre 1541 y 1542 describió una serie de asentamientos que poblaban largas extensiones de las riberas de ambos ríos. El segundo bergantín de la expedición que había partido desde Quito hacia el oriente en busca de El Dorado, y que fue construido cerca de la desembocadura del río Napo, era atacado incesantemente por flotillas de canoas que se reaprovisionaban velozmente. Las grandes y organizadas ciudades interconectadas por caminos y sinuosos esteros que elogia Carvajal en su crónica, formaban un sistema complejo de cacicazgos o señoríos eficientemente vinculados entre sí.

La compleja constelación social que se entretejía con la selva en el siglo XVI fue casi olvidada por los estudiosos de la prehistoria americana durante centurias. Sin embargo, las cerámicas que emergían cuando se excavaban los suelos de Marajó, Manaus, Santarém, Iquitos, el Beni, los llanos de Mojos, o a lo largo del mismo Napo, tierra de los antiguos Omaguas, parecían apuntar hacia la existencia precolombina de sofisticadas sociedades en la región. En la década de los 60, la arqueóloga estadounidense Betty Meggers y su esposo Clifford Evans lideraron el establecimiento de la arqueología amazónica moderna. Sus hallazgos de cerámica en los promontorios de Marajó atrajeron una atención sin precedentes hacia una región donde los métodos estratigráficos tradicionales de la arqueología son difíciles de aplicar. Los suelos amazónicos son sumamente acuosos y dinámicos: sus capas se revuelven incesantemente. Paradójicamente, Meggers, la pionera de la arqueología moderna en la región fue la principal promotora del estancamiento parcial de la disciplina. En su influyente libro Amazonia: Man and Culture in a Counterfeit Paradise (Amazonia: hombre y cultura en un paraíso ilusorio, 1971), postuló que los suelos de Amazonia, en su mayoría ácidos y pobres, eran incapaces de sustentar una agricultura intensiva, prerrequisito —como lo había establecido el arqueólogo australiano V. Gordon Childe en 1935— de toda urbanización. El convincente “determinismo medioambiental” de Meggers contribuyó a perpetuar el mito de Amazonia como una zona paleolítica, congelada en el inicio de los tiempos. Cuando le preguntaron a Meggers cómo explicaría la existencia de cerámica compleja en el Amazonas, respondió que probablemente era resultado de incursiones andinas en la cuenca. Sin embargo, existían anomalías —de aquéllas que según Kuhn obligan a las ciencias a desenrollarse— que ponían en duda la teoría de Meggers, por lo menos en ciertas áreas del trópico sudamericano. Una de ellas era la edad de algunas cerámicas amazónicas: las más antiguas de aquéllas conocidas en el continente. En base a sus estudios etno-arqueológicos, el antropólogo estadounidense Donald Lathrap se atrevió a lanzar la hipótesis, en la década de los 70, de que el movimiento “civilizatorio” había sido al revés: los amazónicos habían plantado algunas de las semillas (literal y figurativamente) que facilitaron el surgimiento de las grandes culturas andinas. Las semillas de cacao más antiguas que se conocen, por ejemplo, se han encontrado en el Alto Amazonas; y el maíz, de origen mesoamericano, fue —según estudios genéticos— inicialmente domesticado en la cuenca amazónica.

En la década de los 80, la arqueóloga estadounidense Anna Curtenius Roosevelt publicaría evidencia contraria a la hipótesis del determinismo medioambiental de Meggers. Trabajando en estrecha colaboración con arqueólogos brasileños, Curtenius R. aplicó tecnologías geofísicas de teledetección a su investigación arqueológica. Dichas tecnologías se estaban aplicando en Brasil al estudio geológico de territorios complejos y sus recursos. Los arqueólogos brasileños estuvieron entre los que lideraron su transferencia a los estudios de campo de la arqueología en Amazonia y otros lugares. Curtenius lideró, además, la excavación de la Caverna da Pedra Pintada, en el estado de Pará, entre 1990 y 1992. La datación sugiere que la pintura rupestre se ubica entre las más antiguas del hemisferio occidental y que pobladores amazónicos ocuparon la caverna por primera vez hace diez u once mil años. Cerámica que data de hace 7.500 años denota una re-ocupación. Los descubrimientos de la Caverna revolucionaron las narrativas arqueológicas, pues revirtieron su orden al ubicar la cerámica amazónica entre las más antiguas de América. En el año 1991, Curtenius R. publicó Moundbuilders of the Amazon: Geophysical Archaeology on Marajo Island, Brazil (Constructores de montículos de Amazonia: arqueología geofísica en la Isla de Marajó, Brasil). En este libro, su autora postula que en Amazonia pre-colombina se desarrollaron sociedades complejas cuyos logros culturales tangibles incluyen la domesticación y semi-domesticación de infinidad de especies útiles (alimenticias, medicinales, artesanales y constructivas), técnicas imbatibles de manejo forestal, policultivo intensivo, cerámica, sistemas de asentamiento sustentados por considerables infraestructuras públicas, y otros signos de complejidad social. Este vasto territorio, sin embargo, ha sido representado como una selva sin historia, una terra nullius pronta a la apropiación y la colonización.

Además de la cerámina antigua, otra “anomalía” que ponía en duda la teoría de Meggers, era la presencia de terra preta, un humus oscuro y sumamente fértil que existe en varios lugares habitados de Amazonia, generalmente acompañada de terra mulata, a lo largo de un sinnúmero de arterias fluviales de diversas escalas e incluso en las zonas interfluviales. Ambas tierras son aptas para la agricultura intensiva y se sabe ahora que ambas son antropogénicas. La arqueología satelital, combinada con investigaciones de sitio, está cartografiando con cada vez mayor precisión la extensión, ubicación y profundidad de estas tierras negras. El arqueólogo brasileño Eduardo Neves, entre otras importantes contribuciones, ha recopilado las cartografías de varios colegas en un esfuerzo por visualizar la magnitud de la presencia de estas tierras fértiles en la cuenca. A los suelos existentes hay que añadir los “suelos ahumados” que con gran dedicación atizan los pueblos amazónicos. Susanna Hecht describió en detalle cómo los Kayapó utilizan el fuego de manera contenida, como una suerte de “fuego tibio,” para fijar el carbono y generar suelo fértil ahumando la hojarasca que se acumula en el bosque y las chakras. Estos suelos sirven de fermento para los policultivos, cuya lógica de bosque productivo o cultivado imita la compleja lógica de la selva, cuya densa biomasa prospera, en aparente paradoja, incluso sobre los suelos ácidos en los que se enfocó Meggers. La ciencia todavía no ha logrado explicar satisfactoriamente cuáles son los complejos mecanismos mediante los cuales se reproduce la vida sobre un estrato mineral que normalmente se asociaría con la infertilidad. La selva se alimenta de sí misma y prospera reabsorbiendo su sistema de incesantes ciclos de vida y muerte. La lógica cíclica de la selva y la agricultura concebida como policultivo contribuyen a desarticular la hipótesis del determinismo medioambiental.

La ecologista brasileña Carolina Levis, cuyo trabajo se concentra en comprender cómo poblaciones humanas pasadas y presentes han domesticado y domestican forestas, ha reunido una serie de estudios disgregados sobre la ubicación y distribución de especies tradicionalmente utilizadas en la selva. Cada especie vegetal cuenta con una huella espectral distintiva y única. Gracias a los avances tecnológicos es ahora posible programar a un satélite para que mapee una especie en particular mediante la identificación de su huella espectral. Levis y sus colaboradores sintetizaron la información existente para aproximadamente cincuenta especies utilizadas en la dieta, la medicina y la construcción tradicionales. Los resultados son reveladores: como puede verificarse en los mapas de la figura 2, la distribución de especies útiles en grandes tramos de Amazonia no responde a un patrón evolutivo ni medio ambiental. Este tipo de investigación, que sintetiza el conocimiento generado por varias disciplinas (etnobotánica, biogeografía, ecología, y otras) está demostrando que Amazonia es un foresta tropical altamente antropogénica a pesar de su escala continental. Si se hace un esfuerzo por comprender este fenómeno dentro de un marco ontológico indígena, en el cual el concepto de “naturaleza” se pulveriza y el de “ciudad” se dispersa y redefine como constelación de asentamientos vinculados por vías fluviales o senderos y caminos, la relación entre sociedad humana y medio ambiente se establece como simbiótica.

Evidencia adicional que apoya la tesis de Lathrap sobre el papel germinal que jugaron las culturas de la cuenca amazónica en el desarrollo regional de América del Sur, fue desvelada por la deforestación en Acre. Conforme la “modernización” agrícola y ganadera de Brasil pelaba la selva, cientos de formaciones territoriales de evidente impronta humana comenzaron a emerger de la oscuridad. El arqueólogo brasileño Ondemar Dias fue el primero en divisar, en 1977, lo que el geógrafo brasileño Aleu Ranzi llamaría “geoglifos”. Gracias a sus sobrevuelos por la región, Ranzi pudo describir una serie de inscripciones en el paisaje. En colaboración con otros geógrafos y arqueólogos, recabó información medio ambiental que le permitió inferir que las formaciones de tierra eran construcciones estratégicas en una foresta que había sido hábilmente conformada y manejado por milenios.

En el Alto Amazonas, en Bolivia, en la década de los 70, cuando las compañías petroleras estaban penetrando las selvas en su búsqueda de combustibles fósiles, el ingeniero de petróleos Kenneth Lee se quedó fascinado con las grandes y complejas formaciones de tierra que aparecían conforme se realizaban los trabajos de prospección. Lee se volvió un arqueólogo amateur y atrajo la atención a la región de arqueólogos profesionales especializados en el trópico como Clark Erickson, quien ha estudiado con profundidad las sociedades precoloniales del Beni. En 1961, el geógrafo estadounidense William Denevan ya había notado la presencia de lo que llamó “arqueología agrícola” en el Beni. Casi todas las estructuras de tierra se esparcían en una amplia llanura, los Llanos de Mojos, donde los Jesuitas habían reducido a la población indígena entre 1668 y 1767, dejando maravillosas estructuras y reveladores relatos a su paso. Los caciques de los habitantes del Baures, aseveraban, tenían el poder para declarar guerras, movilizar solados, mantener el orden público y organizar las actividades agrícolas. En la década de los 90, un equipo boliviano-estadounidense liderado por Erickson dio inicio a una rigurosa y extensiva investigación de la arqueología del paisaje en esta zona, la región nororiental del Beni. Erickson argumenta que allí habitó una de las culturas más complejas, densas y elaboradas de Amazonia. En sus palabras, “los caminos formales [del Beni] son transformaciones planificadas, a gran escala, del paisaje” (Erickson, año, 21). Según varios antropólogos que estudiaron la organización política hereditaria de los baure, la describieron como un ejemplo clásico de “señorío”, cacicazgo o curacazgo. Sus poblaciones incluían grandes plazas públicas punteadas en su centro por una casa del señor o templo. Alrededor de la plaza se hallaban cientos de casas organizadas a lo largo de calles o amplias avenidas. Algunos de los poblados estaban protegidos por altas palizadas o rodeados por profundos fosos. (Erickson, año). Se estima que los pueblos prehispánicos del Beni abandonaron sus islas de bosques, terraplenes y canales entre 1400 y 1700 e.c. (Mann 2000). Erickson infiere que un complejo mosaico de sociedades interconectas por una red de intercambio y comunicación hilvanada con alianzas o guerras, habitó los Llanos de Mojos. Este sistema de señoríos se expresa en los miles de kilómetros lineales de canales y caminos que dejó inscritos en el palimpsesto amazónico, así como en las huellas de grandes asentamientos humanos y los sistemas de agricultura intensiva que les dieron sustento. Los arqueólogos aseguran que no existe suficiente evidencia etnográfica, arqueológica o histórica como para afirmar que en la Amazonía existió alguna forma de autoridad centralizada y represiva, o la división jerárquica del trabajo que caracteriza las sociedades estatales. Erickson sugiere que las geomorfologías del Beni, por ejemplo, fueron erigidas por sociedades “heterárquicas”, un término que utiliza para describir a los grupos de comunidades entrelazadas por redes flexibles de parentesco, alianza o asociación informal (Mann 2000).

El cargo Amazonia urbana, una breve prehistoria apareció primero en Arquine.

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