Resultados de búsqueda para la etiqueta [50 años del 68 ] | Arquine Revista internacional de arquitectura y diseño Mon, 02 Oct 2023 16:21:52 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 Desmantelamiento y reinstalación del escudo nacional. Conversación con Tercerunquinto https://arquine.com/desmantelamiento-reinstalacion-escudo-nacional-tercerunquinto/ Fri, 05 Oct 2018 17:00:28 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/desmantelamiento-reinstalacion-escudo-nacional-tercerunquinto/ En esta conversación Gabriel Cázares y Rolando Flores, de Tercerunquinto, hablan sobre su obra "Desmantelamiento y reinstalación del escudo nacional", realizada hace diez años, a los cuarenta del 2 de octubre del 68.

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A 50 años del 2 de octubre de 1968 se ha anunciado que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, un organismo de la Secretaría de Gobernación, reconocerá públicamente las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante un mitin que se congregó en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. No se puede negar la importancia de que el Estado reconozca sus propios crímenes, pero el medio siglo transcurrido nos permite decir que la memoria en torno a un año tan medular para la historia de México —y del mundo— es mucho más compleja que un acto oficial.

El 68 representó una inyección de cosmopolitismo, de apertura hacia nuevas estéticas, teniendo en la Olimpiada Cultural una muestra paradigmática. Ese año también vio la aparición de un proyecto de ciudad que resumió muchas de las ambiciones de la modernidad arquitectónica. El conjunto Nonoalco-Tlatelolco, proyectado por Mario Pani e inaugurado en 1964 por el entonces presidente Adolfo López Mateos, se presentó como la prueba de la buena salud del partido hegemónico, del crecimiento y la consolidación de la clase media y de que las ideas urbanas y arquitectónicas de esos años podían llevarse a cabo. Sin embargo, hay que seguirlo repitiendo: en esos edificios los estudiantes buscaron refugio de las balas o fueron amagados, y en las plazas públicas del conjunto murieron jóvenes o fueron desaparecidos. Esta condición urbana del 2 de octubre no es aislada. La grieta social que resquebrajó la obra de Mario Pani se extendió hacia la modernidad misma. Y de esta condición urbana es de donde partimos. Después del 68, ¿qué implica protestar? ¿Qué significa ocupar el espacio público y que los cuerpos dialoguen con los símbolos urbanos? También, ¿qué tiene de vigente un movimiento estudiantil que demandó que se cumpliera una promesa de modernidad?

En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

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El 68: memoria y espacio. Conversación con Ander Azpiri https://arquine.com/68-memoria-espacio-conversacion-ander-azpiri/ Fri, 05 Oct 2018 13:00:07 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/68-memoria-espacio-conversacion-ander-azpiri/ Hacemos memoria para buscar la verdad. Hacemos memoria para interpelar al presente. A 50 años, vuelve a ser necesaria una nueva reflexión sobre la colectividad que apareció en la Plaza de las Tres Culturas.

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Esta semana se anunció que serían retiradas de varias estaciones del Metro placas que conmemoran las fechas en las que Gustavo Díaz Ordaz inauguró dichos sitios. Con este acto, anunciado por José Ramón Amieva, actual jefe de gobierno de la Ciudad de México, se discutieron las relaciones entre el espacio y la memoria histórica. ¿Por qué es necesario repensar continuamente los sitios que, desde el pasado, han definido el presente político del país? Conviene dejar de atender las placas conmemorativas del Metro y volver a Tlatelolco. Así como Díaz Ordaz inauguró uno de los principales medios de transporte de la ciudad, sus actos hicieron del conjunto Nonoalco Tlatelolco un espacio con una carga tan violenta como relevante para las movilizaciones sociales en la actualidad.

“Tlatelolco, como barrio, es un hito urbano para la época antigua y la moderna. Alberga el recuerdo de la educación superior en el Colegio de Tlatelolco, de la decena trágica, de la industrialización y el aliento internacionalista de la modernidad. Para nosotros, el 68 es un punto de inflexión en la historia reciente de México”, dice Ander Azpiri, subdirector académico del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, quien también está involucrado en el diseño de un nuevo memorial que se enmarque, justamente, en los 50 años del 2 de octubre. “Nosotros nos concebimos como un ejercicio de memoria del 68, pero no únicamente; el CCUT no sólo dialoga con el 68, sino con todas las capas históricas”.

 

Podría decirse que estas lecturas históricas respecto al espacio comienzan antes de que pasara medio siglo de lo ocurrido en Tlatelolco. Según Ander Azpiri, la Secretaría de Relaciones Exteriores desalojó el edificio y proyectó otro a un lado de la Alameda Central, cediendo el inmueble de Tlatelolco al gobierno del entonces Distrito Federal. El gobierno cede a su vez el inmueble a la UNAM, con la condición de que se hiciera un memorial, por lo que la universidad construyó un proyecto académico que pudiera activar continuamente la memoria. “Fue el sitio ideal, por ser un espacio habitacional. La discusión ya de por sí se encontraba abierta”. 

Las instituciones, de manera directa o indirecta, son las que han articulado un recinto que ha respondido a necesidades culturales y sociales. Después de este intercambio de espacios entre el gobierno y la universidad, se hizo necesario repensar el memorial y el museo a través de una reorganización de la colección y el archivo del CCUT, y de un nuevo diseño museográfico convocado mediante licitación pública. “Fue un proyecto que comenzamos a trabajar desde 2014. El memorial anterior cuenta con 10 años, y cada vez requiere un mantenimiento mayor, además de que pone en marcha conceptos que ya son lejanos, pues refrendaba una visión que se tuvo en 2008. Cuando nos planteamos el diseño de un nuevo memorial, tuvimos claro que era necesario actualizar ciertos contenidos, obtener nuevos testimonios e incluir una perspectiva de género. No queríamos que el memorial se refiriera únicamente a movilizaciones del pasado, por lo que quisimos trazar puentes entre el 68 y luchas actuales, para no aislar los eventos del 2 de octubre y, más bien, revitalizarlos políticamente”. La convocatoria y la organización para el nuevo memorial también requirió establecer colaboraciones entre lo institucional y lo colectivo; entre lo académico y la protesta. Azpiri relató que participaron veteranos del 68, estudiosos de la movilización social y miembros de generaciones posteriores al 68 cuyos aportes provinieron de disciplinas diversas. 

Ahora, ¿por qué volver a reactivar la memoria en Tlatelolco? ¿Qué implicaciones tiene revitalizar un espacio, aun cuando cada año se vuelva a tomar por movilizaciones compuestas no necesariamente por testigos del 2 de octubre? “La memoria es construcción colectiva, si no se hace colectivamente no es social. Es también un ejercicio constante en el tiempo: no es fija, no se puede estabilizar la memoria. Hacemos memoria para buscar la verdad. Se está hablando de crímenes de Estado. Y la verdad debe llevar a la justicia. Hacemos memoria para interpelar al presente. En el contexto actual, es realmente ineludible. Buscamos un espacio más para nuevos proyectos que para discursos cerrados: no se trata de imponer una visión única”. 

Se han retirado las placas con el nombre de Díaz Ordaz y, a la par, Tlatelolco vuelve a ser un espacio vigente. A 50 años, vuelve a ser necesaria una nueva reflexión no únicamente sobre una figura presidencial, sino sobre la colectividad que apareció en la Plaza de las Tres Culturas, y la que continúa ocupando los espacios públicos.

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El 68: entre utopías y estrategias. Conversación con Siobhan Guerrero Mc Manus https://arquine.com/l68-utopias-estrategias-siobhan-guerrero/ Thu, 04 Oct 2018 16:00:05 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/l68-utopias-estrategias-siobhan-guerrero/ En esta serie de entrevistas que presentamos buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Aquí la conversación que sostuvimos con Siobhan Guerrero Mc Manus.

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A 50 años del 2 de octubre de 1968 se ha anunciado que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, un organismo de la Secretaría de Gobernación, reconocerá públicamente las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante un mitin que se congregó en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. No se puede negar la importancia de que el Estado reconozca sus propios crímenes, pero el medio siglo transcurrido nos permite decir que la memoria en torno a un año tan medular para la historia de México —y del mundo— es mucho más compleja que un acto oficial.

El 68 representó una inyección de cosmopolitismo, de apertura hacia nuevas estéticas, teniendo en la Olimpiada Cultural una muestra paradigmática. Ese año también vio la aparición de un proyecto de ciudad que resumió muchas de las ambiciones de la modernidad arquitectónica. El conjunto Nonoalco-Tlatelolco, proyectado por Mario Pani e inaugurado en 1964 por el entonces presidente Adolfo López Mateos, se presentó como la prueba de la buena salud del partido hegemónico, del crecimiento y la consolidación de la clase media y de que las ideas urbanas y arquitectónicas de esos años podían llevarse a cabo. Sin embargo, hay que seguirlo repitiendo: en esos edificios los estudiantes buscaron refugio de las balas o fueron amagados, y en las plazas públicas del conjunto murieron jóvenes o fueron desaparecidos. Esta condición urbana del 2 de octubre no es aislada. La grieta social que resquebrajó la obra de Mario Pani se extendió hacia la modernidad misma. Y de esta condición urbana es de donde partimos. Después del 68, ¿qué implica protestar? ¿Qué significa ocupar el espacio público y que los cuerpos dialoguen con los símbolos urbanos? También, ¿qué tiene de vigente un movimiento estudiantil que demandó que se cumpliera una promesa de modernidad?

En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

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Protesta y resistencia tras el 68. Conversación con Sonia Rangel https://arquine.com/protesta-resistencia-68-sonia-rangel/ Thu, 04 Oct 2018 14:00:07 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/protesta-resistencia-68-sonia-rangel/ A 50 años del 68, tendríamos que hacer un balance de qué tanto hemos cambiado y qué tanto no, si realmente las cosas que ahí se proponían fueron logradas, a nivel de derechos, de seguridad, de justicia.

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En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

 

¿Qué pensar del espacio en Tlatelolco?

La iglesia de Tlatelolco y la que está en Niños Héroes y Eje Central, son las dos primeras iglesias que se construyeron en la ciudad. Son las más antiguas y se parecen mucho. Pero Tlatelolco, en términos urbanísticos y de espacio, representa una cuestión simbólica muy fuerte. Toda la identidad de México está ahí, todos los momentos de México están ahí, en un espacio que además no es tan grande. Creo que hay una cosa que es interesante del 68 y es la primera vez que sucede en términos de la ciudad moderna —quizá lo anterior fue la Revolución—: que la gente tomó las calles. Creo que es la primera vez que la gente se apropia del espacio público. De pronto tiene sentido la cuestión de las marchas, los paros, ver a toda esa gente fuera, como un despliegue de una máquina de guerra. Es también la aparición, en los términos de la época, de la juventud. Yo creo que es la primera vez que estuvo presente una figura de la juventud, que antes no existía. Antes pasabas de niño a ser señor y no existía ese tránsito hacia la juventud. Los años 60, a nivel mundial, tienen también mucho de eso, de mirar a la juventud como una edad distinta en la que se tienen otras preocupaciones, otras necesidades, que generaron diferentes movimientos políticos. El caso de Francia es ejemplar, pero están también los hippies en Estados Unidos. En México, creo que la operación estuvo en la juventud visibilizándose en el espacio público. Con otras maneras, con otras inquietudes, con otras demandas. Aunque también pensando que se puede vivir de otra manera. 

¿Cómo juega ahí la imagen de la modernidad y su arquitectura?

La imagen de la protesta, y de la gente que sólo mira la protesta, refleja muy bien lo que pasaría después en términos políticos. La experiencia del acontecimiento y de la comunidad es una cosa muy fuerte en términos de lo político, no de la política. Lo político tendría que ver con este acontecimiento de los cuerpos que se juntan, que tienen otras intensidades, que están generando otras formas de organización, otras formas que no necesariamente son jerárquicas. Hubo algo lleno de vitalidad en el movimiento que, justamente, la manera en que va a ser reprimido, será la parte con la que nos quedaremos después. Desgraciadamente, el efecto del 68 es ése: la gente que se quedó mirando lo que sucedió allá afuera. Refleja muy bien lo que ha pasado en el país desde el 68 en adelante, una actitud indiferente. Lo que provocó el 68 fue algo más allá de un cambio social. La gente que lo vivió y que estuvo ahí sí pensaba en cambiar el mundo de alguna manera. Pero el único efecto que quedó de toda esta potencia creativa e imaginativa fue el miedo. Se ha dicho que después del 68 se logró el respeto por los derechos humanos. Yo me pregunto dónde están los derechos humanos ahora. Ya pasó lo de los 43. Lo de Tlatelolco es algo que sistemáticamente se ha repetido a lo largo de nuestra historia. Que ahora estemos más enterados por las redes sociales es otra cosa. Pero es impresionante el nivel de violencia que hay en el país: es el mismo, o peor. Nunca hemos sido un país moderno si todos los días aparecen noticias de chicas muertas. Hace poco salió una noticia de una chica a la que violaron sin que nadie de los que vieron qué estaba pasando hiciera nada. Eso hemos sido y eso somos. No participamos, nos quedamos viendo que hay toda esta violencia desatada y no hacemos nada en el sentido de proponer. Ahora, casi todos los movimientos son catárticos. Salgo, marcho, pero no hago una propuesta.

¿Sigue abierta la posibilidad de una contracultura pensando en lemas como “la imaginación al poder”?

La consigna de “la imaginación al poder” es del mayo francés. El mayo francés tiene una diferencia principal con el octubre mexicano. “La imaginación al poder” es también consigna del Situacionismo, con Guy Debord, y con la que se construye un engarce con el deseo de cambiar al mundo y de cambiar la vida. Son dos dimensiones distintas. Cambiar al mundo es, si tú quieres, una cuestión macropolítica, y cambiar la vida es algo micropolítico. No es gratuito que, después del 68 francés, hubo una reconfiguración de todo el pensamiento. No podemos pensar a Foucault a Deleuze o a Guattari, a toda esta generación que justamente lo que hizo fue repensar al poder, a la política, sin el 68 francés. Se buscó reformular toda la estructura del pensamiento, y eso fue pensar otra forma de vivir. Para la época, el discurso hegemónico era el marxismo, y ellos empiezan a replantearse que no se trataba de la Revolución, sino de la resistencia y la micropolítica. Creo que los últimos efectos de eso los vemos en la literatura y en la filosofía. Está Tiqqun, el Comité Invisible, gente que está pensando hoy y que vienen de esta impronta: del 68, de los pensadores de ese momento. La pregunta es cómo es que siguen vigentes sus propuestas, cómo se puede seguir pensando.

El caso de México es diferente, por la cuestión del miedo. ¿Qué va a pasar? La siguiente concentración multitudinaria fue en el 71 y fue otra matanza. No volvemos a ver a jóvenes que se reúnen a pensar para hacer cosas sino hasta los 90, tal vez con el zapatismo. Todo lo que va a desatar el zapatismo, las congregaciones masivas en Ciudad Universitaria, donde volvemos a ver a los jóvenes en la calle, todo eso no sucedía desde el 68. Intelectualmente, también hubo represión. Muchos escritores fueron reprimidos y enviados a la cárcel. No tenemos un cambio en la imaginación política. Creo que seguimos bastante normalizados. El miedo sigue siendo algo fundamental y no lo pensamos tanto. No hay imaginación. Cada que hay un movimiento es repetir lo que se hizo en el 68. La consigna de “la imaginación al poder” es ahora cuando tiene más sentido. ¿Dónde está nuestra imaginación? No es imaginación estar reciclando una idea de cómo tiene que ser la Revolución. No tenemos estrategias nuevas para el mundo que estamos viviendo. Tendríamos que retomar esa consigna. Podemos imaginar diferentes formas de vivir. Los movimientos de ahora tendrían que estar pensando en esas formas distintas. No podemos seguir usando las mismas, porque pierden su potencia.

¿Cómo es esa idea de la juventud que se fragua en el 68 y después?

En el 68 ya hay una presencia fuerte de los medios de comunicación, aunque tenemos un gran problema: no hay televisión por cable. Entonces, la homogenización fue más directa. Las figuras de la televisión que definían cómo tenían que ser los jóvenes irrumpieron con quienes salieron a las calles, jóvenes que, de pronto tenían una consciencia crítica. Esa juventud es completamente diferente y, por eso, completamente peligrosa. Yo creo que el Estado mexicano tuvo mucho miedo, porque sí reconoció una potencia. A quien principalmente se le rompió el equema fue al gobierno, por eso la manera en la que reprimió. El acontecimiento fue novedoso, disruptivo, algo que no se esperaba. Sí se tuvo una imagen de la juventud rosa, no la que está reclamando cosas, y que tiene un poder y que sale a la calle, y que no puedes contener. Fue tan violenta la represión porque tiene que ver con ese carácter inesperado. La imagen que México quería proyectar a nivel internacional es algo que peligraba.

¿Cuáles son los efectos en el estado actual del país y del gobierno?

La sistematización de la violencia había sido impecable, porque no nos enterábamos. Lo del 68 se supo, pero a través de lo borrado y lo escondido. Hasta hace unos años fue cuando se comenzaron a abrir los archivos. Pero es algo que pasa en todo el país, y justo está relacionado con esta estructura de cacicazgo en la que seguimos metidos. Por eso en México es muy absurdo hablar de modernidad. Ahora hay cosas más visibles porque tenemos redes sociales, y eso ha modificado algo que el Estado se encargó todo el tiempo de mantener, más con los medios de comunicación de su lado, que era una imagen del “no pasó nada”. Pero creo que ahora, más que nunca, tenemos consciencia de que algo está pasando, pero tampoco hemos tenido la inteligencia para hacer algo al respecto. No sirve de nada tener la información o denunciar, si no tenemos una acción directa. No sé qué es más peligroso. Volvemos a la imagen de quienes solo están viendo a través de las ventanas del conjunto habitacional en Tlatelolco. Ahora estamos viendo las pantallas de nuestras computadoras, con toda la información, y de todas maneras no hacemos nada. Me parece pertinente decir que a la luz de lo que pasó en el terremoto, es importante retomar la fuerza de lo político que de repente surge: una capacidad de organización, una capacidad de hacer las cosas, de ver hacia otro lado, de pasar de largo al Estado, al gobierno, a las instituciones, para empezar a apropiarse de las cosas. Del 68 no quedó el lado revolucionario, festivo y crítico, el lado de la imaginación. Al contrario, lo que tenemos es una institucionalización de lo que es ser revolucionario: paro, marcha, paro, marcha.

¿Cómo leer el 68 en relación a la memoria que hemos construido de lo que pasó?

El argumento de la memoria desvía un poco. Es una forma de memoria que es reactiva, pero no activa. Yo pensaría en una memoria activa. No se trata de conmemorar, eso no acciona una crítica sobre la memoria. Decía Nietzche que necesitamos una historia para la vida y para la acción. Necesitamos tener cuentas claras, pero, ¿para qué? Lo que necesitamos es garantizar que este tipo de cosas no se repitan. Y no hemos sido capaces de hacer eso. Ayotzinapa es un claro ejemplo. La memoria que conmemora es catártica, pero el punto es cómo hacemos para garantizar que no vuelva a ocurrir algo parecido, porque sigue ocurriendo. De nada me sirve que las cuentas sean claras, lo que hay que hacer es desmantelar una estructura, la sistematización de la violencia que está operando y que no ha dejado de operar. ¿Exigimos justicia por lo que ya pasó? ¿Y por qué no exigimos justicia para lo que viene?

¿Cómo imaginamos entonces la protesta tras el 68?

Creo que no necesariamente se trata de ganar el espacio público. Simbólicamente, puede dejar de significar. Estamos corriendo el peligro que pase con esta institucionalización del “paro, marcha”. No es nada más ocupar el espacio público, simbólicamente tiene que representar algo. Pensar que es inmediato, tampoco es cierto. Si revisamos el 15M, se reconfiguró por completo el espacio público. No es nada más ir y pararte en el Zócalo. Sí hay una falta de sentido y que tenga fuerza política. Tendríamos que preguntarnos para qué. Con todo lo que está pasando en la UNAM, en la primera marcha no hubo oradores. A mí me parece grave que, al final de una marcha, llegues a Rectoría, que es también un espacio simbólico, y no haya ningún discurso. Eso quiere decir muchas cosas. Quiere decir que no había pliego petitorio. Creo que, de tan repetitivo, lo que pareciera que es la toma del espacio público, tal vez ya no se tome de la misma manera.

¿Qué nos dejó entonces el 68?

Tendríamos que hacer un balance de qué tanto hemos cambiado y qué tanto no, si realmente las cosas que ahí se proponían fueron logradas, a nivel de derechos, de seguridad, de justicia. Es bastante preocupante que a 50 años estemos en lo mismo. Es un punto positivo que después de 50 años, se haya tenido el valor de cambiar al gobierno. Después del 68, el pueblo mexicano se convirtió en la imagen del miedo. Pero, si hoy me preguntan qué ha sido un acontecimiento político, diría que el terremoto del año pasado. Demostramos qué pudimos hacer las cosas de otra manera. Tenemos que recuperar esa fuerza que estuvo un movimiento para generar líneas de fuga, tratarnos de otra manera, relacionarnos de otra manera. Construir un país desde otro lado. El 19 de septiembre fue el día del espacio público, pero es terrible que sólo lo tomemos cuando se cae. Eso sí fue tomar el espacio público en el sentido más fuerte de la comunidad y la solidaridad, cosas que ya no teníamos. Creo que habíamos perdido el contacto con los otros. Esta ciudad era inhabitable y parecía que se tenía que volver a caer para que se volviera a poder habitar. La inteligencia que empezó a operar reveló lo que para mí siempre ha sido claro: que las instituciones y el gobierno solo estorban. Toda la gente pensó en dar y la lógica del gobierno fue quitar. En el sismo podemos resumir que el acontecimiento no sólo es político en términos de la protesta, sino también en esta otra forma de reverberación que puede haber entre los cuerpos. Es algo que provoca que habites el espacio público de manera distinta, pero también que puedas sentir la comunidad. Y la comunidad no es algo que está fijo, sino que también acontece. Si recuperamos el impulso, la certeza de lo que podemos hacer, creo que podemos hacer. Y lo vimos: una de las consecuencias de esta comunidad la vimos en el voto. Sí, fue el colmo: se cayó el país y el gobierno actuó de una manera miserable. El pueblo actúo como pueblo. Hubo una responsabilidad del voto que nunca había visto. Yo no soy obradorista, pero sí se buscó cambiar el país. Se pasó de hacer una cosa política vertical, a querer hacer de nuevo habitable lo inhabitable, lo inhóspito.

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Tlatelolco: espacio y memoria. Conversación con Gina Cebey https://arquine.com/tlatelolco-espacio-memoria-gina-cebey/ Wed, 03 Oct 2018 14:00:35 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/tlatelolco-espacio-memoria-gina-cebey/ Antes del 68 ya se tenían lecturas sobre Tlatelolco como un punto en donde había tres tiempos enredados, pero el 68 define de muchas maneras un paisaje que está vinculado con la memoria, no sólo con la histórica sino también con la urbana.

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En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

 

¿Cuál es tu visión, desde tu generación y desde tu quehacer, de lo que pasó en el 68 respecto su situación urbana?

Creo que el 68 define de muchas maneras un paisaje que está vinculado con la memoria, no sólo con la histórica sino también con la memoria urbana. Es curioso porque antes del 68 ya se tenían lecturas sobre Tlatelolco como un punto en donde había tres tiempos que estaban enredados. Un espacio que había sido mercado prehispánico, la iglesia colonial y, después, donde se levanta un símbolo de la modernidad. Pero, al parecer, es como si el 68 hubiera logrado articular esa idea entre memoria histórica y memoria urbana, porque es ahí donde esos tiempos compiten en todo momento y donde se da un punto cero para la memoria y para el imaginario urbano, como el sitio donde una masacre ocurrió y a donde hay que volver cada año para dar voz y buscar una respuesta simbólica desde el presente a ese pasado que marcó la historia del México contemporáneo. Tal vez por ahí podamos empezar a entender el impacto del 2 de octubre en la transformación del imaginario urbano.

No es casual, entonces, que haya pasado algo como el 68 en un lugar como Nonoalco Tlatelolco y que ahí se marcara un corte para el proyecto moderno de México y su mitología.

Tal vez el mito anterior era esa idea de que primero en Tlatelolco había una “herradura de tugurios” que tenía que erradicarse para levantar ese nuevo centro moderno, que operó como si fuera un rastrillo: sacar todo lo que había ahí para aplanar esa zona e intentar empezar desde cero. Desde ahí se comienza a construir un mito. Alguna vez leí que Tlatelolco significaba “montículo de arena”, y si nos vamos al inicio, todo lo que pueda pasar ahí, en términos constructivos, puede fallar: es la imagen de levantar un cimiento sobre arena. Una imagen bastante poderosa que explica por qué tal vez Tlatelolco es como una concepción de fracasos y fracasos que siempre se están ligando a lo espacial. Hay una conquista que termina con un tipo de comercio, que era el mercado. Luego viene la iglesia colonial. Luego ese edificio que es como el gran momento de la utopía modernizadora de México pero que nunca acaba de cuajar. Luego, el 2 de octubre, que deja una marca muy fuerte en ese espacio, con el que tal vez inicia su debacle. Luego viene el 85, que es cuando se cae, en varios sentidos, y ahí se lee un posible golpe contundente en términos materiales. Si el 68 había sido el golpe simbólico, donde se aclaró que ese era un lugar que se iba a recordar en tonos grises, el 85 fue el punto final. Yo también considero que Tlatelolco refleja todos los anhelos colectivos que no van a poder cuajarse: ni el de la memoria, ni el de la cohesión social, ni el de la modernidad mexicana.

La “modernidad” fue quizá una pantalla para una sociedad que no llega a ser suficientemente moderna, como lo has planteado en tu libro: el Museo de Arte Moderno o Insurgentes 300, por mencionar sólo dos casos. Hay una voluntad de modernización del país que en muchos aspectos podría parcer superficial. En ese momento de choque, lo que aparece es un grupo de jóvenes que buscan se cumpla esa promesa de modernidad, que no se quede en edificios, en instituciones físicas, sino en una democracia realmente moderna. Es como una lógica de esta modernidad mexicana.

Recuerdo el texto de Monsiváis sobre la Manifestación del Silencio y me parece uno de los mejores ejemplos para entender la significación del espacio en relación con el movimiento del 2 de octubre. Es la crónica de esa marcha. Lo que cuenta Monsiváis es cómo van caminando todos por Reforma y empieza un recorrido por las calles. Menciona que pasan frente al Museo Nacional de Antropología e Historia, que es el gran objeto moderno de la avenida, que solamente fue construido para clasificar la herencia, y que es simbólico pasar frente a ese edificio que sí, es cierto, es modernidad pero que sólo se erige como un concepto pues, en realidad, no está operando con la sociedad, ni con lo que se promete a futuro ni como lo que ya está planteado como el pasado. Recuerdo que este texto sigue contando el avance por Reforma, haciendo una descripción de la avenida y de los edificios, y de cómo el tiempo de la ciudad interpela a quienes están marchando. Al final, creo que la marcha termina en el Zócalo. Ya no tendría tanto que ver con el 2 de octubre, pero sí concibo que la idea es justamente el deseo real de modernidad, que está en manos de estos jóvenes que toman las calles y deciden que la Plaza de las Tres Culturas es el lugar donde va a tomar cuerpo esta exigencia. Si ellos eran la modernidad, son también una promesa que se niega, que se niega de una manera violenta.

¿Tlatelolco siempre como ruina?

No estoy tan segura de que después del 68, Nonoalco fuera un fracaso. Fue un monumento del proyecto de la modernidad. Lo interesante es que la propia sociedad es la que tensa la idea de que eso es un monumento a la modernidad y va ahí a exigir se cumpla su promesa. Yo hace mucho no voy a Tlatelolco. Pero a pesar de que se ve ruinoso, se ven las rejas que han puesto los vecinos, se ven estas intervenciones del habitante que está lidiando con el contexto y con la zona. Me parece que es un lugar que sigue muy vivo. La apertura del Centro Cultural Universitario Tlatelolco le dio otra vida a este lugar. Las actividades que realizan en la Unidad de Vinculación Universitaria también me parece que resultan interesantes para tratar de entender Tlatelolco. Tal vez ahí podríamos discutir qué tanto hay de “fracaso”. Creo que es un lugar muy interesante porque está apelando a la memoria de lo que pasó.

¿Cuál es la relación entre el espacio público y la protesta después del 68?

Tal vez cambió la concepción del espacio público como el lugar al que ir, al que los ciudadanos pueden ir a reclamar. Pero también creo que todo el tiempo los ciudadanos están delimitando esta nueva idea de lo que es el espacio público. Justo en la crónica de Monsivais se habla de cómo la manifestación va entrando al Zócalo y cómo está desbordado. Eso de inmediato remite a la marcha que hubo por los 43 estudiantes de Ayotzinapa. La mayoría de los ciudadanos tenemos una relación con el espacio público como el foro para hacernos escuchar. Todos sabemos qué pasó en el 68 y siempre en una marcha habrá el recuerdo, sin que se deje de pensar en las consecuencias de protestar. Tal vez en algún momento se despolitizó el espacio público en términos que ya no era el sitio al que se debía ir y se impusieron ciertos usos comerciales, mismos que siempre están en tensión con los usos civiles, pero ese uso primario y político sigue ahí.

El peso de la arquitectura moderna como escenario de la matanza, ¿es sólo simbólico?

Lo que me parece más interesante del caso de Tlatelolco es que la promesa de modernidad que se expresa en la arquitectura es también muy contundente en su relación con la sociedad. Específicamente, en el caso del 2 de octubre y de lo que pasó en Tlatelolco, pareciera que la arquitectura moderna traicionó a los que estaban ahí presentes: desde las torres, desde la altura, vigilaron y dispararon, y la gente quedó cercada entre edificios. Aquí la arquitectura moderna, la gran promesa, en realidad traicionó a la sociedad. No es raro que la gente ya no quisiera ir a mítines a lugares cerrados y prefirieran espacios abiertos.

Todo esto de lo que nos hablas, ¿sigue presente al visitar Tlatelolco?

Desde que se abrió el memorial, se convirtió en un punto al que constantemente iba porque me interesaba el tema de la memoria, pero también me empezó a llamar la atención lo que estaba haciendo el grupo de Vinculación de Actividades con la comunidad. Me parecía que hacían un trabajo increíble. Tenían cursos para los habitantes —de hip-hop y de improvisación— e ideas sobre integración comunitaria que me parecían muy interesantes y también muy lógico que sucediera ahí. No he ido recientemente, pero lo recuerdo como un lugar en el que siguen sucediendo cosas y los lazos comunitarios siguen marcando el espacio. Eso me gusta de Tlatelolco. Lo recuerdo como la Unidad de Vinculación Universitaria, recuerdo los murales que hicieron. También me parecen un acto de respuesta al espacio. El memorial fue un gran nodo para volver a Tlatelolco, para recordarlo y para pensar el espacio en relación a la memoria.

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El 68: retornos y constataciones. Conversación con Cuauhtémoc Medina https://arquine.com/68-cuauhtemoc-medina/ Tue, 02 Oct 2018 18:00:59 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/68-cuauhtemoc-medina/ En esta serie de entrevistas buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Esta es la conversación con Cuauhtémoc Medina.

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A 50 años del 2 de octubre de 1968 se ha anunciado que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, un organismo de la Secretaría de Gobernación, reconocerá públicamente las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante un mitin que se congregó en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. No se puede negar la importancia de que el Estado reconozca sus propios crímenes, pero el medio siglo transcurrido nos permite decir que la memoria en torno a un año tan medular para la historia de México —y del mundo— es mucho más compleja que un acto oficial.

El 68 representó una inyección de cosmopolitismo, de apertura hacia nuevas estéticas, teniendo en la Olimpiada Cultural una muestra paradigmática. Ese año también vio la aparición de un proyecto de ciudad que resumió muchas de las ambiciones de la modernidad arquitectónica. El conjunto Nonoalco-Tlatelolco, proyectado por Mario Pani e inaugurado en 1964 por el entonces presidente Adolfo López Mateos, se presentó como la prueba de la buena salud del partido hegemónico, del crecimiento y la consolidación de la clase media y de que las ideas urbanas y arquitectónicas de esos años podían llevarse a cabo. Sin embargo, hay que seguirlo repitiendo: en esos edificios los estudiantes buscaron refugio de las balas o fueron amagados, y en las plazas públicas del conjunto murieron jóvenes o fueron desaparecidos. Esta condición urbana del 2 de octubre no es aislada. La grieta social que resquebrajó la obra de Mario Pani se extendió hacia la modernidad misma. Y de esta condición urbana es de donde partimos. Después del 68, ¿qué implica protestar? ¿Qué significa ocupar el espacio público y que los cuerpos dialoguen con los símbolos urbanos? También, ¿qué tiene de vigente un movimiento estudiantil que demandó que se cumpliera una promesa de modernidad?

En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

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Nuestro Tlatelolco https://arquine.com/nuestro-tlatelolco/ Tue, 02 Oct 2018 14:00:22 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/nuestro-tlatelolco/ Tlatelolco presenta sus especificidades y sus testimonios siempre en una conexión inquebrantable con los grandes procesos de la historia nacional y de la ciudad. Llega a ser tan agotador como indispensable.

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No sé si otras grandes ciudades tengan su Tlatelolco. Es más, ni siquiera estoy seguro de qué significa tener un Tlatelolco. Podría partir del lugar común que compartimos dentro y fuera de la ciudad de México, de que Tlatelolco aglomera tanto significado que es, como dicen tantos, un sitio cargado, denso, pesado, indigesto… los más esotéricos hablarán de energías y vibras. Pero creo que, en principio, eso tendría que ser cierto para cualquier núcleo antiguo de cualquier urbe. En estos núcleos se tomaron y se ejecutaron decisiones, ocurrieron celebraciones y tragedias, glorias e infamias atroces, se marcaron y materializaron hitos en el relato de sus pueblos, se conservaron y se renovaron cosas según los gustos y técnicas cambiantes. ¿Por qué Tlatelolco tendría que distinguirse como espacio privilegiado de memoria urbana? ¿Por qué veríamos ahí una carga especial? 

Se me ocurre que tal vez, a través de los siglos, Tlatelolco negocia en los imaginarios una ambigua posición entre el centro y el margen. Siempre a la sombra del núcleo que tiene a escasos 3 kilómetros al sur, se ha proyectado de todo y pocas veces consigue terminarlo. En tanto, no deja de insistir en ser una escandalosa parte de todo. Su marginalidad le permite que los procesos centrales que ahí ocurrieron afloren de una manera ineludible. Sus acontecimientos se abren paso para ser recordados por sí mismos junto con el énfasis de que no ocurrieron en el tablero central sino ahí, en Tlatelolco. El centro, en cambio, aglomera tanto y de todo como un hoyo negro. Absorbe los grandes hitos y los pequeños, los más antiguos y los más recientes, los más simbólicos y los que pasaron inicialmente desapercibidos, dejando una masa que a veces deja escapar de forma caótica y como una suerte de eructos algunos recuerdos o elementos aislados. 

Ahora que hablamos tanto –y estoy convencido de que demasiado- del branding de las ciudades, los funcionarios devenidos en publicistas o viceversa buscan asociarle un paradigma de conceptos e ideas bastante sencillas, amplias y a veces medio bobas, que consigan dar una identidad comercial a la ciudad. Así, la Ciudad de México puede ser algo tan volátil como los colores vivos y de preferencia el rosa, reírse de la muerte, Frida Kahlo, comer bien rico, modernidad junto con tradición, el cosmopolitismo aspiracional de la Roma-Condesa y, si queda tiempo, su cercanía con Teotihuacán. Si nos tiembla, no quedará más que curarle esta área de oportunidad a la marca con el concepto de la solidaridad de su gente. 

El paradigma del branding no nace de la nada, sino que es resultado de esa aglomeración que de tan densa perdió consistencia, perdió coherencia, perdió la sofisticación de sus especificidades: puedes tener algo tan concreto como Frida pero segmentada del gran contexto urbano, político y social que la explica. El imaginario más superfluo de la Ciudad de México, como de cualquier otra centralidad urbana, acaba siendo un raro éter de generalidades y especificidades tratadas por igual.

Nada se salva de la ligereza y menos los grandes imaginarios urbanos que justo de eso se componen. Aún así, en Tlatelolco la memoria de acontecimientos precisos suele imponerse a las ambigüedades, aunque sea como una mera noción. Su marginalidad le ha permitido perder la fuerza gravitatoria que apelmaza todo el devenir histórico en una misma masa, pero su centralidad le permite irrumpir en la escena de la ciudad de manera estrepitosa. Y entonces, Tlatelolco aparece en la memoria no por la calidez de su gente y los sabores de su gastronomía, sino por sus hitos… sobre todo, por sus muchas caídas. La caída del edificio Nuevo León en 1985, la caída de los estudiantes frente al Estado en 1968, la lenta caída del utópico Colegio de la Santa Cruz, la caída del imperio mexica frente a los españoles el 13 de agosto de 1521, la caída del Tlatelolco de Moquíhuix frente a la Tenochtitlán de Axayácatl en 1473. Sin siquiera reparar en otros hechos, procesos y acontecimientos relevantes, con eso tenemos de lleno para la indigestión. 

El espacio de Tlatelolco ha sido transformado de forma dramática y, sin embargo, los testimonios quedaron flotando entre los jardines y distanciados edificios de la unidad habitacional que Carlos Monsiváis también consideró una utopía: la del “México sin vecindades”. Su transfiguración consiguió exhibir cruda y materialmente la fuerza de estas caídas, de estos recuerdos. Tras una lucha entre planificadores, arquitectos, funcionarios y arqueólogos en la década de 1960, nos quedó esa Plaza de las Tres Culturas como uno de los sitios más intensos de la Ciudad de México… y de paso del urbanismo del Movimiento Moderno. Visita escolar obligada.

Para los que no somos vecinos de ahí, Tlatelolco nos ofrece salir de una Ciudad de México donde la memoria a veces se armoniza en el todo y nada de su marca, para entrar a una donde cada cosa reclama su atención y, para colmo, una atención reflexiva, profunda y también medio adolorida. Tlatelolco presenta sus especificidades y sus testimonios siempre en una conexión inquebrantable con los grandes procesos de la historia nacional y de la ciudad. Llega a ser tan agotador como indispensable. Insisto, no sé si otras grandes ciudades del mundo tengan su Tlatelolco. Yo no lo he encontrado.

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El 68: un símbolo siempre abierto de la autonomía. Conversación con Humberto Beck https://arquine.com/el-68-humberto-beck/ Mon, 01 Oct 2018 11:00:31 +0000 https://des.dupla.mx/arquine/migrated/el-68-humberto-beck/ En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68. Para Humberto Beck, el 68 es un símbolo siempre abierto de la lucha por la autonomía social y de la movilización.

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A 50 años del 2 de octubre de 1968 se ha anunciado que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, un organismo de la Secretaría de Gobernación, reconocerá públicamente las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante un mitin que se congregó en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. No se puede negar la importancia de que el Estado reconozca sus propios crímenes, pero el medio siglo transcurrido nos permite decir que la memoria en torno a un año tan medular para la historia de México —y del mundo— es mucho más compleja que un acto oficial.

El 68 representó una inyección de cosmopolitismo, de apertura hacia nuevas estéticas, teniendo en la Olimpiada Cultural una muestra paradigmática. Ese año también vio la aparición de un proyecto de ciudad que resumió muchas de las ambiciones de la modernidad arquitectónica. El conjunto Nonoalco-Tlatelolco, proyectado por Mario Pani e inaugurado en 1964 por el entonces presidente Adolfo López Mateos, se presentó como la prueba de la buena salud del partido hegemónico, del crecimiento y la consolidación de la clase media y de que las ideas urbanas y arquitectónicas de esos años podían llevarse a cabo. Sin embargo, hay que seguirlo repitiendo: en esos edificios los estudiantes buscaron refugio de las balas o fueron amagados, y en las plazas públicas del conjunto murieron jóvenes o fueron desaparecidos. Esta condición urbana del 2 de octubre no es aislada. La grieta social que resquebrajó la obra de Mario Pani se extendió hacia la modernidad misma. Y de esta condición urbana es de donde partimos. Después del 68, ¿qué implica protestar? ¿Qué significa ocupar el espacio público y que los cuerpos dialoguen con los símbolos urbanos? También, ¿qué tiene de vigente un movimiento estudiantil que demandó que se cumpliera una promesa de modernidad?

En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.

 

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